Hace 300 años fue fundada la Gran
Logia de Londres, primer antecedente
concreto de lo que llamamos Masonería o Francmasonería. Dentro de un mes, el
próximo 24 de junio, habrán transcurrido tres centurias, de lo que llamamos con
propiedad Masonería.
La Masonería es la Masonería en
su esencia, desarrollo y carácter, y cualquier apellido que le pongamos nos
puede llevar por caminos que no son sino la continuidad de afirmaciones que
rayan en la especulación inconducente.
Es lo que nos deja la historia y
la constatación concreta. Los antecedentes historiográficos señalan que cuatro
logias concurrieron a dar nacimiento a la Gran Logia de Londres, aún cuando no
sabemos cuál era el origen de ellas. Hay indicios de que puede haberse dado el
caso de que su formación haya sido ad hoc,
es decir, que se hayan formado para luego constituir aquella primera gran
logia, piedra fundante de lo que entendemos como la Masonería que practicamos y
conocemos.
La
realidad del tiempo fundacional
Para entender históricamente el nacimiento de la Masonería,
imaginémonos las enormes tragedias en el siglo XVII, en que tantas personas
murieron, fueron perseguidas, encarceladas, mutiladas, violadas, heridas
gravemente o asesinadas, en nombre de opciones políticas sustentadas en alguna
de las religiones que pretendían la hegemonía y el poder.
Debemos pensar que no podían estar ausentes hombres que, en medio de
esas odiosas conflagraciones buscaron otros rumbos y perspectivas para salir de
la lógica de la odiosidad y mirar otras cosas de su entorno. Es imposible
pretender que no hubiera hombres que quisieran otra forma de entenderse,
superando la lógica sectaria religiosa y las políticas de bandos fundados en ella.
Es imposible pretender que no hubiera hombres que se plantearan que, aquel tiempo
de confrontaciones, debía llegar a su fin.
Cuando se analiza el siglo XVII, es imposible no considerar los hechos
que, desde otro ámbito, marcan su trascendencia extraordinaria en la historia
humana, en el ámbito del esclarecimiento, y que señalan de manera importante,
la actitud del hombre no solo como producto de sus ideas sobre Dios. Es el momento preambular del llamado “siglo de
la luces”, y donde se dan pasos importantes hacia una nueva comprensión de la
realidad.
El siglo XVII fue aquel en que Galileo irrumpe con su teoría
astronómica, y en el que debió retractarse para salvar la vida; en que producto de la liberación del espíritu
religioso, el hombre emprende grandes desafíos civilizadores, como las
Compañías Holandesa e Inglesa de la Indias Orientales; es el siglo en que se
inicia la colonización de América; en que se realiza la primera cesárea, se
descubre la circulación de la sangre y se efectúa la primera transfusión; en
que diversos descubrimientos e invenciones matemáticas sobrevienen como
resultado de la posibilidad de pensar más allá del determinismo religioso.
Es el tiempo de Kepler, el momento en que irrumpe Newton, que consolida
una nueva concepción del Universo; en que la Ilustración comienza a
manifestarse en Europa, aplicando nuevos métodos de
observación guiados por la razón, y donde muchos intelectuales afirmaron que
todo puede ser desentrañado por la mente humana si ésta utiliza la razón y el
método de la ciencia.
Es el momento de consolidación de los Estados Nacionales europeos, que
se habían instituido en el siglo XVI, y tras los cuales el componente religioso
será determinante. Bajo el concepto del derecho divino de los reyes europeos,
expresado en el principio absolutista francés “un roi, une foie, une loi”, se impone la unidad de la religión con
el poder político y la nación. En torno al rey se une una nación que debe
reconocer una religión exclusiva, que obliga a sus súbditos a respetar y
obedecer.
