sábado, 25 de abril de 2020

Virtud cívica

El civismo de los chilenos se expresa de manera objetiva, como lo señala la experiencia, cuando las tragedias y las conmociones de la naturaleza asolan no solo las geografías, sino a las comunidades que constituyen a través del territorio la población de nuestra República, la mayor riqueza que ella contiene.
Las páginas históricas de diarios y sitios Internet que muestran la solidaridad, el espíritu colaborativo, la conciencia social frente al que sufre, la capacidad de trabajar por el bien común, adornan lo mejor de la identidad chilena y el carácter de sus gentes.
Sin embargo, parece que algo se ha estado perdiendo de ese honroso civismo, y lo que tiende a prevalecer es un eruptivo egoísmo y la sombra oscura del fanatismo.
Estamos ante una de las peores crisis que afronta la civilización humana, en las presentes generaciones. Para los chilenos, ni los grandes terremotos de 1939, 1960 y 2010, presentan el nivel de amenaza letal que puede alcanzar la actual pandemia.
Pero, esta amenaza, tiene un componente de oportunidad. Muchas de las víctimas de aquellos grandes terremotos fueron a causa de la ignorancia y por la falta de adecuada información, especialmente al producirse los consiguientes tsunamis. Ahora se tiene la información y vemos como crece la “marea” del contagio de manera exponencial.
En esta amenaza no habrá que lamentar las pérdidas en infraestructura, sino el alcance de las pérdidas humanas, y la proyección de los que acontece en Europa indica que la letalidad que puede tener el ataque viral en nuestro país superará las cifras que tuvieron individualmente aquellos grandes sismos.
En aquellas tragedias, lo mejor de los chilenos emergió después de los terremotos. La diferencia en esta ocasión es que lo mejor de los chilenos debe emerger antes de la tragedia. Es decir, como no ocurre con los terremotos y sus consecuencias, en este riesgo más letal podemos evitar muchas víctimas, porque sabemos cómo hacerlo.
Y la forma esencial para contener esta ola viral, es con actitud cívica, y no a través del capricho, del cuestionamiento desinformado, de la avaricia audaz, del egoísmo exacerbado, o del individualismo estéril. De esas conductas hemos visto mucho en esta primera fase del avance viral.
Es la fortaleza del civismo lo que nos permitirá que haya menos contagiados, y consecuentemente, menos víctimas fatales. Si entendemos que todos, unidos como sociedad, somos más fuertes y más eficaces, aquello que es racionalmente necesario será lógico y determinante para contener la pandemia.
El civismo se construye a partir del buen ejemplo, y felizmente lo hemos ido viendo en distintos liderazgos, que someten sus persistentes posiciones a un esfuerzo de interés común a través de la virtud cívica. Les reconocemos su ejemplo y conducta, a pesar de las amenazas y de los ataques desde el egoísmo y el fanatismo.
Construyamos esa convicción común, y superaremos esta amenaza global con menos víctimas de las calculadas. En este caso, las consecuencias podemos controlarlas, más allá de la necesaria estrategia sanitaria, con civismo.

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