domingo, 21 de noviembre de 2010
EL RELATO MESOCRATICO DE O´HIGGINS Y LA MASONERÍA.
Sebastián Jans
Presentado en el Homenaje al Bicentenario de la Respetable Logia de Investigación y Estudios Masónicos “Pentalpha” N° 119, el 02 de septiembre de 2010.
DEFINICIÓN DEL CONCEPTO MESOCRÁTICO.
En un sentido general, el concepto de clase media nace con la gestación de la burguesía, que antes del advenimiento de la acumulación capitalista, producto de la industrialización, estaba ubicada en los estratos medios de la composición social de las naciones europeas. En la medida que la burguesía adquirió poder económico, sin embargo, lo que va a entenderse como clase media es a aquellos sectores rezagados e intermediadores que se producen en las estructuras sociales nacionales, que vienen a cumplir roles intermediadores en los procesos económicos y en el Estado.
Si analizamos la constitución de las clases sociales, de acuerdo al rol que cumplen en los procesos productivos e institucionales, podemos claramente especificar que entendemos como “clases medias”: los estratos medios de una sociedad organizada, aquellos que están en la interrelación entre la gran propiedad y los que, con su esfuerzo físico directo, ejecutan las tareas manuales, entre la alta administración y los estratos ejecutores de los servicios del Estado.
En ese contexto, su rol socioeconómico está asociado preponderantemente a la intermediación, a la administración y a la dirección de instancias formales económicas, sociales o políticas, o a la prestación liberal de servicios. Las clases medias se caracterizan por tener su actividad asociada a la administración del Estado o de las empresas, a las actividades del comercio de intermediación, a la propiedad pequeña o mediana baja y media de tipo industrial o agrícola, a la prestación de servicios profesionales, al artesanado próspero y la industria incipiente; a las actividades culturales, académicas, educacionales e intelectuales; a la administración de justicia, etc.
En un sentido general, pueden ser reconocidos como sectores sociales medios, todos aquellos que no tienen una clara identificación con la gran propiedad - en cualquiera de sus manifestaciones-, con la clase obrera, con el campesinado subordinado, y con el proletariado de los servicios, que representa en Chile la gran fuerza de trabajo manual, y que no tiene una específica condición obrera, es decir, de trabajo manual asociado a la industria o a la producción específica de bienes.
La definición de lo mesocrático tiene que ver con la relación de las clases medias con el ejercicio del poder del Estado. Es la condición preponderante que tienen en el gobierno, bajo el sello e influencia de sus ideas e intereses. De manera vulgar podría decirse que un gobierno mesocrático sería un gobierno de las clases medias. De alguna manera ello sería efectivo, en la medida que los partidos u organizaciones que ejerzan el poder, estén determinados por una componencia social típicamente de clase media. Sin embargo, la condición mesocrática se manifiesta también en la colaboración social y política, lo cual permite que la mesocracia se exprese en gobiernos de alianza social de manera recurrente, como ha sido históricamente en nuestro país.
LA CONSTRUCCION DEL PROYECTO MESOCRÁTICO EN CHILE.
En Chile, desde el punto de vista de las clases sociales, hay tres grandes concepciones de país que se construyen en el siglo XIX. Cada uno tiene sus elementos políticos, sociales, culturales y económicos, que le distinguen, más allá de las sutilezas de las correlaciones de fuerzas políticas que permiten la gobernabilidad y la administración del Estado que se manifiestan en el desarrollo de la institucionalidad o como se expresa el conflicto político coyuntural.
Uno de los proyectos está directamente relacionado con las clases poseedoras, con la gran propiedad y el patriciado, que emerge del feudalismo terrateniente colonial, y que se ve remozado con los mercaderes, a inicios de la República, para luego constituir la gran terratenencia y la burguesía capitalista. Tiene claros tintes y perfiles, que se resumen en el paradigma portaliano, en la idea de un gobierno autoritario, un liderazgo disciplinador, un concepto ideológico-político conservador, una alta afinidad religiosa. Es un proyecto de perfiles aristocráticos, de una definición profundamente oligárquica.
El segundo es el proyecto mesocrático, que surge en el proceso mismo de la independencia y se consolida luego de la derrota del peluconismo a mediados del siglo XIX, para luego ir tomando fuerza en el desarrollo político nacional, hasta gravitar con especial fuerza durante buena parte de la primera mitad del siglo XX.
Y el tercero es el proyecto obrerista, proletario, que se esboza a fines del siglo XIX, para adquirir su mayor envergadura, hacia mediados del siglo XX, marcando el carácter y especificidad del movimiento de las clases trabajadoras.
Nuestro interés, teniendo a la vista esos proyectos, es recabar los elementos que caracterizan el proyecto mesocrático. En esa condición intermedia están los administradores, los funcionarios de las empresas, los funcionarios públicos, los profesionales, los artesanos, los pequeños propietarios independientes, los educadores, etc. Es en estos grupos donde se comienzan a gestar las clases medias ya en la época colonial. Son ellos los que empiezan a generar el descontento contra el poder colonial, y los que esbozarán y radicalizarán el proceso emancipador, hasta concretarlo. Ellos le pusieron el acento y le dieron un contenido.
Fueron militares, funcionarios del sistema colonial, educadores, propietarios menores, productores menores, comerciantes, los que fueron aportando su visión a una idea de república, que solo era posible de concretar a través de un proceso emancipador.
Cuando se obtiene la independencia, esos mismos estratos serán los encargados de establecer los fundamentos del Estado. Ellos tratarán de llevar a cabo los primeros ensayos institucionales, los que darán cauce a la concepción de la República. Doctrinariamente adhieren a las ideas liberales. Son ellos los que darán forma a los clubes por las reformas, a las sociedades culturales, a la difusión de la ilustración. Son ellos los que se enfrentarán al peluconismo conservador, los que divulgarán las nuevas ideas y los nuevos propósitos.
En ese proceso irán incrementando su presencia social y su influencia política, de la mano del crecimiento del Estado y de la cada vez más compleja gama de funciones en el sistema público y privado. Se consolidarán ampliamente luego de la Guerra del Pacífico hasta la Guerra Civil de 1981, y 30 años después de la mano de Arturo Alessandri coronarán su primer episodio en el poder político.
Con la llegada del Frente Popular al poder, el proyecto mesocrático adquiere una dominante condición de liderazgo social, que se prologará por poco más de dos décadas. Es un momento estelar del proyecto de poder de las clases medias.
EL CONTENIDO DEL DISCURSO MESOCRÁTICO.
El proyecto mesocrático históricamente ha tenido claros componentes de tipo ideológico y político, que se manifestarán con fuerza desde el primer momento de su historia republicana, aspecto que se hace presente ya en el tiempo en que O¨Higgins actúa.
A pesar de su cierta insularidad geográfica – aislado del mundo por una enorme cadena montañosa, por el desierto y por el amplio océano -, Chile no fue una isla desde el punto de vista de las grandes ideas de aquellos tiempos, que tenían su apogeo especialmente en la conmocionada Francia, cuna de grandes eventos que tendrán un alcance universal.
Y el discurso mesocrático se hilvana frente al orden establecido por la aristocracia, por los grandes dueños de la tierra, por las heredades de raigambre colonial. De allí, que toma un carácter esencialmente liberal, promoviendo con decidida fuerza las libertades individuales, los derechos de conciencia, y los derechos de ciudadanía.
El otro elemento es que tiene un carácter esencialmente republicano. Este es un factor no puede ser desdeñable para el caso de aquellos movimientos emancipacionistas más típicamente mesocráticos de América Latina. Cuanto más radicada estuvo la lucha independentista en sectores medios de la sociedad colonial, más fuerza republicana tuvo en su discurso. En aquellos países donde hubo más cacicazgo feudal, las ideas proclives a constituir monarquías fue más recurrente.
Un tercer elemento dice relación con el carácter nacional, es decir, donde se trata de establecer un vínculo que una a los componentes de una sociedad determinada, en torno a elementos comunes de identidad y a un Estado. En suma, la voluntad política de un Estado de expresar una suma comunitaria, en los ámbitos de una territorialidad específica. Recordemos que el concepto de Nación nace contra la dispersión feudal, y para afianzar el poder de los grandes reyes europeos que optan por un partido religioso en relación o en contra del papismo. Los grandes proyectos nacionales europeos se afirman en la partidización religiosa de un modo determinante, hasta la revolución francesa, donde surge el proyecto nacional fundado en factores comunes expresados en el carácter constituyente del poder político, en la soberanía del pueblo, en derechos individuales y en la convención social.
En América Latina, no habiendo reyes que personificaran una idea nacional, ello tendrá que hacerse en torno a la soberanía del pueblo. Definir la idea de “pueblo”, marcará la diferencia entre conservadores y liberales, o entre las clases poseedoras y las emergentes clases medias.
El cuarto elemento vendrá a ser el laicismo, como consecuencia de la evolución de la posición anticlerical, que se desarrolla como consecuencia de la estrecha relación entre la jerarquía religiosa y el poder colonial. El anticlericalismo no tiene que ver con una posición genérica contra los clérigos, sino contra el clericalismo como tal, es decir, contra la posición ideológica del poder religioso que aspiraba a un control de las decisiones políticas por parte del clero.
Esto es importante de reiterar, porque históricamente los sectores confesionales en América Latina han pretendido imponer la idea de que el anticlericalismo de los sectores progresistas, deviene de una odiosidad hacia el clero. Lejos de ello, incluso muchos clérigos han sido protagonistas y líderes de la emancipación política y social. De hecho, la independencia de España, tuvo a muchos clérigos como radicales protagonistas. Lo que el anticlericalismo expresa en los movimientos emancipadores, es la decisión de erradicar la influencia del clero en lo temporal, específicamente del poder político, por su ligazón con el sistema establecido por la colonización española y por quienes ocupan un lugar en las estructuras de dominación.
CARÁCTER DEL PROYECTO NACIONAL.
El desarrollo de un proyecto nacional, de país, de comunidad nacional, es un proyecto mesocrático. Por esencia, es el proyecto de los militares jóvenes, de los comerciantes, de los propietarios intermedios de la tierra, de los funcionarios del régimen colonial, de los artesanos o pequeños industriales, sacerdotes independentistas, de todos aquellos que están en la medianía del poder político, económico y social.
Todo el ambiente relacional de O´Higgins que se hace presente en sus cartas, tiene como elemento distintivo no pertenecer a la aristocracia y a los sectores sociales predominantes del sistema colonial y monárquico. Es el mismo sello que se advierte en quienes son parte del grupo liberal que llevará a cabo los primeros esfuerzos institucionales de la República, y que fueron motejados de pipiolos, por los sectores tradicionales del poder en Chile.
