Introducción
En primer lugar, quiero agradecer la
oportunidad que me ha dado la Universidad La República, para presentar el libro
de Luis Tellez Mellado, con quien me ha unido la posibilidad de poder
colaborarle en instancias de reflexión sobre una misma preocupación por el
hombre. Con su claridad de ideas, su humor y su sencillez nos convoca
regularmente a algunas de las cuestiones que este libro expresa como parte de
su pensamiento.
No puedo dejar de considerar que su
estilo y sus convicciones profundas sobre la libertad de espíritu, a veces
produce desconcierto en algunos de nuestros amigos, pero para muchos de
nosotros es un bien que es inherente a Luis Téllez, como manifestación de sus certezas y su temperamento, y por lo mismo
son un tributo a la sapiencia que le ha dado una vida de experiencias y
reflexiones.
Ese acerbo de ideas que bullen en su
mente y en su reflexividad es lo que está presente en esta obra que hoy
presentamos, gracias al impulso eficaz de la Universidad La República. Es una
obra singularísima que la lectura fácil no permite comprender, sobre todo para
quienes gustan de las lecturas rápidas que parecen ser la tónica de gran parte
de la cotidianidad de este tiempo que nos toca vivir, y donde lo contingente de
cada día parece ser una necesidad para quien toma un libro con el preferente
propósito de adherir a los debates con alguna munición adicional para disparar opiniones
fugaces.
Reflexionar sobre lo humano
No deja de ser necesario un libro que
escape a las condiciones de la decepcionante condición incierta que nos toca
vivir. Decepcionante por cierto para quienes sentimos en la piel los tráfagos
del hombre histórico de nuestro tiempo, para quienes creemos que el hombre
tiene solo una oportunidad de vivir, y que cualquier otra posibilidad está en
ámbitos que nos son desconocidos y que están fuera de nuestra verdadera
comprensión intelectiva, es decir, fuera de procesos verdaderamente
inteligibles, al margen de experiencias que nos permitan otear otra oportunidad
de vivir y corregir tal vez todo lo que ahora debemos resolver.
Cada ser humano solo tiene un tiempo
para vivir, desde que sale desde el caldo uterino en el cual llegó a ser
posible, por un conjunto de frágiles circunstancias, entre la casualidad y la
causalidad, hasta que sus signos vitales se apagan por causas prematuras o por
la culminación necesaria de los órganos que lo componen.
No es posible reflexionar sobre lo
humano, sin mensurar aquella fragilidad sustancial que lo hace propiamente
humano. Un ser finito que tiene solo una oportunidad para precisamente ser.
Un ser finito que debe realizarse como
tal, esto es, hacer posible sus anhelos más sentidos, vivir y convivir,
satisfacer sus necesidades, aproximarse a la realización de sus ambiciones
personales y colectivas, vislumbrar y construir su felicidad, encontrarle un
sentido a su propia existencia y transmitirla a los demás en el hecho mismo del
convivir. Reproducir la vida con una impronta de esperanza. Todo un desafío,
tal vez inaudito, que debe asumir con alcances indómitos todo ser humano en la
significación del vivir. Con ello no estoy diciendo que, tal vez, por procesos
intelectivos diferenciados, no haya individuos humanos que tengan el gozo de no
tener que asumir su finitud y avancen hasta la ancianidad y su inexorable
desenlace, sin tener que hacerse cargo de la contextualización inevitable de su
humanidad.
Pero ello no es la regla de quienes
abrevaban en el día a día, en la constancia de la reflexividad. No ocurre con
quienes, cada día salen del sueño, y afrontan el día haciéndose cargo de
aquello que implica nuestra temporalidad humana, y salen a la calle con un
propósito vital: superar las realidades para transformarlas, sobre la base de
un conocimiento y la experiencia, en la búsqueda de la realización individual,
en el marco absoluto de lo colectivo.
Eso es lo que hace posible la pequeña
historia de cada día, lo que hace posible la condición del hombre histórico, de
aquello que llamamos ser humano, una caracterización de lo colectivo en el ámbito
de lo individual.
