(Disertación efectuada el 04 de abril de 2018, en Rancagua, con motivo del bicentenario de la batalla de Maipú)
Introducción
El pensamiento moderno, aquel que se
incuba y desarrolla bajo la Ilustración y que cambia el curso de la Humanidad a
través de los profundos cambios en la filosofía, en los descubrimientos
científicos, en la emergencia de los derechos políticos y en el derrumbe del
Absolutismo, produjo transformaciones decisivas en el modo como Occidente
concebía el orden social y político.
El Siglo de la Luces derrumbó gran parte
de las afirmaciones sobre el hombre, la sociedad, la economía y el poder, que
habían predominado durante toda la Edad Media, determinando el destino de las
personas de un modo subordinado, ya sea al feudalismo y al absolutismo, o al
poder religioso proveniente del papado.
El pensamiento moderno y la Modernidad
como una nueva comprensión de la historicidad humana derrumban el antiguo
régimen, e introducen la comprensión de que los problemas del hombre estaban en
el campo de acción del hombre, y no en un poder presuntamente devenido de un
determinismo divino, interpretado y expresado a través de los vicarios papales
y su alianza con las coronas católicas europeas.
Con la Modernidad llegó la diversidad
religiosa (protestantismo), una nueva y terrenal concepción estética, una ética
humanista, y una nueva concepción política que ponía en los ciudadanos el poder
constituyente de los Estados.
A partir de entonces, la política fue
erradicada de los cortesanos, de los cardenales y de los monarcas, y pasó a ser
del dominio de las asambleas y de los representantes del pueblo, manifestándose
tangiblemente en dos grandes procesos históricos: la independencia de las 13
colonias inglesas de América del Norte y de la revolución francesa. Advino la
convicción republicana y la soberanía del pueblo.
Luego, la América española comenzaría a vivir
los mismos procesos, los que fueron más lentos, producto del peso cultural
colonial más arraigado a la terratenencia, aún con perfiles propios de la época
feudal.
Esta exposición quiere poner el acento en
lo que fue la construcción política del proceso independentista y en el rol
político del hombre que determinó la independencia de Chile, y que se selló en
un hecho de armas, del cual celebramos 200 años.
Sin embargo, debemos tener claro que, lo
que se produjo en Maipú, fue el triunfo de una política para lograr la
emancipación. Desde luego, el triunfo de Maipú no eliminó la presencia de
fuerzas españolas en Chile, sin embargo, erradicó del país precisamente el
control político de la Corona Española sobre el territorio chileno de un modo
irreversible y se impuso la idea de una república.
Al iniciar esta mirada a los
acontecimientos de hace 200 años, no escapa a este expositor, en la perspectiva
de evidenciar la política del moderno O’Higgins, la afirmación del prusiano Clausewitz,
militar y teórico de la guerra, para quien esta – la guerra - es solo la
continuación de la política por otros medios.
Creo que O´Higgins fue una gran figura
política que evidencia la máxima de Clausewitz.
El campo de acción más privilegiado del Padre de la Patria siempre
estuvo en lo político, y de esa forma inicia su incursión en la historia
chilena, del mismo modo que la termina. Sus glorias militares, merced a su
arrojo y valentía, solo fueron la complementación de su comprensión y acción
política, que fue decisiva para lograr la emancipación y la republicanización
de Chile y Perú, y de alguna manera, en acontecimientos que ocurrieron junto al
Río de la Plata, solidarizando con tropas en los eventos de ese país.
O´Higgins, un líder político moderno
El joven O´Higgins llegó a Inglaterra en
medio del apogeo del desarrollo del pensamiento moderno, aquella enorme
revolución cultural que conocerá cercanamente a través de quien será su maestro
político por excelencia: Francisco de Miranda, privilegio que, bien sabemos, no
tuvieron ni Bolívar, ni San Martín, ni Carrera. El venezolano es, sin duda, la
figura política e intelectual moderna más significativa en el ámbito de la
concepción del proyecto emancipacionista de las colonias españolas.
