sábado, 21 de septiembre de 2024

Martínez de Rozas y sus ideas libertarias. Día del libre pensamiento 2023

 

Concurrimos este día a poner en valor la Libertad de Pensamiento, derecho humano que tiene para los miembros de nuestra Orden Masónica, un carácter de éthos fundamental para construir una sociedad libre y democrática.

La Masonería se define como una escuela de moral, que promueve una docencia hacia la sociedad, a partir del ejemplo y el uso de arquetipos que constituyen modelos sobre los cuales cimentar las ideas que quiere comunicar a la conciencia ilustrada de las personas que forman parte de nuestra sociedad, y que colaboran en el permanente esfuerzo de progreso moral y material.

En nuestros principios constitucionales está profundamente arraigado el libre pensamiento, como consecuencia de la propia génesis de la Francmasonería en el siglo dieciochesco, y como sustento moral de una sociedad democrática, de un ordenamiento social sustentado en la libertad.

El librepensamiento es una disposición que tiene como propósito crear las condiciones para el ejercicio eficaz de la libertad de conciencia en la realidad social, y para evitar que determinadas verdades establezcan condiciones de hegemonía, coartando de ese modo toda posibilidad de imponer una sola comprensión sobre los procesos que toda sociedad debe enfrentar y que pudieran condicionar la realización humana.

 Las sociedades modernas tienden a ser afectadas por pretensiones de imponer una sola verdad, y con ello ponen en riesgo la libertad y los propios basamentos de la democracia. La doctrina de librepensamiento propende a generar conciencia sobre aspectos que requieren ser vindicados y exaltados a partir del ejercicio de la libertad.

La búsqueda de una sociedad libre en Chile comenzó con el propio proceso de emancipación de la Corona Española. Lo hace ligado a las ideas que promovía la Ilustración del Siglo de las Luces. El término librepensamiento, concebido por la Ilustración, define una actitud filosófica consistente en rechazar todo dogmatismo, de cualquier clase, e invita a confiar en la razón para distinguir lo verdadero de lo falso en un clima de tolerancia. Esa razón deviene esencialmente de construir consensos sobre aspectos esencialmente lógicos, que todos compartimos con un propósito de bien general.

Esa búsqueda está presente en los que protagonizan la determinación independentista de Chile, a inicios del siglo 19. Por eso, al asistir a este acto de valoración del libre pensamiento, no podemos prescindir de la primera figura en promover la libertad de pensar en el sur de Chile y luego en las primeras instituciones republicanas, al inicio de la determinación emancipadora - don Juan Martínez de Rozas -, refulgente figura de la primera época del deseo independentista de los criollos chilenos.

Juan Martínez de Rozas, revestido del título de abogado y con el grado de doctor en cánones y leyes, vino por primera vez a Concepción en el año 1787, como asesor letrado del intendente Ambrosio O’Higgins.

Sus inquietudes intelectuales le habían llevado a interiorizarse de las ideas de los filósofos franceses de la Ilustración, cuyas ideas ayudó a difundir. Cuando, en 1814, se recogieron acusaciones en su contra, vinculándolo a la causa patriota americana, un grupo de religiosos le denunciaría, diciendo:

“Es notorio que, para la seducción, perdición y ruina de la ciudad de Concepción, contribuyó mucho la doctrina impía del Dr. Rozas a una partida de jóvenes de distinción de aquella ciudad, que se juntaba en su casa con el objeto de instruirse y esparcir aquella semilla entre amigos y compañeros”.

Entre aquellos jóvenes que escuchaban con interés las palabras de Martínez de Rozas, se encontraba el Querido Hermano Bernardo O’Higgins, considerado con justicia el Padre de la Patria.

     En 1808, encontraremos a Juan Martínez de Rozas como secretario del gobernador español Francisco García Carrasco, influyendo en el gobernador para que nombrase a una docena de regidores auxiliares en el cabildo de Santiago, hombres de ideas avanzadas, que más tarde fueron fundamentales cuando emergió el primer brote de República: la Patria Vieja.

          A Martínez de Rozas cupo el honor de obtener que el cabildo de Concepción reconociese a la Junta de Gobierno que se instaló en Santiago, en 1810, asumiendo, luego, el papel de vocal de la citada Junta.

          Su biógrafo Diego Barros Arana caracterizó a Juan Martínez de Rozas diciendo:

Rozas fue […] el jefe único y absoluto de la política; perspicaz refinado, pensador profundo, proyectista sistemático, revolucionario emprendedor; él había conseguido hacerse superior a la revolución y dirigirla con energía y firmeza. Con un dominio absoluto de sus pasiones, Rozas sabía amoldar su carácter a las circunstancias difíciles, sin perder nada de su tenacidad. Audaz para concebir, valiente en la ejecución, había podido captarse el apoyo de una gran parte de la sociedad y encabezar un partido influyente y numeroso”.

Sus sueños libertarios le llevaban a imaginar un congreso general que agrupase en confederación a las provincias hispanoamericanas, ideario que fue compartido por otros próceres independentistas, pero que no pudo llevarse a la práctica.  

    Cuando las circunstancias enfrentaron a las provincias de Santiago y Concepción, los tratados de 1812, propuestos a iniciativa de Juan Martínez de Rozas por la Junta Provincial de Concepción, y aceptados por el plenipotenciario de Santiago, Bernardo O’Higgins, buscaron que se fijasen bases liberales para la nueva Constitución que se daría a Chile, territorio que gozaría de cierta independencia ante la Corona y que tendría una organización gubernamental que tendiese al progreso y a la civilización.

