Sebastián Jans
Clase magistral presentada el 12 de octubre de 2012, en la celebración del 101 aniversario del colegio y la corporacion Liga Protectora de Estudiantes.
Señor Jorge Gálvez, Presidente de la Liga Protectora de Estudiantes; Señor Jorge Contreras Minte, Rector del Colegio Etchegoyen; Sr. Héctor Silva, Alcalde Subrogante de la Comuna; Sr. César Sanhueza Cabrera, Gran Delegado por Gran Maestro para la Jurisdicción de Talcahuano, miembros del Directorio de la Corporación, autoridades del Colegio, autoridades masónicas en sus cargos y dignidades, distinguidos profesores, señores padres y apoderados, estimados alumnos:
Mis primeras palabras son de agradecimiento por la oportunidad que se me ha dado, de poder compartir con esta comunidad educacional, algunas ideas que son parte de mis convicciones, y que pueden ser útiles para algunos de los presentes, para enriquecer los posibles debates, ya sea en instancias institucionales o en la simple conversación de cada día, con la idea de contribuir a los propósitos del Humanismo, como ética y práctica social.
No son ideas nuevas, probablemente, pero bien vale, en una circunstancia como esta, retomarlas y ponerlas en una perspectiva determinada, que permita su análisis en bien de la educación como proceso liberador de la espiritualidad humana.
Emocionado, agradezco la invitación, y en mérito del carácter de este magno acto, traigo una reflexión con aspectos que me parecen fundamentales en todo proceso de educación, y que tienen que ver con lo constituyente de la naturaleza humana, con lo sustantivo de la construcción de una Humanidad, es decir, aquella condición, espacio, cualidad, objetivo, etc. en que el hombre viene a ser el objeto y sujeto de toda acción individual y colectiva del género humano.
En esa perspectiva, quiero invitarlos a reflexionar sobre la libertad, la educación y los derechos de conciencia, una triada que quiero relacionar íntimamente con lo que caracteriza, a mi juicio, el proyecto de esta corporación y de este colegio en el ámbito de la ciudad de Talcahuano.
El origen del anhelo de autodeterminación.
Es consustancial al espíritu humano el anhelo de libertad. Para las personas que acogen una visión de la realidad basada en su fe, ello deviene del otorgamiento divino del libre albedrío. Para quienes se proyectan cosmovisionalmente desde una perspectiva evolucionista, la libertad deviene de la autonomía viviente del ser humano, algo que, en el campo de la biología contemporánea está señalado de manera importante en el concepto de la autopoiésis, o la autocreación de los seres vivos.
En un libro ya clásico, Maturana y Varela señalaban que la “autonomía y diversidad, conservación de la identidad y origen de la variación en el modo como se conserva dicha identidad, son los principales desafíos lanzados por la fenomenología de los sistemas vivientes a los que los hombres han dirigido durante siglos su curiosidad acerca de la vida” .
Tal afirmación nos permite centrar estas reflexiones en la explicación del anhelo de libertad como fundante de la historicidad humana, a partir de lo que biológicamente y vitalmente lleva a los hombres a buscar la libertad. Porque sin duda, el anhelo de la libertad tiene que ver con el proceso de conciencia que experimentan los seres vivos, cuando constatan que viven y que en ese vivir ocurren hechos que afectan o alteran su existir, y que luego de ciertas experiencias adquiridas hay cuestiones que pueden ser cambiadas por medio de la voluntad o de la capacidad de aprendizaje, y esa capacidad de aprendizaje o experienciación le da al ser vivo la posibilidad de elegir. De tal modo, que es la posibilidad de elegir, a partir de la experiencia, lo que funda la autonomía.
Y la autopoiésis maturaniana hoy tiene una trascendencia tan importante en el mundo de la explicación biológica del existir, precisamente porque nos pone en la comprensión de que todos los seres vivos tienen conciencia de su existir, y al tener esa conciencia puede hacer de la experiencia el aprendizaje que le permite su vivir a través de procesos de selección y elección. Allí se encuentra la base de toda libertad.
Lo saben muy bien las madres que deben empezar a buscar diversos medios para que su bebé, cuando empieza a comer algo distinto a la leche materna, acepte que determinada papilla colada es rica y sabrosa, a pesar de que el niño se niega a abrir la boca porque el sabor no le viene a gusto, porque no tiene la calidez ni el sublime sabor de la lactancia.
