domingo, 25 de septiembre de 2011

ELOGIO FUNEBRE A RENATO VERDUGO HAZ


Sebastián Jans

(En sus exequias en el Cinerario del Parque del Recuerdo, el 24 de septiembre de 2011)


Si hemos de ponerle nombre al coraje, habría que llamarle Renato, por Renato Verdugo. Si hubiese que ponerle nombre al consecuente, habría que llamarlo Renato, por Renato Verdugo. Si hubiese que ponerle nombre al compromiso, habría que llamarlo Renato, por Renato Verdugo. Si hubiese que ponerle nombre al valor, habría que llamarlo Renato, por Renato Verdugo.
Nos convocamos hoy, consternados, ante la pérdida de un masón ejemplar, a rendirle el tributo que se merecen aquellos que han hecho carne, en sus actos y relictos, la esencialidad más pura del ideal inspirador del Maestro, que todos buscamos con serena pasión, para que nos guíe en la consecución de los más enaltecedores ideales.
Contemplamos esta urna solemne, que guarda la corporabilidad del hombre material y tangible, pero nos quedamos con lo más importante, lo más sublime y lo más trascendente: el espíritu del Maestro, porque es nuestro Maestro, éste que nos deja en nuestras constataciones del día a día, para entrar en los umbrales de lo más perenne que un hombre de principios, coherente con sus convicciones, puede dejarnos como sublime enseñanza de vida.
Conocí a Renato Verdugo Haz muy poco tiempo después de haber recibido la luz de la Iniciación. Fue a través del ciclo de foros, que se hacían en los tiempos de la dictadura, organizados por el Centro de Estudios Fundadores del Socialismo Chileno (CEFUSCH), y que tenían como escenario la Parroquia Universitaria, en Avenida Pedro de Valdivia con Francisco Bilbao. Resultaba peculiar que un grupo de masones se reuniera en un espacio religioso, pero ello obedecía a una constatación de la cual Renato nunca evadió su causalidad: para esas reflexiones democráticas, por aquellos días, había poco espacio dentro de los espacios físicos de la Masonería.
Toda aquella reflexión se hizo bajo su impulso y dirección, congregando a un grupo de dirigentes democráticos, que mes a mes, iban a entregar sus puntos de vista y permitían un amplio debate en torno a los desafíos para recuperar la democracia.
Pero, no solo era ese el esfuerzo. También estaba aquel por abrir debates postergados dentro de la Orden. Uno de esos grandes momentos masónicos de apertura, que recuerdo con mucha fuerza, fue su presentación en la Respetable Logia “Norte” N° 41, de un trabajo sobre “El momento político del año 70. La participación del masón Salvador Allende”, la primera reivindicación significativa en los templos masónicos chilenos de la figura del último Presidente Masón que nos ha gobernado. Opúsculo que, luego, publicaría en formato de libro, constituyéndose en una de las primeras referencias historiográficas masónicas de aquel gran masón y político, que luego serviría del fuente bibliográfica al periodista Juan Gonzalo Rocha, para su libro “Allende Masón”.
Pero había algo que a Renato Verdugo le dolía con mucha intensidad, y se consagró a buscar una sanación a ese dolor: trabajar por la unidad del socialismo, dividido por el entonces en fracciones irreconciliables, que poco tenían política e ideológicamente en común.
Por entonces, ya me encontraba colaborándole estrechamente en la mesa del CEFUSCH. Y Renato comprometió todo lo de si, por buscar puntos en común, sabiendo las enormes dificultades que ello implicaba. Recuerdo tres episodios sobresalientes.
El primero, aproximándose la celebración de un 19 de abril, aniversario del Partido Socialista, su oficina de calle Huérfanos fue el escenario de una conferencia de prensa, donde los masones socialistas, a través de su voz, pidieron por la unidad del socialismo, en un nivel de trascendencia que resultó insospechado, y que recogieron las crónicas de los principales diarios del país.
Pocos días después, en el Teatro Cámara Negra del barrio Bellavista, los dirigentes de las principales fracciones del socialismo, se hicieron presente en un acto de celebración del aniversario del Partido Socialista, organizado por los masones socialistas y presidido por la figura solemne de Renato, que dirigió las más sentidas palabras de conmemoración y reivindicación del socialismo en la figura de Salvador Allende.
Aquello dio la oportunidad para establecer condiciones para celebrar una significativa reunión en casa del masón Eduardo Paredes, en el barrio Pedro de Valdivia Norte, presidida por Renato, donde se hicieron presentes los principales dirigentes de las fracciones del socialismo chileno, algunas de ellas consulares, y donde descarnadamente se expusieron las diferencias y se abordaron aquellos aspectos que posibilitaban coincidencias.
Fue el momento más relevante del protagonismo político extramural de Renato, que tuve oportunidad de disfrutar y retener para la historia: había una mesa en forma de U. En el borde del frente, al medio de las dos alas, Renato, Eduardo Paredes y otro hermano que no recuerdo. En una de las alas, el almeydismo, y en la otra, el sector encabezado por Ricardo Nuñez.
Hacia atrás de los protagonistas principales, estábamos los integrantes de la mesa del CEFUSCH, tomando notas y colaborando en lo que fuese necesario: Mario Durán, Nelson Núñez y Samuel Pérez.
Al año siguiente, prefirió tomar distancia y no seguir en la primera línea, y asumimos otros la dirección del CEFUSCH. La verdad es que nunca tuvimos la convocatoria y el liderazgo necesario para seguir la obra que había iniciado Renato. Y él tuvo que retomar sus responsabilidades, con la misma dedicación de antes, con la misma intensidad y pulcritud.
Los grandes sueños de Renato se cumplieron: la dictadura terminó y el socialismo se unificó. Sin embargo, no siempre se sintió satisfecho del curso de los acontecimientos que vinieron con la democracia. Su juicio agudo percibió problemas que el tiempo terminaría por darle la razón. Como muchos, encontró que la democracia y el socialismo tenían algunas distorsiones que los condicionaban y que no cumplían las grandes expectativas que había soñado el pueblo y que eran parte de las tradiciones de la izquierda chilena.
Hace poco más de un año, a inicios de 2010, fue la última vez que tuve la ocasión de conversar con él. Fue en el momento del lanzamiento de la candidatura a Gran Maestro, del Venerable Hermano Luis Riveros. Hablamos de la política nacional y estaba muy crítico con lo que estaba pasando en el socialismo, en su nueva condición de partido opositor. Sus comentarios fueron, como siempre, apasionados pero reflexivos, transparentes y directos.
Se nos ha ido un Maestro. Un paradigma y un símbolo de una época de lucha democrática y de compromiso socialista. Se nos ha ido un referente de fortaleza y convicciones profundas. Mucho aprendimos de él, de su empeño, de su laboriosidad, de su entereza. Y lo agradecemos, y tributamos a su ejemplo vivo, porque Renato estará siempre presente en nuestros mejores recuerdos, como el artífice de un trabajar coherente con principios sólidos, con virtud, con empeñoso hacer.
A nombre del gobierno superior de la Masonería Chilena, en este momento postrero de la vida de un masón ejemplar, miembro de la Asamblea de la Gran Logia de Chile, agradezco todo lo que el venerable hermano Renato Verdugo Haz le dio a la Orden, como oficial de Logia, como Venerable Maestro, como miembro de su Asamblea, como miembro del directorio y Sub Director de la “Revista Masónica de Chile”, pero, por sobre todo, por la fortaleza de sus principios y convicciones, por la sólida contribución a la pluralidad que la práctica masónica cobija, por su firme conducta ética, y porque asumió la más sublime de las labores que corresponde a un Maestro Masón: ejercer el Magisterio de la virtud, en cada tiempo y lugar.
Pero hay también algo muy importante que la Orden debe agradecer. A mediados de los años 80, la Armada Nacional, una institución nacional prohijada por la República, optó por negar sus orígenes y a sus fundadores, y puso en su Ordenanza un artículo que prohibía a sus miembros pertenecer a organizaciones iniciáticas, esotéricas y jerarquizadas, que tenía un claro destinatario y daba muestras de una visión unilateral y excluyente de clara voluntad e intencionalidad dogmática. Solitario y luchando cuan Quijote contra los molinos de viento de la indolencia y la lenidad, Renato Verdugo Haz concurrió a Corte Suprema a presentar un recurso de protección a favor los derechos de conciencia vulnerados en aquellos que pertenecían a la Orden Masónica. Se daba el contrasentido que no podía identificar a los afectados, ya que ello implicaba que sufrirían los efectos de la Ordenanza, y ello sirvió de pretexto para que, una Corte Suprema que no fue capaz por esos años de cumplir con su deber, desechara el recurso por no identificarse a los afectados, siendo incapaz de establecer una doctrina de protección de los derechos de conciencia, que la hubiera dignificado, dándole la oportunidad de lavar en parte sus muchas falencias y obsecuencias frente a la dictadura.
La Orden recupera ese acto de coraje de Renato Verdugo y lo reivindica en su trascendencia histórica.
Entonces, si hemos de ponerle nombre al recuerdo, llamémoslo Renato, por Renato Verdugo. Si hemos de ponerle nombre al ejemplo, denominémoslo Renato, por Renato Verdugo. Si hemos de ponerle nombre al Maestro, llamémosle Renato, por Renato Verdugo. Si hemos de ponerle nombre a la tradición más pura del socialismo chileno, que ese nombre sea Renato, por lo que él siempre encarnó.

