domingo, 8 de abril de 2018

El moderno O´Higgins y su victoria política en Maipú


(Disertación efectuada el 04 de abril de 2018, en Rancagua, con motivo del bicentenario de la batalla de Maipú)

Introducción

El pensamiento moderno, aquel que se incuba y desarrolla bajo la Ilustración y que cambia el curso de la Humanidad a través de los profundos cambios en la filosofía, en los descubrimientos científicos, en la emergencia de los derechos políticos y en el derrumbe del Absolutismo, produjo transformaciones decisivas en el modo como Occidente concebía el orden social y político.
El Siglo de la Luces derrumbó gran parte de las afirmaciones sobre el hombre, la sociedad, la economía y el poder, que habían predominado durante toda la Edad Media, determinando el destino de las personas de un modo subordinado, ya sea al feudalismo y al absolutismo, o al poder religioso proveniente del papado.
El pensamiento moderno y la Modernidad como una nueva comprensión de la historicidad humana derrumban el antiguo régimen, e introducen la comprensión de que los problemas del hombre estaban en el campo de acción del hombre, y no en un poder presuntamente devenido de un determinismo divino, interpretado y expresado a través de los vicarios papales y su alianza con las coronas católicas europeas.
Con la Modernidad llegó la diversidad religiosa (protestantismo), una nueva y terrenal concepción estética, una ética humanista, y una nueva concepción política que ponía en los ciudadanos el poder constituyente de los Estados.
A partir de entonces, la política fue erradicada de los cortesanos, de los cardenales y de los monarcas, y pasó a ser del dominio de las asambleas y de los representantes del pueblo, manifestándose tangiblemente en dos grandes procesos históricos: la independencia de las 13 colonias inglesas de América del Norte y de la revolución francesa. Advino la convicción republicana y la soberanía del pueblo.
 Luego, la América española comenzaría a vivir los mismos procesos, los que fueron más lentos, producto del peso cultural colonial más arraigado a la terratenencia, aún con perfiles propios de la época feudal.
Esta exposición quiere poner el acento en lo que fue la construcción política del proceso independentista y en el rol político del hombre que determinó la independencia de Chile, y que se selló en un hecho de armas, del cual celebramos 200 años.
Sin embargo, debemos tener claro que, lo que se produjo en Maipú, fue el triunfo de una política para lograr la emancipación. Desde luego, el triunfo de Maipú no eliminó la presencia de fuerzas españolas en Chile, sin embargo, erradicó del país precisamente el control político de la Corona Española sobre el territorio chileno de un modo irreversible y se impuso la idea de una república.
Al iniciar esta mirada a los acontecimientos de hace 200 años, no escapa a este expositor, en la perspectiva de evidenciar la política del moderno O’Higgins, la afirmación del prusiano Clausewitz, militar y teórico de la guerra, para quien esta – la guerra - es solo la continuación de la política por otros medios.
Creo que O´Higgins fue una gran figura política que evidencia la máxima de Clausewitz.  El campo de acción más privilegiado del Padre de la Patria siempre estuvo en lo político, y de esa forma inicia su incursión en la historia chilena, del mismo modo que la termina. Sus glorias militares, merced a su arrojo y valentía, solo fueron la complementación de su comprensión y acción política, que fue decisiva para lograr la emancipación y la republicanización de Chile y Perú, y de alguna manera, en acontecimientos que ocurrieron junto al Río de la Plata, solidarizando con tropas en los eventos de ese país.

O´Higgins, un líder político moderno

El joven O´Higgins llegó a Inglaterra en medio del apogeo del desarrollo del pensamiento moderno, aquella enorme revolución cultural que conocerá cercanamente a través de quien será su maestro político por excelencia: Francisco de Miranda, privilegio que, bien sabemos, no tuvieron ni Bolívar, ni San Martín, ni Carrera. El venezolano es, sin duda, la figura política e intelectual moderna más significativa en el ámbito de la concepción del proyecto emancipacionista de las colonias españolas.
La relación discipular que el joven chileno tiene con Miranda, sin duda, dio el soporte ideológico que sustenta el pensamiento político o´higginiano. Penetrar el pensamiento de O´Higgins es fácil, conociendo sus decisiones y la orientación de su política, pero, por sobre todo, se deja entrever con claridad en sus cartas. Es en su epistolario donde se constatan las fuentes del pensamiento moderno de O´Higgins. No se advierte allí la condición de un teórico modernista, sino de un hombre de acción inspirado con las ideas de la modernidad: la idea de progreso, la idea de la libertad individual, la soberanía de los pueblos, la libertad de conciencia, el espíritu de fraternidad, la razón – entendida esta como decisiones y paradigmas asociadas a lo humano -, una comprensión donde el porvenir sustituye el determinismo del pasado y manifiesta la opción política de cambiar las reglas del ordenamiento social. La modernidad es cultural y políticamente la emancipación de las doctrinas y tradiciones, y, en consecuencia, la emancipación de la legitimidad construida por las ideas absolutistas.
Si hay algo realmente significativo en la emergencia de O´Higgins como protagonista de la independencia de Chile, es precisamente que lo hace desde la política y con un sello objetivamente moderno. Es un hombre que trae las nuevas ideas, que propone lo moderno. Su relación con los hombres más ilustrados y emancipados de la provincia sureña de Concepción lo irán validando como un actor de creciente protagonismo, entre 1810 y 1813, precisamente por las ideas que señala.
Es en la provincia sureña, donde formará sus propios discípulos y donde se relacionará con el integrante de la Junta de 1810, Juan Martínez de Rosas, el político intelectualmente más adelantado en favor del independentismo, dentro de la realidad que surge del primer episodio autonomista chileno.

