viernes, 28 de diciembre de 2018

Solsticio y crisis ambiental global

Concurrimos este día a saludar fraternalmente a todos Uds., - Hermanos de la Gran Logia de Bolivia -, cuando estamos celebrando la Fiesta Solsticial, recogiendo la más antigua tradición de los pueblos detentores de la Sabiduría Antigua. 
Los saludo en la alegría del espíritu que anima nuestros lazos de unión, que nos vincula por historia y comunión, realidad fraternal que vengo a renovar más allá de cualquier contingencia, que nunca podrá afectar la esencia del vínculo que se construyó por hombres visionarios en la comprensión de la práctica masónica pura, hace más de un siglo.
Hago extensiva la alegría de este encuentro al Gran Maestro de la Gran Logia de Portugal, organización fraternal con la cual también tenemos lazos de unión que nos motivan a expresar los mejores sentimientos de fraternidad.
Como decía inicialmente, fueron los pueblos de la Sabiduría Antigua los que reconocieron los procesos naturales expresados en la percepción zodiacal, comprobando que el sol se desplazaba durante seis meses hacia el norte y seis meses hacia el sur, dentro de la banda de la esfera celeste de 18 grados de ancho centrada en la eclíptica, aquella línea aparente sobre la cual el sol se “desplazaba, sobre el fondo inmóvil de las estrellas”.
Al cabo de ese desplazamiento, observado por todas las culturas antiguas, los astrólogos precursores comprobaban que el sol parecía detenerse en su marcha, para luego volver sobre lo avanzado.   Así, el sol detenido, solsticio, era el momento en que se iniciaba un nuevo ciclo. Del imperio de la noche temprana, al imperio del día más largo, y así sucesivamente.
Se constituyó así un ciclo, que sustentó la certeza de los procesos de la cultura humana. El solsticio de invierno, expresión de la degradación y de la siembra, el reino de las noches y de las promesas. El solsticio de verano, como expresión de la cosecha y el reino de la luz, la madurez y la dotación prodiga de los frutos.
Aquel proceso milenario marcó el sentido de la vida y el ritmo vital de las civilizaciones y de las culturas.  De acuerdo a su relación con los trópicos, las regiones del mundo marcaban sus procesos que incidían en la siembra y en la cosecha, como también en la ganadería.
Hoy, cuando la cultura del supermercado y el manejo de la línea del frío permite ignorar el efecto climático sobre la disponibilidad de alimentos, resulta casi irreal el efecto que producía el invierno y el verano, en las conductas alimenticias, y resulta irrelevante el efecto solsticial en la práctica de aquellos ciclos culturales de los pueblos y del hombre labrador o pastoril. Sin embargo, para la Sabiduría Antigua aquello tenía un significado fundamental en relación con la escacez y la abundancia.
La escasez del invierno obligaba a guardar para aquel periodo el producto de la mies que otorgaba el verano. De la misma forma, el ganado era sacrificado de manera más recurrente en el invierno, tanto por la menor cantidad de alimentos frescos, como por la menor disponibilidad de forraje en las praderas para alimentarlo.
El verano era tiempo de recoger los maderos secos, para alimentar el fuego que calentaba e iluminaba el seno del hogar familiar. Era un espacio temporal de conversación y de transferencia de los relatos de la cultura, cuando la familia se reunía en torno al calor de aquellos maderos ardientes, haciendo honor a la tertulia y al relato que daba sentido a la vida de la familia, del clan, de la tribu, de la ciudad, y luego a la nación.
Era un tiempo donde el manejo de aquel ritmo milenario, les daba a las comunidades cierto sentido de la vida controlado por ciclos que, la naturaleza o las divinidades de cada cultura, daban para determinar las conductas humanas, estuviesen aquellas fundadas en la paz o fundadas en el espíritu guerrero. Ciertamente, era un tiempo en que las culturas antiguas estaban determinadas por lo natural.
Cuando aquel ritmo se alteraba, sobrevenían consecuencias graves. La alteración del ciclo siembra-cosecha, de la abundancia y escasez de pasturas, de la prolongación excesiva de una estación en relación a otra, siempre provocaba consecuencias.

Los cambios humanos al determinismo natural

La tecnologización y la industrialización fueron facilitando el cambio de tal proceso y ordenamiento natural. La conservación de alimentos trajo cambios determinantes en relación a la dependencia de los graneros y de las despensas. La salación de la carne fue cambiada por la conservación al frio. El envasado protegió en adelante los alimentos en grano, impidiendo su degradación por gusanos o bacterias, durante el periodo de conservación.
La industrialización llevaría en adelante los productos alimenticios a mercados donde aquellos muchas veces ni siquiera eran conocidos como tales. Así, el transporte con dotación tecnológica ha seguido llevando alimentos hacia cualquier confín del mundo, independientemente de la estación del año.
Todos esos factores han convertido la comprensión solsticial en un relato sin sentido, y poco a poco ha ido desapareciendo. La fe de raíz cristiana también influyó en ello, al considerar que las ideas solsticiales y zodiacales de la naturaleza, estaban asociadas a dioses paganos que competían contra su verdad, representada por la idea de un dios absoluto y excluyente en su revelación.
El conocimiento, producido por la ciencia, también ha significado generar información para los procesos humanos que no dependen solo de la observación costumbrista de los fenómenos y que, por ya 300 años, ha sido fuente de esclarecimiento, aportando antecedentes que permiten controlar procesos naturales y prever muchas eventualidades.
El control de plagas ha permitido generar una producción de alimentos controlada bajo parámetros generales, utilizando de mejor forma los lugares de sembradío y la producción ganadera.
Técnicas de sembradío y protección de cultivos elevaron la producción alimentaria, y lo mismo ha ocurrido con la producción de carnes, obviando muchas veces la realidad impuesta por el ciclo solsticial.
Sin embargo, en relación a las disponibilidades alimentarias a nivel global, estas no alcanzaron este año. Concretamente, lo que se produjo este año no alcanza para todas las bocas que alimentar.
Pero no solo se presenta ese grave problema, ya que la producción industrial, en toda la amplia gama de productos que genera en todo el mundo, ha ido contribuyendo, no solo a sortear las determinantes de la naturaleza. Paralelamente, ha ido provocando un daño enorme en todos los lugares del mundo, tanto en términos de la materia prima que demanda, sino también por efecto de los deshechos que produce y que han ido, en muchos casos, generando daños enormes al medio ambiente en que viven los seres humanos. Lo propio cuando se produce para vestir a las personas,
Mucho me impactó, hace algunos años, que un mar, un enorme lago en medio de Asia Menor, el Mar de Aral, con 68.000 kms. en su cuenca, haya quedado reducido a un 10% en su extensión, debido a la sobre explotación de sus aguas para la producción de algodón.
Es solo un ejemplo. Pero una demostración concreta sobre lo que está ocurriendo con el agua dulce en gran parte del mundo. Una buena parte de ella se usa con objetivos industriales, y para la generación de recursos industriales o alimentarios. En muchas ocasiones superando la capacidad de recuperación de los ríos, lagos, napas, pozos, etc.
Un ejemplo de ello lo constituye la producción de paltas en los valles al norte de la Región Metropolitana en Chile. Valles como el de La Ligua son una muestra patética de como los productores han mermado los recursos hídricos, al punto de haber superado muchas veces la capacidad de recuperación de los cursos naturales de agua.
Ciertamente, la capacidad de intervención de los seres humanos por necesidades de los mercados, en todos los aspectos, han superado las condiciones impuestas por el determinismo natural. Todo parece indicar que la especie humana ya ha superado con creces la capacidad de la naturaleza de autorreproducirse o recuperarse, y la fatiga de la sobre explotación presenta condiciones que demuestran alteraciones estructurales del medio ambiente en gran parte de los lugares del mundo.