Contestatariamente, como reacción, el proyecto portaliano es un proyecto excluyente, que pone su eje en el patriciado, en los mercaderes, y luego en la clase propietaria que genera la república. Es un momento en que la aristocracia colonial, despojada del poder político por las luchas de la independencia, se propone volver por su influencia, gravitación y preponderancia en los destinos de la naciente república. No lo hace contra la república, pero lo hace dándole un carácter que tiene que ver con su comprensión de los hechos políticos, y en la afirmación de una condición tutelar sustentada en la riqueza de sus integrantes y en los fundamentos de su esplendor colonial. No reniega de la independencia de España, pero reivindica el orden colonial, determinado por su regimentación de clase, por su determinismo tradicional, por sus valores propios de toda clase propietaria: orden, autoridad, creencias, prestigio, solvencia económica.
Para ellos, los generales y caudillos de las fuerzas liberales, no son sino un conjunto de pordioseros, ávidos de tomar la riqueza de la gente de trabajo, a través de los impuestos y de las confiscaciones, una “gentezuela” que venía en labor de zapa, para apropiarse de los bienes de las familias tradicionales. Así, el proyecto portaliano, reivindicado por los historiadores conservadores y autoritaristas hasta el día de hoy, vino a ser un verdadero proyecto restaurador y contrarreformista en todos los contextos, aún emparentándose con la contrarreforma religiosa europea.
Frente al proceso de independencia y frente a la restauración portaliana, la identidad del proyecto liberal y mesocrático, se establece con clara hilación. Su validación política y social radica en su capacidad de ubicarse en el centro de la sociedad y sus distintas expresiones culturales, económicas, políticas y sociales.
Por ello es que necesita de un relato nacional que acoja a los distintos sectores y clases sociales. No pudiendo convocar hacia las clases tradicionales del poder económico, los sectores mesocráticos convocarán hacia los pocos sectores con algún grado de presencia social, y al constatar la poca gravitación que aquellos tienen y su marginalidad, promoverá en ellos la educación y la emancipación espiritual. Ello inevitablemente propenderá hacia una idea de Nación.
Ante un país formado por una masa ignorante y sin ideas políticas, sin razonamientos propios, sin propuestas concretas de que hacer ante el vacío político provocado por la invasión napoleónica en España, aquellos pioneros de las ideas republicanas, liberales y emancipacionistas, debieron hacer esfuerzos tremendos para conformar una idea de sociedad y una idea de sistema político. Cuando la aristocracia criolla y los grandes mercaderes solo pensaban en la protección de los derechos del rey cautivo y restablecer la normalización institucional, política y económica del régimen colonial, los débiles sectores medios de la capitanía general de Chile, propugnaron la emancipación y la formulación de una idea de país. De allí que el concepto de Nación en Chile es un proyecto esencialmente mesocrático.
Sin modelos previos que dieran claridad sobre las alternativas que implicaba construir un modelo político y social, luego de los fracasos de los paradigmas europeos – la revolución francesa había evolucionado hacia el Imperio, lo propio había ocurrido con la revolución de 1848 -, la mesocracia chilena tomó el modelo republicano griego clásico como un ideal. La lectura que hizo de la polis griega y su modelo político fue sublimado como una respuesta coherente para las vicisitudes del hacer ciudadanía.
Ese proyecto, esa idea será predominante en los sectores mesocráticos hasta 1891, cuando sobrevino la guerra civil y hubo un quiebre en sus componentes, pero será recuperado con la crisis del parlamentarismo, donde retomó su fuerza y se plantearía con vigor por varias décadas.
LO FUNDANTE EN EL PENSAMIENTO DE O´HIGGINS.
Lo fundante del pensamiento de O´Higgins se encuentra radicado profundamente en el pensamiento mesocrático de su tiempo. Ello implica que contiene una mirada profundamente arraigada en las propuestas que marcan la irrupción de las clases medias de fines del siglo XVIII, contra la aristocracia y la nobleza.
Todo lo que contiene ideológicamente la visión de O´Higgins es de contenido liberal, republicano e ilustrado, es decir, descansa indiscutidamente en la señal mesocrática que cambia la historia occidental, ante el derrumbe del absolutismo. Es más, su pensamiento puede reivindicarse como mucho más emancipatorio en sus contenidos ideológicos que el de otros próceres de la Independencia Americana. Esto lo pone en evidencia Ernesto de la Cruz, al presentar su libro sobre el Epistolario del Libertador: “Estudiada su personalidad a través de los documentos que hoy permiten dar cuna a esa revisión de valores en la historia del continente, resultará, al lado de la del oriental Artigas, la representación más pura y genuina del ideal republicano del continente. En tal sentido, nadie – ni el mismo Libertador Bolívar, cuyas veleidades oligárquicas hay que cargar a la cuenta de sus errores políticos – nadie, decimos, alcanza en el pensamiento hoy predominante en América, en el pensamiento democrático, tal altura” .
En afirmación de esa percepción, podemos tener a la vista la obra de Diego Barros Arana “Historia General de Chile”, el gran historiador liberal del siglo XIX, quien señala: “Hemos tenido a la vista un apunte o borrador escrito de letra de O´Higgins, encontrado entre sus papeles, que parece ser una especie de bosquejo de lo que, a su juicio, debía disponer la Constitución de 1818. En casi todos los puntos, contiene principios más liberales que los que consignó este Código”.
Sin embargo, su pensamiento lo contextualiza dentro de un marcado respeto por la ley, que, a pesar de los tendenciosos prejuicios que se han promovido en contra de su imagen histórica, fue determinante en todo su ejercicio como estadista, y que se expresa en todas sus conductas constitutivas del nuevo país que debe formar. Derivado de esa concepción legalista – típicamente mesocrática, en el curso de la evolución política chilena – se desprende su apego a la institucionalización de las estructuras del Estado. Ello se comprueba en su afán por dar vida al Senado Conservador, que lo visualizó como la instancia que debía equilibrar sus propios poderes ilimitados como Director Supremo.
Julio Heise señala que O´Higgins “asignó a sus compatriotas un estilo de vida: la democracia, y señaló el instrumento para hacerla efectiva: la educación”. Esto lo relaciona inseparablemente con “el sentido íntimo de toda su fecunda e interesante política educacional: la fundación de los liceos de La Serena y Concepción; la reapertura del Instituto Nacional y de la Biblioteca Nacional; el ensayo del sistema lancasteriano y, muy particularmente, el decreto por el cual ordenaba a los conventos de frailes y monjas mantener escuelas elementales gratuitas” .
Es la visión mesocrática por excelencia, de un visionario que reflexiona en uno de sus escritos: “El actual estado de la civilización y de las luces, nos descubre bien la necesidad de adelantar, o mejor decir, plantear de un modo efectivo y suficiente la educación e ilustración. Necesitamos formar hombres de Estado, legisladores, economistas, jueces, negociadores, ingenieros, arquitectos, marinos, constructores hidráulicos, maquinistas, químicos, mineros, artistas, agricultores, comerciantes…”. Irrebatiblemente es la visión iluminista y mesocrática del hombre de Estado, que concibe una visión del quehacer político en la perspectiva de un proyecto nacional. Es lo que caracteriza no solo el pensamiento de O´Higgins, sino de todos los que con mayor conocimiento de causa comparten su trinchera política e ideológica.
Para Heise , entre 1810 y 1830, en un medio muy poco propicio, “se afianzaron definitivamente las concepciones de soberanía popular, de gobierno republicano y representativo, y, en general, todas las nuevas tendencias o ideas que (…) se enfrentaron a la monarquía absoluta. Las cinco Constituciones - 1812, 1814, 1818, 1822 y 1823 – que ensayaron nuestros hombres públicos en plena guerra contra la Metrópoli, representan una dramática lucha entre el pasado colonial y las nuevas tendencias; entrañan una progresiva incorporación a nuestra vida institucional de esos principios políticos”. Luego agrega: “se propusieron cambiar la monarquía por la república; el origen divino del poder real por el principio de la soberanía popular; el absolutismo por la democracia representativa”.
Bajo ese común denominador, el pensamiento antimonárquico o´higginiano no deja dudas. Cuando el Congreso Conservador, donde predominan las ideas de la aristocracia se engolosina con la posibilidad de ir a Aquisgrán a buscar un rey europeo, el Libertador se plantea abiertamente por el republicanismo. A Gaspar Marín, le escribe en 1921, y le expresa taxativamente que: “…si los creadores de la revolución se propusieron hacer libre y feliz a su suelo, y esto solo se logra bajo un gobierno republicano y no por la variación de dinastías distintas, preciso es que huyamos de aquellos fríos calculadores que apetecen el monarquismo…”.
Por otro lado, el apego de O´Higgins a la ley, y a normas claramente establecidas en el marco constituyente, revela un elemento típicamente mesocrático, en tanto es a través de la normativa legal donde se consolida la idea de Nación. Es la idea de establecer elementos ordenadores que tengan un alcance común para todos.
Y un último aspecto del pensamiento o´higginiano tiene que ver con su visión librepensadora en el ámbito de la fe. Siendo un hombre con una idea de la divinidad, de la lectura de los documentos que son obra del puño del Libertador hay consecuencias que se pueden deducir sin ninguna dificultad. No hay un determinismo teológico en su planteamientos, y evidencia la mirada liberal de inicios del siglo XIX de modo determinante. En sus cartas, en aquellas que lo contienen, salvo el tradicional “Dios guarde a V.E.”, no hay ninguna consideración religiosa. La proclamación de la Independencia la hace a nombre “de los pueblos” y “en presencia del altísimo”. Nada que exceda la manifestación de una concepción recatada sobre la divinidad, de un hombre que no quiere establecer improntas categóricas. En la “Proclama a los Araucanos” de 1818, no hay referencia religiosa alguna. En su “Proclama a los Pueblos del Perú”, solo hace una alusión al “Dios de la Justicia”. Al momento de dimitir, sus expresiones carecen de cualquier alcance teológico.
Esto es importante de evidenciar, luego de muchos intentos teológicos y algunos historiográficos de crear una imagen religiosa de O´Higgins, lo que está muy lejos de su pretensión efectiva en el ámbito de la fe. Hay antecedentes sobre ello, con la controversia entre Barros Arana y Crecente Errázuriz, o la tendenciosa aspiración de Jaime Eyzaguirre, en su artículo del 20 de agosto de 1943, en “El Diario Ilustrado”, bajo el título “O´Higgins, prócer católico”. De hecho, el tergiversado “voto a la Virgen del Carmen”, que se le imputa a propósito de la “Consagración de la Virgen del Carmen como Patrona de las Armas de Chile”, de noviembre de 1819, ello no lo hace por decisión propia o como un acto de su origen, sino que lo hace reconociendo la decisión de “una junta de corporaciones, que ofreció construir un templo en honor de su patrona”, no dice, por ejemplo, “un templo en honor de nuestra patrona”.
