Concurrimos este día a poner en
valor la Libertad de Pensamiento, derecho humano que tiene para los miembros de
nuestra Orden Masónica, un carácter de éthos fundamental para construir
una sociedad libre y democrática.
La Masonería se define como una
escuela de moral, que promueve una docencia hacia la sociedad, a partir del
ejemplo y el uso de arquetipos que constituyen modelos sobre los cuales
cimentar las ideas que quiere comunicar a la conciencia ilustrada de las
personas que forman parte de nuestra sociedad, y que colaboran en el permanente
esfuerzo de progreso moral y material.
En nuestros principios
constitucionales está profundamente arraigado el libre pensamiento, como
consecuencia de la propia génesis de la Francmasonería en el siglo
dieciochesco, y como sustento moral de una sociedad democrática, de un
ordenamiento social sustentado en la libertad.
El librepensamiento es una
disposición que tiene como propósito crear las condiciones para el ejercicio eficaz
de la libertad de conciencia en la realidad social, y para evitar que
determinadas verdades establezcan condiciones de hegemonía, coartando de ese
modo toda posibilidad de imponer una sola comprensión sobre los procesos que
toda sociedad debe enfrentar y que pudieran condicionar la realización humana.
Las sociedades modernas tienden a ser
afectadas por pretensiones de imponer una sola verdad, y con ello ponen en
riesgo la libertad y los propios basamentos de la democracia. La doctrina de
librepensamiento propende a generar conciencia sobre aspectos que requieren ser
vindicados y exaltados a partir del ejercicio de la libertad.
La búsqueda de una sociedad libre
en Chile comenzó con el propio proceso de emancipación de la Corona Española.
Lo hace ligado a las ideas que promovía la Ilustración del Siglo de las Luces. El término librepensamiento, concebido por
la Ilustración, define una actitud filosófica consistente en rechazar
todo dogmatismo, de cualquier clase, e invita a confiar en la razón para
distinguir lo verdadero de lo falso en un clima de tolerancia. Esa razón deviene esencialmente de construir consensos
sobre aspectos esencialmente lógicos, que todos compartimos con un propósito de
bien general.
Esa búsqueda está presente en los que
protagonizan la determinación independentista de Chile, a inicios del siglo 19.
Por eso, al asistir a este acto de valoración del libre pensamiento, no podemos
prescindir de la primera figura en promover la libertad de pensar en el sur de
Chile y luego en las primeras instituciones republicanas, al inicio de la determinación
emancipadora - don Juan Martínez de Rozas -, refulgente figura de la primera
época del deseo independentista de los criollos chilenos.
Juan Martínez de Rozas, revestido
del título de abogado y con el grado de doctor en cánones y leyes, vino por
primera vez a Concepción en el año 1787, como asesor letrado del intendente
Ambrosio O’Higgins.
Sus inquietudes intelectuales le habían
llevado a interiorizarse de las ideas de los filósofos franceses de la
Ilustración, cuyas ideas ayudó a difundir. Cuando, en 1814, se recogieron
acusaciones en su contra, vinculándolo a la causa patriota americana, un grupo
de religiosos le denunciaría, diciendo:
“Es notorio que, para la
seducción, perdición y ruina de la ciudad de Concepción, contribuyó mucho la
doctrina impía del Dr. Rozas a una partida de jóvenes de distinción de aquella
ciudad, que se juntaba en su casa con el objeto de instruirse y esparcir
aquella semilla entre amigos y compañeros”.
Entre aquellos jóvenes que
escuchaban con interés las palabras de Martínez de Rozas, se encontraba el Querido
Hermano Bernardo O’Higgins, considerado con justicia el Padre de la Patria.
En 1808, encontraremos
a Juan Martínez de Rozas como secretario del gobernador español Francisco
García Carrasco, influyendo en el gobernador para que nombrase a una docena de
regidores auxiliares en el cabildo de Santiago, hombres de ideas avanzadas, que
más tarde fueron fundamentales cuando emergió el primer brote de República: la
Patria Vieja.
A Martínez
de Rozas cupo el honor de obtener que el cabildo de Concepción reconociese a la
Junta de Gobierno que se instaló en Santiago, en 1810, asumiendo, luego, el
papel de vocal de la citada Junta.
