sábado, 21 de septiembre de 2024

La primera obra educacional de la república

 

Hace 210 años, en la entonces naciente República de Chile, se funda el Instituto Nacional, con el propósito formar ciudadanos para la patria: ciudadanos que adquirieran la capacidad de dirigirla, de defenderla, de adquirir conocimientos para las necesidades de la emancipación. Ello significó fusionar algunos de los órganos educacionales que prestaban servicios en la etapa colonial, a las familias más pudientes.

Ciertamente, el Instituto Nacional fue la primera obra educacional de la naciente república chilena, en un momento de grandes tensiones, pero representando siempre el impulso emancipador, que Camilo Henríquez impulsara a través de la Aurora de Chile, en sus «Bases para la creación del Instituto Nacional de Chile», en donde describió con lujo de detalles un proyecto con las cátedras, horarios y distintos pormenores para el funcionamiento del nuevo establecimiento.

Imposible, pues, entender la emergencia de un Instituto Nacional, en aquella década determinante para Chile, sin contextualizarlo en el proceso mismo de la emancipación, iniciado el 18 de septiembre de 1810, cuando Mateo de Toro y Zambrano especificara que el Cabildo convocado ese día tenía por objeto no la fidelidad al señor don Fernando VII, sino debatir los términos del autogobierno provisional de los chilenos, conceptos vertidos en la contestación del presidente al Regente de la Real Audiencia.

Así, al constituirse la Junta de Gobierno esta declaró taxativamente en su acta de instalación, que “la soberanía recaía en el pueblo, para que acordase el gobierno más digno de su confianza y más a propósito a la observancia de las leyes”.

Por esos días circularía el Catecismo político-cristiano, documento anónimo que validaba la república, que ponía en las antípodas a la monarquía con la república, que afirmaba que “en las repúblicas el pueblo es el soberano, el pueblo es el Rey”.

El documento pone acento en la necesidad de ilustración de la juventud, afirmando que “es una de las bases más esenciales de la sociedad humana; sin ella los pueblos son bárbaros y esclavos, y cargan eternamente el duro yugo de la servidumbre”.

El Catecismo de los patriotas, escrito por Camilo Henríquez, y publicado en 1813 en El Monitor Araucano, eleva la instrucción como una necesidad común: “La sociedad debe favorecer con todas sus fuerzas los progresos de la razón pública, y poner la instrucción al alcance de todos los ciudadanos”.

No era, pues, posible de concebir una idea de república y emancipación, sin desarrollar un proyecto de instrucción. Así, la fundación del Instituto Nacional no era sino una afirmación de educar a los jóvenes del país, en el propósito republicano. Así lo señala Camilo Henríquez en las ya citadas Bases para la creación del Instituto Nacional de Chile, al señalar: “El primer cuidado de los Legisladores ha de ser la educación de la juventud, sin la cual no florecen los Estados. La educación debe acomodarse à la naturaleza del gobierno, y al espíritu, y necesidades de la república”.

Luego de la derrota de los patriotas en Rancagua, las autoridades realistas lo clausuraron, dado el simbolismo emancipacionista que representaba. Sin embargo, apenas las tropas patriotas recuperaran el control de Santiago, en 1818, el Instituto Nacional volvió a representar la voluntad de entregar educación intelectual y militar a los jóvenes, sin importar su origen social ni la condición económica que tuvieran.

Progresivamente se institucionalizó, para ser un faro en la formación de las élites ilustradas de nuestro país, siempre respondiendo al propósito de acoger en sus aulas a quienes debían representar el fundamento republicano.

El conmemorar un año más de la fundación del Instituto Nacional en este Gran Templo de la Gran Logia de Chile, representa para nuestra Orden la confluencia de dos instituciones arraigadas en las raíces profundas de nuestra Patria, inscritas genéticamente en la República y perennes baluartes activos de los valores de la libertad, igualdad y progreso de nuestra Nación.

Las coincidencias entre ambas se conjugan también en cientos de biografías de miembros de nuestra Orden que pasaron por las aulas del Instituto Nacional, que no sólo estudiaron silentes y concentrados bajo las techumbres de la educación pública más profunda, sino que llevaron la luz del conocimiento y el saber a distintos quehaceres de nuestra realidad nacional.