          Otro de sus biógrafos resumió la obra que inmortalizó a Juan Martínez de Rozas, cuando dijo:

          “El fue el primero que, en aquel pueblo histórico de Chile, dio el grito de independencia. Él fue, también, el primero que preparó a la juventud penquista para la vida republicana e independiente, y les indicó, con su gesto, con su ademán y sus acciones, el derrotero por donde se camina a la gloria y la libertad. Él fue, en fin, quien, con una elocuencia sin ejemplo, enseñó aquellas doctrinas que debían necesariamente asestarle un golpe de muerte al gran edificio social y político que el gobierno español había levantado en el mundo de Colón”.

La lectura de los pensadores franceses ilustrados había dado a Juan Martínez de Rozas un bagaje cultural tan importante, que su mente se abrió a la comprensión de nuevas concepciones del hombre y de los sistemas de gobierno que, ajenos a las monarquías, ofrecían nuevos caminos para alcanzar la felicidad ya no de los súbditos, sino que de seres humanos libres y dignos.

    Tal como él, otras personas bebieron de esas fuentes filosóficas y paulatinamente nuestro país estableció un régimen de libertades, prohibiendo la esclavitud, permitiendo la circulación de impresos y asegurando la libre discusión de las ideas.

          De a poco, Chile iba generando las condiciones para que se desarrollara el librepensamiento, el método que invita a la búsqueda de la verdad, a través de la reflexión racional y la experiencia.

          Ciertamente no fue fácil, pues para ejercer la libertad de pensar es necesario abandonar prejuicios y dogmas, muchas veces arraigados en nuestras mentes desde la infancia, que nos impulsan a tener por verdades ciertas afirmaciones que no tienen otro asidero que la tradición de un credo.

          El éxito del aquel pensamiento ilustrado, permitió que, con el paso de más de un siglo, la libertad de pensamiento quedara consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1848, al señalar: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.

Dicha definición, será complementada años después, en el ámbito americano, al proclamarse la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, que en su Artículo 13, inciso primero expresa:

Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento y de expresión. Este derecho comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o artística, o por cualquier otro procedimiento de su elección.

Ciertamente, para precursores que soñaron con el imperio de la libertad en nuestro continente – como es el caso de Juan Martínez de Rozas –, aquello viene a ser el mejor de los homenajes.

          Sin embargo, la Humanidad ha avanzado aun más significativamente, puesto que, incluso la Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas, hoy expresa:El niño tendrá derecho a la libertad de expresión; ese derecho incluirá la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de todo tipo, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o impresas, en forma artística o por cualquier otro medio elegido por el niño”.

          Como hemos dicho, el librepensamiento privilegia el uso de la razón para desentrañar los misterios de la vida y de la naturaleza; y se caracteriza por no imponer verdades absolutas que no puedan ser revisadas. Por el contrario, propicia el estudio permanente y la constante revisión de las explicaciones que se tienen por verdaderas, aplicando a ellas métodos que permitan el avance progresivo del conocimiento.

          Gracias al librepensamiento, la Humanidad ha podido desentenderse de interpretaciones dogmáticas, permitiendo que la mente humana se abra a nuevas explicaciones para entender los fenómenos naturales.

          Las bondades de esta forma de entender la construcción de ese ethos son innegables y prueba fehaciente de ello son los adelantos científicos y tecnológicos de que somos testigos día a día.

Pero, bien sabemos, que, como la democracia, la libertad de pensamiento es frágil, y las reversiones pueden ocurrir en cualquier proceso político, a partir de establecer verdades oficiales o verdades hegemónicas.

El librepensador francés Jean Rostand, en 1969, denunciaba que era atentatorio a la libertad de pensamiento la existencia de verdades oficiales propagadas por los medios de comunicación cuya propiedad pertenecía al Estado y la manipulación de las conciencias que podían hacer otros sectores, cuando los medios estaban en manos de un partido, de una secta o de un grupo. Enfrentado a un monopolio en las comunicaciones, “todo el clima político e intelectual del país estará deplorablemente viciado”, afirmaba Rostand.

Para la institución que represento en este homenaje al primer promotor de la conciencia libre de la República, existen formas múltiples de imponer muros a la libertad de pensamiento, y están en las cotidianidades de la democracia. Aquello puede estar radicado en una opción política o en una alternativa religiosa, en una conducta social o en cualquier manifestación de fuerza.

Por eso es que nos hemos propuesto, que, en distintos lugares de concentración de presencia masónica, podamos realizar un Día del Libre Pensamiento, para poner fuerza en que no solo se trata de un Derecho Humano, sino también de un ethos que hace posible la democracia y la libertad.       

       Por lo anterior, en esta jornada en que celebramos el Día del Librepensamiento en esta ciudad de profunda tradición laica, no podemos dejar de destacar los desafíos que nos plantean a los librepensadores la sociedad tecnológica y global en que nos hallamos inmersos.

Si antes el enemigo de la libertad fue predominantemente el pensamiento dogmático religioso, hoy lo es la falta de rigor con que un usuario desprevenido y sin rigor analítico acepta y difunde las noticias falsas, muchas de ellas elaboradas para conducir nuestras conciencias hacia determinadas ideologías, para desacreditar a la ciencia o, simplemente, como diversión perversa de ociosos o malintencionados.

Es por esta razón que hoy la celebración del Día del Librepensamiento, que en nuestra Orden hemos estado promoviendo, reviste especial interés, pues es una oportunidad para que, en defensa de la dignidad humana, levantemos una voz de alerta frente a la ofensiva de tendencias o grupos de interés que buscan sojuzgar las conciencias con bajo nivel de ilustración y llevarlas a un retroceso de las libertades, convirtiendo a las personas en seres manipulables, irreflexivos y fanáticos.

          Por esa razón, hoy quisimos congregarnos ante la egregia figura de Juan Martínez de Rozas, para convocar a las personas de bien a ejercer su derecho a pensar, a auscultar la realidad mediante el uso de la razón, para que sepamos identificar cuando la política se pone al servicio de un dogma, para prever los síntomas oscuros del fanatismo, para identificar cuando la falta de ilustración y de conocimiento científico se adueñan de los debates, cuando las creencias irracionales de cualquier tipo buscan hegemonizar, cuando la desinformación se transforma en la herramienta de los enemigos de la democracia.