Sin duda, el acontecimiento con implicancias religiosas más
determinante en el siglo que nos ocupa, es la Guerra de los Treinta Años, la
primera guerra europea según los conceptos modernos, y que sintetiza de un modo
dramático las lucha entre católicos y protestantes. Sin embargo, para algunos
historiadores europeos, es el conflicto que determina el proceso de inflexión
entre el predominio socio-estructural de la religión, el que pasa a ser
sustituido por la política, y donde los protestantes adquieren su derecho a
existir pacíficamente en el escenario europeo.
Los inicios de la guerra, en 1616, estuvieron en el enfrentamiento
entre los príncipes y regentes de los pequeños estados alemanes, agrupados
según su adhesión religiosa en la Unión Evangélica y la Liga Católica, en el
seno del Sacro Imperio Romano Germánico, que se encontraba en sus últimos
estertores. Ello fue el comienzo de un conflicto que arrastró a toda Europa
Central y Escandinavia, por el norte, hasta España por el oeste.
Todo ello consolidó la hegemonía centro-europea de Francia, que terminó
por imponer sus términos en Westfalia, al Sacro Imperio y a sus propios
aliados, y por último a los españoles algunos años después[1].
Sin embargo, como todo momento de inflexión, tuvo las dos caras de la
moneda: una, la negativa, la guerra misma y su desolador efecto en Alemania; la
otra, la positiva, que la paz pactada, garantizó la diversidad religiosa entre
los contendientes, que reconocieron el derecho de los protestantes a ser respetados,
lo que traerá enormes consecuencias culturales para Europa y la Humanidad.
Gracias a ello, Europa evolucionó en todos los aspectos, y la
Modernidad entró derechamente para bien del pensamiento, de la ciencia, de las
artes, y una nueva concepción del mundo y de la realidad fue posible, algo que
bajo el atávico predominio católico no habría tenido lugar.
Inglaterra y Escocia, en tanto, no eran una excepción, debido a los
procesos que venían en desarrollo, desde el siglo XVI, donde el reinado de
Jacobo VI de Escocia, y luego conocido como Jacobo I de Inglaterra, destacado
por su gran ilustración y por promover un periodo de florecimiento intelectual
notable, no logró superar los rencores entre católicos y protestantes, estos
últimos expresados en distintas identificaciones, producto de las diferentes doctrinas
e intereses que contenían. Su hijo y rey, Carlos I, terminó decapitado en medio
de las conspiraciones de los católicos escoceses y de los puritanos ingleses, y
con las dudosas intervenciones presbiterianas, que produjeron dos guerras
civiles.
Luego de la dictadura o protectorado de Cromwell (1653-1658), gobernó Carlos
II, quien estuvo también sujeto a las conspiraciones políticas sustentadas en
cuestiones de tipo religioso, donde la Ley de Indulgencia, dictada por el rey,
para favorecer a los católicos, y la Ley de Exclusión, promovida por el
parlamento para apartar de la sucesión a su hermano, el duque de York, son
expresiones de como la política de Inglaterra y Escocia estaba determinada por
los intereses religiosos. Bajo su reinado se produjo el gran incendio que
devastó casi el 80% de Londres.
Jacobo II, católico, no dudó en favorecer el retorno de la influencia
de los de su credo, y enunció una nueva ley de indulgencia, lo que llevó a los
protestantes a aliarse con el príncipe holandés Guillermo de Orange, que era
reconocido por estos como un adalid del protestantismo, al haberse enfrentado
al rey francés, Luis XIV. El príncipe holandés se había casado con la hija
María del rey inglés, en un momento que aquel quiso aplacar las conspiraciones
protestantes. Guillermo de Orange desembarcó en Inglaterra con un ejército
protestante, y obligo a Jacobo II a huir, ante lo cual el parlamento lo dio por
abdicado. Asumieron la corona de Inglaterra, Escocia e Irlanda en forma
compartida, Guillermo y María.
