martes, 1 de febrero de 2022

40 años del Colegio Concepción de Linares

 

           Hoy venimos a celebrar el cuadragésimo aniversario del Colegio Concepción de Linares, con la alegría de constatar la realización de un proyecto que ha puesto su acento en ofrecer a la comunidad linarense una educación laica, de calidad, una propuesta diversa en su origen y realización.

Ella tiene su origen en la decisión de las dos logias masónicas asentadas en Linares, la Logia Razón N°63 y la entonces novel Logia Tomás Jefferson, que se propusieron crear una corporación educacional con el fin de desarrollar un proyecto educativo basado en el laicismo, la tolerancia, la fraternidad y libre pensamiento.

Así, el 19 de octubre de 1981 se crea esta opción educacional, en un contexto histórico de profundos cambios en la educación chilena, con un nuevo modelo de gestión subsidiaria del Estado.

La educación por sobre todas las cosas, tiene por misión transferir conocimiento. Dice un destacado pensador de nuestro tiempo, Steven Pinker, que la capacidad humana de resistir a la entropía, ley de la termodinámica que indica que todo en el universo tiende al desorden molecular, y al peso de la evolución, consustancial al desarrollo de la vida, proviene de su capacidad de conocimiento.

Es importante tener ese dato, ya que muchas veces creemos que las cosas y los procesos de cualquier tipo, incluso los procesos de la naturaleza, son eternos. No hay naturaleza, ni proceso artificial, que pueda sostenerse en el tiempo. Eso nos lo dice la entropía, por cual, dado que el ser humano necesita actuar para cambiar o mantener los recursos que tiene disponibles, requiere de la información acumulada, para tomar decisiones y actuar.

Hagamos en ejercicio, supongamos que podemos vivir más de 100 años y queremos comprobar la entropía en una casa. Un hermoso palacio, tal vez. Imaginemos dejándola lista para ser ocupada 80 años después. Dejamos todo en orden, alimentos debidamente guardados, las sábanas limpias y las camas recién hechas, debidamente fumigada, el aseo impecable. Volveremos a ocuparla 80 años después.

Al cabo de ese tiempo, abriremos las puertas y entraremos a ella. ¿Qué podría haber ocurrido? Seguramente no la podremos ocupar inmediatamente. Podrán haber ocurrido muchas cosas. En definitiva, ello es lo que las leyes de la termodinámica denominan entropía; todo tiende al desorden, bajo nuestro concepto humano de orden.

Enfrentar aquello es lo que nos une con los humanos primitivos e incluso con los homos que nos antecedieron como especie.

Los seres humanos tenemos la capacidad extraordinaria de aprender de la experiencia y construir conocimiento, el cual podemos transferir a nuestras nuevas generaciones. Como no hay sistema alguno que permita sostenerse igual, porque nosotros mismos somos sistemas entrópicos, sabemos que solo los aprendizajes recibidos y transmitidos son los que permiten que soportemos y corrijamos, hasta donde es posible, la entropía y la evolución que ella produce.

Así, surge la tecnología, en un desarrollo ascendente, desde la primordial hasta la complejidad de hoy. Desde los geoglifos, los petroglifos, jeroglíficos, hasta la escritura, está el intento de dejar el conocimiento adquirido para las siguientes generaciones. Había que escribirlos en rollos de pergamino, con una pluma, hasta que surgió la imprenta. Hoy escribimos en ordenadores de todo tipo, en el laptop o en el smartphone, en fin. Ya no necesitamos pergaminos, y hasta algunos ya han prescindido de todo impreso, optando estrictamente por lo digital.

En aquello de transmitir conocimiento también se ha manifestado lo entrópico. Hace ya varios siglos, la transmisión del conocimiento solo se producía en ciertas élites. Preguntémonos quienes recibían los conocimientos acumulados por una sociedad arcaica. Los sacerdotes, los llamados a gobernar por la calidad de su casta, los que manejaban el poder. Los demás solo necesitaban aprender a acatar las órdenes, considerar a los gobernantes como vinculados a la divinidad cuando no eran simplemente dioses.

En esos tiempos, si alguien no era parte de la casta real, o de las castas que formaban la corte, el único conocimiento que debía tener, era el de sus labores encomendadas. Debía aprender a ordeñar las vacas, a hacer el barbecho para la siembra, a juntar determinada paja con determinada arcilla para hacer ladrillos, determinar el mejor árbol para hacer carbón. No necesitaba desentrañar misterios de la naturaleza y del universo, o desarrollar complejidades tecnológicas que podían darle un poder, un conocimiento mayor al de los sacerdotes o los jefes militares.

Así fue durante muchos siglos y milenios. La escuela, tal como la conocemos, no tiene más de trescientos años, y surgió con la Ilustración, o el Siglo de las Luces, el tiempo en que las mentes más brillantes de su tiempo, pusieron en discusión la necesidad del esclarecimiento. Es el tiempo de la Modernidad. Esclarecer, dar claridad, iluminar, dar acceso al conocimiento acumulado por la Humanidad a través de los tiempos. Así, comienza a complejizarse el conocimiento. Estudiar y crear conocimiento sobre los animales, se llamó zoología. Sobre la vegetación, se llamaría botánica. Sobre la tierra, las rocas, y las aguas, pasó a denominarse geología. Sobre las sustancias, de llamará química. Sobre los fenómenos que ocurrían en el universo, en gran y pequeña escala, se llamará física.

