Concurrimos este día a saludar
fraternalmente a todos Uds., - Hermanos de la Gran Logia de Bolivia -, cuando estamos
celebrando la Fiesta Solsticial, recogiendo la más antigua tradición de los
pueblos detentores de la Sabiduría Antigua.
Los saludo en la alegría del
espíritu que anima nuestros lazos de unión, que nos vincula por historia y
comunión, realidad fraternal que vengo a renovar más allá de cualquier
contingencia, que nunca podrá afectar la esencia del vínculo que se construyó
por hombres visionarios en la comprensión de la práctica masónica pura, hace
más de un siglo.
Hago extensiva la alegría de este
encuentro al Gran Maestro de la Gran Logia de Portugal, organización fraternal
con la cual también tenemos lazos de unión que nos motivan a expresar los
mejores sentimientos de fraternidad.
Como decía inicialmente, fueron los
pueblos de la Sabiduría Antigua los que reconocieron los procesos naturales
expresados en la percepción zodiacal, comprobando que el sol se desplazaba
durante seis meses hacia el norte y seis meses hacia el sur, dentro de la banda de la esfera celeste de 18
grados de ancho centrada en la eclíptica, aquella
línea aparente sobre la cual el sol se “desplazaba, sobre el fondo inmóvil de
las estrellas”.
Al cabo de ese desplazamiento, observado
por todas las culturas antiguas, los astrólogos precursores comprobaban que el sol
parecía detenerse en su marcha, para luego volver sobre lo avanzado. Así, el sol detenido, solsticio, era el momento en que se iniciaba un nuevo ciclo. Del
imperio de la noche temprana, al imperio del día más largo, y así
sucesivamente.
Se constituyó así un ciclo, que sustentó
la certeza de los procesos de la cultura humana. El solsticio de invierno,
expresión de la degradación y de la siembra, el reino de las noches y de las promesas.
El solsticio de verano, como expresión de la cosecha y el reino de la luz, la madurez
y la dotación prodiga de los frutos.
Aquel proceso milenario marcó el sentido
de la vida y el ritmo vital de las civilizaciones y de las culturas. De acuerdo a su relación con los trópicos, las
regiones del mundo marcaban sus procesos que incidían en la siembra y en la
cosecha, como también en la ganadería.
Hoy, cuando la cultura del supermercado y
el manejo de la línea del frío permite ignorar el efecto climático sobre la
disponibilidad de alimentos, resulta casi irreal el efecto que producía el invierno
y el verano, en las conductas alimenticias, y resulta irrelevante el efecto
solsticial en la práctica de aquellos ciclos culturales de los pueblos y del
hombre labrador o pastoril. Sin embargo, para la Sabiduría Antigua aquello
tenía un significado fundamental en relación con la escacez y la abundancia.
La escasez del invierno obligaba a guardar
para aquel periodo el producto de la mies que otorgaba el verano. De la misma
forma, el ganado era sacrificado de manera más recurrente en el invierno, tanto
por la menor cantidad de alimentos frescos, como por la menor disponibilidad de
forraje en las praderas para alimentarlo.
El verano era tiempo de recoger los
maderos secos, para alimentar el fuego que calentaba e iluminaba el seno del
hogar familiar. Era un espacio temporal de conversación y de transferencia de
los relatos de la cultura, cuando la familia se reunía en torno al calor de
aquellos maderos ardientes, haciendo honor a la tertulia y al relato que daba
sentido a la vida de la familia, del clan, de la tribu, de la ciudad, y luego a
la nación.
Era un tiempo donde el manejo de aquel
ritmo milenario, les daba a las comunidades cierto sentido de la vida
controlado por ciclos que, la naturaleza o las divinidades de cada cultura,
daban para determinar las conductas humanas, estuviesen aquellas fundadas en la
paz o fundadas en el espíritu guerrero. Ciertamente, era un tiempo en que las
culturas antiguas estaban determinadas por lo natural.
Cuando aquel ritmo se alteraba,
sobrevenían consecuencias graves. La alteración del ciclo siembra-cosecha, de
la abundancia y escasez de pasturas, de la prolongación excesiva de una
estación en relación a otra, siempre provocaba consecuencias.
Los cambios
humanos al determinismo natural
La tecnologización y la industrialización
fueron facilitando el cambio de tal proceso y ordenamiento natural. La
conservación de alimentos trajo cambios determinantes en relación a la
dependencia de los graneros y de las despensas. La salación de la carne fue
cambiada por la conservación al frio. El envasado protegió en adelante los
alimentos en grano, impidiendo su degradación por gusanos o bacterias, durante
el periodo de conservación.
