Introducción.
Frente a la temática propuesta en esta
oportunidad, quisiera partir con una afirmación, que creo que permite y hace
posible toda comprensión del desarrollo humano.
La afirmación es que el desarrollo humano nace y comienza en el momento
en que se produce la primera decisión política humana. En consecuencia, la política
es la primera expresión o hecho del desarrollo humano.
Cuando el hombre de las cavernas debe actuar
por primera vez como parte de una comunidad, y su interés personal entra en
relación con otros intereses, y deben ponerse de acuerdo para resolver un
problema determinado de manera colectiva, es cuando se expresa el primer
episodio de su desarrollo como ser vivo en relación al medio social en que se
desenvuelve.
Es decir, el desarrollo humano comienza
con la colectivización de las voluntades para acometer la caza, o para
intercambiar una presa, o para transar el uso de un garrote, o para establecer
un predominio territorial, o para compartir una cueva. Es el momento
embrionario del acto comunitario, y por lo mismo, el momento en que intereses
distintos se ponen en una misma línea de voluntades. Desde ese momento hay un
salto cualitativo en la calidad de la vida humana, por lo cual, comienza el
desarrollo humano. Desde ese momento, hay un primer episodio de intercambio de
opiniones sobre intereses que son distintos y contradictorios, que buscan la
complementación o la contradicción, por lo cual nace la política.
Es cierto que sobre la política han
existido y existirán muchas definiciones. Unas más grandilocuentes que otras,
pero nunca dejará de ser la expresión de una voluntad comunitaria de confrontar
intereses y ordenarlos de acuerdo a los demás intereses. Es la dialéctica de los
intereses y la pretensión individual de buscar que las expectativas individuales
o colectivas logren imponerse en el debate de una comunidad, y por lo mismo,
donde se debe tener la comprensión cierta respecto de hasta dónde se puede ceder
en las aspiraciones de unos y otros.
La política, entonces, viene a ser la
más pulcra o la más grosera manifestación de la confrontación civilizatoria de
los intereses de las personas o los grupos humanos. Y cuando la defino como
civilizatoria, no estoy haciendo analogía con “lo civilizado” la expresión
manifiesta de la convivencia civil, sino simplemente con la más amplia idea
civilizacional, de que el hombre es parte de un proyecto colectivo construido a
partir de una complejidad de intereses en pugna o en complementación, que
evidencian una condición de desarrollo.
Entonces, si hay política, siempre habrá
una medida de desarrollo humano, y si hay desarrollo humano siempre habrá una
política que lo haga posible.
El valor de una
comunidad política.
Planteadas así las cosas, lo que viene a
ser determinante para tener un desarrollo humano pasa necesariamente por la
constitución de la comunidad política. Sin embargo, la complejidad producida
por la multiplicidad infinita de intereses de las personas, de los grupos, de
las comunidades de grupos, de manera ascendente, hasta que llegamos a hablar de
sociedad, y, por último, hasta el concepto totalizador de Humanidad, demuestran
que todos esos componentes segmentarios son capaces de entrar en confrontación
o en negociación estableciendo conductas o acciones infinitas.
Si pudiéramos tener la capacidad de
mirar a nuestro planeta desde cierta distancia, y la capacidad de escuchar lo
que hablan los seres humanos - todos los seres humanos -, en este preciso
momento, escucharíamos millones y millones de lenguajeares políticos, debates
de intereses, diálogos, confrontaciones de intereses, concatenación y consecución
de conflictos de intereses. En cada fase de esos eventos, lo que resalta es la
existencia de un hecho concreto: la manifestación del hecho comunitario, de
personas que se asocian por intereses comunes para lograr determinados fines.
Esto nos dice que es el vivir en la
convivencia lo que estableció la diferencia humana de toda otra especie, a
partir de la manifestación superior del lenguaje, es decir, de la capacidad de
la manifestación lenguajeante de los intereses. Mientras las demás especies
resuelven sus contiendas de interés con la fuerza, imponiendo la sola disponibilidad
de sus capacidades por sobre los demás o siendo doblegado por la insuficiencia
de sus fuerzas, el ser humano se elevó en la naturaleza por su capacidad de
comunicar sus intereses para aunar voluntades, es decir, constituyó una
comunidad política, una comunidad de negociación.
En esos dos conceptos se encuentra la
cualidad virtuosa de la existencia humana y la capacidad de transformar la
naturaleza y someterla a sus intereses, según el alcance de su voluntad.
