Estamos culminando una extraordinaria
jornada donde la historia ha estado en el centro de nuestros debates. Y no
cualquier historia, sino la historia de nuestra Augusta Orden, debate que nos
propuso un importante desafío: tratar de entender nuestra historia para
proyectar lo que queremos hacer institucionalmente a futuro.
La historia es importante para los seres
humanos, y especialmente para las instituciones. Ella es la que da sentido al
relato que funda a cualquier institución trascendente. Ella es la que nos
explica en un sentido original, y la que nos muestra las experiencias que nos
enseñan a abordar las cuestiones de hoy y de mañana.
De manera importante la historia, bien
sabemos, es una representación y la construcción de un sentido. Parte
importante del imaginario social lo establecemos a partir del relato sobre el
pasado. Las referencias de los hechos pasados y su análisis, en gran medida son
modelos de producción de significaciones, constructos culturales, que permiten
generar una forma de entender nuestro rumbo, con un objetivo político, y no
pocas veces ideológico.
Probablemente algunos de Uds. demuestren
cierta desconfianza ante esta afirmación, pero claramente, todo lo que hacemos
con la historia en una sociedad determinada terminará siendo tributaria de un
propósito político. La historia no nace
desde la inocencia y la elucubración imparcial. Siempre supone una parcialidad
que debe hacerse coherente con el relato que debemos construir, para poder
llegar a un propósito específico.
¿Si la historia tiene un inevitable
alcance político, por que estamos tratando ese tema entonces en una
organización como la nuestra, donde lo político está en cierto modo anatemizado
doctrinariamente? Simplemente porque no estamos hablando desde la optica
partidista, sino de una historia que tiene un alcance político porque que es
hecha a través de acciones humanas, desde un interés que tiene un propósito
específico. Porque los seres humanos somos individuos políticos, antes que
morales o éticos.
Nos motivan y nos estimulan a la acción
nuestros intereses específicos, y ello implica que participamos en la sociedad
con comprensiones según nuestros intereses y ellos son legitimados, en
cualquier sociedad, a partir de nuestros constructos sociales y culturales.
En medio de una sociedad sometida a las
tensiones de la política, navegan muchas instituciones que no tienen un
objetivo político, entre ellas las instituciones éticas, una de las cuales es
la Masonería, y no podemos caer en la ilusión de que una institución ética que
produce hechos morales, y que estos no tengan una consecuencia política.
Ciertamente, cuando reflexionamos sobre el
propósito masónico, no podemos soslayar que su más sublime propósito es
entregar a la sociedad un hombre que ha sido mutado, desde su condición de
heredad cultural, moral y conductual, a una condición mejor, a partir de las
virtudes que la Iniciación le entrega para perfeccionarse, y luego, para
perfeccionar la sociedad de la cual es parte.
Ello implica poner en la sociedad un
interés específico, de alcance moral, que busca un objetivo ordinal. Habrá en
ello un interés especial que colisionará con otros intereses más burdos tal
vez, que buscarán coartarlo o frustrarlo. Así, cuando el masón propone un
interés fraternal, se enfrentará contra la reacción de la rivalidad y el
aborrecimiento. Cuando promueva el interés de la tolerancia, habrá quienes se
opongan con dogmas, con obstinación y contumacia. Cuando invite a la caridad,
no faltará quienes impondrán su egoísmo. Y frente a la igualdad, levantada como
pendón de decencia de los iniciados, se levantará la injusticia y los
desequilibrios que benefician a los poderosos y los oportunistas.
No hay un discurso moral, QQHH, si no hay
una concepción de su historicidad. Las conductas humanas no nacen de la nada.
Las conductas son parte de la heredad cultural que nos determina. Los defectos
de herencia vienen, por lo general, concatenados a las generaciones que nos
preceden, haciendo cultura y haciendo costumbres que se constituyen y reafirman
en la iteración de un relato arcaico.
Esa reiteración se construye en el relato
de la tradición cultural, en la afirmación de que las cosas se hacen como lo
hacían los padres, los abuelos, y así, hasta llegar a las raíces inmemoriales. No
nos olvidemos que muchos de los que se oponían a la Instrucción Primaria
Obligatoria hace un siglo, eran los padres de los niños campesinos, incapaces
de comprender la necesidad de que sus hijos aprendieran a leer y escribir, ya
que ellos no escribían ni leían.
Frente a ello, surge la expresión de la
modernidad, que manifiesta que lo verdaderamente humano está en el progreso, en
la superación de las tradiciones culturales. Y su hija más significativa desde
el punto de vista moral, la Masonería, es la que viene, precisamente, a
sostener que todo lo humano es perfectible, tanto en lo individual como en lo
colectivo, en lo espiritual y en lo material.
