viernes, 28 de julio de 2017

La influencia de la Royal Society en la fundación de la Gran Logia de Londres

Hace 300 años fue fundada la Gran Logia  de Londres, primer antecedente concreto de lo que llamamos Masonería o Francmasonería. Dentro de un mes, el próximo 24 de junio, habrán transcurrido tres centurias, de lo que llamamos con propiedad Masonería.
La Masonería es la Masonería en su esencia, desarrollo y carácter, y cualquier apellido que le pongamos nos puede llevar por caminos que no son sino la continuidad de afirmaciones que rayan en la especulación inconducente.
Es lo que nos deja la historia y la constatación concreta. Los antecedentes historiográficos señalan que cuatro logias concurrieron a dar nacimiento a la Gran Logia de Londres, aún cuando no sabemos cuál era el origen de ellas. Hay indicios de que puede haberse dado el caso de que su formación haya sido ad hoc, es decir, que se hayan formado para luego constituir aquella primera gran logia, piedra fundante de lo que entendemos como la Masonería que practicamos y conocemos.

La realidad del tiempo fundacional

Para entender históricamente el nacimiento de la Masonería, imaginémonos las enormes tragedias en el siglo XVII, en que tantas personas murieron, fueron perseguidas, encarceladas, mutiladas, violadas, heridas gravemente o asesinadas, en nombre de opciones políticas sustentadas en alguna de las religiones que pretendían la hegemonía y el poder.
Debemos pensar que no podían estar ausentes hombres que, en medio de esas odiosas conflagraciones buscaron otros rumbos y perspectivas para salir de la lógica de la odiosidad y mirar otras cosas de su entorno. Es imposible pretender que no hubiera hombres que quisieran otra forma de entenderse, superando la lógica sectaria religiosa y las políticas de bandos fundados en ella. Es imposible pretender que no hubiera hombres que se plantearan que, aquel tiempo de confrontaciones, debía llegar a su fin. 
Cuando se analiza el siglo XVII, es imposible no considerar los hechos que, desde otro ámbito, marcan su trascendencia extraordinaria en la historia humana, en el ámbito del esclarecimiento, y que señalan de manera importante, la actitud del hombre no solo como producto de sus ideas sobre Dios.  Es el momento preambular del llamado “siglo de la luces”, y donde se dan pasos importantes hacia una nueva comprensión de la realidad.
El siglo XVII fue aquel en que Galileo irrumpe con su teoría astronómica, y en el que debió retractarse para salvar la vida;  en que producto de la liberación del espíritu religioso, el hombre emprende grandes desafíos civilizadores, como las Compañías Holandesa e Inglesa de la Indias Orientales; es el siglo en que se inicia la colonización de América; en que se realiza la primera cesárea, se descubre la circulación de la sangre y se efectúa la primera transfusión; en que diversos descubrimientos e invenciones matemáticas sobrevienen como resultado de la posibilidad de pensar más allá del determinismo religioso.
Es el tiempo de Kepler, el momento en que irrumpe Newton, que consolida una nueva concepción del Universo; en que la Ilustración comienza a manifestarse en Europa, aplicando nuevos métodos de observación guiados por la razón, y donde muchos intelectuales afirmaron que todo puede ser desentrañado por la mente humana si ésta utiliza la razón y el método de la ciencia.
Es el momento de consolidación de los Estados Nacionales europeos, que se habían instituido en el siglo XVI, y tras los cuales el componente religioso será determinante. Bajo el concepto del derecho divino de los reyes europeos, expresado en el principio absolutista francés “un roi, une foie, une loi”, se impone la unidad de la religión con el poder político y la nación. En torno al rey se une una nación que debe reconocer una religión exclusiva, que obliga a sus súbditos a respetar y obedecer.
Sin duda, el acontecimiento con implicancias religiosas más determinante en el siglo que nos ocupa, es la Guerra de los Treinta Años, la primera guerra europea según los conceptos modernos, y que sintetiza de un modo dramático las lucha entre católicos y protestantes. Sin embargo, para algunos historiadores europeos, es el conflicto que determina el proceso de inflexión entre el predominio socio-estructural de la religión, el que pasa a ser sustituido por la política, y donde los protestantes adquieren su derecho a existir pacíficamente en el escenario europeo.