miércoles, 31 de agosto de 2011

LA DECADA BICENTENARIA EN AMERICA LATINA



Sebastián Jans

El pasado año 2010 dio inicio a lo que es una década de importantes conmemoraciones en la historia de América Latina. De aquí hasta fines de la década, en buena parte de sus países se recordarán, con mayor o menor importancia local, la segunda centuria de una serie de eventos que han sido determinantes para la historia americana y del mundo.
Si bien el 2010 fue el momento de la conmemoración de muchas primeras juntas de gobierno o primeros hitos de independencia, lo que ocurrirá en los años siguientes de la actual década será la conmemoración bicentenaria de un conjunto de eventos que determinaron que aquellos primeros hitos se convirtieran en procesos realmente emancipatorios, dando nacimiento a un grupo de naciones con identidad propia, fruto de una común voluntad de romper con los lazos de dependencia y de dominación.
Este año se celebran los 200 años de existencia de los primeros parlamentos o Congresos, de la ejecución de Hidalgo, de los primeros estatutos de gobierno de varias repúblicas. El año siguiente algunos notables hechos de armas y el rol de Miranda en Venezuela. En el 2013 comenzará a adquirir importancia el recuerdo de la figura de Bolívar, O´Higgins, San Martin y Artigas. Y así seguiremos sumando memoria de hombres, hechos y consecuencias, hasta más allá del año 2020.
Creo que esas conmemoraciones debieran llevar a la intelectualidad latinoamericana a hacer una serio esfuerzo para entender de manera profunda lo que fue el proceso de emancipación, y volcarse a la construcción de una afirmación que fortalezca las identidades y las potencialidades de un conjunto de naciones que tienen mucho que decir de manera mancomunada en el mundo que nos toca ahora vivir y que vivirán nuestros hijos o nietos.
Porque, más allá de ciertas eventualidades, es evidente que nuestras independencias nacionales obedecieron a la acción de una generación de jóvenes que estuvo profundamente ligada por propósitos comunes, reflejando en sus convicciones la buena nueva que implicó para la espiritualidad humana el siglo de las luces y la dimensión intrínsecamente humana del acontecer de las sociedades y del hecho histórico.
Los padres de las patrias de América Latina estuvieron unidos por una común idea, un común propósito, surgido de un lazo fraterno que fue formidable mientras no se perdió el objetivo específico de su estrategia. Fue el lazo que construyó Miranda y que se difundió por Cádiz, cruzó el océano y se difundió por las capitanías y virreinatos. De México hasta el Cono Sur la subyacente acción de ese lazo hizo posible que se impusiera la libertad frente al yugo colonial y al contubernio realista y papal a toda aspiración emancipacionista.
Los intereses locales de los mercaderes y de las terratenientes aristocracias criollas, y el absolutismo de los caciques, luego que pasó la primera hora de la independencia, torcieron el ideal mancomunado de aquellos que hicieron posible la libertad. Luego, los maridajes con las potencias industriales y los intereses foráneos hicieron que aquella libertad conquistada con tanto esfuerzo se relativizara y, en no pocos casos, quedara absolutamente relativizada, cuando no postergada.
Hoy, los países de América Latina están en un nivel de mucha mayor independencia política, como no se había dado en su historia. Su institucionalidad política ha madurado de un modo impensado a lo que ocurría hace cincuenta años, donde las predeterminaciones de su poderoso hermano mayor – y uso esta referencia fraternal porque EE.UU. es hijo del mismo proceso histórico que sus hermanos del sur – subordinó en términos políticos y económicos de manera subyugante a gran parte del subcontinente.
Efectivamente, de una manera significativa, América Latina – en parte importante de su historia – estuvo bajo la presión de la influencia o la subordinación de EE.UU. situación que hoy la propia maduración de los sistemas democráticos ha permitido una autonomía y una autodeterminación que, desde hace más de 100 años, no se había manifestado con tanta intensidad. Nadie puede decir que esa presión ha desaparecido, pero se encuentra mucho más limitada y en muchos casos no tiene efecto alguno.
El mundo se ha diversificado y los escenarios políticos y económicos son cada vez más complejos, haciendo que nuevos actores relativicen las zonas de influencia que un día caracterizaron el demencial mundo de la guerra fría, que tantos daños y dolores desencadenaron en los sistemas políticos y en las gentes. El último esperpento regional de la guerra fría – la doctrina de la Seguridad Nacional – sucumbió bajo el impulso de la democratización, proceso este que ha seguido consolidándose y los años de cuartelazo y del militarismo han ido desapareciendo de cualquier lógica política presente y futura.
Cada proceso eleccionario en América Latina se da en un contexto de solidez y de robusta institucionalización, alejado de todo intervencionismo y dramatismo rupturista. A algunos puede que no les gusten los resultados o las opciones electorales, pero nadie puede poner en duda que los pueblos están eligiendo las autoridades que prefieren. Los sistemas tienen falencias o desajustes que, a veces, no expresan de manera coherente los niveles de representación, pero en general nadie quiere patear la mesa y producir desestabilización.
Se suma a ello que las condiciones económicas son propicias para generar un gran desarrollo, basado en la complementación y la potenciación económica a partir de oportunidades comunes que se dan hacia el gran escenario Asia-Pacífico. Las condiciones son propicias, como nunca, para hacer un esfuerzo más significativo en diversos planos de integración, retomando el legado histórico del proceso de emancipación.
Aprovechar los eventos bicentenarios como instancias de reconstrucción del origen común, restableciendo el relato que hizo posible la independencia nacional, es generar una oportunidad para construir fortalezas hacia políticas comunes, hacia voluntades constructivas, que enderecen el timón hacia lo que la historia dejó perfectamente alineado, pero que se desalineó como consecuencia de las particularidad de determinados intereses mezquinos, potenciando el aislamiento, el ensimismamiento y la afirmación localista.
Es cierto que hoy siguen apareciendo los eternos nacionalistas trasnochados, los provocadores de la xenofobia percudida, y los agitadores de la fantasmagoría decimonónica, que siguen alimentando la flama de los mismos problemas y circunstancias que frustraron el proyecto común, sin embargo, lo que hay que estimular es la recuperación del pensamiento común, de la cultura de la integración, y para ello es fundamental que los intelectuales, los académicos, los cultores de la ética y la estética se pongan a trabajar en función del futuro. Esta década bicentenaria es una buena motivación para pensar de nuevo el sueño de los libertadores.

miércoles, 27 de julio de 2011

Un horrible crimen contra la tolerancia




Las noticias que conmueven al mundo, producidas en la civilizada Noruega, no pueden menos que calificarse de horribles ataques a la tolerancia y a la convivencia humana. Si ningún acto contra la tolerancia puede aceptarse como moralmente válido, el crimen contra personas que sostienen la tolerancia como sustento de su acción política, y el terrorismo contra un sistema de tolerancia, constituyen de los crímenes más brutales que se cometen contra la condición humana.
La Humanidad, luego de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, y de dolorosas experiencias vividas con posterioridad, ha ido estableciendo cada vez mayores consensos sobre lo que significa el respeto a la dignidad humana, por sobre cualquier particularidad establecida por características o condiciones étnicas, políticas, religiosas o de nacionalidad, de sexo o de raigambre social.
Esos consensos, y la ética que de ello se desprende, es lo que permite reconocer que todos los seres humanos somos individuos con los mismos derechos, más allá de nuestro origen, color de piel, de nuestras ideas o creencias. Es lo que permite considerarnos a todos como parte de una familia humana, que busca en cada comunidad nacional, territorial, jurisdiccional o local, los mismos propósitos individuales y colectivos de una vida vivible y sostenible, lo más cercano posible a su modo de vida, a sus creencias y a su idea de felicidad.
Todos, en ese contexto, a partir de sus afirmaciones culturales, son parte de una voluntad constructora de Humanidad y de valiosa aportación a la superación constante del concepto de civilización.
La tolerante Noruega ha sido un ejemplo de ello, por mucho tiempo, y miles de chilenos han sido testigos de esa forma de convivencia pacífica, de respeto y de consideración humanista.
Congoja produce que, en esa valiosa forma de ciudadanía y de convivencia, se produzca un crimen tan abominable contra la tolerancia y en contra de un sistema que ha hecho de esa sensata práctica una forma de vida sólida y activa, a través de muchas décadas.
Los argumentos que se han conocido por la prensa, respecto de las ideas sostenidas por el hasta ahora único inculpado, llevan a reconocer que hay grupos que sostienen argumentos perversos que van contra toda la racionalidad humana, y contra la lógica de la historia que repudia la segregación, la xenofobia y las pretensiones de pureza racial, nacional o territorial, y que deben estar bajo el control de la ley de un modo mucho más activo y permanente.
Sorpresa ha causado ver al inculpado en imágenes donde viste atuendos masónicos. Sin embargo, la Masonería, mucho antes que todos los consensos internacionales, ha propugnado desde sus remotos orígenes la práctica de la tolerancia con vivo interés. Sus ancestrales antecedentes nos hablan de la práctica establecida entre los constructores de catedrales de la Edad Media, que iban de país en país aportando su arte y que, al terminar cada día de trabajo, se reunían en torno a una mesa a compartir sus sueños, sus experiencias y sus realidades de origen, construyendo una comunión de oficio fraternal y tolerante.
Allí no importaba de donde venía el maestro cantero, el albañil o el tallador de piedras, solo importaba que eran parte de una obra grandiosa y trascendente, que superaría sus propias existencias para bien de la Humanidad. Y cuando se recorren las catedrales góticas, su obra magnífica, podemos comprobar que, cuando los hombres superan sus diferencias y particularidades, para unirse en un propósito superior son capaces de construir obras perennes y trascendentes.
Esa práctica ha constituido el fundamento de la Masonería Moderna o Especulativa, que se renueva en cada trabajo masónico y en la vida de cada masón, como un aporte irrenunciable de cada miembro de la Orden a la sociedad en que este vive y convive, y que la Masonería Universal impulsa en todos los lugares del mundo, sin necesidad de tener un centro o poder que los congregue o los dirija, como ocurre con otras organizaciones éticas humanas.
Hacemos votos para que la sociedad noruega, como respuesta a este horrible crimen contra la tolerancia, consolide su opción a favor de la diversidad, contra la segregación, la xenofobia y el odio racial, porque ello permitirá que su modo de vida siga siendo un faro de luz y de ejemplo para la paz, la diversidad y la tolerancia.