No tuvieron descendencia, por lo cual, la triple corona fue heredada a
la hermana de la Reina María, Ana, educada en el protestantismo y casada con el
príncipe también protestante Jorge de Dinamarca. Es en su reinado que se
unifican Inglaterra y Escocia en un solo reino con el nombre de Gran Bretaña.
La Reina Ana murió sin dejar descendencia, por lo cual, la mayoría del
parlamento determinó que el familiar más cercano y protestante, quedara en la
línea de sucesión, desechando a aquellos familiares católicos más cercanos. Esa
decisión de 1701, provocó que la heredera fuera su prima holandesa Sofía de
Wittelsbach. El Acta de Naturalización de 1705 concedió la nacionalidad británica a
los descendientes no católicos de Sofía. Sin embargo, Sofía moriría antes que Ana, por
lo cual, su hijo Jorge asumió el trono de Gran Bretaña e Irlanda, fundando la
dinastía Hannover[2].
Nadie con inteligencia puede haber soportado
por toda la vida tales confrontaciones. Sin duda debía haber precursores de una
nueva realidad. Creo que las cuatro logias de Londres, que dieron aquel paso
histórico, fueron precursores de un nuevo tiempo. ¿Cómo unir a tantos que se
seguían odiando? Tal vez con una religión en que todos estuvieran de acuerdo.
¿Con una religión en su comprensión primaria, o con una religión en su
comprensión de trinchera, que tantas tragedias afectaban por un siglo de luchas
políticas devastadoras?
La realidad política que
incide en el tiempo de la Real Sociedad
Llevaba poco más de un año en el ejercicio de su reinado, cuando Jorge
I debió enfrentar una rebelión de los jacobitas, en 1715, la cual se gestó en
Escocia para entregarle el trono al hermano de religión católica de la
fallecida reina Ana. No escapaba a esas conspiraciones los intereses de
Francia, donde finalmente terminaron refugiados los artífices del alzamiento.
Las consecuencias que enfrentaron los escoceses insurrectos que no alcanzaron a
escapar a Francia fueron devastadoras: los que no fueron ejecutados, fueron
desterrados a las colonias para efectuar trabajos forzados, en el caso de los
que no eran nobles o propietarios. Los nobles y terratenientes perdieron sus
propiedades y patrimonio.
Conspiradores o no, los escoceses que vivían en Inglaterra, no dejaron
de sentir congoja frente a las consecuencias que sufrieron no pocos de
aquellos que representaban sus
referencias nacionales.
El conflicto político, por lo demás, justificado en cuestiones religiosas
tenía a la sociedad inglesa y, particularmente, la londinense en un estado de
agotamiento anímico, luego de aquel siglo de conflictos. Todos los ingleses de
ese tiempo, no importando sus distintos orígenes sociales, habían nacido y se
habían criado en ese ambiente de violentas contradicciones y, sin duda alguna,
esperanza debían tener de una vida más tranquila, más disfrutable y condiciones
de mayor seguridad y estabilidad.
Por entonces la ciudad tenía medio millón de habitantes y había sido
reconstruida luego del gran incendio de 1666, proceso que duró todo un decenio.
En esa reconstrucción tuvo un rol destacado, en cuanto a las edificaciones
cívicas y culturales, el arquitecto escocés Christopher Wren.
A pesar de las confrontaciones religiosas que marcaban los procesos
políticos, la realidad inglesa mostraba un creciente esplendor económico, en su
fase pre-industrial, que se vio incrementada por el comercio con las colonias y
por el incendio de Londres. En los ambientes culturales, los reyes jacobitas,
de espíritu ilustrado, habían favorecido el desarrollo del conocimiento, a
pesar de su condición católica. Muchos historiadores masones ven en ello la
particularidad en que se desarrolla el catolicismo en Escocia, y la
equidistancia de los desarrollos del papismo centro-europeo.
Inglaterra, que tenía un mayor desarrollo económico y comercial,
provocó la migración hacia sus ciudades. Sin duda, ello significaba que había
un peso en las tradiciones culturales que agobiaba a quienes querían tener una
nueva oportunidad, o una vida distinta a las raíces arcaicas.
