sábado, 16 de septiembre de 2017

Homenaje a la Patria

Cuando los aires primaverales de septiembre comienzan a soplar sobre Chile, sin duda el concepto de la Patria toma una connotación que parece llenar el sentimiento popular -  las sensaciones personales y colectivas -, y la simbología de la chilenidad se expresa en todos los lugares, igual como se manifiesta en todas la ocasiones donde las gentes concurren y manifiestan su habitabilidad citadina y rural.
Todos parecemos vernos asociados a la sensación de un sentimiento especial que se relaciona probablemente con las primeras manifestaciones de la primavera. Todo brota a nuestro alrededor, y el sol comienza a revelar la belleza de las geografías. La naturaleza misma parece decir que estamos en el mes de la Patria, y un estado de ánimo general pareciera embargarnos, tal vez prometiéndonos que vendrá el verano y que la vida sigue su ciclo maravilloso en el entorno de nuestra cotidianidad.
Es, sin duda, septiembre, por excelencia, el mes de la Patria. Algo que nos convoca y nos une, y queremos compartir las bondades de las comidas típicas y la libación de las bebidas tradicionales, y el costumbrismo de los juegos y entretenciones de antigua data.
La Patria, más allá de cualquier consideración, en este caso se nos manifiesta con su idea de asociatividad, con su invitación integradora, convocándonos a ser parte de su identidad, acogiéndonos con su relato.
Para quienes hemos incursionado en la lectura de la literatura chilena, encontramos afirmaciones ciertas en nuestra literatura costumbrista o romántica, y en todos aquellos poetas y narradores que han descrito las consecuencias de los grandes episodios de la historia, para dejarlos presentes en nuestra memoria colectiva que somos parte de una misma identidad.
Los poetas han exaltado a la patria desde los tiempos primeros de la República y sus sentimientos siguen siendo propuestas que reviven, a veces en la escuela, o tal vez en la boca de algún juglar rebuscón que quiere traernos la memoria de los sentimientos olvidados.
Tú eres la patria/ y también eres el amor/ pues quien dice patria dice amor” señalaba Manuel Magallanes Moure. “Si pequeña es la Patria, uno grande la sueña. Mis ilusiones, y mis deseos, y mis esperanzas, me dicen que no hay patria pequeña”, afirmaba Rubén Darío, un trasplantado en Chile por varios años. “Ay Patria, Patria / ay Patria, cuándo /ay cuándo y cuándo / cuándo me encontraré contigo? / Lejos de ti / mitad de tierra tuya y hombre tuyo / he continuado siendo /  y otra vez hoy la primavera pasa./ Pero yo / con tus flores me he llenado /, con tu victoria voy sobre la frente /y en ti siguen viviendo mis raíces”, susurraba Neruda en la distancia del desarraigado.
Todo juglar la siente, la necesita, la reclama, pero nadie la explica desde la razón. Sin embargo, un poeta latinoamericano, un día quiso responder las incógnitas desde esa trinchera de los consensos. Fue el argentino Jorge Luis Borges que nos propuso: Nadie es la Patria. Ni siquiera el jinete / que, alto en el alba de una plaza desierta, / rige un corcel de bronce por el tiempo, / ni los otros que miran desde el mármol, / ni los que prodigaron su bélica ceniza / por los campos de América / o dejaron un verso o una hazaña / o la memoria de una vida cabal / en el justo ejercicio de los días. / Nadie es la Patria. / Ni siquiera los símbolos. / Nadie es la Patria. / Ni siquiera el tiempo / cargados de batallas, de espadas y de éxodos / y de la lenta población de regiones / Que lindan con la aurora y el ocaso, / y de los rostros que van envejeciendo / en los espejos que se empañan / y de sufridas agonías anónimas / que duran hasta el alba / y de la telaraña de la lluvia / sobre negros jardines. / La Patria, amigos, es un acto perpetuo / como el perpetuo mundo. (Si el Eterno espectador dejara de soñarnos / un solo instante, nos fulminaría, / blanco y brusco relámpago, Su olvido.) / Nadie es la Patria, pero todos debemos / ser dignos del antiguo juramento / que prestaron aquellos caballeros / de ser lo que ignoraban, / de ser lo que serían por el hecho / de haber jurado en esa vieja casa. / Somos el porvenir de aquellos muertos; / nuestro deber es la gloriosa carga / que a nuestra sombra legan esas sombras / que debemos salvar. / Nadie es la Patria, pero todos lo somos. / Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante, / ese límpido fuego misterioso”.