Y aquel individuo que se gesta en el
líquido amniótico, entre la casualidad y la causalidad, ciertamente estará sometido
a una vida extrauterina, que también tendrá una inexorable realidad entre la
casualidad y la causalidad. Y su historia individual, en su búsqueda que se
desencadena desde que apenas puede discurrir algunas ideas, estará señalada por
un deseo vital de realización, que solo la casualidad le dará la oportunidad,
en tanto las causalidades de su tiempo
lo ubiquen en un espacio donde pueda ser relativamente posible.
Cuando leía, en días precedentes, este
libro que hoy presentamos, leía paralelamente en las noticias que en la frontera
de Bolivia con la provincia argentina de Jujuy, había un sórdido tráfico de
niños, donde, por doscientos o trescientos mil pesos chilenos, un niño era
arrancado de su hogar para ser entregado como esclavo en la producción agrícola
o una niña era vendida para prestar servicios sexuales. Cuando leía a Luis
Téllez, estábamos trabajando para preparar la próxima edición de la revista
Iniciativa Laicista, donde informamos que se va a realizar un congreso del
libre pensamiento en Ecuador y queríamos contextualizarlo en la realidad de
América Latina, nuestro vecindario geográfico y cultural, y tomábamos nota de
las 67.000 niñas que , año a año, en Guatemala son embarazadas antes de los 14
años, como consecuencia de violaciones o abusos de sus mayores; de los 520.000
niños mexicanos que cada año son víctimas de alguna manifestación de violencia
que determinará irreversiblemente su vida antes que dejen la adolescencia.
Entenderán Uds. esa aprehensión mía
cuando remarco la idea de casualidad y causalidad de lo humano. ¿Cómo será el
ámbito de lo humano de esas vidas? ¿Cuántas serán sus posibilidades? ¿Habrá en
ellos una posibilidad de esperanza, o llegarán a reflexionar algún sentido o propósito
de vida?
Y cuando hablamos de nuestro vecindario,
de todo ese continente que nos identifica, desde el Río Grande hasta el Cabo de
Hornos, como pueblos unidos por muchas historias comunes, luego de un tiempo no
lejano en que los derechos humanos fueron pisoteados, las vidas arrebatadas y los sueños destruidos, fruto de las botas
militares y los estados de excepción, una encuesta nos dice que la desilusión
con la democracia en los latinoamericanos sigue aumentando, y solo unos puntos
nos permiten decir que aún, poco más de la mitad de nuestras sociedades siguen
dándole algún crédito a la democracia como sistema político adecuado para
resolver los problemas cotidianos de las personas. Por cierto, Chile, con una
clase política desprestigiada, está entre los países donde la democracia ha
perdido más confianza.
No pretendo hacer una reflexión amplia
sobre nuestra contemporaneidad, sobre la condición de casualidad y causalidad
que marca al hombre histórico, cuando ya estamos en medio de la segunda década
de este siglo XXI, el siglo que, hace cuarenta o cincuenta años veíamos como el
siglo de la gran oportunidad del Hombre individual y colectivo.
Lo que quiero traer a Uds. es la
convicción de que, quienes estamos en condiciones de reflexionar, porque la casualidad
y la causalidad nos ha dado la oportunidad de realizarnos en muchos de nuestros
anhelos, tenemos que hacernos cargo de todos los proyectos y oportunidades de
vida que se han visto y se verán frustradas. Debemos hacernos cargo de todos
aquellos que están marginados de la felicidad, de los que están rezagados de la
historia y en la imposibilidad de construirse según sus sueños, de los que
están ignorados y ninguneados por la opulencia, de los que ni siquiera sueñan
con una idea de justicia social, o con la posibilidad de sumarse a los
beneficios del conocimiento. Y allí está precisamente el valor extraordinario
que tiene este libro de Luis Téllez, que nos viene hablar de la Integración
Humana.