sábado, 12 de marzo de 2011

Significado e importancia del laicismo como medio para construir la sociedad del siglo XXI




Sebastián Jans

Disertación realizada en el Club Libertad de Viña del Mar, el 04 de diciembre de 2010, en la Jornada “Construyendo la Sociedad de Hoy”






EVOLUCION DEL CONCEPTO DE CIUDADANIA.

Sabemos que es en la Grecia clásica donde se concibe y desarrolla el primer concepto de ciudadanía, que ha estado presente en el marco de las ideas políticas del mundo occidental de manera recurrente en los últimos siglos, luego del derrumbe del absolutismo. El Siglo de las Luces, recordemos, trae desde la experiencia de Atenas la idea de una ciudad-Estado regida por el interés de sus ciudadanos, y conceptos que son concurrentes a la misma idea: la política, como actividad centrada en la preocupación por los asuntos de la ciudad (o de la sociedad); la república, como concepto de ordenamiento político del ejercicio del poder, determinado por el pueblo; lo civil, como cultura de ejercicio de poder y de radicación de la soberanía; la democracia, como forma de estructurar el sistema político.
Ese concepto colisionó permanentemente con las visiones militaristas y autoritarias, que, como en todas las épocas y en todos los procesos históricos, emergen para justificar la pretensión de hegemonía y absolutismo, que toda dictadura u oligarquía pretende asentar sobre cualquier visión plural de las problemáticas de una sociedad.
El modelo republicano romano funcionó con el paradigma griego, hasta donde pudo sostenerse con la lógica civil. También ello permitió heredar a la cultura occidental la idea predominante que conjugaba los mismos elementos: política, república, civilidad, ciudadanía. Serán ideas que serán retomadas posteriormente de manera acotada en otros momentos de la historia occidental, sin el esplendor referencial ni la trascendencia del modelo greco-romano clásico.
Esto, hasta el momento en que surgen dos procesos de enormes consecuencias, como fueron la revolución francesa y la revolución independentista de las 13 colonias inglesas de América del Norte. En ambas subyace el mismo espíritu y la misma idea, afincada en el clasicismo político de esa época, depositado en las limitadas virtudes de una Atenas vestida de democracia.
Idealizado o no, ese paradigma motivó una concepción política que permitió la revolución francesa, la fundación de los Estados Unidos de América, y la emergencia de un grupo de repúblicas en los territorios hispano-americanos, que generarán por primera vez una significativa afirmación en torno a lo republicano y la concretización de una idea de ciudadanía (restringida, censitaria, limitada, oligárquica, lo que fuera, pero una afirmación en esa perspectiva).
La visión ciudadana que impuso la revolución independentista de las 13 colonias americanas, se establece sobre parámetros éticos arraigados en los derechos a individuales, poniendo énfasis en el derecho de expresión, en una afirmación cívica significativa y en la ciudadanía política, dentro de los marcos de comprensión propios de una herencia cultural que se manifestaba de manera distinta en cada una de las colonias.
En tanto, la visión ciudadana de la revolución francesa, tiene un valor más bien simbólico que práctico, ya que muchas de las aspiraciones de sus pensadores quedaron a medio camino, producto del curso que tuvo su proceso histórico. Los derechos consagrados en la Declaración de 1789, que establecían la igualdad ante la ley, los derechos de expresión, la abolición de los títulos con rango social, condujeron a que todos los componentes de la Nación adquirieran calidad de ciudadanos. Sin embargo, como sabemos, la Asamblea Nacional, hacia 1795, terminaría por restringir el derecho a voto, base de todo sistema ciudadano, Entonces, lo que viene a ser importante en la formulación de la ciudadanía bajo esa paradigmática revolución, es establecer los grandes enunciados republicanos que adquirirían presencia universal.
Ello fue asumido por las nacientes repúblicas americanas hispano-parlantes, que al emanciparse de España, asumieron dentro de la particularidad de cada una de ellas, la voluntad republicana con expresivo fidelismo a los ideales griegos, bajo el impulso de la influencia francesa revolucionaria. Sin embargo, cada una ensayó su propio modelo de participación ciudadana, algunas con mayor fracaso que otras, pero con una progresiva ampliación de los sectores sociales involucrados en el modelo, a partir de criterios predominantemente excluyentes y censitarios. Esta progresión en algunos casos fue mucho más lenta y en otros casos más acelerada.
De manera significativa, los avances en el plano de la ampliación de los derechos ciudadanos, a más sectores de la población, en los 200 años transcurridos, fue coherente con la conquistas de diversos planos de derechos. Lo lógica correlación de dio de la siguiente manera: lo primero fue conquistar los derechos civiles (en Europa ocurrió en el siglo XVIII, en tanto en América Latina en el siglo XIX), posteriormente fueron los derechos políticos (XIX y XX, en el mismo orden) y los derechos sociales y económicos en el siglo XX (en América Latina con varias décadas de retraso). Son las 3 generaciones de derechos, que marcan no solo los accesos indicados, sino también la voluntad de imponer un conjunto de derechos humanos fundamentales.
Sabemos que la incorporación de las ideas del Estado de Bienestar en Europa y América Latina, fue determinante para establecer la cultura de los derechos de los integrantes de la sociedad, en las decisiones que afectan a toda la sociedad. Pero, por sobre todo, lo que va a determinar de manera importante el privilegio del rol del ciudadano, es la consolidación de la democracia luego de la Segunda Guerra Mundial, y el reconocimiento de derechos consagrados en la Declaración Universal de Derechos Humanos y las convenciones que irán imponiendo derechos, en la medida que se va produciendo el derrumbe de los modelos autoritarios en distintas partes del planeta.
Como lo han apuntado innúmeros tratadistas, del más amplio espectro de las ciencias sociales, la afirmación de una idea de ciudadanía es inseparable de la afirmación misma de la democracia, y ello supone, de modo proporcional, también, que cuanto mayor es la ampliación de la ciudadanía mayor es el nivel de responsabilidades en los individuos. Los ciudadanos más activos, por cierto, tienen que tomar más decisiones, construir más opinión e informarse más ampliamente. En la medida que se impone la constante isonómica de la Grecia clásica, hay más temas que resolver y a los cuales los ciudadanos son convocados a debatir.
De lo expresado, la visión contemporánea de la ciudadanía está contenida en los siguientes elementos: 1. El sentido de pertenencia a una comunidad social, convertida en comunidad política, definida por características que les son comunes a sus integrantes (territorialidad, nacionalidad, cultura, opción política, legislación, lengua, identificación étnica, etc. expresadas en conjunto o parcialmente, incluso a través de solo una de las mencionadas, o por otras que no se han mencionado). 2. La existencia de un reconocimiento de la comunidad política respecto de sus integrantes en calidad de ciudadanos. 3. La constatación de estructuras de participación política y de una sociedad civil activa, que genera las redes de intereses que actúan en toda la estructuración social. 4. La existencia de una institucionalidad que soporte los conflictos propios de procesos participativos complejos. 4. La existencia de un sistema político democrático.