A fin de profundizar en su visión religiosa, basta recorrer sus cartas, recogidas y publicadas por Ernesto de la Cruz , que dan cuenta del intercambio epistolar con diversos personajes de la lucha independentista (Mackenna, Terrada, San Martín, etc.), donde no se advierte ninguna aprehensión religiosa, como no sea las ocasionales apelaciones de un hombre que tiene una visión de Dios, pero que la reserva a su absoluta intimidad, como todos los hombres adscritos a la visión del iluminismo y “al siglo de la filosofía”, como acostumbraban señalar los masones de ese tiempo.
Barros Arana, al rendirle homenaje en la repatriación de sus restos, pone acento en su disposición librepensadora, cuando se pretendía proclamar que la naciente república estaba dispuesta a “vivir i morir libre, defendiendo la fe católica con la exclusión de otro culto”, lo que O´Higgins rebate esa protesta de fe en el texto, señalando: “me parece suprimible por cuanto no hai de ella una necesidad absoluta i que acaso pueda chocar algún día con nuestros principios de política”, concluyendo. “Yo a lo menos no descubro el motivo que nos obligue a protestar la defensa de la fe en la declaración de nuestra independencia”.
O´HIGGINS, FIGURA MESOCRÁTICA DE SU TIEMPO.
Por su condición intelectual, por su pensamiento político, por su propia historia personal hasta que llega a hacerse cargo de las tierras heredadas de su padre, por su voluntad emancipadora, por sus lazos con la esencia del pensamiento independentista americano, O´Higgins encarnará socialmente el espíritu de la clase media colonial.
No es su heredad la que marca su distingo social, sino el sentido de su acción política. No es su éxito de agricultor, en una hacienda que recibe en derecho y filiación, la que lo ubica en un estatus social determinado, sino su voluntad de cambiar el régimen colonial por un régimen republicano, con todas las especificidades que ello significaba.
Si bien en Europa el cambio del sistema feudal fue protagonizado por la burguesía, el casi nulo desarrollo de tipo industrioso de nuestro país, hizo que el movimiento de derrumbe de los basamentos del sistema absolutista fuera desarrollado por quienes estaban bajo la aristocracia terrateniente y sobre la condición servil del inquilinaje, la labranza y el artesanado pobre: la clase media colonial, formada por agricultores sin vinculación aristocrática, comerciantes, pequeños propietarios, sectores ilustrados, abogados, médicos, artesanos pre-industriales, funcionarios de la administración colonial, militares, parte del bajo clero, etc.
O´Higgins desarrolla su vinculación política con esos sectores sociales, y con ellos inicia sus actividades conspirativas, luego de radicarse en su hacienda de Las Canteras. En ese contexto, de acuerdo a las condiciones de su tiempo, el movimiento político independentista debe entenderse socialmente como un movimiento esencialmente mesocrático.
Asume una definición socialmente clara, al repulsar de la aristocracia y sus aspavientos de nobleza, cuestión que considera claramente expresiva del sistema de poder imperante que debe derrumbar. Su definición frente a las clases dominantes es bastante categórica. Eso se pone en clara evidencia en su carta a Juan Florencio Terrada, del 20 de enero de 1812, cuando expresa: “Detesto por naturaleza la aristocracia y la adorada igualdad es mi ídolo”. Un episodio más que relevante es cuando decreta la prohibición de los escudos e insignias de nobleza, en marzo de 1817, y afirma: “Si en toda sociedad debe el individuo distinguirse solamente por su virtud y su mérito, en la República el intolerable uso de aquellos jeroglíficos que anuncian la nobleza de los antepasados; nobleza muchas veces conferidas en retribución de servicios que abaten a la especie humana. El verdadero ciudadano, el patriota que se distinga en el cumplimiento de sus deberes, es el único que merece perpetuarse” .
Los testimonios sobre la sencillez, austeridad y ausencia de aspavientos del general, cuando está en el poder como Director Supremo, por parte de miradas imparciales son expresivas, entre las cuales está la testimonial definición de María Graham, en su diario de residencia en Chile, donde habla de un general “modesto, llamo, de modales sencillos, sin pretensiones de ninguna clase”.
No cabe duda que el sentimiento de las familias tradicionales y terratenientes de la Colonia, que fueron las mismas de la primera parte del Chile independiente, en la valoración social de O´Higgins propendía al desprecio o a la minusvaloración. No le eran proclives, no le expresaban afinidad, ni le tenían simpatía alguna. En una primera etapa, lo desdeñaron por su origen. Ambrosio, su padre, no fue precisamente bien considerado por la aristocracia criolla y española, toda vez que su mérito solo le era reconocido en su condición militar y en los poderes del virreinato del Perú para que ejerciera la Capitanía General. También estaba el soberbio desprecio contra el General por su filiación ilegítima. Luego, O´Higgins no tenía ningún vínculo social patricio. Era absolutamente exógeno a todas las actividades en que se expresa la actividad de la terratenencia aristocrática y sus espacios de convencionalidad e inter-relación habituales.
En una segunda etapa, cuando aquel consolida su liderazgo político y militar, especialmente después de la victoria de Maipú, emergerán las diferencias entre dos miradas diametralmente opuestas sobre lo que había que hacer con el país independiente. Esto se verá reflejado en su distanciamiento con el Congreso Conservador o Consultor, donde se harán fuertes las familias dominantes, hasta el punto de producir su abdicación y destierro.
LA INTERPRETACIÓN HISTORIOGRÁFICA DE O´HIGGINS.
La interpretación historiográfica de la figura de O´Higgins ha pasado por circunstancias azarosas y tendenciosas, que han buscado escamotear su rol, cuando no distorsionar su esencial trascendencia y legado. Por cierto, su distancia respecto de las clases dominantes, la ausencia de amigos poderosos, o la carencia de parientes relevantes que defendieran su legado, al decir de Heise y Feliú , contribuyeron a que la presencia histórica del Libertador no tuviera el reconocimiento inmediato de sus compatriotas y debiera permanecer condenado al ostracismo.
Patente fue bajo el régimen pelucón, nada más referencial de las ideas contracíclicas que caracterizaron los autoritarios gobiernos de ese periodo, que abjuró contra todo lo que representó la esencia del legado o´higginiano.
Por lo demás, como afirman los historiadores Heise y Feliú, quienes inician la historiografía nacional republicana no fueron adictos a la figura de O´Higgins, y quienes inician el análisis histórico de su obra fueron próximos a Carrera: Manuel José Gandarillas y Diego José Benavente. Ambos carreristas a ultranza y, el último de ellos, estrechamente vinculado al régimen de Portales.
Sin embargo, cuando se suponía que las ideas liberales pudieran haber impuesto la validación de la figura de O´Higgins, en la lucha contra el peluconismo y lo que ello significaba espiritual y políticamente, un elemento sería determinante en la postergación de esa continuidad histórica entre la inspiración de la independencia y la lucha contra los conservadores, y fue que uno de los protagonistas en esa generación fue José Miguel Carrera y Fontecilla, hijo del general homónimo que terminó confrontado a muerte con O´Higgins, luego del desastre de Rancagua.
Ello postergó por varios años el reconocimiento de la figura del Libertador en el ámbito de la conciencia histórica nacional. Pero, no podrían pasar muchos años. Poco a poco, el reconocimiento al autor de nuestra independencia y fundador de la nacionalidad comenzó a emerger a través de pequeños episodios, que fueron sumándose uno a uno. Y quienes comienzan a manifestarlo serán las expresiones más vitales de la clase media chilena, en el campo de la intelectualidad liberal decimonónica.
Efectivamente, quienes desarrollan el relato o´higginista en Chile, después de la desaparición de quienes fueron sus partidarios, son los intelectuales de la clase media. Es la emergente clase ilustrada, cuando ya ha transcurrido una buena parte del siglo XIX. Es la pequeña burguesía que comparte el drama de cuna de la historia o´higginiana, es decir, no provenir de la aristocracia o de la clase poseedora de raigambre colonial, muchas veces compartiendo la concepción ilegítima o la patriación improvisada.
Es la clase ilustrada que, aún en aquellos que tienen un origen aristocrático, establece una valoración distinta sobre la vinculación social. No nos olvidemos que el paradigma de ese pensamiento se produce en la novela “Martín Rivas” de Blest Gana, literariamente la expresión más notable del pensamiento liberal que fundará el gran relato mesocrático: no importa el origen de cuna, lo relevante es la capacidad del hombre de elevarse por sobre sus limitaciones sociales.
Así, todo el esfuerzo del relato de O´Higgins en nuestra historia nacional, ha descansado en los intelectuales de la clase media ilustrada, de ideas valóricamente liberales, laicistas y que presentan una controversial disposición contra los sectores conservadores y el patriciado nacional. Sus nombres son claramente identificables en el ejercicio de sus actividades de vida o profesionales, en su dedicación laboral: funcionarios del Estado, educadores, historiadores, ejercientes de profesiones liberales, etc.
Cuando las clases medias han tenido un retroceso en su influencia política, ello ha significado que la figura del Libertador comienza a diluirse en su protagonismo central en nuestro panteón republicano.
En ese contexto, hay autores como José Zamudio y Alejandro Witker, que han realizado un prolijo seguimiento de la bibliografía o´higginiana, y que nos permiten comprobar que el esfuerzo por poner a O´Higgins en el podio que la historia conservadora le había escamoteado, empieza a dimensionarse solo con el término del régimen pelucón, y que, después de la guerra civil de 1981, se retoma solo hacia los años 1930, correspondiendo esto último, en gran medida, a autores e intelectuales vinculados al movimiento mesocrático que se incuba con fuerza a partir de la década anterior.
EL PRIMER HITO DEL RELATO MESOCRÁTICO DE O´HIGGINS.
Sin embargo, ese esfuerzo tendrá – como siempre ocurre – un primer hito, anterior al propio proceso a que hacemos mención, y que pone la piedra angular de todo relato histórico y de toda interpretación historiográfica.
En 1819, en Londres, se publicaba un documento impreso por iniciativa del representante del gobierno chileno en esa capital, Antonio José de Irisarri, bajo el título de “Carta al Observador en Londres o Impugnación a las falsedades que se divulgan contra América” . El libro era una respuesta contra la campaña desatada en Inglaterra por la embajada de España, que publicó un periódico con el nombre de El Observador, para contrarrestar la influencia de los americanos y sus simpatizantes ingleses.