La crisis ambiental

Los efectos del accionar humano parecen indicar que nuestra especie comienza a perder el control sobre la reacción de la naturaleza, ante la sobrexplotación. El ritmo solsticial ya se encuentra alterado en buena parte del mundo, especialmente en aquellas regiones geográficas donde se sustentó con mayor fuerza su observación ceremonial y cultural. Ello se explica por los cambios que experimenta la naturaleza ante la acción humana.
El cambio climático es una realidad que se hace presente en todos los continentes. Sus señales dramáticas se hacen presentes en la cotidianidad, constituyéndose en la mayor amenaza medioambiental que enfrenta la Humanidad. Las emisiones de gases por parte de los países industrializados, sumado a los otros abusos de los recursos naturales, están provocando graves modificaciones en el clima a nivel global. Sus consecuencias se expresan en inundaciones, sequía, huracanes y todo tipo de desastres naturales que dejan a las comunidades desvalidas y sin medios para subsistir.
La evidencia científica, desde distintas ramas disciplinarias, coincide en que las fluctuaciones del clima han sido y serán provocadas en gran medida por el hombre. Actividades como tales como la tala indiscriminada de árboles, el mal uso del agua potable, la sobreexplotación de las tierras, la saturación de deshechos en el mar, se conjugan para estimular un fenómeno que se sigue acrecentando. El calentamiento global es un hecho concreto. El aumento global promedio de temperatura ya se encuentra cercano a 1º C, en relación a los registros del último siglo.
De entre todos los factores que lo han desencadenado, la emisión de gases por parte de los países industrializados y las descargas de deshechos y basura al mar, son probablemente los factores que más agravan la situación, provocando un calentamiento global mundial que ya está acarreando trágicos resultados.
El mayor impacto lo provoca la quema de combustibles fósiles y los cambios en el uso de la tierra, que han liberado dióxido de carbono (CO2) y otros gases de efecto invernadero en la atmósfera, desde el inicio de la revolución industrial en el siglo XVIII.
Sus consecuencias las observamos en la fusión de los hielos milenarios de los casquetes polares, con el consecuente aumento del nivel del mar y el cambio regulatorio de la temperatura de los océanos. Lo observamos en el aumento masivo y desproporcionado de fenómenos naturales como ciclones, huracanes, desbordamientos de ríos, avalanchas, inundaciones, lluvias altas en las cordilleras y montañas donde antes solo precipitaba la nieve, la acidificación de océanos, sequías endémicas donde antes existían praderas verdes y condiciones semiselváticas.
También se constata en la pérdida de biodiversidad. Se ha constatado la desaparición de especies animales y de plantas, que no lograron superar la depredación muchas veces sin sentido o los cambios radicales en su medio ambiente. La vulnerabilidad de países y pueblos se acrecienta ante la sequía y la imposibilidad de recuperación de la provisión natural de agua. Los hielos eternos que permitían proveer del recurso hídrico a muchas regiones productivas o asentamientos humanos, desaparecieron, y no pocos están prontos a su agotamiento final.
Se calcula que en no más de una década, la escasez de agua afectará definitiva e insanablemente a un tercio de la población mundial, debido a la falta de lluvias y el derretimiento de los glaciales montañosos. Los monzones, lluvias torrenciales y avalanchas destruirán irreversiblemente tierras de cultivos necesarias para muchos países.
Millones de personas en países con economías en el subdesarrollo tendrán alto riesgo de contraer malaria, diarrea y otros efectos endémicos producidos por la pobreza, la falta de agua, y la malnutrición. En países de bajos ingresos, ello crecerá exponencialmente, tanto en África, Asia y en parte de América Latina. Las migraciones masivas e incontroladas serán una amenaza severa para la paz y el orden mundial y las convenciones que lo sustentan.
Los efectos sobre la biodiversidad, incluyendo el riego o la extinción del 35% de las especies terrestres para el año 2050, ya no parece ser una simple profecía de agoreros extremistas.
Siendo esta oportunidad una fiesta solsticial, no pretendo proponer un ambiente sombrío. Solo quiero poner el énfasis en que el alejamiento de las variables que sustentaban la vida, bajo el ritmo solsticial, ha traído efectos que cada cual debe mensurar en el ejercicio de su libertad de conciencia. La observancia de los determinismos solsticiales, ya no traen provisión de agua mediante las lluvias, ni provisión de alimentos cultivados, en muchos pueblos en distintos lugares del mundo.
El grave riesgo que la temperatura promedio suba hacia un promedio de 2° C, en comparación al siglo anterior, pone a nuestro planeta y su ambiente global es una pendiente irreversible. Ello significa que el proceso de deterioro ambiental planetario se acentuará progresivamente, y toda pendiente produce aceleración.

Somos parte de la biodiversidad

El tiempo solsticial es un tiempo de cambio. Es el momento en que la naturaleza pareciera detenerse bajo la regencia del sol, para retomar un nuevo camino fructífero. Un camino que lleva a una nueva etapa de afirmación en las constantes que relacionan a la Humanidad con la Naturaleza.
El solsticio de verano es el momento que anuncia la cosecha de la mies, la oportunidad en que todo parece expresar esperanzas y oportunidades de realización. Es el momento en que el optimismo debe enseñorearse en los hogares y las familias, y las promesas de lo promisorio deben llevarnos también a una condición social positiva.
El imperio de la luz debe llevarnos a liberar nuestras mejores voluntades hacia el interés de lo colectivo, hacia el encuentro con nuestros semejantes, impregnados de propósitos superiores, donde el bien de todos esté en la prioridad de nuestras conductas.
Si el invierno desde el tiempo ancestral ha significado un tiempo de repliegue, donde las familias se recogen ante las asechanzas de las sombras, el tiempo solsticial de verano es un gran momento de reencuentro y exultación bajo los cálidos rayos del sol.
Es el momento de la constatación de que somos parte de una enorme aldea global, que nos contiene y que nos acoge, y a la cual debemos proteger de las futuras amenazas de las sombras. Es la oportunidad de asimilar nuestra propia condición natural, ya que somos animales con un nivel superior evolutivo, y que, por lo mismo, tenemos mayores responsabilidades que los demás seres vivos que nos acompañan en esta nave que viaja por el espacio, girando en torno a una estrella llamada Sol.
Todos esos seres vivos son los que constituyen una maravillosa biodiversidad, de la que somos parte, y la cual debemos preservar para que el fenómeno de la vida siga ocurriendo tal cual fue diseñado o simplemente tal cual ha ocurrido como una casualidad estelar insuperable.
A veces tenemos la posibilidad de ver una imagen de nuestro planeta, tomada desde alguna sonda espacial enviada por los seres humanos para mejor conocer y estudiar el universo y sus fenómenos. Sobrecoge ver a la Tierra como un punto sideral compuesto por pocos pixeles. Porque eso es lo que somos. Un pequeño punto azulado en medio de la inmensidad de galaxias y constelaciones.
Sin embargo, en ese pequeño punto se ha dado la maravillosa condición de la biodiversidad, donde distintas especies tienen la oportunidad de vivir y reproducirse. Pero todos ellos están determinados por una entropía que conduce hacia el caos, que nos es otra cosa que la finitud como paso hacia la transformación. Todo ser vivo perderá en algún momento sus cualidades que lo hacen sistémico, para luego mutar hacia otra condición en la materia.
Los seres humanos somos finitos como los demás animales. Nuestro entorno, como parte de la vida, también tendrá un colapso sistémico, y mutará hacia otro estadio singular.
¿Debemos pensar que la biodiversidad de la que somos parte, irreversiblemente también colapsará sistémicamente y mutará hacia otra forma, de la que no podremos ser parte, porque la Humanidad en sí misma, como sistema, habrá colapsado?
La afirmación solsticial, heredera de las más antiguas sabidurías, nos dice que después de un tiempo viene otro, y otro, y otro. Que siempre hay un nuevo comienzo. Detrás de ello está claramente una cosmovisión, es decir, un orden de las cosas que hace posible que la existencia humana tenga un sentido en la realidad del universo. Y ese sentido se funda en la complementariedad. Complementariedad que nace del hecho mismo de la biodiversidad. Los unos con los otros nos complementamos. Los animales con la vegetación, la vegetación con el clima, el clima con el sol. Y los animales nos complementamos con el sol, por eso estamos celebrando el solsticio.
Y el solsticio es una manifestación concreta de la complementariedad.
Desde el universo simbólico de las culturas ancestrales, tras la observación del entorno, se creyó que el sol se desplazaba por la eclíptica. Hoy sabemos que no es así, que ello tiene que ver simplemente con la precesión de los equinoccios, es decir, el movimiento que hace el eje planetario, mientras la tierra gira, inclinándose hacia un lado y luego hacia el otro, entre 23 y 27 grados. Suficiente para generar cambios en la realidad planetaria, a través de las estaciones del año.