En fin, cada vez fue necesario aprender a conocer más, y crear ingenios para abordar los desafíos que proponían esos conocimientos, lo que generó la técnica y la necesidad de estudiar sus alternativas, dando paso a la tecnología.

En su más reciente libro, Steven Pinker, en que defiende la Ilustración, cita a un teórico de la educación, George Counts, quien dice que, con la llegada de la Edad Moderna, la educación ha asumido una relevancia que excede con creces todo cuanto el mundo había visto hasta entonces. La escuela, que había sido una agencia menor en la mayoría de las sociedades del pasado, que solo afectaba directamente las vidas de una pequeña fracción de la población, se expandió horizontal y verticalmente, hasta ocupar su lugar junto al Estado, la iglesia, la familia y la propiedad, como una de las instituciones más poderosas de la sociedad”.

Hoy día, gracias a la Modernidad, la educación es obligatoria en buena parte del mundo y es reconocida como un derecho humano fundamental. Sin embargo, en cada país hay profundo debates sobre lo que debe caracterizar el proceso educativo en los niños y jóvenes. Aquellos que construyeron un proceso educacional más cercano al esclarecimiento iluminista del siglo de las luces, son los que han constituido los modelos educacionales que han catapultado a sus países al desarrollo y al predominio tecnológico. Aquellos que han estado bajo el predominio de las corrientes morales más apegadas a las tradiciones que fueron contrarias al esclarecimiento y a las revelaciones de la ciencia, siguen quedando rezagadas y son tributarias a contradicciones que han ralentizado el conocimiento y la investigación científica.

 “Los efectos que produce la educación en la mente se extienden a todas las esferas, de formas que abarcan desde lo obvio hasta lo espectral” – dice Pinker, agregando – “También es evidente el hecho de que la alfabetización y la competencia aritmética son los fundamentos de la moderna creación de riqueza”. “En el extremo mas espiritual del rango, la educación trae consigo dones que exceden con creces los conocimientos prácticos y el crecimiento económico: las mejoras educativas de hoy se traducirán mañana en un país más democrático y pacífico”. “¡Cuántas cosas cambian cuando recibes educación! – señala ese autor. - Desaprendes supersticiones peligrosas, como que los líderes gobiernan por derecho divino o que las personas que no se parecen a ti no llegan a ser humanas. Aprendes que existen otras culturas tan aferradas a su manera de vivir como tu a las tuyas, y que sus razones no son mejores ni peores. Aprendes que los salvadores carismáticos han conducido a su países a desastres. Aprendes que tus propias convicciones, por muy sinceras o populares que sean, pueden estar equivocadas. Aprendes que hay formas mejores o peores de vivir, y que otras culturas pueden saber cosas que tu ignoras. Y aprendes también que existen formas de resolver conflictos sin recurrir a la violencia. Todas estas epifanías militan en contra de someterte al dominio de un autócrata o de unirte a una cruzada para sojuzgar y matar a tus vecinos”.

Continuemos con la reflexión de Pinker: “Los estudios confirman que las personas educadas son realmente más ilustradas. Son menos racistas, existas, xenófobas y autoritarias. Confieren un valor superior a la imaginación, la independencia y la libertad de expresión”.

Nuestro país no ha estado ajeno a esa mirada que tuvo el siglo de las luces, cuando pretendió poner el saber, el conocimiento, a disposición de más personas. Los hitos, sin embargo, se fueron construyendo de a poco. Es solo a fines del siglo XIX cuando se establece una concepción mucho más afiatada, y donde surge la necesidad de poner en el Estado el mayor esfuerzo, para alfabetizar y entregar conocimientos a las nuevas generaciones.

Con Balmaceda se realizan grandes esfuerzos en la construcción de colegios y establecimiento de liceos. Las organizaciones obreras, tales como las mutuales y las mancomunales, hicieron una significativa contribución alfabetizadora.

Veinte años después hay profundos debates, que avanzarán hacia la necesidad de una ley de enseñanza primaria obligatoria.

Fue un tremendo debate. Hubo parlamentarios que consideraban un atentado a la libertad de las personas, obligar a sus hijos a ir al colegio. Algunos clamaron en favor del derecho de los patrones de fundo, para seguir protegiendo y cuidando de los campesinos, como si fueran siervos de la gleba. Había padres que repudiaban la obligación legal de mandar a sus hijos a la escuela, porque en vez de ello debían trabajar.

El año pasado conmemoramos 100 años de la dictación de la Ley de Enseñanza Primaria Obligatoria. Fue un enorme esfuerzo para alinear a todos los parlamentarios, pero logró hacerse. Uno de mis predecesores convocó a todos los parlamentarios masones y los conminó a votar a favor la ley de obligación de enseñanza.