La impugnación fue firmada por el guatemalteco Irrisarri, fue elaborada por este mismo con la colaboración del argentino Francisco Rivas y el venezolano Andrés Bello. Sus argumentos y su identificación estaban claramente en la calificación de “americanos”. Uno de sus elementos característicos, es que sus autores están relacionados directamente con la Logia “Caballeros Racionales” N° 7 y con la Logia “Lautaro”, la primera que funcionara en Londres, y la segunda que funcionó en Argentina y Chile. Bello con la primera e Irisarri con la segunda. El guatemalteco incluso colaboró activamente con Camilo Henríquez en la redacción y publicación de “La Aurora de Chile”.
La Logia “Caballeros Racionales” N° 7 había sido fundada durante el paso de Alvear y San Martín, por Londres, en 1811, y había nacido de la “Caballeros Racionales” N° 3. En la N° 7 también había participado Francisco Antonio Pinto, quien tendría luego un lugar destacado como líder pipiolo o liberal en Chile.
La particularidad de este libro de refutación a la campaña anti-americanista de la legación española, que contenía diversos capítulos donde se respondían las afirmaciones sostenidas por El Observador, es que contenía la primera biografía conocida del O´Higgins. El libro contiene dos “Noticias biográficas”, en el mismo orden: la de Bolívar y la de nuestro Padre de la Patria. La segunda abarcaba desde la página 162 a la 189, y tenía por título: “Noticias biográficas del general Don Bernardo O´Higgins”.
Su texto completo está publicado en el libro “Andrés Bello y la primera biografía de O´Higgins”, de Alamiro de Ávila Martel, publicado por la Universidad de Chile, en el bicentenario del natalicio del Libertador. Ese investigador sostiene la tesis de que esta biografía fue obra de Andrés Bello, así como la correspondiente a Bolívar.
El relato biográfico mencionado parte desde su nacimiento y culmina con la promulgación de la Constitución de 1818. Abarca de manera suscita todos los eventos significativos del gobernante chileno, y destaca sus virtudes de líder y patriota ejemplar.
En su lectura hay componentes claramente fundantes del pensamiento mesocrático chileno, que, a su vez, van a ser con el tiempo personificados en O´Higgins de manera determinante. En primer lugar, la obra biográfica tiene un impecable y significativo perfil laico. En segundo lugar, la figura de O´Higgins es resaltada por sus propios méritos y no por su filiación o descendencia. No hay exaltación alguna a su condición social. En otro ámbito de consideraciones, quienes actúan en la elaboración de la biografía, no devienen de una raigambre aristocrática, sino que esencialmente corresponden a la clase media emergente: personas que por sus capacidades intelectuales, por su ilustración, adquieren un rol ascendente en las tareas del emergente Estado chileno.
De tal modo que, este primer hito biográfico del cual se tiene testimonio, puede considerarse no solo el primer abordaje biográfico, sino también el primer antecedente de la construcción del relato mesocrático sobre O´Higgins. Podría competirle probablemente el “Elogio a O´Higgins” del joven patriota José Miguel de la Barra, contemporáneo al trabajo publicado en Londres, sin embargo, como sostiene Alamiro de Ávila, este documento se encuentra extraviado, y no ha sido posible encontrar su texto.
LA REIVINDICACIÓN MESOCRÁTICA DE O´HIGGINS EN EL SIGLO XIX.
La reivindicación de la figura de O´Higgins, comienza con el esfuerzo por su repatriación, a través de representantes mesocráticos de la clase política del siglo XIX.
Así, uno de los primeros datos a destacar, es el protagonizado por Luis F. Puelma , miembro de una de las familias de profundas convicciones liberales del siglo XIX, que, al producirse la repatriación de los restos del exiliado general, publica una reseña histórica y política que afronta el desafío biográfico, manteniendo las características típicas del fundante relato mesocrático, donde se advierte la clara connotación laica y la nota emancipatoria social, puesta en evidencia por aquel que se eleva desde sus carencias hacia una condición superior por medio del esfuerzo y el trabajo.
Así, la reseña de Puelma, no duda en destacar el esforzado origen de Ambrosio O´Higgins, quien – expresa el autor -, “debía su alta posición únicamente a su talento i a los favores de la fortuna”, y más adelante agrega, refiriéndose a la gestión gubernamental realizada por este, y poniendo en evidencia su crítica hacia la aristocracia criolla: -“los enemigos de su padre no perdonaban a este su elevación”, agregando que el nivel de odiosidad en contra de Don Ambrosio era tal que incluso lo habían encausado ante la Inquisición. Ese rencor “de las principales familias de Santiago”, lo heredará su hijo.
Las consideraciones respecto a su gestión en el gobierno, que Puelma hace sin escatimo de admiración, se ponen en evidencia cuando analiza los eventos después del triunfo de Chacabuco: “La conducta del Director Supremo en estos momentos que se organizaba un nuevo gobierno, es digna de todo elogio. Se rodeó de hombres hábiles i patriotas decididos por la causa de la Independencia (…) O´Higgins supo portarse como era de desear en esta ocasión. Inspirado además por su Logia Lautarina, acabó de afianzar su poder, i en consecuencia se determinó a concluir con los últimos restos del poder español que se había ido a refugiar al sur de la República, bajo las órdenes de Ordoñez”
El retrato del prócer que Puelma nos pinta, está claramente en la misma modalidad que se plantea en la obra de Londres, donde hay una valoración al esfuerzo, a su ubicación social alejada de las rotundas fastuosidades y la gazmoñería de la aristocracia y las grandes familias, a la carencia de reivindicaciones tradicionales de familia, y una definitiva ausencia de un discurso de alcances religiosos que le dieran un sesgo particular en el ámbito de las creencias de su tiempo.
La publicación del libro, es el preámbulo del esfuerzo que la ya consolidada clase media chilena de la segunda mitad del siglo XIX, hace por reconocer la figura y el legado de O´Higgins. Ello implicaba hacer una afirmación histórica que se le había negado al General por ya tres generaciones: sus contemporáneos, los que nacieron tras su exilio, y los que nacieron tras su muerte.
Quienes reciben los despojos del Libertador en honrosas reivindicaciones oratorias, son expresiones de lo más significativo de la mesocracia que ya juega un rol significativo en la estructuración social y el desarrollo de la economía, la política y la sociedad nacional, a saber: Andrés Rojas, procurador de Valparaíso; Mariano Egaña, profesor de liceo; Adolfo Ibañez, juez letrado en lo civil; Jacinto Chacón, licenciado en leyes. Quienes podrían aparecer como figuras mas relevantes, no dejan de pertenecer tampoco a la condición mesosocial en razón a su rol: Juan Williams Rebolledo, comandante de la Escuadra, agnóstico, ligado estrechamente a los sectores liberales, y el vicario foráneo Mariano Casanova, el cura que siendo estudiante fue becado en el Instituto Nacional, desde donde comenzó a vincularse con los liberales librepensadores.
En tanto, quienes asumen la laudatoria reivindicación en Santiago, cuando los restos son depositados en el mausoleo donado por su hijo Demetrio, son también exponentes de esa misma raigambre social: Francisco Echaurren, político liberal y Ministro de Guerra; Álvaro Covarrubias, abogado y político liberal, Presidente del Senado; Francisco Vargas Fontecilla, abogado y político liberal, Presidente de la Cámara de Diputados; Manuel Blanco Encalada, senador y retirado vicealmirante de la Armada; el coronel Víctor Borgoño, liberal; y el decano de la facultad de Humanidades de la Universidad de Chile, Diego Barros Arana.
El discurso de Barros Arana es recogido por Echaurren, posteriormente, y es una pieza que recoge todos los elementos del acervo liberal, laicista y mesocrático, que se incubará por más de un siglo en la sociedad chilena.
En 1872, se produce uno de los homenajes laudatorios a la figura de O´Higgins, que estaban más allá de la particularidad del retorno de sus restos, y lo realizó Francisco Echaurren, figura laicista de Valparaíso y un típico exponente de las clases medias, quien realizó una recopilación de documentos y antecedentes relativos al Padre de la Patria, en una publicación que se titularía “La corona del héroe” , preámbulo de lo que serán las celebraciones del centenario del natalicio o´higginiano.
El relato de Echaurren, ex Ministro liberal, da cuenta de las discusiones parlamentarias que entraban la posibilidad de repatriación de los restos del Libertador, en 1844 y 1864, como se establece el debate en 1868, y describe con detalles el proceso de traslado de sus restos a Chile. Al producirse el centenario del Natalicio, en 1876, Echaurren hará de Valparaíso uno de los lugares en que se exaltará la figura del Libertador como nunca se había hecho anteriormente.
Sin embargo, en ningún lugar del país, aquel centenario tuvo tanta envergadura como en Copiapó.
De alguna manera, quien desencadena el proceso laudatorio es Diego Barros Arana, quien, en el mes de abril de 1876, propone en “La Revista Chilena” que sea celebrado el centenario, tan solo a cuatro meses del 20 de agosto, en que se cumpliría esa conmemoración. En distintos lugares del país la propuesta fue acogida por personeros del mundo laicista y liberal, pero en ninguna parte como en la entonces capital minera de Chile.
Los preparativos y realización de las celebraciones están recogidas en una publicación llamada precisamente “El Centenario de O´Higgins”, cuyo autor es Valentín Letelier, editado por la Imprenta de Atacama, en Copiapó, en 1876.
Letelier cuenta que el Intendente de la provincia, el destacado y prestigiado masón Guillermo Matta, se puso entusiastamente a la cabeza de las actividades conmemorativas, a través de una comisión municipal, creada para el efecto.
Esta comisión generó las siguientes subcomisiones: de arbitrios, música y canto, arreglo y ornamentación, y oradores. Esta última quedó preliminarmente formada por José M. Grove, Enrique Salazar, Manuel A. Romo, Valentín Letelier y otros que se agregaron posteriormente. Letelier cuenta que, a partir de ese momento, “desde ese día, una gran parte de la juventud copiapina, esto es, aquella que componía las subcomisiones, se consagró si no del todo, a lo menos preferentemente, a dar el mayor esplendor a las fiestas del Natalicio”.
Las actividades comenzaron el 17 de agosto de 1876, con una conferencia sobre el Padre de la Patria, en que intervienen distinguidos exponentes de la intelectualidad de la provincia. Estas culminan el 20 de agosto con una gran celebración presidida por el Intendente Matta, y con la presencia del gobernador de Caldera y las autoridades municipales de Copiapó. Entre los más activos protagonistas se mencionan a la Sociedad de Artesanos, el Club de Obreros, el gremio de comerciantes, las Compañías de Bomberos, los profesores del Liceo, los estudiantes, el Club Atacama (sede masónica) y las logias masónicas.
Se sucedieron una larga lista de oradores, entre los cuales, está la intervención del Intendente Guillermo Matta, quien expresaría que “habían acudido a aquel sitio todos los hombres de progreso, a fin de levantar solemnemente el templo de las ciencias que redime (…) y que aquel edificio (…) quedaría bajo la advocación del Padre de la Patria, don Bernardo O´Higgins, y bajo el patrocinio de todos los hombres de libertad”. No puede obviarse el hecho que sus alcances tienen claramente el tinte del contenido masónico, laicista y liberal característicos del siglo XIX, y del estado espiritual de la mesocracia y el republicanismo.