EL ESPACIO PÚBLICO COMO ESCENARIO DEL EJERCICIO CIUDADANO


Teniendo una definición meridiana del ejercicio e imperio de la ciudadanía, y de sus alcances en el ámbito de una sociedad políticamente estructurada, surge la interrogante en cuales ámbitos ejerce su acción. En tanto sabemos que ello se expresa en una territorialidad determinada, en ese espacio delimitado se expresan aspectos que son propios de lo público, y aspectos que corresponden a lo privado de los componentes de la sociedad.
Hay un espacio que es exclusivo de los individuos, o de grupos de individuos, donde está claramente delimitado lo que está en sus prerrogativas: bienes, propiedades, ideas, creencias, opciones, etc. Lo que ocurre en el ámbito privado, y que no esté expresamente normado por la ley, es de exclusividad del arbitrio individual o de una sociedad privada.
Sin embargo, todo espacio de interacción de una sociedad, que es de dominio o usufructúo común, de todos y cada uno de los integrantes del colectivo, se denomina “espacio público”. Es decir, el espacio público deviene de la propiedad pública o social, a través de los instrumentos institucionales que expresan el quehacer público y bajo la administración de los diversos órganos del Estado.
Es un espacio que expresa el dominio colectivo sin exclusiones, para uso social y para la expresión y expansión comunitaria. Allí están contemplados todos los medios para el desplazamiento y circulación de las personas (calles, caminos, plazas, parques, etc.) y los inmuebles donde se expresan las instancias del ejercicio civil que son de propiedad pública. A ello se suman todo aquellos bienes (especialmente edificaciones) que son de propiedad de las instituciones públicas, que aunque no sean de uso público, son de dominio público a través de sus mandatarios o representantes. Estamos hablando, entonces, de espacios geográficos, materiales, de tangibilidad palpable, sensorialmente comprobables, un espacio en que se expresa la percepción mutua entre los concurrentes.
Respecto de los espacios públicos y privados, ocurre que muchas veces hay espacios públicos que son entregados al dominio privado, y que por lo tanto quedan en el ámbito decisional y discrecional de quien recibe su usufructúo, por el plazo que se defina. Lo que, sin embargo, es más frecuente es que haya espacios privados que se destinan al uso público: centros comerciales, espacios de recreo o entretención, lugares de transporte, de eventos, etc. En este caso es muy importante considerar que lo público expande su dominio y el propietario cede derechos en la consecución de beneficios determinados. Esto es muy importante, ya que, en oportunidades, ello produce ambigüedades que no siempre están resueltas debidamente por la ley o las costumbres. La lógica racional indica que si un espacio privado es puesto en servicio público, rigen las reglas comunes a todo espacio público, en lo referente a obligaciones y derechos. Es una práctica ambigua, por ejemplo, la existencia de normas privadas en sitios de carácter público.
Pero también hay otra dimensión del espacio público, que no es física, pero que no es menos tangible que la anterior, que deviene del ejercicio de las convenciones que hacen posible la vida social. Son conceptos y estructuras intelectuales e intelectivas, que son fruto de la experiencia colectiva en el hacer sociedad. Es el espacio jurídico, legal, institucional, convencional, conductual, inter-relacional, que se expresa en regulaciones, instancias de decisiones, instancias de representación, y en el proceso de construcción de opinión pública y manifestación de voluntades, en el ejercicio de la soberanía popular. También tiene esa condición todo hecho sensorial de alcance colectivo, y todo elemento que sea de carácter vital para las personas. Quienes proveen los alimentos los venden, es cierto, y tienen una propiedad de ellos antes de ponerlos en el mercado, pero el destino consustancial es público. Nadie puede producir alimentos y guardarlos, habiendo necesidad vital de ellos. Quienes gobiernan están obligados a actuar, cuando los alimentos son guardados con fines contrarios al alcance público. De allí la persecución legal de quienes producen mercado negro o el acaparamiento de productos de destino público.
Así, la ley, la moral, las costumbres, los espacios de opinión y discusión, los derechos individuales, los derechos sociales, los beneficios, la educación, las medidas de protección, etc. generan condiciones de alcance público. De tal manera, el espacio público tiene una dimensión que se expresa social, política y culturalmente. Hay espacios públicos también en la forma como generamos los espacios de la cultura, de la interrelación social, de conversaciones, de discusión, donde se hace el ejercicio de ser parte de una comunidad determinada. Un gran espacio público es el que permite el ejercicio de la opinión de los componentes de una sociedad. Durante mucho tiempo fue la asamblea comunitaria, luego fue la prensa, pero hoy se ha ampliado de modo ilimitado con Internet.
Los procesos electorales y el ejercicio del sufragio, son espacios públicos que se expresan en lo físico (lugar de votación, runas receptoras de sufragio, etc.) y en lo no material, en el acto mismo del ejercicio del derecho a voto. Los accesos a la educación y a la salud, generan también instancias específicamente de desenvolvimiento y derechos públicos, que no tienen que ver necesariamente con los inmuebles en que desarrollan su actividad. Ver televisión abierta genera una condición de uso de espacio público, por ejemplo, como lo es ir al estadio a ver un partido de fútbol, aún cuando deba pagar por ello. Comprar en el supermercado podemos considerarlo como una manifestación de espacio público, más allá de los accesos y lugares de desplazamiento para hacer efectivo el acto de comprar. El mercado es un acto, un hecho, no solo como una condición física de espacio público. Ir a una galería de arte a ver una obra de acceso colectivo para su contemplación, es un acto de cultura, y como tal, genera una espacialidad que tiene un carácter público, más allá del lugar mismo de exposiciones.
Entonces, cualquier acto en la cultura, esto es, en el ser y hacer colectivo de una sociedad, que tiene injerencia y participación colectiva, generan un espacio público, aunque sea solo como manifestación de sensaciones, emociones o expresiones múltiples.
En síntesis, todo acto social que se hace en cualquier lugar, y que tiene un alcance determinado por derechos y deberes, genera un espacio de desarrollo y concreción, un espacio público, que aunque no tenga una manifestación material, se expresa en resultados tangibles o perceptibles, que son de alcance, práctica, usufructúo o beneficio común.

LA OCUPACIÓN DE HECHO DEL ESPACIO PÚBLICO.


El espacio público no solo es una expresión de vinculación y desenvolvimiento de lo cotidiano. También tiene una enorme carga simbólica. Cuando cualquier persona se sienta en un banco de la plaza pública a leer el diario, no solo está ejerciendo un derecho, sino que está haciendo una expresión de soberanía. Cuando transita por una calle, no solo tiene derecho a hacerlo, sino que está expresando su prerrogativa. Cuando alguien expresa su opinión a través de un medio que es de todos, está consagrando el hecho de lo público y validando su condición ciudadana, su valor como persona y su derecho de conciencia. Está poniendo su validez de ser único, de persona única, con sus propias opiniones y con toda su autoafirmación existencial. Sus ideas lo hacen una persona y un sujeto histórico en la historia.
El espacio público es, por lo tanto, el espacio donde la persona humana se valida y es reconocida como tal. Es el espacio en que los seres humanos nos reconocemos como entes sociales, en que adquirimos la condición peculiar de la sociabilidad. Allí adquirimos la identidad y nuestra cualidad como persona. Quien no está en el espacio público, no adquiere existencia real para los demás seres humanos.
El espacio público es de todos, porque todos necesitan validarse, porque todos necesitan adquirir el reconocimiento social de su existencia. Entonces, viene a ser de mucha importancia que sea un espacio donde debe haber reglas. Para que haya reglas, es necesario que la persona actúe políticamente y contribuya a la determinación de los factores que pueden delimitar el espacio público, es decir, bajo que condiciones se limita, y cuando se establecen condiciones de limitación de su uso. De la misma manera, se deben establecer las regulaciones para que nadie, en condiciones de predominio, pueda inhibir los derechos de aquellos que queden en condiciones de desventaja.
La importancia simbólica del espacio público es tan gravitante, que cualquier fuerza de ocupación, que por razones fácticas o razones de sojuzgamiento violento del ejercicio civil de una comunidad, lo primero que hace es, precisamente, poner elementos simbólicos que expresen el dominio sobre ese espacio público. Cuando los nazis ocuparon Paris, no pusieron los tanques en las principales avenidas, ni desfilaron por las calles con sus tropas, por una necesidad militar imprescindible. Lo que quisieron manifestar a los franceses era que habían sido ocupados, y que el espacio público ya no les pertenecía. Una fuerza militar enemiga puede ocupar todos los cuarteles, todos los lugares donde se encuentra la capacidad militar de un país, pero es en el espacio público donde comunica su hegemonía. El toque de queda impuesto por una fuerza militar es la expresión de que el espacio público queda restringido a su arbitrio.
Esa constatación, Ud. aplíquela a cualquier fuerza, grupo o sector de una sociedad que realice una ocupación de hecho del espacio público.
Hoy, en nuestras sociedades, lo que ocurre en muchas ciudades, incluso en las nuestras, es la constatación de que el espacio público viene a ser copado por bandas de traficantes y delincuentes. Y hay muchas personas que no pueden caminar libremente por las calles por el accionar de los delincuentes. El espacio público se ha degradado en esos lugares, y el rol de la policía y de los ciudadanos consiste en recuperar su condición de tal: de espacio público. Hemos visto el drama desencadenado en las favelas de Río de Janeiro, donde las bandas delictuales han tomado el control de las barriadas e imponen su dominio y sus reglas a partir del avasallamiento del espacio público, y hemos visto entrar a las fuerzas del Estado a copar ese mismo espacio para restablecer su cualidad pública.
La misma connotación tiene la ocupación ideológica del espacio público. ¿Cuántas veces hemos visto que grupos políticos, para imponer sus ideas, han buscado el predominio o sojuzgamiento del espacio público? Insistimos: no se trata solo de los espacios físicos, sino de los espacios no físicos pero tangibles. También la moral es espacio público, como lo son la cultura, las costumbres, la relacionalidad, los actos civiles, los medios de expresión, etc. Estamos hablando de aquel espacio público en el cual se exponen las ideas, y donde las ideas son tangibilizadas en prácticas concretas del hacer y el ser social.
Ello tiene una relación directa con los derechos que hacen posible las seguridades de que toda idea merece la misma consideración, más allá de su antigüedad o novedad, de su magnitud o de quienes la sostengan, sobre todo cuando se trata de afirmaciones en las cuales se sostiene una actitud frente a la vida y la realidad.
Por cierto, cuando hablamos de ocupación ideológica, entramos de lleno en un aspecto fundamental, de toda sociedad democrática. Porque ocurre que aparecen ideas en el espacio público que deben enfrentar los pesos de la tradición, de la costumbre social y la constatación de hegemonías consolidadas, que actúan refractariamente a todo aquello que pueda significar un riesgo a su dominio. El espacio público queda así ocupado por el peso de la costumbre y de las herencias del pasado. Y cuando esas costumbres y esas herencias están sustentadas en una visión total sobre la vida y la realidad, se manifiesta inevitablemente un impedimento para que una nueva idea, o un conjunto de nuevas ideas emerjan y se desarrollen en el espacio público. Esto es el inicio de todo proceso de conculcación de los derechos de conciencia.