Por ello es necesario reiterar que, es
en la comunidad política, donde descansa la capacidad humana de construir la
complejidad de su existencia como especie y donde la realización de sus logros
alcanza un sentido y una perspectiva histórica. Sin la comunidad política todo
lo que constituye lo propiamente humano carecería de tiempo, espacio, relato, valores,
trascendencia, oportunidad, legado, historia, ritos, etc. No importando la
magnitud de una comunidad política (clan, tribu, poblado, aldea, ciudad, país,
etc.), será ella la que dará el calibre y el alcance al desarrollo humano. Sin
comunidad política, definitivamente, no habría categorías concretas de lo que
consideramos humano.
La
cuestión del desarrollo humano como resultado de lo político.
Si observamos al hombre, en su
desarrollo histórico, frente a lo manifestado anteriormente, su drama histórico,
su enorme contradicción existencial, que
atraviesa todas las épocas, está determinado por el interés de los individuos
por hacer funcional la comunidad política a sus intereses particulares. Es la
contradicción entre los intereses de una comunidad política y los intereses de
una de las subcomunidades políticas que la integran. Esas subcomunidades, en
esencia, son a su vez comunidades políticas menores que representan intereses
que buscan hegemonizar las opiniones de la comunidad mayor, o cuando menos
influirla.
En ese contexto, el propio desarrollo
humano ha ido complejizando la expresión de esas subcomunidades o comunidades
menores, que existen dentro de una comunidad mayor. Sin que hagamos ahora un
seguimiento de ella a través de los tiempos, hoy, contemporáneamente, se
manifiesta una diversidad enorme de estas subcomunidades, donde muchas de ellas
han tenido momentos indudables de hegemonía, con consecuencias lamentables para
las sociedades humanas. Por ejemplo, las iglesias, las tribus, las familias,
los partidos, las cofradías, las corporaciones, las asociaciones de
propietarios, etc.
En cada momento en que una manifestación
de intereses particulares ha logrado imponer su hegemonía totalizante, el
retroceso en el desarrollo humano ha sido brutalmente, cuando no estancado,
frustrado o retrogradado.
De allí que, desde los días de la remota
Jerusalén, o la mítica Babilonia, pasando por las reflexivas polis griegas, hasta nuestros días, la
democracia y la república vienen siendo fundamentales para establecer
condiciones convencionales esenciales para ordenar las comunidades políticas en
una perspectiva concreta de desarrollo humano. La república como manifestación
organizacional de las estructuras de participación donde todos tienen un mismo
valor como integrantes y todos se atienen a un mismo marco normativo y a las
mismas estructuras, sea gobernantes o gobernado. Y la democracia como
manifestación de la forma en que se desarrolla el debate político y como se
regula y se hace tangible la participación de los distintos componentes
sociales.
Muchos piensan que república y
democracia fueron inventos de los griegos. Nada más lejos de ello, tales
prácticas están en la manifestación primera del desarrollo humano y en la
formación original de las comunidades políticas. Lo que ocurre es que los
griegos construyeron las categorías conceptuales que usamos para lenguajear
nuestras ideas políticas cotidianas. Lo que nos aportó Atenas y su democracia
fueron definiciones conceptuales para la verbalización política de los tiempos
posteriores.
La participación y las formas de
participación, entonces, son parte de la constitución de cualquier comunidad
política, desde nuestro más remoto origen como especie. Y las contradicciones
que surgen, entre sus subcomunidades, y la cuestión de la hegemonía viene a ser
el factor determinante en los retrocesos que ellas experimentan y como se producen
los efectos que terminan por condicionarla.
Los dramas de las sociedades políticas,
entonces, son los dramas que ha experimentado el desarrollo humano.
Creo que ya se ha hablado y se ha
definido el desarrollo humano, dentro de la temática fundacional de este año.
No creo necesario hacer abundamientos sobre su definición, estando contestes
seguramente, de que uniendo la idea conceptual de desarrollo y la definición
sobre lo humano, llegaremos a la idea de que, en definitiva, el desarrollo
humano se refiere a la posibilidad concreta de que el hombre tenga pleno goce
de la creación virtuosa de su obra como especie. Y cuando hablo de creación
virtuosa me refiero desde luego a todo lo virtuoso que puede haber en la
tecnología, en la ciencia, en las artes y en las categorías del pensamiento. Es
decir en todo lo que el hombre construye para el beneficio fructífero de su
especie, para dominar a la naturaleza en un sentido convencionalmente moral,
para plasmar su idea de plenitud, su aspiración íntima a la felicidad.
Y el desarrollo humano, en definitiva, ha
creado tres espacios para generar las condiciones que ayuden a resolver las
dificultades de asignación de toda la creación virtuosa de la obra humana: el
Estado, el mercado y la sociedad civil.