Alejándonos del lirismo, como hombres analíticos que seguramente somos, que nos congregamos en torno a la reflexión y al estudio de los fenómenos humanos, seguramente estaremos contestes que la Patria es la tierra natal de nuestros padres, una geografía a la cual nos ligamos afectivamente, porque es parte de nuestra raigambre emocional, y nuestra comprensión cultural del origen. Su significación está muchas veces unidas a connotaciones políticas, porque todo individuo humano es un ser político, o bien a lecturas ideológicas  que se construyen a partir de una raigambre común que pareciera nos obliga.
Hace un siglo y medio, la idea de Patria tenía algo profundamente ligado a una idea de inmolación. No importaba el acierto o los yerros de quienes dirigían los destinos de la reivindicada Patria, porque, por sobre todo, la determinación personal era estar dispuesta a morir por ella. Millones de cadáveres quedaron repartidos por el mundo por aquella voluntad decidida de servir a la Patria más allá de cualquier certeza en los objetivos perseguidos por las élites del Estado Nación.
Pero, en este siglo de revisiones y relativismos que impone la globalización  y las nuevas comprensiones de los deberes frente al Estado, la idea de Patria parece haber experimentado ciertos matices que no responden a las lógicas de fidelización.
La Patria – como sabemos - nace de la idea patriarcal, derivada de los clanes primitivos, asociada a cierta condición de arraigo con el lugar de asentamiento gregario.
El concepto de Patria, en su variable que ha predominado en nuestra cultura nacional, nace fundamentalmente de los procesos derivados de la revolución francesa y la independencia de Estados Unidos. En los siglos previos la fidelidad al Estado estaba determinado por la cualidad de súbditos a un rey, a quien se debía fidelidad y abnegación. Destronados los reyes, se impone la república, y esta se relaciona con un espacio territorial específico. Es así como cobra importancia el valor de un concepto de “patria”, como el factor que construye la ligazón emocional en torno a un país-Estado, o Nación, es decir, ese conjunto comunitario  que se siente parte de un mismo origen y que comparte un territorio.
La emancipación de América ocurre bajo esa invocación patriótica. Carentes de una relación emocional con el territorio, los criollos emancipacionistas, toman el concepto de Patria, como un relato que une a aquellos que sienten que sus lazos con la Corona española se han roto. Perdida la condición de súbditos, es decir, de una sociedad unida por la corona, no hay un elemento unificador de la condición común que articule el relato social.  Lo que hacen los promotores de la independencia es vindicar como elemento de unidad social la condición patriarcal. Se trata de ganar la independencia para quienes habían heredado la tierra de sus padres. Así, el objetivo era liberar la patria del yugo extranjero, y ellos mismos se calificaron como “patriotas” de la América a liberar.
Esa misma vindicación la tomarían quienes se levantaron contra las Coronas europeas, en la misma Europa. Fueron los románticos los que desarrollaron esa idea, en el marco de las revoluciones sociales que se desataron por Europa en 1848, contra las casas reales. Los países centroeuropeos fueron escenario de alzamientos contra la nobleza, especialmente en París y Praga. En ese intento revolucionario y sus efectos, frente a los excesos de la razón dieciochesca, los románticos pusieron su más profundo acento en los sentimientos, lo que, desde el punto de vista de las raigambres geográficas, la Patria fue la expresión más sublime y el patriotismo la expresión cierta de aquel sentimiento que unía a las personas a la tierra de sus padres.