IMPORTANCIA DEL LAICISMO PARA LOS DERECHOS CIUDADANOS.


Es en la consolidación del dominio ideológico de las sociedades, a que hemos hecho alusión, donde el laicismo emerge y viene a someter esa realidad al juicio crítico de la sociedad. Y lo hace a partir del derecho a ejercer las libertades de conciencia. Y lo hace a partir de la práctica concreta, de una actitud y una conducta societaria e individual. Lo hace a partir de la reivindicación del espacio público como un espacio de todos, más allá de las opciones de conciencia de cada cual. Y lo hace a partir de la reivindicación del espacio político como un espacio determinado por la ciudadanía. Y lo hace a partir de la reivindicación del mercado como un espacio a donde todos concurren.
En virtud de ello, el laicismo opta por la democracia y la extensión de los derechos de ciudadanía, incluso a escala planetaria. Hace una afirmación sustancial en torno a los Derechos Humanos consagrados por la comunidad internacional a través de sus convenciones. En el mismo sentido, apuesta firmemente por las seguridades humanas, concepto desarrollado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, y que nos plantea un conjunto de requerimientos que permiten el aseguramiento de la vida individual y social de cada ser humano, en el plano de la alimentación, la seguridad personal, la seguridad comunitaria y política, etc.
Y en ese contexto, constituye una seguridad fundamental el ejercicio de los derechos de conciencia, porque no es posible considerar el desarrollo a escala humana, en ninguna parte del mundo, si este no se establece sobre la base del derecho a tener opinión y a comunicarla. Esto es fundamental, ya que los derechos de conciencia no solo suponen el derecho a tener una percepción de la vida y de la realidad en que cada hombre está inmerso, sino también la capacidad a manifestar sus convicciones y opiniones, de comunicarlas por los medios que estén contemplados en la comunidad en que participa.
Es dentro del contexto de una sociedad democrática, donde la sociedad civil tiene el dominio del espacio público, y donde no habría aparentemente ningún factor que pueda inhibir el desenvolvimiento de los derechos de conciencia o las libertades y seguridades de sus componentes, toda vez que estarían considerados los aspectos fundamentales, a través de reglas debidamente establecidas y consensuadas por toda la sociedad.
Sin embargo, las sociedades están determinadas por la complejidad de su componencia, intereses e instituciones a través de los cuales se manifiestan los distintos agrupamientos de tipo sectorial.
En la sociedad civil, hay distintos sectores o grupos de interés que propenden a organizarse de acuerdo a sus motivaciones, intereses, o como consecuencia de objetivos específicos dentro del proceso cotidiano del hacer sociedad.
Todo grupo organizado pretende legítima o ilegítimamente una trascendencia o un objetivo que tenga un impacto social. Cuando ello no ocurre, debemos preocuparnos por los riesgos que pueden existir en un grupo que se separa de la sociedad y que se desvincula de ella. Lo normal y recurrente es que, cada grupo de interés, pretenda trascender de alguna manera a la sociedad, ello en el ejercicio de la libre concurrencia en el estadio democrático de todas las ideas, las creencias y las opciones, que se difunden a través de sus organizaciones o instituciones, que promueven sus particulares contenidos e intensiones.
Sin embargo, lo que viene a alterar esa libre concurrencia de manifestaciones, es cuando determinados grupos quieren imponer sus puntos de vista, sobre la base de la hegemonía y el uso de las estructuras de poder que exceden el espacio de la sociedad civil. Para esos fines, persiguen influir o presionar a las estructuras del sistema político, o buscan subordinar las estructuras de poder existentes en el mercado.
Una de las constantes que señalan las distintas civilizaciones, es la manifestación del deseo de hegemonía que caracterizan a los grupos religiosos, y de manera significativa se hace evidente con el Katholikós cristiano.
Históricamente, las ideas religiosas católicas, determinadas por el compele intrare agustiniano, han buscado el sojuzgamiento de todas las estructuras de las sociedades en que se han hecho presente, no solo a partir de una hegemonía en el espacio de la sociedad civil, sino a partir del control de las estructuras de la sociedad política y de la sociedad mercantil. Eso es una constante desde el siglo III de la era cristiana, y lo ha sido hasta ahora. Ningún grupo de interés religioso ha desarrollado esa pretensión de un modo tan acentuado y recurrente.
Esto comenzó a ser rechazado de manera ascendente, a partir del siglo XXVIII, y se expresará, primero, como una controversia con el Papado, para luego ir adquiriendo una presencia en la sociedad civil, que se pone en evidencia latente durante el siglo XIX. Aquello se expresó, primero, en la sociedad política a través del regalismo. Sin embargo, en la medida que esa controversia se iba despejando, el problema se fue radicando en la sociedad civil, donde el espacio público era dominado por esa corriente religiosa en particular, y donde comienza a establecerse el derecho de que todos – mayorías y minorías – podían disponer del espacio que se entiende que es de todos los integrantes de la sociedad.
Es así que, cuando la idea de democracia comienza a tener su desarrollo bajo los parámetros contemporáneos, y comienzan a desarrollarse las sociedades como un conjunto estructurado de derechos y deberes, a fines del siglo XIX, es cuando comienza a consolidarse la idea sobre el desarrollo institucional, que pretende desvincular las instancias de decisión y conducción de la sociedad de todo control religioso. La idea que viene a determinarse es que hay una pluralidad en la componencia social, que hay visiones que no son homogéneas en el ámbito religioso, y que ello exige – para garantizar los derechos de conciencia – que debe haber una prescindencia de toda condición de hegemonía por parte de un credo en particular, en aquellas instancias que son determinantes para conducir, regir o influir sobre la sociedad.
Esto es lo que determina la aparición conceptual del laicismo y su incorporación como categoría del pensamiento humano y como práctica social.
Sin embargo, el laicismo se origina con mucha antelación a su formalización en el plano de la conceptualización lingüística de la sociedad contemporánea. Sus orígenes se encuentran en las primeras aproximaciones del ser humano para construir garantías para la libre concurrencia de las distintas opciones de conciencia, en sociedades donde se manifestaba la diversidad de credos. Ello se manifestó en determinadas conformaciones sociales, en la historia humana, mucho antes que fuera necesario enunciar el concepto del laicismo. Recordemos que antes de Constantino, en Roma cualquiera podía poner su deidad en el espacio público y adorarla, sin pretender que los demás estaban obligados a rendirle devoción. Como ese hay otros ejemplos en la historia del hombre. De este modo, podemos decir que el laicismo tiene su origen en la práctica misma de la necesidad de desvincular las estructuras de poder de toda hegemonía de los credos y en el derecho a la expresión de todos los credos. Tiene su origen en la práctica y el establecimiento del derecho de todo credo a expresarse en el espacio público, sin conculcar los derechos de los demás credos. De la misma forma, en el derecho de los que no tienen credo al mismo respeto de parte de los que tienen un credo.
¿Por qué fue necesario establecer el concepto de laicismo, en las categorías del pensamiento humano, entonces?
Simplemente, porque la complejidad de las sociedades contemporáneas ha introducido variables conceptuales que han ido produciendo afirmaciones, en los procesos institucionales, que buscan lo contrario a lo que el laicismo propone. Ello tiene que ver por el interés de las inercias históricas de la hegemonía religiosa, para reconstituirse a partir de la interpretación de las leyes y de las normas que determinan los procesos institucionales de la sociedad política, que permiten luego determinar la sociedad civil e influir la sociedad mercantil.
Los alcances del laicismo, en la conceptualización societaria moderna, en sus procesos de institucionalización, por lo mismo, están íntimamente ligados a las características de la democracia. Bajo una condición de absolutismo o dictadura, el laicismo solo puede ser una demanda. Sin embargo, cuando se hace democracia, es inevitable acudir a lo que el laicismo propone en el tema de la garantización de los derechos de conciencia. De allí que hemos proclamado que si la democracia no es laica no es democracia.
Cuando se requiere construir una sociedad libre, no se trata solo de establecer derechos a la libre concurrencia de las ideas políticas y económicas, para que el pueblo opte según sea su interés mayoritario. No se trata solo de establecer los mecanismos de resolución de las controversias, por medio del ejercicio del voto. No se trata de establecer solo el imperio de las mayorías.
Cuando se trata de establecer una sociedad libre, que se expresa a través del ejercicio de la democracia, lo que importa – en lo que se refiere a los derechos de conciencia – no es garantizar los derechos de la mayoría, sino que lo que determina las condiciones de libertad en la práctica social, es la garantización de derechos de las minorías. Una sociedad es libre y es democrática, cuando se gobierna de acuerdo al interés de la mayoría, pero se aseguran los derechos de los que se encuentran en desventaja para imponer sus puntos de vista. El quid de la democracia moderna, entonces, se encuentra en los derechos de las minorías.
Establecer esa concepción de la democracia moderna es parte del drama de las democracias en desarrollo durante gran parte del siglo XX. Está en la base misma de las causas de su fracaso en distintos países.
Entonces, lo que hemos expresado, viene a ser la gran respuesta o la gran directriz en torno al tema que se me ha propuesto en esta jornada: el significado e importancia del laicismo como medio para construir la sociedad del siglo XXI.