La relación discipular que el joven chileno
tiene con Miranda, sin duda, dio el soporte ideológico que sustenta el
pensamiento político o´higginiano. Penetrar el pensamiento de O´Higgins es
fácil, conociendo sus decisiones y la orientación de su política, pero, por
sobre todo, se deja entrever con claridad en sus cartas. Es en su epistolario
donde se constatan las fuentes del pensamiento moderno de O´Higgins. No se
advierte allí la condición de un teórico modernista, sino de un hombre de
acción inspirado con las ideas de la modernidad: la idea de progreso, la idea
de la libertad individual, la soberanía de los pueblos, la libertad de
conciencia, el espíritu de fraternidad, la razón – entendida esta como
decisiones y paradigmas asociadas a lo humano -, una comprensión donde el porvenir
sustituye el determinismo del pasado y manifiesta la opción política de cambiar
las reglas del ordenamiento social. La modernidad es cultural y políticamente
la emancipación de las doctrinas y tradiciones, y, en consecuencia, la
emancipación de la legitimidad construida por las ideas absolutistas.
Si hay algo realmente significativo en la
emergencia de O´Higgins como protagonista de la independencia de Chile, es
precisamente que lo hace desde la política y con un sello objetivamente moderno.
Es un hombre que trae las nuevas ideas, que propone lo moderno. Su relación con
los hombres más ilustrados y emancipados de la provincia sureña de Concepción
lo irán validando como un actor de creciente protagonismo, entre 1810 y 1813,
precisamente por las ideas que señala.
Es en la provincia sureña, donde formará
sus propios discípulos y donde se relacionará con el integrante de la Junta de
1810, Juan Martínez de Rosas, el político intelectualmente más adelantado en
favor del independentismo, dentro de la realidad que surge del primer episodio
autonomista chileno.
La política chilena en la llamada Patria
Vieja
Los acontecimientos que marcan la historia
de la llamada Patria Vieja, que no es otra cosa que el primer proceso por
establecer una autoridad política autónoma en Chile, como consecuencia de los
eventos de España, donde había algunos con intenciones de romper todo vínculo
con la Corona, otros con la pretensión de un nuevo trato con el poder colonial,
y otros con la clara disposición de cautelar el poder realista.
Lo que evidencian tales acontecimientos de
modo más perdurable en la historiografía chilena, es el choque creciente entre
dos figuras que representarán la voluntad independentista, y que provocarán una
desgastante dicotomía dentro del bando que buscaba poner fin al vínculo
colonial: José Miguel Carrera y Bernardo O´Higgins.
Si pensamos que, en ese periodo, la pugna
estaba determinado por el choque político y militar entre patriotas y
realistas, estamos en un error. Los intereses eran variados respecto a lo que
se pretendía. También eran variables. Había una gama de intereses y miradas que
provocaban cambios constantes de intereses, a medida que los acontecimientos
políticos, iniciados con la Junta de Gobierno de 1810 y que fueron
desarrollándose hasta el desenlace doloroso de Rancagua.
Cuando se analiza el fracaso
independentista de la Patria Vieja, todo se atañe a la cuestión militar y la
pugna creciente entre los dos generales en jefe que tuvieron las tropas
chilenas. En realidad, ambos actuaron como consecuencia de los intereses
políticos que se dieron en el seno de las familias que sostenían el tramado
político en que se trataba de construir una institucionalidad autonomista.
Allí estaban las poderosas familias
terratenientes criollas, los mercaderes, la emergente clase media colonial y
criolla, y los intereses de españoles que estaban cansados de tributar de
manera extenuante a una lejana Corona, que actuaba a través del Virreinato
limeño, muchas veces con poca comprensión frente a las dificultades cotidianas
de los propietarios y emprendedores de la Capitanía General de Chile.
Muchos de los componentes de estos grupos
de interés, no vacilaron en algún momento en variar su compromiso con la causa
independentista y simplemente retroceder en sus planes, en la medida que los
acontecimientos eran favorables o desfavorables. Eso es patéticamente evidente
en el primer intento de independencia, que fue militarmente derrotado en
Rancagua
Es, en ese ambiente de intereses políticos
controversiales y muchas veces inconstantes, donde emerge la figura política
del hijo del irlandés que fue Virrey, asociada a aquellos intereses del sur,
cuyo centro de poder estaba en Concepción.
Aquel joven moderno, propietario de una
vasta heredad en Las Canteras, merced a su posición y a su pensamiento
político, en la medida que su abogado Juan Martínez de Rozas toma una posición
creciente en el medio político colonial, irá adquiriendo un ascendente rol que
parte con su designación como Subdelegado de Los Ángeles.
