Cuando los aires primaverales de septiembre
comienzan a soplar sobre Chile, sin duda el concepto de la Patria toma una
connotación que parece llenar el sentimiento popular - las sensaciones personales y colectivas -, y
la simbología de la chilenidad se expresa en todos los lugares, igual como se
manifiesta en todas la ocasiones donde las gentes concurren y manifiestan su
habitabilidad citadina y rural.
Todos parecemos vernos asociados a la
sensación de un sentimiento especial que se relaciona probablemente con las
primeras manifestaciones de la primavera. Todo brota a nuestro alrededor, y el
sol comienza a revelar la belleza de las geografías. La naturaleza misma parece
decir que estamos en el mes de la Patria, y un estado de ánimo general
pareciera embargarnos, tal vez prometiéndonos que vendrá el verano y que la
vida sigue su ciclo maravilloso en el entorno de nuestra cotidianidad.
Es, sin duda, septiembre, por
excelencia, el mes de la Patria. Algo que nos convoca y nos une, y queremos
compartir las bondades de las comidas típicas y la libación de las bebidas
tradicionales, y el costumbrismo de los juegos y entretenciones de antigua data.
La Patria, más allá de cualquier
consideración, en este caso se nos manifiesta con su idea de asociatividad, con
su invitación integradora, convocándonos a ser parte de su identidad,
acogiéndonos con su relato.
Para quienes hemos incursionado en la
lectura de la literatura chilena, encontramos afirmaciones ciertas en nuestra literatura
costumbrista o romántica, y en todos aquellos poetas y narradores que han
descrito las consecuencias de los grandes episodios de la historia, para
dejarlos presentes en nuestra memoria colectiva que somos parte de una misma
identidad.
Los poetas han exaltado a la patria desde
los tiempos primeros de la República y sus sentimientos siguen siendo
propuestas que reviven, a veces en la escuela, o tal vez en la boca de algún juglar
rebuscón que quiere traernos la memoria de los sentimientos olvidados.
“Tú eres la patria/ y también eres el
amor/ pues quien dice patria dice amor” señalaba Manuel Magallanes Moure. “Si pequeña es la Patria, uno grande la sueña. Mis ilusiones, y mis deseos, y mis esperanzas, me dicen que no hay patria pequeña”,
afirmaba Rubén Darío, un trasplantado en Chile por varios años. “Ay Patria,
Patria / ay Patria, cuándo /ay cuándo y
cuándo / cuándo me encontraré contigo? /
Lejos de ti / mitad de tierra tuya y hombre tuyo / he continuado siendo / y otra vez hoy la primavera pasa./ Pero yo / con tus flores me he llenado /, con tu victoria voy sobre la frente /y en ti siguen viviendo mis raíces”, susurraba Neruda en
la distancia del desarraigado.
Todo juglar la siente, la necesita, la
reclama, pero nadie la explica desde la razón. Sin embargo, un poeta
latinoamericano, un día quiso responder las incógnitas desde esa trinchera de
los consensos. Fue el argentino Jorge Luis Borges que nos propuso: “Nadie es la Patria. Ni siquiera el jinete / que, alto
en el alba de una plaza desierta, / rige un corcel de bronce por el tiempo, /
ni los otros que miran desde el mármol, / ni los que prodigaron su bélica
ceniza / por los campos de América / o dejaron un verso o una hazaña / o la
memoria de una vida cabal / en el justo ejercicio de los días. / Nadie es la
Patria. / Ni siquiera los símbolos. / Nadie es la Patria. / Ni siquiera el
tiempo / cargados de batallas, de espadas y de éxodos / y de la lenta población
de regiones / Que lindan con la aurora y el ocaso, / y de los rostros que van
envejeciendo / en los espejos que se empañan / y de sufridas agonías anónimas /
que duran hasta el alba / y de la telaraña de la lluvia / sobre negros
jardines. / La Patria, amigos, es un acto perpetuo / como el perpetuo mundo.