Ello dio sentido a una convergencia social de distintos sectores dentro de un ámbito territorial común, de la misma forma que incentivó la lectura de lo nacional, como otro exponente de invocación unitaria de una comunidad social, en el marco territorial. Ello traería enormes consecuencias para muchos pueblos, que enfrentaron la obligación de compartir un territorio. Eso es lo que aún está presente en muchos conflictos del mundo, donde las fronteras fueron establecidas sobre basamentos de poder, impuestas muchas veces por la fuerza.
Luego, hacia inicios del siglo XX, la usurpación ideológica de los fanatismos del concepto de patriotismo, por los fascismos y nacionalismos militaristas, hará que la idea de Patria alcance niveles insospechados, cuando los grandes y poderosos Estados, tradujeron su propia caracterización en homologación con el concepto Patria.
Un notable ejemplo de ello fue la lucha de la Unión Soviética contra la Alemania Nazi, una conjunción de distintas nacionalidades o patrias, sometido a un concepto unificador a través de un poder soviético que convoca a una Gran Guerra Patria contra el nazismo y Alemania. Es lo mismo que pretendieron los germanófilos de los países limítrofes de Alemania en torno a Hitler.
Sin embargo, la civilización humana ha experimentado cambios muy profundos en las últimas décadas. Ello constituye una afirmación repetida y consensuada que nace de la comprobación cotidiana. Nada parece estar bajo los moldes y afirmaciones comunes, que caracterizaron la cultura occidental de hace medio siglo.
La globalización como proceso cultural se palpa cada día y los basamentos tradicionales parecen ser licuados en una nueva comprensión del mundo, sobre todo en las nuevas generaciones.
Las instituciones, los paradigmas, las afirmaciones fundacionales, la caracterización de los grupos y comunidades humanas, las categorías culturales, etc. ya no son las mismas en su apreciación vetusta e inconmovible. Quienes tienden a afirmarse en las antiguas concepciones y discursos, probablemente sean mirados sin un reclamado respeto por quienes ven las cosas bajo los prismas de una libertad e irreverencia que impacta a quien sigue pensando que las cosas son como ayer.
Así, ocurren muchas revisiones conceptuales. Una muy respetable es la revisión del patriotismo desde el punto de vista filosófico, que hace el alemán Jurgens Habermas, cuando busca superar los efectos catastróficos de la idea de Patria impuesta por el nazismo, y propone alternativamente la idea de un patriotismo constitucional, que se apoye en una identificación de carácter reflexivo, no con contenidos particulares de una tradición cultural determinada.
En equidistancia con las comprensiones nacionalistas,  propone constituir la idea de patriotismo sobre contenidos universales recogidos por el orden normativo sancionado por la Constitución Política del Estado, los derechos humanos y los principios fundamentales del Estado democrático y del Estado de Dwerecho.
El objeto de adhesión a una idea patriótica no sería – según Habermas - el país en que a uno le ha tocado vivir, sino aquel que reúne los requisitos de civilidad exigidos por el constitucionalismo democrático; sólo de este modo cabe sentirse legítimamente orgulloso de pertenecer a un país. Dado su destacado componente universalista que la idea de Habermas contiene, su tipo de patriotismo propuesto se contrapone al nacionalismo de base étnico-cultural, como explicación de una idea de Patria.
Por cierto, que la idea de Patria tiene hoy comprensiones que varían las referencias tradicionales. Las personas que deben viajar por el mundo, que captan el cosmopolitismo de un planeta crecientemente interconectado, donde la prevalencia de las culturas tiende a tener fracturas cada vez más profundas, es dable reconocer que hoy, la interculturalidad redibuja de una manera mucho más racional la ligazón individual con la tierra de origen. Los exilios y las migraciones han generado condiciones nuevas, donde los discursos no tienen el mismo asidero que cuando el horizonte de la mirada humana era mucho más limitada.