          Nuestra democracia exige nuestra alerta, nuestra convivencia basada en fundamentos racionales nos lo demanda. Chile y la Humanidad, merecen nuestras más profundas convicciones.

 

La primera obra educacional de la república

 

Hace 210 años, en la entonces naciente República de Chile, se funda el Instituto Nacional, con el propósito formar ciudadanos para la patria: ciudadanos que adquirieran la capacidad de dirigirla, de defenderla, de adquirir conocimientos para las necesidades de la emancipación. Ello significó fusionar algunos de los órganos educacionales que prestaban servicios en la etapa colonial, a las familias más pudientes.

Ciertamente, el Instituto Nacional fue la primera obra educacional de la naciente república chilena, en un momento de grandes tensiones, pero representando siempre el impulso emancipador, que Camilo Henríquez impulsara a través de la Aurora de Chile, en sus «Bases para la creación del Instituto Nacional de Chile», en donde describió con lujo de detalles un proyecto con las cátedras, horarios y distintos pormenores para el funcionamiento del nuevo establecimiento.

Imposible, pues, entender la emergencia de un Instituto Nacional, en aquella década determinante para Chile, sin contextualizarlo en el proceso mismo de la emancipación, iniciado el 18 de septiembre de 1810, cuando Mateo de Toro y Zambrano especificara que el Cabildo convocado ese día tenía por objeto no la fidelidad al señor don Fernando VII, sino debatir los términos del autogobierno provisional de los chilenos, conceptos vertidos en la contestación del presidente al Regente de la Real Audiencia.

Así, al constituirse la Junta de Gobierno esta declaró taxativamente en su acta de instalación, que “la soberanía recaía en el pueblo, para que acordase el gobierno más digno de su confianza y más a propósito a la observancia de las leyes”.

Por esos días circularía el Catecismo político-cristiano, documento anónimo que validaba la república, que ponía en las antípodas a la monarquía con la república, que afirmaba que “en las repúblicas el pueblo es el soberano, el pueblo es el Rey”.

El documento pone acento en la necesidad de ilustración de la juventud, afirmando que “es una de las bases más esenciales de la sociedad humana; sin ella los pueblos son bárbaros y esclavos, y cargan eternamente el duro yugo de la servidumbre”.

El Catecismo de los patriotas, escrito por Camilo Henríquez, y publicado en 1813 en El Monitor Araucano, eleva la instrucción como una necesidad común: “La sociedad debe favorecer con todas sus fuerzas los progresos de la razón pública, y poner la instrucción al alcance de todos los ciudadanos”.

No era, pues, posible de concebir una idea de república y emancipación, sin desarrollar un proyecto de instrucción. Así, la fundación del Instituto Nacional no era sino una afirmación de educar a los jóvenes del país, en el propósito republicano. Así lo señala Camilo Henríquez en las ya citadas Bases para la creación del Instituto Nacional de Chile, al señalar: “El primer cuidado de los Legisladores ha de ser la educación de la juventud, sin la cual no florecen los Estados. La educación debe acomodarse à la naturaleza del gobierno, y al espíritu, y necesidades de la república”.

Luego de la derrota de los patriotas en Rancagua, las autoridades realistas lo clausuraron, dado el simbolismo emancipacionista que representaba. Sin embargo, apenas las tropas patriotas recuperaran el control de Santiago, en 1818, el Instituto Nacional volvió a representar la voluntad de entregar educación intelectual y militar a los jóvenes, sin importar su origen social ni la condición económica que tuvieran.

Progresivamente se institucionalizó, para ser un faro en la formación de las élites ilustradas de nuestro país, siempre respondiendo al propósito de acoger en sus aulas a quienes debían representar el fundamento republicano.

El conmemorar un año más de la fundación del Instituto Nacional en este Gran Templo de la Gran Logia de Chile, representa para nuestra Orden la confluencia de dos instituciones arraigadas en las raíces profundas de nuestra Patria, inscritas genéticamente en la República y perennes baluartes activos de los valores de la libertad, igualdad y progreso de nuestra Nación.

Las coincidencias entre ambas se conjugan también en cientos de biografías de miembros de nuestra Orden que pasaron por las aulas del Instituto Nacional, que no sólo estudiaron silentes y concentrados bajo las techumbres de la educación pública más profunda, sino que llevaron la luz del conocimiento y el saber a distintos quehaceres de nuestra realidad nacional.

Sin embargo, el conmemorar la fundación del Instituto Nacional no se agota en su pasado pleno de biografías de grandes personajes de la República, de sus instituciones, de su cultura; no se agota en los 18 presidentes de la República que cursaron o impartieron cursos en este establecimiento educacional; sino que también nos lleva por los pasillos más profundos de las diversas pulsaciones del desarrollo de nuestra joven República, dado que, podemos afirmar que ambas fueron recíprocamente reflejas una de la otra.

Así podría afirmarse que, tanto el Instituto Nacional como nuestra República, circularon desde su origen en los distintos ámbitos de debates y liderazgos que contiene la historia patria, no sólo de naturaleza política sino también cultural.

Desde esta perspectiva el mismo Instituto Nacional, aún en la actualidad, es una síntesis de las contradicciones que hemos vivido como Patria, donde los esfuerzos uniformadores propios del republicanismo más puro, se topa con las energías de sus miembros que pujan por nuevas miradas, nuevas estéticas y futuros inexplorados.