Debía haber hombres lúcidos capaces de interpretar en el pensamiento y
en las prácticas asociativas civiles, aquello que muchos deseaban: una sociedad
más tolerante. Es imposible que hombres que se reunían a conversar y fraternizar
en las tabernas no hubiesen tenido una comprensión clara sobre lo que ocurría
en su sociedad y no lo tradujeran en sus reflexiones escritas.
Es así como, bajo el reinado de Carlos II, se constituyó una de las
instituciones más relevantes, no solo para la realidad científica y filosófica
inglesa, sino para la civilización europea de su tiempo, y que impactará
también en el desarrollo intelectual del siglo XVIII: la Sociedad Real de
Londres para el Avance de la Ciencia Natural, vulgarizada en español como “Real
Sociedad” y en inglés como “Royal Society”.
Fue el primer faro de luz para escapar de aquella forma de convivencia y su
antecedente inmediato era la Sociedad Invisible, formada a mediados del siglo
XVII, que se reunía en la casa de Jonathan Goddard, un hombre amante de la
ciencia y la búsqueda del conocimiento, quien facilitaba su residencia para las
reuniones aún fuera de cualquier formalidad legal de la época, que tenía
estrictas reglas reales para evitar que se efectuaran reuniones conspirativas contra
la corona.
El dato
de la Royal Society en la liberación de las conciencias
Comparto la idea de aquellos que piensan que la Royal Society of London for
Improving Natural Knowledge determinó de manera importante a la Masonería, en
su proceso fundacional. Creo que no es casualidad que miembros de aquella
institución que buscaba desentrañar los misterios de la naturaleza, se hubiesen
vinculado a esta naciente forma de asociación. No es casualidad que algunos de
sus miembros siguieran ciertas investigaciones que tenían que ver con
tradiciones que luego sirvieron para modelar los contenidos masónicos. No es
casualidad que quien en ese momento ejercía como presidente de la Real
Sociedad, Isaac Newton, se haya dedicado a estudiar paralelamente la simbología
y los alcances arquitectónicos del templo de Salomón, que tendrán tanta
relevancia para perfilar el mito hirámico.
Creo que varios miembros de esa sociedad de hombres
de ciencia, creyeron necesario desarrollar en la sociedad civil, una
organización que reprodujera de algún modo, el ambiente que se vivía en aquella
institución de hombres libres dedicados a desentrañar los códigos del árbol de
la naturaleza.
Un erudito investigador masónico Q:.D:.E:.O:.E:. Francisco Sohr, diría
que el surgimiento de la Sociedad
Invisible, a iniciativa del alemán Theodor Haak, que luego adoptó el nombre
de Royal Society, obedeció al interés
de los científicos de superar las realidades de la época. “Cansados de las guerras religiosas, de los antagonismos, la
intolerancia y los extremismos de los puritanos, esa sociedad fue el punto de
reunión de la elite del saber”[3].
“El ambiente que reinó entre los
socios era de absoluta racionalidad, opuesto a la religión y al esoterismo – señala
Sohr -. El Dr. Stukeley, famoso por sus
observaciones contenidas en su diario, que incluyen notas sobre la Masonería,
miembro de esa Sociedad, escribió: "Si se habla en la Real Sociedad de
Moisés, del diluvio, de la religión o de la Escritura Sagrada, esto causa
grandes risotadas entre los asistentes".
Sohr se refiere al médico William Stukeley, que destacaría como
promotor enciclopedista y arqueólogo, y que se desempeñó como primer secretario
de la Sociedad de Anticuarios de Londres. Anotamos también que fue iniciado
masón en 1721. Así como Newton dedicó muchos esfuerzos especulativos en torno
al templo de Salomón, Stukeley indagó especulativamente en torno a Stonehenge y
el legado de los druidas. Esto no debe llevarnos a prejuicios, ya que mucha de
las investigaciones científicas modernas se inician con el análisis de
determinados vestigios observados de manera especulativa.