Ese día se puso la primera piedra de la escuela Bernardo O´Higgins y se inauguró el busto en bronce, segundo monumento recordatorio del país, en el paseo Juan Godoy de la ciudad. El busto provocaría más de algún escozor en sectores conservadores y clericales. Frente a ello, Letelier hace un alcance que no puede dejar de ser relevante desde el punto de vista de la tradición masónica chilena: “Es de notar que durante estas fiestas, la reducidísima fracción clerical ha hecho el papel de espectadora, y en una ocasión en que uno de sus miembros, el presbítero Don Juan G. Carter levantó su voz en el (periódico) Amigo del Pueblo, fue para asegurar que el busto a que se hace referencia (el inaugurado) no pasaba de ser una olla con charreteras encontrada en un gallinero”
Los actos terminaron con varios banquetes organizados por el Batallón Cívico, los bomberos y los comerciantes de la ciudad, luego de haber movilizado a la gran mayoría de la ciudad en torno a los eventos realizados.
LA MASONERIA Y LA MESOCRACIA. UNA CONVERGENCIA ESPIRITUAL.
Históricamente, la Masonería, desde su expresión andersoniana, ha sido predominantemente expresiva de los sectores medios de la sociedad en que se ha desarrollado. Si consideramos quienes dan vida y forma a la Gran Logia de Londres, que parte en 1717, ellos son expresiones de las clases medias inglesas. Basta tener a la vista el Libro del Aprendiz de Oswald Wirth para tener una primera referencia sobre la extracción social de algunos de los fundadores de la Gran Logia de Londres: “El primer Gran Maestro fue Antonio Sayer, hombre obscuro, de condición muy modesta”. Luego agrega: “Se apresuraron en 1718 a darle como sucesor a Jorge Payne, burgués acomodado”, y más adelante “El próximo elegido fue Juan Téofilo Desagulliers (…) doctor en Filosofía y en Derecho”. No está demás considerar que James Anderson era pastor. Cuando se trata de ver el desarrollo primero de la Masonería en Francia, luego de 1717, Wirth menciona a oficiales de regimientos irlandeses, caballeros, cadetes de regimientos y comerciantes.
Si pensamos, entonces, en los actores que intervienen en la gestación de la Masonería Moderna, en sus principales exponentes, son hombres de las clases intermedias, que desempeñan diversos oficios propios de los estratos emergentes de las ciudades y burgos, que no poseen más que su tenacidad, su genio y su decisión de emanciparse de la dependencia de las clases poseedoras, y distanciarse del bajo pueblo, a través de su trabajo y del ejercicio de sus libertades individuales. Así, podemos constatar que son hombres de oficios artesanales, comerciantes, pastores protestantes, músicos, anticuarios y libreros, educadores, militares, policías, médicos, científicos, abogados, etc. Ello viene a ser la característica común de una masonería que se va expandiendo por Europa y por el Nuevo Mundo, a medida que pasa el siglo XVIII, lo que se hace más evidente en el siglo XIX.
Si miembros de la nobleza fueron llamados a adquirir un rol en las instancias representacionales de la Masonería, ello fue siguiendo las antiguas tradiciones inglesas gremiales, fundadas en la necesidad de un patrocinio cerca de las esferas del poder del Estado para protegerse institucionalmente, en un tiempo en que toda organización no patrocinada estaba sujeta a la sospecha y a la represión del poder.
Sin embargo, como toda gran idea fuerza, pronto la nobleza más progresista también adhirió al ideal masónico, pero ello, como toda moda, con los años fue decreciendo hasta el punto que hoy, salvo en Inglaterra, los nobles y los representantes de las clases más adineradas, solo se presentan en logia para asumir labores representacionales o a condición de patronos, siguiendo las antiguas costumbres medioevales.
En América, carente de esas obligaciones de tener algunos nobles para garantizar el funcionamiento masónico, frente a las sospechas del poder, las logias y Grandes Logias se han caracterizado por ser eminentemente mesocráticas. Es fácil seguir los procesos de desarrollo masónico en los distintos países, que dan cuenta de una indudable presencia de los sectores sociales emergentes, ligados al trabajo y a las instancias socialmente intermediadoras del desarrollo de los procesos sociales, económicos y políticos de las naciones.
Y a pesar que muchos masones han sido hombres de gran poder económico, el elemento característico de la predominancia social ha sido, de acuerdo a su rol en las estructuras nacionales, de tipo esencialmente mesocrático: propietarios de la tierra de la tierra o de la industria, vinculados a quienes ejercen profesiones liberales, pequeños y medianos propietarios, comerciantes, miembros de la policía o de las fuerzas armadas, intelectuales, funcionarios públicos, etc.
Ello ha significado que, entre las clases medias y la Masonería, por procesos históricos que las condicionan, y por la naturaleza de sus propuestas e ideas fuerzas, han creado una convergencia espiritual particular, sobre la base de que, de manera significativa, ambas han debido fundar su accionar y su discurso en la igualdad social, en la pavimentación de condiciones de convergencia social, hacia una práctica donde las diferencias sociales deben superarse para construir un integridad moral, espiritual y una práctica de convivencia entre individuos diversos.
LO MASÓNICO EN O´HIGGINS.
Uno de los profundos errores historiográficos de determinados e influyentes historiadores o estudiosos de la historia masónica, ha sido el desconocimiento de la condición masónica de las Logias “Lautaro” y, por lo tanto, de que quienes la integraron. En algunos casos se ha dado sobre referencias extra-murales, de historiadores que tendenciosamente han buscado menguar el rol histórico de la masonería en la emancipación del hombre contemporáneo, y en otros casos se ha debido a la precipitada opinión de autores masónicos sin muchos antecedentes y sin mucha profundidad en la investigación historiográfica.
El tema lo traté hace tres años, en una Plancha presentada ante la entonces Logia en Instancias “Camilo Henriquez”, que estaba radicada en esa época en el valle de Lo Barnechea. En ella hice el planteamiento de que el mayor error está en considerar los elementos actuales que determinan la regularidad y el reconocimiento de las Grandes Logias, y, por ende, de las logias de cada obediencia. De la misma forma, manifesté que los errores de apreciación que han tenido eruditos como nuestro Benjamín Oviedo, se deben al desconocimiento de antecedentes y fuentes, que bajo la labor dedicada de la historiografía actual han ido apareciendo y relacionando fuentes, que no se tenían hace treinta o cincuenta y más años.
Sin embargo, lo masónico está definitivamente presente en todo lo relativo a O´Higgins, por diversas vías de aproximación a su pensamiento y acciones. Hay una coincidencia demasiado evidente entre cómo piensa y como actúa, y demasiadas referencias que saltan a la vista en la lectura de su epistolario. Hay expresiones en sus escritos, que dan una clara señal de coincidencia espiritual con quienes representarán la expresión más abierta de masonería en las décadas de la emancipación espiritual europea de fines del siglo XXIII y de la emancipación política de América.
Repasando las cartas del Libertador, se hace presente la Logia “Lautaro”, con todas las referencias masónicas que son del caso evidenciar en las formas y estilos de inicios del siglo XIX: trabajaban en logia, trabajaban a cubierto, los unía un puro sentimiento de fraternidad, estaban sometidos a un código de honor, usaban formas de identificación y reconocimiento y formas abreviación.
Lo único que pone en tela de juicio su condición masónica es el vapuleable antecedente de la regularidad. Sin embargo, si aplicáramos los parámetros actuales de reconocimiento de regularidad, tendríamos que dejar sin reconocimiento masónico a gran parte de la Masonería en el mundo de inicios del siglo XIX. El aplicar el criterio de regularidad de la Gran Logia Unida de Inglaterra como condición de reconocimiento, donde no hay una historia precisamente transparente sobre el tema de la regularidad, como resultado de la contradicción entre Antiguos y Modernos, que sirva como elemento conductor de la filiación regular de las logias en el mundo, presenta demasiadas aristas que no es el caso analizar en este trabajo.
Pero, con las dificultades de la reconstrucción histórica, que surge de los pocos antecedentes existentes, podemos advertir con claridad las prácticas masónicas en la Logia “Lautaro”. Más allá del testimonio del documento que aparece en el cuaderno de O´Higgins que se ha interpretado como el “Reglamento de la logia lautarina”, por muchos, aunque bien pudo haber sido una propuesta de reglamento o un esbozo, lo que realmente manifiesta la condición masónica de aquella logia, es lo que se advierte a través de las cartas a San Martín.
En ese contexto, la abreviación ::: es una manifestación con la cual cierra sus cartas y cuando se refiere a los miembros de la logia. Es obvio que no corresponde a nuestra actualmente reconocida abreviación de los tres puntos en triángulo, pero, antes que esta se universalizara en el siglo XIX, los masones usaban el doble triángulo :::, así como el cuadrado y el rectángulo como formas de abreviación. La expresión ::: también podía entenderse como una forma de expresar el rectángulo.
Repasando el epistolario, encontramos las siguientes referencias en cartas a San Martín desde Concepción: “Nuestra eterna amistad y fraternidad nos da campo para que tratemos nuestros asuntos confidencialmente como más nos convenga y a nuestra justa causa”, para luego terminar indicando: “Expresiones a los ::: y adiós”, y en la posdata agrega: “Acompaño a Ud. lo acordado por los ::: acerca de la Legión al Mérito de Chile” (19/05/1817). “Al amigo Quintana mil expresiones, lo mismo a :::” (31/08/1817). Cinco días después, termina otra carta con los reiterados saludos a: “Quintana, Peña y amigos :::”. La carta del 04/07/1817 termina con una diferencia: “Mil cosas a los amigos :”, es decir ocupa solo dos puntos de abreviación. Luego, en las cartas siguientes (agosto, septiembre y diciembre de 1817) se reitera la abreviación del doble triángulo o rectángulo de 6 puntos. Lo mismo ocurre en las de 1818, donde recurre a esa abreviación al enviar saludos fraternos a los Hermanos de la Logia en Santiago. La de octubre de 1818, termina con la frase: “Dentro de tres días vuelvo a Santiago, donde espera un breve abrazarlo su amigo eterno y :::”.
Las cartas de 1919, concluyen con la expresión “su amigo f.” como costumbre. Esta expresión se repite e 1821. La del 04/08/1821 expresa finalmente: “Constancia, amigo, y firmeza en los trabajos, y mandar a su invariable f.” En tanto, en carta a Tomás Godoy Cruz la termina con “amigo verdadero f.” (28/09/1821) y a Beacheff: “Su invariable ff”.