El Instituto Nacional es tanto un trozo de pasado plasmado en libros de hojas añosas, como también, una representación de la infrahistoria nacional ajenas al relato oficial, aquella que corre por las venas ocultas del cambio y rebeldía social, donde uno de sus íconos más admirados fue Francisco Bilbao, este preclaro y lúcido joven que fue expulsado de las aulas institutanas y se aventuró a una vida llena de inseguridades materiales y profundas convicciones éticas y filosóficas.

Como él, miles de jóvenes vivieron el despertar intelectual, así como, el asentamiento de convicciones que los comprometieron hasta la inmolación simbólica máxima en el ara de la República laica, libre e igualitaria.

En este devenir de más de dos siglos de historia, estas contradicciones culturales conservadoras y progresistas, se mezclaban con la pluralidad social y cultural de sus estudiantes, lo que terminó formando un mosaico único y rico de nuestro ser nacional y forjó la identidad del Instituto Nacional.

Es así como, el respeto más allá de las materialidades, la valoración de la formación intelectual, la riqueza argumentativa y estímulo al saber más allá de lo formal, fueron la sustancia que enriqueció a decenas de generaciones de alumnos y que, a su vez, fueron formadores de las generaciones venideras hasta la actualidad.

Por ello, no debe extrañar que las generaciones del presente le plantearon un desafío transformador a la composición subjetiva de esta institución educacional y formadora, esto es, abandonar el sello de la uniformidad segregacionista de género y abrir las aulas a las jóvenes mujeres que, con pleno derecho y disposición, han pasado a formar parte de una pléyade de historias personales que escribirán los próximos registros de la historia institutana.

No cabe duda alguna que la llegada de esta savia nueva representa una esperanza de reconstrucción cultural, académico y humana, que ha sido golpeada las últimas décadas por decisiones de políticas educacionales contrarias al legado de instituciones educacionales señeras en nuestro relato nacional republicano.

Hacemos votos, estimada Rectora, que este período de calma relativa con la que Ud. ha sido recibida continúe por el tiempo necesario para ejecutar un plan de reconstrucción de este liceo emblemático y que permita a su vez renovar los votos de compromiso por una educación pública de calidad, parafraseado al arquitecto del Instituto Nacional, fray Camilo Henríquez, en sus palabras puestas en nuestro presente: “El gran fin del Instituto es dar a la Patria ciudadanos y ciudadanas que la defiendan, la dirijan, la hagan florecer y le den honor".

Hacemos votos, ilustre ciudadano Ricardo Lagos, para que Ud. no tenga el honor de ser el último Presidente de la República, surgido de las aulas de tan relevante tradición educacional, sino que su cualidad institutana sea un ejemplo para que los hijos del esfuerzo y del anhelo de superación de muchas familias de una proveniencia social diversa, emerjan de sus salas, pasillos y patios para construir la historia del futuro de la República.

Estimada audiencia de esta jornada:

El proyecto del Instituto Nacional ha sido cumplido a través de generaciones, aportando ilustración y preparación de liderazgos, que han sido fundamentales para conducir los destinos de nuestra Nación. También ha sido una herramienta formidable que ha representado el espíritu de la República, para hacer tangibles la libertad, la igualdad y la movilidad social.

Hacemos votos para que, más allá de las crisis propias de las historicidades, y con el apoyo de un Estado - que debe agradecer y engrandecer su aporte histórico y su trascendencia esencial para la República -, el Instituto Nacional General José Miguel Carrera siga cumpliendo su misión superior tan necesaria para el Chile y su futuro.

 

miércoles, 1 de mayo de 2024

Una historia distintiva: la Logia Humboldt de Osorno


El sábado recién pasado, en la ciudad de Osorno, tuvo lugar el aniversario de la Logia Humboldt N°114, recordando el 15 de junio de 1963, cuando se levantaron sus columnas para gloria del Gran Arquitecto del Universo y a los más altos principios de la Francmasonería Universal.

Su origen se encuentra en la determinación fraternal de las Logias de Osorno de la época – Evolución y Reflexión – de crear un espacio de reconocimiento a los muchos masones de origen alemán, que habían contribuido de manera determinante al desarrollo de la Masonería entre Valdivia y Puerto Montt.

La Logia Humboldt comienza y desarrolla su obra constructora en una tradición de alcurnia masónica, bajo la impronta de un Rito que representa una magnífica tradición, en la sencillez de sus rituales, y en la profundidad iniciática que entrega la adhesión más acendrada en los orígenes masónicos.

No se originó esta Logia en la historicidad de sus tres hermanas en el Rito de Schröeder. En efecto, las Logias Drei Ringer de Santiago, Lessing de Viña del Mar y Goethe de Concepción, fueron fundadas bajo la dependencia de la Masonería alemana en el siglo 19. Ellas recibieron la Luz de la Masonería Alemana, cuando el nacismo obligó a cerrar los templos masónicos y persiguió a los masones de ese país.

Cuidada la Luz de la Masonería Alemana bajo la protección de la Gran Logia de Chile, cuando nuevamente volvieron la Logias al territorio alemán, la Gran Logia de Alemania aconsejó a esas tres Logias acogerse a la obediencia de la Gran Logia de Chile, como reconocimiento a su fraternal hospitalidad.

Así, esas tres Logias pasaron a ser parte de la Gran Logia de Chile, recibiendo sus números de matrícula actualmente vigentes.

Sin vinculación con esos hechos, la Logia Humboldt tiene su origen en un proceso de reconocimiento a las tradiciones alemanas del sur de Chile, aún vivas del periodo de colonización, recogiendo los relictos de la cultura alemana. Así, concurren a su fundación masones con apellidos que evocaban la colonización alemana del siglo 19: Fuchslocher, Hott, Keim, Neumann, Schoenherr, Kyling, Morawitz, Koch, etc.

