miércoles, 15 de julio de 2015

Educación. Fundamento del desarrollo integral del ser humano

(Fragmento de artículo publicado en la revista Citerior, el año 2014)

Definir la educación para muchos es una complejidad, considerando la multiplicidad de definiciones que los especialistas han aportado por décadas. Todas esas definiciones, sin embargo, se basan en la aceptación de que hay un conocimiento que se transmite a través de un proceso donde hay un emisor y un receptor, y que, en ese proceso de transmisión de ese conocimiento, hay una intención o un propósito.
Por lo tanto, es obvio que tenemos que ponernos de acuerdo en que queremos decir con el concepto, y para que vamos a emplearlo. Concretamente, debemos establecer con claridad para qué educamos. Sin duda, allí se encuentra la causa de las diferencias que marcan los distintos sistemas y la proliferación de contradicciones en el ámbito de los objetivos educacionales.
Más allá de las definiciones de las especialización, que tantos problemas genera en las acepciones, hay una comprensión general entre las comunidades humanas de que, cuando se habla de educación, lo que se quiere decir es que hay una instancia en que se proporciona a un receptor un conjunto de conocimientos, que apuntan a 1) desarrollar habilidades para propósitos específicos, 2) desarrollar las capacidades intelectivas y experienciales de un individuo en relación a esos propósitos específicos y 3) entregarle elementos para relacionarse con los demás en la esfera societaria de la que es parte, en relación con tales propósitos específicos. 
Se trata de formar a individuos que sean capaces, como consecuencia de lo anterior, de crear y resolver con autonomía, sobre la base de los conocimientos entregados. Hay pues, un objetivo que apunta a crear las condiciones necesarias para la práctica de la libertad personal en el desarrollo de las capacidades creativas, en el contexto de los propósitos específicos señalados y en relación con el entorno en que los educados se relacionan.
No puede haber educación, entonces, que no considere un cambio cualitativo de la conciencia individual del receptor de los conocimientos entregados, o que prescinda del alcance asociativo, de decir, del impacto en la socialización. La educación, por lo tanto, es un proceso cultural, no porque aporte refinamiento o mucha información singular, sino porque incide en el medio social, en la forma como es y como hacen las cosas las sociedades en que el proceso educativo se realiza.
Cuando se entregan conocimientos y posibilidades de vivir la experiencia de tales conocimientos, sin duda habrá impactos conductuales, cambios intelectuales, modificaciones emocionales, y en consecuencia grados distintos de conciencia y de ejercicios de la libertad y de la relación social.
Ello ocurre en cualquier sistema en que se exprese un proceso educativo o el acto simple de educar, es decir, de entregar un conocimiento a partir de un propósito claramente pre-establecido. Eso lo hace el hogar, lo hace la familia, lo hace el medio comunitario en el cual un individuo nace y crece. Lo hace desde luego, la escuela, como instancia formal en que la comunidad deposita la tarea de profundizar en los aprendizajes que el cuerpo social desea exaltar en cada uno de los componentes del futuro, y través de los cuales se hace posible el cambio hacia la superación de las debilidades y deficiencias del tiempo vivido.
Es decir, esa transmisión de conocimiento es también la posibilidad de mejorar aquello que ha sido hecho con carencias, errores y deficiencias. De tal modo que la educación persigue siempre un propósito de perfectibilidad. A través de ella, los individuos, las familias, las comunidades, y finalmente la sociedad, busca superar aquello que le impide alcanzar los fines superiores de su existir como tal, en el tiempo presente.
No hay, entonces, educación sin una promesa y un compromiso de futuro. No hay educación sin una idea de superación, no hay educación sin un relato de futuro.

Cómo y para que educar.