Refractariamente hay millones de personas en el mundo que reivindican más la cultura o la identidad religiosa que la idea de Patria. Es lo que marca muchos conflictos sangrientos de nuestro tiempo.
Producto de las migraciones – voluntarias u obligadas - en gran medida, la Patria más que una tierra heredada, tiende a mutar en una tierra adoptada. Muchos hijos de españoles, croatas, árabes, italianos y alemanes, verbigracia, nacidos en tierra chilena, no reivindican en general la tierra de sus padres como la Patria.
Todo apunta a que, cuando más reflexivo es el hombre actual, la idea de Patria tiende a ser crecientemente asociada al lugar donde se vive, y donde las personas adquieren su realización como proyecto personal de vida. Eso significa que la idea de Patria está asociada a lo que podemos llamar el “patriotismo de derechos y deberes”. Es mi Patria porque en ella yo puedo realizarme en mi proyecto de vida, donde cumplo deberes fundamentales, como es aportar al beneficio colectivo, y donde tengo derechos que me dignifican como persona e individuo único e irrepetible.
Pero está también la Patria sentimental. Aquella que no tiene fundamentos intelectivos y no obedece a razones, sino a la suma de vivencias y arraigos, determinado por sueños y recuerdos, por las referencias geográficas de circunstancias que subyacen en los sentimientos. Recuerdo al respecto que, hace algunas décadas atrás, reunido con algunos exiliados chilenos en Europa, aparecía la Patria en la nostalgia y el desarraigo, en la sublimación de recuerdos plañideros, sin ninguna proximidad  con la racionalidad del análisis político o de la lógica de los hechos que los motivaban habitualmente.
Recuerdo de ellos que nunca encontré una descripción de la Cordillera de Los Andes, con tan fino detalle, como en aquellos añorantes apátridas, que la magnificaban en sus formas y colores, cortando la base de un cielo azul de alcances sin iguales. Simple sublimación de las ausencias obligadas. En fin, la Patria venía a ser aquello del cual habían sido despojados.
 Comprendí entonces, que la Patria adquiere un valor emocional enorme cuando se pierde su vivencial y emocional constatación. Tal vez aquello que vivió Ulises, de regreso a Itaca, tuvo mucho de lo que tan apasionadamente nos describe Neruda, antes de volver de París, en su cargo consular en 1938.
Patriami patria, vuelvo hacia ti la sangre./ Pero te pido, como a la madre el niño / lleno de llanto./ Acoge esta guitarra ciega / y esta frente perdida./ Salí a encontrarte hijos por la tierra, / salí a cuidar caídos con tu nombre de nieve, / salí a hacer una casa con tu madera pura, / salí a llevar tu estrella a los héroes heridos./ Ahora quiero dormir en tu substancia. / Dame tu clara noche de penetrantes cuerdas, / tu noche de navío, tu estatura estrellada./ Patria mía: quiero mudar de sombra./ Patria mía: quiero cambiar de rosa./ Quiero poner mi brazo en tu cintura exigua / y sentarme en tus piedras por el mar calcinadas, / a detener el trigo y mirarlo por dentro. / Voy a escoger la flora delgada del nitrato,  / voy a hilar el estambre glacial de la campana, / y mirando tu / ilustre y solitaria espuma  / un ramo litoral tejeré a tu belleza” (Himno y regreso).
Siendo esta una reflexión masónica, destinado a homenajear a la Patria, cabe reflexionar, aunque sea brevemente, sobre la Patria masónica y el patriotismo en Masonería. No en vano, muchos masones han luchado por la Patria, y muchos, muchos más, han hecho Patria.  Hacer Patria ¿Cómo se hace Patria? ¿Una institución de perspectiva universal puede hacer Patria?
