Hoy, 26 de agosto, en el marco
de la conmemoración de este día centenario, en que la Gran Logia de Chile está
rindiendo homenaje a la promulgación de la Ley de Educación Primaria
Obligatoria, hemos querido poner en relevancia y justo mérito a quienes
hicieron posible su materialización como un logro trascendente para la historia
republicana y para generaciones de chilenos: los profesores normalistas.
Aquella ley fue una gesta en
que la Masonería se comprometió institucionalmente para hacer realidad el
anhelo de llevar la educación a cada niño de la República.
Lo hizo colaborando con los
esfuerzos de muchos chilenos, que estaban conscientes de que la mejor
oportunidad que debían tener los niños de nuestro país radicaba en la
educación. Solo a través de la educación, decía la conciencia, era posible
abrir oportunidades para el futuro, no solo de las personas, sino también del mismo
país.
Nuestra Orden trabaja para
convertir en una mejor persona a cada uno de sus integrantes, buscando que la
influencia de los buenos ejemplos contribuya a la construcción de una sociedad
mejor, a la organización de una sociedad en que impere la justicia y en la que
cada ciudadano tenga derecho a soñar y a construir su felicidad.
Sostenemos que la educación eleva
al ser humano a estadios superiores de evolución espiritual, convirtiéndolo en
una persona virtuosa, culta y caritativa.
Con esa convicción, hace 150
años, los masones nos comprometimos con la creación de las Escuelas Blas
Cuevas, en Valparaíso, establecimientos gratuitos y laicos de enseñanza
primaria, en los que se entregó educación a niños, niñas y adultos carentes de
recursos y que formaban parte de lo que hoy día llamamos población vulnerable.
Aportamos con ese modesto
proyecto, entregando herramientas para el futuro a quienes sin este recurso
habrían visto disminuidas sus posibilidades de éxito y realización en la vida.
Desde ese entonces, los
masones jamás abandonamos nuestro compromiso con la educación como instrumento
para el progreso de las personas.
Logias y hermanos aportaron al
sostén de sociedades de instrucción primaria, a sociedades de instrucción
popular, a ligas protectoras de estudiantes, a escuelas nocturnas para adultos
y a cuanta idea fue surgiendo, a lo largo de la historia, para apoyar a quienes
aspiraban a salir del analfabetismo y a buscar horizontes más amplios para su
desarrollo intelectual.
Nuestras Logias, sin embargo,
no se limitaron a esto, pues también organizaban conferencias abiertas al
público, en las que destacados hermanos hablaban sobre cultura general o sobre
medidas prácticas para mejorar las condiciones de vida de los obreros y sus
familias. Muchas de nuestras Logias, además, crearon periódicos con la misma
finalidad, en cuyas columnas se multiplicaba el esfuerzo por contribuir a la
sociedad y al bien común.
Los masones han buscado, con
su esfuerzo docente, convertir a las personas en ciudadanos conscientes del
mundo en que viven, responsables para exigir los cambios que la sociedad requiere,
y participativos, para que no fuesen otros los que tomasen las decisiones por
ellos.
Este amor por la educación fue atrayendo a la Masonería a quienes ejercían la docencia, lo que permitió que cientos de profesores normalistas y, posteriormente, cientos de profesores de Estado se incorporasen a nuestras Logias, tomando para sí los principios de la Orden.
Con la participación de destacados masones se fundaron, en
1842, las Escuelas de Preceptores de Instrucción Primaria, bajo la dirección
del académico, político y escritor argentino Domingo Faustino Sarmiento, promotor
de los valores y principios masónicos e iniciado posteriormente en la logia “Unión
Fraternal”. Insigne hombre del siglo XIX, no solo sería Gran Maestro de la
Masonería argentina, sino también Presidente de la República de ese hermano
país.
Una joven república, como la chilena, buscó construir un
modelo educacional según el modelo de Juan Bautista La Salle, quien, 150 años
antes, había fundado las escuelas populares gratuitas para niñas y niños
pobres, antecediendo a la fundación de escuelas por parte del Estado, un siglo
después. Su pedagogía utilizaba un método simultáneo, organizando a los niños
por capacidades y edades similares, y en su idioma, y no en forma individual y
en latín como se acostumbraba en esos tiempos. Es ese el antecedente previo de
las Escuelas Normales fundadas por el Estado después de la revolución francesa.