Al primero le asignó la labor de administrar la comunidad política, de
darle reglas claras y oportunas, es decir, leyes, y de resolver las contradicciones
que superan las reglas de convivencia, es decir, establecer justicia. Al
mercado le asignó las funciones de transar los productos, con la finalidad de
que llegaran a todos según las posibilidades de producción. Y a la sociedad
civil le dejó la labor de construir los medios asociativos que hagan posible la
multiplicidad de intereses que los grupos humanos pueden concebir para
representarse en la más amplia peculiaridad.
Curiosamente, la exacerbación del rol de
entidades existente en cada uno de esos espacios, o las distorsiones que se
producen en ellos, también han traído enormes consecuencias que han provocado
daños profundos en el desarrollo humano. Claramente, cuando el Estado se
convierte en un protagonista superlativo, aspectos fundamentales del desarrollo
humano se pierden. Lo propio ocurre cuando el mercado hegemoniza o cuando
actores de la sociedad civil se transforman en factores hegemónicos (por
ejemplo, las confesiones).
Si podemos hacer una conclusión moral
sobre lo expuesto, es decir, una conclusión que nazca de la reflexión ética
para incidir determinantemente en la costumbre civil, debiéramos de asumir que
el pernicioso virus que ataca al desarrollo humano es la hegemonía, y la
condición virtuosa deviene de la armonía y el equilibrio, categorías estéticas
y éticas que también devienen del relicto griego.
Los índices de
la despolitización en Chile.
Los problemas que nuestra sociedad
expresa en torno a la práctica política no pueden ser más complejos. Las
instituciones políticas aparecen en los índices más bajos del respeto y la
valoración de las personas. No es necesario indagar con profundidad para darnos
cuenta que la política, como actividad institucional e incluso profesional, se
encuentra en uno de sus momentos de menor prestigio. Los partidos y las
coaliciones que integran, sumados, no superan un 50% de aprobación en los
distintos muestreos estadísticos realizados en los últimos años. Los niveles de
abstención en las jornadas electorales son elevadísimos y muy preocupantes, ya
que tenemos personeros que cumplen cargos públicos de mandato electoral, que
ejercen sin siquiera haber conseguido un quinto de apoyo del universo electoral
de la comuna, del distrito o de la circunscripción.
Sin embargo, hablamos de un país que
está entre el cuarto de países con mayor desarrollo humano en el mundo,
entendiendo ese desarrollo sobre la base de la información que entrega el
Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. Es un país donde todo parece ir
muy bien, donde hay bajo nivel de desempleo, donde las cosas funcionan
regularmente, y donde se advierte una diferencia positiva respecto de muchos
temas, comparados con los demás países latinoamericanos, adecuada referencia de
medición para establecer lo bien o mal que puede estar un país, desde la óptica
de un observador imparcial. Hay varias referencias positivas que nos permiten
destacarnos en el continente, haciendo de Chile un país con logros relevantes,
y para muchos envidiables.
Sin embargo, hay una desconexión severa
entre el ejercicio político y los índices aparentes. No es un hecho nuevo.
Libia, antes de su reciente guerra civil, estaba entre los 50 países con mayor
desarrollo humano (índice PNUD), sin embargo, terminó sumido en una guerra fratricida.
No estoy haciendo un parangón con Chile. Lo que digo es que no hay la esperable
coherencia, necesariamente, entre los índices de desarrollo material y los
índices de satisfacción política de las personas, esto sobre la base que la
sensación del vivir tiene que ver con problemas mucho más íntimos y subjetivos
que el acceso a ciertos bienes. De allí la importancia de una coherencia entre
la política y el logro del desarrollo humano, y cuando digo “política” me estoy
refiriendo a la práctica de una comunidad política, y no a la actividad
profesional de un grupo de personas por mandato electoral o como un actividad
de los partidos políticos.
Aquello que muestra el caso de Libia,
tiene desde luego una explicación. De alguna manera, podemos tenerla expresada
en una información disponible hoy en Internet, para todas las personas, y que
nos puede ilustrar sobre los problemas que tenemos como país, con una clase
política tan poco valorada por la ciudadanía, más allá de lo justa o injusta
que pueda ser esa apreciación.
Para entender un poco nuestra realidad
en el desarrollo humano, es interesante tener a la vista esa información, que
corresponde a un estudio radicado en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico (OCDE), el pequeño club al que Chile se integró hace algunos años,
que está realizando un Índice para una Vida Mejor, bajo la dirección de Laura
Belli, sobre la premisa de que “en la vida hay más que las cifras del PIB y las
estadísticas económicas, por lo cual este Índice permite
comparar el bienestar en distintos países basándose en 11 temas que la OCDE ha
identificado como esenciales para las condiciones de vida materiales y la
calidad de vida”.