La industrialización llevaría en adelante
los productos alimenticios a mercados donde aquellos muchas veces ni siquiera
eran conocidos como tales. Así, el transporte con dotación tecnológica ha
seguido llevando alimentos hacia cualquier confín del mundo, independientemente
de la estación del año.
Todos esos factores han convertido la
comprensión solsticial en un relato sin sentido, y poco a poco ha ido
desapareciendo. La fe de raíz cristiana también influyó en ello, al considerar
que las ideas solsticiales y zodiacales de la naturaleza, estaban asociadas a
dioses paganos que competían contra su verdad, representada por la idea de un
dios absoluto y excluyente en su revelación.
El conocimiento, producido por la ciencia,
también ha significado generar información para los procesos humanos que no dependen
solo de la observación costumbrista de los fenómenos y que, por ya 300 años, ha
sido fuente de esclarecimiento, aportando antecedentes que permiten controlar
procesos naturales y prever muchas eventualidades.
El control de plagas ha permitido generar
una producción de alimentos controlada bajo parámetros generales, utilizando de
mejor forma los lugares de sembradío y la producción ganadera.
Técnicas de sembradío y protección de
cultivos elevaron la producción alimentaria, y lo mismo ha ocurrido con la
producción de carnes, obviando muchas veces la realidad impuesta por el ciclo
solsticial.
Sin embargo, en relación a las
disponibilidades alimentarias a nivel global, estas no alcanzaron este año.
Concretamente, lo que se produjo este año no alcanza para todas las bocas que
alimentar.
Pero no solo se presenta ese grave
problema, ya que la producción industrial, en toda la amplia gama de productos
que genera en todo el mundo, ha ido contribuyendo, no solo a sortear las
determinantes de la naturaleza. Paralelamente, ha ido provocando un daño enorme
en todos los lugares del mundo, tanto en términos de la materia prima que
demanda, sino también por efecto de los deshechos que produce y que han ido, en
muchos casos, generando daños enormes al medio ambiente en que viven los seres
humanos. Lo propio cuando se produce para vestir a las personas,
Mucho me impactó, hace algunos años, que
un mar, un enorme lago en medio de Asia Menor, el Mar de Aral, con 68.000 kms.
en su cuenca, haya quedado reducido a un 10% en su extensión, debido a la sobre
explotación de sus aguas para la producción de algodón.
Es solo un ejemplo. Pero una demostración
concreta sobre lo que está ocurriendo con el agua dulce en gran parte del
mundo. Una buena parte de ella se usa con objetivos industriales, y para la
generación de recursos industriales o alimentarios. En muchas ocasiones
superando la capacidad de recuperación de los ríos, lagos, napas, pozos, etc.
Un ejemplo de ello lo constituye la
producción de paltas en los valles al norte de la Región Metropolitana en
Chile. Valles como el de La Ligua son una muestra patética de como los
productores han mermado los recursos hídricos, al punto de haber superado
muchas veces la capacidad de recuperación de los cursos naturales de agua.
Ciertamente, la capacidad de intervención
de los seres humanos por necesidades de los mercados, en todos los aspectos,
han superado las condiciones impuestas por el determinismo natural. Todo parece
indicar que la especie humana ya ha superado con creces la capacidad de la
naturaleza de autorreproducirse o recuperarse, y la fatiga de la sobre
explotación presenta condiciones que demuestran alteraciones estructurales del
medio ambiente en gran parte de los lugares del mundo.
La crisis
ambiental
Los efectos del accionar humano parecen
indicar que nuestra especie comienza a perder el control sobre la reacción de
la naturaleza, ante la sobrexplotación. El ritmo solsticial ya se encuentra
alterado en buena parte del mundo, especialmente en aquellas regiones
geográficas donde se sustentó con mayor fuerza su observación ceremonial y
cultural. Ello se explica por los cambios que experimenta la naturaleza ante la
acción humana.
El cambio climático es una realidad que se
hace presente en todos los continentes. Sus señales dramáticas se hacen
presentes en la cotidianidad, constituyéndose en la mayor amenaza medioambiental que enfrenta la Humanidad.
Las emisiones de gases por parte de los países industrializados, sumado a los
otros abusos de los recursos naturales, están provocando graves modificaciones
en el clima a nivel global. Sus consecuencias se expresan en inundaciones,
sequía, huracanes y todo tipo de desastres naturales que dejan a las
comunidades desvalidas y sin medios para subsistir.