Así la difícil tarea de criar y educar a nuestros hijos, se funda precisamente en la contradicción de las autonomías que luego permiten fundar el derecho a la libertad. Y cuando el niño crece quiere determinados alimentos, determinados vestuarios, o quiere salir de carrete, y se resiste a nuestras indicaciones o las obligaciones que le asignamos, y busca cualquier pretexto para evadir lo que tratamos de imponerle. Algunos más vehementes que otros, pero siempre en la búsqueda de su propio albedrío. Algunos de manera más maleables a nuestras indicaciones que otros, algunos más audaces e irreflexivos que lo que quisiéramos. Es el proceso de la vida, que se expresa en nuestro vivir, y que es tan importante para entender la idea de la libertad.
La inteligencia, es decir, la capacidad de aprender de la experiencia, lleva a que cada ser vivo sepa usar su recursión, es decir la invocación al hecho o evento ocurrido, para usarlo como proceso o precipitante de lo que quiere producir o lograr nuevamente en función de su autopoiésis.
Uno de los grandes pensadores contemporáneos, Edgar Morin, en el plano de la reflexión antropológica, dice que la libertad no es otra cosa que la posibilidad de elegir, donde “una posibilidad de elección puede ser interior, es decir, subjetivamente o mentalmente posible; esa es una libertad de espíritu. Puede ser exterior, es decir, objetivamente o materialmente posible; esa es una libertad de acción. Cuantos más sean los dominios que ofrecen posibilidades de elección, más, en cada dominio, las elecciones son numerosas y variadas, y mayores son las posibilidades de libertades; cuanto más importante para su propia existencia es el tipo de elección posible, más elevado es el nivel de libertad…” .
Es decir, cuanto más relevante es aquello que elijo, más importante es para mi sensación de libertad. Sin embargo, volviendo al ejemplo de nuestros hijos, ellos nacen y crecen en un ambiente que les determina y condiciona. Si hablamos de un niño que crece en una familia como la nuestra, muchas veces prodigado con muchas seguridades, veremos que su aprendizaje estará determinado por todo lo que le entreguemos material y espiritualmente. Y será su inteligencia la que le dirá cómo y cuándo hacer uso de su libertad y autodeterminación. Ergo, el ambiente es una condición fundamental para que el ser vivo haga uso de su libertad. Las condiciones y características del medio son determinantes en como todo ser vivo usa su autonomía y su capacidad de elegir.
Lo que determina la epopeya humana por la libertad será proporcional, según el tamaño del ambiente en que Ud. coloque al hombre individual y colectivo. Es el medio en que todo ser humano, como todo ser vivo, se hace como tal. Es el carácter y las condiciones del medio lo que permite que se dé la dialéctica relación entre la libertad de cada cual y las condicionantes que ese mismo medio impone. Pero también es importante el medio o ambiente, porque es donde el individuo viviente extrae lo necesario para vivir, de allí saca la energía para autocrearse, y, dicotómicamente, es ese mismo ambiente lo que le limita en su existir.
De allí que la conciencia de su existir y la posibilidad de ejercicio de su autonomía, lleven a todo ser humano a modificar el ambiente, de acuerdo a su interés existencial. Así, toda autonomía viviente depende del medio en que aquel ser vivo se desenvuelve, y los humanos no escapamos a esa suerte de constante.
Cuando hablamos de ambiente, sin duda, la sociedad es el medio por excelencia donde el existir humano tiene ocasión y su ocurrir. Somos seres asociativos o gregarios por naturaleza. El vivir y el ser del hombre ocurre en una comunidad, desde los más remotos tiempos, desde que comenzó a vivir en pequeños grupos pastoriles hasta hoy.
Es allí donde viene a expresarse una de las cuestiones determinantes en el carácter y alcance de la libertad, cual es la dicotomía que se produce entre el individuo y su medio; dado que, todo ser vivo, como lo indica Morin , efectúa su comportamiento, efectúa sus hechos, en el seno de su ambiente. Una regla que vale para la biología, la antropología o la sociología, pues el hombre, ser social que vive gregariamente, que existe en su medio social, debe afrontar la dicotomía constante entre su autonomía y las obligaciones que surge de su cualidad societaria.
