En un tiempo en que todo parece inasible y
líquido, la confianza parece ser solo una autoafirmación de sí mismo en un
ambiente caótico (como los viejos paradigmas del individualismo que nos ha
impuesto el cine hollywoodense), o se expresa solo en la certeza del propio
bando o pandilla.
A pesar de ello, es necesario pensar en el
hecho social como un acto colectivo, donde infinitas individualidades hacen
posible lo humano del convivir, en la relación siempre creativa de ser y hacer
como parte de una comunidad.
La vida misma de las personas comunes,
sencilla y cotidiana, lograda a través del esfuerzo de trabajo, de su
abnegación y del amor por los suyos, no por medio de la egolatría o la
declinación ante la parcialidad, es lo que marca la comprensión del hecho
social, que potencia las capacidades colectivas como un espacio virtuoso donde
todos podemos ser y hacer, en bien de todos los que integran la comunidad.
Así debe entenderse el ser país, ser
sociedad y ser Humanidad.
El proceso que vive nuestro país tiene que
ver precisamente con un quiebre sostenido y continuo, donde las personas han
sido sometidas a un individualismo exacerbado, que nos ha llevado a
desconsagrar el espacio común, para convertirlo en un espacio de individuos
atomizados en subgrupos de grupos, donde cada cual trata de imponer su propio
capricho, su propio interés e irracional ambición o el de su bando.
Primero lo hicieron los poderosos y lo
establecieron como paradigma en la práctica social. Luego, lo hicieron los
corruptos que impusieron su propio poder. Luego, los que viven del delito, con
sus parcelas territoriales donde ellos son dueños y señores. Ahora, los que
nunca han tenido poder y lo ambicionan, consideran que nada vale que no sea su
propia afirmación de sobrevivencia e individualismo, donde solo cabe su
comprensión de las cosas, y donde ni siquiera hay historia común que rescatar.
Sin embargo, la vasta mayoría de las
personas, creen que este es su país donde sus hijos y nietos deben crecer con
seguridad, realizarse como personas y lograr sus sueños. Esta gran mayoría
aspira al orgullo de ser parte de una comunidad que los acoge y donde ellos
acogen. Consideran que ellos, como son distintos, necesitan vivir en diversidad
y ser reconocidos como personas legítimas, en un ambiente de legitimidad.
De allí que apelan a la razón, esa
capacidad humana de construir en común con afirmaciones comunes, donde lo que
hacemos todos es en bien de todos, reservando una parte de la obra y sus frutos
para el albedrío personal o la íntima satisfacción individual o de los suyos.
He allí la epopeya de la fraternidad consustancial al género humano, aquella
que conduce a la paz y a la convivencia, a respetar a los otros como otros, con
los mismos derechos que a mi me corresponden.
Cuando el verbo convivir ha sido
avasallado, lo fácil es la recriminación, la descalificación y el revanchismo,
donde todos son capaces de ver la paja en el ojo ajeno, sin ver la viga en el
propio, cuando la autoafirmación y la arrogancia individualista campea en los
espacios comunicacionales, debemos construir nuevas formas de relación que se orienten
hacia el valor fraternal de ser parte de una historia dura que mucho nos ha
enseñado, de un territorio que, aún con su stress ambiental, mucho puede
seguirnos entregando, en fin, nuestra tierra prometida por los fundadores de la
República, donde hacer posible nuestros
sueños de felicidad.
Recabar en nuestra fraternidad es
fundamental para encontrar respuestas racionales, porque ellas no son posibles
desde el individualismo, el egoísmo y la ambición de poder. Allí, en la
construcción fraterna, no hay espacio para lo absoluto.
Así, quienes creen en la paz, en el
diálogo, en la desafiliación del empecinamiento, en la reconstrucción de la
razón, en la virtud de la legitimidad, en la responsabilidad del ejercicio
político, en el patriotismo y en la democracia, merecen todo nuestras
esperanzas y nuestro firme apoyo. Demos, pues, la bienvenida a aquellos que
piensan en todos nosotros y creen en lo posible, a los que dialogan y asumen la
responsabilidad que la República les entregó, para hacer el arte más difícil en
tiempos de crisis: la política.
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