La evidencia científica, desde distintas ramas
disciplinarias, coincide en que las fluctuaciones del clima han sido y serán
provocadas en gran medida por el hombre. Actividades como tales como la tala indiscriminada de árboles, el mal uso
del agua potable, la sobreexplotación de las tierras, la saturación de
deshechos en el mar, se conjugan para estimular un fenómeno que se
sigue acrecentando. El calentamiento global es un hecho concreto. El
aumento global promedio de temperatura ya se encuentra cercano a 1º C, en
relación a los registros del último siglo.
De entre todos los factores que lo han
desencadenado, la emisión de gases por parte de los países industrializados y
las descargas de deshechos y basura al mar, son probablemente los factores que
más agravan la situación, provocando un calentamiento global mundial que ya está
acarreando trágicos resultados.
El mayor impacto lo provoca
la quema de combustibles fósiles y los cambios en el uso de la tierra, que han
liberado dióxido de carbono (CO2) y otros gases de efecto invernadero en la
atmósfera, desde el inicio de la revolución industrial en el siglo XVIII.
Sus consecuencias las observamos en la fusión de
los hielos milenarios de los casquetes polares, con el consecuente aumento del
nivel del mar y el cambio regulatorio de la temperatura de los océanos. Lo
observamos en el aumento masivo y desproporcionado de fenómenos naturales como
ciclones, huracanes, desbordamientos de ríos, avalanchas, inundaciones, lluvias
altas en las cordilleras y montañas donde antes solo precipitaba la nieve, la acidificación
de océanos, sequías
endémicas donde antes existían praderas verdes y condiciones semiselváticas.
También se constata en la
pérdida de biodiversidad. Se ha
constatado la desaparición de especies animales y de plantas, que no lograron
superar la depredación muchas veces sin sentido o los cambios radicales en su
medio ambiente. La vulnerabilidad de países y pueblos se acrecienta ante la
sequía y la imposibilidad de recuperación de la provisión natural de agua. Los
hielos eternos que permitían proveer del recurso hídrico a muchas regiones
productivas o asentamientos humanos, desaparecieron, y no pocos están prontos a
su agotamiento final.
Se calcula que en no más de una
década, la escasez de agua afectará definitiva e insanablemente a un tercio de
la población mundial, debido a la falta de lluvias y el derretimiento de los
glaciales montañosos. Los monzones, lluvias torrenciales y avalanchas
destruirán irreversiblemente tierras de cultivos necesarias para muchos países.
Millones de personas en países con economías en el
subdesarrollo tendrán alto riesgo de contraer
malaria, diarrea y otros efectos endémicos producidos por la pobreza, la falta
de agua, y la malnutrición. En países de bajos ingresos, ello crecerá
exponencialmente, tanto en África, Asia y en parte de América Latina. Las
migraciones masivas e incontroladas serán una amenaza severa para la paz y el
orden mundial y las convenciones que lo sustentan.
Los efectos sobre la biodiversidad,
incluyendo el riego o la extinción del 35% de las especies terrestres para el
año 2050, ya no parece ser una simple profecía de agoreros extremistas.
Siendo esta oportunidad una fiesta
solsticial, no pretendo proponer un ambiente sombrío. Solo quiero poner el
énfasis en que el alejamiento de las variables que sustentaban la vida, bajo el
ritmo solsticial, ha traído efectos que cada cual debe mensurar en el ejercicio
de su libertad de conciencia. La observancia de los determinismos solsticiales,
ya no traen provisión de agua mediante las lluvias, ni provisión de alimentos cultivados,
en muchos pueblos en distintos lugares del mundo.
El grave riesgo que la temperatura
promedio suba hacia un promedio de 2° C, en comparación al siglo anterior, pone
a nuestro planeta y su ambiente global es una pendiente irreversible. Ello
significa que el proceso de deterioro ambiental planetario se acentuará
progresivamente, y toda pendiente produce aceleración.
Somos parte de la
biodiversidad
El tiempo
solsticial es un tiempo de cambio. Es el momento en que la naturaleza pareciera
detenerse bajo la regencia del sol, para retomar un nuevo camino fructífero. Un
camino que lleva a una nueva etapa de afirmación en las constantes que
relacionan a la Humanidad con la Naturaleza.
El solsticio de
verano es el momento que anuncia la cosecha de la mies, la oportunidad en que
todo parece expresar esperanzas y oportunidades de realización. Es el momento
en que el optimismo debe enseñorearse en los hogares y las familias, y las
promesas de lo promisorio deben llevarnos también a una condición social
positiva.
El imperio de la
luz debe llevarnos a liberar nuestras mejores voluntades hacia el interés de lo
colectivo, hacia el encuentro con nuestros semejantes, impregnados de
propósitos superiores, donde el bien de todos esté en la prioridad de nuestras
conductas.