Es ese modelo francés el que da la partida a la Escuela
Normal chilena, acogiendo también la influencia de Johann Friedrich Herbart,
considerado el padre de la pedagogía científica.
Ello marcará, de un modo cierto, el acento laico creciente
que las Escuelas Normales fueron desarrollando, como vehículo hacia el
conocimiento y la emancipación moral.
Las Escuelas Normales proporcionaron la norma, el modelo, el
nivel aceptable para educar, en una época en que solo el 5% de los niños en
edad de recibir educación era beneficiado con ella. Jovenes destacados, por
estar en alguno de los tres primeros lugares en sus cursos de enseñanza, fueron
seleccionados y matriculados en las Escuelas Normales.
Con una duración de alrededor de seis años, el modelo francés
destacaba los buenos hábitos, la limpieza, el orden, la disciplina y la
moralidad. Enseñaba de forma paulatina a cantar, a dibujar, nociones de
agricultura, redacción de correspondencia y contabilidad, religión y las
disciplinas académicas: física, química, geometría, etc. Reforzaba la memoria y,
en determinados casos, castigaba a los infractores con apoyo de la familia.
También fueron construyendo el espíritu cívico y un sentido de moralidad.
Desde 1888, la incorporación del modelo alemán imperó con
predominio del análisis y el ejercicio del pensamiento. El gimnasio fue
bienvenido, las ciencias y el equilibrio entre la educación física y mental,
pasaron a ser un propósito de la docencia.
Ambos modelos despertaron una fuerte vocación y un gran amor
por enseñar. Las normas morales eran fundamentales; el profesor formaba con su
ejemplo, en el vestir y con su comportamiento. Cumplidos los primeros tres años,
hacían prácticas y clases, en escuelas cercanas, preparadas especialmente. La
exigencia era grande y muchos quedaban en el camino.
En el año 1860, se había legislado con la primera Ley de
Instrucción Obligatoria , pero sin efectividad para hacerla cumplir. No había
interés social en cumplirla.
En el año 1900, se
multiplican las escuelas en el país, pero con pocos alumnos. Las Escuelas
Normales se fundan en las principales ciudades, destacando Valparaíso, Chillán,
Concepción , Valdivia, Temuco, Puerto Montt, Antofagasta, La Serena.
Pero, en 1909, comienza un debate impulsado por Pedro Bannen
Pradel, consejero de Estado, quien presenta un proyecto de ley primaria
obligatoria, sin éxito, por la marcada oposición de las elites.
Bannen había fundado escuelas para los pobres, las sociedades
de escuelas proletarias y la Sociedad de
Instrucción Primaria de Concepción.
Su proyecto fue un debate que sumó a destacados actores, a
quienes la historia agiganta. Darío Salas reflexionaba en la Universidad y en
el Congreso Nacional sobre la necesidad de entender la relación entre
desarrollo social y educación. El senador Mac Iver mostraba el valor de la
educación para la libertad del pueblo, la democracia y el desarrollo social.
Ambos enfatizaban la necesidad de implementar la ley de instrucción primaria
con un carácter obligatorio efectivo, con multas y cárcel para padres y
apoderados infractores.
Las elites políticas tradicionales pensaban que bastaba con
la enseñanza religiosa, con el catecismo y el patrón, para instruir a los
pobres, y recelaban de la ley con una impronta laica que dejaría al pueblo sin
Dios y sin moral.
Pedro Aguirre Cerda y
Armando Quezada Acharan, junto a otros parlamentarios, plasmaron sus esfuerzos
por la ley de enseñanza obligatoria contra una posición oligárquica
tradicionalista y contra el anarquismo, que consideraba a la educación como una
forma de alienación.
Los tradicionalismos conservadores argumentaban que la
pobreza impulsaba a los niños a trabajar y a mendigar, y que no elegirían la
escuela por necesidad. También argumentaban contra la inclusión del Estado en
un ámbito que reclamaban como privado, propio de las familias, según ellos, ya que
Dios les había dado a los padres el derecho de decidir por sus hijos.
La mirada humanista de la masonería propendía a entregar la oportunidad del conocimiento para la emancipación de las conciencias.
