domingo, 21 de noviembre de 2010

UNAMUNO: MENSAJERO DE LA LIBERTAD


Sebastián Jans


Ubicación histórica de Unamuno y su tiempo.

Miguel de Unamuno y Jugo ( 1864-1936) fue parte de una notable generación intelectual española, la más importante antes que la post-franquista, la que navegó un mar terriblemente tempestuoso, entre dos islas indómitas: la I República y la II República. Filósofo, literato, filólogo y poeta, sus obras en el ámbito filosófico más importantes son: En torno al casticismo (1895), Soledad (1905), Del sentimiento trágico de la vida (1913) y La agonía del cristianismo (1925).
Unamuno es identificado como parte de la llamada “Generación del 98”, es decir, de aquella generación de escritores españoles que escriben en un momento dramático de la afirmación nacional española, cuando se produce la pérdida de las últimas grandes colonias (Cuba, Puerto Rico, Filipinas).
Ese año – 1898 - es el desencadenante de una fuerte crisis nacional, un episodio traumático para la sociedad española, que llevó al país al aislamiento, tanto económico como cultural, y a la crisis social y política, que produce una profunda desazón, conmoviendo las certezas de aquellos que viven aquellos episodios históricos en la colectiva y más honda desmoralización. Pero es el momento también del grito de quienes intentaron la regeneración de esta sociedad en ruinas
Son creadores que se preocupan por los problemas de su sociedad y que conciben la literatura como un instrumento para mejorar las condiciones vitales del hombre. De su creación nacerá una literatura que se alimenta de la experiencia y trata de colmar el horizonte de expectativas de la pequeña burguesía y el proletariado, en consonancia con ideologías políticas progresistas y aún revolucionarias.
Éstas son las características que conforman las señas de identidad del espíritu de la llamada “Generación del 98”, denominados de ese modo por Azorín. No se trata de un grupo homogéneo, ya que conviven distintas escuelas literarias, por lo cual, como todo debate español esta definición es bastante vapuleada y muchos eruditos prefieren simplemente reconocerlos como creadores del fin del siglo decimonónico. La Generación del 98 propende hacia lo rural, hacia un marcado interés por lo europeo, la bohemia literaria, el republicanismo, hacia la revisión de los parámetros de la vieja literatura española, confluyendo las trayectorias de creadores tan dispares como Unamuno, Baroja, Valle-Inclán, Juan Ramón Jiménez, Azorín y Machado.
Todos, en general, tienen una formación literaria autodidacta, con la excepción de Unamuno que tenía una formación universitaria, y se alejaron de los focos de cultura española tradicional. Fueron influenciados por los alemanes Kant, Schopenhauer y Nietzsche. Sus medios de expresión fueron liberales, republicanos y socialistas (El Imparcial, El Progreso, El País, Las Noticias, El Globo, La lucha de clases), y fueron activos colaboradores en las mismas revistas literarias (Juventud, Germinal, Electra, Alma Española, La Vida Literaria, Vida Nueva, Revista Nueva).
Unamuno, desde Salamanca, pone su particularidad y su diferencia. Se siente atraído por las ideas progresistas y producto de su vinculación con el pensamiento social realiza la traducción de la obra de Kautsky “El problema agrario”, y luego, atraído por las ideas de Schopenhauer, traduce su libro “El mundo como voluntad y representación”.
En el marco del debate español de su tiempo, fustiga los vicios de la sociedad burguesa, pero en otras entra a defender algunas de sus bases frente a la crítica del pensamiento socialista. Su teoría de la “intrahistoria”, que abordaremos mas adelante, tiene un valor sociológico progresista que rebatirá las concepciones tomistas, de carácter nacionalistas y antropológico sociales, de la historia española,
Condenaba la guerra y la calificó como un fenómeno incompatible con el progreso y la moral humana universal. No vaciló en condenar el aplastamiento por parte de España del movimiento de liberación nacional cubano, encabezado por José Martí, como también la acción española en Marruecos, y criticó toda doctrina que exaltara la guerra.
Identificado en el ámbito literario con la bien o mal llamada “Generación del 98”, en su concepción filosófica se alejará progresivamente hasta establecer su propia perspectiva, que termina por negar cualquier sistema filosófico y que algunos tratadistas optan por calificar de “pre-existencialista”.

