Horroroso para Caster Semenya debe haber sido enfrentar los días recientes, luego de salir campeona de los 800 mts. en el Mundial de Atletismo de Berlín. Si no hubiese triunfado tal vez habría tenido días más apacibles. Pero, parece ser que su condición de sudafricana despertó en la arrogancia blanca los sentimientos más perversos y, a través de la prensa sensacionalista y el periodismo amarillo, se derramó como aceite sobre el piso del racismo europeo y americano, especialmente, y donde cierto periodismo chileno no ha perdido su ocasión de agregarle gas al fuego de la discriminación.
La imagen de la atleta negra ha recorrido el mundo para desatar la discusión sobre su condición sexual, por tener ciertos rasgos que no serían femeninos. ¿Ha sucedido lo mismo con ciertas lanzadoras de la bala europeas que han participado en competencias televisadas para todo el mundo? ¿Cuántas de ellas han sido sometidas al escarnio público internacional? ¿Es porque no son africanas? ¿Cuántos bellos más tienen en la cara Caster que aquellas? ¿Cuánto menos están desarrollados sus senos?
¿Si Caster Semenya tiene una identificación de su país con nombre, número de identidad, sexo y estado civil, no es suficiente para reconocerla en su condición de tal? ¿O es necesario que tenga que dar pruebas de ello de modo especial? Por lo demás, donde está la línea que separa lo femenino de lo masculino, para que un individuo sea reconocido en una u otra condición. Por lo menos, algunas lanzadoras de la bala europea que participaron en las últimas Olimpiadas, indican que no es la apariencia. ¿Porqué una atleta negra y africana tiene que cumplir procedimientos especiales? ¿Por alguna reminiscencia fascista de ciertos dirigentes de la IAAF?
La apariencia es precisamente eso: es el aspecto aparente de alguien. Y ello es una de los motivos de la mayor parte de los prejuicios en el mundo. Chile no escapa a esa conducta, y es un deporte nacional, cuando no una expresión de recurrencia asfixiante, que produce la discriminación por la apariencia de las personas. Pero, no es el discriminado quien produce el acto calificatorio de la apariencia, sino que lo produce el observador. El culpable es quien construye una interpretación de los rasgos o las formas de una persona.
Aún, en nuestro país, bajo ciertas condiciones física es imposible conseguir un trabajo si alguien es gordo, demasiado moreno o con apariencia indígena. Demás está hablar de aquellos con apariencia femenina o apariencia masculina, según sea hombre o mujer. Están también los que son discriminados por su apariencia de viejo.
Hace pocos días escuché en la Radio Cooperativa, en el horario de salida de oficinas, a un periodista que reiteradamente hizo alcances prejuiciosos sobre la apariencia de Gabriela Mistral en el nuevo billete de $ 5.000.- que se le antojaba con “cara de señor”. Y eso que nuestra poetisa, que llenó de gloria a las letras chilenas, accediendo al Premio Nobel, lleva muchos años muerta. ¿Cuántas veces en vida pudo sufrir la poetisa las mismas calificaciones por una apariencia que no era del agrado de algunos observadores?
La discriminación por la apariencia tiene todas las perversiones que tienen las otras formas de discriminación. Es tan lacerante y tan rotundamente antihumana como todas aquellas, que vienen a dividir a los seres humanos por cuestiones derivadas de la diversidad.
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