Todo indica que las próximas décadas serán
mucho más complejas para el trabajo de las personas, ante la pérdida de
oportunidades laborales. Todos los
expertos y analistas - no la narrativa de la ciencia-ficción -, coinciden en
que las variables del empleo están y estarán determinadas por la inestabilidad,
y por una empleabilidad hasta cierto punto fugaz, ante el avance de la
automatización y la robotización.
Se estima que las personas con alta
formación tecnológica tendrán más oportunidades que aquellos con menos. Estos
últimos estarán muy a la deriva, desarrollando trabajos informales u
ocasionales, sin posibilidad de generar recursos previsionales para la vejez y la
salud.
La Organización Internacional del Trabajo,
que cumple este mes un siglo, ha puesto históricamente en evidencia lo que
significa el trabajo como forma de asegurar la paz y la justicia social, y como
camino para que el ser humano se dignifique socialmente. Es el trabajo el medio
insustituible a través del cual el ser humano puede evolucionar y adquirir
movilidad social para los suyos. Ello se está desvirtuando por una tendencia
inexorable.
No cabe duda que la automatización y la
robotización es un factor que ya está marginando de oportunidades laborales, de
manera creciente, a los menos preparados y con menos relaciones sociales
vinculadas al empleo. Personas que trabajaban en funciones de servicio y
atención de público, por ejemplo, los más y en la escala más baja de la
especialización o la formación, están perdiendo sus empleos de manera
dramática. Lo propio ocurre con personas que han trabajado como operarios o
como trabajadores manuales, aún cuando se trata de aquellos con formación
técnica.
La clase media está reduciéndose, producto
de los mismos factores, lo que ha sido advertido por la OCDE, lo que puede
traer profundos impactos en las economías, en la sustentabilidad de políticas
públicas y en la estabilidad política y social.
Ello tendrá un efecto enorme en los
sistemas previsionales para la vejez y la salud, y en el financiamiento de
políticas de Estado para el igualamiento de derechos y las oportunidades.
Así, es oportuno que los gobiernos y los
parlamentos comiencen a debatir el establecimiento de una tasa sobre el uso de
equipos y programas automatizados y/o robotizados que sustituyen el trabajo
humano.
Cada empresa o entidad que sustituya el
trabajo humano por medios automatizados y/o robotizados debería pagar un
tributo que exprese en justicia lo que implica el costo social de la pérdida
del derecho al trabajo, tasa que permitiría generar recursos que puedan
financiar la vejez en condiciones de dignidad, especialmente de los que irán
quedando al margen de la regularidad laboral y previsional.
Esa tasa debería constituir fondos que
sean de manejo de los sistemas previsionales, y no simples impuestos que
terminen financiando otros objetivos públicos.
De esa manera,
también se podría cumplir con la promesa de la ciencia, de que la
automatización y la robotización traerá oportunidades para la felicidad humana,
y no la amenaza de la sustitución de las personas para la garantizar la optimización
de las ganancias, que, inequívocamente, el mercado solo asigna a unos pocos.