Es en la provincia de Concepción, que
abarcaba todo el sur chileno de entonces – las otras provincias eran Santiago y
Coquimbo -, donde comienza a gestarse el rol político de O´Higgins, y lo hace
de manera cada vez más gravitante. Apenas constituida la Junta de 1810, O´Higgins
propone a Martínez de Rozas la creación de un Congreso Nacional y la libertad
de comercio. Se considera que la idea del Congreso Nacional es una idea matriz
en el pensamiento de O´Higgins, que Rozas impulsó para hacer realidad.
Como toda instancia que surge de la
inexperiencia, ese Congreso estuvo marcado por las dificultades, los errores y
las contradicciones propias de una emergente institucionalidad política. Sin embargo,
fue el comienzo de una política autonomista, y a donde llegó el discípulo de
Miranda como Diputado, por mandato de los electores de Los Ángeles. Sin duda,
aquel primer Congreso fue la primera señal política de modernidad dentro de la
realidad colonial de Chile.
Es cierto que no se debatieron allí
grandes proposiciones hacia la emancipación, pero fue la primera vez que se
formó una instancia institucional, donde se expresaron los intereses políticos
presentes en aquellas tres provincias de la Capitanía General de Chile,
dependiente del Virreinato del Perú, y por su intermedio de la Corona española.
Algunos padecimientos de salud,
condicionaron la presencia y protagonismo en aquel Congreso de nuestro
personaje, pero una de sus iniciativas, revolucionarias para su tiempo, lo
obligaron a participar en su debate: el proyecto que presentara para erradicar
los cementerios de las áreas urbanas, en un tiempo en que la clase pudiente
concebía “como único lugar de descanso eterno, las iglesias y los templos, lugares
más próximos a la divinidad y al perdón de los pecados” (Ibáñez Vergara).
El breve funcionamiento de aquel primer
Congreso Nacional, con representantes de las tres provincias, y donde estaban
también expresadas las tendencias con sus matices, desde los realistas hasta
los partidarios de la independencia, terminaría en diciembre de 1811, luego de
las dos acciones de fuerza lideradas por José Miguel Carrera, que provocaron
los cambios en las Juntas de Gobierno y en la composición del Congreso Nacional.
Los acontecimientos que siguieron
estuvieron dominados por las decisiones de Carrera y su protagonismo basado en
las armas, hasta el desenlace doloroso de Rancagua. Pese a la derrota y la
audaz fuga desde la plaza de Rancagua, en medio del encarnizado sitio de las
tropas españolas, la figura de O´Higgins seguiría creciendo. Reunidos en
Santiago en las horas siguientes, ambos generales no estuvieron de acuerdo en
lo que debía hacerse frente a la derrota, y O´Higgins toma la decisión de
buscar apoyo al otro lado de Los Andes y emprende el camino a Mendoza, con el
poco contingente militar que le quedaba, y con los civiles que se sumaron al
éxodo, ante el peligro de represalias de la restauración española.
Aquella decisión de O´Higgins otorga un
sentido político a ese éxodo, al que Carrera, después de insistir en su
pretensión de replegarse a Coquimbo, terminó por sumarse. Sin embargo, estaba
claro que ambos seguirían en el futuro opciones absolutamente diferentes, y que
dividen aún hoy a quienes leen la historia de entonces, a partir de sus
simpatías por cada uno de ellos.
La articulación
política del exilio y el Ejército de Los Andes
El exilio en Mendoza fraguó dos
estrategias políticas distintas en ambos jefes político-militares, que marcaron
la historia de la independencia chilena. O´Higgins, bajo el influjo del
pensamiento de Miranda, basó su política en el sentido y propósito americanista.
La opción de Carrera era más personal, era más local, más de las provincias de
Chile, y no tenía el alcance que el pensamiento mirandino produjo en O´Higgins.
La derrota chilena en Rancagua, para este,
era la derrota de todo el movimiento emancipatorio americano, por lo tanto, las
Provincias Unidas del Río de la Plata estaban amenazadas en su flanco
occidental, por las fuerzas que provenían del Virreinato del Perú. Los líderes
de las Provincias Unidas sabían que, si no se conjuraba el peligro del Perú, su
propio proceso de independencia estaba en riesgo. Las amenazas de enfrentar una
expedición española frente a sus costas era también una posibilidad latente. Así
era como O´Higgins entendía la situación, con una mirada más amplia que la de
Carrera. Esa opción política de O´Higgins tendría una coherencia que se mantuvo
hasta su exilio en Perú, en 1823.