LOS TEMAS DEL LAICISMO EN LA SOCIEDAD DEL SIGLO XXI.


El gran esfuerzo del siglo XIX y de buena parte del siglo XX, fue erradicar el determinismo religioso sobre el Estado, resabio casi inconmovible del tiempo del absolutismo. Ello se logró en algunos países más que en otros. Hubo incluso aquellos en que definitivamente se fracasó hasta nuestros días. Hubo países, como Chile, donde todo quedó a medio hacer, y donde se arrastran resabios importantes de una hegemonía dura sobre nuestra sociedad, sobre su cultura y sobre sus instituciones nacionales y públicas.
Los temas del laicismo de hoy, en Chile, son herencia de los problemas no resueltos en el siglo XX, y que retoman fuerza a partir de los procesos políticos vividos por el país, donde se han producido retrocesos importantes en lo poco que se hizo en torno a la institucionalidad laica, en la centuria anterior, especialmente en el Estado y en las instancias de poder político y económico.
A pesar de ello, hay muchos en nuestra sociedad, que piensan que los debates del laicismo han sido superados por la historia. Tanto así, que se preocupan por las formas en que los debates pueden producirse y que buscan cierto término medio en esto de poner los temas del laicismo frente a las corrientes confesionales.
Creo que esas posiciones adolecen de problemas conceptuales de fondo, y de una superficialidad en el diagnóstico, cuando no una propensión tendenciosa. Esto porque se hace ambivalencia entre laicismo y anticlericalismo. Y la disputa hoy no es contra los clérigos. De hecho sí creo que el anticlericalismo es propio del siglo XIX, y expresión concreta de las concepciones regalistas. Ello fue consecuencia de las luchas contra el papado, por su presión desmedida sobre la formación y soberanía de los Estados nacionales. Lo vivimos concretamente en Chile, cuando se desarrolla nuestra formación nacional. Hoy la presencia del clericalismo está más relativizada, en tanto expresión corporativa.
Hoy la controversia del laicismo es con el confesionalismo, es decir, la acción sostenida de quienes sustentan una fe y que pretenden imponerla como modo de vida a toda la sociedad, y que se expresa en una propensión constante a hegemonizar el espacio público. Eso excede a la acción de los clérigos. Es consecuencia de que la confesión religiosa se torna en “ismo”, en tanto y cuanto ideología de alcance totalizador, que se expresa en la acción no solo de la jerarquía religiosa, sino que actores con poder político y económico, donde se manifiesta una práctica cotidiana de hegemonía, a rajatabla de cualquier otra comprensión de la vida, de Dios o del rol del hombre en la vida. Ello implica una acción avasalladora en el espacio público, que vulnera permanentemente los derechos de conciencia.
El confesionalismo trata de subordinar las cuestiones seculares de la sociedad, en la recurrencia de la práctica del compele intrare. Al respecto, podemos hablar de una redimensión de la herencia cultural de la Edad Media, que se recrea en la búsqueda del predominio y la totalización.
Así, los grandes temas del laicismo, su significado e importancia, están asociados con la esencia de la democracia y con la agenda de los derechos de conciencia. Están en la cotidianidad de la defensa y promoción del espacio público, como un estadio amplio de concreciones ciudadanas y de libertades y seguridades humanas. Está en la validación del libre discernimiento y la autodeterminación individual.

Muchas gracias.

domingo, 21 de noviembre de 2010

EL RELATO MESOCRATICO DE O´HIGGINS Y LA MASONERÍA.


Sebastián Jans

Presentado en el Homenaje al Bicentenario de la Respetable Logia de Investigación y Estudios Masónicos “Pentalpha” N° 119, el 02 de septiembre de 2010.

DEFINICIÓN DEL CONCEPTO MESOCRÁTICO.

En un sentido general, el concepto de clase media nace con la gestación de la burguesía, que antes del advenimiento de la acumulación capitalista, producto de la industrialización, estaba ubicada en los estratos medios de la composición social de las naciones europeas. En la medida que la burguesía adquirió poder económico, sin embargo, lo que va a entenderse como clase media es a aquellos sectores rezagados e intermediadores que se producen en las estructuras sociales nacionales, que vienen a cumplir roles intermediadores en los procesos económicos y en el Estado.
Si analizamos la constitución de las clases sociales, de acuerdo al rol que cumplen en los procesos productivos e institucionales, podemos claramente especificar que entendemos como “clases medias”: los estratos medios de una sociedad organizada, aquellos que están en la interrelación entre la gran propiedad y los que, con su esfuerzo físico directo, ejecutan las tareas manuales, entre la alta administración y los estratos ejecutores de los servicios del Estado.
En ese contexto, su rol socioeconómico está asociado preponderantemente a la intermediación, a la administración y a la dirección de instancias formales económicas, sociales o políticas, o a la prestación liberal de servicios. Las clases medias se caracterizan por tener su actividad asociada a la administración del Estado o de las empresas, a las actividades del comercio de intermediación, a la propiedad pequeña o mediana baja y media de tipo industrial o agrícola, a la prestación de servicios profesionales, al artesanado próspero y la industria incipiente; a las actividades culturales, académicas, educacionales e intelectuales; a la administración de justicia, etc.
En un sentido general, pueden ser reconocidos como sectores sociales medios, todos aquellos que no tienen una clara identificación con la gran propiedad - en cualquiera de sus manifestaciones-, con la clase obrera, con el campesinado subordinado, y con el proletariado de los servicios, que representa en Chile la gran fuerza de trabajo manual, y que no tiene una específica condición obrera, es decir, de trabajo manual asociado a la industria o a la producción específica de bienes.
La definición de lo mesocrático tiene que ver con la relación de las clases medias con el ejercicio del poder del Estado. Es la condición preponderante que tienen en el gobierno, bajo el sello e influencia de sus ideas e intereses. De manera vulgar podría decirse que un gobierno mesocrático sería un gobierno de las clases medias. De alguna manera ello sería efectivo, en la medida que los partidos u organizaciones que ejerzan el poder, estén determinados por una componencia social típicamente de clase media. Sin embargo, la condición mesocrática se manifiesta también en la colaboración social y política, lo cual permite que la mesocracia se exprese en gobiernos de alianza social de manera recurrente, como ha sido históricamente en nuestro país.

LA CONSTRUCCION DEL PROYECTO MESOCRÁTICO EN CHILE.