Vindicación de lo intelectual
Cuando observamos lo que diariamente se
publica en Chile, en el formato de un libro, sea este en papel o digital, queda
la sensación de que el inmediatismo es lo que marca el estado de ánimo de los
individuos y los colectivos cualquiera sea su dimensión. Detenerse a pensar desde
una perspectiva humanista, es decir, desde una perspectiva que reflexione sobre
el hombre en una vectorialidad que escape de lo político contingente o de la
especialización del conocimiento, es una locura. Para quienes, desde la
academia o desde alguna atalaya de la consagración del pensamiento
institucionalizado, donde se sostienen las presuntas legitimidades del
pensamiento reflexivo, hacer un esfuerzo de integración puede parecer de locos
o de ilusos, o de religiosos, ya que las religiones son las únicas instancias
que creen tener el derecho de unir al hombre en una visión común, y que son aceptadas como legítimas para
propender a integrarnos más allá de nuestras diferencias políticas o civiles.
¿Cómo no podría ser así, cuando los
intelectuales han sido dados por muertos por la sociedad del consumo y por el
conservadurismo que ha sostenido, contradictoriamente, todo el discurso
neoliberal? Porque allí está la contradicción de las contradicciones de los
santones y gurúes del modelo neoliberal; ser conservadores en esencia, para
proponer una suerte de concepción libertaria solo en los negocios y el comercio,
en tanto se sustenten firmemente en el monopolio y el control de los mercados.
Son esos conservadores en esencia los que han desprestigiado y dado
extremaunción a los intelectuales, y que aspiran a que ojalá desaparezca todo
vestigio de la filosofía hasta en los planes de estudio.
Para estos, la intelectualidad y la
filosofía son armas demasiado cargadas de futuro y de rebeldía libertaria, para
que existan en los ámbitos del pensamiento que tiene alcance en la cotidianidad
de las personas. Está bien en la academias, señalan en un extraña tolerancia, y
que ojalá se esconda en un lenguaje incomprensible, pero no puede estar en los
círculos donde se permea la cotidianidad de las personas.
Lo que hace a contrapelo, Luis Téllez,
es precisamente reclamar con su libro los fueros de la intelectualidad y de la
filosofía dentro del alcance mundanal. Reclama para sí la práctica del
intelectualismo y la necesidad de hacer un ensayo filosófico fuera de las
atalayas de los academicismos. Lo que nos dice con el solo hecho de gestar esta
obra que hoy presentamos, es que no podemos pensar al hombre y contribuir a una
perspectiva humanista, es decir, donde el hombre es el sujeto y objeto de la
acción del hombre, para su realización histórica, para su verdadero
progresismo, sin que sea necesario una disposición de intelectualidad,
es decir, un terreno donde el imperio cualitativo de la reflexión intelectual y
de una disposición al debate filosófico, ocurra necesariamente en los ámbitos
ciertos del derecho de todo hombre a concebir su propia ubicación en el mundo, para
encontrar un destino mejor a partir de la superación de las cuestiones de fondo
que nos desintegran.
Hay varios componentes y caracteres en
este libro que lo señalan con claridad. Como buen intelectual, Luis Tellez hace
su exploración desde un intachable secularismo. Y con coraje se introduce
decididamente a abordar un tema que pareciera, en el tiempo actual, que solo
fuera patrimonio de las religiones: la integración humana. Y viene a hacerlo
usando como objetivo, un concepto que ha sido usurpado por las concepciones sustentadas en los determinismos de diverso
tipo: el bien común.
Y parte su esfuerzo, poniendo sobre la
mesa una afirmación contradictoria, no sé si en un afán de provocación. Sus
primeras líneas dicen concretamente: “la integración humana, como disciplina
social, corresponde a una preocupación mayor del espíritu humano por conocer,
comprender y erigir las bases de una cultura integrada, solidaria y
responsable, que impregnada de humanidad permita a cada individuo un
crecimiento más digno dentro de la realidad circundante, que le garantice un
progreso singular con un desarrollo social sustentado en relaciones de
confianza que agreguen valor a los nobles impulsos de quienes trabajan por
cristalizar una vida más justa e inclusiva, que erradique toda forma de trato
discriminatorio y perjudicial generado por motivos de raza, sexo, religión,
política o riqueza, por constituirse en actos arbitrarios que afecten las
condiciones de calidad de un colectivo mundial que está enfermo, carente de
valores morales suficientes como consecuencia de un proceso despótico y
deliberado de deshumanización”.
