miércoles, 24 de febrero de 2010

LA INDUSTRIA DE LA BENEFICENCIA.




Hace algunas semanas, estando de paso en Villarrica, me sorprendió gratamente que la cajera del supermercado local me consultara, al momento en que pagaba mi compra, si donaba la fracción de monedas de 1 peso del vuelto al Cuerpo de Bomberos. Ello me motivó a ser más generoso, tal vez por mi impulso habitual de contribuir en las plazas de peajes, cuando hay bomberos recogiendo contribuciones, o como extensión del compromiso mensual con el recolector de los bomberos de la comuna, que pasa con puntualidad a retirar una cuota acordada con ellos.
A propósito de esto último, hace unos días llegó una carta de la compañía de bomberos, señalando en que se habían gastado las contribuciones recibidas el año anterior. Leyendo la carta informativa, no pude dejar de reflexionar de lo notable que resulta la tradición bomberil chilena, fundada en la más alta y pura beneficencia, aquella que se sostiene en la básica premisa de hacer el bien, sin mirar a quien, y sin esperar nada a cambio. Porque no me cabe duda que, de todas las instituciones, orientadas a. bien de los demás en Chile, los bomberos son los únicos que no reciben una retribución económica personal por su constante accionar en beneficio – el sentido de la más pura beneficencia – de los demás.
Cuando se mira hacia el contexto de las instituciones de la beneficencia en Chile, quedan muy pocas que realmente puedan ser consideradas como tal, en sentido de ser organismos pensados en canalizar el interés público desde una perspectiva altruista. Lo que prima es la industria de la beneficencia, donde un conjunto de organizaciones se disputan lo que parece ser un creciente mercado, que mueve millones de dólares, y que reporta enormes beneficios antes que a los destinatarios a quienes son parte de su estructura propietaria, administrativa y organizacional.
Algunos estudios preliminares dan la pauta para establecer que de cada 10 pesos que se donan en Chile a organizaciones de beneficencia, solo 5 se destinan objetivamente a lo que se pretende como el objeto institucional. En algunos casos llegan a 4 pesos. Es decir, entre un 50 y un 60% de las donaciones terminan siendo un beneficio directo de quienes administran las contribuciones, por la vía de compra de bienes raíces, financiando personal profesionalizado, gastos publicitarios y gastos operacionales.
Aprovechando las posibilidades de la legislación, incluso se crean organizaciones de beneficencia para recibir los aportes de las empresas, las que terminan orientando específicamente esas contribuciones de acuerdo a sus afinidades ideológicas y sociales. El beneficio termina siendo mutuo, tanto para la empresa como para los gerentes de la industria de la beneficencia, por varios aspectos.
Hay rostros de la industria de la beneficencia que son recurrentes en nuestra realidad nacional y pontifican a través de los medios de comunicación sobre la necesidad de “trabajar por los más pobres”, por “los que nada tienen”, en circunstancias que por la gerenciación de esas organizaciones tienen sueldos competitivos con cualquier empresa del mercado y manejan una cuantiosa planilla de funcionarios y profesionales, reclutados entre sus afines. Bajo píos nombres o apelaciones emocionales, hablan con voz trémula sobre el valor de dar a los demás, conduciendo agresivos todo-terreno por las calles y carreteras y vinculándose a todas las estructuras de poder. Hay casos de gerentes que pasan de una empresa de mercado a una empresa de beneficencia, por condiciones remunerativas más favorables. También están aquellos que hacen una carrera en las instituciones de beneficencia, para luego acceder a otras gerencias corporativas más elevadas.
Se construyen socialmente mitos sobre personalidades que se suponen consagradas al bien común, en circunstancias que se han volcado a promover la industrialización de la generosidad de los demás, son campeones en el manejo de las argucias legales, son profesionales en el ámbito relacional del poder, y tienen un expedito manejo de las fuentes de los recursos permanentes, con los cuales sostienen y acrecientan las organizaciones que dirigen.
La socorrida y efectista frase de “trabajar por los más pobres, por los más necesitados”, nada tiene que ver con el fin último de tales organizaciones, aún cuando la percepción pública es estimulada permanentemente al lugar común de la validación de ellas como instituciones que realizan una obra de amplio beneficio humanitario.
Sin embargo, tales organizaciones día a día crecen en sus propiedades y en sus plantas de funcionarios, sus gerentes se prestigian y se validan profesionalmente, y aquellas que no crecen tienen la particularidad de ser como los “agujeros negros” del espacio estelar, que succionan todo lo que aproxima, y no se sabe a donde va a parar todo. ¿Quién conoce de sus balances financieros, de sus pérdidas, de sus gastos?
Hace muchos años era común que las instituciones de beneficencia elaboraran una memoria y balance anual. Muchas de esas memorias y balances se encuentran en la Biblioteca Nacional. He tomado cinco de las más publicitadas y mediáticas organizaciones actuales de la industria de la beneficencia y no he encontrado sus memorias o balances. Alguna se ha destacado por hacer “un balance social”, pero sería más transparente que se publique el contable.
La cultura de la industria de la beneficencia tiene sus mitos y sus leyendas. Estos son absorbidos y validados por las estructuras del poder nacional. Hay personalidades validadas como los alter ego o los gurús, y son consultadas para toda decisión o toda acción de solidaridad y conducción de la generosidad pública. Muchos son exaltados a los altares de la bondad nacional, y a la solemnidad de los tributos. Algunos se transforman en consejeros o confesores de cabecera. Otros son convocados a comandos electorales para dar garantizar una imagen de preocupación o dedicación social. Algunos tienen la mágica condición ubicua de aparecer en los más diversos lugares, eventos o circunstancias, con una transversalidad digna de un futbolista exitoso o de un superventas cantante pop.
Las recurrencias sociales, políticas y económicas de estos “benefactores”, dan pábulo a que se favorezca progresivamente la profesionalización, la industrialización y la instrumentalización de una actividad que hace rato ha degenerado los sinceros impulsos del corazón de las personas y su expresión de altruismo.
Por ello, cuando alguna cajera de supermercado me consulta si quiero donar un desayuno o un vaso de leche, le sonrío y cortésmente le digo que no. La buena fe no merece otra actitud que la cortesía. Por lo demás, no habría tiempo para explicarle los fundamentos que justifican ese no y por que prefiero y recomiendo contribuir a la única institución de voluntarios que presta un servicio decente al bien común: los bomberos.

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