Durante los
últimos tres siglos pensadores, filósofos y políticos, han intentado establecer
un concepto unívoco de democracia. Estos intentos, naturalmente, han sido
construcciones históricas cuya validez se agota en el devenir social de
nuestros pueblos. Las revoluciones sociales, tecnológicas y culturales, han
asestado duros golpes a estos intentos.
Sin perjuicio
de la natural precariedad de toda definición de la “cosa social” que esto
significa, es menester establecer alguna base conceptual básica que nos permita
situarnos en algún espacio intelectivo particular, dado que, una vez
establecida la definición, nos resulta sencillo abordar las precariedades o
déficit de dicha creación política.
Comenzar la
construcción conceptual, debe llevarnos inicialmente a fijar los elementos de
la esencia de la democracia. A nuestro entender estos son: una creación política
superior a todas las otras formas de regimentación política; su existencia es convencional,
es decir, aceptada por todos; busca regular la convivencia social en beneficio
de todos y cada uno de los miembros comunitarios y, desde ahí, lo más
importante, constituye un mecanismo de redistribución del poder, el cual tiende
a ser naturalmente desigual.
Si aceptamos
que los elementos detallados no resultan lejanos a un concepto de democracia,
más o menos aceptado, podemos dirigirnos ahora a intentar establecer sus
mayores déficits.
El primero de
ellos, lo constituye la debilidad del contrato social que la mantiene, vale
decir, las permanentes tentaciones autoritarias que nacen en el seno de la
misma democracia. Tentaciones autoritarias que tienen distintas
manifestaciones, desde aquellos que consideran que el pueblo es ignorante para
manejar ciertos conceptos o cuestiones del día a día del contrato social, hasta
extremos perfectamente conocidos.
Nos referimos,
particularmente en Latinoamérica, a los asaltos de los presidencialismos a la
división republicana de las funciones esenciales del Estado: los poderes
Judicial y Legislativo. La permanente intentona - invocando situaciones de
peligro extraordinarios - para cooptar ambos poderes con miras a darle a la
comunidad una conducción única, vale decir, una sola interpretación de la
realidad presente y futura.
En segundo
lugar, la ausencia de debates que aborden cuestiones sustanciales para la vida
de las comunidades, junto con transparentar las formas de llevarlo adelante. La
corrupción viene a ser no solo una consecuencia de la falta de transparencia,
sino también de una forma de secuestro del debate en que se deberían abordar
las cuestiones cotidianas, reservándolo en subsidio solo a quienes, supuestamente, tienen las experticias para abordar los grandes temas.
Por último,
la completa inutilidad de la democracia en cumplir un rol esencial:
redistribuir el poder naturalmente desigual en la sociedad o, dicho de otra
forma, la sustitución de la República por formas estamentales constituidas por
estructuras de poder excluyentes.
Si aceptamos
que estos déficits de la democracia se convierten en componentes estructurales de
crisis de los sistemas democráticos, no puede sorprender a ningún observador,
la consistente pérdida de confianza en esta forma de organización social o en
quienes están expresando las funciones de sus órganos fundamentales (gobierno,
parlamento, judicatura).
Lo complejo,
en este sentido, es que la democracia requiere del sometimiento conductual de
todos sus miembros, para poder funcionar adecuadamente. Los actos de “no
acatamiento”, vale decir, la abstención de los ciudadanos y ciudadanas en la
discusión y expresión electoral, sólo termina demoliendo la autoritas institucional, transformando a
la democracia en un mero mecanismo legal. El “no acatamiento” de quienes
prefieren ser élites, con la responsabilidad de hacer paternalmente lo que no
saben los “ignorantes” o el “populacho”, y a partir de allí establecer un
sistema de privilegios.
En este
panorama, valga hacerse las siguientes preguntas: ¿qué esperan de la democracia
sus ciudadanos? y ¿cuál es hoy, desde el punto de vista cultural, el mínimo
democrático tolerable?
No
cabe duda alguna que, si miramos con detención todos los medios con contenido
informativo - estudios, investigaciones, encuestas, “barómetros” sociales u
otros -, la mayor aspiración societal se corresponde con llevar una vida
decente y mejorar el futuro de sus hijos respecto a su realidad presente. En
este mismo sentido, las tremendas brechas entre los más favorecidos y los desposeídos
es el verdadero obstáculo para lograr la felicidad personal, familiar y social.
En este punto
debemos ser enfáticos: las desigualdades económicas no son más que una
expresión de la desigualdad de poder entre los ciudadanos y ciudadanas de un
país. Las distintas desigualdades constituyen manifestaciones específicas de la
desigual distribución del poder en la sociedad, respecto de las cuales la
democracia no se hace cargo.
Sería justo
preguntarse: ¿por qué el debate sobre los modelos económicos, como formas de
distribución de la riqueza que produce una comunidad, es un tema técnico y
propio de unos pocos, y no es un tema central de la democracia y del contrato
social?
Un futuro más
cierto y seguro para revalidar el modelo democrático, superando la crisis que
afecta a Chile, no será otro que aquel capaz de abordar la desigual
distribución del poder en su dimensión más completa, vale decir, pasar de una
democracia electoral a una democracia integral, donde los derechos constituyan
el foco central y formal de la democracia, que genera los modelos capaces de
distribuir los bienes que esta misma genera, en beneficio de todas y todos. Lo
que hagamos lo debemos hacer en bien de todos. En fin, la república.
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