Transcurridos sesenta años de labor masónica incontestable, la Logia Humboldt sigue expresando de manera viva sus orígenes, cumpliendo la tarea que diseñaron sus fundadores, acrecentando las páginas de la Gran Logia de Chile, plenas de diversidad y de un trabajo permanente para trabajar siempre por una Humanidad mejor.

 

Elogio al Querido Hermano Rodrigo Pica en sus exequias

 

Vengo a esta última despedida al Querido Hermano Rodrigo Pica, a expresar a nombre de la Gran Logia de Chile, órgano superior de la Masonería chilena que está unida indisolublemente al desarrollo de la República, nuestro profundo pesar y consternación ante la repentina partida de un miembro de la Orden, que encarnó en su actuar público las mejores virtudes masónicas.

No era Rodrigo Pica un veterano del proceso de la Iniciación, sino un actor vivo de la esperanza y el futuro. Pero en sus años de Aprendiz, Compañero y Maestro, fue capaz de aquilatar las enseñanzas del proceso de la Iniciación, para encarnar en su forma de actuar aquello que recibió del convivir logial, como una responsabilidad que había que cumplir en la cotidianidad de la vida y del actuar civil.

Tal vez estaba en su naturaleza y en su temperamento, y la Masonería solo le permitió patentizarlo. Tal vez en la Orden encontró los estímulos para reafirmar sus convicciones y su carácter de hombre de bien.

Lo cierto es que adhirió a nuestra Orden con fidelidad a sus principios y doctrinas morales, que el masón debe poner en práctica en la civitas y sus espacios de convivencia y de realización de lo humano. Al hacerlo, pronto se transformó en un modelo de hombre público, que, ante su repentina partida, los sentimientos y reflexiones de muchos han aflorado para llenarlo de elogio y reconocimiento.

Conocí personalmente al Querido Hermano Rodrigo Pica cuando ya era un Maestro Masón, y su fama de hombre culto, tolerante, dialogante, librepensador y exponente del Derecho republicano, estaba asentado en distintos espacios.

Mi recuerdo de su trascendencia humana siempre me lo presentará con su sonrisa y su forma respetuosa de aproximarse a cualquier interlocutor, incluso del más airado. Sus palabras en todo momento de relevancia, incluso en los más modestos, siempre abundaban con vocablos que él resaltaba: Justicia, Derecho, solidaridad, responsabilidad social, libertad, respeto, tolerancia, pluralismo, equidad,

En su comprensión estaba siempre la idea de que, en cualquier sociedad, la condición humana solo llega a realizarse en la vivencia misma en la sociedad, en el ejercicio de la razón, donde lo argumentativo es la base de toda construcción racional. La idea aristotélica de que para ser un buen ser humano es necesario ser un buen ciudadano, recurrió en una de las conversaciones que pudimos tener, producto de los tiempos que hemos vivido como República en el último lustro.

Cuando nos reunimos a conversar sobre los desafíos de Chile, luego de emparar el pan en aceite de oliva que vaciaba sobre el platillo, mientras esperábamos el servicio del menú, comenzaba una reflexión siempre seductora en torno a las ideas que jugueteaban en su mente, y que adornaba con la elegante expresión de sus convicciones.

"Gran Maestro, estoy a su disposición", me decía, cuando lo convocaba para conocer sus ideas sobre los debates de nuestro atribulado Chile. ¿Cómo ayudar a que primara el diálogo? ¿Cómo inspirar debates sobre lo realmente relevante, desterrando el ambiente de guerrillas o montoneras? La respuesta de Rodrigo era simple: aceptando nuestra diversidad, imponiendo tolerancia, poniendo en valor lo fundamental de la República.

A mediados de 2021 le pedí que fuera parte de una Comisión Asesora que fuera capaz de reunir ideas para aportar a los debates que se producirían dentro de la Convención Constitucional, en el primer intento de tener una nueva Constitución para la República. Ideas que no tenían un propósito político partidista, sino que fueran capaces de definir los fundamentos y principios que debían inspirar el nuevo texto constitucional.

Ciertamente dejó en claro que nada podía aportar desde su condición de Ministro del Tribunal Constitucional, pero que estaba disponible para aportar desde sus convicciones del Derecho y de la Justicia.

Trabajó con gran entusiasmo colaborando en un trabajo de realización vespertina, que un grupo de grandes e ilustrados masones, que se tradujeron en un conjunto de documentos que hicimos llegar a los órganos pertinentes de la Convención Constitucional.

Previamente, en el verano de 2021, a través del canal de YouTube de la Gran Logia, realizamos diversos debates públicos telemáticos, bajo la denominación de Debates en Occidente, para aportar ideas sobre lo que parecían los temas más complejos a discutir. Fue la única vez que permitió entregar su opinión como Ministro del Tribunal Constitucional. Era un debate en que participó también la Ministra de la Corte Suprema Ángela Vivanco, y donde el tema central fue “Justicia, Tribunal y Primacía Constitucional”.

Su argumentación erudita y reflexiva nos deja

El control de la constitucionalidad de la ley fue su preocupación en esa oportunidad, poniendo como argumento poderoso la experiencia de la Alemania con el advenimiento del nazismo, donde determinadas leyes, si hubiesen sido sometidas a un Tribunal Constitucional, habrían cambiado tal vez la historia humana, evitando una de las peores tragedias de la Humanidad.

Hace algunas semanas nos reunimos a almorzar y a conversar sobre el nuevo proceso constitucional. Llegó con su sonrisa acostumbrada, vació aceite de oliva en el platillo y empapó el pan, y expuso tres ideas muy relevantes que creía que debían ser motivo de análisis, preponderantes para construir los fundamentos de una Nueva Constitución.

Son ideas que asombran por su sentido común dentro del constitucionalismo moderno y en el estudio comparado, pero que tal vez no haya madurez y sentido de futuro, para verlos plasmados en un nuevo texto constitucional, donde lo recurrente tiende a sedimentarse con mayor opción, cuando se desconocen los aportes de la diversidad bien argumentada.

