Definir la
educación para muchos es una complejidad, considerando la multiplicidad de
definiciones que los especialistas han aportado por décadas. Todas esas
definiciones, sin embargo, se basan en la aceptación de que hay un conocimiento
que se transmite a través de un proceso donde hay un emisor y un receptor, y
que, en ese proceso de transmisión de ese conocimiento, hay una intención o un
propósito.
Por lo tanto, es
obvio que tenemos que ponernos de acuerdo en que queremos decir con el
concepto, y para que vamos a emplearlo. Concretamente, debemos establecer con
claridad para qué educamos. Sin duda, allí se encuentra la causa de las
diferencias que marcan los distintos sistemas y la proliferación de
contradicciones en el ámbito de los objetivos educacionales.
Más allá de las definiciones
de las especialización, que tantos problemas genera en las acepciones, hay una
comprensión general entre las comunidades humanas de que, cuando se habla de
educación, lo que se quiere decir es que hay una instancia en que se
proporciona a un receptor un conjunto de conocimientos, que apuntan a 1)
desarrollar habilidades para propósitos específicos, 2) desarrollar las
capacidades intelectivas y experienciales de un individuo en relación a esos
propósitos específicos y 3) entregarle elementos para relacionarse con los
demás en la esfera societaria de la que es parte, en relación con tales
propósitos específicos.
Se trata de formar
a individuos que sean capaces, como consecuencia de lo anterior, de crear y
resolver con autonomía, sobre la base de los conocimientos entregados. Hay
pues, un objetivo que apunta a crear las condiciones necesarias para la
práctica de la libertad personal en el desarrollo de las capacidades creativas,
en el contexto de los propósitos específicos señalados y en relación con el
entorno en que los educados se relacionan.
No puede haber
educación, entonces, que no considere un cambio cualitativo de la conciencia
individual del receptor de los conocimientos entregados, o que prescinda del
alcance asociativo, de decir, del impacto en la socialización. La educación,
por lo tanto, es un proceso cultural, no porque aporte refinamiento o mucha
información singular, sino porque incide en el medio social, en la forma como
es y como hacen las cosas las sociedades en que el proceso educativo se
realiza.
Cuando se entregan
conocimientos y posibilidades de vivir la experiencia de tales conocimientos,
sin duda habrá impactos conductuales, cambios intelectuales, modificaciones
emocionales, y en consecuencia grados distintos de conciencia y de ejercicios
de la libertad y de la relación social.
Ello ocurre en
cualquier sistema en que se exprese un proceso educativo o el acto simple de
educar, es decir, de entregar un conocimiento a partir de un propósito
claramente pre-establecido. Eso lo hace el hogar, lo hace la familia, lo hace
el medio comunitario en el cual un individuo nace y crece. Lo hace desde luego,
la escuela, como instancia formal en que la comunidad deposita la tarea de
profundizar en los aprendizajes que el cuerpo social desea exaltar en cada uno
de los componentes del futuro, y través de los cuales se hace posible el cambio
hacia la superación de las debilidades y deficiencias del tiempo vivido.
Es decir, esa
transmisión de conocimiento es también la posibilidad de mejorar aquello que ha
sido hecho con carencias, errores y deficiencias. De tal modo que la educación
persigue siempre un propósito de perfectibilidad. A través de ella, los
individuos, las familias, las comunidades, y finalmente la sociedad, busca
superar aquello que le impide alcanzar los fines superiores de su existir como
tal, en el tiempo presente.
No hay, entonces,
educación sin una promesa y un compromiso de futuro. No hay educación sin una
idea de superación, no hay educación sin un relato de futuro.
Cómo y para que educar.
En atención a lo
anterior, la educación es será y punto de debate en toda sociedad y en todas la
comunidades y grupos humanos que se plantean cualquier mirada de futuro. Y no
hay educación que no parta del proceso esencial de instruir y enseñar, es decir,
de construir en las conciencias aquellos elementos esenciales que son válidos
para el hacer social y para poner las referencias o las señas necesarias para
que entendamos que somos parte de una condición colectiva. Es decir, no hay
educación sin un componente instructivo y sin las necesarias y fundamentales enseñanzas
que aportan hacia la comprensión colectiva.