Mientras estuvo en aquel exilio, en
Mendoza y Buenos Aires, O´Higgins se dedicó con celo a trabajar en torno a
aquella estrategia para liberar a Chile y al sur americano del dominio español,
la cual, por lo demás, siendo el gran objetivo político, necesariamente requería
una solución militar. Carrera, en tanto, se plantó en Mendoza casi
renuentemente y reclamando derechos.
Mientras O´Higgins, con más sentido
político, entendía la naturaleza de los procesos que vivían las Provincias
Unidas del Rio de la Plata, y buscó alianzas sin exigir para sí más allá que un
lugar en el propósito común, Carrera seguía demandando reconocimientos y
preponderancias donde no tenía la fuerza para imponer sus condiciones. De allí
que, pese a logros transitorios por los cambios en el poder en las Provincias rioplatenses,
cuando Alvear tuvo transitoriamente el poder, Carrera resolvió partir a Estados
Unidos a buscar el apoyo que del otro lado de Los Andes no encontraba y la
dignidad que no se le reconocía.
En Buenos Aires, sin embargo, O´Higgins
tomará una ventaja determinante, al incorporarse a la Logia Lautaro que existía
en esa ciudad desde 1812. La habían fundado San Martín, Álvarez y Alvear. Luego
de una modesta vida en esa ciudad, y de un año de tratativas con las
autoridades de las Provincias Unidas, regresa a Mendoza con el nombramiento de
Brigadier del ejército que, a iniciativa de San Martin, se estaba formando para
enfrentar a las fuerzas españolas en las provincias chilenas.
Poco a poco, por su prudencia y capacidad
de integrar el equipo organizador de la fuerza armada en formación, O´Higgins
se transformó en el segundo hombre tras el liderazgo de San Martín.
Ciertamente, aquella expedición militar tenía un componente chileno, de
aquellos que habían cruzado la cordillera hacia el exilio junto a O´Higgins y
Carrera y que habían combatido a los españoles en las contiendas que culminaron
con la derrota de Rancagua. En ese contexto, la ponderación, el buen juicio, la
eficiencia, la lealtad con el propósito emancipador americanista del Brigadier,
le hicieron ganar respetabilidad y ascendiente entre la tropa chileno-rioplatense
en preparación y entre los civiles mendocinos.
Cuando ya ese ejército estaba en Chile,
enfrentando a las tropas españolas, el crudo invierno de 1817, detuvo las
acciones de ambos bandos, O´Higgins se preocupó de establecer un hecho político
de importancia jurídica: comunicar al mundo la condición independiente de
Chile. Era necesario proclamar la independencia y para ello se requería poner
en el papel un acto que fuera irrefutable desde el punto de vista del
testimonio jurídico.
La redacción inicial fue encargada a
Miguel de Zañartu, que fue objetada por O´Higgins por estar teñida de una
exclusiva mirada religiosa. Ese es un testimonio de modernidad incuestionable,
en el pensamiento o´higginiano. Su carta donde objeta esa redacción expresa:
“La protesta de fe que observo en el borrador, cuando habla de nuestro
invariable deseo de vivir y morir libres defendiendo la fe santa en que
nacimos, me parece suprimible en cuanto no hay en ella una necesidad absoluta y
que acaso pueda chocar algún día con nuestra política. Los países cultos han
proclamado abiertamente la libertad religiosa (…) Yo, a lo menos, no descubro
el motivo que nos obligue a protestar la defensa de la fe en la declaración de
nuestra independencia”.
El texto, reformado por una comisión, fue
puesto en todas las ciudades, junto a un libro, para que los habitantes de
ellas lo refrendaran, a fin de darle el necesario apoyo popular a esa
declaración, contra la idea de algunos que señalaban que era un acto que debía
emanar del Congreso.
Sabemos que existe una discusión sobre en
que lugar fue proclamada por O´Higgins y que esta ha cumplido también 200 años
en el pasado mes de febrero, sin embargo, es un hecho que el día de la
celebración del primer aniversario de Chacabuco, el Director Supremo Delegado,
Luis de la Cruz, juró la declaración de Independencia “dada en el palacio directoral
de Concepción el 01 de enero de 1818”, con la primera firma del Director
Supremo don Bernardo O´Higgins.
