jueves, 23 de mayo de 2019

Tasa a la automatización y robotización del trabajo

Todo indica que las próximas décadas serán mucho más complejas para el trabajo de las personas, ante la pérdida de oportunidades laborales.  Todos los expertos y analistas - no la narrativa de la ciencia-ficción -, coinciden en que las variables del empleo están y estarán determinadas por la inestabilidad, y por una empleabilidad hasta cierto punto fugaz, ante el avance de la automatización y la robotización. 
Se estima que las personas con alta formación tecnológica tendrán más oportunidades que aquellos con menos. Estos últimos estarán muy a la deriva, desarrollando trabajos informales u ocasionales, sin posibilidad de generar recursos previsionales para la vejez y la salud.
La Organización Internacional del Trabajo, que cumple este mes un siglo, ha puesto históricamente en evidencia lo que significa el trabajo como forma de asegurar la paz y la justicia social, y como camino para que el ser humano se dignifique socialmente. Es el trabajo el medio insustituible a través del cual el ser humano puede evolucionar y adquirir movilidad social para los suyos. Ello se está desvirtuando por una tendencia inexorable.
No cabe duda que la automatización y la robotización es un factor que ya está marginando de oportunidades laborales, de manera creciente, a los menos preparados y con menos relaciones sociales vinculadas al empleo. Personas que trabajaban en funciones de servicio y atención de público, por ejemplo, los más y en la escala más baja de la especialización o la formación, están perdiendo sus empleos de manera dramática. Lo propio ocurre con personas que han trabajado como operarios o como trabajadores manuales, aún cuando se trata de aquellos con formación técnica.
La clase media está reduciéndose, producto de los mismos factores, lo que ha sido advertido por la OCDE, lo que puede traer profundos impactos en las economías, en la sustentabilidad de políticas públicas y en la estabilidad política y social.
Ello tendrá un efecto enorme en los sistemas previsionales para la vejez y la salud, y en el financiamiento de políticas de Estado para el igualamiento de derechos y las oportunidades.
Así, es oportuno que los gobiernos y los parlamentos comiencen a debatir el establecimiento de una tasa sobre el uso de equipos y programas automatizados y/o robotizados que sustituyen el trabajo humano.
Cada empresa o entidad que sustituya el trabajo humano por medios automatizados y/o robotizados debería pagar un tributo que exprese en justicia lo que implica el costo social de la pérdida del derecho al trabajo, tasa que permitiría generar recursos que puedan financiar la vejez en condiciones de dignidad, especialmente de los que irán quedando al margen de la regularidad laboral y previsional.
Esa tasa debería constituir fondos que sean de manejo de los sistemas previsionales, y no simples impuestos que terminen financiando otros objetivos públicos.
De esa manera, también se podría cumplir con la promesa de la ciencia, de que la automatización y la robotización traerá oportunidades para la felicidad humana, y no la amenaza de la sustitución de las personas para la garantizar la optimización de las ganancias, que, inequívocamente, el mercado solo asigna a unos pocos. 

100 años de la UDEC


La Masonería de Concepción y la Gran Logia de Chile, como expresión de todas las logias del país, están preparando un merecido tributo al Centenario de la Universidad de Concepción, una de las más importantes realizaciones institucionales de la Región, y una de las corporaciones educacionales más prestigiadas del país.
La Masonería chilena, sin pretensiones hegemónicas ni reclamando exclusividad ni asumiendo exclusiones, considera a la UDEC como una de sus obras más importantes y significativas. Los masones reconocen históricamente que la UDEC fue obra de una comunidad regional diversa, deseosa de tener una Universidad capaz de proyectar las enormes capacidades de una parte del país que estaba rezagada en muchos aspectos, producto de los factores propios del centralismo. De hecho, el gobierno de la época consideraba innecesaria una Universidad fuera de Santiago.
Los masones que concurrieron a este impulso regionalista, estuvieron en las primeras iniciativas que buscaron inspirar ese deseo comunitario, con una decidida y fuerte convicción sobre los fines y propósitos, y con una determinación cierta de que ello era un proyecto impostergable.
Al respecto, el Gran Maestro Marino Pizarro, hace 25 años, señalaba como se gestó el proyecto: “Universidad libre, nueva y laica, nacida en el compromiso de unos hombres positivos y optimistas, que juntaron sus ideas en los círculos literarios, en las reuniones del Liceo, en las tertulias del Club Concepción, en las campañas de prensa, en las tenidas de las Logias. Ideas que se fundieron en un convencimiento común y en la expresión segura de un quehacer insoslayable, ajeno a ideologías y partidismos”.
El Rector Augusto Parra recordaba también hace 25 años, el rol de Virginio Gómez (en la imagen), quien propuso en su Logia los pasos concretos para crear la Universidad y un hospital, impulsando en los ambientes masónicos la gestación del Comité Pro-Universidad y Pro-Hospital Clínico, en marzo de 1917, formado por miembros de la comunidad de Concepción, donde participaron 16 masones, instancias que fueron presididas por Abaraím Concha y Augusto Rivera, presidentes de las dos logias que existían entonces en Concepción.
A modo de anécdota, uno de los primeros actos de conmemoración del centenario, realizado por las máximas autoridades de la Universidad, fue colocar una placa recordatoria en el lugar donde se realizó la primera clase de la naciente Universidad, dictada por el profesor de química Salvador Gálvez Rojas, de 31 años, quien fuera miembro de la Logia “Paz y Concordia”. 
En el desarrollo de la Universidad, de igual manera, es imposible no recordar el aporte señero de los masones que ejercieron la rectoría, donde refulge la figura consular de David Stitchkin Branover, que marcó un momento de vasto desarrollo de la Universidad, con un importante impacto cultural.
En este centenario, no corresponde más que la evidencia de tales antecedentes históricos. La Universidad fue siempre entendida por sus fundadores lejos de cualquier predominio o influencia extrainstitucional. En ese sentido, el aporte de la Masonería ha estado determinado siempre, en ese contexto, por el aporte de los valores y prácticas que hacen una verdadera vida universitaria, fundada en la libertad, la búsqueda de la verdad, la promoción de las virtudes sociales, el perfeccionamiento individual, la superación de las inequidades y los dogmas, el espíritu crítico, la tolerancia y el debate ilustrado.
Ello es lo que se renueva constantemente en la participación de muchos masones, como parte de la comunidad universitaria, a través de 100 años, y que hoy también se hace evidente, cuando es necesario colaborar activamente en todos los planos que exige una institución educacional compleja y sujeta a constantes desafíos, en un mundo en constante cambio.




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