miércoles, 31 de agosto de 2011

LA DECADA BICENTENARIA EN AMERICA LATINA



Sebastián Jans

El pasado año 2010 dio inicio a lo que es una década de importantes conmemoraciones en la historia de América Latina. De aquí hasta fines de la década, en buena parte de sus países se recordarán, con mayor o menor importancia local, la segunda centuria de una serie de eventos que han sido determinantes para la historia americana y del mundo.
Si bien el 2010 fue el momento de la conmemoración de muchas primeras juntas de gobierno o primeros hitos de independencia, lo que ocurrirá en los años siguientes de la actual década será la conmemoración bicentenaria de un conjunto de eventos que determinaron que aquellos primeros hitos se convirtieran en procesos realmente emancipatorios, dando nacimiento a un grupo de naciones con identidad propia, fruto de una común voluntad de romper con los lazos de dependencia y de dominación.
Este año se celebran los 200 años de existencia de los primeros parlamentos o Congresos, de la ejecución de Hidalgo, de los primeros estatutos de gobierno de varias repúblicas. El año siguiente algunos notables hechos de armas y el rol de Miranda en Venezuela. En el 2013 comenzará a adquirir importancia el recuerdo de la figura de Bolívar, O´Higgins, San Martin y Artigas. Y así seguiremos sumando memoria de hombres, hechos y consecuencias, hasta más allá del año 2020.
Creo que esas conmemoraciones debieran llevar a la intelectualidad latinoamericana a hacer una serio esfuerzo para entender de manera profunda lo que fue el proceso de emancipación, y volcarse a la construcción de una afirmación que fortalezca las identidades y las potencialidades de un conjunto de naciones que tienen mucho que decir de manera mancomunada en el mundo que nos toca ahora vivir y que vivirán nuestros hijos o nietos.
Porque, más allá de ciertas eventualidades, es evidente que nuestras independencias nacionales obedecieron a la acción de una generación de jóvenes que estuvo profundamente ligada por propósitos comunes, reflejando en sus convicciones la buena nueva que implicó para la espiritualidad humana el siglo de las luces y la dimensión intrínsecamente humana del acontecer de las sociedades y del hecho histórico.
Los padres de las patrias de América Latina estuvieron unidos por una común idea, un común propósito, surgido de un lazo fraterno que fue formidable mientras no se perdió el objetivo específico de su estrategia. Fue el lazo que construyó Miranda y que se difundió por Cádiz, cruzó el océano y se difundió por las capitanías y virreinatos. De México hasta el Cono Sur la subyacente acción de ese lazo hizo posible que se impusiera la libertad frente al yugo colonial y al contubernio realista y papal a toda aspiración emancipacionista.
Los intereses locales de los mercaderes y de las terratenientes aristocracias criollas, y el absolutismo de los caciques, luego que pasó la primera hora de la independencia, torcieron el ideal mancomunado de aquellos que hicieron posible la libertad. Luego, los maridajes con las potencias industriales y los intereses foráneos hicieron que aquella libertad conquistada con tanto esfuerzo se relativizara y, en no pocos casos, quedara absolutamente relativizada, cuando no postergada.
Hoy, los países de América Latina están en un nivel de mucha mayor independencia política, como no se había dado en su historia. Su institucionalidad política ha madurado de un modo impensado a lo que ocurría hace cincuenta años, donde las predeterminaciones de su poderoso hermano mayor – y uso esta referencia fraternal porque EE.UU. es hijo del mismo proceso histórico que sus hermanos del sur – subordinó en términos políticos y económicos de manera subyugante a gran parte del subcontinente.
Efectivamente, de una manera significativa, América Latina – en parte importante de su historia – estuvo bajo la presión de la influencia o la subordinación de EE.UU. situación que hoy la propia maduración de los sistemas democráticos ha permitido una autonomía y una autodeterminación que, desde hace más de 100 años, no se había manifestado con tanta intensidad. Nadie puede decir que esa presión ha desaparecido, pero se encuentra mucho más limitada y en muchos casos no tiene efecto alguno.
El mundo se ha diversificado y los escenarios políticos y económicos son cada vez más complejos, haciendo que nuevos actores relativicen las zonas de influencia que un día caracterizaron el demencial mundo de la guerra fría, que tantos daños y dolores desencadenaron en los sistemas políticos y en las gentes. El último esperpento regional de la guerra fría – la doctrina de la Seguridad Nacional – sucumbió bajo el impulso de la democratización, proceso este que ha seguido consolidándose y los años de cuartelazo y del militarismo han ido desapareciendo de cualquier lógica política presente y futura.
Cada proceso eleccionario en América Latina se da en un contexto de solidez y de robusta institucionalización, alejado de todo intervencionismo y dramatismo rupturista. A algunos puede que no les gusten los resultados o las opciones electorales, pero nadie puede poner en duda que los pueblos están eligiendo las autoridades que prefieren. Los sistemas tienen falencias o desajustes que, a veces, no expresan de manera coherente los niveles de representación, pero en general nadie quiere patear la mesa y producir desestabilización.
Se suma a ello que las condiciones económicas son propicias para generar un gran desarrollo, basado en la complementación y la potenciación económica a partir de oportunidades comunes que se dan hacia el gran escenario Asia-Pacífico. Las condiciones son propicias, como nunca, para hacer un esfuerzo más significativo en diversos planos de integración, retomando el legado histórico del proceso de emancipación.
Aprovechar los eventos bicentenarios como instancias de reconstrucción del origen común, restableciendo el relato que hizo posible la independencia nacional, es generar una oportunidad para construir fortalezas hacia políticas comunes, hacia voluntades constructivas, que enderecen el timón hacia lo que la historia dejó perfectamente alineado, pero que se desalineó como consecuencia de las particularidad de determinados intereses mezquinos, potenciando el aislamiento, el ensimismamiento y la afirmación localista.
Es cierto que hoy siguen apareciendo los eternos nacionalistas trasnochados, los provocadores de la xenofobia percudida, y los agitadores de la fantasmagoría decimonónica, que siguen alimentando la flama de los mismos problemas y circunstancias que frustraron el proyecto común, sin embargo, lo que hay que estimular es la recuperación del pensamiento común, de la cultura de la integración, y para ello es fundamental que los intelectuales, los académicos, los cultores de la ética y la estética se pongan a trabajar en función del futuro. Esta década bicentenaria es una buena motivación para pensar de nuevo el sueño de los libertadores.

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