Una acción masónica ineludible

            Uno de los desafíos fundamentales en favor de la Humanidad, que los masones tenemos a escala global, es trabajar para reducir el calentamiento global. No depende solo de los masones, repartidos por el mundo. Pero podemos ser agentes activos de la necesaria toma de conciencia de las comunidades y de quienes ejercen funciones de gobierno y de quienes actúan en los mercados, a fin de reducir de modo decisivo los factores que están incidiendo de modo determinante en el calentamiento global.
            Debemos hacerlo a partir del aprendizaje de la Sabiduría Antigua. La gran mayoría de los aquí presentes, tenemos alguna herencia sanguínea o cultural con los pueblos originarios y su sabiduría ancestral. Todos algo tenemos que ver, en menor o mayor grado, con los pueblos que poblaban nuestra América del Sur. Desde el punto de vista del suceso humano de aquellos – nuestros predecesores –, la idea humana era producto de lo comunitario, a partir del suceso primero de la unión entre hombre y mujer. Desde esa complementariedad se establecía la reciprocidad y el derecho. La complementariedad era lo que permitía adquirir la condición de humano, mediante el proceso de transmisión del conocimiento en lo comunitario.
            Era esa educación la que determinaba la pertenencia implícita a la comunidad y a la cultura. Si no se tenía esa educación, nadie podía llegar a ser en propiedad parte de la comunidad originaria. En estricto sentido, no se podía pertenecer a la comunidad o a la cultura. Lo que hacía a un miembro pleno de la comunidad era el hecho de ser portador de una voluntad o forma de ser, de un saber común, de una práctica social y comunitaria, y de un poder que nacía de lo colectivo. Ser considerado miembro del colectivo implicaba pertenecer a la comunidad o cultura, y haber sido educado en dichos principios, que contenían una serie de saberes y prácticas históricamente validadas.
            La Masonería de nuestros países debería aprender de esa Sabiduría Antigua, para enseñar a la sociedad civil y a las élites que las dirigen, para construir un legado que nos sitúe en la responsabilidad de trabajar por los necesarios equilibrios en la biodiversidad, que aseguren su continuidad y protección. La condición humana, es decir, el hecho de ser humano, no puede desligarse del medio global en que vive y donde somos efectivamente una gran comunidad, o un conjunto de comunidades, que comparten el espacio terrestre común.
            Así, el gran esfuerzo inmediato es ayudar a construir un relato común de continuidad de la existencia humana, como civilización, como especie, donde aseguremos la biodiversidad desde los procesos educativos, que tienen que darse en el hogar, en la escuela y en la práctica comunitaria.
            Ello implica enseñar a erradicar las conductas de depredación de la naturaleza, modificar las formas de consumo, hacer uno adecuado y cuidadoso de los recursos naturales, evitar la sobreexplotación, proteger y hacer buen uso de las disponibilidades hídricas, etc.
            De alguna manera, debemos recabar el sentido de las comunidades originarias, que crecieron en torno a la naturaleza, observando los fenómenos solsticiales. No se trata de repudiar la tecnología y los grandes logros que la ciencia nos ha entregado. Se trata de corregir los excesos que el mercado ha impuesto en la exacerbación del uso de los recursos.
Se trata de un enorme esfuerzo de construir la ética de la vida, que involucre a todos los seres humanos en la preservación del planeta que nos cobija, aún con nuestros excesos.
Bien sabemos que la concepción zodiacal nos dio la idea del solsticio, y que la astronomía nos sacó del error sideral de nuestros antepasados. Sin embargo, el modelo solsticial le permitió a la especie humana vivir por siglos, siguiendo las señales que venían de ese tránsito aparente del sol sobre un espacio estelar estático,
Lo que hacemos esta noche, es rendir homenaje a nuestros antepasados, no importando su cultura o sus particularidades originarias. Celtas, griegos, mayas, mesopotámicos, quechuas, maoríes, vikingos, mapuches, hindúes, sioux, hunos, egipcios, aimaras, etc. son episodios de un mismo esfuerzo para entender la vida, a partir de la observación de la naturaleza y la interpretación de sus señales inmemoriales.
El solsticio recoge esa búsqueda ancestral, y hoy lo conmemoramos bajo la misma impronta, a la que tributamos veneración: la esperanza en el futuro, el deseo de la bonanza, los mejores parabienes para quienes apreciamos, la promesa de la felicidad. ¿Qué mejor podemos desear a nuestra familia, a nuestros amigos, a nuestras comunidades, a nuestras repúblicas, a la Humanidad toda?
 Uds. Queridos Hermanos de la Gran Logia de Bolivia, Grandes Maestros de las Grandes Logias de Bolivia y de Portugal, reciban por mi intermedio los mejores deseos de los Masones Chilenos, de que este solsticio les traiga abundancia, plenas realizaciones en sus objetivos institucionales, éxito personal, amor para vuestros corazones y para vuestras familias, y que la felicidad inunde vuestros espíritus; y que la tierra que nos cobija sea pródiga en sus frutos y que nos entregue esperanza para nuestros descendientes, para bien de la Humanidad.