Es una enorme pérdida fraternal esta partida, no solo para quien habla y para la Orden, sino también para la historia y el futuro de nuestro país. Ciertamente, es una perdida incalculable para su familia, para la que pedimos al Gran Arquitecto del Universo, que la cobije y le entregue consuelo ante lo irreparable.

Querido Hermano Rodrigo: tu recuerdo nos iluminará con tus ideas y tu calidad de masón, y tu sonrisa será la imagen que nos traerá a la memoria tus formas físicas. Te vas con nuestro elogio y nuestro cariño fraternal.

 


140° aniversario de la Respetable Logia Paz y Concordia N°13

 













Sean mis primeras palabras para expresar la enorme satisfacción de representar a la Gran Logia de Chile, en esta jornada en que hacemos un reconocimiento a la magnífica historia y el presente de la Logia Paz y Concordia N°13, madre de la Masonería en Concepción, al cumplir 140 años de existencia.

Quisiera, en primer lugar, recordar con cariño y agradecimiento, la labor comprometida de los hermanos fundadores de la Logia Paz y Concordia, cuya decisión y perseverancia permitió la instalación definitiva de esta Logia cuya acción bienhechora se proyectó, fecunda, no solo para bien de la comunidad de Concepción sino también del resto de la región.

Poniendo la historia en nuestro foco, nos preguntamos ¿qué fuerza, qué inspiración magnífica tenían aquellos hermanos que fueron capaces de hacer estas maravillas que hoy nos enorgullecen? ¿Qué sentimientos llenaban sus corazones para visualizar los problemas que vivía la provincia y para imaginar la hermosa realidad que fueron capaces de construir para bien de esta hermosa comunidad?

Y no podemos olvidar que su gesta emancipadora la iniciaron cuando había hostilidad hacia el librepensamiento, cuando las ideas libertarias eran consideradas, erróneamente, enemigas de la espiritualidad y de los sentimientos religiosos.

En este ambiente, no puede extrañar que el hermano que liderara el renacer de la Masonería penquista fuese Enrique Pastor López, el mismo que en 1856 había traído la luz masónica a estas tierras al fundar la pionera Logia Estrella del Sur. Pastor López fue un masón de personalidad admirable, de gran fortaleza y fuertes convicciones. No había vacilado en solicitar la nacionalidad chilena cuando nuestro país fue atacado por España, su patria de origen, en 1866. 

Siendo gobernador del departamento de Coelemu, en 1872, en un gesto de dignidad que le enaltece, renunció a su cargo, en protesta por la orden gubernamental que le obligó a devolver la administración del cementerio local a la iglesia, inspirado en la convicción laica que a nadie podía negársele sepultura argumentando ideas religiosas distintas.

A Enrique Pastor López le acompañaron, en 1883, hermanos que son recordados cada año en la Logia Paz y Concordia, pues la empresa que emprendieron - al crear este Taller masónico - es motivo de orgullo para todos nosotros y sus nombres resplandecen en la historia de Concepción.

 Por nombrar solo a uno, quisiera recordar al Querido Hermano Enrique Burke Hamilton, quien tuvo la responsabilidad de dirigir al nuevo taller en sus primeras semanas de existencia.

Este hermano de origen irlandés, se había desempeñado como cirujano al servicio de Chile, formando parte del Ejército de Operaciones de la Alta Frontera e investido, en 1863, del título de cirujano de la guarnición de Los Ángeles, encargado de la inspección de los hospitales de las plazas de Angol, Mulchén y Lebu. Por largos años residió en Los Ángeles, hasta que trasladó su domicilió a Concepción. Tenía 60 años cuando presidió la nueva Logia Paz y Concordia, misma época en que formaba parte del directorio de la Sociedad de Agricultura del Sur.

Hombres como ellos, comprometidos con la comunidad en que vivían y trabajando por el progreso de la Humanidad, eran también aquellos hermanos que concurrieron con sus luces y su esfuerzo a levantar las sólidas columnas del Taller cuyos 140 años de existencia celebramos.

Para la Masonería, el ejercicio de la caridad es la mejor escuela para formar personas bondadosas, interesadas en su prójimo y convencidas de que el amor que se prodiga a otros se convierte en atmósfera de buenos sentimientos que va contagiando a los demás con amor fraternal.

Así lo entendieron, también, los hermanos fundadores, como bien lo recordaba esta Logia, en 2018, señalando que, a poco de fundarse, Paz y Concordia creó talleres para mujeres, ayudó a familias desamparadas, colaboró con la Escuela Hogar de Concepción, brindó ayuda a las viudas del personal naval fallecido en actos de servicio, proporcionó apoyo a personas privadas de visión, ayudó a los enfermos del Hospital San Juan de Dios y contribuyó a los policlínicos para pobres. Hizo campaña para erradicar los malsanos conventillos y organizó colonias escolares, además de desarrollar programas de higiene y salubridad en colegios y sociedades de obreros, cuando la epidemia de cólera llegó a Concepción, en 1895.

Así entendían la Masonería. Eran mente y corazón, pensamiento y acción generosa, que se volcaba a la comunidad para ir en ayuda de los estratos sociales más abandonados y necesitados del gesto filantrópico de los masones.

Pero nuestros hermanos iban más allá y, apenas transcurrido un año de la fundación del Taller, varios de ellos participaron en la creación de la Sociedad Liceo de Niñas de Concepción, interesados en darle acceso a la mujer a una educación secundaria que le proporcionase una formación laica, capaz de hacerla comprender la naturaleza y su realidad.

Desde 1877, cuando se promulgó el decreto Amunátegui que reconoció el derecho de las mujeres a rendir exámenes para optar a carreras universitarias, los masones comprendieron que podrían colaborar en esta obra de justicia apoyando el establecimiento de liceos como el que se fundó en Concepción en 1884, así como lo habían hecho los hermanos de Copiapó y Valparaíso unos años antes.