En atención a lo anterior, la educación es será y punto de debate en toda sociedad y en todas la comunidades y grupos humanos que se plantean cualquier mirada de futuro. Y no hay educación que no parta del proceso esencial de instruir y enseñar, es decir, de construir en las conciencias aquellos elementos esenciales que son válidos para el hacer social y para poner las referencias o las señas necesarias para que entendamos que somos parte de una condición colectiva. Es decir, no hay educación sin un componente instructivo y sin las necesarias y fundamentales enseñanzas que aportan hacia la comprensión colectiva.
Sin embargo, allí se encuentra precisamente la cualidad que permite que se produzcan las variables que marcan las diferencias sustanciales, que hacen de los sistemas educacionales proyectos antagónicos en las sociedades. Una educación determinada por la instrucción, puede ser un proceso altamente alienador. En tanto, una educación dominada por la enseñanza, puede aventar con fuerza hacia la incapacidad creativa y la imposibilidad evolutiva de la cultura. Cuando hablamos de instrucción hablamos de construcción bajo ciertos modelos, y cuando hablamos de enseñanza, hablamos de un proceso de referencias deterministas respecto del cómo ser y hacer.
Las grandes controversias en las sociedades contemporáneas respecto de los fines educacionales, tienen que ver con establecer cuál es el alcance de la instrucción y de la enseñanza. Cuanto más determinadas son las sociedades, por cierto, mayor es la cuota instructiva y enseñante. Cuanto más se valora la libertad de conciencia y menos intensidad tienen los factores deterministas, menor será el periodo de instruir y enseñar, y mayor la capacidad de crear y de ejercer conscientemente la libertad a partir del conocimiento recibido.
En la medida que los componentes instructivos y las enseñanzas se acentúan, claramente hay una consolidación de los dogmas, pues la instrucción y la enseñanza son predominantemente inductivas. De allí que, para miradas deterministas, siempre será de alto valor tener una educación funcional a sus intereses específicos. Los grupos de interés (políticos, económicos, religiosos, ideológicos, raciales, etc.) generalmente optan por una educación sustentada fuertemente en esos factores inductivos.
Ello está relacionado obviamente con la construcción de poder. En la medida que haya mayor inducción en los procesos formativos de la sociedad, desde luego que se estimula con más fuerza la centralización del poder y hay una prevalencia de los elementos constituyentes del relato del grupo que detenta el poder. En la medida que hay una menor inducción y mucha más fuerza en la experiencia y en la versatilidad en la aproximación al conocimiento, el poder se descentraliza y las libertades de conciencia se consolidan con mayor vigor, cumpliendo con mayor efectividad la finalidad de un verdadero proceso educativo.
Aquí, entonces, tiene mucha importancia lo que previamente llamamos “propósitos específicos”, pues siempre se educa con un fin. Las sociedades democráticas tienen fines más amplios en los propósitos de la educación que las sociedades sometidas a determinismos religiosos o ideológicos. Han existido regímenes políticos altamente ideologizados, que se han caracterizado por tener propósitos específicos que han sido extraordinariamente sesgados, con fuerte acento en la instrucción y en la enseñanza y muy limitantes en las capacidades creativas que se manifiestan y deben manifestarse en el proceso educativo.
Demás está señalar que las religiones no pueden sustentar un concepto educacional que no esté sustentado en su propia fe y la difusión de su credo. Verbigracia, el catolicismo ligado a sus estructuras jerárquicas ha relacionado por más de 1700 años el concepto de enseñanza con la evangelización. De hecho, en el debate actual sobre la educación en Chile, el último documento de la Conferencia Episcopal sobre la materia, así lo expresa. Y evangelizar es la enseñanza y propagación del mensaje cristiano católico presente en los evangelios, es decir, una labor de proselitismo religioso.
Esto en sí mismo no es censurable, pero adquiere grave riesgo cuando el mensaje originario de los Evangelios es inductivo hacia un forma de interpretación y práctica, que tienen que ver con concepciones de poder y hegemonía, prevenientes de las jerarquías que gobiernan el ejercicio religioso, y que ambicionan con fuerza el predominio de lo temporal.
Lo propio ocurre con grupos políticos que persiguen una lectura unilateral de la realidad y donde la conservación se traduce en la expresión clara de un interés de hegemonía y de perpetuación, donde la educación formal juega un rol definitivo.

