La huella del cambio climático se está
haciéndo cada vez más patente en la realidad nacional, expresada en efectos que
están trayendo visibles consecuencias en nuestra larga geografía. La evidencia
pluviométrica es, desde hace rato, la mejor constatación de que muchas
características, que eran parte de nuestra cualidad climática, se han perdido,
trayendo carencias hídricas que están afectando a diversas comunidades y
desarrollos locales y regionales.
Ello no solo tiene que ver con nuestro
país. Es un problema global que está manifestándose planetariamente.
Desertificación, alteraciones climáticas con recurrencias de eventos extremos,
alteración de patrones en las lluvias, desaparición de suministros naturales
del agua, migraciones, crisis sanitarias, desaparición de zonas productivas
vinculadas a la producción alimentaria, etc. son preocupaciones crecientes de
los gobiernos.
Para la ciencia en cambio, las
perspectivas son aún más dramáticas y tienen que ver con la propia
sobrevivencia humana. Existe la amenaza de que, si el promedio de la
temperatura mundial sobrepasa ascendentemente los 2 grados, la Humanidad se vea
enfrentada a un viaje sin retorno que llevará a su extinción, como consecuencia
del deterioro de las condiciones que hacen posible la vida humana en el
planeta.
En los últimos 70 años, se consideró que
uno de los peores desastres que podía vivir la Humanidad era una guerra
atómica. Algunos pusieron como equivalente el choque contra la superficie de
nuestro planeta de un asteroide de gran tamaño. Sin embargo, en las últimas
tres décadas se ha constatado que la tercera amenaza es el calentamiento
global, producto del efecto invernadero.
Esa amenaza es lo que genera la primera
Conferencia de las Partes sobre Medio Ambiente y Cambio Climático, que permite
llegar al Acuerdo de Paris de 2015, donde se establecen medidas concretas y
urgentes para frenar el calentamiento global. Tres años después queda la
sensación de que no se ha hecho nada, desde el punto de vista de la aplicación
de las recomendaciones de ese acuerdo histórico, especialmente por parte de los
países que más generan emisiones que producen efecto invernadero.
En ese contexto, la Conferencia de la
Partes sobre Medio Ambiente y Cambio Climático, en su XXV versión se realizará
en Chile, entre el 02 y 13 de diciembre próximos, siendo la cita planetaria más
grande efectuada en nuestro país desde el Mundial de Futbol de 1962 y la UNCTAD
III (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo) de 1972.
Sin duda, en virtud de la gravedad de los
pronósticos que se relacionan con el calentamiento global, y la significación
que tiene un evento de tal magnitud, la COP 25 es un desafío de todos los
chilenos, en toda su diversidad. La concurrencia de todas las voluntades, para
impedir que los factores que aumentan o inducen al efecto invernadero se sigan
reproduciendo, es fundamental.
De las amenazas y de sus consecuencias
nadie puede salvarse, menos nuestros descendientes, por lo cual, se trata de
trabajar por el aseguramiento de la sobrevivencia humana. Así, no es una tarea
que solo corresponda ser abordada por algunos, y donde actúen cómodamente
quienes comparten solo ciertas identidades.
Eso es absurdo. Lo que corresponde en que
todos colaboremos para que COP25 sea realmente un éxito, no solo organizativo,
sino también en acrecentar la toma de conciencia nacional e internacional sobre
los peligros que se ciernen sobre la vida humana y el ambiente en que ella se
desarrolla.
Generosidad y mancomunión es lo que
necesitamos. Para ello es fundamental la unidad política, social y moral de
todos los sectores y de todas las instituciones, más allá de sus diferentes
intereses y objetivos cotidianos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.