Hace
210 años, en la entonces naciente República de Chile, se funda
el Instituto Nacional, con el propósito formar ciudadanos para la patria: ciudadanos
que adquirieran la capacidad de dirigirla, de defenderla, de adquirir
conocimientos para las necesidades de la emancipación. Ello significó fusionar
algunos de los órganos educacionales que prestaban servicios en la etapa
colonial, a las familias más pudientes.
Ciertamente,
el Instituto Nacional fue la primera obra educacional de la naciente república
chilena, en un momento de grandes tensiones, pero representando siempre el
impulso emancipador, que Camilo Henríquez
impulsara a través de la Aurora de Chile, en sus «Bases para la creación del
Instituto Nacional de Chile», en donde describió con lujo de detalles un
proyecto con las cátedras, horarios y distintos pormenores para el
funcionamiento del nuevo establecimiento.
Imposible, pues, entender la emergencia de un
Instituto Nacional, en aquella década determinante para Chile, sin
contextualizarlo en el proceso mismo de la emancipación, iniciado el 18 de
septiembre de 1810, cuando Mateo de Toro y Zambrano especificara que el Cabildo
convocado ese día tenía por objeto no la fidelidad al señor don Fernando VII,
sino debatir los términos del autogobierno provisional de los chilenos,
conceptos vertidos en la contestación del presidente al Regente de la Real
Audiencia.
Así, al constituirse la Junta de Gobierno esta
declaró taxativamente en su acta de instalación, que “la soberanía recaía en
el pueblo, para que acordase el gobierno más digno de su confianza y más a
propósito a la observancia de las leyes”.
Por esos días circularía el Catecismo político-cristiano,
documento anónimo que validaba la república, que ponía en las antípodas a la
monarquía con la república, que afirmaba que “en las repúblicas el pueblo es
el soberano, el pueblo es el Rey”.
El documento pone acento en la necesidad de
ilustración de la juventud, afirmando que “es una de las bases más
esenciales de la sociedad humana; sin ella los pueblos son bárbaros y esclavos,
y cargan eternamente el duro yugo de la servidumbre”.
El Catecismo de los patriotas, escrito
por Camilo Henríquez, y publicado en 1813 en El Monitor Araucano, eleva la
instrucción como una necesidad común: “La sociedad debe favorecer con todas
sus fuerzas los progresos de la razón pública, y poner la instrucción al
alcance de todos los ciudadanos”.
No era, pues, posible de concebir una idea de
república y emancipación, sin desarrollar un proyecto de instrucción. Así, la
fundación del Instituto Nacional no era sino una afirmación de educar a los
jóvenes del país, en el propósito republicano. Así lo señala Camilo Henríquez
en las ya citadas Bases para la creación del Instituto Nacional de Chile,
al señalar: “El primer cuidado de los Legisladores ha de ser la educación de la
juventud, sin la cual no florecen los Estados. La educación debe acomodarse à
la naturaleza del gobierno, y al espíritu, y necesidades de la república”.
Luego
de la derrota de los patriotas en Rancagua, las autoridades realistas lo
clausuraron, dado el simbolismo emancipacionista que representaba. Sin embargo,
apenas las tropas patriotas recuperaran el control de Santiago, en 1818, el
Instituto Nacional volvió a representar la voluntad de entregar educación
intelectual y militar a los jóvenes, sin importar su origen social ni la
condición económica que tuvieran.
Progresivamente
se institucionalizó, para ser un faro en la formación de las élites ilustradas
de nuestro país, siempre respondiendo al propósito de acoger en sus aulas a
quienes debían representar el fundamento republicano.
El conmemorar un año más de la
fundación del Instituto Nacional en este Gran Templo de la Gran Logia de Chile,
representa para nuestra Orden la confluencia de dos instituciones arraigadas en
las raíces profundas de nuestra Patria, inscritas genéticamente en la República
y perennes baluartes activos de los valores de la libertad, igualdad y progreso
de nuestra Nación.
Las coincidencias entre ambas se
conjugan también en cientos de biografías de miembros de nuestra Orden que
pasaron por las aulas del Instituto Nacional, que no sólo estudiaron silentes y
concentrados bajo las techumbres de la educación pública más profunda, sino que
llevaron la luz del conocimiento y el saber a distintos quehaceres de nuestra
realidad nacional.
