La Gran Logia de Chile, órgano rector de la Masonería
histórica chilena, ha iniciado un nuevo ciclo en su antigua y prestigiosa
trayectoria en el ámbito de América Latina, al ser instaladas las nuevas
autoridades, que, por un periodo de 4 años, deberán conducir sus destinos.
Al asumir la Gran Maestría de esta más que sesquicentenaria
institución, hemos llegado hoy, con los demás miembros del Gobierno Superior de
la Orden, hasta el lugar de los orígenes de la historia de la Gran Logia de
Chile, para rendir el homenaje a la ciudad que le vio nacer y que meció la cuna
de sus primeros años.
Las antiguas tradiciones del hombre social, a través de sus
distintas formas de organización, consideran siempre el valor y la importancia
de tributar honor a sus orígenes. Nada viene de la nada. Todo es consecuencia
de algo que alguna vez ocurrió, o de un ciclo de procesos consecuenciales. Todo
en la vida son concatenaciones que la vida produce.
Cuando las ideas emancipatorias de la Humanidad cruzaron
mares y terrestres geografías, para llegar a la trastienda de Sudamérica, un
confín llamado Chile, un largo territorio del otro lado de las alturas
cordilleranas, vinieron a radicarse en las comunidades más cercanas al mar.
Así, llegaron aquellas nuevas comprensiones del hombre, de las sociedades, de
la realidad, iluminados por las luces del siglo XVIII. Buena parte de esas
ideas se materializaron en procesos irreversibles para aquella Capitanía.
Algunas de esas ideas fueron precursoras entre los
precursores, y luego, cuando ya se había hecho irreversible la existencia de un
país de libres, y cuando un lejano puerto del Pacífico se había transformado en
la más importante recalada occidental de los viajes por esta parte del mundo,
llegaron aquellos que harían de las logias masónicas algo efectivamente
perdurable.
Hasta este puerto llegaron algunos de los padres de la
Masonería, que se institucionalizaría en logias de ultramar. Otros llegaron
hasta Copiapó, y a la entonces capital de la provincia del sur, Concepción. Sin
embargo, la historia indica inequívocamente que fue aquí donde fue fundada la
Logia “Union Fraternelle”, la que daría las bases de regularidad masónica para
fundar la Gran Logia de Chile.
El reconocimiento a ese hecho en particular, aquel de los
franceses que habían formado la primera logia de este lado del mundo, que
decidieron formar una logia en idioma español, es lo que determinó que fuera en
esta ciudad, en este punto específico, a metros del Club Central, donde se
emplazaría el monumento que rinde homenaje a la fundación de la Gran Logia de
Chile, este altar laico hecho para exaltar el recuerdo perenne de que, junto a
este mar y a los pies de estos cerros, está la cuna de la Masonería chilena.
Fue en este puerto principal del Pacífico Sur, donde
recalaron no solo las esperanzas de un futuro para los que huían de la
desesperanza, la búsqueda de un destino mejor para tener paz y progreso
individual, sino también recaló la búsqueda del propósito humano por
excelencia, a través de la práctica de la fraternidad, de la tolerancia y de la
filantropía.
La historia nos dice que fueron franceses los que levantaron un
ara a la Gloria del Gran Arquitecto del Universo, un ara que tuvo la
perdurabilidad necesaria para consolidar la presencia masónica en este Puerto
de recalada de los perseguidos, de los migrantes, de los soñadores, de los
portadores del progreso de mediados del siglo 19.
Pero también, hasta el norte chileno, hasta los verdes valles
de Copiapó, arribaron otros migrantes, hombres que llegaron de Inglaterra,
Dinamarca y de otros lugares de América, a extraer las riquezas mineras de la
tierra, o a prestar servicios en la actividad que generaba la minería, en las
tierras donde habían surgido con fuerza las ideas políticas liberales más
radicales del país.
Y en el sur, un hombre venido de España, otro de Dinamarca,
un italiano y algunos de origen inglés, daban también forma a una logia que
sería determinante para el futuro de la Masonería en Chile.
Estos brotes demuestran que la Masonería Universal, de manera
significativa, ha sido obra de las migraciones. Ha sido la institución
inmigrante y emigrante por excelencia, y así se repartió por el mundo,
atesorada en la conciencia y en el equipaje de quienes dejaba sus tierras de
origen en busca de un mejor destino. En la conciencia: los principios, la
doctrina y el deseo de tener una logia, y en el equipaje: a través de algún
texto, carta o documento, o a través de los objetos más queridos del viajero,
llevados con veneración para practicar donde se pudiera el Arte Real.
No habría sido posible la expansión de la Masonería por el
mundo, como movimiento espiritual, sin las migraciones. Donde llegó, siempre lo
hizo de la mano de los desarraigados, de los esperanzados, de los hombres del
mundo. Así llegó hasta este puerto bullente del Pacífico. Aquí se encontraron
en sus calles abarrotadas en torno al puerto, los franceses que habían
abandonado su país a causa de las persecuciones políticas de 1848.
Y al rendir honor, en esta ceremonia, al momento fundacional
de la Gran Logia de Chile, lo hacemos en la valoración de las migraciones como
fenómenos propios de la Humanidad, que traen la ventura de la pluralidad, la
diversificación, la renovación, la revitalización y el progreso. Muchas veces
se estigmatizan las migraciones, por parte de quienes prefieran las sociedades
cerradas. Sin embargo, los sistemas cerrados terminan siempre en el agotamiento
total. Solo los sistemas abiertos son los que se renuevan y se revitalizan.