En Chile, desde el punto de vista de las clases sociales, hay tres grandes concepciones de país que se construyen en el siglo XIX. Cada uno tiene sus elementos políticos, sociales, culturales y económicos, que le distinguen, más allá de las sutilezas de las correlaciones de fuerzas políticas que permiten la gobernabilidad y la administración del Estado que se manifiestan en el desarrollo de la institucionalidad o como se expresa el conflicto político coyuntural.
Uno de los proyectos está directamente relacionado con las clases poseedoras, con la gran propiedad y el patriciado, que emerge del feudalismo terrateniente colonial, y que se ve remozado con los mercaderes, a inicios de la República, para luego constituir la gran terratenencia y la burguesía capitalista. Tiene claros tintes y perfiles, que se resumen en el paradigma portaliano, en la idea de un gobierno autoritario, un liderazgo disciplinador, un concepto ideológico-político conservador, una alta afinidad religiosa. Es un proyecto de perfiles aristocráticos, de una definición profundamente oligárquica.
El segundo es el proyecto mesocrático, que surge en el proceso mismo de la independencia y se consolida luego de la derrota del peluconismo a mediados del siglo XIX, para luego ir tomando fuerza en el desarrollo político nacional, hasta gravitar con especial fuerza durante buena parte de la primera mitad del siglo XX.
Y el tercero es el proyecto obrerista, proletario, que se esboza a fines del siglo XIX, para adquirir su mayor envergadura, hacia mediados del siglo XX, marcando el carácter y especificidad del movimiento de las clases trabajadoras.
Nuestro interés, teniendo a la vista esos proyectos, es recabar los elementos que caracterizan el proyecto mesocrático. En esa condición intermedia están los administradores, los funcionarios de las empresas, los funcionarios públicos, los profesionales, los artesanos, los pequeños propietarios independientes, los educadores, etc. Es en estos grupos donde se comienzan a gestar las clases medias ya en la época colonial. Son ellos los que empiezan a generar el descontento contra el poder colonial, y los que esbozarán y radicalizarán el proceso emancipador, hasta concretarlo. Ellos le pusieron el acento y le dieron un contenido.
Fueron militares, funcionarios del sistema colonial, educadores, propietarios menores, productores menores, comerciantes, los que fueron aportando su visión a una idea de república, que solo era posible de concretar a través de un proceso emancipador.
Cuando se obtiene la independencia, esos mismos estratos serán los encargados de establecer los fundamentos del Estado. Ellos tratarán de llevar a cabo los primeros ensayos institucionales, los que darán cauce a la concepción de la República. Doctrinariamente adhieren a las ideas liberales. Son ellos los que darán forma a los clubes por las reformas, a las sociedades culturales, a la difusión de la ilustración. Son ellos los que se enfrentarán al peluconismo conservador, los que divulgarán las nuevas ideas y los nuevos propósitos.
En ese proceso irán incrementando su presencia social y su influencia política, de la mano del crecimiento del Estado y de la cada vez más compleja gama de funciones en el sistema público y privado. Se consolidarán ampliamente luego de la Guerra del Pacífico hasta la Guerra Civil de 1981, y 30 años después de la mano de Arturo Alessandri coronarán su primer episodio en el poder político.
Con la llegada del Frente Popular al poder, el proyecto mesocrático adquiere una dominante condición de liderazgo social, que se prologará por poco más de dos décadas. Es un momento estelar del proyecto de poder de las clases medias.

EL CONTENIDO DEL DISCURSO MESOCRÁTICO.

El proyecto mesocrático históricamente ha tenido claros componentes de tipo ideológico y político, que se manifestarán con fuerza desde el primer momento de su historia republicana, aspecto que se hace presente ya en el tiempo en que O¨Higgins actúa.
A pesar de su cierta insularidad geográfica – aislado del mundo por una enorme cadena montañosa, por el desierto y por el amplio océano -, Chile no fue una isla desde el punto de vista de las grandes ideas de aquellos tiempos, que tenían su apogeo especialmente en la conmocionada Francia, cuna de grandes eventos que tendrán un alcance universal.
Y el discurso mesocrático se hilvana frente al orden establecido por la aristocracia, por los grandes dueños de la tierra, por las heredades de raigambre colonial. De allí, que toma un carácter esencialmente liberal, promoviendo con decidida fuerza las libertades individuales, los derechos de conciencia, y los derechos de ciudadanía.
El otro elemento es que tiene un carácter esencialmente republicano. Este es un factor no puede ser desdeñable para el caso de aquellos movimientos emancipacionistas más típicamente mesocráticos de América Latina. Cuanto más radicada estuvo la lucha independentista en sectores medios de la sociedad colonial, más fuerza republicana tuvo en su discurso. En aquellos países donde hubo más cacicazgo feudal, las ideas proclives a constituir monarquías fue más recurrente.
Un tercer elemento dice relación con el carácter nacional, es decir, donde se trata de establecer un vínculo que una a los componentes de una sociedad determinada, en torno a elementos comunes de identidad y a un Estado. En suma, la voluntad política de un Estado de expresar una suma comunitaria, en los ámbitos de una territorialidad específica. Recordemos que el concepto de Nación nace contra la dispersión feudal, y para afianzar el poder de los grandes reyes europeos que optan por un partido religioso en relación o en contra del papismo. Los grandes proyectos nacionales europeos se afirman en la partidización religiosa de un modo determinante, hasta la revolución francesa, donde surge el proyecto nacional fundado en factores comunes expresados en el carácter constituyente del poder político, en la soberanía del pueblo, en derechos individuales y en la convención social.
En América Latina, no habiendo reyes que personificaran una idea nacional, ello tendrá que hacerse en torno a la soberanía del pueblo. Definir la idea de “pueblo”, marcará la diferencia entre conservadores y liberales, o entre las clases poseedoras y las emergentes clases medias.
El cuarto elemento vendrá a ser el laicismo, como consecuencia de la evolución de la posición anticlerical, que se desarrolla como consecuencia de la estrecha relación entre la jerarquía religiosa y el poder colonial. El anticlericalismo no tiene que ver con una posición genérica contra los clérigos, sino contra el clericalismo como tal, es decir, contra la posición ideológica del poder religioso que aspiraba a un control de las decisiones políticas por parte del clero.
Esto es importante de reiterar, porque históricamente los sectores confesionales en América Latina han pretendido imponer la idea de que el anticlericalismo de los sectores progresistas, deviene de una odiosidad hacia el clero. Lejos de ello, incluso muchos clérigos han sido protagonistas y líderes de la emancipación política y social. De hecho, la independencia de España, tuvo a muchos clérigos como radicales protagonistas. Lo que el anticlericalismo expresa en los movimientos emancipadores, es la decisión de erradicar la influencia del clero en lo temporal, específicamente del poder político, por su ligazón con el sistema establecido por la colonización española y por quienes ocupan un lugar en las estructuras de dominación.

CARÁCTER DEL PROYECTO NACIONAL.

El desarrollo de un proyecto nacional, de país, de comunidad nacional, es un proyecto mesocrático. Por esencia, es el proyecto de los militares jóvenes, de los comerciantes, de los propietarios intermedios de la tierra, de los funcionarios del régimen colonial, de los artesanos o pequeños industriales, sacerdotes independentistas, de todos aquellos que están en la medianía del poder político, económico y social.
Todo el ambiente relacional de O´Higgins que se hace presente en sus cartas, tiene como elemento distintivo no pertenecer a la aristocracia y a los sectores sociales predominantes del sistema colonial y monárquico. Es el mismo sello que se advierte en quienes son parte del grupo liberal que llevará a cabo los primeros esfuerzos institucionales de la República, y que fueron motejados de pipiolos, por los sectores tradicionales del poder en Chile.
Contestatariamente, como reacción, el proyecto portaliano es un proyecto excluyente, que pone su eje en el patriciado, en los mercaderes, y luego en la clase propietaria que genera la república. Es un momento en que la aristocracia colonial, despojada del poder político por las luchas de la independencia, se propone volver por su influencia, gravitación y preponderancia en los destinos de la naciente república. No lo hace contra la república, pero lo hace dándole un carácter que tiene que ver con su comprensión de los hechos políticos, y en la afirmación de una condición tutelar sustentada en la riqueza de sus integrantes y en los fundamentos de su esplendor colonial. No reniega de la independencia de España, pero reivindica el orden colonial, determinado por su regimentación de clase, por su determinismo tradicional, por sus valores propios de toda clase propietaria: orden, autoridad, creencias, prestigio, solvencia económica.
Para ellos, los generales y caudillos de las fuerzas liberales, no son sino un conjunto de pordioseros, ávidos de tomar la riqueza de la gente de trabajo, a través de los impuestos y de las confiscaciones, una “gentezuela” que venía en labor de zapa, para apropiarse de los bienes de las familias tradicionales. Así, el proyecto portaliano, reivindicado por los historiadores conservadores y autoritaristas hasta el día de hoy, vino a ser un verdadero proyecto restaurador y contrarreformista en todos los contextos, aún emparentándose con la contrarreforma religiosa europea.
Frente al proceso de independencia y frente a la restauración portaliana, la identidad del proyecto liberal y mesocrático, se establece con clara hilación. Su validación política y social radica en su capacidad de ubicarse en el centro de la sociedad y sus distintas expresiones culturales, económicas, políticas y sociales.
Por ello es que necesita de un relato nacional que acoja a los distintos sectores y clases sociales. No pudiendo convocar hacia las clases tradicionales del poder económico, los sectores mesocráticos convocarán hacia los pocos sectores con algún grado de presencia social, y al constatar la poca gravitación que aquellos tienen y su marginalidad, promoverá en ellos la educación y la emancipación espiritual. Ello inevitablemente propenderá hacia una idea de Nación.
Ante un país formado por una masa ignorante y sin ideas políticas, sin razonamientos propios, sin propuestas concretas de que hacer ante el vacío político provocado por la invasión napoleónica en España, aquellos pioneros de las ideas republicanas, liberales y emancipacionistas, debieron hacer esfuerzos tremendos para conformar una idea de sociedad y una idea de sistema político. Cuando la aristocracia criolla y los grandes mercaderes solo pensaban en la protección de los derechos del rey cautivo y restablecer la normalización institucional, política y económica del régimen colonial, los débiles sectores medios de la capitanía general de Chile, propugnaron la emancipación y la formulación de una idea de país. De allí que el concepto de Nación en Chile es un proyecto esencialmente mesocrático.
Sin modelos previos que dieran claridad sobre las alternativas que implicaba construir un modelo político y social, luego de los fracasos de los paradigmas europeos – la revolución francesa había evolucionado hacia el Imperio, lo propio había ocurrido con la revolución de 1848 -, la mesocracia chilena tomó el modelo republicano griego clásico como un ideal. La lectura que hizo de la polis griega y su modelo político fue sublimado como una respuesta coherente para las vicisitudes del hacer ciudadanía.
Ese proyecto, esa idea será predominante en los sectores mesocráticos hasta 1891, cuando sobrevino la guerra civil y hubo un quiebre en sus componentes, pero será recuperado con la crisis del parlamentarismo, donde retomó su fuerza y se plantearía con vigor por varias décadas.