Así, la historia humana ha estado dramáticamente impactada, a través de los tiempos, por la contradicción profunda entre la obligación que impone lo colectivo y el deseo de libertad de cada individuo, y la suma de los deseos de libertad de grupos de individuos. Sin embargo, es precisamente el medio social, aquel que lo limita en su individualismo, el que le ha dado al ser humano – como dice Morín - una autonomía considerable, pues la obra colectiva es la que ayuda a garantizar sus logros: “los desarrollos técnicos de la agricultura, los transportes, la industria, han constituido conquistas de autonomía mediante sojuzgamientos de energías materiales y explotación de producciones naturales, conduciendo a una efectiva dominación de la naturaleza ”.
Sin embargo, al desarrollar su autonomía domesticando la naturaleza “la sociedad histórica desarrolla e impone sus coacciones sobre los individuos”.
Una sociedad de derechos la base para una sociedad libre.
Uno de los grandes episodios de la Humanidad, desde el punto de vista de los cambios profundos en los ámbitos de la conciencia humana, fue el Siglo 18, llamado por aquellos cambios el Siglo de las Luces, el Siglo del Iluminismo. Fue un momento espiritual de la civilización occidental, de enorme significación para los seres humanos, porque con el paso del tiempo no solo iluminó a Europa y la entonces colonizada América, si no que tardíamente permearía también a Oriente.
Fue una época en que el pensamiento humano se llenó de ideas, volviendo a valorarse la filosofía como actividad trascendente de la conciencia, como había ocurrido en el Renacimiento y en los Antiguos Tiempos del esplendor griego, y los determinismos debieron retroceder ante la expansión espiritual de las sociedades que reprobaban los estados de cosas basados en el absolutismo y en el predominio de concepciones políticas y religiosas que asfixiaban el existir de las sociedades, a través de privilegios excluyentes.
¿Por qué recuerdo ese momento de la historia humana en esta ocasión? Porque en aquel momento histórico se estableció, y más que eso, se consagró la idea de que una sociedad de derechos es la base para tener una sociedad libre. Fue entonces que se estableció que los hombres tenían derechos inalienables, que emanaban de su libertad. Desde entonces, la Humanidad debe a los constituyentes franceses de 1789, uno de sus episodios más trascendentes en la consagración de la libertad como un hecho social tangible y fundamental de la condición humana, a partir de la cualidad natural que caracteriza el vivir del hombre. Ese episodio fue la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
Es bueno recordar lo que señaló esa Declaración de la Asamblea Nacional Constituyente, ya que muchas veces se carece del necesario conocimiento de sus afirmaciones, y ocurre que los sistemas de educación no siempre valoran en profundidad aquellos hitos que han liberado al hombre de los sojuzgamientos que inhiben su condición de tal: “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en cuanto a sus derechos. Las distinciones civiles sólo podrán fundarse en la utilidad pública. La finalidad de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. Esos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión. La libertad consiste en poder hacer todo aquello que no cause perjuicio a los demás. El ejercicio de los derechos naturales de cada hombre, no tiene otros límites que los que garantizan a los demás miembros de la sociedad el disfrute de los mismos derechos. Estos límites sólo pueden ser determinados por la ley. La ley sólo puede prohibir las acciones que son perjudiciales a la sociedad. Lo que no está prohibido por la ley no puede ser impedido. Nadie puede verse obligado a aquello que la ley no ordena. Ningún hombre debe ser molestado por razón de sus opiniones, ni aun por sus ideas religiosas, siempre que al manifestarlas no se causen trastornos del orden público establecido por la ley. Puesto que la libre comunicación de los pensamientos y opiniones es uno de los más valiosos derechos del hombre, todo ciudadano puede hablar, escribir y publicar libremente, excepto cuando tenga que responder del abuso de esta libertad en los casos determinados por la ley”.
Cuando escuchamos que aquello se consagró hace mas de 220 años, resulta incomprensible todo lo que ha debido vivir la Humanidad durante esos dos siglos, e incluso en décadas recientes, y tener que constatar que hay aún realidades que se contraponen al enorme sentido común que esas afirmaciones tienen en nuestra condición de seres humanos de este tiempo.