Ello ha ocurrido desde hace 300 años, y
tres centurias en la historia humana no es poco. No hablamos de un tiempo
insignificante.
Frente a la realidad temporal, es que el
relato demanda la evaluación del curso de una idea, y de una comprensión, en el
caso masónico, que también reclama la tradición como parte de su fundamento.
Esa es la dicotomía que nos congrega en
reflexiones como la que todos Uds, han abordado en esta jornada. Necesitamos
revisar el relato en su desarrollo singular. Vindicamos la tradición, para
oponernos a la tradición. La nuestra llena de luz, contra aquella, que la
enajena.
Posiblemente la historia, más allá de las
distintas definiciones que surgen de los academicismos, sea la síntesis lúdica
de las experiencias, de la suma de ellas, que vienen a converger en la
confirmación del relato. Para ello es tremendamente significativo la capacidad
de representación que el análisis exprese.
Así, la historicidad viene a ser un
conjunto de representaciones, donde hay un hombre que busca hacer del tiempo un
espacio concatenado de eventos que le signifiquen algo en su inserción
política, que le explique su propio tránsito por el escenario de la vida con
relación a los demás.
Tal pues que, el hombre histórico, es
decir aquel que establece una traza en el tiempo, para señalar la explicación
de los hitos que allí ocurren, las experiencias producidas y asumidas, lo que
viene a expresar es que, en su complejidad, es un individuo de significaciones.
Ciertamente, el hombre histórico, viene a ser un resultado de la iteración de
experiencias que para él tienen inevitablemente significaciones.
Todo acontecimiento tiene, a partir de
ello, su debida importancia: de lisa pedagogía tal vez, o de persistente y
compleja reflexión, aleccionadora en sus alcances. O de impronta inexorable,
por la fuerza de razones y argumentaciones.
Están allí las representaciones de
experiencias que pueden explicar de modo pedagógico, magisterial tal vez, el
sentido de lo que constituye el relato que convoca a las comprensiones comunes
sobre lo que nos propone la realidad y el tiempo con que contemporizamos.
Allí está la causa del orgullo que nos
propone la historia masónica a quienes hemos sido iniciados en sus prácticas y
doctrinas. Y quienes hemos perseverado en nuestras prácticas y doctrinas, no
podemos concebir el relato masónico sin la historicidad masónica.
No puedo, en virtud de lo trabajado este
día de fraternidad y deseo de experimentar lo masónico desde la más vital
convivencia, sino valorar el tremendo deseo expresado en las horas de trabajo, de
explicarnos en nuestro relato y en su sentido de historicidad humana y moral.
Creo que la fortaleza del relato y del
correlato masónico, es fundamental para entender que el ser humano, es un ser
que está llamado a ser moral, y cuando decimos moral, queremos decir colectivo,
un ser que convive con los demás, y que debe responder a la conminación de
tener conductas nobles, conductas buenas, conductas sublimes.
Identificar las experiencias humanas y sus
consecuencias, buenas o malas, asertivas o equívocas, rectas o erráticas, es lo
que nos permite darle aún más fuerzas a nuestro relato iniciático de cada día.
De hecho, estamos a no más de un mes de
cerrar un fructífero ciclo, en nuestra realidad e historia masónica, e iniciar
otro. Tal vez, en el futuro se concluya que solo se trató de un mismo ciclo.
Solo el estudio histórico podrá determinarlo, en algunas décadas, probablemente.
Sin embargo, es un hecho que la fortaleza
del relato que sustentamos, tiene más envergadura cuando logra un impacto en la
conciencia de nuestros iniciados, y cuando estos asumen el sentido de
historicidad que lo masónico contiene, en pos de sus sublimes ideales, en bien
del Hombre y la Humanidad.
Pronto a asumir la dirección de la Obra de
los Masones que trabajan bajo los auspicios de la Gran Logia de Chile, mi
mensaje a los Aprendices y Comps., de manera especial, es que profundicen el
conocimiento de nuestra historia institucional, que recaben la profundidad del
relato fundacional de su logia, porque allí se encuentran los significados, los
signos docentes de nuestra convocatoria moral, de nuestro plan iniciático, para
los Obreros de Paz que encienden su celo, con el relato de perfectibilidad y
búsqueda de la verdad, a la que se han entregado muchos hombre buenos por
generaciones, y que nos dejan un legado que debemos mantener vivo, mientras el
error, el dogma, el oscurantismo, la ignorancia y la injusticia, marquen el
tránsito del hombre a través del dato irrefutable de su historicidad.
Felicitaciones por el trabajo realizado, y
regresen a sus logias, QQHH, con la convicción más profunda en torno a nuestros
enaltecedores ideales. Los aportes que hoy han hecho no serán olvidados.
SFU
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