Su búsqueda filosófica y sus aproximaciones al existir.

Para los tratadistas del pensamiento filosófico de Unamuno, este estuvo fuertemente influenciado por las ideas de Pascal y Kirkegaard. Pero no los siguió en todo. En el centro de la filosofía de Unamuno, efectivamente, se encuentra el problema de la existencia del hombre, abstraído de la condicionalidad histórica como todo existencialista, pero no desde la relación del pensamiento y el ser, sino desde la perspectiva del problema intrínseco del hombre común.
En su momento critica a Descartes y afirma que su fórmula “Cogito ergo sum” (pienso, luego existo), hacía caso omiso de la individualidad de la existencia humana. Propone contrariamente la fórmula “Sum ergo cogito” (existo, luego pienso). En virtud de ello puede decirse que Unamuno entiende por existencia a la existencia humana en sus relaciones más concretas y hasta cotidianas. Su planteamiento del ser material tiene sentido real sólo en los límites de su vinculación temporal con la vida cotidiana del hombre. Existir significa ser una esencia subjetiva que se determina a sí misma. La vida del hombre es real por cuanto es el conjunto de cosas que se hallan en conflicto con los anhelos del individuo. La propia existencia no se revela en la diversidad palpable de las relaciones entre el sujeto y el ser.
El sentido de la existencia del “yo” individual – su peculiaridad -, desde el punto de vista de Unamuno, se pone de manifiesto, ante todo, al examinar las relaciones entre la vida y la muerte. La vida del hombre, plantea, es una dramática y transitoria realidad, que tiene una dependencia de la muerte, y la principal “cuestión humana” viene a ser “saber que habrá de ser de mi conciencia, de la tuya, de la del otro y de la de todos, después de que cada uno de nosotros se muera” . Unamuno se manifiesta por la idea de que vivir es propiamente vivir en agonía, vivir luchando con la muerte. Tal sería una de las bases del sentimiento trágico que tiene la vida. En el centro de sus ideas está “este hombre concreto, de carne y hueso, (que) es el sujeto y el supremo objeto a la vez de toda filosofía” .
Dice Carlos Fortín que el hombre de carne y hueso unamuniano, es un mamífero vertical llamado hombre o ser humano, sujeto y supremo objeto de toda filosofía. En otras palabras, sin el hombre que es materia y espíritu la filosofía no existiría. Al decir de Unamuno cuando digo “yo amo”, “yo deseo”, lo pienso y lo grito como materia y espíritu, como carne u hueso. Fortín agrega que de esto podemos concluir, que el hombre, por su condición compleja de carne, hueso y espíritu, de conciencia y materia, no puede ser tratado como una cosa ni tampoco reducirse a una vaga idea metafísica.
El enfoque de Unamuno de ese hombre lo hace desde su formulación de lo que llama la “intrahistoria”, que contrapone a la historia como un conjunto transitorio de fenómenos sociales y culturales (políticos, ideológicos, científicos, literarios, etc.). En su formulación intrahistórica hay un resultado de actos concretos (materiales y espirituales) de los hombres, sobre todo de los menos significativos en el ámbito social: “Los periódicos nada dicen de la vida silenciosa de los millones de hombres sin historia que, a todas las horas del día y en todos los países del globo, se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna, esa labor que, como la de las madréporas suboceánicas, echa las bases sobre las que se alzan los islotes de la historia” .
En sus reflexiones intenta demostrar que la muerte engendra en el hombre un anhelo inmanente de inmortalidad, y que es ese anhelo, aunque no pueda verse cumplido, lo que le confiere un sentido esencial a la existencia humana.
Sin renunciar por completo a la razón, a la lógica y a la ciencia, niega la posibilidad ilimitada del conocimiento objetivo del mundo que nos rodea. El conocimiento, afirma, se da en virtud de cierta contradicción entre la razón y la vida, y estriba en que la primera tiende constantemente a fijar el ser en formas rígidas, mientras que la segunda fluye irracionalmente. Así, la razón solo puede llegar a conocer los nexos entre los distintos fenómenos: “lo racional, en efecto, no es sino lo relacional; la razón se limita a relacionar elementos irracionales” . En consecuencia, proponía que la esencia de los fenómenos no era asequible a la razón y veía que el criterio de la verdad de nuestros conocimientos se reducía a una “verdad personal”, bastante subjetiva: “Verdad es lo que se cree de todo corazón y con toda el alma” .
Como consecuencia de ello, una de las cuestiones más importantes de la filosofía de Unamuno estriba en la idea de que la religión ha de ser universal, pero libre de los dogmas de la Iglesia oficial. “La religión –dice – debe ser algo común a los hombres todos, algo de que todos ellos participan”, A pesar de su condición agnóstica, sin embargo da valor al hecho religioso, desde el punto de vista de la libertad individual: “uno de los jefes de la denominada revolución social dijo que la religión es el opio del pueblo. Realmente…opio. Sin embargo, démosle al pueblo y que éste duerma y sueñe” . Admitía la existencia de Dios y, en ocasiones, lo identificaba con cierta perspectiva panteísta a través de la naturaleza, pero tendía más a identificarlo como un resultado del anhelo de inmortalidad del hombre: “Hemos creado a Dios para salvar el universo de la nada…Y necesitamos a Dios para salvar la conciencia…” . “racionalmente – plantea – no podemos afirmar la existencia de Dios. Y en cambio, la fe obra el prodigio de no solamente creer en Dios sino en crearlo”.
La influencia del pensamiento de Unamuno en España, en relación con la religión, llevaría al Vaticano a incluir su obra “Del sentimiento trágico de la vida”, en el index de libros prohibidos en 1957, es decir, en pleno apogeo franquista.