Sohr nos recuerda los nombres relevantes que están en el proceso de
fundación y consolidación de la Gran Logia de Londres – luego Gran Logia de
Inglaterra -, y que tienen relación con la Royal Society: “Entre los nombres de los miembros más
conocidos para nosotros, podemos mencionar el ya nombrado Dr. Stukeley, a
Elías Ashmele, Christopher Wren,
constructor de la catedral de San Pablo de Londres y de más de cincuenta
edificios públicos e iglesias, después del incendio de Londres; Jean Theophile
Desaguliers, predicador presbiteriano, físico, colaborador de Sir Isaac Newton,
descubridor de la diferencia entre materiales conductores y no
conductores de electricidad y, finalmente, nombraremos al duque de
Montagu”.
La mención al segundo Duque de
Montagú, no debe pasarnos inadvertida, Fue el segundo Gran Maestro de la Gran
Logia de Londres, y un destacado filántropo, que cometió un acto de
extraordinaria modernidad, que nos da un ejemplo de audacia moral para su
tiempo: con sus recursos financió los estudios de dos primeros estudiantes
negros en la Universidad de Cambridge.
Sin embargo, quisiera resaltar en
esta remembranza, la figura de la Real Sociedad que considero más determinante
en la gestación de la Masonería que conocemos y practicamos: Jean Theophile Desaguliers.
Desaguliers fue una
extraordinaria personalidad intelectual y científica, divulgador de las ideas
de la Royal Society, y el único es su historia que recibió tres veces la Medalla Copley, instituida a partir de
1731. Nuestro personaje la recibió en 1734, 1736 y 1741, en mérito a aportes
investigativos concretos en bien de la ciencia.
Su figura aún no recibe de la Masonería todo el reconocimiento que se
merece. Fue determinante en las definiciones que caracterizarán a la Gran Logia
de Londres, en su relato y en sus obligaciones. Ingresó y
presidió una de las logias que participó en la fundación de la Gran Logia de
Londres, cuyo nombre era Salomon´s Temple, y dos años después ya la
estaba dirigiendo como Gran Maestro, y ejercía esa condición cuando Anderson
redactó la definición de 1723, en la que se le reconoce la condición de
co-redactor. Cultivó una estrecha amistad con Newton, quien ejerció como
Presidente de la Real Sociedad entre 1703-1727.
Ignorar que Desaguliers fue el
nexo de un pensamiento objetivo de aquella entidad científica – la Real
Sociedad - con la naciente masonería, y pretender que no la influyó en sus
contenidos y definiciones, merced a su excepcional inteligencia y conocimientos,
significaría que mientras ejerció el rol de Gran Maestro, o cuando presidió su
logia, sufrió de mudez y amnesia, por lo cual no tuvo la capacidad de exponer
su visión del tiempo que él a plenitud representaba.
Que la Royal Society influyó en la organización o fundación masónica de
1717, de modo institucional, es un dato que muchos aún no dan como cierto.
Ignorar que algunos de sus hombres tuvieron un rol significativo en la
institucionalización de la Gran Logia de Londres, sería un acto de absoluta
estupidez. Pretender que los sentimientos religiosos no habían agotado la
paciencia de muchos hombres lúcidos de Inglaterra, luego de tan abundante
confrontación política fundada en esas razones e intereses, con su consiguiente
mortandad y privaciones, ciertamente sería una comprensión demasiado bravía de
los eventos que marcaron un tiempo azolado por los pretendientes al trono y sus
conspiradores teístas.
El
deísmo se consolida con la Real Sociedad
Para muchos investigadores
masónicos libre pensadores, siempre ha estado en el análisis del proceso
fundacional de la Masonería, la contradicción que manifestará el debate sobre
la religión y la divinidad en el Siglo de las Luces. En ese análisis la
contradicción surgida, ya en el siglo
XVI y que tendrá su mayor expresión en el siglo XVII y XVIII, entre la
comprensión teísta y deísta.
