Hace 6 años, un
grupo de organizaciones, muchas de ellas con fuerte inspiración en los principios
masónicos, reunidos en el II Congreso de Libre Pensamiento en Mar del Plata, resolvió
y promovió establecer el 20 de septiembre de cada año, como el Día
Internacional del Libre Pensamiento, a fin de poner en el interés de las
sociedades la necesaria valoración fundamental de la libertad de conciencia,
como la base a partir de la cual se construyen todos los derechos fundamentales
de la condición humana.
Esta
iniciativa ha ido ganando progresiva trascendencia y apoyos múltiples, desde
distintas personas y grupos, y luego desde países, especialmente en aquellos en
que cotidianamente las personas deben vivir la conculcación de derechos
fundamentales, tales como el derecho de opinión y el derecho a la libre difusión
de las ideas.
Quienes
hemos estado permanentemente en la promoción de la libertad de conciencia nos
congratulamos de la comprensión y prestigio que este día tiene para crecientes
comunidades y grupos de interés. Como masones nos adherimos siempre a todo lo
que garantice el libre pensamiento y el derecho a exponer las ideas de cada
cual, sin más límite que los derechos humanos de todos.
Es
relevante porque, permanentemente, diversas circunstancias y episodios que
ocurren cotidianamente en el tiempo que nos toca vivir, señalan la necesidad
que poner al libre pensamiento en la agenda constructiva de las sociedades
contemporáneas, incluso en aquellas en que es una práctica es habitual, porque
muchos aprovechan las garantías al libre pensamiento, precisamente, para promover
ideas y conductas que buscan en realidad condicionarlo o sojuzgarlo.
La presión
ejercida por visiones deterministas, que buscan el tutelaje espiritual de las
personas y la hegemonía de las sociedades, es constante, y no han cambiado las pretensiones
de muchos, que los llevan hacia manifestaciones de poder que afectan
profundamente la libertad y los derechos de conciencia.
En muchas
partes del mundo proyectos totalizantes y dogmáticos buscan imponerse por
diversos medios, a partir de verdades absolutas, y no son pocos los países
sometidos a violentas conmociones, como consecuencia de la politización de los
dogmas y la asociación de los poderosos con jerarquías que tratan de imponer tales
dogmas a toda la sociedad. Como producto de ello, hay muchas sociedades
sometidas a tensiones y conflictos que afectan profundamente a la democracia y
la hacen vulnerable institucionalmente, conculcando su ejercicio o lisa y
llanamente, impidiéndola.
Nuestro país no
está al margen de estas amenazas. A pesar de la fuerte secularización que
advertimos en la realidad social, hay grupos de interés que promueven
permanentes acciones que persiguen imponer sus particulares sesgos dogmáticos a
toda la sociedad, afectando los procesos que ocurren dentro de los debates
democráticos, y aprovechando la democracia para socavarla en su esencia.
No solo
eso. También se busca imponer la posverdad para que determinados prejuicios y
falacias coarten o frustren seriamente políticas públicas de salud o de
educación.
Así, la
reivindicación del libre pensamiento, a través de este día, tiene, por lo tanto,
un fundamento irrefutable. Implica poner el acento en la necesidad de defender
la esencia de la democracia y las libertades políticas. A través de la defensa
del libre pensamiento defendemos también la ciencia, los derechos humanos, la
dignidad de la persona humana, el pluralismo y la diversidad, la tolerancia. A
través del libre pensamiento, los masones construimos también una ética de
fraternidad.
Es la
defensa y promoción del libre pensamiento nuestra afirmación en torno a todo
aquello que hace posible la libertad de conciencia, esto es, la libertad de
pensar y de decir lo que se piensa, y llevar una vida personal de acuerdo a las
convicciones morales de cada cual.
En
síntesis, la defensa y promoción del libre pensamiento tiene que ver con
afirmación en favor de la autodeterminación de las personas, del individuo
humano, único e irrepetible.
