La sociedad chilena se ha visto convulsionada en los meses recientes por eventos que han golpeado la conciencia ética de las personas. Determinadas conductas han salido al debate público y comportamientos privados han adquirido un inevitable alcance público, ante una ciudadanía que, por sobre todo, repudia la incoherencia ética manifestada en las conductas de determinados personeros que no han respetado su propia argumentación pública de legitimación ética.
Procesos judiciales han evidenciado,
recientemente o desde hace algún tiempo, que mucho de lo sostenido por algunos
importantes personeros públicos, ya sea en el ámbito de la política, los
negocios o la religión, es absolutamente incoherente cuando deben actuar y
decidir en distintos planos públicos o privados.
Es cierto que los órganos de administración
de justicia darán cuenta, en los procesos en curso, de aquello que fue delito,
penalizando las trasgresiones a la ley y la buena fe. Sin embargo, libres de
responsabilidad legal, habrá otros que quedarán bajo cuestionamiento público
debido a su incongruencia ética.
Teniendo en la cercanía la imagen de una edición de un libro de Savater, que muchas enseñanzas puede entregarnos al respecto, hagamos la siguiente reflexión.,
Moral y ética: lo
colectivo y lo individual
La filosofía y las disciplinas del
conocimiento que tratan los comportamientos individuales y colectivos en las
sociedades humanas, desde los orígenes socráticos, platónicos y aristotélicos,
han debatido y analizado ampliamente los alcances de la ética y la moral. Es
decir, aquello que permite ordenar la convivencia humana, antes de recurrir a
la norma legal y la represión de las conductas nocivas para la vida común.
Así, el tácito consenso social que
llamamos moral, es el que permite establecer colectivamente lo que está en el
ámbito de lo aceptable para todos, lo que es conveniente y adecuado, lo que es
justo, lo correcto, lo razonable, en coherencia con las costumbres observadas
por el colectivo social.
Las formas como actuamos y nos
conducimos expresan ese consenso tácito que impone la vida social reflexionada
y aceptada de consuno en el convivir con los demás, y que evoluciona en la
medida que el conocimiento humano permite asimilar el devenir de la experiencia
histórica.
Lejos de lo que esperan las miradas conservadoras
y la inercia de la costumbre añil, o las expresiones aceleradas de transformación,
que desconfían de lo moral al percibirla como una traba a la evolución
acelerada de los procesos históricos, esta tiende siempre a ser contemporizadora,
producto de los cambios impulsados por la ciencia y la tecnología y, desde hace
algo más de dos siglos, por la consolidación de las libertades individuales.
Procesos como la ilustración y la
laicización, podemos constatar que generaron vastos cambios en las costumbres,
por ejemplo. Lo propio ha provocado la internacionalización de los mercados y
la globalización. También, es importante tener presente la consolidación de
sociedades democráticas, que son más permeables a enfrentar la evolución moral,
considerando que, en sentido inverso, las sociedades autoritarias son más
apegadas a las concepciones morales tradicionales.
En un plano conceptual, producto del
devenir histórico, la expresión de lo colectivo que contiene lo moral, ha
llevado a que la ética sea asumida como una manifestación de lo individual. Ello
da coherencia y validez a la perspectiva aristotélica, que ponía a la ética en
el ámbito de las virtudes individuales frente a los demás. Así, la ética debemos
entenderla como la reflexión sobre la moral que hace cada individuo, que, al
tomar conciencia sobre lo convencionalmente aceptado, dispone una argumentación
y una actitud frente a ello.
Podrá hacerlo en absoluta aceptación o en
discrepancia, pero siempre habrá una argumentación y una actitud que lo
exprese. Así, la ética es una toma de posición previa, una convicción o
predisposición, una argumentación que guiará la conducta en coherencia o
discrepancia con lo moral.
Hay personas que son absolutamente
refractarias o contestatarias frente al orden moral, y proponen alternativas o
puntos de vista diferentes. Aun así, de una u otra manera, buscarán el consenso
parcial o total respecto del cambio de lo vigente. La ética tiene la potencialidad
de cambiar las convenciones morales y es su manifestación dialéctica la que provoca
la constante evolución de las costumbres y los cambios que la sociedad humana
experimenta frente a sus propias convicciones colectivas.
En la búsqueda del consenso social, y
para inducir al debate que lo hace posible, las personas tienden a aglutinarse
en torno a propuestas éticas. Ello es lo que permite que surjan las
organizaciones éticas, o que organizaciones con fines específicos representen
una posición ética determinada. De este modo, en el mundo actual hay
organizaciones de naturaleza específicamente éticas, cuyo fin apunta
precisamente a cambiar los cánones consensuados en la costumbre social. Un
claro ejemplo de ello son organizaciones tales como Amnistía Internacional,
Transparencia Internacional, etc. Sin embargo, hay instituciones que tienen
otros fines, pero que también contienen un poderoso alcance ético: las
religiones, las escuelas filosóficas, las organizaciones gremiales o
reivindicativas, los partidos políticos, las universidades, en fin. Todas
aquellas que proponen un comportamiento social, de acuerdo a determinadas perspectivas de ordenamiento social.
Ellas son miradas y evaluadas de acuerdo
a su coherencia entre la argumentación y la acción, y pueden ganar validación y
legitimidad, de acuerdo a la conducta de sus integrantes.