La Masonería en el mundo, en sí misma, es consecuencia de la
iniciativa de migrantes. Algunos de los que fundaron hace 300 años la Gran
Logia de Londres, inicio histórico de la Masonería, eran hombres desarraigados
de sus orígenes. Jean Theophile Desagulliers había huido de las persecuciones
religiosas en Francia, que habían desatado los católicos en contra de los
hugonotes. El redactor de las primeras constituciones masónicas, James
Anderson, había huido de Escocia, también por persecuciones religiosas, esta
vez contra los presbiterianos. Lawrence Dermontt, redactor de las
constituciones de los “Antiguos”, era un irlandés llegado a Londres, buscando
mejores condiciones de vida. Andrew Ramsay, famoso por su discurso en que
establece la idea de los Grados de Perfección, era un escocés emigrado a
Francia por razones políticas. Esteban Morin, un judío de origen francés, es el
que trae el Rito Escocés Antiguo y Aceptado a América. Jean Dubreuil, Alphonse
Gent y Antide Martin, fueron franceses que introdujeron la masonería en
Valparaíso. Charles Ward hizo lo propio bajo la influencia inglesa, para formar
la Logia Bethesda. Un judío de Curazao, impulsó la formación de la Logia Unión
Fraternal, después de radicarse en Chile. Uno de los primeros Grandes Maestros
de la Gran Logia de Chile, Evaristo Soublette, era un colombiano afincado en
esta ciudad. Un chileno migrado a Inglaterra, por mandato de su gobierno, es quién
trae la carta patente para formar el Supremo Consejo del Grado XXXIII. Otro
chileno desarraigado esta vez por cuestiones políticas, Eduardo de la Barra,
terminará por refundarlo. Sería largo seguir con los ejemplos. En cualquier
país del mundo, donde se formó la Masonería las migraciones se patentizan como
su vehículo irrefutable.
Al rendir homenaje a la fundación de la Gran Logia de Chile,
en este momento de revitalización del vínculo que une a logias masónicas a lo
largo de todo el territorio patrio, no podemos dejar de considerar el valor del
migrante.
Como Gran Maestro de la Gran Logia de Chile, quiero expresar
en este homenaje a la institución que me toca conducir por el próximo periodo,
mi personal adhesión a la Declaración de Nueva York, emitida por la
Organización de Naciones Unidas, en septiembre de 2016, que parte reconociendo
que la Humanidad ha estado en movimiento desde los tiempos más
antiguos, y que esa realidad se aplica en los procesos que ocurren en nuestro
tiempo, donde algunos se desplazan en busca de nuevas oportunidades económicas
y nuevos horizontes; otros lo hacen para
escapar de los conflictos armados, la pobreza,
la inseguridad alimentaria, la persecución, el terrorismo o las violaciones y los abusos contra los derechos humanos. Hay
otras personas que se desplazan por los efectos
adversos del cambio climático, de los desastres naturales o factores
ambientales. Muchos se trasladan, de
hecho, debido a la combinación de varios de esos motivos.
En la
declaración que cito, se afirma que, en la actualidad, estamos en presencia de
una movilidad humana que ha alcanzado un
nivel sin precedentes. Más personas que nunca viven en un país distinto de aquel dónde nacieron. En todos los países
del mundo hay migrantes que, en su mayoría,
se trasladan de un lugar a otro sin incidentes ni traumas. El número de
migrantes crece a un ritmo más rápido que
el de la población mundial, y en 2015 ascendió a
más de 244 millones de personas. Sin embargo, en el momento de la
declaración había aproximadamente 65 millones de personas desplazadas por la fuerza, entre ellas más de
21 millones de refugiados, 3 millones de
solicitantes de asilo y más de 40 millones de desplazados internos.
Hoy día hay casi un millón de chilenos que se han desplazado
por el mundo, buscando mejores logros y oportunidades para sus vidas. Un millón
cien mil son los extranjeros que hay en Chile, según cifras oficiales, lo que
representa alrededor de un 6% de la población.
La
declaración de Nueva York señala algo que personalmente comparto, puesto que reconoce
claramente la contribución positiva de los migrantes al crecimiento inclusivo y al desarrollo sostenible. Nuestro
mundo es, ha sido y será un mundo mejor gracias a esa contribución. Los beneficios y las oportunidades que ofrece la
migración segura, ordenada y regular son
considerables y a menudo se subestiman. Es un hecho que, en cambio, el desplazamiento forzoso y la migración
irregular de personas en grandes movimientos
suelen plantear problemas complejos y dramáticos, que muchas veces son
acicateados por las reacciones xenófobas.
Sin duda, los masones chilenos, hijos de las migraciones
desde el punto de vista institucional, y descendientes de migrantes muchos de
ellos, siempre seremos un aporte en las necesarias contribuciones para generar
una voluntad como país que ayude a los inmigrantes y que los integre a nuestra
sociedad, asegurando derechos y oportunidades en todos los planos, tales como
los que reciben nuestros compatriotas que han emigrado hacia el mundo, soñando
un futuro mejor.
Hoy venimos ante este altar laico, a reconocer nuestros
orígenes, y lo hacemos con respeto y valoración, no solo como masones, sino
también como chilenos, valorando lo que somos, y tributando el homenaje
necesario a nuestros padres institucionales, que trajeron en su mente y en sus
pocas pertenencias de errantes los ideales y los símbolos que fundan nuestra
doctrina en bien de los hombres y mujeres, y de toda la Humanidad.
Nuestro más sentido homenaje a los migrantes que nos legaron
todo lo que tanto apreciamos como Obreros de Paz. Nuestro agradecido recuerdo
por la heredad espiritual que nos regalaron, a los masones y a las comunidades
de nuestro país.
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