Podemos pensar que este proyecto de la Logia Paz y Concordia, contó con el empuje entusiasta del Querido Hermano Abilio Arancibia Paz, quien se había desempeñado como profesor en el Liceo de Copiapó, rector del Liceo de Concepción entre 1881 y 1888 y uno de los fundadores de  la Logia, que también tuvo el derecho a ser su Venerable Maestro.

La preocupación de los hermanos de la Logia Paz y Concordia por la educación se hizo presente, nuevamente, en 1901, cuando desde el Taller surgió la idea de impulsar la educación primaria obligatoria, esfuerzo que, como sabemos, solo se haría realidad por ley de la república promulgada casi veinte años más tarde.

Y no solo había una preocupación por la emancipación de las inteligencias de los niños en edad escolar. También hubo una activa participación logial en la ayuda económica que pudieran necesitar, lo que se convirtió en acción al ser creada la Sociedad Protectora de la Infancia. 

Avanzando las primeras décadas del siglo 20, la Logia Paz y Concordia abrazó como propia la idea de crear una universidad para Concepción.

En la vicepresidencia del Comité Pro Universidad y Hospital Clínico, en marzo de 1917, se ubicó el Querido Hermano Virginio Gómez González, iniciado en este Taller en 1901, quien, por ese entonces, siendo director del Hospital de Concepción, se convirtió en el principal promotor del proyecto. 

Y recordemos que cuando los hermanos de ese entonces bregaban por tener una universidad en la ciudad, anhelaban una casa de estudios superiores que estuviese comprometida con el desarrollo de la provincia, pues solo así se lograría contar con una institución que fuese un medio que prodigara generoso impulso al desarrollo de la región y de todo el sur de Chile.

El sueño se hizo realidad y hoy día la Masonería penquista puede enorgullecerse de haber trabajado con generosidad para hacer realidad el sueño inicial que permite contar hoy día con la más que centenaria Universidad de Concepción, de tanto prestigio nacional e internacional.

Finalmente, quisiera recordar que en 1954 surgió en esta Logia la idea que dio origen a la actual Corporación Educacional Masónica de Concepción.

Si ninguna otra obra hubiese hecho la Logia Paz y Concordia a lo largo de su existencia, la creación de esta corporación, en la que actualmente participa unida la Masonería jurisdiccional, sería suficiente para reconocer su aporte significativo a la comunidad.

Este proyecto es un ejemplo digno de imitar. La Masonería de Concepción ha sabido impulsar un proyecto educativo con énfasis en la formación integral de sus alumnos, inspirados en el laicismo, que respeta todas las creencias, pero sin imponer ninguna.

Gracias al proyecto educacional de la COEMCO, a la idea visionaria que propusiera hace casi 70 años el Querido Hermano Idelfonso Garretón Unda y al apoyo que, de inmediato, brindó la Logia Paz y Concordia, Concepción y sus comunas vecinas pueden expresar su satisfacción de contar con establecimientos educacionales que promueven los valores humanistas, la excelencia de sus proyectos educativos y la libertad de espíritu.

El trabajo desarrollado por estos hermanos, en estos 140 años de actividad logial, constituye un ejemplo para la Masonería chilena.

Concluyo mis palabras, comentando al distinguido auditorio que me escucha, que la Masonería no tiene otro propósito que formar buenas personas y mejores ciudadanos.

Nuestro quehacer se funda en aportar a la felicidad de los seres humanos, fomentando la paz y la resolución de los conflictos mediante el diálogo. Difundimos la tolerancia, como único instrumento que permite la conversación respetuosa y el desarrollo de las capacidades para entender y justipreciar las ideas ajenas.

Estimulamos la caridad, no con la idea de la de limosna, sino con la intención clara de considerar al postergado o al descaminado, como un legítimo otro que merece nuestro apoyo y solidaridad para que se levante y exalte su dignidad humana.

Consideramos la libertad de conciencia y el derecho a la libertad de pensamiento como la base de toda autonomía personal y autodeterminación individual. Convocamos a la fraternidad humana, como la base de todas las virtudes que hacen posible el reconocernos como parte de la misma aventura de la vida.

Esa labor docente, formativa, perseverante, es la que caracteriza la labor de una Logia masónica, y es la que está presente en el relato permanente de la Logia que homenajeamos, que quiso poner la paz y la concordia como un propósito moral entre los hombres de bien.

Para quien habla en representación de la Gran Logia de Chile es motivo de honda satisfacción apreciar el reconocimiento que la madre de la Masonería penquista ha conquistado en estos 140 años, motivo por el cual extiendo mis felicitaciones a cada uno de sus integrantes.


Homenaje a Heriberto Pérez

 

Para quien habla, quien encabeza la Gran Logia de Chile, organización ética de alcance nacional, que reúne a masones congregados desde Arica a Punta Arenas, quienes trabajan en logia para ser buenas personas, buenos ciudadanos, esforzándose para poner el sello de la virtud en sus conductas y actitudes, esta ceremonia tiene dos causas para dejarnos plenos de orgullo y sencilla comprobación de haber contribuido a plasmar en dos hombres la manifestación tangible de nuestros altos propósitos humanitarios.

Digo dos, porque no puedo pasar por alto, el que este Hospital público, que presta asistencia de salud a miles de viñamarinos y pacientes de la provincia, lleve el nombre de un masón que dejó una profunda huella a través de su quehacer sanitario, de su comprensión ética medica y su compromiso con la Humanidad: Gustavo Fricke Schenke.

Iniciado en la Logia Progreso N°4, de Valparaíso, en 1923, allí obtuvo sus tres Grados Simbólicos. Luego, se afilió a una logia viñamarina, Abnegación N°48.