Los inicios de la guerra, en 1616, estuvieron en el enfrentamiento entre los príncipes y regentes de los pequeños estados alemanes, agrupados según su adhesión religiosa en la Unión Evangélica y la Liga Católica, en el seno del Sacro Imperio Romano Germánico, que se encontraba en sus últimos estertores. Ello fue el comienzo de un conflicto que arrastró a toda Europa Central y Escandinavia, por el norte, hasta España por el oeste.
Todo ello consolidó la hegemonía centro-europea de Francia, que terminó por imponer sus términos en Westfalia, al Sacro Imperio y a sus propios aliados, y por último a los españoles algunos años después[1].
Sin embargo, como todo momento de inflexión, tuvo las dos caras de la moneda: una, la negativa, la guerra misma y su desolador efecto en Alemania; la otra, la positiva, que la paz pactada, garantizó la diversidad religiosa entre los contendientes, que reconocieron el derecho de los protestantes a ser respetados, lo que traerá enormes consecuencias culturales para Europa y la Humanidad.
Gracias a ello, Europa evolucionó en todos los aspectos, y la Modernidad entró derechamente para bien del pensamiento, de la ciencia, de las artes, y una nueva concepción del mundo y de la realidad fue posible, algo que bajo el atávico predominio católico no habría tenido lugar.
Inglaterra y Escocia, en tanto, no eran una excepción, debido a los procesos que venían en desarrollo, desde el siglo XVI, donde el reinado de Jacobo VI de Escocia, y luego conocido como Jacobo I de Inglaterra, destacado por su gran ilustración y por promover un periodo de florecimiento intelectual notable, no logró superar los rencores entre católicos y protestantes, estos últimos expresados en distintas identificaciones, producto de las diferentes doctrinas e intereses que contenían. Su hijo y rey, Carlos I, terminó decapitado en medio de las conspiraciones de los católicos escoceses y de los puritanos ingleses, y con las dudosas intervenciones presbiterianas, que produjeron dos guerras civiles.
Luego de la dictadura o protectorado de Cromwell (1653-1658), gobernó Carlos II, quien estuvo también sujeto a las conspiraciones políticas sustentadas en cuestiones de tipo religioso, donde la Ley de Indulgencia, dictada por el rey, para favorecer a los católicos, y la Ley de Exclusión, promovida por el parlamento para apartar de la sucesión a su hermano, el duque de York, son expresiones de como la política de Inglaterra y Escocia estaba determinada por los intereses religiosos. Bajo su reinado se produjo el gran incendio que devastó casi el 80% de Londres.
Jacobo II, católico, no dudó en favorecer el retorno de la influencia de los de su credo, y enunció una nueva ley de indulgencia, lo que llevó a los protestantes a aliarse con el príncipe holandés Guillermo de Orange, que era reconocido por estos como un adalid del protestantismo, al haberse enfrentado al rey francés, Luis XIV. El príncipe holandés se había casado con la hija María del rey inglés, en un momento que aquel quiso aplacar las conspiraciones protestantes. Guillermo de Orange desembarcó en Inglaterra con un ejército protestante, y obligo a Jacobo II a huir, ante lo cual el parlamento lo dio por abdicado. Asumieron la corona de Inglaterra, Escocia e Irlanda en forma compartida, Guillermo y María.
No tuvieron descendencia, por lo cual, la triple corona fue heredada a la hermana de la Reina María, Ana, educada en el protestantismo y casada con el príncipe también protestante Jorge de Dinamarca. Es en su reinado que se unifican Inglaterra y Escocia en un solo reino con el nombre de Gran Bretaña. La Reina Ana murió sin dejar descendencia, por lo cual, la mayoría del parlamento determinó que el familiar más cercano y protestante, quedara en la línea de sucesión, desechando a aquellos familiares católicos más cercanos. Esa decisión de 1701, provocó que la heredera fuera su prima holandesa Sofía de Wittelsbach. El Acta de Naturalización de 1705 concedió la nacionalidad británica a los descendientes no católicos de Sofía.  Sin embargo, Sofía moriría antes que Ana, por lo cual, su hijo Jorge asumió el trono de Gran Bretaña e Irlanda, fundando la dinastía Hannover[2].
Nadie con inteligencia puede haber soportado por toda la vida tales confrontaciones. Sin duda debía haber precursores de una nueva realidad. Creo que las cuatro logias de Londres, que dieron aquel paso histórico, fueron precursores de un nuevo tiempo. ¿Cómo unir a tantos que se seguían odiando? Tal vez con una religión en que todos estuvieran de acuerdo. ¿Con una religión en su comprensión primaria, o con una religión en su comprensión de trinchera, que tantas tragedias afectaban por un siglo de luchas políticas devastadoras?

