Por ocho años, a través de la revista
“Occidente”, el profesor Luis Riveros, en su calidad de Gran Maestro de la Gran
Logia de Chile, institución que cobija 240 logias masónicas a lo largo de
nuestro país, estuvo publicando su opinión respecto de la realidad nacional, en
una sección bajo el título “Desde mi sitial”.
No debemos suponer que el autor del libro en presentación
está con esta obra haciendo expresión de un momento culminante de su
pensamiento. Lejos de ello. Luis Riveros Cornejo ha hecho una extensa labor
intelectual que está en miles de páginas impresas en libros y revistas del más
diverso formato y propósito editorial. Ha escrito también en periódicos y ha
participado en incontables presentaciones de libros de diversos autores
chilenos y extranjeros.
Si es referencial y hace especial la contribución
del libro en presentación, y que me une a este instante, es que recoge de
manera precisa lo que fue la mirada pública del Gran Maestro de la Gran Logia
de Chile, entre 2010 y 2018, y en el mas reputado medio de comunicación de
alcance público de la Masonería chilena, la revista “Occidente”.
Mes a mes, a través de una columna o artículo de reflexión,
entregó su visión intelectual, sobre la realidad nacional y especialmente sobre
una de sus preocupaciones fundamentales: la educación. Hombre del aula por
esencia, formador de varias generaciones de profesionales egresados de la Facultad de Ciencias Económicas y
Administrativas de la Universidad de Chile, su estilo y acento reflexivo se ha
expresado con generosidad en las páginas de la revista Occidente, para orientar
no solo a los masones, sino también a toda mujer u hombre ilustrado, cuando
necesita pensar sobre cómo entender a su país y sus desafíos, para entender sus
problemas y debilidades.
Los tres liderazgos que afaman al autor
Tres liderazgos ha ejercido de manera
trascendente el profesor Luis Riveros en las últimas décadas de nuestro país.
Entre otros ejercidos en diversas instituciones y organizaciones, estos tres lo
afaman y prestigian en su trayectoria personal, como académico, como profesional,
como intelectual, y como hombre de la polis
nacional.
El primero dice relación ejercicio como
decano de la Facultad de
Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad de Chile, que desempeñó
por 4 años.
Luego sería
electo por dos periodos como Rector de la Universidad de Chile, uno de sus
indudables orgullos personales, que lo han proyectado no solo en el
reconocimiento de que goza en el ámbito nacional, sino, de manera muy
significativa, en distintos espacios de encuentro académico a nivel internacional.
En la Universidad de Chile no enfrentó un tiempo benigno, y
debió luchar denodadamente contra quienes consideraban que esa era una casa de
estudios superiores más, en el concierto de la competitividad que debía darse
con otras instituciones hasta cierto punto advenedizas. Debió combatir muchas
de las distorsiones que han generado políticas extraviadas y mercantilistas que
han producido un nivel de deterioro enorme respecto de rol de las universidades
públicas. Ese denodado esfuerzo lo ha seguido haciendo de manera inclaudicable.
En 2010, fue electo Gran Maestro de la Gran Logia de Chile,
institución en la que asumió en medio de dos crisis. La primera provocada por
los efectos de una errónea gestión institucional, producto de la relación de
uno de sus predecesores con la Universidad de la República, lo que provocó
honda indignación dentro de la Orden, especialmente cuando la opinión pública
entendió que había una relación institucional entre la Masonería y esa
Universidad, a pesar de que años antes el Gran Maestro Marino Pizarro había
señalado que ello no existía, salvo en el hecho de que allí se desempeñaran
profesionalmente muchos masones.
La segunda crisis, provenía de los efectos devastadores del
terremoto del 27 de febrero de ese año, que produjo daños enormes en las casas
masónicas, en todo la parte centro sur de Chile, dejando a muchas logias sin
espacios para trabajar con normalidad.
En esta misma Región, en las ciudades de Concepción y
Talcahuano, las casas masónicas afectadas gravemente, se vieron impedidas de
acoger a los masones y debieron afrontarse graves consecuencias. Recuerdo, a
modo de ejemplo, cuando los QQHH de Talcahuano me llevaron a conocer el lugar
donde había estado la casa masónica, arrasada por el tsunami, o cuando vinimos
con el QH Riveros a la celebración del primer año de una nueva logia, en agosto
de 2010, y debimos atravesar hacia San Pedro de la Paz, donde había una casa
masónica en pie, en medio de una enorme congestión vehicular, debido a que
había un solo puente funcionando y en condiciones muy precarias.
A esas dos crisis, el autor del libro que presentamos, se
dedicó con esmero, y cuando, dos años después, se celebraban los 150 años de
existencia de nuestra institución, la más antigua de carácter republicano en la
sociedad civil, la labor del Gran Maestro mostró que ella había superado no
solo la crisis espiritual y la crisis material, que hemos mencionado, sino que
la Masonería había recobrado con bríos renovados el rol moral que le
corresponde en la sociedad chilena, como institución consular de la ética del
libre pensamiento.