Nadie que tenga una visión humanista
puede estar en desacuerdo con tan enaltecedor propósito fundado en el hombre e
inspirador de un libro que pretende aportar a una reflexión sobre el
pensamiento humano, sin embargo, me golpea fuerte como presentador que aquello
se deba dar en el marco de una disciplina, aun cuando ella sea en un sentido
social. Las disciplinas, como procesos intelectuales, creo que son una
consecuencia de un proceso de desintegración objetiva, que han marcado la
compartimentación del pensamiento, e invocarlas aportan una regimentación que
agota precisamente toda potencialidad integradora. Como también lo agota todo
concepto de valoración de la cultura como un fin. Creo que todo objetivo que
supere las visiones que separan al hombre, necesariamente deben sostenerse
siempre en la superación de todo concepto de cultura, causas de muchos males de
la humanidad. No en vano todo purismo nace de una sustentación cultural, y por
lo tanto, toda reivindicación cultural termina segregando y luego asesinando a
personas.
Luego de esas primeras líneas del libro,
toda la reflexión que nos aporta Luis Téllez es precisamente lo contrario.
Escapa a las disciplinas y reniega de los moldes culturales, y con evocación
renacentista, pasa de un área a otra del conocimiento, burlando las
compartimentaciones de los especialistas. De allí que quiero entender esos dos
conceptos iniciales como una provocación o como los objetos intelectuales de
los cuales el autor quiere renegar, para pensar de modo eficaz en torno a la
integración humana.
Un autor político
En su obra Luis Téllez nos introduce en
un viaje que es tremendamente seductor, un viaje que es raro encontrar en un
libro en estos tiempos. Y lo hace con la sinceridad de un hombre político,
aquel espécimen que ciertamente es también una rareza. Me dirán que estoy
hablando sandeces, sobre todo cuando hay tantos políticos en la agenda diaria,
manchando o degradando la condición política. Creo que justamente ello ocurre
porque están lejos de la cualidad del hombre político, es decir, de aquel que
pone la política al servicio de la condición esencial de la comprensión de su
naturaleza humana: ser político a partir del interés inicial de ser hombre, un
ser humano que se construye colectivamente en el interés de lo humano. Es
decir, un hombre político es aquel que se entiende en un contexto histórico y
en un plan de humanidad. Los que integran las clases políticas de muchas
sociedades contemporáneas – no todos, por supuesto, pero si demasiados - son
solo un conjunto híbrido de inmediatismos y de parasitismos en torno al poder.
Luis Tellez es un zoon politikon en propiedad. Usa las herramientas políticas y los
productos del pensamiento contemporáneo para asentar su reflexividad y esbozar
afirmaciones certeras sobre lo que pueden ser las políticas públicas para
establecer basamentos efectivos que permitan redimensionar la conducta humana.
Y eso me parece extraordinariamente valioso como hipótesis de trabajo y de
reflexión. Esto sobre la base de que las políticas públicas no solo son
soluciones a problemas, sino que también son instrumentos capaces de gestar una
nueva moral y una nueva comprensión ética en las personas. Es decir, no son
solo medios de consagración de derechos, sino que crean una comprensión que
permea a toda la sociedad sobre la necesidad de determinada política en el
tiempo, como una forma de hacer sociedad, de validar un derecho como una
actividad social permanente, que enseña y la hace parte de una cotidianidad.
El desafío de la integración hoy está en
la disposición intelectiva de muchos pensadores honestos. La fragmentación del
pensamiento es una cuestión que tiene alcances que dan certeza a muchos, de que
ello es lo que impide poner un acento efectivo en un proyecto de Humanidad, que
recupere aquel impulso inicial de los grandes procesos de renovación del
pensamiento humanista, pero corrigiendo las deformaciones que vinieron después del
impulso primario.
Hace ya aproximadamente dos años,
compartimos con Luis Téllez el momento en que el profesor Luis Razeto presentó
un libro con su tesis sobre el cosmos noético, donde propone ideas para fundar
la posibilidad de unificar el conocimiento, o establecer los fundamentos
teóricos y epistemológicos de lo que pudiera ser “una teoría única capaz de
comprender toda la realidad”, una respuesta final a todas las indagaciones del
hombre a través de los tiempos, a través de distintas disciplinas y teorías.