No debemos olvidar que el deísmo
tuvo grandes exponentes en muchos de los hombres que moldearon la Ilustración,
y serán determinantes en imponer la idea de la separación de lo divino y lo
humano, hasta implementarlo políticamente en la separación de la Iglesia y el
Estado, como ocurrió en la fundación nacional de Estados Unidos, por ejemplo, y
en la libertad de culto garantizada por el Estado en muchos países, hasta que
se formula la idea de Estado laico con posterioridad.
Recordemos que el deísmo acepta
la existencia de un Dios Creador y Padre de la Humanidad, y lo considera la
Primera Causa, pero no comparte la idea de que Dios tenga una intervención
directa en el desenvolvimiento de las personas, de la realidad y la naturaleza,
sobre todo en lo que tiene que ver en cuestiones ordinales de la sociedad. Nada
de lo de Dios, a juicio del deísmo, puede estar involucrado en la cotidianidad
de este mundo. Antagónicamente, el teísmo – concepto de origen griego,
relacionado con la intervención en la cotidianidad humana de lo divino - asevera la relación del orden universal de lo
humano y la naturaleza (o cosmos), con un activo y omnipresente determinismo
divino.
Es pertinente analizar cuanto
pudo penetrar ese debate entre quienes, con un mayor bagaje intelectual,
participaron en el proceso de institucionalización de la Gran Logia de Londres.
Uno de los propulsores
filosóficos del deísmo fue el inglés Thomas Hobbes, precisamente en el siglo
XVII. La Royal Society mantuvo una
relación activa con su persona y pensamiento. En el pensamiento de Hobbes
desaparece todo derecho real de reclamar autoridad proveniente de Dios, lo que
le ganó el encono de los partidarios del rey en ejercicio y de todos los
pretendientes al trono. De allí que su influencia se desarrolló entre quienes
recababan en el ideal republicano, donde la soberanía y la autoridad emanarían
del pueblo.
En ese contexto, su pensamiento
coincidiría con su contemporáneo alemán, el calvinista Johannes Althusius, que
no recibió acusaciones de ateísmo como en el caso de Hobbes, y que era parte de
uno de los enclaves calvinistas más liberales de Europa, la ciudad puerto de
Emden, punto de conexión privilegiado entre Holanda, Inglaterra y Alemania
(según sus denominaciones actuales).
Obviamente, tanto en los debates
de la Royal Society, como entre los
sectores ilustrados, políticos y religiosos de ese tiempo, el pensamiento de
ambos filósofos no pudo estar ausente. De un modo especial, esa mirada
secularizadora estuvo presente entre quienes profesaban puntos de vista
protestantes (puritanos, presbiterianos, etc.).
La
querella entre Antiguos y Modernos se origina en la Real Sociedad
Para entender la importancia de
la definición que aún provoca dos comprensiones tan distintas sobre el carácter
de lo masónico, hay otro aspecto que debemos tener presente. Tiene que ver con
las definiciones, que luego se darán, entre los que aceptaron la opinión
andersoniana y los que no la compartieron y prefirieron recurrir a una
comprensión anterior, optando por patentizar en el seno de la masonería, la
pugna entre “antiguos” y “modernos”, conceptos que no nacieron en la naturaleza
de lo masónico, sino que fueron adoptados desde el debate intelectual de su
tiempo. Sin duda, provienen de la Real Sociedad y de sus debates formales o
informales.
Estas definiciones se encuentran presentes ya
en los siglos previos, pero cuando se hacen presentes de modo influyente en las
ideas intelectuales de Inglaterra, es como consecuencia del desarrollo cultural
del siglo XVII. Es obvio que los reyes jacobitas fueron proclives al desarrollo
de las artes y de las ciencias, lo que se vio ampliamente favorecido con el
desarrollo económico y su desarrollo como potencia ultramarina.
