Nuestro país se encuentra en debate.
Diversas ideas están proponiendo distintas soluciones a la crisis que lo
afecta. Hay propuestas económicas para los más afectados por el modelo. Están
apareciendo algunas propuestas en favor de la clase media, la que ha sostenido
con su esfuerzo los logros económicos que el país tiene. Surgen también
propuestas políticas y alternativas para realizar cambios institucionales.
Pero, sobre todo, tengamos presente que hay
una profunda exigencia social que quiere redibujar Chile con una pluma nueva,
que otorgue nuevos colores a la comprensión de un país que tiene que ser más
inclusivo y más justo. Hay una profunda reflexión que se hace presente, como
producto de las omisiones de la riqueza, donde, para la mayoría de las
personas, especialmente de la clase media más esforzada, al final todo su
esfuerzo es para la avaricia de unos pocos.
En ese contexto de proposiciones y
expectativas legítimas, es necesario considerar que todas las posibles soluciones,
debieran enmarcarse primero en un soporte ético, que debemos concordar desde la
sociedad civil, para dimensionar las obligaciones políticas y las decisiones
económicas y también socio-económico.
La construcción de un nuevo pacto social
todos los sectores sensatos lo ven como necesario, cuando están reflexionando seriamente
sobre la agenda que ha impuesto con nitidez la demanda social. Más, todo contrato
social debe expresarse en una Constitución. Un nuevo contrato social implica una nueva
constitucionalidad, que deberá dar cuenta de las necesidades y los desafíos de
una comunidad nacional que requiere unirse en torno a sueños comunes.
Ello, empero, exige construir en tal
perspectiva convenciones éticas profundas, en todos los actores políticos,
económicos y sociales, que recojan como primer insumo, en toda su envergadura,
el reproche ético que la sociedad mayoritariamente ha hecho.
En ese contexto, el mayor de los desafíos
en establecer claros contenidos ético en el ejercicio del poder, sea este en el
mercado o en el Estado.
Solo en la medida que se adquieran
fortalezas éticas para las conductas en el mercado y en el propósito superior
de la gestión pública, cada cual en sus distintos roles, será posible encontrar
la solución para construir el nuevo contrato social.
A la realidad que hemos arribado en
nuestro país en las últimas semanas, es producto precisamente a la comprobación
social de la pérdida de la rectoría ética de quienes ejercen funciones y roles,
tanto en el ámbito público como privado. Baste dar una mirada a las
investigaciones más sonadas en los tribunales de justicia de los últimos
tiempos, para darse cuenta cuanto se ha fallado al respecto. Es imposible que
hayan ocurrido tales lamentables conductas, sin considerar una consecuencia
social.
Cuando realizamos el pasado 9 de
setiembre, en la Gran Logia de Chile, la Fraternitas Republicana, expresamos
nuestra reflexión en torno al ejemplo, aquel que modela las culturas humanas,
en todas sus escalas y ámbitos de expresión. “Es el ejemplo – dijimos - el que
puede llevarnos hacia el futuro con las certezas de todo lo bueno que hemos
hecho y podemos lograr, a partir de nuestros talentos y capacidades”.
Pero también, es el ejemplo “el que puede
llevarnos a conductas y acciones que terminen por destruirnos como sociedad,
como país, incluso como especie. El ejemplo tiene siempre un efecto conductual,
porque lo que aprendemos a través de un modelo impuesto en la cotidianidad, en
definitiva, se plasma en una forma de conducirnos y de actuar. Nadie sigue
mejor nuestro ejemplo que nuestros niños y jóvenes, siempre ávidos de aprender
de sus mayores. Nuestro actuar colectivo produce modelos, que luego se repiten
social y moralmente”.
“Tal vez, por sobre los deberes de la
escuela, los grandes docentes somos los que generamos patrones en el hecho
colectivo del hacer sociedad”.
Construir un soporte ético para las
soluciones que el país deberá abordar es la primera tarea del momento actual.
Para ello hay que convocar a muchos. A los que saben a partir de su
experiencia, de sus necesidades, de sus reflexiones, de sus experticias, de su
sabiduría, de sus fortalezas culturales, de sus carencias, de sus virtudes, de
sus riquezas, de sus tenencias, de sus herencias, de sus frustraciones.
Nadie piense que, la solución a la crisis
que nos conmueve, solo se desprende de una simple capacidad de gestión
política. También requiere de una construcción de lo social desde una mirada más integradora. Ambos requieren una nueva ética en el ejercicio del poder.
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