martes, 11 de octubre de 2016

Sobre el libro "La Integración Humana" de Luis Téllez Mellado


Introducción

En primer lugar, quiero agradecer la oportunidad que me ha dado la Universidad La República, para presentar el libro de Luis Tellez Mellado, con quien me ha unido la posibilidad de poder colaborarle en instancias de reflexión sobre una misma preocupación por el hombre. Con su claridad de ideas, su humor y su sencillez nos convoca regularmente a algunas de las cuestiones que este libro expresa como parte de su pensamiento.
No puedo dejar de considerar que su estilo y sus convicciones profundas sobre la libertad de espíritu, a veces produce desconcierto en algunos de nuestros amigos, pero para muchos de nosotros es un bien que es inherente a Luis Téllez, como manifestación de  sus certezas y su temperamento, y por lo mismo son un tributo a la sapiencia que le ha dado una vida de experiencias y reflexiones.
Ese acerbo de ideas que bullen en su mente y en su reflexividad es lo que está presente en esta obra que hoy presentamos, gracias al impulso eficaz de la Universidad La República. Es una obra singularísima que la lectura fácil no permite comprender, sobre todo para quienes gustan de las lecturas rápidas que parecen ser la tónica de gran parte de la cotidianidad de este tiempo que nos toca vivir, y donde lo contingente de cada día parece ser una necesidad para quien toma un libro con el preferente propósito de adherir a los debates con alguna munición adicional para disparar opiniones fugaces. 