El protestantismo favorecía ese desarrollo
económico, a la luz de la revisión de los dogmas que estancaban las iniciativas
liberales y secularistas.
De allí que no pasó por alto,
para los pensadores, intelectuales y científicos, el debate francés sobre lo
antiguo y lo moderno, en el plano literario, donde Charles Perrault, escribió
sobre la comparación entre esas opciones, en 1688, evidenciando la
confrontación entre las obras clásicas y la creatividad tradicional y los
impulsos de renovación que venían expresándose desde el Renacimiento. Su
planteamiento, desarrollado en cuatro tomos, bajo el título de Parallèle des anciens et des modernes,
no solo se referirá a las cuestiones estéticas y literarias, sino que también
tiene alcances sobre aspectos relativos a la ciencia.
Ello tuvo impacto en el ambiente
intelectual y científico londinense del siglo XVII, y al menos dos grandes referentes
expresivos de ese tiempo, intervinieron en tal debate, que se identifica como
“la querella entre los antiguos y modernos”. Uno de ellos fue el escritor Jonathan
Swift, con su obra satírica “La batalla
de los libros antiguos y modernos” (1704). El otro fue nada menos que Isaac Newton, quien
se consideró un moderno subido sobre los hombros de los gigantes del
clasicismo. Esto debido a que repitió una frase que buscaba el desagravio, ante
las arremetidas despectivas de quienes adherían al clasicismo en el pensamiento.
Los escolásticos, sobre la base del principio de autoridad, habían establecido
la idea de que los clásicos eran gigantes y que lo nuevo solo era cosa de
enanos. Esto incidía fuertemente en la administración y en el concepto de
verdad de la ciencia (recordemos a lo que se enfrenta Galileo, cuando propone
sus ideas).
La Royal Society vino a romper con esa idea de autoridad y con el
clasicismo en la ciencia, de allí que Newton, influyente partícipe, trajo a la
graficación de los nuevos caminos de investigación, una frase que hoy es
reconocida como elaborada por Bernardo de Chartres, que admitía el presunto
enanismo de las nuevas ideas, pero que estas y sus promotores estaban sobre los
hombros de los gigantes – los antiguos -, por lo cual, estaban en condiciones
de ver más lejos. De hecho, la Royal Society asumió el lema Nullius in verba (En palabras de nadie) señalando
su determinación de obtener evidencias empíricas para el avance del
conocimiento, en vez de asumir el criterio de autoridad clásico de cualquier
postulado, usado frecuentemente por los escolásticos.
Es obvio que tal debate estuvo
presente entre los hombres que intervienen en la reorganización masónica de la
primera parte del siglo XVIII, y tomaron partido intelectualmente de las
posiciones que dividían a quienes buscaban normar la institucionalidad
masónica. Ello tenía que ver, precisamente, con el origen de la autoridad, con
el fundamento del relato corporativo, con la interpretación de la tradición,
con la legitimidad civil, con la lectura del tiempo histórico.
Reflexiones
sobre lo expuesto
No es ajeno a cualquier
indagación de las primeras décadas de la Masonería, el intento formalizado por
Dermontt, en 1751 por erradicar el legado andersoniano. La conducta reactiva
ante lo nuevo pervive en todos los ámbitos de pensamiento y la asociatividad
humana. Está presente en muchos momentos de la historia de la mal llamada
Masonería Universal. La pretensión de teocratizar la Masonería no viene solo de
ciertos Ritos, sino de comprensiones de hegemonía latentes y que aspiran a ser
dueños de una verdad absoluta.
Desde miradas oscuras se
pretenden imponer ideas de “pura francmasonería”, que no son sino pretensiones
excluyentes y sectarias.
