miércoles, 19 de septiembre de 2018

Ofrenda a los fundadores de la Gran Logia de Chile


La Gran Logia de Chile, órgano rector de la Masonería histórica chilena, ha iniciado un nuevo ciclo en su antigua y prestigiosa trayectoria en el ámbito de América Latina, al ser instaladas las nuevas autoridades, que, por un periodo de 4 años, deberán conducir sus destinos.
Al asumir la Gran Maestría de esta más que sesquicentenaria institución, hemos llegado hoy, con los demás miembros del Gobierno Superior de la Orden, hasta el lugar de los orígenes de la historia de la Gran Logia de Chile, para rendir el homenaje a la ciudad que le vio nacer y que meció la cuna de sus primeros años.
Las antiguas tradiciones del hombre social, a través de sus distintas formas de organización, consideran siempre el valor y la importancia de tributar honor a sus orígenes. Nada viene de la nada. Todo es consecuencia de algo que alguna vez ocurrió, o de un ciclo de procesos consecuenciales. Todo en la vida son concatenaciones que la vida produce.
Cuando las ideas emancipatorias de la Humanidad cruzaron mares y terrestres geografías, para llegar a la trastienda de Sudamérica, un confín llamado Chile, un largo territorio del otro lado de las alturas cordilleranas, vinieron a radicarse en las comunidades más cercanas al mar. Así, llegaron aquellas nuevas comprensiones del hombre, de las sociedades, de la realidad, iluminados por las luces del siglo XVIII. Buena parte de esas ideas se materializaron en procesos irreversibles para aquella Capitanía.
Algunas de esas ideas fueron precursoras entre los precursores, y luego, cuando ya se había hecho irreversible la existencia de un país de libres, y cuando un lejano puerto del Pacífico se había transformado en la más importante recalada occidental de los viajes por esta parte del mundo, llegaron aquellos que harían de las logias masónicas algo efectivamente perdurable.
Hasta este puerto llegaron algunos de los padres de la Masonería, que se institucionalizaría en logias de ultramar. Otros llegaron hasta Copiapó, y a la entonces capital de la provincia del sur, Concepción. Sin embargo, la historia indica inequívocamente que fue aquí donde fue fundada la Logia “Union Fraternelle”, la que daría las bases de regularidad masónica para fundar la Gran Logia de Chile.
El reconocimiento a ese hecho en particular, aquel de los franceses que habían formado la primera logia de este lado del mundo, que decidieron formar una logia en idioma español, es lo que determinó que fuera en esta ciudad, en este punto específico, a metros del Club Central, donde se emplazaría el monumento que rinde homenaje a la fundación de la Gran Logia de Chile, este altar laico hecho para exaltar el recuerdo perenne de que, junto a este mar y a los pies de estos cerros, está la cuna de la Masonería chilena.
Fue en este puerto principal del Pacífico Sur, donde recalaron no solo las esperanzas de un futuro para los que huían de la desesperanza, la búsqueda de un destino mejor para tener paz y progreso individual, sino también recaló la búsqueda del propósito humano por excelencia, a través de la práctica de la fraternidad, de la tolerancia y de la filantropía.