La política chilena en la llamada Patria Vieja

Los acontecimientos que marcan la historia de la llamada Patria Vieja, que no es otra cosa que el primer proceso por establecer una autoridad política autónoma en Chile, como consecuencia de los eventos de España, donde había algunos con intenciones de romper todo vínculo con la Corona, otros con la pretensión de un nuevo trato con el poder colonial, y otros con la clara disposición de cautelar el poder realista.
Lo que evidencian tales acontecimientos de modo más perdurable en la historiografía chilena, es el choque creciente entre dos figuras que representarán la voluntad independentista, y que provocarán una desgastante dicotomía dentro del bando que buscaba poner fin al vínculo colonial: José Miguel Carrera y Bernardo O´Higgins.
Si pensamos que, en ese periodo, la pugna estaba determinado por el choque político y militar entre patriotas y realistas, estamos en un error. Los intereses eran variados respecto a lo que se pretendía. También eran variables. Había una gama de intereses y miradas que provocaban cambios constantes de intereses, a medida que los acontecimientos políticos, iniciados con la Junta de Gobierno de 1810 y que fueron desarrollándose hasta el desenlace doloroso de Rancagua.
Cuando se analiza el fracaso independentista de la Patria Vieja, todo se atañe a la cuestión militar y la pugna creciente entre los dos generales en jefe que tuvieron las tropas chilenas. En realidad, ambos actuaron como consecuencia de los intereses políticos que se dieron en el seno de las familias que sostenían el tramado político en que se trataba de construir una institucionalidad autonomista.
Allí estaban las poderosas familias terratenientes criollas, los mercaderes, la emergente clase media colonial y criolla, y los intereses de españoles que estaban cansados de tributar de manera extenuante a una lejana Corona, que actuaba a través del Virreinato limeño, muchas veces con poca comprensión frente a las dificultades cotidianas de los propietarios y emprendedores de la Capitanía General de Chile.
Muchos de los componentes de estos grupos de interés, no vacilaron en algún momento en variar su compromiso con la causa independentista y simplemente retroceder en sus planes, en la medida que los acontecimientos eran favorables o desfavorables. Eso es patéticamente evidente en el primer intento de independencia, que fue militarmente derrotado en Rancagua
Es, en ese ambiente de intereses políticos controversiales y muchas veces inconstantes, donde emerge la figura política del hijo del irlandés que fue Virrey, asociada a aquellos intereses del sur, cuyo centro de poder estaba en Concepción.
Aquel joven moderno, propietario de una vasta heredad en Las Canteras, merced a su posición y a su pensamiento político, en la medida que su abogado Juan Martínez de Rozas toma una posición creciente en el medio político colonial, irá adquiriendo un ascendente rol que parte con su designación como Subdelegado de Los Ángeles.
Es en la provincia de Concepción, que abarcaba todo el sur chileno de entonces – las otras provincias eran Santiago y Coquimbo -, donde comienza a gestarse el rol político de O´Higgins, y lo hace de manera cada vez más gravitante. Apenas constituida la Junta de 1810, O´Higgins propone a Martínez de Rozas la creación de un Congreso Nacional y la libertad de comercio. Se considera que la idea del Congreso Nacional es una idea matriz en el pensamiento de O´Higgins, que Rozas impulsó para hacer realidad.
Como toda instancia que surge de la inexperiencia, ese Congreso estuvo marcado por las dificultades, los errores y las contradicciones propias de una emergente institucionalidad política. Sin embargo, fue el comienzo de una política autonomista, y a donde llegó el discípulo de Miranda como Diputado, por mandato de los electores de Los Ángeles. Sin duda, aquel primer Congreso fue la primera señal política de modernidad dentro de la realidad colonial de Chile.
Es cierto que no se debatieron allí grandes proposiciones hacia la emancipación, pero fue la primera vez que se formó una instancia institucional, donde se expresaron los intereses políticos presentes en aquellas tres provincias de la Capitanía General de Chile, dependiente del Virreinato del Perú, y por su intermedio de la Corona española.
Algunos padecimientos de salud, condicionaron la presencia y protagonismo en aquel Congreso de nuestro personaje, pero una de sus iniciativas, revolucionarias para su tiempo, lo obligaron a participar en su debate: el proyecto que presentara para erradicar los cementerios de las áreas urbanas, en un tiempo en que la clase pudiente concebía “como único lugar de descanso eterno, las iglesias y los templos, lugares más próximos a la divinidad y al perdón de los pecados” (Ibáñez Vergara).
El breve funcionamiento de aquel primer Congreso Nacional, con representantes de las tres provincias, y donde estaban también expresadas las tendencias con sus matices, desde los realistas hasta los partidarios de la independencia, terminaría en diciembre de 1811, luego de las dos acciones de fuerza lideradas por José Miguel Carrera, que provocaron los cambios en las Juntas de Gobierno y en la composición del Congreso Nacional.
Los acontecimientos que siguieron estuvieron dominados por las decisiones de Carrera y su protagonismo basado en las armas, hasta el desenlace doloroso de Rancagua. Pese a la derrota y la audaz fuga desde la plaza de Rancagua, en medio del encarnizado sitio de las tropas españolas, la figura de O´Higgins seguiría creciendo. Reunidos en Santiago en las horas siguientes, ambos generales no estuvieron de acuerdo en lo que debía hacerse frente a la derrota, y O´Higgins toma la decisión de buscar apoyo al otro lado de Los Andes y emprende el camino a Mendoza, con el poco contingente militar que le quedaba, y con los civiles que se sumaron al éxodo, ante el peligro de represalias de la restauración española.
Aquella decisión de O´Higgins otorga un sentido político a ese éxodo, al que Carrera, después de insistir en su pretensión de replegarse a Coquimbo, terminó por sumarse. Sin embargo, estaba claro que ambos seguirían en el futuro opciones absolutamente diferentes, y que dividen aún hoy a quienes leen la historia de entonces, a partir de sus simpatías por cada uno de ellos.
        