La literatura existencialista de Unamuno.

En la creación literaria de Unamuno, como en su reflexión, batallan permanentemente y se superponen una serie de principios opuestos: la razón, la fe, la vida, la muerte, lo temporal, lo intemporal, para proporcionarle a sus obras un rasgo peculiar. Su poesía, su dramaturgia, su narrativa y su ensayo de pensamiento y crítica literaria van a ser géneros ampliamente cultivados por el catedrático de Salamanca, que van a estar marcados siempre por aquellas dicotomías.
En toda su creación literaria, se explaya sobre los temas que le son recurrentes: la tragedia individual de la vida, la obsesión en torno a la inmortalidad, la abulia, el fracaso, el hastío del existir. Unamuno rechazaba la concepción materialista de la esencia del hombre, así como la concepción idealista objetiva, y proponía que la novela existencialista era el único medio que podía permitir describir el sentido de la existencia humana. Su primera novela existencialista – “Paz en la guerra” – aparece en 1897.
En Abel Sánchez (1917), aparecen la envidia y el mito como puntos preferentes de la reflexión unamuniana. El ansia de maternidad y la moral convencional surgen con descarnada fuerza en La tía Tula (1921). En Niebla (1925), quizá su obra más lograda para el gusto de los críticos, desarrolla el tema de la realidad o irrealidad de la existencia. La cuestión de la fe perdida, pero que da sentido de vida en San Manuel Bueno, mártir (1933), rumbea por el lado de sus contradicciones con las ideas agnósticas que le acosan como fantasmas omnipresentes.
A través de la voz de sus contradictorios personajes, o en los prólogos de sus obras, Unamuno reflexiona o habla sobre la vida, sobre el desamor, sobre los problemas de la fe, nos aproxima a su concepción de la intrahistoria y a sus inquietantes hombres de carne y hueso.
De todos los géneros, sin embargo, declaraba sentir su predilección por la poesía: “Yo soy ante todo y sobre todo un espíritu ilógico e inconcreto. No busco ni pruebas ni precisión en nada y lo que hago con más gusto es la poesía”.
Por ello, no es solo en la narrativa donde desarrolla su visión sobre la existencia y sobre el hombre individual, sino también ella está intensamente expresada en su obra poética. “Por lo pronto – dice el chileno Luis Muñoz G. – diremos que Unamuno busca, pide el retiro y la soledad como punto de partida para su hacer y la búsqueda de la unidad más plena. El camino para alcanzar esa unidad es la soledad y el silencio” . La soledad se convierte en Unamuno en la búsqueda de la singularidad frente a la multiplicidad, asevera Muñoz, del individuo frente a la muchedumbre. “Mi amor a la muchedumbre es lo que lleva a huir de ella. Al huirla la voy buscando”, expresa Unamuno en su libro “Soledad”.
Y luego se extiende: “No hay más diálogo verdadero que el diálogo que entablas contigo mismo y ese diálogo solo puedes establecerlo estando a solas. En soledad, y solo en soledad, puedes conocerte a ti mismo como prójimo, y mientras no te conozcas a ti mismo como prójimo, no podrás llegar a ver en tus prójimos otros vos. Si quieres aprender a amar a los otros, recógete en ti mismo”.
Esta perspectiva se expresa en su poesía de manera intensa:

“Soledad, soledad de soledades,
sueño de eternidad de las edades,
soledad!
………..
“Silencio y soledad son dos hermanos
que cruzando sus dos pares de manos
nos llevan en cruz, cuna de vida
a sepultarnos en la eternidad”
………….
“Apartaos de mi, pobres hermanos,
dejadme en el camino del desierto,
dejadme a solas con mi propio sino,
sin compañero”

Lo propio ocurre con sus personajes que emergen de su narrativa en condiciones de soledad recurrente, enfrentando la condición relacional de vida. ¿Acaso no es el patetismo de Ramiro, en “La Tía Tula” la mejor expresión de un individuo solitario que es víctima de las obligaciones y angustias del convivir? ¿No tiene el mismo patetismo el pobre Don Juan de “Dos Madres”, en las “Tres Novelas ejemplares y un prólogo”? ¿Cómo no palpar esa soledad existencial de tragicómico dramatismo que se da entre Alejandro y Julia en “Nada menos que todo un hombre”?
Son expresiones de una realidad dramática en la cuestión del cada día, en las personas simples que componen el ámbito de las ciudades o los poblados, lejos de todo sentido épico en el existir. Sin embargo, Unamuno, bien sabemos, se niega al realismo.
“¿Cuál es la realidad íntima, la realidad real”? pregunta Unamuno en el prologo de las Tres Novelas Ejemplares. Y más adelante responde. “el hombre más real, realis, más res, más cosa, es decir, más causa, es el que quiere ser o el que no quiere ser, el creador”. “Solo que este hombre que podríamos llamar, al modo kantiano, numénico, este hombre volitivo e ideal, - de idea-voluntad o fuerza – tiene que vivir en un mundo fenoménico, aparencial, racional, en el mundo de los llamados realistas”.

Más allá de su pensamiento: su ciudadanía.