Si el invierno
desde el tiempo ancestral ha significado un tiempo de repliegue, donde las
familias se recogen ante las asechanzas de las sombras, el tiempo solsticial de
verano es un gran momento de reencuentro y exultación bajo los cálidos rayos
del sol.
Es el momento de la
constatación de que somos parte de una enorme aldea global, que nos contiene y
que nos acoge, y a la cual debemos proteger de las futuras amenazas de las
sombras. Es la oportunidad de asimilar nuestra propia condición natural, ya que
somos animales con un nivel superior evolutivo, y que, por lo mismo, tenemos
mayores responsabilidades que los demás seres vivos que nos acompañan en esta
nave que viaja por el espacio, girando en torno a una estrella llamada Sol.
Todos esos seres
vivos son los que constituyen una maravillosa biodiversidad, de la que somos
parte, y la cual debemos preservar para que el fenómeno de la vida siga
ocurriendo tal cual fue diseñado o simplemente tal cual ha ocurrido como una
casualidad estelar insuperable.
A veces tenemos la
posibilidad de ver una imagen de nuestro planeta, tomada desde alguna sonda
espacial enviada por los seres humanos para mejor conocer y estudiar el
universo y sus fenómenos. Sobrecoge ver a la Tierra como un punto sideral compuesto
por pocos pixeles. Porque eso es lo que somos. Un pequeño punto azulado en
medio de la inmensidad de galaxias y constelaciones.
Sin embargo, en ese
pequeño punto se ha dado la maravillosa condición de la biodiversidad, donde
distintas especies tienen la oportunidad de vivir y reproducirse. Pero todos
ellos están determinados por una entropía que conduce hacia el caos, que nos es
otra cosa que la finitud como paso hacia la transformación. Todo ser vivo
perderá en algún momento sus cualidades que lo hacen sistémico, para luego
mutar hacia otra condición en la materia.
Los seres humanos
somos finitos como los demás animales. Nuestro entorno, como parte de la vida,
también tendrá un colapso sistémico, y mutará hacia otro estadio singular.
¿Debemos pensar que
la biodiversidad de la que somos parte, irreversiblemente también colapsará
sistémicamente y mutará hacia otra forma, de la que no podremos ser parte,
porque la Humanidad en sí misma, como sistema, habrá colapsado?
La afirmación
solsticial, heredera de las más antiguas sabidurías, nos dice que después de un
tiempo viene otro, y otro, y otro. Que siempre hay un nuevo comienzo. Detrás de
ello está claramente una cosmovisión, es decir, un orden de las cosas que hace
posible que la existencia humana tenga un sentido en la realidad del universo.
Y ese sentido se funda en la complementariedad. Complementariedad que nace del
hecho mismo de la biodiversidad. Los unos con los otros nos complementamos. Los
animales con la vegetación, la vegetación con el clima, el clima con el sol. Y
los animales nos complementamos con el sol, por eso estamos celebrando el
solsticio.
Y el solsticio es una manifestación concreta de la complementariedad.
Desde el universo simbólico de las culturas ancestrales, tras la observación del entorno, se creyó que el sol se desplazaba por la eclíptica. Hoy sabemos que no es así, que ello tiene que ver simplemente con la precesión de los equinoccios, es decir, el movimiento que hace el eje planetario, mientras la tierra gira, inclinándose hacia un lado y luego hacia el otro, entre 23 y 27 grados. Suficiente para generar cambios en la realidad planetaria, a través de las estaciones del año.
Y el solsticio es una manifestación concreta de la complementariedad.
Desde el universo simbólico de las culturas ancestrales, tras la observación del entorno, se creyó que el sol se desplazaba por la eclíptica. Hoy sabemos que no es así, que ello tiene que ver simplemente con la precesión de los equinoccios, es decir, el movimiento que hace el eje planetario, mientras la tierra gira, inclinándose hacia un lado y luego hacia el otro, entre 23 y 27 grados. Suficiente para generar cambios en la realidad planetaria, a través de las estaciones del año.
Una acción masónica ineludible
Uno de los desafíos fundamentales en favor de la Humanidad, que los masones tenemos a escala global, es trabajar para reducir el calentamiento global. No depende solo de los masones, repartidos por el mundo. Pero podemos ser agentes activos de la necesaria toma de conciencia de las comunidades y de quienes ejercen funciones de gobierno y de quienes actúan en los mercados, a fin de reducir de modo decisivo los factores que están incidiendo de modo determinante en el calentamiento global.