La articulación política del exilio y el Ejército de Los Andes

El exilio en Mendoza fraguó dos estrategias políticas distintas en ambos jefes político-militares, que marcaron la historia de la independencia chilena. O´Higgins, bajo el influjo del pensamiento de Miranda, basó su política en el sentido y propósito americanista. La opción de Carrera era más personal, era más local, más de las provincias de Chile, y no tenía el alcance que el pensamiento mirandino produjo en O´Higgins.
La derrota chilena en Rancagua, para este, era la derrota de todo el movimiento emancipatorio americano, por lo tanto, las Provincias Unidas del Río de la Plata estaban amenazadas en su flanco occidental, por las fuerzas que provenían del Virreinato del Perú. Los líderes de las Provincias Unidas sabían que, si no se conjuraba el peligro del Perú, su propio proceso de independencia estaba en riesgo. Las amenazas de enfrentar una expedición española frente a sus costas era también una posibilidad latente. Así era como O´Higgins entendía la situación, con una mirada más amplia que la de Carrera. Esa opción política de O´Higgins tendría una coherencia que se mantuvo hasta su exilio en Perú, en 1823.
Mientras estuvo en aquel exilio, en Mendoza y Buenos Aires, O´Higgins se dedicó con celo a trabajar en torno a aquella estrategia para liberar a Chile y al sur americano del dominio español, la cual, por lo demás, siendo el gran objetivo político, necesariamente requería una solución militar. Carrera, en tanto, se plantó en Mendoza casi renuentemente y reclamando derechos.
Mientras O´Higgins, con más sentido político, entendía la naturaleza de los procesos que vivían las Provincias Unidas del Rio de la Plata, y buscó alianzas sin exigir para sí más allá que un lugar en el propósito común, Carrera seguía demandando reconocimientos y preponderancias donde no tenía la fuerza para imponer sus condiciones. De allí que, pese a logros transitorios por los cambios en el poder en las Provincias rioplatenses, cuando Alvear tuvo transitoriamente el poder, Carrera resolvió partir a Estados Unidos a buscar el apoyo que del otro lado de Los Andes no encontraba y la dignidad que no se le reconocía.
En Buenos Aires, sin embargo, O´Higgins tomará una ventaja determinante, al incorporarse a la Logia Lautaro que existía en esa ciudad desde 1812. La habían fundado San Martín, Álvarez y Alvear. Luego de una modesta vida en esa ciudad, y de un año de tratativas con las autoridades de las Provincias Unidas, regresa a Mendoza con el nombramiento de Brigadier del ejército que, a iniciativa de San Martin, se estaba formando para enfrentar a las fuerzas españolas en las provincias chilenas.
Poco a poco, por su prudencia y capacidad de integrar el equipo organizador de la fuerza armada en formación, O´Higgins se transformó en el segundo hombre tras el liderazgo de San Martín. Ciertamente, aquella expedición militar tenía un componente chileno, de aquellos que habían cruzado la cordillera hacia el exilio junto a O´Higgins y Carrera y que habían combatido a los españoles en las contiendas que culminaron con la derrota de Rancagua. En ese contexto, la ponderación, el buen juicio, la eficiencia, la lealtad con el propósito emancipador americanista del Brigadier, le hicieron ganar respetabilidad y ascendiente entre la tropa chileno-rioplatense en preparación y entre los civiles mendocinos.
Cuando ya ese ejército estaba en Chile, enfrentando a las tropas españolas, el crudo invierno de 1817, detuvo las acciones de ambos bandos, O´Higgins se preocupó de establecer un hecho político de importancia jurídica: comunicar al mundo la condición independiente de Chile. Era necesario proclamar la independencia y para ello se requería poner en el papel un acto que fuera irrefutable desde el punto de vista del testimonio jurídico. 