Respecto al uso de la letra “f” hay dos formas de entenderla: una como derivado de “fraternidad” o bien derivado de “filosofía”, expresión que tiene alta importancia para los miembros de las logias independentistas, que gustaban calificarse como “filósofos”. Invito a hacer un seguimiento de las logias independentistas realizado por Carlos Wise en los simposios de la Respetable Logia de Investigación “Pentalpha”, para completar una visión al respecto.
Pero, es cuando hay conflictos fraternales, cuando se produce la mayor evidencia de uso de prácticas masónicas. Esto se advierte en carta a San Martín, del 03 de abril de 1819, que empieza con la fórmula “U.F. y V.”, y que da cuenta de el sargento mayor don Manuel Borgoño fue escuchado en sus descargos ante la logia “habiéndose oído en 0-0 al sargento mayor…”. Es decir, ante una situación que afecta la relación fraternal, el Hermano era acusado y se oían sus descargos en la logia, la que resolvía en conjunto. Esta es una práctica que aún se mantiene en algunas logias en el mundo, que no tienen la práctica de contar con un tribunal de honor como se usa actualmente en Chile.
Uno de estos conflictos los provoca Manuel Blanco Encalada, cuando abandona el bloqueo del Callao, y que O´Higgins pone en conocimiento de San Martín, y le expresa “Esos males que nuestro h:: Blanco nos está ocasionando…”(03/06/1819). Recordemos que Blanco, posteriormente, protagonizará por lo menos un par de episodios masónicos de mucha importancia: el primero, la fundación de la logia “Filantropía Chilena”, y el segundo la paz firmada con el masón Santa Cruz, en Paucaparta.
Este episodio, sin duda, es suficientemente significativo para demostrar el carácter masónico de la logia “Lautaro”, puesto que hay un reconocimiento de la condición de fraternal de Blanco, de parte de O´Higgins, quien luego fundará, a su vez, una logia masónica con todos los elementos necesarios para reconocer ampliamente los usos y costumbres masónicas que nos son reconocibles, porque hemos encontrado el testimonio irrefutable de su existencia: el acta de fundación o carta constitutiva de la “Filantropía Chilena”. Tal vez, quienes reivindicamos el carácter masónico de las logias “Lautaro”, hasta ahora nos falta un documento similar que sea la prueba final y definitiva para los escépticos. Pero, a mi juicio Blanco Encalada es el hilo conductor que establece la filiación masónica común entre la Logia “Lautaro”, la logia “Filantropía Masónica” y la relación con el Mariscal Santa Cruz, como la ha señalado el historiador Carlos Wise.
Queda la discusión respecto si fueron o no regulares. En lo personal, he sostenido que la regularidad es un antecedente demasiado difuso e impracticable a inicios de los 1800, y que recién empieza a clarificarse en 1813, con la unificación entre Antiguos y Modernos, y que se requirió de gran parte de ese siglo para llegar a asentarse firmemente en las prácticas masónicas.
HITOS DE LA REIVINDICACION HISTÓRICA DE O´HIGGINS.
UNA OBRA MESOCRÁTICA Y MASÓNICA.
A pocos años de su muerte, comienza la reivindicación histórica de O´Higgins, bajo el acento de tres vertientes que son recurrentes en el tiempo: la del pensamiento liberal, la mesocrática y la masónica. Ambas, en momentos convergen, y en otras circunstancias se expresan de manera individual.
Como expresión de la reivindicación mesocrática, será el intendente Rafael Sotomayor Baeza, que murió siendo Ministro de Guerra en Campaña, durante la Guerra del Pacífico, un típico exponente de la mesocracia decimonónica, quien pondrá el nombre de O´Higgins a la primera calle en Chile, algo que ahora resulta absolutamente recurrente en todas las ciudades y poblados del país. En efecto, siendo Intendente de Concepción, periodo que ejerce entre 1853 y 1859, pone el nombre del Padre de la Patria a una de las calles de esa ciudad, cuya denominación se mantiene hasta hoy.
La reivindicación que une la acción mesocrática y masónica, parte con el rol de quien fuera uno de sus Hermanos, con el cual tuvo una relación no poco conflictuada: Manuel Blanco Encalada. Cuando se constituye la comisión para establecer un monumento del Libertador y Padre de la Patria, en 1869, el año de la repatriación de sus restos, quien la preside es Blanco y actúa como secretario es el también masón Guillermo Matta. Tres años después esta obra sería entregada a la ciudad de Santiago. Recordemos que este reconocimiento llega después que los monumentos al general Ramón Freire (1856), al general José de San Martín (1863), al mercader Diego Portales (1863), y al general José Miguel Carrera (1864).
Durante la repatriación de sus restos, son recibidos en Valparaíso, donde uno de los discursos es realizado por el masón Jacinto Chacón. En Santiago, Blanco Encalada cerrará los episodios de desencuentros con su Hermano, y su voz se alzará para rendirle el último tributo. Pero, de todas las intervenciones, sin duda, será la de uno de los intelectuales más brillantes del siglo XIX, la que establecerá el carácter de la figura de O´Higgins en el ámbito de los debates de su tiempo, y sus consecuencias en las décadas siguientes, transformándose en una pieza oratoria memorable, que se ubica históricamente en el centro del relato mesocrático: fue el discurso de Diego Barros Arana.
En 1876, se inaugura el busto del Libertador en Copiapó, por obra de los representantes de la clase media, que hemos mencionado anteriormente. En 1888, el gobierno liberal de Balmaceda, inaugura el monumento a O´Higgins en Chillán.
En el gobierno de Arturo Alessandri Palma, donde confluyen las grandes tendencias mesocráticas y populares que se enfrentan a la oligarquía tradicional, se pone el nombre de Avenida Bernardo O´Higgins a la tradicional Alameda de las Delicias.
A partir de los años 1930 se inicia una reivindicación de la figura de O´Higgins, a través de distintas disciplinas: la literatura, el teatro y la plástica, además de la historia. Los autores corresponden esencialmente a intelectuales que pertenecen a las clases medias.
En 1941, Pedro Aguirre Cerda, promulga la ley 7.035, sobre la base de un proyecto del diputado Gustavo Vargas Molinares , que dispuso la construcción de un Santuario de la Patria, un lugar donde se guardarían los restos del prócer. El proyecto no pudo ser implementado por otras prioridades nacionales, y sería retomado por el gobierno de Salvador Allende.
En el ciclo de los gobiernos mesocráticos, encabezados por el Partido Radical, se emitirá el primer sello postal con la esfinge del Libertador, en 1943. Diez años después se funda el Instituto O´Higginiano, que ha sido históricamente una expresión asociativa esencialmente mesocrática en su composición.
En 1944 se inician los trabajos de la Respetable Logia “Bernardo O´Higgins” en el valle de Ñuñoa, que actualmente promueve los encuentros de Logias con igual denominación en América.
A inicios de los años 1970, bajo el gobierno de Salvador Allende se retoma la idea de construir un Santuario de la Patria, para los restos del Libertador. Los componentes mesocráticos de ese gobierno, buscan expresar a través de su figura, los sentimientos nacionales que son representados por las políticas de gobierno en torno a las ideas de independencia económica y de nacionalización de los recursos naturales. En ese contexto, se opta por cambiar el nombre al tradicional Parque Cousiño de Santiago, por el de Parque O´Higgins con el cual se le conoce hoy.
Las circunstancias políticas del gobierno de Allende impidieron continuar adelante con la idea del gran panteón para el Padre de la Patria, lo cual será retomado bajo la dictadura del general Pinochet, haciéndolo realidad.
UNA TRANSITORIA CONCLUSIÓN.
Nuestro país celebra el Bicentenario, y las grandes figuras de la historia cobran significación en el sentido de su trascendencia. En virtud de ello, la figura del Padre de la Patria, ha sido revista desde distintas perspectivas, a través de miradas que muchas veces burlan o distorsionan su esencia. Sectores interesados han buscado darle a su pensamiento, desde hace tiempo, una mirada absolutamente distante a lo que está presente en sus escritos.
El contra-o´higginismo aparece como moda de cierto pensamiento ligado a aquellos que históricamente han tratado de distorsionar su legado y su rol histórico. Su relación con la Logia “Lautaro” ha sido llevada incluso al nivel de la caricatura. Cierto progresismo sostenido en el fetiche ideológico, luego de la manipulación de la figura de O´Higgins durante la dictadura del general Pinochet, por lo demás absolutamente incongruente con la simultánea reivindicación portaliana, han llevado a construir una imagen del Padre de la Patria en el relato colectivo que constituye un éxito para quienes han tratado siempre de denostar su memoria.
Mi contribución con esta mirada al O´Higgins verdadero, apunta a reponer su legado y su contribución histórica, - libre de las condescendencias que imponen las lecturas uniformadoras, o de los resabios del pasado expresados en estructuras que terminan siempre levantándose contra el avance del progreso- , cuando se requiere hacer un recuento sobre lo somos, hemos sido y seremos como comunidad nacional.
Bibliografía.
De Ávila Martel, Alamiro “Andrés Bello y la primera biografía de O´Higgins”.. U.de Chile, 1978.
De la Cruz, Ernesto “Epistolario de Don Bernardo O´Higgins”. Editorial América. Madrid, 1920.
Barros Arana, Diego. “Historia general de Chile”. Edit. Universitaria. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2004.
Echaurren, Francisco.“La Corona del Héroe. Recopilación de Datos i Documentos para perpetuar la memoria del General Bernardo O´Higgins”. Mandada a publicar por el ex Ministro de Guerra don Francisco Echaurren. Imprenta Nacional, Chile, 1872.
Eyzaguirre, Jaime “O'Higgins”. Edit. Zig-Zag, 1977
Feliú Cruz, Guillermo. “El pensamiento político de O´Higgins”. Imprenta Universitaria. Chile, 1954.
Heise, Julio. “O´Higgins. Forjador de la tradición democrática” Julio Heise G. Imprenta Talleres R.Neupert. Santiago, Chile, 1975
Ibañez Vergara, Jorge. “O´Higgins, el Libertador”. Instituto O´Higginiano de Chile. 2001.
Letelier, Valentin y otros. “El Centenario de O´Higgins”. Imprenta de Atacama, 1876.
Puelma, Luis F.. “Don Bernardo O´Higgins. Reseña histórico política en la traslación del Perú a Chile de los restos del Ilustre General” Imprenta Chilena. Santiago, Chile, 1869.
Roldán, Alcibíades. “Los desacuerdos entre O´Higgins y el Senado Conservador”. Imprenta Cervantes, 1892.
Sánchez, Luis Alberto. “O´Higgins pintado por si mismo”. Edit.Ercilla, 1941.