Sin embargo, allí
se encuentra precisamente la cualidad que permite que se produzcan las
variables que marcan las diferencias sustanciales, que hacen de los sistemas
educacionales proyectos antagónicos en las sociedades. Una educación
determinada por la instrucción, puede ser un proceso altamente alienador. En
tanto, una educación dominada por la enseñanza, puede aventar con fuerza hacia
la incapacidad creativa y la imposibilidad evolutiva de la cultura. Cuando
hablamos de instrucción hablamos de construcción bajo ciertos modelos, y cuando
hablamos de enseñanza, hablamos de un proceso de referencias deterministas
respecto del cómo ser y hacer.
Las grandes
controversias en las sociedades contemporáneas respecto de los fines
educacionales, tienen que ver con establecer cuál es el alcance de la
instrucción y de la enseñanza. Cuanto más determinadas son las sociedades, por
cierto, mayor es la cuota instructiva y enseñante. Cuanto más se valora la
libertad de conciencia y menos intensidad tienen los factores deterministas,
menor será el periodo de instruir y enseñar, y mayor la capacidad de crear y de
ejercer conscientemente la libertad a partir del conocimiento recibido.
En la medida que
los componentes instructivos y las enseñanzas se acentúan, claramente hay una
consolidación de los dogmas, pues la instrucción y la enseñanza son
predominantemente inductivas. De allí que, para miradas deterministas, siempre
será de alto valor tener una educación funcional a sus intereses específicos.
Los grupos de interés (políticos, económicos, religiosos, ideológicos,
raciales, etc.) generalmente optan por una educación sustentada fuertemente en
esos factores inductivos.
Ello está
relacionado obviamente con la construcción de poder. En la medida que haya
mayor inducción en los procesos formativos de la sociedad, desde luego que se
estimula con más fuerza la centralización del poder y hay una prevalencia de
los elementos constituyentes del relato del grupo que detenta el poder. En la
medida que hay una menor inducción y mucha más fuerza en la experiencia y en la
versatilidad en la aproximación al conocimiento, el poder se descentraliza y
las libertades de conciencia se consolidan con mayor vigor, cumpliendo con
mayor efectividad la finalidad de un verdadero proceso educativo.
Aquí, entonces,
tiene mucha importancia lo que previamente llamamos “propósitos específicos”,
pues siempre se educa con un fin. Las sociedades democráticas tienen fines más
amplios en los propósitos de la educación que las sociedades sometidas a
determinismos religiosos o ideológicos. Han existido regímenes políticos
altamente ideologizados, que se han caracterizado por tener propósitos
específicos que han sido extraordinariamente sesgados, con fuerte acento en la
instrucción y en la enseñanza y muy limitantes en las capacidades creativas que
se manifiestan y deben manifestarse en el proceso educativo.
Demás está señalar
que las religiones no pueden sustentar un concepto educacional que no esté
sustentado en su propia fe y la difusión de su credo. Verbigracia, el
catolicismo ligado a sus estructuras jerárquicas ha relacionado por más de 1700
años el concepto de enseñanza con la evangelización. De hecho, en el debate
actual sobre la educación en Chile, el último documento de la Conferencia
Episcopal sobre la materia, así lo expresa. Y evangelizar es la enseñanza y
propagación del mensaje cristiano católico presente en los evangelios, es
decir, una labor de proselitismo religioso.
Esto en sí mismo no
es censurable, pero adquiere grave riesgo cuando el mensaje originario de los
Evangelios es inductivo hacia un forma de interpretación y práctica, que tienen
que ver con concepciones de poder y hegemonía, prevenientes de las jerarquías
que gobiernan el ejercicio religioso, y que ambicionan con fuerza el predominio
de lo temporal.
Lo propio ocurre
con grupos políticos que persiguen una lectura unilateral de la realidad y
donde la conservación se traduce en la expresión clara de un interés de
hegemonía y de perpetuación, donde la educación formal juega un rol definitivo.