La historia nos dice que fueron franceses los que levantaron un ara a la Gloria del Gran Arquitecto del Universo, un ara que tuvo la perdurabilidad necesaria para consolidar la presencia masónica en este Puerto de recalada de los perseguidos, de los migrantes, de los soñadores, de los portadores del progreso de mediados del siglo 19.
Pero también, hasta el norte chileno, hasta los verdes valles de Copiapó, arribaron otros migrantes, hombres que llegaron de Inglaterra, Dinamarca y de otros lugares de América, a extraer las riquezas mineras de la tierra, o a prestar servicios en la actividad que generaba la minería, en las tierras donde habían surgido con fuerza las ideas políticas liberales más radicales del país.  
Y en el sur, un hombre venido de España, otro de Dinamarca, un italiano y algunos de origen inglés, daban también forma a una logia que sería determinante para el futuro de la Masonería en Chile.
Estos brotes demuestran que la Masonería Universal, de manera significativa, ha sido obra de las migraciones. Ha sido la institución inmigrante y emigrante por excelencia, y así se repartió por el mundo, atesorada en la conciencia y en el equipaje de quienes dejaba sus tierras de origen en busca de un mejor destino. En la conciencia: los principios, la doctrina y el deseo de tener una logia, y en el equipaje: a través de algún texto, carta o documento, o a través de los objetos más queridos del viajero, llevados con veneración para practicar donde se pudiera el Arte Real.
No habría sido posible la expansión de la Masonería por el mundo, como movimiento espiritual, sin las migraciones. Donde llegó, siempre lo hizo de la mano de los desarraigados, de los esperanzados, de los hombres del mundo. Así llegó hasta este puerto bullente del Pacífico. Aquí se encontraron en sus calles abarrotadas en torno al puerto, los franceses que habían abandonado su país a causa de las persecuciones políticas de 1848.
Y al rendir honor, en esta ceremonia, al momento fundacional de la Gran Logia de Chile, lo hacemos en la valoración de las migraciones como fenómenos propios de la Humanidad, que traen la ventura de la pluralidad, la diversificación, la renovación, la revitalización y el progreso. Muchas veces se estigmatizan las migraciones, por parte de quienes prefieran las sociedades cerradas. Sin embargo, los sistemas cerrados terminan siempre en el agotamiento total. Solo los sistemas abiertos son los que se renuevan y se revitalizan.
La Masonería en el mundo, en sí misma, es consecuencia de la iniciativa de migrantes. Algunos de los que fundaron hace 300 años la Gran Logia de Londres, inicio histórico de la Masonería, eran hombres desarraigados de sus orígenes. Jean Theophile Desagulliers había huido de las persecuciones religiosas en Francia, que habían desatado los católicos en contra de los hugonotes. El redactor de las primeras constituciones masónicas, James Anderson, había huido de Escocia, también por persecuciones religiosas, esta vez contra los presbiterianos. Lawrence Dermontt, redactor de las constituciones de los “Antiguos”, era un irlandés llegado a Londres, buscando mejores condiciones de vida. Andrew Ramsay, famoso por su discurso en que establece la idea de los Grados de Perfección, era un escocés emigrado a Francia por razones políticas. Esteban Morin, un judío de origen francés, es el que trae el Rito Escocés Antiguo y Aceptado a América. Jean Dubreuil, Alphonse Gent y Antide Martin, fueron franceses que introdujeron la masonería en Valparaíso. Charles Ward hizo lo propio bajo la influencia inglesa, para formar la Logia Bethesda. Un judío de Curazao, impulsó la formación de la Logia Unión Fraternal, después de radicarse en Chile. Uno de los primeros Grandes Maestros de la Gran Logia de Chile, Evaristo Soublette, era un colombiano afincado en esta ciudad. Un chileno migrado a Inglaterra, por mandato de su gobierno, es quién trae la carta patente para formar el Supremo Consejo del Grado XXXIII. Otro chileno desarraigado esta vez por cuestiones políticas, Eduardo de la Barra, terminará por refundarlo. Sería largo seguir con los ejemplos. En cualquier país del mundo, donde se formó la Masonería las migraciones se patentizan como su vehículo irrefutable.
Al rendir homenaje a la fundación de la Gran Logia de Chile, en este momento de revitalización del vínculo que une a logias masónicas a lo largo de todo el territorio patrio, no podemos dejar de considerar el valor del migrante.
Como Gran Maestro de la Gran Logia de Chile, quiero expresar en este homenaje a la institución que me toca conducir por el próximo periodo, mi personal adhesión a la Declaración de Nueva York, emitida por la Organización de Naciones Unidas, en septiembre de 2016, que parte reconociendo que la Humanidad ha estado en movimiento desde los tiempos más antiguos, y que esa realidad se aplica en los procesos que ocurren en nuestro tiempo, donde algunos se desplazan en busca de nuevas oportunidades económicas y nuevos horizontes; otros lo hacen para escapar de los conflictos armados, la pobreza, la inseguridad alimentaria, la persecución, el terrorismo o las violaciones y los abusos contra los derechos humanos. Hay otras personas que se desplazan por los efectos adversos del cambio climático, de los desastres naturales o factores ambientales. Muchos se trasladan, de hecho, debido a la combinación de varios de esos motivos.
En la declaración que cito, se afirma que, en la actualidad, estamos en presencia de una movilidad humana que ha alcanzado un nivel sin precedentes. Más personas que nunca viven en un país distinto de aquel dónde nacieron. En todos los países del mundo hay migrantes que, en su mayoría, se trasladan de un lugar a otro sin incidentes ni traumas. El número de migrantes crece a un ritmo más rápido que el de la población mundial, y en 2015 ascendió a más de 244 millones de personas. Sin embargo, en el momento de la declaración había aproximadamente 65 millones de personas desplazadas por la fuerza, entre ellas más de 21 millones de refugiados, 3 millones de solicitantes de asilo y más de 40 millones de desplazados internos.
Hoy día hay casi un millón de chilenos que se han desplazado por el mundo, buscando mejores logros y oportunidades para sus vidas. Un millón cien mil son los extranjeros que hay en Chile, según cifras oficiales, lo que representa alrededor de un 6% de la población.
La declaración de Nueva York señala algo que personalmente comparto, puesto que reconoce claramente la contribución positiva de los migrantes al crecimiento inclusivo y al desarrollo sostenible. Nuestro mundo es, ha sido y será un mundo mejor gracias a esa contribución. Los beneficios y las oportunidades que ofrece la migración segura, ordenada y regular son considerables y a menudo se subestiman. Es un hecho que, en cambio, el desplazamiento forzoso y la migración irregular de personas en grandes movimientos suelen plantear problemas complejos y dramáticos, que muchas veces son acicateados por las reacciones xenófobas.
Sin duda, los masones chilenos, hijos de las migraciones desde el punto de vista institucional, y descendientes de migrantes muchos de ellos, siempre seremos un aporte en las necesarias contribuciones para generar una voluntad como país que ayude a los inmigrantes y que los integre a nuestra sociedad, asegurando derechos y oportunidades en todos los planos, tales como los que reciben nuestros compatriotas que han emigrado hacia el mundo, soñando un futuro mejor.
Hoy venimos ante este altar laico, a reconocer nuestros orígenes, y lo hacemos con respeto y valoración, no solo como masones, sino también como chilenos, valorando lo que somos, y tributando el homenaje necesario a nuestros padres institucionales, que trajeron en su mente y en sus pocas pertenencias de errantes los ideales y los símbolos que fundan nuestra doctrina en bien de los hombres y mujeres, y de toda la Humanidad.
Nuestro más sentido homenaje a los migrantes que nos legaron todo lo que tanto apreciamos como Obreros de Paz. Nuestro agradecido recuerdo por la heredad espiritual que nos regalaron, a los masones y a las comunidades de nuestro país.

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