Su
biógrafo Diego Barros Arana caracterizó a Juan Martínez de Rozas diciendo:
“Rozas fue […] el jefe único y absoluto de la política; perspicaz refinado, pensador profundo, proyectista sistemático, revolucionario emprendedor; él había conseguido hacerse superior a la revolución y dirigirla con energía y firmeza. Con un dominio absoluto de sus pasiones, Rozas sabía amoldar su carácter a las circunstancias difíciles, sin perder nada de su tenacidad. Audaz para concebir, valiente en la ejecución, había podido captarse el apoyo de una gran parte de la sociedad y encabezar un partido influyente y numeroso”.
Sus sueños libertarios le
llevaban a imaginar un congreso general que agrupase en confederación a las
provincias hispanoamericanas, ideario que fue compartido por otros próceres
independentistas, pero que no pudo llevarse a la práctica.
Cuando las
circunstancias enfrentaron a las provincias de Santiago y Concepción, los
tratados de 1812, propuestos a iniciativa de Juan Martínez de Rozas por la
Junta Provincial de Concepción, y aceptados por el plenipotenciario de
Santiago, Bernardo O’Higgins, buscaron que se fijasen bases liberales para la
nueva Constitución que se daría a Chile, territorio que gozaría de cierta
independencia ante la Corona y que tendría una organización gubernamental que tendiese
al progreso y a la civilización.
Otro de
sus biógrafos resumió la obra que inmortalizó a Juan Martínez de Rozas, cuando
dijo:
“El fue
el primero que, en aquel pueblo histórico de Chile, dio el grito de
independencia. Él fue, también, el primero que preparó a la juventud penquista
para la vida republicana e independiente, y les indicó, con su gesto, con su
ademán y sus acciones, el derrotero por donde se camina a la gloria y la
libertad. Él fue, en fin, quien, con una elocuencia sin ejemplo, enseñó
aquellas doctrinas que debían necesariamente asestarle un golpe de muerte al
gran edificio social y político que el gobierno español había levantado en el
mundo de Colón”.
La lectura de los pensadores
franceses ilustrados había dado a Juan Martínez de Rozas un bagaje cultural tan
importante, que su mente se abrió a la comprensión de nuevas concepciones del
hombre y de los sistemas de gobierno que, ajenos a las monarquías, ofrecían
nuevos caminos para alcanzar la felicidad ya no de los súbditos, sino que de
seres humanos libres y dignos.
Tal como
él, otras personas bebieron de esas fuentes filosóficas y paulatinamente
nuestro país estableció un régimen de libertades, prohibiendo la esclavitud,
permitiendo la circulación de impresos y asegurando la libre discusión de las
ideas.
De a poco,
Chile iba generando las condiciones para que se desarrollara el
librepensamiento, el método que invita a la búsqueda de la verdad, a través de
la reflexión racional y la experiencia.
Ciertamente
no fue fácil, pues para ejercer la libertad de pensar es necesario abandonar
prejuicios y dogmas, muchas veces arraigados en nuestras mentes desde la
infancia, que nos impulsan a tener por verdades ciertas afirmaciones que no
tienen otro asidero que la tradición de un credo.
El éxito
del aquel pensamiento ilustrado, permitió que, con el paso de más de un siglo,
la libertad de pensamiento quedara consagrado en la Declaración Universal de
los Derechos Humanos de 1848, al señalar: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de
conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de
religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su
creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la
enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.
Dicha definición, será complementada años después, en el ámbito
americano, al proclamarse la Declaración Americana de los Derechos y Deberes
del Hombre, que en su Artículo
13, inciso primero expresa:
Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento y de
expresión. Este derecho comprende la libertad de buscar, recibir y difundir
informaciones e ideas de toda índole, sin consideración de fronteras, ya sea
oralmente, por escrito o en forma impresa o artística, o por cualquier otro
procedimiento de su elección.
Ciertamente, para precursores que soñaron con el imperio de la
libertad en nuestro continente – como es el caso de Juan Martínez de Rozas –,
aquello viene a ser el mejor de los homenajes.