En síntesis, la sociedad moral espera y
exige de los individuos una actitud ética. Espera que cada cual tenga una
predisposición determinada frente a la ocurrencia social de cada día. El
individuo, en tanto, quiere que su argumentación ética valide su conducta en el
consenso colectivo. Así, la ética es una exigencia personal, un atributo
necesario, que la sociedad reclama para su propio ordenamiento y mejoramiento
evolutivo, más cuando se trata de sociedades plurales y democráticas.
La sociedad democrática moderna no
espera una absoluta coherencia con lo moralmente consensuado, sino demanda la
debida coherencia de cada individuo con la ética que propone desde su
argumentación personal. Al reconocer la diversidad de su composición, admite
que hay perspectivas diversas también en las disposiciones éticas de los
distintos intereses morales.
En atención a lo señalado, no hay una
ética uniformadora ni podría haberlo. La sociedad democrática respeta la
diversidad, en tanto existan algunos aspectos generales que sean compatibles
con diversos planos del consenso moral. Aceptando tal diversidad, lo que la
sociedad democrática espera es que la conducta individual sea compatible con la
argumentación ética personal reivindicada o propuesta por cada cual.
La crisis que señala la democracia
chilena, en la primera parte del año 2015, tiene que ver precisamente con el asombro ciudadano, tornado
en repudio, frente a la incongruencia que ha salido a la luz entre lo
argumentado y lo practicado por diversas personas y personeros, más allá o más
acá de lo legalmente establecido.
Ética pública:
todos somos lo público
Una definición general señala que se
entiende como ética pública, a aquella que deben observar quienes cumplen una
función pública. Mi apreciación es que es una definición insuficiente.
Cuando hablamos de ética pública
debiéramos entender que nos estamos refiriendo a la ética que todos debemos
tener con respecto a lo público, es decir a las convicciones que guían nuestras
conductas cuando nos relacionamos con los demás y cuando nuestros actos tienen
un efecto en la vida en común, cuando tienen un efecto en lo social.
Todos nos desenvolvemos en la vida
social, y nuestros actos tienen algún impacto positivo o negativo en el día a
día. Cuando estamos en nuestro hogar, cuando nos trasladamos por las calles y
parques, cuando concurrimos a abastecernos a los expendios comerciales, cuando
estamos en nuestros trabajos o lugares de estudio; en todo lugar en que nos
encontremos y actuemos cumpliendo algún rol, aún en el ocio, de alguna manera
podemos hacer algo que tenga un efecto público.
Los actos privados tienen un efecto
público en gran parte de nuestra cotidianidad. Basta un pequeño evento de lo
que consideramos esencialmente privado, que desborde nuestra privacidad, para
que provoque un efecto en lo público. Los tribunales de justicia están
saturados de situaciones donde lo privado se convierte en una cosa pública. No
se trata solo de delitos, sino de muchas controversias o contiendas que deben
resolverse en lo público. De esta forma todo acto privado que deba resolverse
en lo público, deja de ser privado.
Vista la realidad social de esa manera,
comprobamos que lo privado tiene una propensión reduccionista que, muchas
veces, termina afectando los derechos individuales. De allí que las
legislaciones deben esforzarse activamente en proteger tales derechos.
En ese contexto, donde lo público se
expande cotidianamente, las personas deben tener convicciones sobre la forma en
que sus conductas deben concretarse en la cotidianidad del convivir. Así, todos
desarrollamos una ética pública, que se expresa en el civismo y en las
distintas variables de la vida colectiva, donde el respeto a la forma como nos
relacionamos y como nuestros actos impactan lo público son determinantes para
ser respetado y respetar a los demás.
Por cierto, la percepción de las
convicciones personales no puede medirse sino en la conducta que sigamos y en la
calidad de nuestros actos. La ética es exigible a todos los que vivimos en
sociedad, y ella debe ser perceptible en la coherencia con lo personalmente
argumentado. Cada cual espera que los otros tengan una posición ética y un
comportamiento coherente. Más aún cuando se trata de personas públicas, es
decir, personas que actúan en el ámbito público, por la naturaleza de sus
funciones.
Sin embargo, así como yo exijo soy
exigido. Esto es fundamental. Muchas veces hemos visto que algunos reclaman
falta de ética, cuando sus propias conductas tienen cierto relativismo. Hemos
visto personas airadas reclamando falta de ética pública en aquel o en aquellos,
pero no observan conductas propias coherentes con una ética pública.
Por ejemplo, algún pasajero de bus denunciando
la falta de ética de un funcionario público, en circunstancias que él mismo no
ha pagado el pasaje del transporte público. O aquel que opina sobre alguien que
está sometido a la opinión pública por incoherencias éticas, mientras vende expendios
vencidos o es incapaz de ceder el asiento en el Metro a una mujer embarazada o
a un minusválido.
No debemos pensar por lo tanto, que la
ética pública es aquella que debe solo adornar las conductas de quienes ejercen
cargos públicos. Todos somos lo público, por lo cual todos debemos tener una
ética pública. Todos debemos tener convicciones de convivencia que guíen
nuestras conductas y procederes, cuando estamos actuando en el espacio público,
o cuando nuestros actos privados tendrían, tienen o tendrán un efecto público.