Fue un hito enorme. Así se pudo alfabetizar al país, de modo creciente, hasta llegar al 100% de chilenos que sabían leer y escribir, y las operaciones matemáticas fundamentales, recién hacia 1970. Para ello se hicieron múltiples esfuerzos, para complementar la educación formal: escuelas campesinas, escuelas nocturnas, escuelas en lugares donde nunca se pensó tener un aula.

En ese proceso jugaron un rol determinante los profesores normalistas, que bien merecen una consideración especial en la historia de la educación en Chile, ya que fueron capaces de desarrollar un concepto pedagógico, que otorgó calidad a los distintos esfuerzos que hacía el Estado. Calidad docente y calidad humana, que los educadores normalistas transmitían en el aula, y haciendo de la educación chilena un modelo en América Latina.

Linares tiene episodios muy relevantes en lo que fue ese esfuerzo. Su Liceo de Hombres, uno de los más antiguos del país. De aquella educación linarense salieron premios nacionales de literatura, como es el caso de Braulio Arenas y Mariano Latorre.

Hace 40 años, nació pues, un proyecto educacional de enorme relevancia para quienes lo planearon y pusieron en ejecución. Ese 19 de octubre de 1981, se estableció la directiva y organismos asesores de la Corporación Educacional Colegio Concepción Linares.

Cinco días después se realizarán las postulaciones de los primeros estudiantes del futuro colegio en una secretaría de inscripciones, situada en Avenida Manuel Rodríguez.

La estructura organizacional adoptada en esa primera parte, fue de colegio anexo al Colegio Concepción de Chillán, corporación educacional masónica que apoyó el proyecto con fraternal disposición, el cual se mantuvo mientras se gestionaba el reconocimiento oficial del Estado al nuevo establecimiento educacional.

De manera conjunta a la creación del colegio se estableció la necesidad de crear una entidad sostenedora bajo la figura de corporación cuyos primeros miembros crearon un Comité Ejecutivo, a la par que se establecieron diversas comisiones de trabajo, tales como: estudio de estatutos y reglamentos; estudio económico; comisión técnica-administrativa-docente y; relaciones públicas y publicidad.

Cuatro años después se establece definitivamente la Corporación Educacional Colegio Concepción Linares, y pasados 8 años, con fecha 26 de enero de 1989, mediante Decreto N°19, el Ministerio de Justicia le concede la Personalidad Jurídica.

El sello que se impuso la Corporación fue ofrecer a sus alumnos una educación laica, con fuerte acento en el estímulo al libre pensamiento.

¿Qué significa educación laica?

El paradigma está señalado, sin dudas, en la que ha sido la labor de las corporaciones educacionales masónicas, y que se plantea en la Carta de la Educación Laica, emitida por la Gran Logia de Chile, después de un trabajo común con la Asociación de Corporaciones Masónicas de Educación, la que señala:

La Educación Laica se construye sobre la base de la igualdad, la tolerancia y la diversidad de origen (sexual, étnica, religiosa, económica, social, cultural, etc.), que permite fortalecer las relaciones humanas, indispensables para lograr ambientes de convivencia armónica para educar y crecer con compromiso en torno a la justicia y la responsabilidad social. Valora y respeta al ser humano y la dignidad de las personas. Confía y estimula las potencialidades de su desarrollo.

Se funda en la libertad de conciencia y la autonomía individual, a fin de garantizar la autodeterminación personal para los desafíos de la vida. Convoca a vivir y convivir en sociedad, en un ambiente libre de amenazas, y a ejercer el rol activo de ciudadano.

La Educación Laica ejerce su función a través de una búsqueda de la verdad sin límites, para lo cual utiliza y promueve la ciencia como la forma para acceder el conocimiento efectivo, prepara para el discernimiento, para la comprensión, aceptación y construcción de un cambio personal, que se traduzca en acción bienhechora en el ambiente social. Ajusta permanentemente sus procesos docentes a los avances y desarrollos del conocimiento, de la cultura y de la sociedad, y la realidad secular.

A nombre de la Gran Logia de Chile, órgano de dirección y representación de la Masonería Chilena expresada en 244 logias en todo el país, hago llegar el saludo de felicitación fraternal, a la Corporación Educacional Colegio Concepción Linares; a su actual presidente, don Raúl Pinto Gallardo; al directorio corporativo; a la comunidad educacional, encabezada por su rectora Sonia Uribe Vásquez, al cuerpo docente, a los asistentes de la educación, a los administrativos y el personal auxiliar, a los padres y apoderados, y sobre todo a los estudiantes, destinatarios de los esfuerzos docentes y corporativos, tal como lo idearon y plasmaron los fundadores, construyendo una misión educacional a través de un colegio, que, junto a la familia, y sustentados en los principios del humanismo y el laicismo, tiene como misión promover el desarrollo integral de sus alumnos en los planos, cognitivos, afectivo y físicos, éticos y valórico, y artístico y cultural para que estos sean capaces de enfrentar con éxito la realidad sociocultural en la cual les corresponderá desarrollarse, contribuyendo a su cambio cuando sea necesario, de forma tal que sean agentes proactivos de sus propia superación, y a través de ella lideren el progreso de la sociedad en la que viven.

Deseamos permanente éxito en su misión.

 

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