Así, la Masonería Chilena no ha
estado exenta de esos propósitos. No hace más de un lustro, pretendió imponerse
un proyecto refundacional que fracasó ante la irrenunciable comprensión
andersoniana que radica en la esencia de la Masonería chilena, y en la forma
como esta ha expresado el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, según lo definen sus
rituales iniciáticos.
Habrá seguramente nuevas
recurrencias en el futuro. De allí la importancia de aprender de los legados
que nos deja la modernidad, que no es otra cosa que el pulso potente hacia lo
nuevo, sobre los pilares de los aprendizajes del pasado.
La Humanidad vive momentos
dramáticos producto de las afirmaciones excluyentes de determinadas visiones
confesionales. Sin embargo, parafraseando a Anderson, podemos señalar que
cuando nos religamos en torno a una idea en la que todos estamos de acuerdo, un
religare en torno a los más sublimes
propósitos, es lo que permite superar
los propósitos encarnizados de dividir hasta el crimen.
Solo aquellos
grupos humanos que no son capaces de considerar que el hombre es un ser
evolutivo, que cambia y que aprende de su experiencia - solo quienes se
empecinan en volver al pasado -, tienen propensión a considerar las tradiciones
y las miradas arcaicas como fuente inagotable de comprensión de la realidad y
de los hechos del hombre.
Más, hay que tener presente, que
todas estas reivindicaciones siempre son sesgadas y nunca llegan a representar
la plenitud del pasado. Siempre, quienes se apegan a lo antiguo, pierden la perspectiva de que ellos son
producto de la evolución irreversible de todo lo humano, por ley biológica y
natural. Nada de lo que existe lo es para siempre. Hasta lo más inmutable
terminará entrópicamente mutando en algún proceso nuevo. Más aún lo que tiene
que ver intrínsecamente con lo humano y con sus ideas y motivaciones.
Probablemente los antiguos,
considerándose gigantes con la reivindicación de los “verdaderos y puros usos y
costumbres”, reclamaron el legado de los gigantes que fundaban lo que era como
ellos: irrenunciable. Menospreciaron - como todos los gigantes -, a los
pequeños, a los enanos, a los insignificantes precursores. Sin embargo, no se
dieron cuenta que los modernos, aquellos enanos, estaban parados sobre sus
hombros viendo el horizonte, como dijeron De Chartres y Newton, es decir,
estaban viendo más lejos y mejor.
Desagulliers y Anderson, como Newton y los miembros de la Royal Society, pensadores e intelectuales
modernos de su tiempo, respetando el valor de la tradición, delinearon un nuevo
tiempo, donde se iniciaba el reconocimiento a la diversidad y a la libertad.
Ellos impusieron
la idea de una religión en la que todos los hombres debían estar de acuerdo. Un
concepto ideal, frente a una realidad dramática. Aquella frase demuestra una
perspectiva tolerante, que respeta la diversidad, que respeta la condición y
denominación de cada cual en relación a los credos y cualquiera de sus
convicciones.
Hoy día, bajo el
imperio de las convenciones de derechos humanos, debemos reivindicar el legado de
la Gran Logia de Londres y su aporte al valor de la diversidad de convicciones,
y prontos a cumplir tres siglos le debemos el más trascendente homenaje a su
legado y su modernismo.
También debemos
revindicar el alma mater de las ideas
que promovieron la búsqueda de los misterios de la Naturaleza y la promoción de
las nuevas ideas: la Sociedad Real de Londres para el Avance de la
Ciencia Natural.
[1] Ver:
“La Guerra de los Treinta Años”. Serie Monografías Históricas. Edit. Sopena. Barcelona,
España. 1900.
[2] En Internet hay abundante información relacionada con los reyes y las
conspiraciones que hicieron de Inglaterra, durante el siglo XVII, un escenario
marcado por los conflictos religiosos.
[3] “La Real Sociedad y la Francmasonería”. Francisco Sohr. Instrucción
Preliminar. Anuario 3. R:.L:.I:.E:.M:. “Pentalpha” n° 119
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