Reflexionar sobre lo humano

No deja de ser necesario un libro que escape a las condiciones de la decepcionante condición incierta que nos toca vivir. Decepcionante por cierto para quienes sentimos en la piel los tráfagos del hombre histórico de nuestro tiempo, para quienes creemos que el hombre tiene solo una oportunidad de vivir, y que cualquier otra posibilidad está en ámbitos que nos son desconocidos y que están fuera de nuestra verdadera comprensión intelectiva, es decir, fuera de procesos verdaderamente inteligibles, al margen de experiencias que nos permitan otear otra oportunidad de vivir y corregir tal vez todo lo que ahora debemos resolver.
Cada ser humano solo tiene un tiempo para vivir, desde que sale desde el caldo uterino en el cual llegó a ser posible, por un conjunto de frágiles circunstancias, entre la casualidad y la causalidad, hasta que sus signos vitales se apagan por causas prematuras o por la culminación necesaria de los órganos que lo componen.
No es posible reflexionar sobre lo humano, sin mensurar aquella fragilidad sustancial que lo hace propiamente humano. Un ser finito que tiene solo una oportunidad para precisamente ser.
Un ser finito que debe realizarse como tal, esto es, hacer posible sus anhelos más sentidos, vivir y convivir, satisfacer sus necesidades, aproximarse a la realización de sus ambiciones personales y colectivas, vislumbrar y construir su felicidad, encontrarle un sentido a su propia existencia y transmitirla a los demás en el hecho mismo del convivir. Reproducir la vida con una impronta de esperanza. Todo un desafío, tal vez inaudito, que debe asumir con alcances indómitos todo ser humano en la significación del vivir. Con ello no estoy diciendo que, tal vez, por procesos intelectivos diferenciados, no haya individuos humanos que tengan el gozo de no tener que asumir su finitud y avancen hasta la ancianidad y su inexorable desenlace, sin tener que hacerse cargo de la contextualización inevitable de su humanidad.
Pero ello no es la regla de quienes abrevaban en el día a día, en la constancia de la reflexividad. No ocurre con quienes, cada día salen del sueño, y afrontan el día haciéndose cargo de aquello que implica nuestra temporalidad humana, y salen a la calle con un propósito vital: superar las realidades para transformarlas, sobre la base de un conocimiento y la experiencia, en la búsqueda de la realización individual, en el marco absoluto de lo colectivo.
Eso es lo que hace posible la pequeña historia de cada día, lo que hace posible la condición del hombre histórico, de aquello que llamamos ser humano, una caracterización de lo colectivo en el ámbito de lo individual.
Y aquel individuo que se gesta en el líquido amniótico, entre la casualidad y la causalidad, ciertamente estará sometido a una vida extrauterina, que también tendrá una inexorable realidad entre la casualidad y la causalidad. Y su historia individual, en su búsqueda que se desencadena desde que apenas puede discurrir algunas ideas, estará señalada por un deseo vital de realización, que solo la casualidad le dará la oportunidad, en  tanto las causalidades de su tiempo lo ubiquen en un espacio donde pueda ser relativamente posible.