La tregua obligada por el invierno de
1817, entre las fuerzas radicadas en Concepción y Talcahuano, permitió al
Virrey del Perú enviar refuerzos al mando del General Osorio. Era un
contingente experimentado y bien preparado para establecer la restauración
definitiva del régimen colonial. Ello obligó a O´Higgins a replegarse hacia la
línea del Maule, donde también llegaron las tropas al mando de San Martín, que
tomó el mando y diseñó la estrategia, desplegando las divisiones para tener una
batalla decisiva el 20 de marzo, en Cancha Rayada, cerca de Talca.
Sin embargo, Osorio, en un gesto de
audacia atacó la noche del día 19, lo que produjo un desbande generalizado, que
impidió un reagrupamiento en medio de la oscuridad de la noche. Al amanecer,
San Martin reagrupó parte de las fuerzas en San Fernando, a donde llegó
O´Higgins herido de un brazo. Mientras tanto, la población de Santiago, al
conocer las noticias entraba en pánico y comenzó a gestarse un nuevo éxodo
hacia Mendoza. Felizmente, Gregorio Las Heras había sido más exitoso en reagrupar
las fuerzas, y llegó con más de 4.000 soldados.
En Santiago, los carreristas creyeron
llegada su hora, y a través de Manuel Rodríguez circularon la noticia de la
muerte de O´Higgins y la huida de San Martin, y formó un escuadrón de
caballería que denominó “Húsares de la Muerte”, conformado por 200 hombres
armados de sables y pistolas. Un cabildo abierto de Santiago, el 23 de marzo,
fue el escenario en que Rodríguez trató de manejar los temores, pero a él se
opusieron Joaquín Prieto y Miguel Zañartu. Este envió una nota a O´Higgins
informando de la situación, el cual llegó a Santiago la madrugada del 24 de
marzo, en medio de la fiebre por la herida y el agotamiento de las jornadas
anteriores.
La sola presencia del Director Supremo
restableció el orden, mientras las tropas patriotas al mando de San Martín se
desplegaban al sur de Santiago, en Ochagavía, y bloqueando la posibilidad de
que las fuerzas de Osorio pudieran tomar el camino de Valparaíso. De esta
manera el lugar de batalla quedaba dispuesto en Maipú, a 10 kms de Santiago. El
genio militar de San Martín impuso la obligación a Osorio de enfrentarse de
manera definitiva. Se produjo una batalla sangrienta, que obligó a Osorio a
huir y a replegarse a Lo Espejo. Cuando la batalla estaba ya decidida, O’Higgins
llegó a reforzar las fuerzas patriotas con un cuerpo de milicias, de cadetes y
huasos a caballo.
Lo que quedó de la fuerza española se replegó
a Talcahuano y siguió luego una guerra infame de guerrillas y montoneras, que
no permitió a los realistas reagruparse debidamente para ofrecer nuevamente
batalla. En septiembre, Osorio debió embarcar lo salvado por orden del Virrey.
Hubo ciudades del sur que siguieron bajo el control español, y hubo nuevos
enfrentamientos, pero la realidad fue que el poder realista había quedado
definitivamente erradicado del país después de su derrota en Maipú.
La victoria de Maipú y su consecuencia
política
El triunfo de Maipú, que recordamos en su
segundo centenario, tuvo efectos en todos los países que luchaban por su
independencia en América del Sur. Para O´Higgins aquella victoria de armas, le otorgó
las condiciones para tomar parte en el gran teatro de la historia, y encabezar
el primer gobierno independiente y soberano de Chile e insertarse
destacadamente en el movimiento emancipacionista de América del Sur. Fue,
indiscutidamente, su victoria política, aquella que configuró en su exilio en
Mendoza.
No fue la política de O´Higgins una
manifestación de intereses localistas. Lo que buscó al cruzar la cordillera,
luego del desastre de Rancagua, no fue formular solo una estrategia de socorro
para los chilenos frente a la derrota militar. Lo que hizo al llegar a Mendoza,
fue afirmar frente a las Provincias Unidas del Río de la Plata la política
común de independencia de todos los países sometidos a la Corona española.