En la Asamblea que la Gran Logia de Chile celebrada en septiembre de 1936, dedicada a estudiar lo que se dio en llamar “El problema del niño”, el QH Fricke expuso sobre “El problema del niño bajo el punto de vista político-económico y social”, en el que solicitó la presencia del Estado para coordinar las muchas gestiones que hacía la iniciativa privada al respecto.

Ejerció como Delegado Regional del Gran Maestro para la entonces provincia de Valparaíso, y desempeñó la función de Consejero de la Gran Logia por seis años. Paralelamente fue activo integrante de la Asociación Médica Masónica de Chile (AMEMACH).

Como médico se destacó por su desempeño en la salud pública, en el Hospital Pediátrico San Borja y en el Hospital Arriarán, en Santiago. En Valparaíso, en el Hospital materno-infantil “San Agustín”, posteriormente llamado “Enrique Deformes”, y en el Hospital de Niños y Cunas, de Viña del Mar. 

En 1933, el QH Gustavo Fricke se hizo cargo del Hospital de Viña del Mar, logrando que, en 1940, se aprobara la construcción de un edificio nuevo que reemplazase las precarias instalaciones en que funcionaba hasta entonces. Solo 14 años más tarde se inauguró la nueva infraestructura, que estuvo bajo su dirección hasta 1958, año en que asumió como Director General del Servicio Nacional de Salud, puesto en el que permaneció hasta 1963. 

En el Hospital que merecidamente lleva su nombre, un nuevo motivo de orgullo para nuestra Orden, es venir a rendir homenaje merecido, a una personalidad de la salud pública de esta ciudad y del país. Me refiero al querido Hermano Heriberto Pérez Alarcón.

Fue iniciado en la Logia Amanecer N°71, del valle de Valparaíso, el 23 de noviembre de 1990, misma logia en que obtuvo los tres grados simbólicos. En 2005 se afilió a la Logia Valparaíso N°202, de Valparaíso, donde fue Miembro del Tribunal, Primer Vigilante, es decir instructor masón; y su Venerable Maestro (es decir, presidente de su logia).

Nacido en Talcahuano, obtuvo su título de Médico Cirujano en la sede porteña de la Universidad de Chile, actual Universidad de Valparaíso.

En 1986 y tras el accidente ferroviario de Queronque, Limache, que provocó medio centenar de víctimas, nuestro Hermano Heriberto comprendió la necesidad de contar con un equipo especializado de atención prehospitalaria, que atendiera en terreno a las personas que resultaran lesionadas, considerando que muchas de esas víctimas fallecieron por no tener una atención prehospitalaria.

Sabemos que ello fue una fuerte motivación para llevarlo a recorrer Inglaterra y Francia, a fin de conocer los modelos de atención médica prehospitalaria de ambos países. Fue en la tierra de León Binet, de Charles Le Roy, de Jean Riolan, de Jean Pecquet, donde encontró el modelo en el que se basaría la conformación de la primera experiencia de atención móvil prehospitalaria.

Ello le dio el conocimiento para crear en 1993, el “Servicio de Ayuda Médica Urgente”, SAMU, en Viña del Mar, el primero que se fundó en Chile, siendo un servicio de salud modelar que ha sido instalado en el resto del país y que se ha sido emulado en varios países del continente, tales como Brasil, Colombia y Bolivia, plasmando un relato enaltecedor para la salud pública chilena, aquel que informa que la primera ambulancia del SAMU del Servicio de Salud Viña del Mar Quillota, salió a cumplir su labor de asistencia de salud, tripulada por el primer equipo prehospitalario medicalizado en Chile, constituido por un médico interventor, un conductor, un enfermero y un técnico paramédico, que luego se ha expresado en la inclusión significativa de profesionales mujeres.

Para esa atención en terreno, el doctor Heriberto Pérez dispuso ambulancias identificadas con colores y distintivos especiales, a bordo de las cuales se traslada una unidad médica, con equipamiento y fármacos, convertida en una unidad de cuidados intensivos.

Todos sabemos que los SAMU, es decir, el “Servicio de Ayuda Médica Urgente” se encuentra implementado en casi todos los centros urbanos relevantes del país. Hay distintos estudios que se han hecho sobre su importancia, y distintos servicios lucen en sus espacios web los relatos de fundación de los SAMU locales, y se menciona siempre a que todo partió en Viña del Mar, pero no se menciona a quien desempeño la condición de artífice. Esa ausencia de mención, hace más que necesaria esta ceremonia.

Por ello, consideramos de alta trascendencia este reconocimiento al Dr. Heriberto Pérez, que se hace a un médico de la salud pública, vocación no solo profesional sino también moral, ya que cuando el compromiso con los objetivos de sanar y reducir el dolor y la angustia de los pacientes, se hace desde el hospital o el servicio público, bien sabemos que se trata de un esfuerzo  y una profunda convicción, que requiere muchos esfuerzos, que son muy distintos en medios y retribuciones a lo que ocurre en una clínica donde el objetivo es dar calidad según la capacidad de pago. No lo menciono este como reproche sino como un dato de interés, para entender la abnegación y el compromiso moral con el ejercicio de una profesión que debe servir a todos.

¿Qué hace a un ser humano trascender sino en sus obras de bien, realizadas con inspiración, con lealtad con sus convicciones?

Heriberto Pérez ha trascendido y será siempre un referente, y su obra será leyenda, como lo es Gustavo Fricke. Cada uno en su tiempo y condiciones que determinan el actuar.

Para los masones, la leyenda es fundamental para determinar prototipos morales y conductuales, que permitan ser emulados. Por esa razón venimos a reconocer a nuestro Querido Hermano Heriberto y a condecorarlo frente a tan distinguidas autoridades de la salud pública chilena.


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