jueves, 13 de diciembre de 2018

70 años de la Declaración Universal de Derechos Humanos


Nos hemos reunido hoy, en este lugar que recoge parte importante de nuestra historia republicana, para hacer conmemoración y celebración de uno de los hechos más importantes que nos ha legado el siglo XX y la historia de la Humanidad: la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada por las Naciones Unidas hace 70 años.
Desde entonces, algo distinto ha ocurrido en la historia humana, a pesar de muchos episodios contrarios a su propósito, que se han constatado posteriormente a su enunciación, los que avergüenzan todo sentido de Humanidad.
Sin embargo, podemos calificar y tipificar la condición de tales eventos dolorosos, precisamente, porque se ha tenido a la vista esa Declaración Universal, que fija lo fundante de toda condición humana, basada en derechos y en disposiciones irrenunciables para el trato a las personas en todo proceso de convivencia humana.
Porque eso es lo fundamental de aquella declaración septuagenaria: ser la referencia fundante de toda concepción del derecho y de toda concepción ética en la convivencia, basada en una perspectiva de Humanidad, donde debe respetarse el derecho individual y colectivo a la vida con dignidad por el solo hecho de ser una persona.
En todos los logros materializados en las convenciones y resoluciones internacionales posteriores, que han permitido profundizar el alcance de los derechos humanos, se reiteran aquellos principios básicos que fueron enunciados hace 70 años, tanto por su universalidad y su tipificación fundacional, como por su interdependencia e indivisibilidad.
Gracias a ello, todos los Estados Miembros de las Naciones Unidas han ratificado al menos uno de los nueve tratados internacionales que se consideran esenciales para la especificación y aplicación de los derechos humanos, y alrededor del 80 % de los países han ratificado al menos cuatro de esos tratados, estableciendo obligaciones y compromisos para sus signatarios, lo que permite constatar, al mismo tiempo, que hay muchos lugares del mundo donde se siguen violando tales derechos, a través de prácticas de los Estados o de grupos beligerantes que  no trepidan en imponerse a través del abuso, la violencia y la represión brutal.
Gracias a la Declaración de 1948, cuando se vulneran los derechos humanos, tenemos un parámetro para calificar, condenar y perseguir internacionalmente, a quienes han incurrido en violaciones sistemáticas a los derechos fundamentales de las personas y de los grupos humanos.
Los sistemas jurídicos internacionales y de muchos países hoy pueden asegurar tales derechos y penalizar acciones de Estados y personas, gracias a que hace 70 años, un grupo de naciones refrendó esta declaración universal, a través de la Resolución 217 A (III), el 10 de diciembre de 1948, en París, en que se acogieron los 30 artículos que especificaron los derechos humanos consensuados como básicos para el respeto a la condición humana.
Aunque no fue ni es un documento que obligue a los Estados, luego de su enunciación, ha servido de base para la creación de convenciones internacionales determinantes, así como para la existencia de pactos internacionales que definen derechos civiles y políticos, derechos económicos, sociales y culturales, que sí obligan a su cumplimiento por parte de los Estados suscriptores.
Sin duda, la Declaración proclamada hace 70 años, ha sido la base para establecer objetivos que son imprescindibles para tener un mundo mejor, donde la conciencia del valor de la condición humana, única e irrepetible en su individualidad, sea asegurada en torno a derechos inalienables.
Considera la Declaración en su preámbulo, que es esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión; apelando ante los Estados Miembros respecto de asegurar, en cooperación con la Organización de las Naciones Unidas, el respeto universal y efectivo a los derechos y libertades fundamentales del ser humano, e instando a los gobiernos para trabajar a fin de lograr el respeto universal y efectivo de los derechos humanos. Lo hace estableciendo que el compromiso surge de los pueblos, a partir de la Carta de las Naciones Unidas de 1942, firmada en San Francisco.
Ello es lo que permite proclamar que “toda persona tiene los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Además, - dice -no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía”.
Los tratadistas consideran que quedan establecidos a partir de allí, los derechos fundamentales de carácter personal; los derechos del individuo en relación con la comunidad; los derechos a la libertad de pensamiento, de conciencia, de religión y las libertades políticas; y derechos económicos, sociales y culturales, que establecen que toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure la salud, el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y el derecho a la educación, señalando que esta última debe ser gratuita, al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental, y también debe ser obligatoria.

La Masonería y los derechos del ser humano

La Masonería Chilena nace institucionalmente, hace más de siglo y medio, bajo la impronta de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano. Nuestros padres fundadores, avecindados en Valparaíso, luego de la Revolución Francesa de 1848, trajeron esa impronta formidable.
Son ellos los que nos legaron las ideas de que el hombre tenía derechos inalienables y que el respeto al libre pensamiento es la base de toda concepción de la libertad humana.
De este modo, a partir de nuestros orígenes, la condición humana y los derechos fundamentales que de allí emanan, han estado en el centro de nuestra doctrina. Esto lo pondrá de manifiesto la Masonería Chilena en todo su quehacer, a través de su historia.
Para la doctrina masónica, es fundamental construir la ética de la fraternidad, la ética de la tolerancia y la ética de la filantropía, esta última sostenida en la libertad de conciencia, el principio de la igualdad y el acceso al conocimiento, para ejercer la autodeterminación individual, de un modo solidario, sustentado en la convivencia pacífica y en el respeto a toda persona en su especificidad.

La Masonería Chilena y su aporte a la idea de los Derechos Humanos.

De este modo, en abril de 1947, la Masonería de nuestro continente declarará, al fundarse la Confederación Masónica Interamericana – a instancias de las Grandes Logias de Chile, Argentina y Uruguay -, los seis ideales y principios que la regirían, siendo uno de ellos el siguiente: “La francmasonería reconoce la necesidad de trabajar por la vigencia universal de los derechos humanos”.
En los años inmediatos a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Masonería chilena comenzó a plantear su divulgación con creciente fuerza en el seno de la Confederación Masónica Interamericana, al punto que fue uno de los temas que llevó como propuesta a la II Conferencia, realizada en México, en 1952.
Producto de la ponencia chilena, la CMI acordó en esa conferencia, respecto de los derechos contenidos en las Declaración Universal de 1948, “abrir una intensa campaña, en todos los talleres (masónicos), para que sean ampliamente conocidos”, estableciéndose pautas concretas de acción.
Previamente la Masonería chilena había dado forma a una Comisión de Derechos Humanos, dependiente del Departamento de Acción Masónica. La presidía el destacado masón, Rafael del Villar Concha, y la integraban Jacques Ardity, Abraham Corry, Francisco Saval e Israel Drapkin. Su objetivo fundamental era promover el conocimiento de la Declaración Universal de 1948, dentro de la Masonería y en la sociedad chilena.
Como consecuencia de la actividad de esa Comisión, se constituirá el Movimiento por la Libertad y la Defensa de los Derechos Humanos, integrado por destacados políticos vinculados a la Masonería, entre los cuales mencionaremos a Santiago Labarca, Marmaduque Grove, Gustavo Girón y Luis Gálvez, quienes realizaron distintas actividades y conferencias públicas, que se realizaron en salones de la Universidad de Chile.
Al año siguiente, en 1953, estas actividades y la labor de la Comisión de Derechos Humanos de la Gran Logia de Chile, estimularon la creación de la Liga Americana de Derechos Humanos, en una solemne ceremonia fundacional realizada en el Salón de Honor de la mencionada Universidad, en cuyo comité directivo quedaron varios destacados miembros de la Masonería.
El trabajo de Ramón del Villar y su equipo siguió expresándose a través de un obrar que se concretaba no solo en Chile, sino también en América Latina. Fruto de ello se formó la “Acción Laica para América Latina” (ALAS), organización no gubernamental con participación de masones chilenos, argentinos y uruguayos, que colaboró activamente en la preparación de la Reunión de Montevideo, efectuada en noviembre de 1954, organizada por las Naciones Unidas y la Unesco, para estudiar acciones para la difusión y aplicación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en América Latina.
Entre los masones chilenos que tuvieron un desempeño relevante en los preparativos de la Reunión de Montevideo cabe mencionar a los masones José Oller Vallés y Arturo Lois.
Al mes siguiente, ocurrirá otro evento particularmente relevante. El 10 de diciembre de 1954, se realizaba en Santiago, bajo el patrocinio de la Gran Logia de Chile, la fundación de la Logia “Derechos Humanos” N° 100, con la participación de 82 miembros de la Masonería Chilena.
Destaco algunos nombres de ese cuadro fundacional: Exequiel González Madariaga, Rafael del Villar, José Oller, Arturo Lois, Enrique Silva Cimma, Carlos Gayán, y Ramón Martínez Zaldúa (siendo este último un masón colombiano, entonces refugiado en Chile).