(Si el Eterno espectador dejara de soñarnos / un solo instante, nos fulminaría,
/ blanco y brusco relámpago, Su olvido.) / Nadie es la Patria, pero todos
debemos / ser dignos del antiguo juramento / que prestaron aquellos caballeros
/ de ser lo que ignoraban, / de ser lo que serían por el hecho / de haber
jurado en esa vieja casa. / Somos el porvenir de aquellos muertos; / nuestro
deber es la gloriosa carga / que a nuestra sombra legan esas sombras / que
debemos salvar. / Nadie es la Patria, pero todos lo somos. / Arda en mi pecho y
en el vuestro, incesante, / ese límpido fuego misterioso”.
Alejándonos
del lirismo, como hombres analíticos que seguramente somos, que nos congregamos
en torno a la reflexión y al estudio de los fenómenos humanos, seguramente
estaremos contestes que la Patria es la tierra natal de nuestros padres, una
geografía a la cual nos ligamos afectivamente, porque es parte de nuestra
raigambre emocional, y nuestra comprensión cultural del origen. Su
significación está muchas veces unidas a connotaciones políticas, porque todo
individuo humano es un ser político, o bien a lecturas ideológicas que se construyen a partir de
una raigambre común que pareciera nos obliga.
Hace un siglo y medio, la idea de Patria
tenía algo profundamente ligado a una idea de inmolación. No importaba el
acierto o los yerros de quienes dirigían los destinos de la reivindicada Patria,
porque, por sobre todo, la determinación personal era estar dispuesta a morir
por ella. Millones de cadáveres quedaron repartidos por el mundo por aquella voluntad
decidida de servir a la Patria más allá de cualquier certeza en los objetivos
perseguidos por las élites del Estado Nación.
Pero, en este siglo de revisiones y
relativismos que impone la globalización
y las nuevas comprensiones de los deberes frente al Estado, la idea de
Patria parece haber experimentado ciertos matices que no responden a las
lógicas de fidelización.
La Patria – como sabemos - nace de la
idea patriarcal, derivada de los clanes primitivos, asociada a cierta condición
de arraigo con el lugar de asentamiento gregario.
El concepto de Patria, en su variable
que ha predominado en nuestra cultura nacional, nace fundamentalmente de los
procesos derivados de la revolución francesa y la independencia de Estados
Unidos. En los siglos previos la fidelidad al Estado estaba determinado por la
cualidad de súbditos a un rey, a quien se debía fidelidad y abnegación.
Destronados los reyes, se impone la república, y esta se relaciona con un
espacio territorial específico. Es así como cobra importancia el valor de un
concepto de “patria”, como el factor que construye la ligazón emocional en torno
a un país-Estado, o Nación, es decir, ese conjunto comunitario que se siente parte de un mismo origen y que
comparte un territorio.
La emancipación de América ocurre bajo
esa invocación patriótica. Carentes de una relación emocional con el
territorio, los criollos emancipacionistas, toman el concepto de Patria, como
un relato que une a aquellos que sienten que sus lazos con la Corona española
se han roto. Perdida la condición de súbditos, es decir, de una sociedad unida
por la corona, no hay un elemento unificador de la condición común que articule
el relato social. Lo que hacen los
promotores de la independencia es vindicar como elemento de unidad social la
condición patriarcal. Se trata de ganar la independencia para quienes habían
heredado la tierra de sus padres. Así, el objetivo era liberar la patria del yugo
extranjero, y ellos mismos se calificaron como “patriotas” de la América a
liberar.
Esa misma vindicación la tomarían
quienes se levantaron contra las Coronas europeas, en la misma Europa. Fueron los románticos los que desarrollaron esa idea,
en el marco de las revoluciones sociales que se desataron por Europa en 1848,
contra las casas reales. Los países centroeuropeos fueron escenario de
alzamientos contra la nobleza, especialmente en París y Praga. En ese intento
revolucionario y sus efectos, frente a los excesos de la razón dieciochesca,
los románticos pusieron su más profundo acento en los sentimientos, lo que,
desde el punto de vista de las raigambres geográficas, la Patria fue la expresión
más sublime y el patriotismo la expresión cierta de aquel sentimiento que unía
a las personas a la tierra de sus padres.