Cuando se trata de explorar el pensamiento de Unamuno, conocer su creación filosófica y literaria, lo que se expresa de manera inevitable es su condición española. Podemos hacer cualquier análisis de su pensamiento y de su obra, pero este no soportaría el ensayo de situarlo de un modo universal, como ocurre con otros pensadores. Nada de lo que Unamuno escribió puede descontextualizarse de su condición intrínsicamente española. Hay que leerlo y conocerlo a partir del español, y no me cabe duda que la traducción de su obra a cualquier idioma, mata inexorablemente la esencia de sus ideas.
Es que por sobre todo, más que su pensamiento y su obra, pesa su ciudadanía. No su nacionalidad, que es cosa diferente. Unamuno es un ciudadano español, no es un súbdito. Es un hombre que se expresa en lo público, más allá que cualquiera de sus pares contemporáneos.
Fortín nos afirma este criterio, cuando define a Unamuno, en el sentido que tenía el saber y el sabor del idioma, y que quiso llevar una cruz a cuestas para encarnar mejor el espíritu de la España moderna (la de su tiempo, desde luego). Su conflicto persistente entre la fe y la razón, entre la vida y el pensamiento, entre el espíritu y el intelecto, entre el cielo y la civilización, es el conflicto de la España misma . Me atrevo a decir, de la España moderna histórica.
El exiliado en Chile, Vicente Mengod, recordaba en el centenario de su nacimiento, cuando le conoció en su exilio de París: “…monologaba sin descanso. Cada tres pasos se detenía para tomar impulso. Comentaba los acontecimientos políticos y literarios, decía sus juicios como si fueran sentencias del Eclesiastés. Los grandes hombres de España, en quienes la juventud tenía puesta su esperanza, eran derribados de un soberbio golpe excluyente. Decía que los novelistas contemporáneos habían escamoteado la realidad. Los filósofos jugaban con vidrios de colores. Y los políticos no conocían las cogitaciones de Aristóteles. En fin, España en aquel momento, era un panorama cerrado, un yermo, sin una flor auténtica, con infinitos pájaros agoreros, de canto estridente” .
Sonadas fueron sus contradicciones con todos los intelectuales de su tiempo. Mengod da cuenta de su relación con Pío Baroja, por ejemplo, los cuales se ignoraban al compartir espacios comunes, pero no vacilaban en lanzarse agudas estocadas. En sus recuerdos de veinte días con Unamuno, recuerda una conferencia dada por este y que presenciara, y la siguiente frase: “Los españoles somos puntillosos y complicados. No concebimos la paz, sino la guerra. Frente al ejército somos antimilitaristas, el clero nos desata la posición filosófica anticlerical”.
Esas contradicciones están en la historia de Unamuno en relación con la historia de España. Es un hecho que Unamuno perdió la fe católica en su juventud. Fue seducido por la figura de Pablo Iglesias, el padre del socialismo obrero español, donde militó por tres años, entre 1894 y 1897, cuando tenía poco más de 30 años. Allí, a poco andar, fue crítico del “dogmatismo marxiano”, lo que le llevó a abandonar el partido y concentrarse en la filosofía y en los temas de la vida y la muerte.
En 1901, bordeando ya los 40 años, asume la rectoría de la Universidad de Salamanca, a la cual quedará indisolublemente ligado en su trayectoria intelectual e histórica. Debió abandonarla en 1914, por razones políticas y sus vinculaciones con los liberales. En 1921 regresa como vicerrector, pero lo destituye de su cargo la dictadura de Primo de Rivera, en 1924, siendo desterrado a las Islas Canarias, de donde viajó a refugiarse a Francia.
Volvió a Salamanca en 1830, en medio de la apoteosis de la ciudad que salió a recibirlo. Se presenta candidato a concejal con el apoyo de republicanos y socialistas resultando elegido ampliamente, y en esa condición proclama la adhesión de Salamanca a la II República, en 1931. Desde el balcón del ayuntamiento, cuan tribuno de las masas, el filósofo proclama “una nueva era” y el término de “una dinastía que nos ha empobrecido, envilecido y entontecido”. Es electo luego diputado y la República le repone en el cargo de Rector de la Universidad salamantina.
Pero pasados los primeros años de efervescente republicano, comienza a distanciarse y expresa públicamente sus críticas a la reforma agraria, a la clase política, al gobierno republicano y su política religiosa. En su transitar por la España rotunda de los días de la guerra civil, Unamuno expresará las contradicciones de su condición cultural, y no estuvo distante de aquellos que se sintieron satisfechos con el alzamiento de Franco, Mola y los otros generales. Incluso adhiere a un llamamiento a los intelectuales europeos para que apoyen a los sublevados, declarando que representaban la defensa de la civilización occidental y de la tradición cristiana.
El 26 de septiembre de 1936, firma una proclama de protesta contra las atrocidades de los republicanos que, a su juicio, pretendían exterminar a sus adversarios antes que ganar la guerra. Sin embargo, el curso de los acontecimientos lo llevarán al desengaño, lo que se expresa con crudeza cuando las tropas franquistas toman el control de Salamanca.
La irrupción de los nacionalistas en el paraninfo de la Universidad, cuando se celebraba el Día de la Raza, le lleva a pararse y hacer una alocución de la cual ha quedado consignada su histórica reivindicación de la razón social: “¡Éste es el templo de la inteligencia! ¡Y yo soy su supremo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir, y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España”.
Fruto de esa intervención memorable será nuevamente despojado de la rectoría de la Universidad. Muy poco después – el 31 de diciembre de 1936 - morirá bajo arresto domiciliario.

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