El aporte
intelectual del autor
En
lo personal, no puedo separar a Luis Riveros Cornejo de lo que han sido los
últimos 12 años de la Masonería chilena. Cuatro años como Gran Orador de la
Gran Logia y ochos años como su Gran Maestro, en que dejó una huella de
reflexión, que nos permite entender a nuestra institución en el ámbito de los
desafíos de una nueva era que vive la Humanidad y el ser humano en su contexto
histórico.
Hay
momentos en que su pluma y su pensamiento alcanzó niveles difíciles de superar
en la reflexión sobre lo que corresponde cumplir a la Masonería en el tiempo de
hoy y como debemos enfrentar el futuro. Una de sus grandes aportaciones ha sido
abrir a la Orden a la mirada pública, superando la percepción de que lo
masónico es algo marcado por el secretismo, sitio irreal al que la habían
asignado los prejuicios, la segregación y el infundio artero de instituciones
tendenciosas y proclives al dogma y a la falacia.
Quienes estamos aquí reunidos, no podemos tampoco separar de
nuestra cotidianidad el gran aporte intelectual que ha hecho el profesor
Riveros, en torno a la reflexión sobre la educación chilena, y especialmente en
lo relativo a la educación superior y el rol de la Universidad pública.
De hecho, es una de las voces más potentes, cuando se trata
de entender la defensa y promoción de la educación pública, tan castigada y tan
afectada en su calidad por las políticas implementadas por quienes han
gobernado en los últimos 54 años. ¡Que falta hace la convicción de que
“gobernar es educar”! Así lo ha reiterado el autor del libro que estamos
presentando.
A nuestro autor le duele la mala calidad de la educación,
especialmente la mala calidad que conspira cotidianamente contra las
instituciones educacionales públicas, y como las políticas implementadas, lejos
de recuperarla o fortalecerla, han ido horadando y socavando su misión. Le
duele como determinadas políticas han puesto en riesgo el prestigio y la
trascendencia nacional de la Universidad de Chile, referencia necesaria de lo
que significa la existencia de un alma
mater de la educación superior de la República.
Lo dijo como Rector, en medio de las dificultades provocadas
por la ola de instituciones privadas que florecían al amparo de los errores de
una democracia aún en transición, señalando descarnadamente en un discurso de
un 18 de marzo de 1999, que la Universidad de Chile era “una Casa de Estudios que ha entrado a una crisis significativa desde
hace años, de la cual hemos sido incapaces de salir y de la que necesitamos
salir, si es que creemos todavía que Chile necesita una Universidad como esta,
su Universidad de Chile”.
“Es una crisis – decía entonces - que
se ha derivado de las políticas externas, del continuo hostigamiento contra la
Universidad de Chile, de la hostilidad mostrada a través de todo tipo de
reglamentaciones, de todo tipo de intervenciones que antes eran absolutamente
descubiertas y justificadas al amparo de un gobierno enemigo de la Universidad,
y que hoy día son encubiertamente sustentadas por las mismas personas, con
iguales creencias respecto de la Universidad de Chile y de su misión”.
“La Universidad de
Chile – explicaba - es por definición una Universidad humanista, es una Universidad
preocupada de los temas de país, es una Universidad estatal y pública, y es una
Universidad laica. Eso a sectores de nuestro país no le gusta, no lo comparte.
La búsqueda de la verdad, que se realiza en la investigación de esta
Universidad, es rechazada por algunos sectores y creen que lo que debe ser una
Universidad es algo distinto de lo que es ésta”.
“Piensan que una
Universidad es una institución donde se forman profesionales. Creemos que la
Universidad debe formar profesionales como resultado de un proceso de creación
y de investigación, que nos interesa formar profesionales líderes en sus
respectivos campos y, por tanto, queremos formar profesionales creativos y no
repetitivos del conocimiento existente. Hay quienes no comparten eso y hay
quienes creen que el problema universitario chileno está resuelto por la vía de
las nuevas universidades privadas. Lo malo es que se ha diseñado toda una
regulación o una práctica de políticas destinada a incentivar a esos sectores y
a proteger ese tipo de políticas. Cada día que aparece un nuevo instrumento,
ese nuevo instrumento representa una limitante para la Universidad de Chile.
Por eso, digo, antes era una batalla muy abierta, hoy día es una batalla
bastante más encubierta, pero en definitiva son los mismos síntomas y quizás
los mismos guerreros”.