Cuando leía, en días precedentes, este libro que hoy presentamos, leía paralelamente en las noticias que en la frontera de Bolivia con la provincia argentina de Jujuy, había un sórdido tráfico de niños, donde, por doscientos o trescientos mil pesos chilenos, un niño era arrancado de su hogar para ser entregado como esclavo en la producción agrícola o una niña era vendida para prestar servicios sexuales. Cuando leía a Luis Téllez, estábamos trabajando para preparar la próxima edición de la revista Iniciativa Laicista, donde informamos que se va a realizar un congreso del libre pensamiento en Ecuador y queríamos contextualizarlo en la realidad de América Latina, nuestro vecindario geográfico y cultural, y tomábamos nota de las 67.000 niñas que , año a año, en Guatemala son embarazadas antes de los 14 años, como consecuencia de violaciones o abusos de sus mayores; de los 520.000 niños mexicanos que cada año son víctimas de alguna manifestación de violencia que determinará irreversiblemente su vida antes que dejen la adolescencia.
Entenderán Uds. esa aprehensión mía cuando remarco la idea de casualidad y causalidad de lo humano. ¿Cómo será el ámbito de lo humano de esas vidas? ¿Cuántas serán sus posibilidades? ¿Habrá en ellos una posibilidad de esperanza, o llegarán a reflexionar algún sentido o propósito de vida?
Y cuando hablamos de nuestro vecindario, de todo ese continente que nos identifica, desde el Río Grande hasta el Cabo de Hornos, como pueblos unidos por muchas historias comunes, luego de un tiempo no lejano en que los derechos humanos fueron pisoteados, las vidas arrebatadas y  los sueños destruidos, fruto de las botas militares y los estados de excepción, una encuesta nos dice que la desilusión con la democracia en los latinoamericanos sigue aumentando, y solo unos puntos nos permiten decir que aún, poco más de la mitad de nuestras sociedades siguen dándole algún crédito a la democracia como sistema político adecuado para resolver los problemas cotidianos de las personas. Por cierto, Chile, con una clase política desprestigiada, está entre los países donde la democracia ha perdido más confianza.
No pretendo hacer una reflexión amplia sobre nuestra contemporaneidad, sobre la condición de casualidad y causalidad que marca al hombre histórico, cuando ya estamos en medio de la segunda década de este siglo XXI, el siglo que, hace cuarenta o cincuenta años veíamos como el siglo de la gran oportunidad del Hombre individual y colectivo.
Lo que quiero traer a Uds. es la convicción de que, quienes estamos en condiciones de reflexionar, porque la casualidad y la causalidad nos ha dado la oportunidad de realizarnos en muchos de nuestros anhelos, tenemos que hacernos cargo de todos los proyectos y oportunidades de vida que se han visto y se verán frustradas. Debemos hacernos cargo de todos aquellos que están marginados de la felicidad, de los que están rezagados de la historia y en la imposibilidad de construirse según sus sueños, de los que están ignorados y ninguneados por la opulencia, de los que ni siquiera sueñan con una idea de justicia social, o con la posibilidad de sumarse a los beneficios del conocimiento. Y allí está precisamente el valor extraordinario que tiene este libro de Luis Téllez, que nos viene hablar de la Integración Humana.