La redacción inicial fue encargada a Miguel de Zañartu, que fue objetada por O´Higgins por estar teñida de una exclusiva mirada religiosa. Ese es un testimonio de modernidad incuestionable, en el pensamiento o´higginiano. Su carta donde objeta esa redacción expresa: “La protesta de fe que observo en el borrador, cuando habla de nuestro invariable deseo de vivir y morir libres defendiendo la fe santa en que nacimos, me parece suprimible en cuanto no hay en ella una necesidad absoluta y que acaso pueda chocar algún día con nuestra política. Los países cultos han proclamado abiertamente la libertad religiosa (…) Yo, a lo menos, no descubro el motivo que nos obligue a protestar la defensa de la fe en la declaración de nuestra independencia”.
El texto, reformado por una comisión, fue puesto en todas las ciudades, junto a un libro, para que los habitantes de ellas lo refrendaran, a fin de darle el necesario apoyo popular a esa declaración, contra la idea de algunos que señalaban que era un acto que debía emanar del Congreso.
Sabemos que existe una discusión sobre en que lugar fue proclamada por O´Higgins y que esta ha cumplido también 200 años en el pasado mes de febrero, sin embargo, es un hecho que el día de la celebración del primer aniversario de Chacabuco, el Director Supremo Delegado, Luis de la Cruz, juró la declaración de Independencia “dada en el palacio directoral de Concepción el 01 de enero de 1818”, con la primera firma del Director Supremo don Bernardo O´Higgins.
La tregua obligada por el invierno de 1817, entre las fuerzas radicadas en Concepción y Talcahuano, permitió al Virrey del Perú enviar refuerzos al mando del General Osorio. Era un contingente experimentado y bien preparado para establecer la restauración definitiva del régimen colonial. Ello obligó a O´Higgins a replegarse hacia la línea del Maule, donde también llegaron las tropas al mando de San Martín, que tomó el mando y diseñó la estrategia, desplegando las divisiones para tener una batalla decisiva el 20 de marzo, en Cancha Rayada, cerca de Talca.
Sin embargo, Osorio, en un gesto de audacia atacó la noche del día 19, lo que produjo un desbande generalizado, que impidió un reagrupamiento en medio de la oscuridad de la noche. Al amanecer, San Martin reagrupó parte de las fuerzas en San Fernando, a donde llegó O´Higgins herido de un brazo. Mientras tanto, la población de Santiago, al conocer las noticias entraba en pánico y comenzó a gestarse un nuevo éxodo hacia Mendoza. Felizmente, Gregorio Las Heras había sido más exitoso en reagrupar las fuerzas, y llegó con más de 4.000 soldados.
En Santiago, los carreristas creyeron llegada su hora, y a través de Manuel Rodríguez circularon la noticia de la muerte de O´Higgins y la huida de San Martin, y formó un escuadrón de caballería que denominó “Húsares de la Muerte”, conformado por 200 hombres armados de sables y pistolas. Un cabildo abierto de Santiago, el 23 de marzo, fue el escenario en que Rodríguez trató de manejar los temores, pero a él se opusieron Joaquín Prieto y Miguel Zañartu. Este envió una nota a O´Higgins informando de la situación, el cual llegó a Santiago la madrugada del 24 de marzo, en medio de la fiebre por la herida y el agotamiento de las jornadas anteriores.
La sola presencia del Director Supremo restableció el orden, mientras las tropas patriotas al mando de San Martín se desplegaban al sur de Santiago, en Ochagavía, y bloqueando la posibilidad de que las fuerzas de Osorio pudieran tomar el camino de Valparaíso. De esta manera el lugar de batalla quedaba dispuesto en Maipú, a 10 kms de Santiago. El genio militar de San Martín impuso la obligación a Osorio de enfrentarse de manera definitiva. Se produjo una batalla sangrienta, que obligó a Osorio a huir y a replegarse a Lo Espejo. Cuando la batalla estaba ya decidida, O’Higgins llegó a reforzar las fuerzas patriotas con un cuerpo de milicias, de cadetes y huasos a caballo.
Lo que quedó de la fuerza española se replegó a Talcahuano y siguió luego una guerra infame de guerrillas y montoneras, que no permitió a los realistas reagruparse debidamente para ofrecer nuevamente batalla. En septiembre, Osorio debió embarcar lo salvado por orden del Virrey. Hubo ciudades del sur que siguieron bajo el control español, y hubo nuevos enfrentamientos, pero la realidad fue que el poder realista había quedado definitivamente erradicado del país después de su derrota en Maipú.