Y sociedades como la nuestra aún deben comprobar que hay tareas que deben realizarse para que tales principios y enunciados deban hacerse efectivos en su plenitud. Aún quedan grupos de nuestra sociedad que no ven completados esos derechos en su existir, y hay amplios segmentos de nuestra sociedad que sufren las consecuencias de la inhibición de esos derechos. Ello, a pesar de que la Humanidad ha ido avanzando en la consagración de otros derechos fundamentales e inalienables de la condición humana basada en la libertad.
Un hombre que huyó de la opresión, Karel Vasak , justamente cuando se cumplían 190 años de aquel hito de 1789, fue quien hizo una formulación que nos puso en la perspectiva precisamente del avance en el tiempo de los derechos del hombre. El había huido de la brutal invasión a su país natal, por los tanques del Pacto de Varsovia, para ahogar aquel hito de la libertad que fue la Primavera de Praga.
¿Qué nos dijo Vasak? Que como consecuencia de la trilogía de la emancipación humana que representó la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad, la generación de los derechos del hombre habían tenido tres etapas históricas o tres etapas de generación. La primera generación había establecido las libertades políticas, con la propia revolución de 1789. La segunda generación había establecido los derechos sociales, o la condición de igualdad, teniendo como primer hito la revolución de 1848. Y la tercera generación tenía que ver con la solidaridad, y concretamente con como llegaban a todas las personas los beneficios de las dos generaciones de derechos anteriores, en términos de su condición individual, y donde tienen que ver conceptos fundamentales como el desarrollo humano y las seguridades humanas.
Ellas tienen íntima relación con lo que será el establecimiento de la Declaración de los Derechos Humanos de 1948, donde los gobiernos del mundo, con o sin convicciones compartidas sobre los aspectos fundamentales de ordenamiento social, económico y político, fueron capaces de hacer enunciados que establecieron una dimensión sobre lo que solidariamente debía ser entendido por todos los gobiernos y todos los pueblos, como derechos fundamentales de las personas, de los individuos humanos.
De este modo, el principio de solidaridad queda establecido taxativamente en su artículo primero, al expresar. “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Y luego agrega, en su segundo artículo, que “Toda persona tiene todos los derechos y libertades (…) sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”.
Es un conjunto formado por treinta artículos que debieran ser parte de un estudio sistemático en los colegios, porque son consensos humanos que debieran de ser obligación de todo proceso de formación humana. Cuando ello sea parte sistémica de los procesos de educación, seguramente aseguraremos una sociedad mejor, un mundo mejor y un destino humano más seguro y más pleno, de ejercicio efectivo de Humanidad.
En ese articulado, está señalado uno de los aspectos fundamentales que están presente en el interés de esta exposición: los derechos de conciencia. Y ello tiene que ver mucho más que con el enunciado de la libertad de conciencia, que se proclamara en 1879: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.
Sin duda, la definición de la conciencia está atravesada por distintas variables del conocimiento humano, y por distintas comprensiones que tienen que ver con aspectos que muchas veces están más allá de lo esencialmente lingüístico, sin embargo, creo que todos podemos estar de acuerdo que la conciencia tiene que ver con el reconocer nuestro existir, reconocer nuestro vivir, y establecer nuestra ubicación en el medio en que transcurrimos como un ser vivo. Ello implica asumir los espacios en que cada uno se desenvuelve, y como nos inter-relacionamos con los demás seres vivos y con el medio en que ocurre nuestro vivir. Y ese medio puede ser material o espiritual, y cuando digo espiritual me refiero a todo lo que deviene del ámbito de los conceptos y de los sentires, de cómo percibimos e interpretamos la realidad de la que somos parte, de su historicidad y de su perspectiva de futuro.
Y en ese ámbito personalísimo, individual, es donde ocurren fenómenos que afectan profundamente a los seres humanos, y es donde se construye todo fundamento de la libertad. Es cierto que la libertad es un hecho social por excelencia, pero esa realización social, colectiva, no es posible sin que la libertad de la conciencia esté garantizada de manera efectiva en todo el proceso de crecimiento y desarrollo de la conciencia. Y aquí está focalizado uno de los problemas fundamentales de toda sociedad o toda comunidad, cual es la comprensión común sobre el derecho de conciencia, especialmente cuando hay aspectos determinantes en el hacer colectivo, que tienden a limitar o condicionar su ejercicio.