Vindicación de lo intelectual

Cuando observamos lo que diariamente se publica en Chile, en el formato de un libro, sea este en papel o digital, queda la sensación de que el inmediatismo es lo que marca el estado de ánimo de los individuos y los colectivos cualquiera sea su dimensión. Detenerse a pensar desde una perspectiva humanista, es decir, desde una perspectiva que reflexione sobre el hombre en una vectorialidad que escape de lo político contingente o de la especialización del conocimiento, es una locura. Para quienes, desde la academia o desde alguna atalaya de la consagración del pensamiento institucionalizado, donde se sostienen las presuntas legitimidades del pensamiento reflexivo, hacer un esfuerzo de integración puede parecer de locos o de ilusos, o de religiosos, ya que las religiones son las únicas instancias que creen tener el derecho de unir al hombre en una visión común,  y que son aceptadas como legítimas para propender a integrarnos más allá de nuestras diferencias políticas o civiles.
¿Cómo no podría ser así, cuando los intelectuales han sido dados por muertos por la sociedad del consumo y por el conservadurismo que ha sostenido, contradictoriamente, todo el discurso neoliberal? Porque allí está la contradicción de las contradicciones de los santones y gurúes del modelo neoliberal; ser conservadores en esencia, para proponer una suerte de concepción libertaria solo en los negocios y el comercio, en tanto se sustenten firmemente en el monopolio y el control de los mercados. Son esos conservadores en esencia los que han desprestigiado y dado extremaunción a los intelectuales, y que aspiran a que ojalá desaparezca todo vestigio de la filosofía hasta en los planes de estudio.
Para estos, la intelectualidad y la filosofía son armas demasiado cargadas de futuro y de rebeldía libertaria, para que existan en los ámbitos del pensamiento que tiene alcance en la cotidianidad de las personas. Está bien en la academias, señalan en un extraña tolerancia, y que ojalá se esconda en un lenguaje incomprensible, pero no puede estar en los círculos donde se permea la cotidianidad de las personas.
Lo que hace a contrapelo, Luis Téllez, es precisamente reclamar con su libro los fueros de la intelectualidad y de la filosofía dentro del alcance mundanal. Reclama para sí la práctica del intelectualismo y la necesidad de hacer un ensayo filosófico fuera de las atalayas de los academicismos. Lo que nos dice con el solo hecho de gestar esta obra que hoy presentamos, es que no podemos pensar al hombre y contribuir a una perspectiva humanista, es decir, donde el hombre es el sujeto y objeto de la acción del hombre, para su realización histórica, para su verdadero progresismo, sin que sea necesario una disposición de intelectualidad, es decir, un terreno donde el imperio cualitativo de la reflexión intelectual y de una disposición al debate filosófico, ocurra necesariamente en los ámbitos ciertos del derecho de todo hombre a concebir su propia ubicación en el mundo, para encontrar un destino mejor a partir de la superación de las cuestiones de fondo que nos desintegran.
Hay varios componentes y caracteres en este libro que lo señalan con claridad. Como buen intelectual, Luis Tellez hace su exploración desde un intachable secularismo. Y con coraje se introduce decididamente a abordar un tema que pareciera, en el tiempo actual, que solo fuera patrimonio de las religiones: la integración humana. Y viene a hacerlo usando como objetivo, un concepto que ha sido usurpado por las concepciones  sustentadas en los determinismos de diverso tipo: el bien común.
Y parte su esfuerzo, poniendo sobre la mesa una afirmación contradictoria, no sé si en un afán de provocación. Sus primeras líneas dicen concretamente: “la integración humana, como disciplina social, corresponde a una preocupación mayor del espíritu humano por conocer, comprender y erigir las bases de una cultura integrada, solidaria y responsable, que impregnada de humanidad permita a cada individuo un crecimiento más digno dentro de la realidad circundante, que le garantice un progreso singular con un desarrollo social sustentado en relaciones de confianza que agreguen valor a los nobles impulsos de quienes trabajan por cristalizar una vida más justa e inclusiva, que erradique toda forma de trato discriminatorio y perjudicial generado por motivos de raza, sexo, religión, política o riqueza, por constituirse en actos arbitrarios que afecten las condiciones de calidad de un colectivo mundial que está enfermo, carente de valores morales suficientes como consecuencia de un proceso despótico y deliberado de deshumanización”.
Nadie que tenga una visión humanista puede estar en desacuerdo con tan enaltecedor propósito fundado en el hombre e inspirador de un libro que pretende aportar a una reflexión sobre el pensamiento humano, sin embargo, me golpea fuerte como presentador que aquello se deba dar en el marco de una disciplina, aun cuando ella sea en un sentido social. Las disciplinas, como procesos intelectuales, creo que son una consecuencia de un proceso de desintegración objetiva, que han marcado la compartimentación del pensamiento, e invocarlas aportan una regimentación que agota precisamente toda potencialidad integradora. Como también lo agota todo concepto de valoración de la cultura como un fin. Creo que todo objetivo que supere las visiones que separan al hombre, necesariamente deben sostenerse siempre en la superación de todo concepto de cultura, causas de muchos males de la humanidad. No en vano todo purismo nace de una sustentación cultural, y por lo tanto, toda reivindicación cultural termina segregando y luego asesinando a personas.
Luego de esas primeras líneas del libro, toda la reflexión que nos aporta Luis Téllez es precisamente lo contrario. Escapa a las disciplinas y reniega de los moldes culturales, y con evocación renacentista, pasa de un área a otra del conocimiento, burlando las compartimentaciones de los especialistas. De allí que quiero entender esos dos conceptos iniciales como una provocación o como los objetos intelectuales de los cuales el autor quiere renegar, para pensar de modo eficaz en torno a la integración humana.

