Sebastián Jans
A poco más de una semana de la interpelación efectuada por el laicismo chileno a los candidatos presidenciales, y ya resuelta la segunda vuelta electoral, llegué a La Masía de Camilo Calvo, en la Región de la Araucanía. Accedía a su invitación y de su encantadora esposa Patricia, para pasar unos días en ese paraje distante de las tráfagos citadinos.
Fueron dos días distintos, ya que no hubo tiempo para enterarse de los eventos postelectorales, ni para afanarse con los comentarios de los opinólogos políticos, ni para ver la expresión eufórica del conservadurismo criollo, que después de 50 años, por primera vez ganaba una elección presidencial.
Fueron dos días de conversación y reflexión, y de acoger la experiencia de uno de los más fieles laicistas de la vieja guardia, que arrastra en su experiencia no solo el acervo vivencial de la política republicana, sino también las vivencias que el anti-republicanismo imprimió en la conciencia histórica nacional.
Camilo fue un novel Alcalde de Traiguén, a los 27 años y diputado por Malleco, antes de la ruptura democrática. Cuando sobrevino la dictadura, vino la cárcel, el traslado a Dawson, luego a Las Melosas, y por último el exilio. De regreso a Chile y durante la transición democrática fue nombrado Alcalde de Temuco. En años recientes, ha estado vinculado a nuestra red Iniciativa Laicista, aportando con su visión permanentemente asociada al laicismo, al republicanismo y al compromiso social.
Ligado a los basamentos doctrinarios del radicalismo desde su juventud, con los años emigró hacia el socialismo, con sencillez y sin aspavientos. Por cierto, en su reflexión conviven esas dos potentes almas del compromiso político, en un eclecticismo maduro, donde lo que importa es la expresión progresiva del hacer humano y su valoración por antonomasia.
De la conversación, junto a los pequeños esteros y a los múltiples árboles nativos, a las luminosas hortensias y los pastizales hirsutos, fue emergiendo un diagnóstico sobre la realidad nacional, sobre las debilidades del movimiento laicista, sobre las grandes tareas que deberán gestarse en torno a la defensa de las libertades de conciencia, sobre lo que significará enfrentar un nuevo escenario político, donde las visiones más conservadoras entrarán a controlar la ejecución política del Estado.
Fue un momento para pensar en el quehacer, en como contribuir a generar un profundo movimiento de reflexión en torno a los partidos llamados laicos, y como establecer las grandes ideas fuerzas que sean capaces de movilizar a los más amplios sectores sociales, a favor de una línea de acción fundada en la más auténtica diversidad y en el auténtico progresismo: aquel que nace de la constante evolución y del avance del conocimiento humano.
Las conversaciones en La Masía de Freire, con este notable tribuno laicista, sin duda, fueron una oportunidad personal para ganar certezas sobre lo que corresponde hacer en esta nueva etapa nacional, donde los laicistas tenemos mucho que decir.
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