Sin embargo, el conmemorar la
fundación del Instituto Nacional no se agota en su pasado pleno de biografías
de grandes personajes de la República, de sus instituciones, de su cultura; no
se agota en los 18 presidentes de la República que cursaron o impartieron
cursos en este establecimiento educacional; sino que también nos lleva por los
pasillos más profundos de las diversas pulsaciones del desarrollo de nuestra
joven República, dado que, podemos afirmar que ambas fueron recíprocamente
reflejas una de la otra.
Así podría afirmarse que, tanto
el Instituto Nacional como nuestra República, circularon desde su origen en los
distintos ámbitos de debates y liderazgos que contiene la historia patria, no
sólo de naturaleza política sino también cultural.
Desde esta perspectiva el mismo
Instituto Nacional, aún en la actualidad, es una síntesis de las
contradicciones que hemos vivido como Patria, donde los esfuerzos uniformadores
propios del republicanismo más puro, se topa con las energías de sus miembros
que pujan por nuevas miradas, nuevas estéticas y futuros inexplorados.
El Instituto Nacional es tanto un
trozo de pasado plasmado en libros de hojas añosas, como también, una
representación de la infrahistoria nacional ajenas al relato oficial, aquella
que corre por las venas ocultas del cambio y rebeldía social, donde uno de sus
íconos más admirados fue Francisco Bilbao, este preclaro y lúcido joven que fue
expulsado de las aulas institutanas y se aventuró a una vida llena de
inseguridades materiales y profundas convicciones éticas y filosóficas.
Como él, miles de jóvenes
vivieron el despertar intelectual, así como, el asentamiento de convicciones
que los comprometieron hasta la inmolación simbólica máxima en el ara de la
República laica, libre e igualitaria.
En este devenir de más de dos
siglos de historia, estas contradicciones culturales conservadoras y
progresistas, se mezclaban con la pluralidad social y cultural de sus
estudiantes, lo que terminó formando un mosaico único y rico de nuestro ser
nacional y forjó la identidad del Instituto Nacional.
Es así como, el respeto más allá
de las materialidades, la valoración de la formación intelectual, la riqueza
argumentativa y estímulo al saber más allá de lo formal, fueron la sustancia
que enriqueció a decenas de generaciones de alumnos y que, a su vez, fueron
formadores de las generaciones venideras hasta la actualidad.
Por ello, no debe extrañar que
las generaciones del presente le plantearon un desafío transformador a la
composición subjetiva de esta institución educacional y formadora, esto es,
abandonar el sello de la uniformidad segregacionista de género y abrir las
aulas a las jóvenes mujeres que, con pleno derecho y disposición, han pasado a
formar parte de una pléyade de historias personales que escribirán los próximos
registros de la historia institutana.
No cabe duda alguna que la
llegada de esta savia nueva representa una esperanza de reconstrucción
cultural, académico y humana, que ha sido golpeada las últimas décadas por decisiones
de políticas educacionales contrarias al legado de instituciones educacionales
señeras en nuestro relato nacional republicano.
Hacemos votos, estimada Rectora,
que este período de calma relativa con la que Ud. ha sido recibida continúe por
el tiempo necesario para ejecutar un plan de reconstrucción de este liceo
emblemático y que permita a su vez renovar los votos de compromiso por una
educación pública de calidad, parafraseado al arquitecto del Instituto
Nacional, fray Camilo Henríquez, en sus palabras puestas en nuestro presente: “El
gran fin del Instituto es dar a la Patria ciudadanos y ciudadanas que la
defiendan, la dirijan, la hagan florecer y le den honor".
Hacemos votos, ilustre ciudadano Ricardo Lagos, para que Ud. no
tenga el honor de ser el último Presidente de la República, surgido de las
aulas de tan relevante tradición educacional, sino que su cualidad institutana
sea un ejemplo para que los hijos del esfuerzo y del anhelo de superación de
muchas familias de una proveniencia social diversa, emerjan de sus salas,
pasillos y patios para construir la historia del futuro de la República.
Estimada audiencia de esta jornada:
El proyecto del Instituto Nacional ha sido
cumplido a través de generaciones, aportando ilustración y preparación de
liderazgos, que han sido fundamentales para conducir los destinos de nuestra
Nación. También ha sido una herramienta formidable que ha representado el
espíritu de la República, para hacer tangibles la libertad, la igualdad y la movilidad
social.
Hacemos votos para que, más allá de las crisis
propias de las historicidades, y con el apoyo de un Estado - que debe agradecer
y engrandecer su aporte histórico y su trascendencia esencial para la República
-, el Instituto Nacional General José Miguel
Carrera siga cumpliendo su misión superior tan necesaria para el Chile y su
futuro.
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