Educación formal y educación informal.
Educar tiene que
ver, sin embargo, con desatar las capacidades de crear y ejercer la libertad de
los individuos. La instrucción y la enseñanza son la base que no puede inhibir
las capacidades de crear y transformar. Sin esas virtudes no hay posibilidad de
superación del presente y construcción del futuro.
Por lo mismo, la
educación es un proceso que abarca toda la vida. Siempre aprendemos y es
necesario que la persona humana tenga el acceso a medios donde aprender aquello
que no fue posible en alguna etapa de su vida.
En ese proceso de
recepción del saber, hay desde luego instancias formales, que las sociedades
crean dentro de sus propósitos específicos, y están las instancias informales,
a las que las personas acceden en el pleno ejercicio de su libertad, donde la
conciencia personal se encuentra con sus propias motivaciones circunstanciales
o permanentes.
En las instancias
formales, etapa del conocimiento humano tan fragmentado por la especialización,
es posible distinguir claramente etapas muy definidas: pre-escolar, básica o
primaria, media o secundaria, universitaria o terciaria, post-gradual, y ya se
ha estado desarrollando en muchos países una educación para la vejez.
Complementariamente,
hay una educación informal, a la que las personas acuden por motivaciones
profesionales o como consecuencia de sus motivaciones de vida. Un joven
estudiante podrá cumplir rigurosamente con el plan de la educación formal, pero
seguramente querrá dedicar muchas horas a aprender el arte de la guitarra. Un
profesional calificado querrá lograr un postgrado y tal vez estudiar en
profundidad la espiritualidad zen.
Sobre esa realidad,
lo que viene a ser un punto de debate de las corrientes educacionales
contemporáneas, y centro del debate sobre educación en nuestro país, es definir
con claridad cuáles son los propósitos específicos del sistema educacional, y
para que se educa. Ello, a partir del rol que debe ejercer el Estado, en
representación de toda la sociedad, una vez que ha recogido los impuestos y
cuando debe gastarlos en beneficio de la comunidad que gobierna.
En un sentido
óptimo, un sistema educacional debiera ser capaz de responder a las necesidades
de educación formal de toda su población, y también satisfacer de manera
importante las necesidades de educación informal. En ese contexto, no solo debe
aportar con recursos, sino que debe ser garante que los recursos se empleen
correctamente en lo que la sociedad espera del sistema educacional. Esto último
es muy importante, ya que en la sociedad se expresan distintos intereses
colectivos e individuales. Y cuando hablamos de intereses colectivos, debemos
hablar de los intereses colectivos generales y también de intereses colectivos
particulares, siendo estos últimos donde están los intereses de los grupos con
fines sesgados.
No hay una
instancia en las sociedades modernas que represente el interés colectivo general
que no sea el Estado, aun cuando todos los grupos de interés quisieran verlo
sesgado según su particular interés. De allí que la garantización de una
educación formal que llegue a todos no es posible sin su concurso. Por cierto,
no es lo mismo un Estado democrático, que un Estado determinado por un grupo de
interés específico.
Entonces, deberemos
estar contestes que, cuando señalamos propósitos específicos en los procesos
educacionales, lo que debe parecernos de suyo importante, es que la educación deberá
siempre representar el pulso de lo que una comunidad social es. Si la sociedad
es democrática, educaremos para la democracia. Si la sociedad valora la
libertad, educaremos para la libertad. Si la sociedad es humanista, educaremos
para el humanismo.
Requisito para ello
y satisfacción de eficacia, será que la educación llegue a todos y cada uno de
los integrantes de la sociedad. Si la “buena nueva” del conocimiento y del
saber solo llega a algunos, bajo la determinación de las capacidades económicas
y estableciendo mecanismos o fórmulas de exclusión y privilegios, significará
siempre que hay sesgos de interés hegemónico que rompen con una idea colectiva
o societaria (país, nación, república, patria, etc.).
Es el gran debate
de fondo que hoy tensiona a nuestra sociedad política y que subyace como
convicción mayoritaria en la sociedad civil.
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