Wirth, Oswald. El Libro del Aprendiz. Ediciones de la Gran Logia de Chile. 1979.
Witker, Alejandro. “O'Higgins y el proyecto nacional inconcluso” Casa de Chile en México, 1977.
Witker, Alejandro. “O'Higgins :cultura y nación: repertorio para el Bicentenario de la República” Ediciones Universidad del Bío-Bío, 2006.
Zamudio, José. “Fuentes bibliográficas para el estudio de la vida y época de Bernardo O´Higgins”. Imprenta El Esfuerzo”, 1946.
UNAMUNO: MENSAJERO DE LA LIBERTAD
Sebastián Jans
Ubicación histórica de Unamuno y su tiempo.
Miguel de Unamuno y Jugo ( 1864-1936) fue parte de una notable generación intelectual española, la más importante antes que la post-franquista, la que navegó un mar terriblemente tempestuoso, entre dos islas indómitas: la I República y la II República. Filósofo, literato, filólogo y poeta, sus obras en el ámbito filosófico más importantes son: En torno al casticismo (1895), Soledad (1905), Del sentimiento trágico de la vida (1913) y La agonía del cristianismo (1925).
Unamuno es identificado como parte de la llamada “Generación del 98”, es decir, de aquella generación de escritores españoles que escriben en un momento dramático de la afirmación nacional española, cuando se produce la pérdida de las últimas grandes colonias (Cuba, Puerto Rico, Filipinas).
Ese año – 1898 - es el desencadenante de una fuerte crisis nacional, un episodio traumático para la sociedad española, que llevó al país al aislamiento, tanto económico como cultural, y a la crisis social y política, que produce una profunda desazón, conmoviendo las certezas de aquellos que viven aquellos episodios históricos en la colectiva y más honda desmoralización. Pero es el momento también del grito de quienes intentaron la regeneración de esta sociedad en ruinas
Son creadores que se preocupan por los problemas de su sociedad y que conciben la literatura como un instrumento para mejorar las condiciones vitales del hombre. De su creación nacerá una literatura que se alimenta de la experiencia y trata de colmar el horizonte de expectativas de la pequeña burguesía y el proletariado, en consonancia con ideologías políticas progresistas y aún revolucionarias.
Éstas son las características que conforman las señas de identidad del espíritu de la llamada “Generación del 98”, denominados de ese modo por Azorín. No se trata de un grupo homogéneo, ya que conviven distintas escuelas literarias, por lo cual, como todo debate español esta definición es bastante vapuleada y muchos eruditos prefieren simplemente reconocerlos como creadores del fin del siglo decimonónico. La Generación del 98 propende hacia lo rural, hacia un marcado interés por lo europeo, la bohemia literaria, el republicanismo, hacia la revisión de los parámetros de la vieja literatura española, confluyendo las trayectorias de creadores tan dispares como Unamuno, Baroja, Valle-Inclán, Juan Ramón Jiménez, Azorín y Machado.
Todos, en general, tienen una formación literaria autodidacta, con la excepción de Unamuno que tenía una formación universitaria, y se alejaron de los focos de cultura española tradicional. Fueron influenciados por los alemanes Kant, Schopenhauer y Nietzsche. Sus medios de expresión fueron liberales, republicanos y socialistas (El Imparcial, El Progreso, El País, Las Noticias, El Globo, La lucha de clases), y fueron activos colaboradores en las mismas revistas literarias (Juventud, Germinal, Electra, Alma Española, La Vida Literaria, Vida Nueva, Revista Nueva).
Unamuno, desde Salamanca, pone su particularidad y su diferencia. Se siente atraído por las ideas progresistas y producto de su vinculación con el pensamiento social realiza la traducción de la obra de Kautsky “El problema agrario”, y luego, atraído por las ideas de Schopenhauer, traduce su libro “El mundo como voluntad y representación”.
En el marco del debate español de su tiempo, fustiga los vicios de la sociedad burguesa, pero en otras entra a defender algunas de sus bases frente a la crítica del pensamiento socialista. Su teoría de la “intrahistoria”, que abordaremos mas adelante, tiene un valor sociológico progresista que rebatirá las concepciones tomistas, de carácter nacionalistas y antropológico sociales, de la historia española,
Condenaba la guerra y la calificó como un fenómeno incompatible con el progreso y la moral humana universal. No vaciló en condenar el aplastamiento por parte de España del movimiento de liberación nacional cubano, encabezado por José Martí, como también la acción española en Marruecos, y criticó toda doctrina que exaltara la guerra.
Identificado en el ámbito literario con la bien o mal llamada “Generación del 98”, en su concepción filosófica se alejará progresivamente hasta establecer su propia perspectiva, que termina por negar cualquier sistema filosófico y que algunos tratadistas optan por calificar de “pre-existencialista”.
Su búsqueda filosófica y sus aproximaciones al existir.
Para los tratadistas del pensamiento filosófico de Unamuno, este estuvo fuertemente influenciado por las ideas de Pascal y Kirkegaard. Pero no los siguió en todo. En el centro de la filosofía de Unamuno, efectivamente, se encuentra el problema de la existencia del hombre, abstraído de la condicionalidad histórica como todo existencialista, pero no desde la relación del pensamiento y el ser, sino desde la perspectiva del problema intrínseco del hombre común.
En su momento critica a Descartes y afirma que su fórmula “Cogito ergo sum” (pienso, luego existo), hacía caso omiso de la individualidad de la existencia humana. Propone contrariamente la fórmula “Sum ergo cogito” (existo, luego pienso). En virtud de ello puede decirse que Unamuno entiende por existencia a la existencia humana en sus relaciones más concretas y hasta cotidianas. Su planteamiento del ser material tiene sentido real sólo en los límites de su vinculación temporal con la vida cotidiana del hombre. Existir significa ser una esencia subjetiva que se determina a sí misma. La vida del hombre es real por cuanto es el conjunto de cosas que se hallan en conflicto con los anhelos del individuo. La propia existencia no se revela en la diversidad palpable de las relaciones entre el sujeto y el ser.
El sentido de la existencia del “yo” individual – su peculiaridad -, desde el punto de vista de Unamuno, se pone de manifiesto, ante todo, al examinar las relaciones entre la vida y la muerte. La vida del hombre, plantea, es una dramática y transitoria realidad, que tiene una dependencia de la muerte, y la principal “cuestión humana” viene a ser “saber que habrá de ser de mi conciencia, de la tuya, de la del otro y de la de todos, después de que cada uno de nosotros se muera” . Unamuno se manifiesta por la idea de que vivir es propiamente vivir en agonía, vivir luchando con la muerte. Tal sería una de las bases del sentimiento trágico que tiene la vida. En el centro de sus ideas está “este hombre concreto, de carne y hueso, (que) es el sujeto y el supremo objeto a la vez de toda filosofía” .
Dice Carlos Fortín que el hombre de carne y hueso unamuniano, es un mamífero vertical llamado hombre o ser humano, sujeto y supremo objeto de toda filosofía. En otras palabras, sin el hombre que es materia y espíritu la filosofía no existiría. Al decir de Unamuno cuando digo “yo amo”, “yo deseo”, lo pienso y lo grito como materia y espíritu, como carne u hueso. Fortín agrega que de esto podemos concluir, que el hombre, por su condición compleja de carne, hueso y espíritu, de conciencia y materia, no puede ser tratado como una cosa ni tampoco reducirse a una vaga idea metafísica.
El enfoque de Unamuno de ese hombre lo hace desde su formulación de lo que llama la “intrahistoria”, que contrapone a la historia como un conjunto transitorio de fenómenos sociales y culturales (políticos, ideológicos, científicos, literarios, etc.). En su formulación intrahistórica hay un resultado de actos concretos (materiales y espirituales) de los hombres, sobre todo de los menos significativos en el ámbito social: “Los periódicos nada dicen de la vida silenciosa de los millones de hombres sin historia que, a todas las horas del día y en todos los países del globo, se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna, esa labor que, como la de las madréporas suboceánicas, echa las bases sobre las que se alzan los islotes de la historia” .
En sus reflexiones intenta demostrar que la muerte engendra en el hombre un anhelo inmanente de inmortalidad, y que es ese anhelo, aunque no pueda verse cumplido, lo que le confiere un sentido esencial a la existencia humana.
Sin renunciar por completo a la razón, a la lógica y a la ciencia, niega la posibilidad ilimitada del conocimiento objetivo del mundo que nos rodea. El conocimiento, afirma, se da en virtud de cierta contradicción entre la razón y la vida, y estriba en que la primera tiende constantemente a fijar el ser en formas rígidas, mientras que la segunda fluye irracionalmente. Así, la razón solo puede llegar a conocer los nexos entre los distintos fenómenos: “lo racional, en efecto, no es sino lo relacional; la razón se limita a relacionar elementos irracionales” . En consecuencia, proponía que la esencia de los fenómenos no era asequible a la razón y veía que el criterio de la verdad de nuestros conocimientos se reducía a una “verdad personal”, bastante subjetiva: “Verdad es lo que se cree de todo corazón y con toda el alma” .
Como consecuencia de ello, una de las cuestiones más importantes de la filosofía de Unamuno estriba en la idea de que la religión ha de ser universal, pero libre de los dogmas de la Iglesia oficial. “La religión –dice – debe ser algo común a los hombres todos, algo de que todos ellos participan”, A pesar de su condición agnóstica, sin embargo da valor al hecho religioso, desde el punto de vista de la libertad individual: “uno de los jefes de la denominada revolución social dijo que la religión es el opio del pueblo. Realmente…opio. Sin embargo, démosle al pueblo y que éste duerma y sueñe” . Admitía la existencia de Dios y, en ocasiones, lo identificaba con cierta perspectiva panteísta a través de la naturaleza, pero tendía más a identificarlo como un resultado del anhelo de inmortalidad del hombre: “Hemos creado a Dios para salvar el universo de la nada…Y necesitamos a Dios para salvar la conciencia…” . “racionalmente – plantea – no podemos afirmar la existencia de Dios. Y en cambio, la fe obra el prodigio de no solamente creer en Dios sino en crearlo”.
La influencia del pensamiento de Unamuno en España, en relación con la religión, llevaría al Vaticano a incluir su obra “Del sentimiento trágico de la vida”, en el index de libros prohibidos en 1957, es decir, en pleno apogeo franquista.
La literatura existencialista de Unamuno.
En la creación literaria de Unamuno, como en su reflexión, batallan permanentemente y se superponen una serie de principios opuestos: la razón, la fe, la vida, la muerte, lo temporal, lo intemporal, para proporcionarle a sus obras un rasgo peculiar. Su poesía, su dramaturgia, su narrativa y su ensayo de pensamiento y crítica literaria van a ser géneros ampliamente cultivados por el catedrático de Salamanca, que van a estar marcados siempre por aquellas dicotomías.