La realidad política que incide en el tiempo de la Real Sociedad

Llevaba poco más de un año en el ejercicio de su reinado, cuando Jorge I debió enfrentar una rebelión de los jacobitas, en 1715, la cual se gestó en Escocia para entregarle el trono al hermano de religión católica de la fallecida reina Ana. No escapaba a esas conspiraciones los intereses de Francia, donde finalmente terminaron refugiados los artífices del alzamiento. Las consecuencias que enfrentaron los escoceses insurrectos que no alcanzaron a escapar a Francia fueron devastadoras: los que no fueron ejecutados, fueron desterrados a las colonias para efectuar trabajos forzados, en el caso de los que no eran nobles o propietarios. Los nobles y terratenientes perdieron sus propiedades y patrimonio.
Conspiradores o no, los escoceses que vivían en Inglaterra, no dejaron de sentir congoja frente a las consecuencias que sufrieron no pocos de aquellos  que representaban sus referencias nacionales.
El conflicto político, por lo demás, justificado en cuestiones religiosas tenía a la sociedad inglesa y, particularmente, la londinense en un estado de agotamiento anímico, luego de aquel siglo de conflictos. Todos los ingleses de ese tiempo, no importando sus distintos orígenes sociales, habían nacido y se habían criado en ese ambiente de violentas contradicciones y, sin duda alguna, esperanza debían tener de una vida más tranquila, más disfrutable y condiciones de mayor seguridad y estabilidad.
Por entonces la ciudad tenía medio millón de habitantes y había sido reconstruida luego del gran incendio de 1666, proceso que duró todo un decenio. En esa reconstrucción tuvo un rol destacado, en cuanto a las edificaciones cívicas y culturales, el arquitecto escocés Christopher Wren.
A pesar de las confrontaciones religiosas que marcaban los procesos políticos, la realidad inglesa mostraba un creciente esplendor económico, en su fase pre-industrial, que se vio incrementada por el comercio con las colonias y por el incendio de Londres. En los ambientes culturales, los reyes jacobitas, de espíritu ilustrado, habían favorecido el desarrollo del conocimiento, a pesar de su condición católica. Muchos historiadores masones ven en ello la particularidad en que se desarrolla el catolicismo en Escocia, y la equidistancia de los desarrollos del papismo centro-europeo.
Inglaterra, que tenía un mayor desarrollo económico y comercial, provocó la migración hacia sus ciudades. Sin duda, ello significaba que había un peso en las tradiciones culturales que agobiaba a quienes querían tener una nueva oportunidad, o una vida distinta a las raíces arcaicas.
Debía haber hombres lúcidos capaces de interpretar en el pensamiento y en las prácticas asociativas civiles, aquello que muchos deseaban: una sociedad más tolerante. Es imposible que hombres que se reunían a conversar y fraternizar en las tabernas no hubiesen tenido una comprensión clara sobre lo que ocurría en su sociedad y no lo tradujeran en sus reflexiones escritas.
Es así como, bajo el reinado de Carlos II, se constituyó una de las instituciones más relevantes, no solo para la realidad científica y filosófica inglesa, sino para la civilización europea de su tiempo, y que impactará también en el desarrollo intelectual del siglo XVIII: la Sociedad Real de Londres para el Avance de la Ciencia Natural, vulgarizada en español como “Real Sociedad” y en inglés como “Royal Society”. Fue el primer faro de luz para escapar de aquella forma de convivencia y su antecedente inmediato era la Sociedad Invisible, formada a mediados del siglo XVII, que se reunía en la casa de Jonathan Goddard, un hombre amante de la ciencia y la búsqueda del conocimiento, quien facilitaba su residencia para las reuniones aún fuera de cualquier formalidad legal de la época, que tenía estrictas reglas reales para evitar que se efectuaran reuniones conspirativas contra la corona.