La victoria de Maipú y su consecuencia política

El triunfo de Maipú, que recordamos en su segundo centenario, tuvo efectos en todos los países que luchaban por su independencia en América del Sur. Para O´Higgins aquella victoria de armas, le otorgó las condiciones para tomar parte en el gran teatro de la historia, y encabezar el primer gobierno independiente y soberano de Chile e insertarse destacadamente en el movimiento emancipacionista de América del Sur. Fue, indiscutidamente, su victoria política, aquella que configuró en su exilio en Mendoza.
No fue la política de O´Higgins una manifestación de intereses localistas. Lo que buscó al cruzar la cordillera, luego del desastre de Rancagua, no fue formular solo una estrategia de socorro para los chilenos frente a la derrota militar. Lo que hizo al llegar a Mendoza, fue afirmar frente a las Provincias Unidas del Río de la Plata la política común de independencia de todos los países sometidos a la Corona española.
Allí está la diferencia de foco de lo que será la política de Carrera. Para este general, el objetivo siempre fue volver a tomar el control político y militar de Chile, que consideraba le había sido arrebatado por los españoles y por sus adversarios criollos. La intención de Carrera de ser reconocido como el líder político y militar de Chile, por parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata, fue el foco de su política. Es eso lo que marca de modo constante las actividades de Carrera en su permanencia argentina, antes y después de su viaje a EE. UU. Solo cuando Alvear controló en poder en la Provincias Unidas del Rio de la Plata por tres meses, en 1815, Carrera tuvo una opción de desarrollar su propia estrategia, merced a la antigua amistad que tuvieron luchando por España contra el ejército de Napoleón. Su viaje a Estados Unidos da cuenta de su imposibilidad de desarrollar una estrategia eficaz en las provincias argentinas, luego de la caída de Alvear. Ello lo dejará al margen de incidir en el proceso que culmina en Maipú.
O´Higgins, en tanto, no tiene problemas en subordinarse a quienes tengan la capacidad, en ese momento, de formar una fuerza expedicionaria que no solo libere a Chile, sino que termine por derrotar el poder colonial firmemente asentado en el Virreinato del Perú. La estrategia de O´Higgins tiene la virtud de contemporizar de forma mucho más concreta con lo que está ocurriendo en la América Española. Esta se encontraba sometida a los riesgos de restauración realista en el Río de la Plata, mediante el desembarco de una fuerza restauradora. El Virreinato de Perú podía ser capaz de generar un escenario que preparse un gran ataque contra las Provincias Unidas, ya sea desde Chile o desde Alto Perú, por las espaldas rioplatenses.
Esa comprensión estratégica de la realidad sudamericana hace que la política de O´Higgins adquiera más envergadura con el paso del tiempo, sumado a las dotes personales de un talento flexible, preparado para las contingencias inesperadas, sin lazos familiares y de clase social que le impongan obligaciones de grupos, lo que le da más independencia para tomar decisiones según sus personales convicciones.
Con modestia y lealtad a sus aliados, sumado al prestigio de que gozaba entre los soldados y civiles chilenos que compartían el exilio mendocino, fue inclinando la balanza y favoreciendo el contexto de esa política, y pronto se convirtió en el segundo hombre tras San Martín, en los preparativos de lo que sería una fuerza expedicionaria contra las fuerzas españolas que controlaban las provincias chilenas.
Pero en política y en su continuidad por medio de la guerra, los triunfos no son definitivos. O´Higgins, sabía que el triunfo de Maipú sería efímero si no se atacaba y destruía el poder español radicado en Perú. De allí que Maipú fue un triunfo político que solo le daba el poder, pero no para solazarse del éxito, sino para seguir desarrollando la estrategia de emancipación.
Sabemos lo que siguió: la Escuadra Libertadora, los altos costos de la expedición al Perú, una relación de claroscuros con San Martín (promovida por ese general y no por O´Higgins), los costos económicos de la presencia de montoneros realistas en el sur, y los costos políticos de su coherencia con el proceso de independencia, que terminaron llevándolo al exilio al país que había ayudado a emancipar, ya no por causas españolas sino por motivaciones chilenas.
La política, bien sabemos, cambia según los intereses en juego. Cuando no hubo intereses marcados por la contradicción entre patriotas y realistas, aparecieron los conflictos de intereses entre los dirigentes de Chile, donde las antiguas familias de criollos comenzaron a hacer valer su condición y sus aspiraciones. O´Higgins, sin familia poderosa tras de sí, sin tener círculos relacionales en la aristocracia criolla, y solo dedicado a sus altos ideales, fue defenestrado y abandonó Chile para morir en el exilio, y solo pudo volver a través de sus restos, décadas después, para conquistar la gloria. Solo entonces pudo ocupar el lugar que le reservaba la historia, merced a los elementos mesocráticos que se consolidaban en Chile en la segunda parte del siglo 19.

