martes, 26 de febrero de 2013

ETICA, POLITICA E INSTITUCIONES.

Sebastián Jans



¿Son los fines lo que importan o debe tener preeminencia los medios para lograr un fin? Albert Camus tenía la idea de que son los medios los que deben justificar el fin. Esto es un tema que ha estado en el origen mismo de toda civilización humana, y que partió siendo abordado por el mito, las creencias y por las incipientes exploraciones estéticas, buscando una forma de prever la dudosa claridad de las acciones humanas.

Cuando la humanidad ya había avanzado muchos siglos, la cultura griega antigua fue capaz por fin de establecer una reflexión alejada de los dioses y de las leyendas, permitiendo pensar los actuares humanos a partir de la reflexividad y de constructos conceptuales esencialmente racionales. Decir esencialmente racionales, por cierto, se refiere a convencionales, a partir del solo discurrir, del solo pensar sobre que puede ser mejor o más reflexivamente aceptado por todos.

Fue el nacimiento de la ética, es decir, del análisis de las costumbres y la modificación de aquellas por el simple expediente del construir convenciones nuevas, en el contexto de lo racionalmente aceptado por todos. Un desafío formidable y absolutamente lleno de fracasos, aunque con perdurables éxitos, si consideramos que la Humanidad efectivamente en no pocas cosas ha avanzado, o por lo menos, en no pocas oportunidades ha podido reconocer cuanto se ha retrocedido.

Pero aquellos griegos también tuvieron la virtud de desarrollar el sentido de otra manifestación que pone basas entre los medios y el fin: la política. No es que la política no existiera como actividad previamente, sino que la virtud del helenismo radicó en establecer el hecho político como una actividad humana reflexible por todos los miembros de la ciudad, es decir, de la sociedad.

Sin duda, es probable que los griegos pronto descubrieran que el ser humano es, por sobre todo, político antes que ético, es decir, pone acento mayor en los fines que en los medios. Lo cierto es que ello no deja de ser arbitrario suponerlo, considerando que uno de las características de lo político es construir precisamente medios para lograr determinados fines. Pero, no deja de ser importante considerar que si la política se preocupa de los medios, es porque hay convenciones en las costumbres que deben considerarse como fundamentales para matizar los medios que permiten lograr los fines.

Sin enfrascarnos en el círculo vicioso de si lo primero es el huevo o la gallina, no deja de ser cierto que el ser humano, creador y constructor por excelencia, tiene determinismos políticos antes que éticos. Y es normal que ello ocurra, dado que aquello que le motiva son siempre intereses o aspiraciones, ya sea en lo particular o en lo general. La vida humana, individual y colectiva, es tal en la medida que tenga fines específicos. Pero, los fines de cada cual, siempre se enfrentarán con otros fines y propósitos, y allí vienen a intervenir factores de reflexividad que hacen posible la convivencia de personas o grupos de personas con otros, que tienen aspiraciones e intereses distintos.

Es ahí donde adquieren presencia los debates y las convenciones que hacen posible el hecho político y el hecho moral, como objetos discurribles y perfeccionables a consecuencia de la reflexividad y la razón, entendida esta última como un conjunto convencional de argumentos válidamente aceptados por todos. La razón, desde esa comprensión, no es una verdad, sino solo el punto convencional en el cual pueden converger las distintas ideas en un punto donde hay conceptos que tienen validez común para cualquiera.

Uno de los más importantes pensadores contemporáneos, Savater, considera la actitud ética y la actitud política como formas de entender lo que cada cual va a hacer, es decir, el empleo que cada individuo va a darle a su libertad. Pone si una diferencia importante, ya que para él, la actitud ética es ante todo una perspectiva personal, que cada cual toma sin esperar convencer a los demás de que así resulta mejor para todos. Es un problema del aquí y el ahora. Lo que en la ética vale es estar de acuerdo consigo mismo y tener el inteligente coraje de actuar en consecuencia. En cambio, la actitud política busca el acuerdo con los demás, requiere disposiciones y argumentos para convencer a los otros y también para ser convencido, por lo cual, lo importante viene a ser el allí y el después. Es una actitud que trae consecuencias después de los actos y acciones ya ejecutadas.

El filósofo laicista no duda en afirmar que lo moral solo depende de cada persona, que las referencias y categorías las tiene siempre a mano, aunque a veces cuesta elegir, en tanto en política siempre debe contar con la voluntad de muchos otros. Entonces, en lo ético la libertad del individuo se resuelve en acciones, en tanto, en lo político, la libertad del individuo y de su comunidad se resuelve en instituciones y leyes. Sin embargo, política y ética se relacionan constantemente y se vuelven inseparables en la pretensión de toda comunidad de hacer de la convivencia un proceso bajo determinadas regulaciones fundamentales.

A pesar de ello, es fundamental que cada cual mantengan sus fueros. Los problemas políticos y el actuar político en una democracia, vienen a ser materia de las instituciones políticas que la sociedad genera en esa perspectiva. Están los partidos políticos, el parlamento, las instituciones del Estado que deben normar la vida colectiva y prever los instrumentos que permitan hacer efectivo el cumplimiento de las regulaciones de la vida y el actuar en sociedad.

Los problemas éticos en tanto, son importantes de radicar en aquellas instituciones que están destinadas a influir en las conductas personales, en el más acá, antes de las limitaciones que impone la ley como consecuencia del debate político. Es por ello que las instituciones éticas tienen un valor fundamental, al poner en la mesa los problemas desde un punto de vista de la creación de costumbres que garanticen un actuar válidamente aceptado, y que construya una trama sostenible de validaciones conceptuales que, luego, la política debe acoger en su convencionalidad. Sin ese proceso previo que deben cumplir las organizaciones o las institutas éticas, todo proceso generativo de la ley se transformará en una imposición o una norma impracticable o moralmente vulnerable.

El mundo moderno tiene a innúmeras organizaciones que buscan, precisamente, tener alcances específicos respecto a cómo el ser humano debe desarrollar su convivir y caracterizar sus conductas en una universalidad llena de alternativas. Las hay de muchos tipos. Organizaciones que promueven los derechos del hombre, los derechos políticos, el medio ambiente, la diversidad, la igualdad de trato, el respeto a las minorías, la vida animal, reivindicaciones con alcances morales, etc. y que proponen derechos o plantean deberes de la sociedad y de los individuos, desde un plano individual y colectivo. También están aquellas que tienen una visión más integral y absoluta del hombre y su existir, vinculadas a cosmovisiones religiosas, y otras que, equidistantemente, buscando también una visión más integral, proponen cosmovisiones seculares, basadas en condiciones y exigencias citeriores, sin la preeminencia ulterior.

Cada una debe tener la virtud de entender claramente su propósito, ya que de ello depende su propia razón de ser, y su influencia efectiva y eficaz en el cambio de las conductas humanas, en aquellos aspectos que impiden o distorsionan la más plena realización individual en el marco del arreglo colectivo.

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