En toda su creación literaria, se explaya sobre los temas que le son recurrentes: la tragedia individual de la vida, la obsesión en torno a la inmortalidad, la abulia, el fracaso, el hastío del existir. Unamuno rechazaba la concepción materialista de la esencia del hombre, así como la concepción idealista objetiva, y proponía que la novela existencialista era el único medio que podía permitir describir el sentido de la existencia humana. Su primera novela existencialista – “Paz en la guerra” – aparece en 1897.
En Abel Sánchez (1917), aparecen la envidia y el mito como puntos preferentes de la reflexión unamuniana. El ansia de maternidad y la moral convencional surgen con descarnada fuerza en La tía Tula (1921). En Niebla (1925), quizá su obra más lograda para el gusto de los críticos, desarrolla el tema de la realidad o irrealidad de la existencia. La cuestión de la fe perdida, pero que da sentido de vida en San Manuel Bueno, mártir (1933), rumbea por el lado de sus contradicciones con las ideas agnósticas que le acosan como fantasmas omnipresentes.
A través de la voz de sus contradictorios personajes, o en los prólogos de sus obras, Unamuno reflexiona o habla sobre la vida, sobre el desamor, sobre los problemas de la fe, nos aproxima a su concepción de la intrahistoria y a sus inquietantes hombres de carne y hueso.
De todos los géneros, sin embargo, declaraba sentir su predilección por la poesía: “Yo soy ante todo y sobre todo un espíritu ilógico e inconcreto. No busco ni pruebas ni precisión en nada y lo que hago con más gusto es la poesía”.
Por ello, no es solo en la narrativa donde desarrolla su visión sobre la existencia y sobre el hombre individual, sino también ella está intensamente expresada en su obra poética. “Por lo pronto – dice el chileno Luis Muñoz G. – diremos que Unamuno busca, pide el retiro y la soledad como punto de partida para su hacer y la búsqueda de la unidad más plena. El camino para alcanzar esa unidad es la soledad y el silencio” . La soledad se convierte en Unamuno en la búsqueda de la singularidad frente a la multiplicidad, asevera Muñoz, del individuo frente a la muchedumbre. “Mi amor a la muchedumbre es lo que lleva a huir de ella. Al huirla la voy buscando”, expresa Unamuno en su libro “Soledad”.
Y luego se extiende: “No hay más diálogo verdadero que el diálogo que entablas contigo mismo y ese diálogo solo puedes establecerlo estando a solas. En soledad, y solo en soledad, puedes conocerte a ti mismo como prójimo, y mientras no te conozcas a ti mismo como prójimo, no podrás llegar a ver en tus prójimos otros vos. Si quieres aprender a amar a los otros, recógete en ti mismo”.
Esta perspectiva se expresa en su poesía de manera intensa:
“Soledad, soledad de soledades,
sueño de eternidad de las edades,
soledad!
………..
“Silencio y soledad son dos hermanos
que cruzando sus dos pares de manos
nos llevan en cruz, cuna de vida
a sepultarnos en la eternidad”
………….
“Apartaos de mi, pobres hermanos,
dejadme en el camino del desierto,
dejadme a solas con mi propio sino,
sin compañero”
Lo propio ocurre con sus personajes que emergen de su narrativa en condiciones de soledad recurrente, enfrentando la condición relacional de vida. ¿Acaso no es el patetismo de Ramiro, en “La Tía Tula” la mejor expresión de un individuo solitario que es víctima de las obligaciones y angustias del convivir? ¿No tiene el mismo patetismo el pobre Don Juan de “Dos Madres”, en las “Tres Novelas ejemplares y un prólogo”? ¿Cómo no palpar esa soledad existencial de tragicómico dramatismo que se da entre Alejandro y Julia en “Nada menos que todo un hombre”?
Son expresiones de una realidad dramática en la cuestión del cada día, en las personas simples que componen el ámbito de las ciudades o los poblados, lejos de todo sentido épico en el existir. Sin embargo, Unamuno, bien sabemos, se niega al realismo.
“¿Cuál es la realidad íntima, la realidad real”? pregunta Unamuno en el prologo de las Tres Novelas Ejemplares. Y más adelante responde. “el hombre más real, realis, más res, más cosa, es decir, más causa, es el que quiere ser o el que no quiere ser, el creador”. “Solo que este hombre que podríamos llamar, al modo kantiano, numénico, este hombre volitivo e ideal, - de idea-voluntad o fuerza – tiene que vivir en un mundo fenoménico, aparencial, racional, en el mundo de los llamados realistas”.
Más allá de su pensamiento: su ciudadanía.
Cuando se trata de explorar el pensamiento de Unamuno, conocer su creación filosófica y literaria, lo que se expresa de manera inevitable es su condición española. Podemos hacer cualquier análisis de su pensamiento y de su obra, pero este no soportaría el ensayo de situarlo de un modo universal, como ocurre con otros pensadores. Nada de lo que Unamuno escribió puede descontextualizarse de su condición intrínsicamente española. Hay que leerlo y conocerlo a partir del español, y no me cabe duda que la traducción de su obra a cualquier idioma, mata inexorablemente la esencia de sus ideas.
Es que por sobre todo, más que su pensamiento y su obra, pesa su ciudadanía. No su nacionalidad, que es cosa diferente. Unamuno es un ciudadano español, no es un súbdito. Es un hombre que se expresa en lo público, más allá que cualquiera de sus pares contemporáneos.
Fortín nos afirma este criterio, cuando define a Unamuno, en el sentido que tenía el saber y el sabor del idioma, y que quiso llevar una cruz a cuestas para encarnar mejor el espíritu de la España moderna (la de su tiempo, desde luego). Su conflicto persistente entre la fe y la razón, entre la vida y el pensamiento, entre el espíritu y el intelecto, entre el cielo y la civilización, es el conflicto de la España misma . Me atrevo a decir, de la España moderna histórica.
El exiliado en Chile, Vicente Mengod, recordaba en el centenario de su nacimiento, cuando le conoció en su exilio de París: “…monologaba sin descanso. Cada tres pasos se detenía para tomar impulso. Comentaba los acontecimientos políticos y literarios, decía sus juicios como si fueran sentencias del Eclesiastés. Los grandes hombres de España, en quienes la juventud tenía puesta su esperanza, eran derribados de un soberbio golpe excluyente. Decía que los novelistas contemporáneos habían escamoteado la realidad. Los filósofos jugaban con vidrios de colores. Y los políticos no conocían las cogitaciones de Aristóteles. En fin, España en aquel momento, era un panorama cerrado, un yermo, sin una flor auténtica, con infinitos pájaros agoreros, de canto estridente” .
Sonadas fueron sus contradicciones con todos los intelectuales de su tiempo. Mengod da cuenta de su relación con Pío Baroja, por ejemplo, los cuales se ignoraban al compartir espacios comunes, pero no vacilaban en lanzarse agudas estocadas. En sus recuerdos de veinte días con Unamuno, recuerda una conferencia dada por este y que presenciara, y la siguiente frase: “Los españoles somos puntillosos y complicados. No concebimos la paz, sino la guerra. Frente al ejército somos antimilitaristas, el clero nos desata la posición filosófica anticlerical”.
Esas contradicciones están en la historia de Unamuno en relación con la historia de España. Es un hecho que Unamuno perdió la fe católica en su juventud. Fue seducido por la figura de Pablo Iglesias, el padre del socialismo obrero español, donde militó por tres años, entre 1894 y 1897, cuando tenía poco más de 30 años. Allí, a poco andar, fue crítico del “dogmatismo marxiano”, lo que le llevó a abandonar el partido y concentrarse en la filosofía y en los temas de la vida y la muerte.
En 1901, bordeando ya los 40 años, asume la rectoría de la Universidad de Salamanca, a la cual quedará indisolublemente ligado en su trayectoria intelectual e histórica. Debió abandonarla en 1914, por razones políticas y sus vinculaciones con los liberales. En 1921 regresa como vicerrector, pero lo destituye de su cargo la dictadura de Primo de Rivera, en 1924, siendo desterrado a las Islas Canarias, de donde viajó a refugiarse a Francia.
Volvió a Salamanca en 1830, en medio de la apoteosis de la ciudad que salió a recibirlo. Se presenta candidato a concejal con el apoyo de republicanos y socialistas resultando elegido ampliamente, y en esa condición proclama la adhesión de Salamanca a la II República, en 1931. Desde el balcón del ayuntamiento, cuan tribuno de las masas, el filósofo proclama “una nueva era” y el término de “una dinastía que nos ha empobrecido, envilecido y entontecido”. Es electo luego diputado y la República le repone en el cargo de Rector de la Universidad salamantina.
Pero pasados los primeros años de efervescente republicano, comienza a distanciarse y expresa públicamente sus críticas a la reforma agraria, a la clase política, al gobierno republicano y su política religiosa. En su transitar por la España rotunda de los días de la guerra civil, Unamuno expresará las contradicciones de su condición cultural, y no estuvo distante de aquellos que se sintieron satisfechos con el alzamiento de Franco, Mola y los otros generales. Incluso adhiere a un llamamiento a los intelectuales europeos para que apoyen a los sublevados, declarando que representaban la defensa de la civilización occidental y de la tradición cristiana.
El 26 de septiembre de 1936, firma una proclama de protesta contra las atrocidades de los republicanos que, a su juicio, pretendían exterminar a sus adversarios antes que ganar la guerra. Sin embargo, el curso de los acontecimientos lo llevarán al desengaño, lo que se expresa con crudeza cuando las tropas franquistas toman el control de Salamanca.
La irrupción de los nacionalistas en el paraninfo de la Universidad, cuando se celebraba el Día de la Raza, le lleva a pararse y hacer una alocución de la cual ha quedado consignada su histórica reivindicación de la razón social: “¡Éste es el templo de la inteligencia! ¡Y yo soy su supremo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir, y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España”.
Fruto de esa intervención memorable será nuevamente despojado de la rectoría de la Universidad. Muy poco después – el 31 de diciembre de 1936 - morirá bajo arresto domiciliario.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
Martínez de Rozas y sus ideas libertarias. Día del libre pensamiento 2023
Concurrimos este día a poner en valor la Libertad de Pensamiento, derecho humano que tiene para los miembros de nuestra Orden Masónica, un...
-
Cuando los aires primaverales de septiembre comienzan a soplar sobre Chile, sin duda el concepto de la Patria toma una connotación que pa...
-
Al iniciar mis palabras, Soberano Gran Comendador, IPH Álvaro Pulgar Gallardo, os entrego, en primer lugar, mi querido Maestro, el más frate...
-
Para algunos que no conocen de la Masonería y su desarrollo histórico, ha resultado un hecho extraordinario que se haya firmado un acta ...