A modo de conclusión. La política de O´Higgins.

La política de O´Higgins tuvo un fundamento esencialmente moderno. No debemos suponer que su pensamiento fue el de un erudito filosófico o un teórico. Era, sin duda, un político de acción.
Su pensamiento moderno estaba caracterizado por los siguientes elementos:

1)      El emancipacionismo
La comprensión de O´Higgins respecto del proceso independentista americano se inserta con nitidez respecto de lo que es la emancipación del absolutismo. Es la lucha contra el antiguo régimen y sus aliados, contra las Coronas europeas que representan la opresión, la subyugación y la antítesis de la idea de libertad, y contra los poderes que facilitan su continuidad.

2)      El americanismo
Ciertamente el héroe del Desastre de Rancagua tenía una firme convicción en torno al carácter americanista de la emancipación de España. Esa comprensión de que todos los países americanos eran parte de la misma gesta, domina sus decisiones políticas y el mejor reconocimiento a su compromiso con ese esfuerzo lo hace Perú cuando lo nombra Mariscal en su condición de exiliado. De esa forma, asumió la inspiración de Miranda con un compromiso que será causa de sus profundas diferencias con la clase dirigente que toma el control de Chile después del triunfo de Maipú.

3)      Republicanismo
Pocos, en la lucha por la emancipación, tenían la convicción republicana de O´Higgins, y que lo señala como el personaje de su tiempo más influido por la Modernidad. La idea de un país donde todos eran iguales en el ejercicio político, y que el poder emanaba de la voluntad popular, es un dato irrefutable de su pensamiento. Dentro de las limitaciones de la guerra de emancipación, hizo más de un esfuerzo para la que soberanía del pueblo se expresara, y cuando consideró que no contaba ya con la voluntad de ese pueblo, no vaciló en tomar el camino de la abdicación.

4)      Modernismo
En muchas de sus decisiones de gobierno, se advierte su comprensión del tiempo histórico señalado por el Iluminismo. En esa comprensión, se advierte su interés por la diversidad religiosa, un aspecto tipificador de la Modernidad. Su esfuerzo por establecer un sistema de educación lo hace traer a un protestante para desarrollar un nuevo concepto educativo. Como buen modernista, considera que la educación es fundamental para el desarrollo de las conciencias y para hacer un país progresista. Pese al carácter dictatorial de su gobierno, impuso su deseo de contar con un parlamento – el Senado Conservador -, que equilibrara aquel poder omnímodo. Fue el impulsor de un cementerio general, para terminar con el poder y las exclusiones de los cementerios en torno a las iglesias católicas. La eliminación de los títulos de nobleza y los escudos de armas, es otra de las manifestaciones con que el modernismo pudo crear una concepción de igualdad, para poner fin al Antiguo Régimen.

En tiempos recientes, la historia chilena ha sido interpretada por un grupo de jóvenes historiadores, con una mirada más audaz e impertinente, que nuestros historiadores tradicionales. En su tercer libro, uno de ellos – Jorge Baradit – hace un análisis de nuestros símbolos patrios, en uno de sus capítulos (“La historia secreta de Chile 3”. Penguin Random House. Enero 2018).
Para este historiador, lo que los emancipadores como O´Higgins buscaban era “que la ciencia y la reflexión fueran las fuentes que entregaran las respuestas; que la naturaleza pudiera ser explicada a través de leyes científicas y no mediante designios religiosos, que la política no estuviera definida por rangos de nobleza ni reyes de origen divino, sino por los hombres y su consenso; que el bien común fuera lo que moviera a los gobernantes y no las pataletas azarosas de un rey ni las interpretaciones subjetivas de los libros sagrados”.
Rescata luego, el sentido de lo republicano: “En la República la única salvación posible es la de todos, no solo la de los más fuertes, mejor educados, los que tienen más dinero o los más pillos. La República no es la selva donde el más débil, el discriminado, se jode. Es, justamente, la creación de un sistema de gobierno en el cual todos, incluso el más débil, puede alcanzar su potencial y donde los más fuertes tendrían la responsabilidad y el deber de ayudar hacia abajo”.
Creo que esas palabras son el mejor homenaje a hombres como O´Higgins, que trajeron a Chile la luz de la razón y la modernidad. Y, en su momento, él más que ninguno.