Es nuestra
defensa y promoción del derecho personal a creer en lo que cada cual prefiera,
y practicar tales creencias, bajo la garantía de la ley y la convención
social. Es el derecho de cada cual,
también, a no tener dogmas o creencias, según lo indiquen sus personales
convicciones.
Sabemos
perfectamente que ninguna de las libertades que hoy gozan las sociedades modernas,
consagradas por las convenciones internacionales establecidas por la Humanidad
en los últimos 100 años, es posible sin el libre pensamiento.
Sin
embargo, son aún pocas las sociedades que pueden expresar con certeza el
imperio del libre pensamiento en su desenvolvimiento cotidiano. Una enorme
mayoría, en general, tienen problemas que hablan de comprobaciones que van
precisamente en sentido inverso al avance esperado por las sociedades y por más
comprometidos con la libertad.
Más allá de esas manifestaciones
negativas debemos persistir en que, contra el interés de los dogmas, que buscan
imponer su visión y sus objetivos particulares sobre la sociedad toda, el libre
pensamiento posibilita a los hombres y mujeres un espacio valioso para hacer
efectivo el ideal humano de la autodeterminación personal, a través de medios
humanos. Esto sobre la base de que el libre pensamiento no es una doctrina,
sino un método, es decir una manera de conducir el pensamiento y, a partir de allí,
desarrollar las acciones que garanticen las garantías para la vida individual y
social.
Es un método que no se funda
en la afirmación de ciertas verdades particulares de alcance absoluto, sino en
un compromiso general de buscar la verdad con los recursos naturales del
espíritu humano y con las únicas luces de la razón y de la experiencia.
Es un método de la razón y
la experiencia que no puede cumplir su meta si no se realiza socialmente el ideal humano. Es un
método que debe buscar la existencia de un régimen o sistema político en el
cual ningún ser humano podrá ser sacrificado o desatendido por la sociedad. Un
régimen o sistema donde nadie puede quedar expuesto, directamente o
indirectamente, a la imposibilidad práctica de ejercer todos sus derechos de
ser humano y de cumplir a conciencia todos sus deberes que colectivamente le
corresponden.
Ello tiene
una traducción en el necesario carácter de los Estados contemporáneos, que son
objetivos permanentes de la conducta de las jerarquías dogmáticas, que
persisten en dar continuidad a su hegemonía sobre los asuntos políticos y
sociales, en alianza con estructuras de poder políticas y económicas que
terminan siempre imponiendo la opresión o sus arbitrariedades.
De allí la
vigencia de la reivindicación del libre pensamiento, que viene a proponer a
nuestro tiempo, la necesidad de erradicar los determinismos entronizados en las
estructuras del Estado, del mercado y de la sociedad civil, a fin de asegurar
sociedades más libres y más democráticas, bajo el imperio de la libertad de
conciencia.
Hemos venido
al pie de este monumento erigido a uno de los paradigmas del libre pensamiento
chileno: Francisco Bilbao Barquín. Fue su pensamiento y acción lo que permitió
levantar nuevamente las banderas de la libertad, cuando ellas había sido
declinadas por la restauración de todo aquello que había fundado el poder
colonial, gracias al régimen conservador llamado “pelucón”.
Cuando el
espíritu de la libertad, que habían promovido los padres de la patria, bajo la
inspiración emancipadora del Siglo de las Luces, había sucumbido ante el poder
de las costumbres y las conspiraciones conservadoras, imponiendo un sistema
político tutelar de las conciencias, la voz de Francisco Bilbao se alzó para
llamar a trabajar por un nuevo tiempo, una nueva época, caracterizada por la
libertad del pensamiento.
Lo hizo no
solo para reclamar contra los que sostenían un estado de cosas basado en los
intereses del poder vinculados a los dogmas y contra el dogmatismo mismo, sino
para denunciar los resabios de una sociedad fundada en las heredades del
colonialismo y del poder dogmático, y que, como lo señaló claramente, afectaba
la libertad y los derechos de hombres y mujeres.