Educación formal y educación informal.

Educar tiene que ver, sin embargo, con desatar las capacidades de crear y ejercer la libertad de los individuos. La instrucción y la enseñanza son la base que no puede inhibir las capacidades de crear y transformar. Sin esas virtudes no hay posibilidad de superación del presente y construcción del futuro.
Por lo mismo, la educación es un proceso que abarca toda la vida. Siempre aprendemos y es necesario que la persona humana tenga el acceso a medios donde aprender aquello que no fue posible en alguna etapa de su vida.
En ese proceso de recepción del saber, hay desde luego instancias formales, que las sociedades crean dentro de sus propósitos específicos, y están las instancias informales, a las que las personas acceden en el pleno ejercicio de su libertad, donde la conciencia personal se encuentra con sus propias motivaciones circunstanciales o permanentes.
En las instancias formales, etapa del conocimiento humano tan fragmentado por la especialización, es posible distinguir claramente etapas muy definidas: pre-escolar, básica o primaria, media o secundaria, universitaria o terciaria, post-gradual, y ya se ha estado desarrollando en muchos países una educación para la vejez.
Complementariamente, hay una educación informal, a la que las personas acuden por motivaciones profesionales o como consecuencia de sus motivaciones de vida. Un joven estudiante podrá cumplir rigurosamente con el plan de la educación formal, pero seguramente querrá dedicar muchas horas a aprender el arte de la guitarra. Un profesional calificado querrá lograr un postgrado y tal vez estudiar en profundidad la espiritualidad zen.
Sobre esa realidad, lo que viene a ser un punto de debate de las corrientes educacionales contemporáneas, y centro del debate sobre educación en nuestro país, es definir con claridad cuáles son los propósitos específicos del sistema educacional, y para que se educa. Ello, a partir del rol que debe ejercer el Estado, en representación de toda la sociedad, una vez que ha recogido los impuestos y cuando debe gastarlos en beneficio de la comunidad que gobierna.
En un sentido óptimo, un sistema educacional debiera ser capaz de responder a las necesidades de educación formal de toda su población, y también satisfacer de manera importante las necesidades de educación informal. En ese contexto, no solo debe aportar con recursos, sino que debe ser garante que los recursos se empleen correctamente en lo que la sociedad espera del sistema educacional. Esto último es muy importante, ya que en la sociedad se expresan distintos intereses colectivos e individuales. Y cuando hablamos de intereses colectivos, debemos hablar de los intereses colectivos generales y también de intereses colectivos particulares, siendo estos últimos donde están los intereses de los grupos con fines sesgados.
No hay una instancia en las sociedades modernas que represente el interés colectivo general que no sea el Estado, aun cuando todos los grupos de interés quisieran verlo sesgado según su particular interés. De allí que la garantización de una educación formal que llegue a todos no es posible sin su concurso. Por cierto, no es lo mismo un Estado democrático, que un Estado determinado por un grupo de interés específico.
Entonces, deberemos estar contestes que, cuando señalamos propósitos específicos en los procesos educacionales, lo que debe parecernos de suyo importante, es que la educación deberá siempre representar el pulso de lo que una comunidad social es. Si la sociedad es democrática, educaremos para la democracia. Si la sociedad valora la libertad, educaremos para la libertad. Si la sociedad es humanista, educaremos para el humanismo.
Requisito para ello y satisfacción de eficacia, será que la educación llegue a todos y cada uno de los integrantes de la sociedad. Si la “buena nueva” del conocimiento y del saber solo llega a algunos, bajo la determinación de las capacidades económicas y estableciendo mecanismos o fórmulas de exclusión y privilegios, significará siempre que hay sesgos de interés hegemónico que rompen con una idea colectiva o societaria (país, nación, república, patria, etc.).
Es el gran debate de fondo que hoy tensiona a nuestra sociedad política y que subyace como convicción mayoritaria en la sociedad civil. 

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