Sean mis primeras palabras para expresar
la enorme satisfacción de representar a la Gran Logia de Chile, en esta jornada
en que hacemos un reconocimiento a la magnífica historia y el presente de la Logia
Paz y Concordia N°13, madre de la Masonería en Concepción, al cumplir 140 años
de existencia.
Quisiera, en primer lugar,
recordar con cariño y agradecimiento, la labor comprometida de los hermanos
fundadores de la Logia Paz y Concordia, cuya decisión y perseverancia permitió
la instalación definitiva de esta Logia cuya acción bienhechora se proyectó,
fecunda, no solo para bien de la comunidad de Concepción sino también del resto
de la región.
Poniendo la historia en nuestro
foco, nos preguntamos ¿qué fuerza, qué inspiración magnífica tenían aquellos
hermanos que fueron capaces de hacer estas maravillas que hoy nos enorgullecen?
¿Qué sentimientos llenaban sus corazones para visualizar los problemas que
vivía la provincia y para imaginar la hermosa realidad que fueron capaces de
construir para bien de esta hermosa comunidad?
Y no podemos olvidar que su gesta
emancipadora la iniciaron cuando había hostilidad hacia el librepensamiento,
cuando las ideas libertarias eran consideradas, erróneamente, enemigas de la
espiritualidad y de los sentimientos religiosos.
En este ambiente, no puede
extrañar que el hermano que liderara el renacer de la Masonería penquista fuese
Enrique Pastor López, el mismo que en 1856 había traído la luz masónica a estas
tierras al fundar la pionera Logia Estrella del Sur. Pastor López fue un masón
de personalidad admirable, de gran fortaleza y fuertes convicciones. No había
vacilado en solicitar la nacionalidad chilena cuando nuestro país fue atacado
por España, su patria de origen, en 1866.
Siendo gobernador del departamento de
Coelemu, en 1872, en un gesto de dignidad que le enaltece, renunció a su cargo,
en protesta por la orden gubernamental que le obligó a devolver la
administración del cementerio local a la iglesia, inspirado en la convicción
laica que a nadie podía negársele sepultura argumentando ideas religiosas
distintas.
A Enrique Pastor López le
acompañaron, en 1883, hermanos que son recordados cada año en la Logia Paz y
Concordia, pues la empresa que emprendieron - al crear este Taller masónico -
es motivo de orgullo para todos nosotros y sus nombres resplandecen en la
historia de Concepción.
Por nombrar solo a uno, quisiera recordar al Querido
Hermano Enrique Burke Hamilton, quien tuvo la responsabilidad de dirigir al
nuevo taller en sus primeras semanas de existencia.
Este hermano de origen irlandés,
se había desempeñado como cirujano al servicio de Chile, formando parte del
Ejército de Operaciones de la Alta Frontera e investido, en 1863, del título de
cirujano de la guarnición de Los Ángeles, encargado de la inspección de los
hospitales de las plazas de Angol, Mulchén y Lebu. Por largos años residió en
Los Ángeles, hasta que trasladó su domicilió a Concepción. Tenía 60 años cuando
presidió la nueva Logia Paz y Concordia, misma época en que formaba parte del
directorio de la Sociedad de Agricultura del Sur.
Hombres como ellos, comprometidos
con la comunidad en que vivían y trabajando por el progreso de la Humanidad,
eran también aquellos hermanos que concurrieron con sus luces y su esfuerzo a
levantar las sólidas columnas del Taller cuyos 140 años de existencia
celebramos.
Para la Masonería, el ejercicio
de la caridad es la mejor escuela para formar personas bondadosas, interesadas
en su prójimo y convencidas de que el amor que se prodiga a otros se convierte
en atmósfera de buenos sentimientos que va contagiando a los demás con amor
fraternal.
Así lo entendieron, también, los
hermanos fundadores, como bien lo recordaba esta Logia, en 2018, señalando que,
a poco de fundarse, Paz y Concordia creó talleres para mujeres, ayudó a
familias desamparadas, colaboró con la Escuela Hogar de Concepción, brindó
ayuda a las viudas del personal naval fallecido en actos de servicio,
proporcionó apoyo a personas privadas de visión, ayudó a los enfermos del
Hospital San Juan de Dios y contribuyó a los policlínicos para pobres. Hizo
campaña para erradicar los malsanos conventillos y organizó colonias escolares,
además de desarrollar programas de higiene y salubridad en colegios y
sociedades de obreros, cuando la epidemia de cólera llegó a Concepción, en
1895.
Así entendían la Masonería. Eran
mente y corazón, pensamiento y acción generosa, que se volcaba a la comunidad
para ir en ayuda de los estratos sociales más abandonados y necesitados del
gesto filantrópico de los masones.
Pero nuestros hermanos iban más
allá y, apenas transcurrido un año de la fundación del Taller, varios de ellos
participaron en la creación de la Sociedad Liceo de Niñas de Concepción,
interesados en darle acceso a la mujer a una educación secundaria que le
proporcionase una formación laica, capaz de hacerla comprender la naturaleza y
su realidad.