Debemos hacerlo a partir del
aprendizaje de la Sabiduría Antigua. La gran mayoría de los aquí presentes,
tenemos alguna herencia sanguínea o cultural con los pueblos originarios y su
sabiduría ancestral. Todos algo tenemos que ver, en menor o mayor grado, con
los pueblos que poblaban nuestra América del Sur. Desde el punto de vista del
suceso humano de aquellos – nuestros predecesores –, la idea humana era
producto de lo comunitario, a partir del suceso primero de la unión entre
hombre y mujer. Desde esa complementariedad se establecía la reciprocidad y el
derecho. La complementariedad era lo que permitía adquirir la condición de
humano, mediante el proceso de transmisión del conocimiento en lo comunitario.
Era esa educación la que determinaba
la pertenencia implícita a la comunidad y a la cultura. Si no se tenía esa
educación, nadie podía llegar a ser en propiedad parte de la comunidad originaria.
En estricto sentido, no se podía pertenecer a la comunidad o a la cultura. Lo
que hacía a un miembro pleno de la comunidad era el hecho de ser portador de
una voluntad o forma de ser, de un saber común, de una práctica social y
comunitaria, y de un poder que nacía de lo colectivo. Ser considerado miembro
del colectivo implicaba pertenecer a la comunidad o cultura, y haber sido
educado en dichos principios, que contenían una serie de saberes y prácticas
históricamente validadas.
La Masonería de nuestros países
debería aprender de esa Sabiduría Antigua, para enseñar a la sociedad civil y a
las élites que las dirigen, para construir un legado que nos sitúe en la
responsabilidad de trabajar por los necesarios equilibrios en la biodiversidad,
que aseguren su continuidad y protección. La condición humana, es decir, el
hecho de ser humano, no puede desligarse del medio global en que vive y donde
somos efectivamente una gran comunidad, o un conjunto de comunidades, que
comparten el espacio terrestre común.
Así, el gran esfuerzo inmediato es
ayudar a construir un relato común de continuidad de la existencia humana, como
civilización, como especie, donde aseguremos la biodiversidad desde los
procesos educativos, que tienen que darse en el hogar, en la escuela y en la
práctica comunitaria.
Ello implica enseñar a erradicar las
conductas de depredación de la naturaleza, modificar las formas de consumo,
hacer uno adecuado y cuidadoso de los recursos naturales, evitar la
sobreexplotación, proteger y hacer buen uso de las disponibilidades hídricas,
etc.
De alguna manera, debemos recabar el
sentido de las comunidades originarias, que crecieron en torno a la naturaleza,
observando los fenómenos solsticiales. No se trata de repudiar la tecnología y
los grandes logros que la ciencia nos ha entregado. Se trata de corregir los
excesos que el mercado ha impuesto en la exacerbación del uso de los recursos.
Se trata de un enorme esfuerzo de
construir la ética de la vida, que involucre a todos los seres humanos en la
preservación del planeta que nos cobija, aún con nuestros excesos.
Bien sabemos que la concepción
zodiacal nos dio la idea del solsticio, y que la astronomía nos sacó del error
sideral de nuestros antepasados. Sin embargo, el modelo solsticial le permitió
a la especie humana vivir por siglos, siguiendo las señales que venían de ese
tránsito aparente del sol sobre un espacio estelar estático,
Lo que hacemos esta noche, es rendir
homenaje a nuestros antepasados, no importando su cultura o sus
particularidades originarias. Celtas, griegos, mayas, mesopotámicos, quechuas,
maoríes, vikingos, mapuches, hindúes, sioux, hunos, egipcios, aimaras, etc. son
episodios de un mismo esfuerzo para entender la vida, a partir de la
observación de la naturaleza y la interpretación de sus señales inmemoriales.
El solsticio recoge esa búsqueda
ancestral, y hoy lo conmemoramos bajo la misma impronta, a la que tributamos
veneración: la esperanza en el futuro, el deseo de la bonanza, los mejores
parabienes para quienes apreciamos, la promesa de la felicidad. ¿Qué mejor
podemos desear a nuestra familia, a nuestros amigos, a nuestras comunidades, a
nuestras repúblicas, a la Humanidad toda?
Uds. Queridos Hermanos de la Gran Logia de
Bolivia, Grandes Maestros de las Grandes Logias de Bolivia y de Portugal,
reciban por mi intermedio los mejores deseos de los Masones Chilenos, de que
este solsticio les traiga abundancia, plenas realizaciones en sus objetivos
institucionales, éxito personal, amor para vuestros corazones y para vuestras
familias, y que la felicidad inunde vuestros espíritus; y que la tierra que nos
cobija sea pródiga en sus frutos y que nos entregue esperanza para nuestros
descendientes, para bien de la Humanidad.