Allí está la diferencia de foco de lo que
será la política de Carrera. Para este general, el objetivo siempre fue volver
a tomar el control político y militar de Chile, que consideraba le había sido
arrebatado por los españoles y por sus adversarios criollos. La intención de
Carrera de ser reconocido como el líder político y militar de Chile, por parte de
las Provincias Unidas del Río de la Plata, fue el foco de su política. Es eso
lo que marca de modo constante las actividades de Carrera en su permanencia
argentina, antes y después de su viaje a EE. UU. Solo cuando Alvear controló en
poder en la Provincias Unidas del Rio de la Plata por tres meses, en 1815,
Carrera tuvo una opción de desarrollar su propia estrategia, merced a la
antigua amistad que tuvieron luchando por España contra el ejército de
Napoleón. Su viaje a Estados Unidos da cuenta de su imposibilidad de
desarrollar una estrategia eficaz en las provincias argentinas, luego de la
caída de Alvear. Ello lo dejará al margen de incidir en el proceso que culmina
en Maipú.
O´Higgins, en tanto, no tiene problemas en
subordinarse a quienes tengan la capacidad, en ese momento, de formar una
fuerza expedicionaria que no solo libere a Chile, sino que termine por derrotar
el poder colonial firmemente asentado en el Virreinato del Perú. La estrategia
de O´Higgins tiene la virtud de contemporizar de forma mucho más concreta con
lo que está ocurriendo en la América Española. Esta se encontraba sometida a
los riesgos de restauración realista en el Río de la Plata, mediante el
desembarco de una fuerza restauradora. El Virreinato de Perú podía ser capaz de
generar un escenario que preparse un gran ataque contra las Provincias Unidas,
ya sea desde Chile o desde Alto Perú, por las espaldas rioplatenses.
Esa comprensión estratégica de la realidad
sudamericana hace que la política de O´Higgins adquiera más envergadura con el
paso del tiempo, sumado a las dotes personales de un talento flexible,
preparado para las contingencias inesperadas, sin lazos familiares y de clase
social que le impongan obligaciones de grupos, lo que le da más independencia
para tomar decisiones según sus personales convicciones.
Con modestia y lealtad a sus aliados,
sumado al prestigio de que gozaba entre los soldados y civiles chilenos que
compartían el exilio mendocino, fue inclinando la balanza y favoreciendo el
contexto de esa política, y pronto se convirtió en el segundo hombre tras San
Martín, en los preparativos de lo que sería una fuerza expedicionaria contra
las fuerzas españolas que controlaban las provincias chilenas.
Pero en política y en su continuidad por
medio de la guerra, los triunfos no son definitivos. O´Higgins, sabía que el
triunfo de Maipú sería efímero si no se atacaba y destruía el poder español
radicado en Perú. De allí que Maipú fue un triunfo político que solo le daba el
poder, pero no para solazarse del éxito, sino para seguir desarrollando la
estrategia de emancipación.
Sabemos lo que siguió: la Escuadra
Libertadora, los altos costos de la expedición al Perú, una relación de
claroscuros con San Martín (promovida por ese general y no por O´Higgins), los
costos económicos de la presencia de montoneros realistas en el sur, y los
costos políticos de su coherencia con el proceso de independencia, que
terminaron llevándolo al exilio al país que había ayudado a emancipar, ya no
por causas españolas sino por motivaciones chilenas.
La política, bien sabemos, cambia según
los intereses en juego. Cuando no hubo intereses marcados por la contradicción
entre patriotas y realistas, aparecieron los conflictos de intereses entre los dirigentes
de Chile, donde las antiguas familias de criollos comenzaron a hacer valer su
condición y sus aspiraciones. O´Higgins, sin familia poderosa tras de sí, sin
tener círculos relacionales en la aristocracia criolla, y solo dedicado a sus
altos ideales, fue defenestrado y abandonó Chile para morir en el exilio, y
solo pudo volver a través de sus restos, décadas después, para conquistar la
gloria. Solo entonces pudo ocupar el lugar que le reservaba la historia, merced
a los elementos mesocráticos que se consolidaban en Chile en la segunda parte
del siglo 19.
A modo de
conclusión. La política de O´Higgins.