Desde 1877, cuando se promulgó el
decreto Amunátegui que reconoció el derecho de las mujeres a rendir exámenes
para optar a carreras universitarias, los masones comprendieron que podrían
colaborar en esta obra de justicia apoyando el establecimiento de liceos como
el que se fundó en Concepción en 1884, así como lo habían hecho los hermanos de
Copiapó y Valparaíso unos años antes.
Podemos pensar que este proyecto
de la Logia Paz y Concordia, contó con el empuje entusiasta del Querido Hermano
Abilio Arancibia Paz, quien se había desempeñado como profesor en el Liceo de
Copiapó, rector del Liceo de Concepción entre 1881 y 1888 y uno de los
fundadores de la Logia, que también tuvo
el derecho a ser su Venerable Maestro.
La preocupación de los hermanos
de la Logia Paz y Concordia por la educación se hizo presente, nuevamente, en
1901, cuando desde el Taller surgió la idea de impulsar la educación primaria
obligatoria, esfuerzo que, como sabemos, solo se haría realidad por ley de la
república promulgada casi veinte años más tarde.
Y no solo había una preocupación
por la emancipación de las inteligencias de los niños en edad escolar. También
hubo una activa participación logial en la ayuda económica que pudieran
necesitar, lo que se convirtió en acción al ser creada la Sociedad Protectora
de la Infancia.
Avanzando las primeras décadas del
siglo 20, la Logia Paz y Concordia abrazó como propia la idea de crear una
universidad para Concepción.
En la vicepresidencia del Comité
Pro Universidad y Hospital Clínico, en marzo de 1917, se ubicó el Querido Hermano
Virginio Gómez González, iniciado en este Taller en 1901, quien, por ese
entonces, siendo director del Hospital de Concepción, se convirtió en el
principal promotor del proyecto.
Y recordemos que cuando los
hermanos de ese entonces bregaban por tener una universidad en la ciudad,
anhelaban una casa de estudios superiores que estuviese comprometida con el
desarrollo de la provincia, pues solo así se lograría contar con una institución
que fuese un medio que prodigara generoso impulso al desarrollo de la región y
de todo el sur de Chile.
El sueño se hizo realidad y hoy
día la Masonería penquista puede enorgullecerse de haber trabajado con
generosidad para hacer realidad el sueño inicial que permite contar hoy día con
la más que centenaria Universidad de Concepción, de tanto prestigio nacional e
internacional.
Finalmente, quisiera recordar que
en 1954 surgió en esta Logia la idea que dio origen a la actual Corporación
Educacional Masónica de Concepción.
Si ninguna otra obra hubiese
hecho la Logia Paz y Concordia a lo largo de su existencia, la creación de esta
corporación, en la que actualmente participa unida la Masonería jurisdiccional,
sería suficiente para reconocer su aporte significativo a la comunidad.
Este proyecto es un ejemplo digno
de imitar. La Masonería de Concepción ha sabido impulsar un proyecto educativo
con énfasis en la formación integral de sus alumnos, inspirados en el laicismo,
que respeta todas las creencias, pero sin imponer ninguna.
Gracias al proyecto educacional
de la COEMCO, a la idea visionaria que propusiera hace casi 70 años el Querido Hermano
Idelfonso Garretón Unda y al apoyo que, de inmediato, brindó la Logia Paz y
Concordia, Concepción y sus comunas vecinas pueden expresar su satisfacción de
contar con establecimientos educacionales que promueven los valores humanistas,
la excelencia de sus proyectos educativos y la libertad de espíritu.
El trabajo desarrollado por estos
hermanos, en estos 140 años de actividad logial, constituye un ejemplo para la
Masonería chilena.
Concluyo mis palabras, comentando
al distinguido auditorio que me escucha, que la Masonería no tiene otro
propósito que formar buenas personas y mejores ciudadanos.
Nuestro quehacer se funda en
aportar a la felicidad de los seres humanos, fomentando la paz y la resolución
de los conflictos mediante el diálogo. Difundimos la tolerancia, como
único instrumento que permite la conversación respetuosa y el desarrollo de las
capacidades para entender y justipreciar las ideas ajenas.
Estimulamos la caridad, no con la
idea de la de limosna, sino con la intención clara de considerar al postergado
o al descaminado, como un legítimo otro que merece nuestro apoyo y solidaridad
para que se levante y exalte su dignidad humana.
Consideramos la libertad de
conciencia y el derecho a la libertad de pensamiento como la base de toda
autonomía personal y autodeterminación individual. Convocamos a la fraternidad humana, como la
base de todas las virtudes que hacen posible el reconocernos como parte de la
misma aventura de la vida.
Esa labor docente, formativa,
perseverante, es la que caracteriza la labor de una Logia masónica, y es la que
está presente en el relato permanente de la Logia que homenajeamos, que quiso poner
la paz y la concordia como un propósito moral entre los hombres de bien.
Para quien habla en
representación de la Gran Logia de Chile es motivo de honda satisfacción
apreciar el reconocimiento que la madre de la Masonería penquista ha
conquistado en estos 140 años, motivo por el cual extiendo mis felicitaciones a
cada uno de sus integrantes.