A través de la discusión sobre los factores inhibidores de la libertad de conciencia, y como ellos llegan a ser determinantes en la realidad social, es que viene a expresarse la necesidad de que las distintas concepciones de conciencia, manifestadas en ideas sobre la vida y la organización social, estén alejadas de las estructuras que la sociedad humana crea para su dirección y administración.
Una de las consecuencias de la primera generación de derechos humanos del hombre, fue establecer los derechos políticos, y la forma adecuada de garantizar las estructuras de poder que políticamente permitieran que la sociedad tuviera la certeza de que ellas estaban a su servicio. Así es como surge la estructuración del Estado moderno, sustentado en la existencia de tres poderes del Estado – uno que administra y ejecuta las políticas públicas, otro que legisla, y otro que ejerce la administración de justicia -, y en la generación democrática de las autoridades y de los representantes del pueblo. La democracia viene a ser así el canal activo de participación del pueblo para ir determinando el curso de la sociedad hacia la satisfacción de sus necesidades y garantizar los derechos y libertades de las personas.
Y en ese proceso democrático, pronto fue posible advertir que había factores incidentes que podían producir graves distorsiones, cuando determinadas opciones de conciencia estructuradas como opciones de poder, tomaban el control del Estado o pretendían tomarlo, en beneficio de sus intereses o simplemente con el fin de imponer sus conceptos como factores determinantes en el orden social y político. De allí que surgiera la necesidad de propender hacia la laicización del Estado, como una necesidad inevitable que garantizara que las estructuras de poder que rigen a las sociedades no estuvieran sujetas al interés particular de una creencia o una forma exclusiva de interpretar la vida y la realidad.
Esa disposición o esa forma de comprender la liberación del Estado y las políticas públicas, en su autonomía respecto de las distintas concepciones de fe o creencias sobre la realidad, es la laicidad y la doctrina que la promueve es el laicismo. De este modo, no solo para el ejercicio de los derechos de conciencia viene a ser determinante la democracia, como espacio donde se conjugan las distintas opciones de conciencia, sino también se requiere la laicidad como la práctica que permite que ninguna opción de conciencia instrumentalice las estructuras de poder para imponer sus opciones al resto de la sociedad.
El anteriormente citado, Edgar Morin, dice al respecto que: “La democracia y la laicidad otorgan al ciudadano el derecho de fiscalizar sobre la ciudad y sobre el mundo. El examen y la opinión le son permitidos, y hasta demandados, sobre lo que ha dejado de ser sagrado: la conducción de los asuntos públicos y la reflexión sobre su destino” .
Viene a ser importante también, entonces, además de que haya libertad, de que haya derechos de conciencia consagrados, de que exista una condición de laicidad en las estructuras del Estado, que sirva para impedir que determinadas opciones de fe se conviertan en un obstáculo para la libertad y para los derechos de conciencia.
El soporte de la educación en la conquista de la libertad.
Es probable que no haya generación de la Humanidad, en los últimos 100 años o más, que no haya experimentado un debate profundo sobre el rol que cumple la educación en una sociedad determinada. Sin embargo, ninguno de esos debates ha considerado hipotéticamente que la educación no pudiera estar involucrada en el proceso de formación de la conciencia de los niños y jóvenes. Esto porque, impartir conocimiento, cualquiera que sea la profundidad y alcance del proceso educacional y de los contenidos involucrados, siempre será un factor coadyuvante a procesos formativos de conciencia, y lo que será siempre motivo de debate será el contenido, la forma y los objetivos específicos, de allí que siempre la educación aparezca en crisis en las distintas realidades en que el debate sobre la educación sea abordado, en cualquier lugar y tiempo en que ese debate se produzca.
La conciencia humana, sin embargo, existe más allá de todo proceso educacional, y mucho antes que este empiece y se haga efectivo. La conciencia del vivir existe al margen de todo acto educativo formal. Sin embargo, el acto de instruir, el acto de educar, más allá de cualquier enseñanza – es decir, en el sentido de establecer enseñas referenciales y determinantes -, está asociado a la condición más básica del vivir y de realización de toda especie. Muchas veces nos maravillamos ante escenas de televisión, donde un pequeño vástago del reino animal es inducido por la hembra o macho que lo parió o lo empolló, hacia los primeros movimientos hacia su adultez. Eso es parte del vivir.