El aporte ético en la república y la democracia


(Artículo publicado en Revista "Occidente", edición de marzo de 2018)

Las organizaciones éticas – como lo es la Masonería -, están llamadas a jugar un rol fundamental en la reflexión de la sociedad de la que son parte, no solo en relación con los problemas que afectan la cotidianidad de las personas, sino también respecto de lo que implica la presencia y desarrollo de procesos que pueden afectar fundamentalmente la condición humana, el carácter de su convivencia y las formas instituidas de organización social.
Cuando observamos el desempeño de las organizaciones éticas en la realidad contemporánea, comprobamos que, muchas veces, se transforman en un problema para las decisiones de los Estados y de quienes ejercen el poder, ya que lo que hacen es, precisamente, evidenciar miradas distintas a las lógicas de interés, que son propias de todo conflicto político, y ayudan a sostener ciertos principios y valores que atañen al desarrollo de derechos y concepciones fundamentales en torno a la persona humana y al hecho colectivo de vivir en sociedad.
Ese es uno de los grandes legados que ha dejado la modernidad, como proceso reflexivo de los fines del hombre, y el humanismo, como idealidad del valor de lo humano más allá de toda circunstancia que lo limite. Es bueno tenerlo presente cuando muchas voces, en ocasiones o reiteradamente, se valen del paternalismo o de cierta propensión inductiva, para imponer argumentos superiores a lo intrínsecamente humano, así como buscan la hegemonía de argumentos de intereses de grupos de poder específicos, frente a lo que representa la racionalidad por excelencia del propósito humano legado por la modernidad: realizarse cada cual en la oportunidad única de la vida, en la constante contradicción entre la autonomía personal y la necesidad de convivencia en sociedad.
La importancia de las organizaciones éticas está en poner el acento en la preocupación de las sociedades en torno a determinados valores y principios, que tienen una importancia fundamental en los arreglos que hacen posible, precisamente, superar la dicotomía entre la autonomía personal y las obligaciones que nos impone la vida en sociedad.
Si bien ello parece determinado oportunamente por el Derecho, la realidad es que el aporte de las organizaciones éticas está precisamente en prever lo que aquel no asume aún como una constatación o necesidad, o aquello que las prácticas de personas o grupos han impedido o coartado como una práctica legítima o una obligación social socialmente válida.

El efecto de la modernidad

En toda sociedad democrática, y aún en las que dramáticamente no lo son, la política ocupa un lugar fundamental para la resolución de los conflictos y en la construcción, validación y garantización de los derechos. También, para actuar en sentido contrario a esa perspectiva cuando los fines no están enmarcados en la democracia. La nobleza de la política, cuando ella institucionaliza la resolución de los conflictos de intereses mediante el diálogo y el bien común, es un valor indiscutido de cualquier sociedad que consideramos sana en sus formas de convivencia y en su institucionalidad.
Sin embargo, la propia naturaleza de los conflictos y su alcance, que se hacen presente en cualquier sociedad, puede provocar la enfermedad política de la democracia, su crisis o su hecatombe. La historia nos enseña como hubo sociedades que se aproximaron a cierta idealidad en un conjunto de prácticas, que muchos apreciamos como fundamentales para una buena institucionalidad o una forma ideal de convivencia, pero que cayeron en reversiones ocasionales o definitivas.
Muchas de esas experiencias las hemos usado como paradigmas, aun con sus defectos. Así, verbigracia, cuando pensamos en la república y la democracia, muchas veces pensamos en el legado griego como un basamento de reflexión. La república norteamericana también ha sido fuente de paradigmas, como lo ha sido la Francia revolucionaria de 1789 y 1848. También validamos modelos del último siglo, donde la politología ha incursionado en profundidad, por ejemplo, en la experiencia de la llamada República de Weimar.
Más allá de los paradigmas, una buena sociedad será siempre aquella en que los conflictos políticos, consustanciales a la existencia de intereses contrapuestos y en diálogo, se canalicen a través de espacios institucionales legitimados por todos y garantizados por el Derecho, y donde prevalezcan los derechos fundamentales inherente a lo humano.
Sin embargo, las capacidades humanas no son estancas, y cada día lo humano enfrenta nuevos desafíos, muchas veces provocados por la propia capacidad individual y colectiva de crear y construir nuevas realidades e ingenios. La importancia de la modernidad ha sido precisamente constatar la progresión como un resultado consustancial de la actividad del hombre y como un hecho evolutivo que surge de las capacidades creativas humanas. No en vano, en más de 300 años de modernidad el hombre ha creado ingenios y procesos que han cambiado su modo de vida radicalmente.
Una de las consecuencias de la modernidad, es precisamente la emergencia de la reflexión ética sobre lo que el ser humano hace, en tanto las acciones humanas traen consecuencias en los demás seres humanos. El gran valor de la reflexión ética, originada en el pensamiento griego clásico, es sustituir la comprensión conductual determinada por un determinismo por una toma de responsabilidad personal reflexiva frente a los demás.
Es así como, en tres siglos, desde una reflexividad liberada del sentido del pecado, la historia humana ha construido una multiplicidad de derechos y ha tomado cuenta de los problemas que afectan esos derechos, complejizando los ámbitos de preocupación y de resolución de los problemas que afectan o favorecen el existir humano. En esa complejidad aparecen múltiples organizaciones que vienen a expresar el sentido de la convivencia humana, su alcance y sus necesidades.