El dato de la Royal Society en la liberación de las conciencias

Comparto la idea de aquellos que piensan que la Royal Society of London for Improving Natural Knowledge determinó de manera importante a la Masonería, en su proceso fundacional. Creo que no es casualidad que miembros de aquella institución que buscaba desentrañar los misterios de la naturaleza, se hubiesen vinculado a esta naciente forma de asociación. No es casualidad que algunos de sus miembros siguieran ciertas investigaciones que tenían que ver con tradiciones que luego sirvieron para modelar los contenidos masónicos. No es casualidad que quien en ese momento ejercía como presidente de la Real Sociedad, Isaac Newton, se haya dedicado a estudiar paralelamente la simbología y los alcances arquitectónicos del templo de Salomón, que tendrán tanta relevancia para perfilar el mito hirámico.
Creo que varios miembros de esa sociedad de hombres de ciencia, creyeron necesario desarrollar en la sociedad civil, una organización que reprodujera de algún modo, el ambiente que se vivía en aquella institución de hombres libres dedicados a desentrañar los códigos del árbol de la naturaleza.
Un erudito investigador masónico Q:.D:.E:.O:.E:. Francisco Sohr, diría que el surgimiento de la Sociedad Invisible, a iniciativa del alemán Theodor Haak, que luego adoptó el nombre de Royal Society, obedeció al interés de los científicos de superar las realidades de la época. “Cansados de las guerras religiosas, de los antagonismos, la intolerancia y los extremismos de los puritanos, esa sociedad fue el punto de reunión de la elite del saber[3].
El ambiente que reinó entre los socios era de absoluta racionalidad, opuesto a la religión y al esoterismo – señala Sohr -. El Dr. Stukeley, famoso por sus observaciones contenidas en su diario, que incluyen notas sobre la Masonería, miembro de esa Sociedad, escribió: "Si se habla en la Real Sociedad de Moisés, del diluvio, de la religión o de la Escritura Sagrada, esto causa grandes risotadas entre los asistentes".
Sohr se refiere al médico William Stukeley, que destacaría como promotor enciclopedista y arqueólogo, y que se desempeñó como primer secretario de la Sociedad de Anticuarios de Londres. Anotamos también que fue iniciado masón en 1721. Así como Newton dedicó muchos esfuerzos especulativos en torno al templo de Salomón, Stukeley indagó especulativamente en torno a Stonehenge y el legado de los druidas. Esto no debe llevarnos a prejuicios, ya que mucha de las investigaciones científicas modernas se inician con el análisis de determinados vestigios observados de manera especulativa.
Sohr nos recuerda los nombres relevantes que están en el proceso de fundación y consolidación de la Gran Logia de Londres – luego Gran Logia de Inglaterra -, y que tienen relación con la Royal Society: “Entre los nombres de los miembros más conocidos para nosotros, podemos mencionar el ya nombrado Dr. Stukeley, a Elías  Ashmele, Christopher Wren, constructor de la catedral de San Pablo de Londres y de más de cincuenta edificios públicos e iglesias, después del incendio de Londres; Jean Theophile Desaguliers, predicador presbiteriano, físico, colaborador de Sir Isaac Newton, descubridor de la diferencia entre materiales conductores  y no  conductores de electricidad y, finalmente, nombraremos al duque de Montagu”.
La mención al segundo Duque de Montagú, no debe pasarnos inadvertida, Fue el segundo Gran Maestro de la Gran Logia de Londres, y un destacado filántropo, que cometió un acto de extraordinaria modernidad, que nos da un ejemplo de audacia moral para su tiempo: con sus recursos financió los estudios de dos primeros estudiantes negros en la Universidad de Cambridge.
Sin embargo, quisiera resaltar en esta remembranza, la figura de la Real Sociedad que considero más determinante en la gestación de la Masonería que conocemos y practicamos: Jean Theophile Desaguliers.
Desaguliers fue una extraordinaria personalidad intelectual y científica, divulgador de las ideas de la Royal Society, y el único es su historia que recibió tres veces la Medalla Copley, instituida a partir de 1731. Nuestro personaje la recibió en 1734, 1736 y 1741, en mérito a aportes investigativos concretos en bien de la ciencia.
Su figura aún no recibe de la Masonería todo el reconocimiento que se merece. Fue determinante en las definiciones que caracterizarán a la Gran Logia de Londres, en su relato y en sus obligaciones. Ingresó y presidió una de las logias que participó en la fundación de la Gran Logia de Londres, cuyo nombre  era Salomon´s Temple,  y dos años después ya la estaba dirigiendo como Gran Maestro, y ejercía esa condición cuando Anderson redactó la definición de 1723, en la que se le reconoce la condición de co-redactor. Cultivó una estrecha amistad con Newton, quien ejerció como Presidente de la Real Sociedad entre 1703-1727.
Ignorar que Desaguliers fue el nexo de un pensamiento objetivo de aquella entidad científica – la Real Sociedad - con la naciente masonería, y pretender que no la influyó en sus contenidos y definiciones, merced a su excepcional inteligencia y conocimientos, significaría que mientras ejerció el rol de Gran Maestro, o cuando presidió su logia, sufrió de mudez y amnesia, por lo cual no tuvo la capacidad de exponer su visión del tiempo que él a plenitud representaba.
Que la Royal Society influyó en la organización o fundación masónica de 1717, de modo institucional, es un dato que muchos aún no dan como cierto. Ignorar que algunos de sus hombres tuvieron un rol significativo en la institucionalización de la Gran Logia de Londres, sería un acto de absoluta estupidez. Pretender que los sentimientos religiosos no habían agotado la paciencia de muchos hombres lúcidos de Inglaterra, luego de tan abundante confrontación política fundada en esas razones e intereses, con su consiguiente mortandad y privaciones, ciertamente sería una comprensión demasiado bravía de los eventos que marcaron un tiempo azolado por los pretendientes al trono y sus conspiradores teístas.