Hay muchos seres humanos que jamás pisaron la escuela, pero llegaron a dimensionarse en alguna etapa importante de la aventura humana a través de los tiempos. La libertad no necesariamente, en consecuencia, está asociada a un proceso formativo específico. El hombre, como individuo, puede tener conciencia de sí mismo, del medio en que vive y de su libertad, sin haber aprendido una letra del abecedario.
Sin embargo, la realidad nos ha enseñado que la educación es fundamental para el proceso de formación de conciencia que tiene que ver con lo colectivo, y por lo tanto con la propia evolución de la especie. Tiene que ver con la formación de la cultura, como espacio de desarrollo de la condición humana. Sin educación, por cierto, el ser humano estaría probablemente aún en su etapa pastoril más esencial, o tal vez antes que ello. Es cuando el hombre como especie entiende que es capaz de generar conocimiento y ese conocimiento es transmisible a través de procesos educativos, es cuando comienza la epopeya de su historia a través de los tiempos.
Hoy día es muy difícil no comprender la importancia de la educación, sino como un proceso de formación de conciencia. Es que sin conocimiento no hay posibilidad de comprender la dimensión humana en toda su envergadura, y el gran debate y las grandes discusiones que se abren históricamente en nuestra sociedad nacional, cada cierto tiempo, tienen que ver precisamente con la calidad y el alcance de la educación, precisamente porque es la que permite que la oportunidad de la toma de conciencia, a través del conocimiento, tenga el mismo alcance para todos los niños y jóvenes de nuestro país.
Es que el conocimiento, en todo tiempo y lugar, es un arma de poder. Tener conciencia es tener también conocimiento, y el conocimiento que el proceso educacional incorpora, es lo que permite transformar la realidad y controlar las variables que permiten la transformación de la realidad. La educación, siendo un proceso colectivo, social, construye lazos, articula comprensiones comunes, asocia, legitima, prepara al educando para la aventura de construir, investigar, experimentar, etc.
Y en ese contexto es donde se produce la ancestral discusión sobre que debemos enseñar, cuanto debemos enseñar, y como establecemos el derecho para que todos tengan la misma calidad formativa, más allá de su condición de origen. Las constantes denuncias y debates sobre la equidad en nuestro país, tienen como factor determinantes, precisamente, un ámbito de causas y efectos que va a contrapelo de toda esperanza de construir justicia a partir de la escuela.
Nuestra sociedad se encuentra en las antípodas de una educación que construya oportunidades iguales, que establezca condiciones de conciencia equiparables a partir de un acceso al conocimiento inclusivo e integrador. De allí que miles de educandos llegan a la mayoría de edad condenados a estar al margen de los derechos de conciencia, por un menguado conocimiento, condenados a la ignorancia del mundo en que viven y sus posibilidades, y a un destino predeterminado desde la cuna.
Hace no muchos meses, un político francés, al asumir la Presidencia de la República, destacaba la escuela como un lugar de emancipación de las conciencias: “El conocimiento, el gusto de aprender, el júbilo del descubrimiento, el sentido de la curiosidad intelectual, son tesoros a cuyo acceso la escuela tiene la misión de preparar a todas las jóvenes conciencias y a todos los niños de la Nación. La escuela, como lugar de la verdadera igualdad. Aquella de las oportunidades, aquella que no conoce más criterios de distinción que el mérito, el esfuerzo y el talento, ya que el nacimiento, la fortuna y el azar establecen jerarquías que la escuela tiene por misión, si no abolir, al menos corregir. Esta igualdad impone la justicia entre territorios: ¿cómo aceptar que un niño tenga mayores probabilidades de éxito si ha crecido aquí y no allá? La escuela es el arma de la justicia. Y la justicia es la integración social” . Es allí, señalaba ese político francés, donde se debe adquirir la libertad de conciencia, recordando la afirmación de Jean Jaurés, que la destacaba como la “libertad soberana del espíritu; esta idea de que ninguna potestad interior o exterior, que ningún poder ni dogma, debe limitar el esfuerzo perpetuo y la búsqueda perpetua de la razón humana”.