Un autor político

En su obra Luis Téllez nos introduce en un viaje que es tremendamente seductor, un viaje que es raro encontrar en un libro en estos tiempos. Y lo hace con la sinceridad de un hombre político, aquel espécimen que ciertamente es también una rareza. Me dirán que estoy hablando sandeces, sobre todo cuando hay tantos políticos en la agenda diaria, manchando o degradando la condición política. Creo que justamente ello ocurre porque están lejos de la cualidad del hombre político, es decir, de aquel que pone la política al servicio de la condición esencial de la comprensión de su naturaleza humana: ser político a partir del interés inicial de ser hombre, un ser humano que se construye colectivamente en el interés de lo humano. Es decir, un hombre político es aquel que se entiende en un contexto histórico y en un plan de humanidad. Los que integran las clases políticas de muchas sociedades contemporáneas – no todos, por supuesto, pero si demasiados - son solo un conjunto híbrido de inmediatismos y de parasitismos en torno al poder.
Luis Tellez es un zoon politikon en propiedad. Usa las herramientas políticas y los productos del pensamiento contemporáneo para asentar su reflexividad y esbozar afirmaciones certeras sobre lo que pueden ser las políticas públicas para establecer basamentos efectivos que permitan redimensionar la conducta humana. Y eso me parece extraordinariamente valioso como hipótesis de trabajo y de reflexión. Esto sobre la base de que las políticas públicas no solo son soluciones a problemas, sino que también son instrumentos capaces de gestar una nueva moral y una nueva comprensión ética en las personas. Es decir, no son solo medios de consagración de derechos, sino que crean una comprensión que permea a toda la sociedad sobre la necesidad de determinada política en el tiempo, como una forma de hacer sociedad, de validar un derecho como una actividad social permanente, que enseña y la hace parte de una cotidianidad. 
El desafío de la integración hoy está en la disposición intelectiva de muchos pensadores honestos. La fragmentación del pensamiento es una cuestión que tiene alcances que dan certeza a muchos, de que ello es lo que impide poner un acento efectivo en un proyecto de Humanidad, que recupere aquel impulso inicial de los grandes procesos de renovación del pensamiento humanista, pero corrigiendo las deformaciones que vinieron después del impulso primario.
Hace ya aproximadamente dos años, compartimos con Luis Téllez el momento en que el profesor Luis Razeto presentó un libro con su tesis sobre el cosmos noético, donde propone ideas para fundar la posibilidad de unificar el conocimiento, o establecer los fundamentos teóricos y epistemológicos de lo que pudiera ser “una teoría única capaz de comprender toda la realidad”, una respuesta final a todas las indagaciones del hombre a través de los tiempos, a través de distintas disciplinas y teorías.
Aquella tesis contiene 20 proposiciones complejas aunque perfectamente armónicas con la idea que motivó a ese autor,  apuntando a la idea de salvaguardar el planeta que nos hizo posibles, reorganizar la sociedad y crear una civilización superior, que facilite el más pleno desarrollo humano.
Creo que hay, inevitablemente, una conexión entre aquel libro y lo que hace Luis Téllez en el libro que hoy presentamos. Porque, para entender lo que Luis Téllez pretende, hay que entender también lo que se vislumbró para el ser humano en el Renacimiento, en la Grecia clásica o en el Iluminismo. De allí que, nadie que se considere humanista puede abstraerse de esta proposición de Luis Téllez.
Vivimos una época de fragmentación del conocimiento que construye las catedrales, y consagra los obispados y los arzobispados de la especialización. Poco se discute desde la convergencia y mucho sobre la disgregación y la segmentación. Cuando queremos ver a un traumatólogo, debemos tener claro si es especialista en codo, mano, pies, rodilla, brazos o piernas. Ya pocos se atreven a considerarse en medicina hijos de un Hipócrates universal, sistémico, capaz de responder a la complejidad del cuerpo humano desde una mirada integral.
En nuestro tiempo, en las instituciones que financian la profundización del conocimiento, nadie puede ser considerado con respeto si no luce una especialización y no ha labrado su propio pequeño nicho para horadar en la roca inconmensurable del saber. Cada cual sobrevive y se potencia en la celda de este panal cada vez más imponderable de información que constituye la compartimentación del conocimiento de la especie humana.
La diversidad de intereses y visiones, de formaciones profesionales y de historias personales, es un escollo que cuesta compaginar, no digo unificar, sino simplemente compaginar para establecer ciertas metas, ciertos objetivos comunes. Por ello, a muchos nos viene haciendo peso, que las posibilidades de vencer la atomización, la fragmentación y la excluyente especialización, es posible en la medida que se ponga en ejercicio una idea concreta de Hombre y de Humanidad.