El deísmo se consolida con la Real Sociedad

Para muchos investigadores masónicos libre pensadores, siempre ha estado en el análisis del proceso fundacional de la Masonería, la contradicción que manifestará el debate sobre la religión y la divinidad en el Siglo de las Luces. En ese análisis la contradicción surgida, ya en  el siglo XVI y que tendrá su mayor expresión en el siglo XVII y XVIII, entre la comprensión teísta y deísta.
No debemos olvidar que el deísmo tuvo grandes exponentes en muchos de los hombres que moldearon la Ilustración, y serán determinantes en imponer la idea de la separación de lo divino y lo humano, hasta implementarlo políticamente en la separación de la Iglesia y el Estado, como ocurrió en la fundación nacional de Estados Unidos, por ejemplo, y en la libertad de culto garantizada por el Estado en muchos países, hasta que se formula la idea de Estado laico con posterioridad.
Recordemos que el deísmo acepta la existencia de un Dios Creador y Padre de la Humanidad, y lo considera la Primera Causa, pero no comparte la idea de que Dios tenga una intervención directa en el desenvolvimiento de las personas, de la realidad y la naturaleza, sobre todo en lo que tiene que ver en cuestiones ordinales de la sociedad. Nada de lo de Dios, a juicio del deísmo, puede estar involucrado en la cotidianidad de este mundo. Antagónicamente, el teísmo – concepto de origen griego, relacionado con la intervención en la cotidianidad humana de lo divino -  asevera la relación del orden universal de lo humano y la naturaleza (o cosmos), con un activo y omnipresente determinismo divino.  
Es pertinente analizar cuanto pudo penetrar ese debate entre quienes, con un mayor bagaje intelectual, participaron en el proceso de institucionalización de la Gran Logia de Londres.
Uno de los propulsores filosóficos del deísmo fue el inglés Thomas Hobbes, precisamente en el siglo XVII. La Royal Society mantuvo una relación activa con su persona y pensamiento. En el pensamiento de Hobbes desaparece todo derecho real de reclamar autoridad proveniente de Dios, lo que le ganó el encono de los partidarios del rey en ejercicio y de todos los pretendientes al trono. De allí que su influencia se desarrolló entre quienes recababan en el ideal republicano, donde la soberanía y la autoridad emanarían del pueblo.
En ese contexto, su pensamiento coincidiría con su contemporáneo alemán, el calvinista Johannes Althusius, que no recibió acusaciones de ateísmo como en el caso de Hobbes, y que era parte de uno de los enclaves calvinistas más liberales de Europa, la ciudad puerto de Emden, punto de conexión privilegiado entre Holanda, Inglaterra y Alemania (según sus denominaciones actuales).
Obviamente, tanto en los debates de la Royal Society, como entre los sectores ilustrados, políticos y religiosos de ese tiempo, el pensamiento de ambos filósofos no pudo estar ausente. De un modo especial, esa mirada secularizadora estuvo presente entre quienes profesaban puntos de vista protestantes (puritanos, presbiterianos, etc.).