Encabezadas por el Gran Maestro Luis Alberto Navarrete y
López, las logias organizaron comités en todo Chile en apoyo de la Ley de
Educación Primaria Obligatoria, y se prepararon para entregar al Congreso y al Gobierno,
el pensar humanista, demócrata y republicano.
Por más de veinte años muchas logias venían ya trabajando por
la ley: Justicia y Libertad, Unión Fraternal, Cóndor, Aurora de Italia, destacaban
en ese esfuerzo. Organizaron seminarios y coloquios abiertos a las comunidades.
El Gran Maestro organizó una reunión solemne en 1919, en la
que pidió a los masones legisladores que privilegiaran tal concepción, por
encima de las militancias y simpatías
políticas, y los lideró a fin de unificar una posición masónica al respecto.
Así fue como se llegará a la aprobación y a la promulgación
de la Ley.
Hacia 1920, en Chile había 3.700.000 habitantes, de los
cuales el 66% era analfabeto.
¿Cuáles fueron las consecuencias de la aprobación efectiva de
la ley?
Aumentaron los alumnos y las escuelas, y se contribuyó a la
formación de la clase media, a través de la movilidad social que la educación
provocaba.
La ley estableció que, para ejercer como profesor, se debía
tener el título de Profesor Normalista.
Así, la Ley de Educación Primaria Obligatoria quedó unida a
las Escuelas Normales de modo inseparable.
Fue un aporte significativo a la educación y cultura del
pueblo, a su desarrollo social y a la comprensión de la democracia y el civismo.
Fue un paso significativo para la realización
paulatina del Estado Docente.
Con la promulgación de la Ley, el Estado pasa a asumir un rol directivo docente a fin de garantizar una educación pública, gratuita y laica, con un alto nivel de calidad. El país, efectivamente, inició un proceso de emancipación.
En esta conmemoración del
centenario de la Ley de Educación Primaria Obligatoria, la Gran Logia de Chile
ha querido rendir público tributo a las profesoras y profesores normalistas; a
aquellos que tuvieron la responsabilidad de hacer realidad el sueño de quienes
pensaron que era posible terminar con el analfabetismo; a quienes hicieron del
amor a la niñez el motivo de sus vidas; a quienes educaron a los ciudadanos en
el amor a las virtudes cívicas y al compromiso con la ética.
Rendimos homenaje a los
profesores normalistas de Chile, con gratitud, pues gracias a su esfuerzo, a su
sacrificio, a su voluntad, a su abnegación, nuestro país formó a generaciones
capaces de contribuir al engrandecimiento de la Patria y a un concepto efectivo
de República.
Ustedes son la expresión viva de aquellas mujeres y hombres abnegados, que se esparcieron por más de un siglo por el territorio de Chile, por sus pueblos, ciudades y villorrios, para entregar el saber, el civismo, la poesía, los relatos, las manualidades, la experiencia, el patriotismo, la música, las buenas prácticas del hacer social. Chile les debe ser Chile, la Patria les debe ser Patria. A través de este modesto homenaje, les exaltamos a los altares del reconocimiento que el Chile profundo y permanente rinde a quienes han hecho el mejor aporte a la República, con lealtad a las grandes virtudes que hacen posible sus dos siglos de historia.
Nuestra actual educación en Chile, a partir de la lección
vocacional de los profesores normalistas, precisa imperiosamente avanzar en la
calidad como objetivo insoslayable. Necesitamos, para ello, generar en nuestros
educadores la misma vocación del profesor normalista, de su amor por los niños
y por la acción de educar.
Asimismo, necesitamos que nuestra educación pública recupere
su importancia fundamental, para asegurar una escuela que vuelva a trascender,
con una idea de país, una idea de comunidad, que se debe expresar en el aula.
Una escuela que construya un relato cívico, junto a la
oportunidad del esclarecimiento, y que dote a cada cual de oportunidades para
realizarse como individuo y como parte de una sociedad que se exprese en torno
a un gran sueño común.
En esa aspiración que nos debe unir, por la que los
educadores normalistas aportaron tanto a nuestro país y a nuestra sociedad, con
sus sueños y amor por la educación, vaya para ustedes – profesoras y profesores
sempiternos - nuestro homenaje y agradecimiento, nuestra admiración y respeto,
y que, en esta conmemoración, encontremos la esencia de un aporte que la
República no olvida, una República de todos y para todos, que los profesores
normalistas enseñaron amorosamente a construir.
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