19
años después, desde su sitial de Gran Maestro y columnista de la revista
Occidente - tal como lo registra el libro en presentación - expresará, frente a
la nueva Ley de Educación Superior aprobada por el Congreso Nacional en enero
pasado: “esta Ley no atiende
apropiadamente los desafíos que debe enfrentar el sistema de educación superior
en el futuro. En primer lugar, no se preocupa de definir y configurar un
“sistema” de educación superior, en que sus partes interactúen, existan
diversas instancias de cooperación e interrelación, y en donde se proyecten en
función de un objetivo estratégico de país. Por el contrario, la ley da forma a
lo que existe en el presente, sin elaborar un ideal a perseguir en función de
una visión estratégica de país y solo remozando institucionalidad que viene del
pasado y que a todas luces requerirían una nueva definición funcional de futuro”.
Para luego agregar: “Una ley que no
aventura en definiciones ni ideales sobre calidad, transformación de la
docencia, innovaciones y cambios en las definiciones formativas en un contexto
disciplinario cambiante que es el gran desafío del futuro. Es decir, una Ley
que, discutida con gran premura y sobre la base de una mirada solo
retrospectiva, no concitó las nuevas ideas y propuestas, los sueños de país, y
las formas de poder estimular adecuadamente la modernización que en materia de
educación superior necesita Chile”.
Insiste luego con precisión. “No está presente en la ley aprobada, una
mirada de futuro, que norme adecuadamente, en un contexto de libertad académica
y de progresivo mejoramiento en la calidad de la docencia. Asimismo, la
investigación y creación no mereció una mención y tratamiento destacado en el
texto legal, y se dejó solamente en menciones parciales que no destacan su
esencial rol como necesaria actividad para progreso del país y mejoramiento
permanente de la docencia. La complejidad del proyecto y lo incompleto de
muchos de sus contenidos se entiende a partir del ambicioso objetivo de incluir
cuatro diferentes temáticas en el mismo cuerpo legal, impidiendo un trabajo más
a fondo en cada una de ellas. La Ley incorpora cuestiones relativas a la
institucionalidad, junto con las normas para un nuevo organismo que es la
Superintendencia, que tendrá un amplio poder para intervenir y controlar el
quehacer de las instituciones educativas, especialmente en lo que respecta a la
gestión financiera y administrativa”.
“Los
preceptos de la ley se han fundado – explicaba -, en gran medida, en la experiencia pasada, que ha dejado una estela
de imperfecciones y anomalías que son evidentes y que fueron causadas por una
regulación laxa sino existente. Los episodios de mal manejo y de pésimos
resultados en lo académico, marcaron fuertemente la orientación de esta ley,
que está fundada grandemente en una cierta “sospecha” y desconfianza hacia el
hacer de las instituciones de educación superior”.
“Para
las universidades estatales – advierte -, este sistema de control se superpondrá a aquel entregado a la
Contraloría General de la República, y será también un factor que contribuya a
inmovilizar a las instituciones, especialmente en materias de innovación
académica, asociaciones estratégicas o internacionalización. Sin embargo, el
más preocupante aspecto de la nueva normativa, es que la Superintendencia no es
autónoma, sino que de alguna manera radica en el Ministerio de Educación y
deberá atenerse a las propias pautas ministeriales”.
Lo que la
república espera
Nuestra República necesita de hombres que
la piensen desde sus certezas. Y la primera certeza de una República radica en
la educación. Eso lo sabían nuestros padres de la Patria, los que forjaron su
asentamiento institucional, y los que han tratado de darle, a través de los
tiempos, un sentido basado en lo fundamental de la significación de lo
republicano para la estructuración de una idea de país.
Para construir república, necesitamos
hombres con una idea de república, con una idea de educación y una nítida
comprensión de civismo. Es lo que este libro expresa. Allí hay una idea de
fondo que trasciende el momento en que ella ha sido formulada desde distintas
perspectivas. Son perspectivas en torno a reflexiones que precisan la mirada de
una sociedad y un país, con problemas a resolver, con desafíos que abordar. Son
referencias que ayudan a entender lo que nos trae el tiempo futuro.
Como hombre de la polis, que asume la significación de lo público como un espacio de
construcción común entre todos los chilenos, el profesor Riveros tiene mucho
que decirnos en su libro “Desde mi sitial”, porque aporta sustancialidad
reflexiva, claridad de ideas, y conocimiento real sobre lo que está opinando.
Cuando hay tanta vanalidad en las
opiniones, y cuando la posverdad parece ser el medio para formar opinión,
debemos agradecer que tengamos libros como este, que nos aportan afirmaciones
ciertas y meditadas sobre lo que hay que hacer, a partir de un diagnóstico
preciso.
Sabemos que este no será el último libro
del profesor Riveros, pero debemos tenerlo presente de manera muy especial,
porque, de manera muy concreta, nos recuerda que tenemos un tribuno moderno,
intelectualmente potente, profundamente reflexivo, ponderado y de gran civismo,
que tiene mucho que entregar a nuestra República. Sabemos que así será, desde cualquier
desafío que asuma.