Sin duda alguna, la Masonería radica en una territorialidad específica, constituida sobre la base del Derecho y está llamada a respetar la ley del país en la cual se encuentra regularmente establecida. Desde sus orígenes mismos, hace 300 años, cada Masonería ha estado ligada a la realidad del país en que se desarrolla y practica su Rito.
Nuestro Rito nos conmina a cumplir un programa que nos indica: “obedecer las leyes del país, vivir honradamente, practicar la justicia, amar a tus semejantes, trabajar sin descanso por la felicidad de la Humanidad y por su emancipación progresista y pacífica”
Eso hace que cada organización masónica se entronque con los valores que unen a su sociedad, con su identidad y con aquello que potencia la unidad, la solidaridad y la filantropía de la gente que habita un país determinado. Todos los conceptos que contribuyen a la vida en sociedad, a la convivencia pacífica, a la concreción de nuestro ideal de fraternidad, basados en el respeto del hombre y en el desarrollo de sus capacidades, tienen valor e importancia para nosotros los masones.
De allí que el concepto de Patria está arraigado profundamente en la comprensión fraternal de la naturaleza masónica. No amamos la patria por ser una estructura ordenada en torno al Estado. Amamos la Patria por sus gentes, por sus comunidades que bregan cotidianamente para hacer de la geografía y el territorio, una oportunidad para sus integrantes. Amamos la Patria porque es el lugar donde podemos ser y hacer, donde se materializan nuestros sueños personales y colectivos. Amamos la Patria porque es el lugar donde se conjugan con perfección los derechos y los deberes de cada cual, por el solo hecho de ser parte de su integridad.
Sin duda, la inspiración de la Patria debe ser fraternal, porque todos nos reconocemos simbólicamente hijos de ella. Allí debe reinar la tolerancia, porque no todos pensamos de la misma manera. Debe ser un lugar donde la caridad adorne las conductas, porque siempre ayudaremos al desvalido o rezagado. Es la trilogía fundamental de la Patria masónica del Aprendizaje. Sin esos tres valores fundamentales no podríamos construir una idea de Patria.
Siempre debemos tener presente, que la Patria no está donde no hayan cualidades que la expresen en la conciencia y en la comprobación cotidiana, porque – por sobre cualquier diseño argumental racional -, la Patria es padre y madre de una colectividad humana, congregada en torno a valores sublimes, que deben ser enseñados a sus hijos. Como todo Padre-Madre, nos enseña, nos guía, desde nuestros primeros pasos, nos cobija, nos acompaña aún cuando nos equivocamos, nos quiere en toda nuestra diversidad.
La Patria del Masón, es aquella que nos hace libres, pero conscientes del deber colectivo, y la que nos exige coherencia en nuestros principios y los valores que preconizamos.
La Patria del Masón chileno, es aquella que dibujaron como un ideal los masones de la emancipación: O´Higgins, Carrera, Pinto, Freire, Blanco. La que fue pensada desde los ideales de la institucionalización libertaria, por Lastarria, Bilbao, Matta y Gallo. Lo que fue adornada por los valores del libre pensamiento, por Espejo, De la Barra e Isidoro Errázuriz. La que fue defendida con vigor por Emilio Sotomayor, Estanislao del Canto y Latorre. La que fue señalada por la esclarecedora  docencia de Letelier y Salas. La que fue modelada desde los derechos sociales por Martínez, Grove, Matte y Allende. La que fue sanada en sus dolores por Noé, García, Asenjo o Sendic. La que ha sido formulada por el Derecho, con los aportes de Moisés Poblete, Aguirre Cerda, Silva Cimma y Abeliuk. En fin.
La Patria del Masón chileno es aquella que hacemos cada día, con nuestros principios y nuestras conductas, en la sociedad de la que somos parte, trabajando y aportando a la idea de un país mejor, de una sociedad más justa y en paz. Porque, como lo dicen nuestros Principios Constitucionales “los masones aman a su patria, respetan la ley y la autoridad legítima del país en que viven y en el que se reúnen libremente”


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