El Índice incorpora los siguientes aspectos a mensurar:
vivienda, ingreso, empleo, comunidad, educación, medio ambiente, compromiso
cívico, salud, satisfacción, seguridad pública, balance vida-trabajo, para lo
cual encuesta a los 34 países de la OCDE más Brasil y México. El índice señalado, sobre la base de los 36 países incluidos, pone a
Chile en promedio en el lugar 34, solo superando a México y Turquía. El mejor
resultado lo obtiene Chile en satisfacción de vida, ocupando el lugar 22, siendo
este índice y el de Salud, en que logra superar la barrera del último cuarto de
países encuestados, y el peor, es en Medio Ambiente, donde queda en la última
posición (36). Asimismo, ocupa el lugar 34 en vivienda y seguridad pública.
Según las consideraciones por
países, el estudio señala que: “En general, los chilenos están menos satisfechos con su vida que el
promedio de la OCDE. El 77% de las personas dicen tener más
experiencias positivas en un día normal (sentimientos de paz, satisfacción por
sus logros, gozo, etc.) que negativas (dolor, preocupación, tristeza,
aburrimiento, etc.). Esta cifra es menor que el promedio de la OCDE de 80%”.
El estudio
da cuenta de que “Chile ha progresado en
gran medida en la última década en lo que respecta a la calidad
de vida de sus ciudadanos. Desde la década de 1990, el país ha tenido un historial de crecimiento
sólido y reducción de la pobreza. No obstante, Chile tiene una baja
clasificación en muchos temas en comparación con la mayoría de los países en el
Índice para una Vida Mejor”.
En torno a
lo que nos preocupa especialmente en esta oportunidad, medido como Compromiso
Cívico, el análisis del Índice señala a Chile en el lugar 26 entre 36. No es un mal resultado,
desde luego, considerando que hay poco más de un 25% de los países consultados
que están en un nivel más bajo de compromiso cívico. Sin embargo, si se cruza
con el resultado del índice “Comunidad”, vemos que Chile está en el lugar 32,
es decir, dentro del 25% de países con menos acción comunitaria.
La importancia de este índice es que está basado en la opinión de las
personas, y no en las cifras que entregan los organismos técnicos, por lo tanto
señala cómo las personas perciben a su país.
Esto desde luego recoge la satisfacción y la insatisfacción respecto de
la calidad de vida de quienes son los destinatarios de la acción de las
políticas de los Estados. Obviamente, recoge la sensación de chilenos respecto
de Chile, donde se reafirma que hay insatisfacciones en todos los ámbitos
evaluados. Esto es coherente con lo que han demostrado los movimientos sociales
en nuestro país en los últimos años, absteniéndose de los debates políticos,
dando señas de una manifiesta frustración respecto de muchos de los logros como
país. Creo que ello pone en evidencia que los efectos de los predominios
ideológicos basados en el individualismo, en la exacerbación del interés
individual y en los logros mercantiles, ha llevado a nuestra sociedad a una
profunda insatisfacción. Pero, principalmente, desde mi punto de vista, lo que
viene a ser determinante obedece a las consecuencias de la despotenciación de
la política como herramienta constructiva de lo social, y al predominio de las lógicas
de mercado.
Durante mucho tiempo, la política ha sido conducida como una actividad
esencialmente de algunas cúpulas y a ciertos sectores de poder. Muchas de las
conductas de estos actores han estado determinadas absolutamente por la
intolerancia, lo cual ha conducido a la exclusión y a la carencia de
politización efectiva de los debates. Politización, a mi modo de ver, dice
relación con poner las cosas en la polis,
en la comunidad política.
Hace algunas décadas, los chilenos fueron excluidos de la política por el
autoritarismo. La ciudadanía de entonces hizo un gran esfuerzo de
reconstrucción de la actividad política, logrando la recuperación de la democracia. Luego vino una
ola de despolitización producida por los tecnócratas y ciertos grupos de poder
político y económico. Nuevamente los chilenos fueron excluidos de los debates y
la participación. Los vicios del sistema de representación han contribuido de
manera determinante en ello. La despolitización ciudadana en definitiva viene a
ser una buena perspectiva de perpetuación que ha favorecido a no pocos miembros
de nuestra clase política profesional.
Siendo virtuosa la existencia de la profesionalización política, ella ha
inducido a una fuerte desvinculación con la política no profesional, aquella que
hacen las personas en distintos niveles o instancias de la sociedad, actividad
que ha venido a ser copada por personas o grupos contrarios a los consensos que
han determinado las decisiones del Estado en los últimos 20 años.