Ello dio sentido a una
convergencia social de distintos sectores dentro de un ámbito territorial
común, de la misma forma que incentivó la lectura de lo nacional, como otro
exponente de invocación unitaria de una comunidad social, en el marco
territorial. Ello traería enormes consecuencias para muchos pueblos, que
enfrentaron la obligación de compartir un territorio. Eso es lo que aún está
presente en muchos conflictos del mundo, donde las fronteras fueron
establecidas sobre basamentos de poder, impuestas muchas veces por la fuerza.
Luego, hacia inicios
del siglo XX, la usurpación ideológica de los fanatismos del concepto de
patriotismo, por los fascismos y nacionalismos militaristas, hará que la idea
de Patria alcance niveles insospechados, cuando los grandes y poderosos
Estados, tradujeron su propia caracterización en homologación con el concepto
Patria.
Un notable ejemplo de
ello fue la lucha de la Unión Soviética contra la Alemania Nazi, una conjunción
de distintas nacionalidades o patrias, sometido a un concepto unificador a
través de un poder soviético que convoca a una Gran Guerra Patria contra el
nazismo y Alemania. Es lo mismo que pretendieron los germanófilos de los países
limítrofes de Alemania en torno a Hitler.
Sin embargo, la civilización humana ha
experimentado cambios muy profundos en las últimas décadas. Ello constituye una
afirmación repetida y consensuada que nace de la comprobación cotidiana. Nada
parece estar bajo los moldes y afirmaciones comunes, que caracterizaron la
cultura occidental de hace medio siglo.
La globalización como proceso cultural
se palpa cada día y los basamentos tradicionales parecen ser licuados en una
nueva comprensión del mundo, sobre todo en las nuevas generaciones.
Las instituciones, los paradigmas, las
afirmaciones fundacionales, la caracterización de los grupos y comunidades
humanas, las categorías culturales, etc. ya no son las mismas en su apreciación
vetusta e inconmovible. Quienes tienden a afirmarse en las antiguas
concepciones y discursos, probablemente sean mirados sin un reclamado respeto
por quienes ven las cosas bajo los prismas de una libertad e irreverencia que
impacta a quien sigue pensando que las cosas son como ayer.
Así, ocurren muchas revisiones
conceptuales. Una muy respetable es la revisión del patriotismo desde el punto
de vista filosófico, que hace el alemán Jurgens Habermas, cuando busca superar
los efectos catastróficos de la idea de Patria impuesta por el nazismo, y propone
alternativamente la idea de un patriotismo constitucional, que se apoye en una
identificación de carácter reflexivo, no con contenidos particulares de una
tradición cultural determinada.
En equidistancia con las comprensiones
nacionalistas, propone constituir la
idea de patriotismo sobre contenidos universales recogidos por el orden normativo
sancionado por la Constitución Política del Estado, los derechos
humanos y los principios fundamentales del Estado democrático y
del Estado de Dwerecho.
El objeto de adhesión a una idea
patriótica no sería – según Habermas - el país en que a uno le ha tocado vivir,
sino aquel que reúne los requisitos de civilidad exigidos por el
constitucionalismo democrático; sólo de este modo cabe sentirse legítimamente
orgulloso de pertenecer a un país. Dado su destacado
componente universalista que la idea de Habermas contiene, su tipo de
patriotismo propuesto se contrapone al nacionalismo de base
étnico-cultural, como explicación de una idea de Patria.
Por cierto, que la idea de Patria tiene
hoy comprensiones que varían las referencias tradicionales. Las personas que
deben viajar por el mundo, que captan el cosmopolitismo de un planeta crecientemente
interconectado, donde la prevalencia de las culturas tiende a tener fracturas
cada vez más profundas, es dable reconocer que hoy, la interculturalidad
redibuja de una manera mucho más racional la ligazón individual con la tierra
de origen. Los exilios y las migraciones han generado condiciones nuevas, donde
los discursos no tienen el mismo asidero que cuando el horizonte de la mirada
humana era mucho más limitada.