Aquella tesis contiene 20 proposiciones
complejas aunque perfectamente armónicas con la idea que motivó a ese
autor, apuntando a la idea de
salvaguardar el planeta que nos hizo posibles, reorganizar la sociedad y crear
una civilización superior, que facilite el más pleno desarrollo humano.
Creo que hay, inevitablemente, una
conexión entre aquel libro y lo que hace Luis Téllez en el libro que hoy
presentamos. Porque, para entender lo que Luis Téllez pretende, hay que
entender también lo que se vislumbró para el ser humano en el Renacimiento, en
la Grecia clásica o en el Iluminismo. De allí que, nadie que se considere
humanista puede abstraerse de esta proposición de Luis Téllez.
Vivimos una época de fragmentación del
conocimiento que construye las catedrales, y consagra los obispados y los
arzobispados de la especialización. Poco se discute desde la convergencia y
mucho sobre la disgregación y la segmentación. Cuando queremos ver a un traumatólogo,
debemos tener claro si es especialista en codo, mano, pies, rodilla, brazos o
piernas. Ya pocos se atreven a considerarse en medicina hijos de un Hipócrates
universal, sistémico, capaz de responder a la complejidad del cuerpo humano
desde una mirada integral.
En nuestro tiempo, en las instituciones
que financian la profundización del conocimiento, nadie puede ser considerado
con respeto si no luce una especialización y no ha labrado su propio pequeño nicho
para horadar en la roca inconmensurable del saber. Cada cual sobrevive y se
potencia en la celda de este panal cada vez más imponderable de información que
constituye la compartimentación del conocimiento de la especie humana.
La diversidad de intereses y visiones,
de formaciones profesionales y de historias personales, es un escollo que
cuesta compaginar, no digo unificar, sino simplemente compaginar para
establecer ciertas metas, ciertos objetivos comunes. Por ello, a muchos nos
viene haciendo peso, que las posibilidades de vencer la atomización, la
fragmentación y la excluyente especialización, es posible en la medida que se
ponga en ejercicio una idea concreta de Hombre y de Humanidad.
La integración como propósito
Cada cierto tiempo surgen reflexiones
sinceras, de que no hay posibilidad efectiva de que la ciencia y la
investigación científica logren encontrar aquella teoría, que logre ser
comprobada, que permita unir lo macro-cósmico, con aquello que es atómico y
hasta subatómico. Creo que cada vez es más difícil, porque cada cual prefiere
su propia caverna donde cobijarse, sin poner en el centro de su motivación la
necesidad de la Humanidad, y solo importa el éxito particular de su tesis, de
su equipo, de su Universidad, de su centro de investigación.
Muchos han llegado a sostener que
estamos en una época extraordinaria del conocimiento humano. Sin embargo, gran
parte de ese conocimiento no está disponible como un instrumento útil para resolver problemas graves de los seres
humanos en muchos lugares del mundo, frente a distintos procesos del desenvolvimiento
humano, o para entender lo macro y lo micro del universo. Sabemos que estamos
poniendo a la Naturaleza en que vivimos en situaciones límites, pero no
aplicamos las capacidades que nos ha dado el conocimiento que tenemos, para
proteger la continuidad de las virtudes planetarias que han permitido la
casualidad de la vida humana.
Frente a esas convicciones un tanto
desalentadas, se expresa el pensamiento de hombres como Luis Téllez. Alguien
podría motejar este libro de ambicioso,
y no faltará alguien que diga que es utópico. Esas son virtudes que
inducen precisamente a leerlo.
En sus contenidos está el deseo
holístico de muchas de las apreciaciones que el autor expresa en sus
conversaciones con quienes comparten sus espacios de reflexión. Ambos
participamos en una institución que recoge antiguas sabidurías que se fundan en
una pretensión holística de hacer del hombre objeto y sujeto de la acción
humana, en pos de la realización de una idea cierta de Humanidad, de un
humanismo que expresa determinantemente una idea de integración.
Eso es lo que refleja y expresa
arraigadamente este libro.