La realidad de hoy

Mucho ha ocurrido en la historia de la Humanidad desde que los derechos humanos fundamentales fueron proclamados, y la vulneración de la condición humana ha sido el sello de muchos procesos políticos y bélicos.
La violación de los derechos humanos, en esos procesos, se ha manifestado en las conductas y acciones de quienes ejercen poder en distintas partes del mundo, lejos de lo esperado como consecuencia del compromiso establecido por los Estados.
Sin embargo, también debemos tener presente que la Humanidad ha logrado la constitución de una institucionalidad internacional que ha permitido que hoy existan tribunales internacionales, para procesar y condenar a aquellos de cometen crímenes sistemáticos en contra de personas y pueblos, en abierta trasgresión de los estipulado en 1948.
Asimismo, una parte importante de las legislaciones de muchos países, se han orientado y se basan en el respeto a los contenidos de la Declaración Universal. De este modo, los derechos humanos son parte de la lógica que permite construir derechos que aseguren la dignidad humana, la vida de las personas y han permitido establecer garantías básicas que obligan a los Estados.
Desde ese fundamento, hemos venido a este lugar, al que hemos invitado a muchas u muchos que no son parte de la institución masónica, para unirnos en voluntad y compromiso – una vez más - en torno a aquella Declaración Universal, que plantearon sus suscriptores hacen 70 años.
Lo hacemos adhiriendo al principio de Humanidad sustentado por toda persona de bien, en el respeto a la más absoluta libertad de conciencia, y con el compromiso inclaudicable de proteger la cualidad única e irrepetible de la condición individual humana, así como el valor insustituible de una convivencia basada en el Derecho y en las virtudes que la hacen posible, a través de la paz y la solidaridad fraternal, que todos los seres humanos nos debemos.


Tareas que asumir


Estimados invitados y queridos hermanos presentes:
La gran tarea en la comprensión de lo humano reside en unir las voluntades de las mujeres y hombres, con el fin de lograr que los derechos proclamados el 10 de diciembre de 1948, sean siempre parte de nuestra acción individual cotidiana, en cada lugar y situación en que haya que considerar que todos los seres humanos, independientemente de cuestiones de identidad u opción, tienen derechos, que la ley y la práctica social, deben garantizar y preservar por el bien de la condición humana individual y de toda la Humanidad.
De la misma forma, cuando las personas ejercen el poder dentro de las estructuras de los Estados, y en cualquier rol dentro de las sociedades, deben considerar en sus actos, el respeto irrestricto de los derechos consagrados por las Naciones Unidas, a través de sus pactos y convenciones que aseguran tales derechos.
Cuando repasamos la Declaración de 1948, y constatamos los avances logrados a través de convenciones y pactos internacionales, que amplían el alcance de la protección de las personas y los grupos humanos, lo hacemos en la constatación de que aún hay derechos que consagrar en muchos países y que ellos aún se trasgreden de manera sistemática en distintos lugares del mundo.
Ante esa comprobación, debemos hacer un firme compromiso en su tipificación y aplicación bajo cualquier circunstancia, haciendo afirmación de que los derechos humanos son derechos inherentes a todos los seres humanos, sin distinción alguna de nacionalidad, lugar de residencia, sexo, origen nacional o étnico, color, religión, lengua, o cualquier otra condición. Todos los seres humanos tenemos los mismos derechos, sin discriminación alguna.
En ese contexto, aún hay muchos desafíos que abordar y tareas que asumir, en todos los lugares del mundo. Desde el punto de las tareas pendientes, la construcción y el aseguramiento de la igualdad de la mujer es parte de la tarea cotidiana de muchas sociedades y países, y en donde sabemos que hay mucho por hacer.
También debemos preocuparnos del futuro. Los cambios que produce y que producirá la tecnologización, plantean amenazas a la condición humana que deberán requerir nuevas convenciones y pactos internacionales, a fin de asegurar la vida y la felicidad humana, en medio de una propensión deshumanizadora que generan los mercados y la degradación del medio en que la vida humana deba desarrollarse.
Desde este lugar, que tan simbólicamente representa la república, y en conmemoración y celebración de tan importante hito para la Humanidad, manifestamos nuestro compromiso como chilenos, de trabajar en todo lugar en que nos corresponda actuar, a través de la reflexión y la acción, para profundizar los efectos benéficos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, para que siga irradiando su luz bienhechora sobre las conciencias de hombres y mujeres, en bien de la condición humana y de todo principio y práctica de Humanidad.