Refractariamente hay millones de
personas en el mundo que reivindican más la cultura o la identidad religiosa
que la idea de Patria. Es lo que marca muchos conflictos sangrientos de nuestro
tiempo.
Producto de las migraciones –
voluntarias u obligadas - en gran medida, la Patria más que una tierra
heredada, tiende a mutar en una tierra adoptada. Muchos hijos de españoles,
croatas, árabes, italianos y alemanes, verbigracia, nacidos en tierra chilena,
no reivindican en general la tierra de sus padres como la Patria.
Todo apunta a que, cuando más reflexivo
es el hombre actual, la idea de Patria tiende a ser crecientemente asociada al
lugar donde se vive, y donde las personas adquieren su realización como
proyecto personal de vida. Eso significa que la idea de Patria está asociada a
lo que podemos llamar el “patriotismo de derechos y deberes”. Es mi Patria porque
en ella yo puedo realizarme en mi proyecto de vida, donde cumplo deberes
fundamentales, como es aportar al beneficio colectivo, y donde tengo derechos
que me dignifican como persona e individuo único e irrepetible.
Pero está también la Patria sentimental.
Aquella que no tiene fundamentos intelectivos y no obedece a razones, sino a la
suma de vivencias y arraigos, determinado por sueños y recuerdos, por las
referencias geográficas de circunstancias que subyacen en los sentimientos.
Recuerdo al respecto que, hace algunas décadas atrás, reunido con algunos
exiliados chilenos en Europa, aparecía la Patria en la nostalgia y el
desarraigo, en la sublimación de recuerdos plañideros, sin ninguna
proximidad con la racionalidad del
análisis político o de la lógica de los hechos que los motivaban habitualmente.
Recuerdo de ellos que nunca encontré una
descripción de la Cordillera de Los Andes, con tan fino detalle, como en
aquellos añorantes apátridas, que la magnificaban en sus formas y colores,
cortando la base de un cielo azul de alcances sin iguales. Simple sublimación
de las ausencias obligadas. En fin, la Patria venía a ser aquello del cual
habían sido despojados.
Comprendí
entonces, que la Patria adquiere un valor emocional enorme cuando se pierde su vivencial
y emocional constatación. Tal vez aquello que vivió Ulises, de regreso a Itaca,
tuvo mucho de lo que tan apasionadamente nos describe Neruda, antes de volver
de París, en su cargo consular en 1938.
“Patria, mi patria, vuelvo hacia ti la sangre./ Pero te pido, como a la madre el
niño / lleno de llanto./ Acoge esta guitarra ciega / y esta frente
perdida./ Salí a encontrarte hijos por la tierra, / salí a cuidar caídos
con tu nombre de nieve, / salí a hacer una casa con tu madera pura, / salí a llevar tu estrella a
los héroes heridos./ Ahora quiero dormir en tu substancia. / Dame tu clara
noche de penetrantes cuerdas, / tu noche de navío, tu estatura estrellada./ Patria mía: quiero
mudar de sombra./ Patria mía: quiero cambiar de rosa./ Quiero poner mi brazo en tu cintura exigua / y sentarme en tus piedras por el
mar calcinadas, / a detener el trigo y mirarlo por dentro. / Voy a escoger la
flora delgada del nitrato, / voy a hilar el estambre glacial de la campana, /
y mirando tu / ilustre y solitaria espuma / un ramo litoral tejeré a tu
belleza” (Himno y regreso).
Siendo esta una reflexión masónica,
destinado a homenajear a la Patria, cabe reflexionar, aunque sea brevemente,
sobre la Patria masónica y el patriotismo en Masonería. No en vano, muchos
masones han luchado por la Patria, y muchos, muchos más, han hecho Patria. Hacer Patria ¿Cómo se hace Patria? ¿Una
institución de perspectiva universal puede hacer Patria?