La función de las organizaciones éticas

En el principio de la modernidad, y hasta parte del siglo XX, hubo organizaciones que eran capaces de expresar no solo el interés político, sino también el interés de reflexión ética y el interés por demandas y reivindicaciones. Grandes movimientos sociales aunaron no solo la práctica política, sino también la promoción de los derechos y la lucha social por aquellos. Las revoluciones del siglo XVIII, las emancipaciones americanas, las revoluciones de 1848, la comuna de París, el movimiento obrero, las demandas sufraguitas de la mujer, etc. dan cuenta de la convergencia en una organización de lo político, lo ético y lo reivindicativo, en un propósito de consumación de derechos y formas de convivencia.
Sin embargo, la complejización de los problemas de las sociedades de la era postindustrial, han ido separando los fueros institucionales y las responsabilidades de cada organización o institución. Así, hoy los roles institucionales y organizacionales, como muchas de las actividades humanas, tienden a separarse y compartimentarse.
Contemporáneamente, no podemos pensar la república y la democracia, sin organizaciones políticas, sin organizaciones reivindicativas de los derechos e intereses, y sin organizaciones que apunten a la reflexión ética, estas en el preludio de los derechos y la manifestación del interés particular de proteger y estimular ciertos valores esenciales de la convivencia social.
Desde esa separación creciente de funciones, las organizaciones éticas se han convertido en la oportunidad de poner énfasis en aquellos valores que son fundamentales, frente a una actividad política que, a veces, está determinada por sesgos ideológicos o particularidades de poder, que lesionan o amenazan los propósitos de bien común que debe tener toda actividad política en democracia. El mismo rol atañe a las organizaciones éticas, cuando las demandas sectoriales – sobre todo reivindicativas - buscan imponerse por sobre ese bien común, aún en la legitimidad de sus aspiraciones.
De allí la importancia de sacar a las organizaciones éticas del marco de lo específicamente político o reivindicativo, es decir, de la pugna de intereses legítimos en una sociedad democrática, para que puedan tener la capacidad de anticiparse al establecimiento de derechos y conductas, previendo siempre que ellos se impongan bajo la sustentación de valores que promuevan las mejores prácticas y las mejores conductas en la cotidianidad del ejercicio republicano y democrático.
La necesidad de tener organizaciones éticas dedicadas a cumplir su tarea informadora y formadora de buenas prácticas y buenas conductas sociales, así como poner el valor de lo humano ante las nuevas realidades, es el gran desafío que estas organizaciones e instituciones deben asumir, más allá de todo interés político particular o de un interés reivindicativo específico. Su responsabilidad es prever el alcance del valor de lo humano, sus oportunidades y amenazas, antes del Derecho y de las consecuencias de las decisiones que competen a los organismos, instancias o instituciones de la democracia y la república.

El rol de la Masonería en la república

La Masonería es, tal vez, una de las primeras instituciones éticas de la modernidad, y su vigencia radica, precisamente, en que pone en su centro la construcción de buenas prácticas y buenas conductas en beneficio de la sociedad y de la Humanidad. Hay valores supremos que le son característicos y que han sido una contribución esencial en la forma en que se han organizado las democracias, más allá de donde haya sido exitosa o haya experimentado reversiones históricas.
Desde sus orígenes formales e informales, como organización ética, ha pregonado entre sus miembros los valores fundamentales del humanismo, desde su mirada dieciochesca hasta las miradas de las convenciones de derechos humanos que hoy imperan en las sociedades democráticas, para construir una práctica social que garantice el valor de lo humano y una convivencia de derechos y deberes basada en la fraternidad, la tolerancia y la filantropía.
Como toda organización ética, trata de prever los escenarios que presenten amenazas a esos propósitos y que pueden afectar el valor de lo humano y la convivencia, al Derecho y su imperio.
En el análisis del tiempo que vivimos, ciertamente hay desafíos formidables: el deterioro medioambiental, la pérdida creciente de los recursos no renovables y el agua, la precarización de la habitabilidad humana, los efectos de los procesos de automatización y robotización, los accesos al conocimiento y la educación, la garantización de los derechos de conciencia, las variables que surgen de la prolongación de la vida, el aseguramiento de la laicidad en los sistemas políticos; los desafíos de la territorialidad, comunidad y soberanía que afectan a los países por variables globales en constantes cambios, de alcances muchas veces imprevisibles; todo ello, cuando aún no se  concretan a plenitud muchos de los derechos fundamentales de lo humano en una parte importante de la Humanidad.
El siglo XXI está plagado de oportunidades y amenazas para la condición humana, y lo que corresponde a las organizaciones éticas, en la república y en la democracia, entre ellas y de modo privilegiado a la Masonería, es profundizar su rol y alcance, tanto en lo formativo como en lo informativo. Solo de esa manera podrán cumplir su rol ético – en las personas – y moral – en la realidad social -, en un sentido práctico que la sociedad reconocerá y valorará en sus necesidades cotidianas de ejercicio republicano y democrático. ///


160 años de la Logia "Orden y Libertad" N°3

Entre los agrestes pliegues de una geografía inaudita en sus contradicciones, en un valle con reminiscencias selváticas en los registros vir...