Homenaje al 176 aniversario de la Universidad de Chile


La Masonería es la primera institución ética de la República. Lo reclamamos y lo reivindicamos. Fueron las logias masónicas las que trajeron, a esta parte del mundo, las ideas de la república e insuflaron las velas de la libertad frente al absolutismo y el antiguo régimen. Fueron las logias masónicas las que proclamaron la emancipación espiritual y la libertad de conciencia, y la importancia de la educación para liberar a las conciencias de la ignorancia y el error.
Y fue la Universidad de Chile la potente luz del saber, que iluminó la libertad de pensamiento y el camino hacia el conocimiento en nuestro país, desde aquellos bisoños años republicanos, más allá de la instrumental necesidad de dar formación a aquellos profesionales que el país necesitaba para construir su autonomía nacional.
Concuerdo con aquella afirmación que expresa que la Universidad de Chile fue concebida para contribuir a las tareas de consolidación de una naciente República y que ha cumplido con creces en el dibujar el devenir del país y que ha sido sustancial para su desarrollo material e inmaterial.
Así, en el propósito de construir un proyecto de país bajo la impronta republicana, la Universidad de Chile y la Masonería han estado en una misma ruta, que se caracteriza por su compromiso con el Humanismo, la Libertad de Conciencia, la Laicidad y la Tolerancia.
La una, desde el aula y la academia, ha sido capaz de poner el sello indeleble de una idea de progreso y desarrollo, que ha permitido no solo proveer de inteligencia y conocimiento a las necesidades crecientes de Chile, por 176 años.  El señor Rector, ha dicho, hace un par de años, que la excelencia y compromiso son dos cualidades que marcan el propósito de la Universidad de Chile, y que le resultan definitorias. “No puede haber un real compromiso - ha dicho -, que no se fundamente en un cultivo de saberes en las fronteras del conocimiento”. Y ha agregado que, al mismo tiempo, parte de la auténtica excelencia de la Universidad “es la convivencia de distintas ideologías, religiones, orígenes socio-económicos, así como también los valores de equidad, inclusión y pertenencia”[1]
La otra, desde sus templos y altares a la Fraternidad, ha sido capaz de promover dentro de nuestra sociedad, por más de siglo y medio, el valor de la Tolerancia como práctica social fundamental, necesaria para garantizar la libertad de conciencia, el valor del conocimiento - aportado fundamentalmente por la ciencia - como elemento de liberación frente al error y la ignorancia, y la reflexión filosófica, insustituible cuando se trata de pensar al hombre en su contextualización histórica y secular, tanto en lo individual como en lo colectivo.  Un Rector de la Universidad de Chile, cuando ejerció como Gran Maestro de la Gran Logia de Chile, el profesor Marino Pizarro, señalaba respecto de la Masonería, que ella es una institución cuyo objetivo fundamental es el perfeccionamiento del hombre y la sociedad, que exalta la virtud de la tolerancia y aleja de su seno toda discusión de política partidista y todo sectarismo religioso.
Desde hace siglo y medio, la Universidad de Chile y la Masonería han estado en ámbitos y propósitos comunes. Hombres señeros de nuestra clase media ilustrada, que han hecho su legado al país desde ambas instituciones, han iluminado con sus luces intelectuales y morales, al país de todos, bajo un concepto de república que, por tanto, nos acoge a todos. Ellos representan la fusión ética del concepto de Universidad y de identidad masónica.
Muchos de los mejores miembros de la Masonería promovieron ideas, desde los claustros y aulas, que han sido fundamentales para establecer el rol de la Universidad de Chile, en el ámbito de la república, de la educación y la cultura.
Para el masón Juvenal Hernández, el rol de la Universidad estaba en “el cultivo de la inteligencia en la investigación científica, el propósito irreductible de descubrir la verdad por sí misma, la aspiración inquebrantable de descifrar lo desconocido".
Para el masón Eugenio González Rojas, el imperativo de la Universidad consistía “en la preservación de los valores que dan sentido de superior dignidad a la vida humana, individual y colectiva, en cada circunstancia histórica” y agregaba: “tiene la Universidad, por el hecho de serlo, que preocuparse fundamentalmente de la formación del hombre en la plenitud de su condición moral”.
Otro masón, desde la rectoría de la Universidad, mi antecesor, Luis Riveros Cornejo, señalaría hace algunos años: “esta Universidad de Chile fue fundada para Chile, y sus tareas se vinculan con los retos de país, poniendo ello de relieve la necesidad de un marco externo consistente con ese aporte de reflexión y creación, y de un medio interno comprometido cada día más con la calidad y pertinencia del trabajo académico, para así delinear el claro referente que requiere el sistema universitario nacional”.
Con tantas expresiones construidas en comunidad de propósitos, sin duda, es necesario que la Universidad de Chile y la Masonería se reconozcan en sus compartidas certezas y en su cercanía intelectual y ética, expresadas a través de más de siglo y medio.
Así, este primer homenaje que la Masonería hace, a través de las organizaciones masónicas y entidades hermanas hoy presentes, en este templo a la Fraternidad, la Tolerancia y la Filantropía, viene a ser expresión de nuestro hermanamiento republicano, ético y cultural, en bien de Chile y de comunes comprensiones sobre lo que hay que hacer en la sociedad, para liberarla del velo fatal de la ignorancia, del error y de visiones arcaicas, que se sustentan en dogmas y pre-determinismos contrarios a la libertad de pensamiento y al libre examen.
Sean todos los presentes, recibidos con regocijo y franca hospitalidad en esta jornada de homenaje a la Universidad de Chile, que la Masonería viene a hacer con júbilo y un declarado ánimo fraternal. No en vano, hoy recibimos a una hermana en nuestra casa. Una hermana de ideales humanistas y sentido republicano. Una hermana en la comprensión de la ciencia y del saber. Una hermana en la misma interpretación del hombre histórico y su misión secular.
¡Larga vida a la Universidad de Chile!



[1]Una Universidad Única. Comprometida con Chile y su gente”. Edición de la U. de Chile 2016. Santiago de Chile.

Perseveremos en el camino compartido


Durante los tres meses precedentes he visitado distintas regiones del país, luego de haber asumido la Gran Maestría de la Gran Logia de Chile. Debido a aniversarios logiales o encuentros jurisdiccionales ya hemos llegado a casi todas las regiones, y esperamos completar las que faltan en lo que queda del año.
En todas las programaciones de las visitas, he solicitado reunirme especialmente con los Centros Femeninos, para saber de su estado y desarrollo. En ese propósito he logrado conocer las distintas realidades que expresan la condición en que se encuentran. He podido comprobar, en muchos lugares, como nuestras logias y sus dirigentes se enorgullecen de la labor que sus Centros Femeninos hacen, tanto en favor del crecimiento personal de sus integrantes, como en favor de personas rezagadas en nuestra sociedad, que reciben una labor bienhechora, fundada en los valores fundamentales de la filantropía y el humanismo.
En otros lugares, sin duda, deberemos trabajar denodadamente para igualar el éxito y asertividad que expresan aquellos Centros Femeninos que tanto trascienden en sus ciudades, donde actúan bajo el auspicio de logias que han perseverado en un camino de dignificación de la mujer.
La Gran Logia de Chile necesita de los Centros Femeninos. No fue una casualidad que así ocurriera hace más de medio siglo, cuando se realizó una convención nacional para acoger las distintas iniciativas existentes en nuestro país, bajo el incentivo de logias precursoras, dado inicio a lo que ha sido la Asociación Nacional, que actúa públicamente como la más antigua asociación de mujeres existente en nuestro país, bajo el nombre de Asociación Nacional de Mujeres Laicas.
Esa iniciativa señera mantiene hoy su vigencia en torno a lo que ha sido su impronta y acción insuperable: trabajar por el crecimiento espiritual e intelectual de sus afiliadas, contribuir de modo activo a la familia masónica, desarrollando iniciativas de filantropía dentro de las comunidades de que son parte, estimulando una reflexión serena e inclaudicable en torno a los derechos de la mujer, que sigue estando rezagada en muchos aspectos dentro de la sociedad chilena.
He conocido a muchas mujeres de los Centros Femeninos, trabajando con profundas convicciones en torno a los grandes valores de la Masonería, y perseverando en torno a las responsabilidades que la Asociación Nacional impone como metas de trabajo y objetivos institucionales.
Mi experiencia en torno a lo que Uds. hacen la he vivido de modo enriquecedor. Aprendí de lo que Uds. hacen con tanto esfuerzo y sincera dedicación, como Relacionador de mi Logia con el ya desaparecido Centro Filantropía N° 141. Luego, cuando fui Venerable Maestro de mi Logia Madre, asimilé el drama de hermanas mayores tratando de dar continuidad, la mayoría en la viudez, a su compromiso de mujeres con la Logia de sus esposos.
Siendo Primer Gran Vigilante de la Gran Logia de Chile, compartí con el entonces jefe del Departamento de Acción Masónica, que los Centros Femeninos seguían siendo insuperables en su tarea junto a las logias en la dignificación de la mujer.
Hoy como Gran Maestro, me asiste la convicción que los Centros Femeninos son efectivamente insuperables y que deben seguir expresando todo lo bueno que hacen. En estos meses he comprobado que la diversidad etarea, sigue siendo una caracterización tremendamente potente en muchos lugares, y que todas sienten enorme orgullo de estar contribuyendo a formar a niños y jóvenes en un hogar donde se viven los valores masónicos.
No tengo duda alguna que hay muchas mujeres, vinculadas a miembros de nuestras logias, que no serán parte de logias femeninas, y que habrá aquellas que, aún siendo iniciadas en logias de mujeres, seguirán trabajando en los Centros Femeninos, porque es un espacio distinto del hacer bienhechor de la Masonería, donde también se puede dignificar y enaltecer el rol determinante de la mujer en la sociedad contemporánea.
Debemos seguir trabajando juntos, Logias y Centros Femeninos, por el aseguramiento de los derechos de la mujer en nuestra sociedad, por obras enaltecedoras en bien de la condición humana, y construyendo espacios con altruismo y filantropía, tanto en bien de nosotros mismos – hombres y mujeres vinculados por lazos de fraternidad y altos principios laicos -, como en bien de aquellos que están marginados de las oportunidades que entrega la sociedad.  