Sin duda alguna, la Masonería radica en
una territorialidad específica, constituida sobre la base del Derecho y está
llamada a respetar la ley del país en la cual se encuentra regularmente
establecida. Desde sus orígenes mismos, hace 300 años, cada Masonería ha estado
ligada a la realidad del país en que se desarrolla y practica su Rito.
Nuestro Rito nos conmina a cumplir un
programa que nos indica: “obedecer las leyes del país, vivir honradamente,
practicar la justicia, amar a tus semejantes, trabajar sin descanso por la
felicidad de la Humanidad y por su emancipación progresista y pacífica”
Eso hace que cada organización masónica
se entronque con los valores que unen a su sociedad, con su identidad y con
aquello que potencia la unidad, la solidaridad y la filantropía de la gente que
habita un país determinado. Todos los conceptos que contribuyen a la vida en
sociedad, a la convivencia pacífica, a la concreción de nuestro ideal de
fraternidad, basados en el respeto del hombre y en el desarrollo de sus
capacidades, tienen valor e importancia para nosotros los masones.
De allí que el concepto de Patria está
arraigado profundamente en la comprensión fraternal de la naturaleza masónica.
No amamos la patria por ser una estructura ordenada en torno al Estado. Amamos
la Patria por sus gentes, por sus comunidades que bregan cotidianamente para
hacer de la geografía y el territorio, una oportunidad para sus integrantes.
Amamos la Patria porque es el lugar donde podemos ser y hacer, donde se
materializan nuestros sueños personales y colectivos. Amamos la Patria porque
es el lugar donde se conjugan con perfección los derechos y los deberes de cada
cual, por el solo hecho de ser parte de su integridad.
Sin duda, la inspiración de la Patria
debe ser fraternal, porque todos nos reconocemos simbólicamente hijos de ella.
Allí debe reinar la tolerancia, porque no todos pensamos de la misma manera.
Debe ser un lugar donde la caridad adorne las conductas, porque siempre
ayudaremos al desvalido o rezagado. Es la trilogía fundamental de la Patria
masónica del Aprendizaje. Sin esos tres valores fundamentales no podríamos
construir una idea de Patria.
Siempre debemos tener presente, que la
Patria no está donde no hayan cualidades que la expresen en la conciencia y en
la comprobación cotidiana, porque – por sobre cualquier diseño argumental
racional -, la Patria es padre y madre de una colectividad humana, congregada
en torno a valores sublimes, que deben ser enseñados a sus hijos. Como todo
Padre-Madre, nos enseña, nos guía, desde nuestros primeros pasos, nos cobija, nos
acompaña aún cuando nos equivocamos, nos quiere en toda nuestra diversidad.
La Patria del Masón, es aquella que nos
hace libres, pero conscientes del deber colectivo, y la que nos exige
coherencia en nuestros principios y los valores que preconizamos.
La Patria del Masón chileno, es aquella
que dibujaron como un ideal los masones de la emancipación: O´Higgins, Carrera,
Pinto, Freire, Blanco. La que fue pensada desde los ideales de la
institucionalización libertaria, por Lastarria, Bilbao, Matta y Gallo. Lo que
fue adornada por los valores del libre pensamiento, por Espejo, De la Barra e
Isidoro Errázuriz. La que fue defendida con vigor por Emilio Sotomayor,
Estanislao del Canto y Latorre. La que fue señalada por la esclarecedora docencia de Letelier y Salas. La que fue
modelada desde los derechos sociales por Martínez, Grove, Matte y Allende. La
que fue sanada en sus dolores por Noé, García, Asenjo o Sendic. La que ha sido
formulada por el Derecho, con los aportes de Moisés Poblete, Aguirre Cerda,
Silva Cimma y Abeliuk. En fin.
La Patria del Masón chileno es aquella
que hacemos cada día, con nuestros principios y nuestras conductas, en la
sociedad de la que somos parte, trabajando y aportando a la idea de un país
mejor, de una sociedad más justa y en paz. Porque, como lo dicen nuestros
Principios Constitucionales “los masones aman a su patria, respetan la ley y la
autoridad legítima del país en que viven y en el que se reúnen libremente”
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