La querella entre Antiguos y Modernos se origina en la Real Sociedad

Para entender la importancia de la definición que aún provoca dos comprensiones tan distintas sobre el carácter de lo masónico, hay otro aspecto que debemos tener presente. Tiene que ver con las definiciones, que luego se darán, entre los que aceptaron la opinión andersoniana y los que no la compartieron y prefirieron recurrir a una comprensión anterior, optando por patentizar en el seno de la masonería, la pugna entre “antiguos” y “modernos”, conceptos que no nacieron en la naturaleza de lo masónico, sino que fueron adoptados desde el debate intelectual de su tiempo. Sin duda, provienen de la Real Sociedad y de sus debates formales o informales.
 Estas definiciones se encuentran presentes ya en los siglos previos, pero cuando se hacen presentes de modo influyente en las ideas intelectuales de Inglaterra, es como consecuencia del desarrollo cultural del siglo XVII. Es obvio que los reyes jacobitas fueron proclives al desarrollo de las artes y de las ciencias, lo que se vio ampliamente favorecido con el desarrollo económico y su desarrollo como potencia ultramarina.
El protestantismo favorecía ese desarrollo económico, a la luz de la revisión de los dogmas que estancaban las iniciativas liberales y secularistas.
De allí que no pasó por alto, para los pensadores, intelectuales y científicos, el debate francés sobre lo antiguo y lo moderno, en el plano literario, donde Charles Perrault, escribió sobre la comparación entre esas opciones, en 1688, evidenciando la confrontación entre las obras clásicas y la creatividad tradicional y los impulsos de renovación que venían expresándose desde el Renacimiento. Su planteamiento, desarrollado en cuatro tomos, bajo el título de Parallèle des anciens et des modernes, no solo se referirá a las cuestiones estéticas y literarias, sino que también tiene alcances sobre aspectos relativos a la ciencia.
Ello tuvo impacto en el ambiente intelectual y científico londinense del siglo XVII, y al menos dos grandes referentes expresivos de ese tiempo, intervinieron en tal debate, que se identifica como “la querella entre los antiguos y modernos”. Uno de ellos fue el escritor Jonathan Swift, con su obra satírica “La batalla de los libros antiguos y modernos” (1704).  El otro fue nada menos que Isaac Newton, quien se consideró un moderno subido sobre los hombros de los gigantes del clasicismo. Esto debido a que repitió una frase que buscaba el desagravio, ante las arremetidas despectivas de quienes adherían al clasicismo en el pensamiento. Los escolásticos, sobre la base del principio de autoridad, habían establecido la idea de que los clásicos eran gigantes y que lo nuevo solo era cosa de enanos. Esto incidía fuertemente en la administración y en el concepto de verdad de la ciencia (recordemos a lo que se enfrenta Galileo, cuando propone sus ideas).
La Royal Society vino a romper con esa idea de autoridad y con el clasicismo en la ciencia, de allí que Newton, influyente partícipe, trajo a la graficación de los nuevos caminos de investigación, una frase que hoy es reconocida como elaborada por Bernardo de Chartres, que admitía el presunto enanismo de las nuevas ideas, pero que estas y sus promotores estaban sobre los hombros de los gigantes – los antiguos -, por lo cual, estaban en condiciones de ver más lejos. De hecho, la Royal Society asumió el lema  Nullius in verba (En palabras de nadie) señalando su determinación de obtener evidencias empíricas para el avance del conocimiento, en vez de asumir el criterio de autoridad clásico de cualquier postulado, usado frecuentemente por los escolásticos.
Es obvio que tal debate estuvo presente entre los hombres que intervienen en la reorganización masónica de la primera parte del siglo XVIII, y tomaron partido intelectualmente de las posiciones que dividían a quienes buscaban normar la institucionalidad masónica. Ello tenía que ver, precisamente, con el origen de la autoridad, con el fundamento del relato corporativo, con la interpretación de la tradición, con la legitimidad civil, con la lectura del tiempo histórico.

