El civismo de los chilenos se expresa de
manera objetiva, como lo señala la experiencia, cuando las tragedias y las
conmociones de la naturaleza asolan no solo las geografías, sino a las
comunidades que constituyen a través del territorio la población de nuestra
República, la mayor riqueza que ella contiene.
Las páginas históricas de diarios y sitios Internet que muestran la solidaridad, el espíritu colaborativo, la conciencia
social frente al que sufre, la capacidad de trabajar por el bien común, adornan
lo mejor de la identidad chilena y el carácter de sus gentes.
Sin embargo, parece que algo se ha estado
perdiendo de ese honroso civismo, y lo que tiende a prevalecer es un eruptivo
egoísmo y la sombra oscura del fanatismo.
Estamos ante una de las peores crisis que
afronta la civilización humana, en las presentes generaciones. Para los
chilenos, ni los grandes terremotos de 1939, 1960 y 2010, presentan el nivel de
amenaza letal que puede alcanzar la actual pandemia.
Pero, esta amenaza, tiene un componente de
oportunidad. Muchas de las víctimas de aquellos grandes terremotos fueron a
causa de la ignorancia y por la falta de adecuada información, especialmente al
producirse los consiguientes tsunamis. Ahora se tiene la información y vemos
como crece la “marea” del contagio de manera exponencial.
En esta amenaza no habrá que lamentar las
pérdidas en infraestructura, sino el alcance de las pérdidas humanas, y la proyección
de los que acontece en Europa indica que la letalidad que puede tener el ataque
viral en nuestro país superará las cifras que tuvieron individualmente aquellos
grandes sismos.
En aquellas tragedias, lo mejor de los
chilenos emergió después de los terremotos. La diferencia en esta ocasión es
que lo mejor de los chilenos debe emerger antes de la tragedia. Es decir, como
no ocurre con los terremotos y sus consecuencias, en este riesgo más letal
podemos evitar muchas víctimas, porque sabemos cómo hacerlo.
Y la forma esencial para contener esta ola
viral, es con actitud cívica, y no a través del capricho, del cuestionamiento
desinformado, de la avaricia audaz, del egoísmo exacerbado, o del
individualismo estéril. De esas conductas hemos visto mucho en esta primera
fase del avance viral.
Es la fortaleza del civismo lo que nos
permitirá que haya menos contagiados, y consecuentemente, menos víctimas
fatales. Si entendemos que todos, unidos como sociedad, somos más fuertes y más
eficaces, aquello que es racionalmente necesario será lógico y determinante
para contener la pandemia.
El civismo se construye a partir del buen
ejemplo, y felizmente lo hemos ido viendo en distintos liderazgos, que someten
sus persistentes posiciones a un esfuerzo de interés común a través de la
virtud cívica. Les reconocemos su ejemplo y conducta, a pesar de las amenazas y
de los ataques desde el egoísmo y el fanatismo.
Construyamos esa convicción común, y
superaremos esta amenaza global con menos víctimas de las calculadas. En este
caso, las consecuencias podemos controlarlas, más allá de la necesaria
estrategia sanitaria, con civismo.
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