La integración como propósito

Cada cierto tiempo surgen reflexiones sinceras, de que no hay posibilidad efectiva de que la ciencia y la investigación científica logren encontrar aquella teoría, que logre ser comprobada, que permita unir lo macro-cósmico, con aquello que es atómico y hasta subatómico. Creo que cada vez es más difícil, porque cada cual prefiere su propia caverna donde cobijarse, sin poner en el centro de su motivación la necesidad de la Humanidad, y solo importa el éxito particular de su tesis, de su equipo, de su Universidad, de su centro de investigación.
Muchos han llegado a sostener que estamos en una época extraordinaria del conocimiento humano. Sin embargo, gran parte de ese conocimiento no está disponible como un instrumento útil  para resolver problemas graves de los seres humanos en muchos lugares del mundo, frente a distintos procesos del desenvolvimiento humano, o para entender lo macro y lo micro del universo. Sabemos que estamos poniendo a la Naturaleza en que vivimos en situaciones límites, pero no aplicamos las capacidades que nos ha dado el conocimiento que tenemos, para proteger la continuidad de las virtudes planetarias que han permitido la casualidad de la vida humana.
Frente a esas convicciones un tanto desalentadas, se expresa el pensamiento de hombres como Luis Téllez. Alguien podría motejar este libro de ambicioso,  y no faltará alguien que diga que es utópico. Esas son virtudes que inducen precisamente a leerlo.
En sus contenidos está el deseo holístico de muchas de las apreciaciones que el autor expresa en sus conversaciones con quienes comparten sus espacios de reflexión. Ambos participamos en una institución que recoge antiguas sabidurías que se fundan en una pretensión holística de hacer del hombre objeto y sujeto de la acción humana, en pos de la realización de una idea cierta de Humanidad, de un humanismo que expresa determinantemente una idea de integración.
Eso es lo que refleja y expresa arraigadamente este libro.
Téllez no está pensando en Chile, cuando escribe esta reflexión profunda que nos ofrece, pero toma a Chile para pensar el conjunto. El autor nos dice que somos parte de un barco mucho más grande que la pequeña nave que es nuestro aún provinciano país, que se sigue mirando el ombligo en la cotidianidad de una clase dirigente cortoplacista y economicista, que vive atrapada en el disciplinarismo y la tecnocracia, y subyugada por los intereses mezquinos de una clase poseedora incapaz de cambiar sus tradiciones conceptuales. Resulta una pena no haber podido tener en Chile, clases ricas como las que tuvieron los holandeses del siglo XVII o las repúblicas italianas del renacimiento. Pero eso es tema de otro momento.
Recomiendo a todos los que conocen a Luis Tellez que lean este libro, y la misma recomendación hago a esta comunidad educacional que esta tarde nos acoge.  Nuestra sociedad y nuestro tiempo necesita de este tipo de reflexiones y aportes.  Acompañemos, leyendo su libro, a este viaje que nos  propone para construir afirmaciones en torno a su deseo holístico.
Su lógica se entiende en el contexto de su concepto de unidad que posibilita la integración como un hecho irreversible.
Dice, avanzando hacia el final de su análisis: “La unidad existe y subyace en la frondosa diversidad de formas esparcidas por el universo. La cadena de la existencia está compuesta de interdependencias e inter-relaciones que conforman ecosistemas, cuya homeóstasis puede verse alterada por el comportamiento irresponsable de parte de un segmento poderoso y/o refractario de la humanidad que atente contra el delicado equilibrio de la naturaleza.
En el entendido que las formas de pensar han llevado a una desintegración gradual del sistema social de la humanidad, con un fuerte impacto en las condiciones planetarias, se hace aconsejable invertir el proceso de creación humana, a través de un actuar integrado que incorpore el sentido de pertenencia al grupo humano, como una fórmula capaz de eliminar formas torcidas de pensamiento que se han constituido en la raíz de los males que aquejan la orbe”.
Para Luis Téllez es necesario un plan universal, insiste en que se requiere de un esfuerzo armónico y armonizador, es necesario recurrir a ciertas marcas sobre el terreno de alcance universal (usa el concepto landmark), acoge la idea de un orden universal de nuevo tipo, defiende la originalidad del individuo como base de la integración, exige una cultura solidaria, anhela una educación integral,  en fin.
Comparto ampliamente la idea del prologuista, Francisco Coloane, de que después de leer este libro quedamos con una buena dosis de optimismo y de convicciones de que sus enunciados son posibles, de que el hombre histórico puede asumir el desafío de la integración, a partir de un factor motivador tremendamente potente: la fraternidad y los procesos re-ligadores que ese sentimiento relacional contiene.
Los amigos y quienes constantemente nos relacionamos con Luis Téllez, podemos sentirnos congratulados de conocer esta obra que nos entrega, fruto de sus tantas y diferenciadas reflexiones. Nos confirma que no se tratan de pensamientos improvisados, sino de un deseo sincero de buscar y aportar las respuestas que la Humanidad y el hombre histórico necesitan para abordar la próxima etapa de su desarrollo, aquella en que se ponga fin a la locura de la fragmentación y la dispersión como paradigmas del accionar en torno a la formación y profundización del conocimiento, y como práctica de los modelos de construcción social y de las políticas que distancian a los grupos humanos de los objetivos comunes.
Las convenciones, los consensos, las convergencias, son más que nunca necesidades estructurales. La integración un desafío inevitable. Muchas columnas deben ser derribadas para ese efecto. Los  desafíos nos señalan que hay una tarea que hacer para lograrlo: instruir e iluminar a los hombres. Creo que este libro es una aportación tremendamente valiosa para ese efecto.
Insisto. Este libro debe ser leído, para contaminarnos positivamente con su optimismo, con sus ideas maduradas más allá de las disciplinas y con una inspiración que trasunta una voluntad arraigada en los clásicos del Humanismo. Felicito a la Universidad La República por haberlo publicado, porque este tipo de reflexiones merecen una oportunidad y todos los que lean el libro lo agradecerán por lo que aporta a la reflexividad que trasciende las motivaciones pedestres de  cada día.



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