Reflexiones sobre lo expuesto

No es ajeno a cualquier indagación de las primeras décadas de la Masonería, el intento formalizado por Dermontt, en 1751 por erradicar el legado andersoniano. La conducta reactiva ante lo nuevo pervive en todos los ámbitos de pensamiento y la asociatividad humana. Está presente en muchos momentos de la historia de la mal llamada Masonería Universal. La pretensión de teocratizar la Masonería no viene solo de ciertos Ritos, sino de comprensiones de hegemonía latentes y que aspiran a ser dueños de una verdad absoluta.
Desde miradas oscuras se pretenden imponer ideas de “pura francmasonería”, que no son sino pretensiones excluyentes y sectarias.
Así, la Masonería Chilena no ha estado exenta de esos propósitos. No hace más de un lustro, pretendió imponerse un proyecto refundacional que fracasó ante la irrenunciable comprensión andersoniana que radica en la esencia de la Masonería chilena, y en la forma como esta ha expresado el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, según lo definen sus rituales iniciáticos.
Habrá seguramente nuevas recurrencias en el futuro. De allí la importancia de aprender de los legados que nos deja la modernidad, que no es otra cosa que el pulso potente hacia lo nuevo, sobre los pilares de los aprendizajes del pasado.
La Humanidad vive momentos dramáticos producto de las afirmaciones excluyentes de determinadas visiones confesionales. Sin embargo, parafraseando a Anderson, podemos señalar que cuando nos religamos en torno a una idea en la que todos estamos de acuerdo, un religare en torno a los más sublimes propósitos,  es lo que permite superar los propósitos encarnizados de dividir hasta el crimen.
Solo aquellos grupos humanos que no son capaces de considerar que el hombre es un ser evolutivo, que cambia y que aprende de su experiencia - solo quienes se empecinan en volver al pasado -, tienen propensión a considerar las tradiciones y las miradas arcaicas como fuente inagotable de comprensión de la realidad y de los hechos del hombre.
Más, hay que tener presente, que todas estas reivindicaciones siempre son sesgadas y nunca llegan a representar la plenitud del pasado. Siempre, quienes se apegan a lo antiguo,  pierden la perspectiva de que ellos son producto de la evolución irreversible de todo lo humano, por ley biológica y natural. Nada de lo que existe lo es para siempre. Hasta lo más inmutable terminará entrópicamente mutando en algún proceso nuevo. Más aún lo que tiene que ver intrínsecamente con lo humano y con sus ideas y motivaciones.
Probablemente los antiguos, considerándose gigantes con la reivindicación de los “verdaderos y puros usos y costumbres”, reclamaron el legado de los gigantes que fundaban lo que era como ellos: irrenunciable. Menospreciaron - como todos los gigantes -, a los pequeños, a los enanos, a los insignificantes precursores. Sin embargo, no se dieron cuenta que los modernos, aquellos enanos, estaban parados sobre sus hombros viendo el horizonte, como dijeron De Chartres y Newton, es decir, estaban viendo más lejos y mejor.
Desagulliers y Anderson, como Newton y los miembros de la Royal Society, pensadores e intelectuales modernos de su tiempo, respetando el valor de la tradición, delinearon un nuevo tiempo, donde se iniciaba el reconocimiento a la diversidad y a la libertad.
Ellos impusieron la idea de una religión en la que todos los hombres debían estar de acuerdo. Un concepto ideal, frente a una realidad dramática. Aquella frase demuestra una perspectiva tolerante, que respeta la diversidad, que respeta la condición y denominación de cada cual en relación a los credos y cualquiera de sus convicciones.
Hoy día, bajo el imperio de las convenciones de derechos humanos, debemos reivindicar el legado de la Gran Logia de Londres y su aporte al valor de la diversidad de convicciones, y prontos a cumplir tres siglos le debemos el más trascendente homenaje a su legado y su modernismo.
También debemos revindicar el alma mater de las ideas que promovieron la búsqueda de los misterios de la Naturaleza y la promoción de las nuevas ideas: la Sociedad Real de Londres para el Avance de la Ciencia Natural.




[1] Ver: “La Guerra de los Treinta Años”. Serie Monografías Históricas. Edit. Sopena. Barcelona, España. 1900.
[2] En Internet hay abundante información relacionada con los reyes y las conspiraciones que hicieron de Inglaterra, durante el siglo XVII, un escenario marcado por los conflictos religiosos.
[3] “La Real Sociedad y la Francmasonería”. Francisco Sohr. Instrucción Preliminar. Anuario 3. R:.L:.I:.E:.M:. “Pentalpha” n° 119

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