Sin embargo, la Humanidad ha avanzado
aun más significativamente, puesto que, incluso la Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas, hoy expresa: “El niño tendrá derecho a la libertad de expresión;
ese derecho incluirá la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e
ideas de todo tipo, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente, por
escrito o impresas, en forma artística o por cualquier otro medio elegido por
el niño”.
Como hemos
dicho, el librepensamiento privilegia el uso de la razón para desentrañar los
misterios de la vida y de la naturaleza; y se caracteriza por no imponer
verdades absolutas que no puedan ser revisadas. Por el contrario, propicia el
estudio permanente y la constante revisión de las explicaciones que se tienen
por verdaderas, aplicando a ellas métodos que permitan el avance progresivo del
conocimiento.
Gracias al
librepensamiento, la Humanidad ha podido desentenderse de interpretaciones
dogmáticas, permitiendo que la mente humana se abra a nuevas explicaciones para
entender los fenómenos naturales.
Las bondades de esta forma de entender la
construcción de ese ethos son innegables y prueba fehaciente de ello son
los adelantos científicos y tecnológicos de que somos testigos día a día.
Pero, bien sabemos, que, como la
democracia, la libertad de pensamiento es frágil, y las reversiones pueden
ocurrir en cualquier proceso político, a partir de establecer verdades
oficiales o verdades hegemónicas.
El librepensador francés Jean
Rostand, en 1969, denunciaba que era atentatorio a la libertad de pensamiento
la existencia de verdades oficiales propagadas por los medios de comunicación
cuya propiedad pertenecía al Estado y la manipulación de las conciencias que
podían hacer otros sectores, cuando los medios estaban en manos de un partido,
de una secta o de un grupo. Enfrentado a un monopolio en las comunicaciones, “todo
el clima político e intelectual del país estará deplorablemente viciado”,
afirmaba Rostand.
Para la institución que
represento en este homenaje al primer promotor de la conciencia libre de la
República, existen formas múltiples de imponer muros a la libertad de
pensamiento, y están en las cotidianidades de la democracia. Aquello puede
estar radicado en una opción política o en una alternativa religiosa, en una
conducta social o en cualquier manifestación de fuerza.
Por eso es que nos hemos
propuesto, que, en distintos lugares de concentración de presencia masónica,
podamos realizar un Día del Libre Pensamiento, para poner fuerza en que no solo
se trata de un Derecho Humano, sino también de un ethos que hace posible
la democracia y la libertad.
Por lo
anterior, en esta jornada en que celebramos el Día del Librepensamiento en esta
ciudad de profunda tradición laica, no podemos dejar de destacar los desafíos
que nos plantean a los librepensadores la sociedad tecnológica y global en que
nos hallamos inmersos.
Si antes el enemigo de la
libertad fue predominantemente el pensamiento dogmático religioso, hoy lo es la
falta de rigor con que un usuario desprevenido y sin rigor analítico acepta y
difunde las noticias falsas, muchas de ellas elaboradas para conducir nuestras
conciencias hacia determinadas ideologías, para desacreditar a la ciencia o,
simplemente, como diversión perversa de ociosos o malintencionados.
Es por esta razón que hoy la
celebración del Día del Librepensamiento, que en nuestra Orden hemos estado
promoviendo, reviste especial interés, pues es una oportunidad para que, en
defensa de la dignidad humana, levantemos una voz de alerta frente a la
ofensiva de tendencias o grupos de interés que buscan sojuzgar las conciencias
con bajo nivel de ilustración y llevarlas a un retroceso de las libertades, convirtiendo
a las personas en seres manipulables, irreflexivos y fanáticos.
Por esa
razón, hoy quisimos congregarnos ante la egregia figura de Juan Martínez de
Rozas, para convocar a las personas de bien a ejercer su derecho a pensar, a
auscultar la realidad mediante el uso de la razón, para que sepamos identificar
cuando la política se pone al servicio de un dogma, para prever los síntomas
oscuros del fanatismo, para identificar cuando la falta de ilustración y de
conocimiento científico se adueñan de los debates, cuando las creencias
irracionales de cualquier tipo buscan hegemonizar, cuando la desinformación se
transforma en la herramienta de los enemigos de la democracia.
Nuestra
democracia exige nuestra alerta, nuestra convivencia basada en fundamentos
racionales nos lo demanda. Chile y la Humanidad, merecen nuestras más profundas
convicciones.
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