Una buena
política para el buen desarrollo humano,
Sostengo claramente que el gran problema de Chile y de su sistema
político actual, es su despolitización estructural, y donde la crítica proviene
claramente de una posición política extra sistémica. La actitud crítica a la
política es, en sí misma, una nueva política, que aún no tiene la capacidad de
politizar al país, es decir, de establecer un consenso mayoritario para
imponerse, pero que está a poco de lograrlo.
Insisto, no debemos perder de vista que la crítica a la política descansa
por cierto en una nueva política. Y creo que los factores que han incidido para
que ello ocurra, son los siguientes:
1)
Erradicación de los diálogos políticos no profesionales de los debates de
la clase política profesional.
Desde hace mucho, se ha constatado la predisposición
a no validar a nuevos actores en los diálogos políticos instituidos,
despreciando crear instancias de inclusión a todo concurso emergente,
favoreciendo de ese modo la aparición de actores contrasistémicos y la
desconfianza pública en las instancias legales.
2)
Políticas de exclusión de lo socialmente político de los foros ciudadanos
cotidianos.
Es un hecho que los actores sociales no han tenido
una preocupación de parte de los actores políticos instituidos, salvo cuando
estos impactan las agendas de los medios de modo importante. Estos foros
sociales son, en gran medida, los que han ido construyendo la política alternativa,
como espacios de diálogo cada vez más contestatarios.
3)
Desconfianza de los políticos profesionales de las virtudes efectivas de
la democracia (mantención de un sistema de representación con crisis crónica).
Las estructuras políticas profesionales, surgidas al
amparo de la democracia, desgraciadamente, en tanto tales, han aceptado
cómodamente las ventajas de la binominalidad y la condicionalidad excluyente
del sistema, sobre todo por las ventajas que entrega el sistema vigente de
representación. Es una referencia paradigmática, la pasada elección senatorial
de la Región de los Ríos.
4)
Una práctica excesivamente intolerante y rígida, sobre la base de
intereses económicos, políticos, religiosos, ideológicos, etc.
Desde los días de la transición a la democracia,
viene haciéndose una práctica habitual las pretensiones de los miembros de la
clase política a imponerle paradigmas ideológicos teñidos de convicciones
religiosas o economicistas al sistema político y a las personas. Ello determina
una práctica política de recurrentes manifestaciones de intolerancia. De hecho,
no dudo en afirmar que tenemos una de las clases políticas más intolerantes de
esta parte del mundo.
5)
Carencia de instancias de validación de políticas de Estado más
permanentes, consensuadas en torno a una idea de país.
En el pasado, Chile fue objeto de distintos
experimentos políticos, que señalaron a la larga el carácter de su drama
histórico. Lo que vino después fue un consenso político y económico que
permitió la transición. Existen muchos aspectos que perpetúan esos consensos,
que han traído efectos benéficos para el país, pero también hay muchos aspectos
que deben ser corregidos. En ese contexto, falta construir muchos más
consensos, que permitan una trama de compromisos que hagan menos dramáticos los
fundamentos de la democracia y del tipo de país que sea para todos. Hay que
construir políticas de Estado más amplias y múltiples que favorezcan la
integración y la interlocución de las ideas y las voluntades emergentes, en el
contexto del diálogo democrático.
Frente a lo señalado, necesariamente, lo
que debe ayudarnos a resolver los problemas del desarrollo humano pasa
necesariamente por la política, como ejercicio superior de las prácticas
asociativas humanas. No pasa por los logros materiales. Ello son importantes,
pero no dan satisfacción a los factores que hacen posible la sensación de que tenemos
un país que es de todos. La construcción cívica es inherente a todo logro del
desarrollo humano, es una parte fundamental de la percepción de cómo viven las
personas, y como se sienten parte de su sociedad. Nadie se puede sentir parte
de una vida mejor, si está sometido a tensiones insufribles,
o no se siente integrado a los debates donde se resuelven los problemas. Puede
haber muchos logros materiales, pero si no se advierte el derecho a ser
considerado en los debates, ellos no traerán en sí mismos la estabilidad
política y la satisfacción de la sociedad en la que se vive.
En virtud de lo expuesto, la escala de
desarrollo humano solo es remontable de manera segura y estable, cuando sus
peldaños están construidos en el propósito comunitario, en el ejercicio social,
en una política ejercida por todos. Solo una buena política permite un buen
desarrollo humano.
En síntesis, creo que una clase política exitosa será aquella que tenga
más virtudes politizadoras. Es decir, aquella que tenga más capacidades para
poner los temas en la polis, en la
comunidad política toda.
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