Desde mis actuales responsabilidades en el Gobierno Superior de la Gran Logia de Chile, reciban mi compromiso y reconocimiento con la maravillosa obra masónica que realizan, y perseveremos en el camino compartido, porque es necesario y vigente.
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La imagen corresponde a la firma del Acta de Ratificación del Patrocinio a la Asociación 
Nacional de Mujeres Laicas.



domingo, 4 de noviembre de 2018

Presentación del libro “Desde mi sitial”


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Por ocho años, a través de la revista “Occidente”, el profesor Luis Riveros, en su calidad de Gran Maestro de la Gran Logia de Chile, institución que cobija 240 logias masónicas a lo largo de nuestro país, estuvo publicando su opinión respecto de la realidad nacional, en una sección bajo el título “Desde mi sitial”.
No debemos suponer que el autor del libro en presentación está con esta obra haciendo expresión de un momento culminante de su pensamiento. Lejos de ello. Luis Riveros Cornejo ha hecho una extensa labor intelectual que está en miles de páginas impresas en libros y revistas del más diverso formato y propósito editorial. Ha escrito también en periódicos y ha participado en incontables presentaciones de libros de diversos autores chilenos y extranjeros.
Si es referencial y hace especial la contribución del libro en presentación, y que me une a este instante, es que recoge de manera precisa lo que fue la mirada pública del Gran Maestro de la Gran Logia de Chile, entre 2010 y 2018, y en el mas reputado medio de comunicación de alcance público de la Masonería chilena, la revista “Occidente”.
Mes a mes, a través de una columna o artículo de reflexión, entregó su visión intelectual, sobre la realidad nacional y especialmente sobre una de sus preocupaciones fundamentales: la educación. Hombre del aula por esencia, formador de varias generaciones de profesionales egresados de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad de Chile, su estilo y acento reflexivo se ha expresado con generosidad en las páginas de la revista Occidente, para orientar no solo a los masones, sino también a toda mujer u hombre ilustrado, cuando necesita pensar sobre cómo entender a su país y sus desafíos, para entender sus problemas y debilidades.

Los tres liderazgos que afaman al autor

Tres liderazgos ha ejercido de manera trascendente el profesor Luis Riveros en las últimas décadas de nuestro país. Entre otros ejercidos en diversas instituciones y organizaciones, estos tres lo afaman y prestigian en su trayectoria personal, como académico, como profesional, como intelectual, y como hombre de la polis nacional.
El primero dice relación ejercicio como decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad de Chile, que desempeñó por 4 años.
Luego sería electo por dos periodos como Rector de la Universidad de Chile, uno de sus indudables orgullos personales, que lo han proyectado no solo en el reconocimiento de que goza en el ámbito nacional, sino, de manera muy significativa, en distintos espacios de encuentro académico a nivel internacional.
En la Universidad de Chile no enfrentó un tiempo benigno, y debió luchar denodadamente contra quienes consideraban que esa era una casa de estudios superiores más, en el concierto de la competitividad que debía darse con otras instituciones hasta cierto punto advenedizas. Debió combatir muchas de las distorsiones que han generado políticas extraviadas y mercantilistas que han producido un nivel de deterioro enorme respecto de rol de las universidades públicas. Ese denodado esfuerzo lo ha seguido haciendo de manera inclaudicable.
En 2010, fue electo Gran Maestro de la Gran Logia de Chile, institución en la que asumió en medio de dos crisis. La primera provocada por los efectos de una errónea gestión institucional, producto de la relación de uno de sus predecesores con la Universidad de la República, lo que provocó honda indignación dentro de la Orden, especialmente cuando la opinión pública entendió que había una relación institucional entre la Masonería y esa Universidad, a pesar de que años antes el Gran Maestro Marino Pizarro había señalado que ello no existía, salvo en el hecho de que allí se desempeñaran profesionalmente muchos masones. 
La segunda crisis, provenía de los efectos devastadores del terremoto del 27 de febrero de ese año, que produjo daños enormes en las casas masónicas, en todo la parte centro sur de Chile, dejando a muchas logias sin espacios para trabajar con normalidad.
En esta misma Región, en las ciudades de Concepción y Talcahuano, las casas masónicas afectadas gravemente, se vieron impedidas de acoger a los masones y debieron afrontarse graves consecuencias. Recuerdo, a modo de ejemplo, cuando los QQHH de Talcahuano me llevaron a conocer el lugar donde había estado la casa masónica, arrasada por el tsunami, o cuando vinimos con el QH Riveros a la celebración del primer año de una nueva logia, en agosto de 2010, y debimos atravesar hacia San Pedro de la Paz, donde había una casa masónica en pie, en medio de una enorme congestión vehicular, debido a que había un solo puente funcionando y en condiciones muy precarias.
A esas dos crisis, el autor del libro que presentamos, se dedicó con esmero, y cuando, dos años después, se celebraban los 150 años de existencia de nuestra institución, la más antigua de carácter republicano en la sociedad civil, la labor del Gran Maestro mostró que ella había superado no solo la crisis espiritual y la crisis material, que hemos mencionado, sino que la Masonería había recobrado con bríos renovados el rol moral que le corresponde en la sociedad chilena, como institución consular de la ética del libre pensamiento.