Sin embargo, el conmemorar la fundación del Instituto Nacional no se agota en su pasado pleno de biografías de grandes personajes de la República, de sus instituciones, de su cultura; no se agota en los 18 presidentes de la República que cursaron o impartieron cursos en este establecimiento educacional; sino que también nos lleva por los pasillos más profundos de las diversas pulsaciones del desarrollo de nuestra joven República, dado que, podemos afirmar que ambas fueron recíprocamente reflejas una de la otra.

Así podría afirmarse que, tanto el Instituto Nacional como nuestra República, circularon desde su origen en los distintos ámbitos de debates y liderazgos que contiene la historia patria, no sólo de naturaleza política sino también cultural.

Desde esta perspectiva el mismo Instituto Nacional, aún en la actualidad, es una síntesis de las contradicciones que hemos vivido como Patria, donde los esfuerzos uniformadores propios del republicanismo más puro, se topa con las energías de sus miembros que pujan por nuevas miradas, nuevas estéticas y futuros inexplorados.

El Instituto Nacional es tanto un trozo de pasado plasmado en libros de hojas añosas, como también, una representación de la infrahistoria nacional ajenas al relato oficial, aquella que corre por las venas ocultas del cambio y rebeldía social, donde uno de sus íconos más admirados fue Francisco Bilbao, este preclaro y lúcido joven que fue expulsado de las aulas institutanas y se aventuró a una vida llena de inseguridades materiales y profundas convicciones éticas y filosóficas.

Como él, miles de jóvenes vivieron el despertar intelectual, así como, el asentamiento de convicciones que los comprometieron hasta la inmolación simbólica máxima en el ara de la República laica, libre e igualitaria.

En este devenir de más de dos siglos de historia, estas contradicciones culturales conservadoras y progresistas, se mezclaban con la pluralidad social y cultural de sus estudiantes, lo que terminó formando un mosaico único y rico de nuestro ser nacional y forjó la identidad del Instituto Nacional.

Es así como, el respeto más allá de las materialidades, la valoración de la formación intelectual, la riqueza argumentativa y estímulo al saber más allá de lo formal, fueron la sustancia que enriqueció a decenas de generaciones de alumnos y que, a su vez, fueron formadores de las generaciones venideras hasta la actualidad.

Por ello, no debe extrañar que las generaciones del presente le plantearon un desafío transformador a la composición subjetiva de esta institución educacional y formadora, esto es, abandonar el sello de la uniformidad segregacionista de género y abrir las aulas a las jóvenes mujeres que, con pleno derecho y disposición, han pasado a formar parte de una pléyade de historias personales que escribirán los próximos registros de la historia institutana.

No cabe duda alguna que la llegada de esta savia nueva representa una esperanza de reconstrucción cultural, académico y humana, que ha sido golpeada las últimas décadas por decisiones de políticas educacionales contrarias al legado de instituciones educacionales señeras en nuestro relato nacional republicano.

Hacemos votos, estimada Rectora, que este período de calma relativa con la que Ud. ha sido recibida continúe por el tiempo necesario para ejecutar un plan de reconstrucción de este liceo emblemático y que permita a su vez renovar los votos de compromiso por una educación pública de calidad, parafraseado al arquitecto del Instituto Nacional, fray Camilo Henríquez, en sus palabras puestas en nuestro presente: “El gran fin del Instituto es dar a la Patria ciudadanos y ciudadanas que la defiendan, la dirijan, la hagan florecer y le den honor".

Hacemos votos, ilustre ciudadano Ricardo Lagos, para que Ud. no tenga el honor de ser el último Presidente de la República, surgido de las aulas de tan relevante tradición educacional, sino que su cualidad institutana sea un ejemplo para que los hijos del esfuerzo y del anhelo de superación de muchas familias de una proveniencia social diversa, emerjan de sus salas, pasillos y patios para construir la historia del futuro de la República.

Estimada audiencia de esta jornada:

El proyecto del Instituto Nacional ha sido cumplido a través de generaciones, aportando ilustración y preparación de liderazgos, que han sido fundamentales para conducir los destinos de nuestra Nación. También ha sido una herramienta formidable que ha representado el espíritu de la República, para hacer tangibles la libertad, la igualdad y la movilidad social.

Hacemos votos para que, más allá de las crisis propias de las historicidades, y con el apoyo de un Estado - que debe agradecer y engrandecer su aporte histórico y su trascendencia esencial para la República -, el Instituto Nacional General José Miguel Carrera siga cumpliendo su misión superior tan necesaria para el Chile y su futuro.

 

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