La búsqueda perpetua de la libertad y de la razón humana, comienza en la escuela, efectivamente. Es allí donde la libertad de espíritu construye su basamento, y es allí donde comienzan a alimentarse los derechos de conciencia, y donde la libertad consolida sus primeras referencias en todo individuo humano. Es allí donde se instituyen las curiosidades y las aperturas hacia la autodeterminación individual; allí se consolidan: la capacidad de aprender por sí mismo, que ya se hizo presente en la etapa más precoz, pero que debe ser estimulada para que ella se acreciente; las aptitudes problematizadoras que generan el espíritu crítico; la práctica de estrategias cognitivas (esas estrategias comportan siempre juegos entre las decisiones y acciones autónomas, por un lado, propias del individualismo natural y, por otro, las condiciones exteriores inciertas, que inhiben la autodeterminación de las personas; la invención y la creación, atributos propios del carácter no trivial de la espiritualidad humana; la posibilidad de verificar, corregir y/o eliminar el error; la consciencia reflexiva: que permite en definitiva autoexaminarse, y también autojuzgarse, autoconocerse, o autopensarse; y por último, la posibilidad de construir la consciencia moral, tanto en el plano íntimo de la ética de la conciencia frente al mundo, como en el plano exógeno de la ética con el mundo, es decir mi conciencia con las demás.
Todo ello lo aporta la escuela, cuando ella es realmente libre, cuando está determinada por una idea de libertad. De allí que nuestra comunidad nacional expresa hoy, de manera mayoritaria, el anhelo de una educación pública y gratuita, una escuela de la Nación puesta al alcance de todos, con los mismos rangos de calidad, no importando su ubicación geográfica ni los destinatarios locales del proceso educacional, y donde esfuerzos particulares como los de este Colegio y esta corporación sin fines de lucro, están llamados a seguir colaborando activamente en la enunciación de una escuela verdaderamente nacional, al servicio de todos los educandos, de manera igualitaria, no importando sino sus capacidades intelectuales y el resultado de su esfuerzo.
Y me permito reiterar el valor que tiene el aporte de instituciones educacionales como este Colegio, en el diseño de una escuela nacional, porque, aún propiciando la escuela pública y gratuita, es ficticia la eventual contradicción entre un buen sistema público de educación y la existencia de un sector no público de prestación de servicios de educación.
La condición libre de una educación basada en el pluralismo y las libertades de conciencia es impensable sin esa contribución mixta de un verdadero sistema educacional sustentado en la democracia y el laicismo, porque lo que hace la escuela pública no es excluir, sino que nivelar las oportunidades y los accesos, y, por lo tanto, sus cualidades deben ser equiparables con la escuela privada, así como sus contenidos curriculares y su calidad, para hacer efectiva la escuela nacional, la escuela del país, eliminando todo concepto de escuelas segmentadas por el ingreso familiar o por diferencias sociales.
De hecho, la historia del sur de Chile, muestra que, cuando más laico y democrático ha sido el sistema educacional, fue cuando surgieron las instituciones educacionales no fiscales como instituciones colaboradoras, producto de la iniciativa y decisión de las diversas comunidades religiosas o de colonos emigrados que construyeron sus comunidades identitarias (suizos, alemanes, franceses, etc.).
El aporte de la Masonería.
Entrando en las consideraciones finales de esta exposición, no puedo sino relacionar las ideas que he planteado, con aquella condición que me permite estar exponiendo ante esta comunidad educacional. No podría terminar mis expresiones sin señalar con honestidad que la reflexión que he realizado, la he hecho desde una comprensión ética determinada por mi pertenencia institucional. Si estoy en este podio, no es por ningún otro mérito que ser integrante de una institución chilena, que es parte constituyente de los fundamentos morales de nuestra república: la Masonería sesquicentenaria de Chile.
Es esa institución la que pone el sello que identifica en su carácter y propósito a esta corporación centenaria, que sostiene a este colegio y que orienta su esfuerzo para proveer a esta ciudad de una educación humanista y laica.
Creo que ello da mérito y me permite postular con certeza ante Uds. que el prestigio de esta corporación educacional ha sido construido con la fortaleza y prístina comprensión de los principios de la Orden Masónica chilena, que su Directorio viene a manifestar en torno a un efectivo proyecto de servicio para las necesidades educacionales de la comunidad de Talcahuano.
Y en su ya centenaria historia, la corporación, la Liga Protectora de Estudiantes, ha puesto permanentemente en evidencia su compromiso con una comprensión humanista y laica, que la Masonería ha representado en el ámbito de las instituciones espirituales y éticas de nuestra sociedad.