Su
diagnóstico, especialmente expresado en su obra “Sociabilidad Chilena”, sigue
siendo fundacional para entender e interpretar el estado de cosas de Chile, en
aquella medianía del siglo XIX. Sin duda, lo que Bilbao hizo de manera tan
preclara, fue retomar la crítica hacia lo fundacional del sistema colonial, que
40 años antes sostuviera la generación emancipadora que dio a Chile su cualidad
de república.
A los pies de su estatua, en
este lugar de tanta representación simbólica, frente al monumento a la Gran
Logia de Chile, y a la casa masónica que simboliza la tradición librepensadora
chilena, de más de un siglo y medio, heredera de moral de Bilbao, lo que
venimos a expresar es nuestra renovación del vínculo que une indivisiblemente a
la Masonería con la reivindicación y promoción del libre pensamiento.
Venimos a hacerlo con
sencillez y decisión, a expresar simbólicamente que seguimos trabajando por
aquello que permite erigir altares a lo fundamental de la condición humana: su
libertad de conciencia, y su derecho a determinar su vida según sus
convicciones.
Venimos a expresar que todo
ordenamiento social se justifica y se prestigia, en la medida que esté siempre conducido
por un sistema político donde el Estado y sus instituciones estén libres de
predominios o compromisos con determinado orden de ideas u opción de conciencia
en particular.
En lo particular a Chile, solo
en la medida que el Estado asuma, a través de todas sus instituciones, la
condición de laicidad, será posible que nuestra sociedad y nuestra república
estén garantizadas en las cualidades efectivas de inclusión e igualdad,
poniendo fin a los determinismos hegemonistas que condicionan la libertad de conciencia.
Sin duda, hay muchos factores que hoy
condicionan la laicidad y el libre pensamiento. Las tareas son muchas, y
seguimos trabajando en torno a los ideales que promovieron los Padres de la
Patria y Francisco Bilbao. Sabemos que las instituciones del Estado aún deben superar
resabios y restauraciones que siguen vigentes. Aún los derechos de la Mujer
tienen objetivos pendientes, como lo señalara Mónica Rodríguez, en
representación de la AILP.
Sin embargo, hoy, en este
día de valoración del libre pensar como un derecho humano fundamental, no
podemos dejar de expresar nuestra preocupación por la educación chilena,
aspecto fundamental de la acción pública que sigue siendo el campo de acción
privilegiado de la acción dogmática.
Aún hay sesgos que siguen expresando
una mirada de hegemonía que nos parece fundamental superar, por las
consecuencias que ello trae para la forma como se educan a los niños. En ese
contexto, nos parece – como librepensadores – que el decreto 924 del año 1984,
del tiempo de la dictadura, que impuso la obligación de tener clases de
religión a todos los colegios, constituye una medida arbitraria que afecta a
muchos proyectos educacionales y que no expresa con eficacia la laicidad del
Estado, cuando este educa a través de la educación pública.
Nos parece también una grave
deficiencia que no haya una adecuada educación sexual en las escuelas, sobre
todo cuando advertimos que hoy, entre los jóvenes mayores de 15 años aumenta el
SIDA.
Nos preocupa también, en los
procesos educativos, la reducción de horas de materias científicas y
filosóficas, ya que ello produce un grave efecto en la comprensión libre
pensadora de las conciencias en formación.
A los pies de este monumento
recordatorio a Francisco Bilbao, manifestamos nuestro compromiso de seguir
trabajando, como librepensadores chilenos, por los propósitos superiores en
favor de los derechos de conciencia, y por la libertad para actuar por ellos en
consecuencia, a través de los cuales podemos construir una sociedad mejor, en
diversidad y en favor de la realización plena de la condición humana.