El aporte intelectual del autor

En lo personal, no puedo separar a Luis Riveros Cornejo de lo que han sido los últimos 12 años de la Masonería chilena. Cuatro años como Gran Orador de la Gran Logia y ochos años como su Gran Maestro, en que dejó una huella de reflexión, que nos permite entender a nuestra institución en el ámbito de los desafíos de una nueva era que vive la Humanidad y el ser humano en su contexto histórico.
Hay momentos en que su pluma y su pensamiento alcanzó niveles difíciles de superar en la reflexión sobre lo que corresponde cumplir a la Masonería en el tiempo de hoy y como debemos enfrentar el futuro. Una de sus grandes aportaciones ha sido abrir a la Orden a la mirada pública, superando la percepción de que lo masónico es algo marcado por el secretismo, sitio irreal al que la habían asignado los prejuicios, la segregación y el infundio artero de instituciones tendenciosas y proclives al dogma y a la falacia.
Quienes estamos aquí reunidos, no podemos tampoco separar de nuestra cotidianidad el gran aporte intelectual que ha hecho el profesor Riveros, en torno a la reflexión sobre la educación chilena, y especialmente en lo relativo a la educación superior y el rol de la Universidad pública.
De hecho, es una de las voces más potentes, cuando se trata de entender la defensa y promoción de la educación pública, tan castigada y tan afectada en su calidad por las políticas implementadas por quienes han gobernado en los últimos 54 años. ¡Que falta hace la convicción de que “gobernar es educar”! Así lo ha reiterado el autor del libro que estamos presentando.
A nuestro autor le duele la mala calidad de la educación, especialmente la mala calidad que conspira cotidianamente contra las instituciones educacionales públicas, y como las políticas implementadas, lejos de recuperarla o fortalecerla, han ido horadando y socavando su misión. Le duele como determinadas políticas han puesto en riesgo el prestigio y la trascendencia nacional de la Universidad de Chile, referencia necesaria de lo que significa la existencia de un alma mater de la educación superior de la República.
Lo dijo como Rector, en medio de las dificultades provocadas por la ola de instituciones privadas que florecían al amparo de los errores de una democracia aún en transición, señalando descarnadamente en un discurso de un 18 de marzo de 1999, que la Universidad de Chile era “una Casa de Estudios que ha entrado a una crisis significativa desde hace años, de la cual hemos sido incapaces de salir y de la que necesitamos salir, si es que creemos todavía que Chile necesita una Universidad como esta, su Universidad de Chile”.
“Es una crisis – decía entonces - que se ha derivado de las políticas externas, del continuo hostigamiento contra la Universidad de Chile, de la hostilidad mostrada a través de todo tipo de reglamentaciones, de todo tipo de intervenciones que antes eran absolutamente descubiertas y justificadas al amparo de un gobierno enemigo de la Universidad, y que hoy día son encubiertamente sustentadas por las mismas personas, con iguales creencias respecto de la Universidad de Chile y de su misión”.
“La Universidad de Chile – explicaba - es por definición una Universidad humanista, es una Universidad preocupada de los temas de país, es una Universidad estatal y pública, y es una Universidad laica. Eso a sectores de nuestro país no le gusta, no lo comparte. La búsqueda de la verdad, que se realiza en la investigación de esta Universidad, es rechazada por algunos sectores y creen que lo que debe ser una Universidad es algo distinto de lo que es ésta”.
“Piensan que una Universidad es una institución donde se forman profesionales. Creemos que la Universidad debe formar profesionales como resultado de un proceso de creación y de investigación, que nos interesa formar profesionales líderes en sus respectivos campos y, por tanto, queremos formar profesionales creativos y no repetitivos del conocimiento existente. Hay quienes no comparten eso y hay quienes creen que el problema universitario chileno está resuelto por la vía de las nuevas universidades privadas. Lo malo es que se ha diseñado toda una regulación o una práctica de políticas destinada a incentivar a esos sectores y a proteger ese tipo de políticas. Cada día que aparece un nuevo instrumento, ese nuevo instrumento representa una limitante para la Universidad de Chile. Por eso, digo, antes era una batalla muy abierta, hoy día es una batalla bastante más encubierta, pero en definitiva son los mismos síntomas y quizás los mismos guerreros”.
  19 años después, desde su sitial de Gran Maestro y columnista de la revista Occidente - tal como lo registra el libro en presentación - expresará, frente a la nueva Ley de Educación Superior aprobada por el Congreso Nacional en enero pasado: “esta Ley no atiende apropiadamente los desafíos que debe enfrentar el sistema de educación superior en el futuro. En primer lugar, no se preocupa de definir y configurar un “sistema” de educación superior, en que sus partes interactúen, existan diversas instancias de cooperación e interrelación, y en donde se proyecten en función de un objetivo estratégico de país. Por el contrario, la ley da forma a lo que existe en el presente, sin elaborar un ideal a perseguir en función de una visión estratégica de país y solo remozando institucionalidad que viene del pasado y que a todas luces requerirían una nueva definición funcional de futuro”. Para luego agregar: “Una ley que no aventura en definiciones ni ideales sobre calidad, transformación de la docencia, innovaciones y cambios en las definiciones formativas en un contexto disciplinario cambiante que es el gran desafío del futuro. Es decir, una Ley que, discutida con gran premura y sobre la base de una mirada solo retrospectiva, no concitó las nuevas ideas y propuestas, los sueños de país, y las formas de poder estimular adecuadamente la modernización que en materia de educación superior necesita Chile”.
Insiste luego con precisión. “No está presente en la ley aprobada, una mirada de futuro, que norme adecuadamente, en un contexto de libertad académica y de progresivo mejoramiento en la calidad de la docencia. Asimismo, la investigación y creación no mereció una mención y tratamiento destacado en el texto legal, y se dejó solamente en menciones parciales que no destacan su esencial rol como necesaria actividad para progreso del país y mejoramiento permanente de la docencia. La complejidad del proyecto y lo incompleto de muchos de sus contenidos se entiende a partir del ambicioso objetivo de incluir cuatro diferentes temáticas en el mismo cuerpo legal, impidiendo un trabajo más a fondo en cada una de ellas. La Ley incorpora cuestiones relativas a la institucionalidad, junto con las normas para un nuevo organismo que es la Superintendencia, que tendrá un amplio poder para intervenir y controlar el quehacer de las instituciones educativas, especialmente en lo que respecta a la gestión financiera y administrativa”.
“Los preceptos de la ley se han fundado – explicaba -, en gran medida, en la experiencia pasada, que ha dejado una estela de imperfecciones y anomalías que son evidentes y que fueron causadas por una regulación laxa sino existente. Los episodios de mal manejo y de pésimos resultados en lo académico, marcaron fuertemente la orientación de esta ley, que está fundada grandemente en una cierta “sospecha” y desconfianza hacia el hacer de las instituciones de educación superior”.
“Para las universidades estatales – advierte -, este sistema de control se superpondrá a aquel entregado a la Contraloría General de la República, y será también un factor que contribuya a inmovilizar a las instituciones, especialmente en materias de innovación académica, asociaciones estratégicas o internacionalización. Sin embargo, el más preocupante aspecto de la nueva normativa, es que la Superintendencia no es autónoma, sino que de alguna manera radica en el Ministerio de Educación y deberá atenerse a las propias pautas ministeriales”.

Lo que la república espera

Nuestra República necesita de hombres que la piensen desde sus certezas. Y la primera certeza de una República radica en la educación. Eso lo sabían nuestros padres de la Patria, los que forjaron su asentamiento institucional, y los que han tratado de darle, a través de los tiempos, un sentido basado en lo fundamental de la significación de lo republicano para la estructuración de una idea de país.
Para construir república, necesitamos hombres con una idea de república, con una idea de educación y una nítida comprensión de civismo. Es lo que este libro expresa. Allí hay una idea de fondo que trasciende el momento en que ella ha sido formulada desde distintas perspectivas. Son perspectivas en torno a reflexiones que precisan la mirada de una sociedad y un país, con problemas a resolver, con desafíos que abordar. Son referencias que ayudan a entender lo que nos trae el tiempo futuro.
Como hombre de la polis, que asume la significación de lo público como un espacio de construcción común entre todos los chilenos, el profesor Riveros tiene mucho que decirnos en su libro “Desde mi sitial”, porque aporta sustancialidad reflexiva, claridad de ideas, y conocimiento real sobre lo que está opinando.
Cuando hay tanta vanalidad en las opiniones, y cuando la posverdad parece ser el medio para formar opinión, debemos agradecer que tengamos libros como este, que nos aportan afirmaciones ciertas y meditadas sobre lo que hay que hacer, a partir de un diagnóstico preciso.
Sabemos que este no será el último libro del profesor Riveros, pero debemos tenerlo presente de manera muy especial, porque, de manera muy concreta, nos recuerda que tenemos un tribuno moderno, intelectualmente potente, profundamente reflexivo, ponderado y de gran civismo, que tiene mucho que entregar a nuestra República. Sabemos que así será, desde cualquier desafío que asuma.

160 años de la Logia "Orden y Libertad" N°3

Entre los agrestes pliegues de una geografía inaudita en sus contradicciones, en un valle con reminiscencias selváticas en los registros vir...