Efectivamente, desde nuestros orígenes como República, la Masonería ha sido un centro de unión de los hombres que, con espíritu libre, han querido generar las condiciones para tener un país donde predomine la libertad y los derechos de conciencia, expresados en libertades específicas y concretas, que tengan la virtud de ser tangibilizadas no solo en la consagración de los derechos, sino también en los procesos formativos de las conciencias, en los accesos al conocimiento, cualidad que, como hemos dicho, corresponde por esencia a la educación, como proceso, como objetivo, como institucionalidad.
En ese contexto, toda obra masónica trascendente, desde nuestros orígenes como Nación, está asociada a la educación, y ello no es fortuito. Desde los primeros esfuerzos republicanos por tener preceptores y, luego, las primeras escuelas públicas, hasta el establecimiento del derecho a la educación, llegando posteriormente hasta la formulación del Estado Docente. En todo ese proceso, nuestra Orden, a través de sus miembros, han considerado que la trilogía que he desarrollado en esta exposición – la libertad, la educación y los derechos de conciencia – es la que permite la necesaria confluencia de factores que plasman el ejercicio del libre pensamiento y la realización espiritual y material más plena de la condición humana.
La Orden Masónica ha estado siempre en ese consenso fundamental de nuestra sociedad en torno a la educación, y comprobamos que está en la esencia del sentir y pensar de nuestro país, a pesar de la propensión de las políticas de los gobiernos de los últimos 30 años a la mercantilización. A pesar de todas las pertinacias economicistas, a pesar de los absolutismos ideológicos, a pesar de todas las dificultades por proponer modelos falaces, la gente de nuestro país sigue pensando que debe haber una educación pública, gratuita y de calidad, y que ella debe contribuir con esclarecimiento y conocimiento, para que los niños y jóvenes crezcan como personas, libres de sojuzgamientos y determinismos de conciencia, sociales, económicos o culturales.
Ello es absolutamente coherente con el proyecto de Humanidad que la Masonería propone a través de sus principios y prácticas, como contribución a un mundo dimensionado por la libertad, la igualdad y la fraternidad. Así misma, se considera una escuela formadora de hombres en torno a contenidos éticos concretos, que apuntan a la construcción de una convivencia donde las virtudes de la conciencia deben ser la consecuencia natural de un proceso gradual de perfectibilidad.
La Orden Masónica viene a ser, por lo mismo, un proceso que se complementa con la educación entregada por la escuela, pero acotada a lo más profundo de la conciencia humana. Escuela y Masonería vienen a ser parte del mismo proceso de esclarecimiento que permite al hombre acceder a la verdad, al bien común y, por lo mismo, a la completud humana en los planos de la conciencia y del hacer relacional de cada día.
Inequívocamente, tengo la firme convicción de que ello es lo que se expresa en este proyecto educacional, que tiene ya 101 años, iniciado con la formación de la Liga Protectora de Estudiantes y aquella paradigmática Escuela Nocturna Camilo Henríquez, y que hoy se encuentra tan sólidamente consolidado en el Colegio Etchegoyen, y que permite mirar hacia el futuro con nuevos desafíos y profundas fortalezas. Uno de ellos es que está en desarrollo una futura señal de televisión, que abrirá espacios nuevos de desarrollo cultural hacia la comunidad de Talcahuano.
Sin duda, el sueño de quienes fundaron la Liga, personificados luego en el empuje y compromiso de Juan Bautista Etchegoyen, expresión paradigmática de esta realidad institucional educativa, y quien presidiera la Logia masónica en la cual el proyecto se sustentó por muchos años, sigue madurando con un éxito indiscutido, y los estudiantes que se congregan en sus aulas, con seguridad tienen una oportunidad que no tendrían en otros espacios educativos, en términos de lo que aporta una escuela laica y humanista.
Solo me queda expresar, al terminar mis palabras, una invocación junto a todos los miembros de la comunidad del Colegio y de la corporación, haciendo votos porque el éxito continúe coronando sus esfuerzos, y que la constancia en los mejores valores del Humanismo se sigan encarnando, expresados en virtud, en los niños y jóvenes que pasan por estas aulas, abriéndose paso hacia el horizonte cierto de la libertad y el saber.
Muchas gracias
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