Téllez no está pensando en Chile, cuando
escribe esta reflexión profunda que nos ofrece, pero toma a Chile para pensar
el conjunto. El autor nos dice que somos parte de un barco mucho más grande que
la pequeña nave que es nuestro aún provinciano país, que se sigue mirando el
ombligo en la cotidianidad de una clase dirigente cortoplacista y
economicista, que vive atrapada en el disciplinarismo y la tecnocracia, y
subyugada por los intereses mezquinos de una clase poseedora incapaz de cambiar
sus tradiciones conceptuales. Resulta una pena no haber podido tener en Chile,
clases ricas como las que tuvieron los holandeses del siglo XVII o las
repúblicas italianas del renacimiento. Pero eso es tema de otro momento.
Recomiendo a todos los que conocen a
Luis Tellez que lean este libro, y la misma recomendación hago a esta comunidad
educacional que esta tarde nos acoge. Nuestra
sociedad y nuestro tiempo necesita de este tipo de reflexiones y aportes. Acompañemos, leyendo su libro, a este viaje
que nos propone para construir
afirmaciones en torno a su deseo holístico.
Su lógica se entiende en el contexto de
su concepto de unidad que posibilita la integración como un hecho irreversible.
Dice, avanzando hacia el final de su
análisis: “La unidad existe y subyace en
la frondosa diversidad de formas esparcidas por el universo. La cadena de la
existencia está compuesta de interdependencias e inter-relaciones que conforman
ecosistemas, cuya homeóstasis puede verse alterada por el comportamiento
irresponsable de parte de un segmento poderoso y/o refractario de la humanidad
que atente contra el delicado equilibrio de la naturaleza.
En
el entendido que las formas de pensar han llevado a una desintegración gradual
del sistema social de la humanidad, con un fuerte impacto en las condiciones
planetarias, se hace aconsejable invertir el proceso de creación humana, a
través de un actuar integrado que incorpore el sentido de pertenencia al grupo
humano, como una fórmula capaz de eliminar formas torcidas de pensamiento que
se han constituido en la raíz de los males que aquejan la orbe”.
Para Luis Téllez es necesario un plan
universal, insiste en que se requiere de un esfuerzo armónico y armonizador, es
necesario recurrir a ciertas marcas sobre el terreno de alcance universal (usa
el concepto landmark), acoge la idea de un orden universal de nuevo tipo,
defiende la originalidad del individuo como base de la integración, exige una
cultura solidaria, anhela una educación integral, en fin.
Comparto ampliamente la idea del
prologuista, Francisco Coloane, de que después de leer este libro quedamos con
una buena dosis de optimismo y de convicciones de que sus enunciados son
posibles, de que el hombre histórico puede asumir el desafío de la integración,
a partir de un factor motivador tremendamente potente: la fraternidad y los
procesos re-ligadores que ese sentimiento relacional contiene.
Los amigos y quienes constantemente nos
relacionamos con Luis Téllez, podemos sentirnos congratulados de conocer esta
obra que nos entrega, fruto de sus tantas y diferenciadas reflexiones. Nos
confirma que no se tratan de pensamientos improvisados, sino de un deseo sincero
de buscar y aportar las respuestas que la Humanidad y el hombre histórico
necesitan para abordar la próxima etapa de su desarrollo, aquella en que se
ponga fin a la locura de la fragmentación y la dispersión como paradigmas del
accionar en torno a la formación y profundización del conocimiento, y como
práctica de los modelos de construcción social y de las políticas que
distancian a los grupos humanos de los objetivos comunes.
Las convenciones, los consensos, las
convergencias, son más que nunca necesidades estructurales. La integración un
desafío inevitable. Muchas columnas deben ser derribadas para ese efecto.
Los desafíos nos señalan que hay una
tarea que hacer para lograrlo: instruir e iluminar a los hombres. Creo que este
libro es una aportación tremendamente valiosa para ese efecto.
Insisto. Este libro debe ser leído, para
contaminarnos positivamente con su optimismo, con sus ideas maduradas más allá
de las disciplinas y con una inspiración que trasunta una voluntad arraigada en
los clásicos del Humanismo. Felicito a la Universidad La República por haberlo
publicado, porque este tipo de reflexiones merecen una oportunidad y todos los
que lean el libro lo agradecerán por lo que aporta a la reflexividad que
trasciende las motivaciones pedestres de
cada día.
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