La política de O´Higgins tuvo un
fundamento esencialmente moderno. No debemos suponer que su pensamiento fue el
de un erudito filosófico o un teórico. Era, sin duda, un político de acción.
Su pensamiento moderno estaba
caracterizado por los siguientes elementos:
1)
El
emancipacionismo
La comprensión de
O´Higgins respecto del proceso independentista americano se inserta con nitidez
respecto de lo que es la emancipación del absolutismo. Es la lucha contra el
antiguo régimen y sus aliados, contra las Coronas europeas que representan la
opresión, la subyugación y la antítesis de la idea de libertad, y contra los
poderes que facilitan su continuidad.
2)
El
americanismo
Ciertamente el
héroe del Desastre de Rancagua tenía una firme convicción en torno al carácter
americanista de la emancipación de España. Esa comprensión de que todos los
países americanos eran parte de la misma gesta, domina sus decisiones políticas
y el mejor reconocimiento a su compromiso con ese esfuerzo lo hace Perú cuando
lo nombra Mariscal en su condición de exiliado. De esa forma, asumió la
inspiración de Miranda con un compromiso que será causa de sus profundas
diferencias con la clase dirigente que toma el control de Chile después del
triunfo de Maipú.
3)
Republicanismo
Pocos, en la lucha
por la emancipación, tenían la convicción republicana de O´Higgins, y que lo
señala como el personaje de su tiempo más influido por la Modernidad. La idea
de un país donde todos eran iguales en el ejercicio político, y que el poder
emanaba de la voluntad popular, es un dato irrefutable de su pensamiento.
Dentro de las limitaciones de la guerra de emancipación, hizo más de un
esfuerzo para la que soberanía del pueblo se expresara, y cuando consideró que
no contaba ya con la voluntad de ese pueblo, no vaciló en tomar el camino de la
abdicación.
4)
Modernismo
En muchas de sus
decisiones de gobierno, se advierte su comprensión del tiempo histórico
señalado por el Iluminismo. En esa comprensión, se advierte su interés por la
diversidad religiosa, un aspecto tipificador de la Modernidad. Su esfuerzo por
establecer un sistema de educación lo hace traer a un protestante para
desarrollar un nuevo concepto educativo. Como buen modernista, considera que la
educación es fundamental para el desarrollo de las conciencias y para hacer un
país progresista. Pese al carácter dictatorial de su gobierno, impuso su deseo
de contar con un parlamento – el Senado Conservador -, que equilibrara aquel
poder omnímodo. Fue el impulsor de un cementerio general, para terminar con el
poder y las exclusiones de los cementerios en torno a las iglesias católicas.
La eliminación de los títulos de nobleza y los escudos de armas, es otra de las
manifestaciones con que el modernismo pudo crear una concepción de igualdad,
para poner fin al Antiguo Régimen.
En tiempos recientes, la historia chilena
ha sido interpretada por un grupo de jóvenes historiadores, con una mirada más
audaz e impertinente, que nuestros historiadores tradicionales. En su tercer
libro, uno de ellos – Jorge Baradit – hace un análisis de nuestros símbolos
patrios, en uno de sus capítulos (“La historia secreta de Chile 3”. Penguin
Random House. Enero 2018).
Para este historiador, lo que los
emancipadores como O´Higgins buscaban era “que la ciencia y la reflexión fueran
las fuentes que entregaran las respuestas; que la naturaleza pudiera ser
explicada a través de leyes científicas y no mediante designios religiosos, que
la política no estuviera definida por rangos de nobleza ni reyes de origen
divino, sino por los hombres y su consenso; que el bien común fuera lo que
moviera a los gobernantes y no las pataletas azarosas de un rey ni las
interpretaciones subjetivas de los libros sagrados”.
Rescata luego, el sentido de lo
republicano: “En la República la única salvación posible es la de todos, no
solo la de los más fuertes, mejor educados, los que tienen más dinero o los más
pillos. La República no es la selva donde el más débil, el discriminado, se
jode. Es, justamente, la creación de un sistema de gobierno en el cual todos,
incluso el más débil, puede alcanzar su potencial y donde los más fuertes
tendrían la responsabilidad y el deber de ayudar hacia abajo”.
Creo que esas palabras son el mejor
homenaje a hombres como O´Higgins, que trajeron a Chile la luz de la razón y la
modernidad. Y, en su momento, él más que ninguno.
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