LO FUNDANTE EN EL PENSAMIENTO DE O´HIGGINS.

Lo fundante del pensamiento de O´Higgins se encuentra radicado profundamente en el pensamiento mesocrático de su tiempo. Ello implica que contiene una mirada profundamente arraigada en las propuestas que marcan la irrupción de las clases medias de fines del siglo XVIII, contra la aristocracia y la nobleza.
Todo lo que contiene ideológicamente la visión de O´Higgins es de contenido liberal, republicano e ilustrado, es decir, descansa indiscutidamente en la señal mesocrática que cambia la historia occidental, ante el derrumbe del absolutismo. Es más, su pensamiento puede reivindicarse como mucho más emancipatorio en sus contenidos ideológicos que el de otros próceres de la Independencia Americana. Esto lo pone en evidencia Ernesto de la Cruz, al presentar su libro sobre el Epistolario del Libertador: “Estudiada su personalidad a través de los documentos que hoy permiten dar cuna a esa revisión de valores en la historia del continente, resultará, al lado de la del oriental Artigas, la representación más pura y genuina del ideal republicano del continente. En tal sentido, nadie – ni el mismo Libertador Bolívar, cuyas veleidades oligárquicas hay que cargar a la cuenta de sus errores políticos – nadie, decimos, alcanza en el pensamiento hoy predominante en América, en el pensamiento democrático, tal altura” .
En afirmación de esa percepción, podemos tener a la vista la obra de Diego Barros Arana “Historia General de Chile”, el gran historiador liberal del siglo XIX, quien señala: “Hemos tenido a la vista un apunte o borrador escrito de letra de O´Higgins, encontrado entre sus papeles, que parece ser una especie de bosquejo de lo que, a su juicio, debía disponer la Constitución de 1818. En casi todos los puntos, contiene principios más liberales que los que consignó este Código”.
Sin embargo, su pensamiento lo contextualiza dentro de un marcado respeto por la ley, que, a pesar de los tendenciosos prejuicios que se han promovido en contra de su imagen histórica, fue determinante en todo su ejercicio como estadista, y que se expresa en todas sus conductas constitutivas del nuevo país que debe formar. Derivado de esa concepción legalista – típicamente mesocrática, en el curso de la evolución política chilena – se desprende su apego a la institucionalización de las estructuras del Estado. Ello se comprueba en su afán por dar vida al Senado Conservador, que lo visualizó como la instancia que debía equilibrar sus propios poderes ilimitados como Director Supremo.
Julio Heise señala que O´Higgins “asignó a sus compatriotas un estilo de vida: la democracia, y señaló el instrumento para hacerla efectiva: la educación”. Esto lo relaciona inseparablemente con “el sentido íntimo de toda su fecunda e interesante política educacional: la fundación de los liceos de La Serena y Concepción; la reapertura del Instituto Nacional y de la Biblioteca Nacional; el ensayo del sistema lancasteriano y, muy particularmente, el decreto por el cual ordenaba a los conventos de frailes y monjas mantener escuelas elementales gratuitas” .
Es la visión mesocrática por excelencia, de un visionario que reflexiona en uno de sus escritos: “El actual estado de la civilización y de las luces, nos descubre bien la necesidad de adelantar, o mejor decir, plantear de un modo efectivo y suficiente la educación e ilustración. Necesitamos formar hombres de Estado, legisladores, economistas, jueces, negociadores, ingenieros, arquitectos, marinos, constructores hidráulicos, maquinistas, químicos, mineros, artistas, agricultores, comerciantes…”. Irrebatiblemente es la visión iluminista y mesocrática del hombre de Estado, que concibe una visión del quehacer político en la perspectiva de un proyecto nacional. Es lo que caracteriza no solo el pensamiento de O´Higgins, sino de todos los que con mayor conocimiento de causa comparten su trinchera política e ideológica.
Para Heise , entre 1810 y 1830, en un medio muy poco propicio, “se afianzaron definitivamente las concepciones de soberanía popular, de gobierno republicano y representativo, y, en general, todas las nuevas tendencias o ideas que (…) se enfrentaron a la monarquía absoluta. Las cinco Constituciones - 1812, 1814, 1818, 1822 y 1823 – que ensayaron nuestros hombres públicos en plena guerra contra la Metrópoli, representan una dramática lucha entre el pasado colonial y las nuevas tendencias; entrañan una progresiva incorporación a nuestra vida institucional de esos principios políticos”. Luego agrega: “se propusieron cambiar la monarquía por la república; el origen divino del poder real por el principio de la soberanía popular; el absolutismo por la democracia representativa”.
Bajo ese común denominador, el pensamiento antimonárquico o´higginiano no deja dudas. Cuando el Congreso Conservador, donde predominan las ideas de la aristocracia se engolosina con la posibilidad de ir a Aquisgrán a buscar un rey europeo, el Libertador se plantea abiertamente por el republicanismo. A Gaspar Marín, le escribe en 1921, y le expresa taxativamente que: “…si los creadores de la revolución se propusieron hacer libre y feliz a su suelo, y esto solo se logra bajo un gobierno republicano y no por la variación de dinastías distintas, preciso es que huyamos de aquellos fríos calculadores que apetecen el monarquismo…”.
Por otro lado, el apego de O´Higgins a la ley, y a normas claramente establecidas en el marco constituyente, revela un elemento típicamente mesocrático, en tanto es a través de la normativa legal donde se consolida la idea de Nación. Es la idea de establecer elementos ordenadores que tengan un alcance común para todos.
Y un último aspecto del pensamiento o´higginiano tiene que ver con su visión librepensadora en el ámbito de la fe. Siendo un hombre con una idea de la divinidad, de la lectura de los documentos que son obra del puño del Libertador hay consecuencias que se pueden deducir sin ninguna dificultad. No hay un determinismo teológico en su planteamientos, y evidencia la mirada liberal de inicios del siglo XIX de modo determinante. En sus cartas, en aquellas que lo contienen, salvo el tradicional “Dios guarde a V.E.”, no hay ninguna consideración religiosa. La proclamación de la Independencia la hace a nombre “de los pueblos” y “en presencia del altísimo”. Nada que exceda la manifestación de una concepción recatada sobre la divinidad, de un hombre que no quiere establecer improntas categóricas. En la “Proclama a los Araucanos” de 1818, no hay referencia religiosa alguna. En su “Proclama a los Pueblos del Perú”, solo hace una alusión al “Dios de la Justicia”. Al momento de dimitir, sus expresiones carecen de cualquier alcance teológico.
Esto es importante de evidenciar, luego de muchos intentos teológicos y algunos historiográficos de crear una imagen religiosa de O´Higgins, lo que está muy lejos de su pretensión efectiva en el ámbito de la fe. Hay antecedentes sobre ello, con la controversia entre Barros Arana y Crecente Errázuriz, o la tendenciosa aspiración de Jaime Eyzaguirre, en su artículo del 20 de agosto de 1943, en “El Diario Ilustrado”, bajo el título “O´Higgins, prócer católico”. De hecho, el tergiversado “voto a la Virgen del Carmen”, que se le imputa a propósito de la “Consagración de la Virgen del Carmen como Patrona de las Armas de Chile”, de noviembre de 1819, ello no lo hace por decisión propia o como un acto de su origen, sino que lo hace reconociendo la decisión de “una junta de corporaciones, que ofreció construir un templo en honor de su patrona”, no dice, por ejemplo, “un templo en honor de nuestra patrona”.
A fin de profundizar en su visión religiosa, basta recorrer sus cartas, recogidas y publicadas por Ernesto de la Cruz , que dan cuenta del intercambio epistolar con diversos personajes de la lucha independentista (Mackenna, Terrada, San Martín, etc.), donde no se advierte ninguna aprehensión religiosa, como no sea las ocasionales apelaciones de un hombre que tiene una visión de Dios, pero que la reserva a su absoluta intimidad, como todos los hombres adscritos a la visión del iluminismo y “al siglo de la filosofía”, como acostumbraban señalar los masones de ese tiempo.
Barros Arana, al rendirle homenaje en la repatriación de sus restos, pone acento en su disposición librepensadora, cuando se pretendía proclamar que la naciente república estaba dispuesta a “vivir i morir libre, defendiendo la fe católica con la exclusión de otro culto”, lo que O´Higgins rebate esa protesta de fe en el texto, señalando: “me parece suprimible por cuanto no hai de ella una necesidad absoluta i que acaso pueda chocar algún día con nuestros principios de política”, concluyendo. “Yo a lo menos no descubro el motivo que nos obligue a protestar la defensa de la fe en la declaración de nuestra independencia”.

O´HIGGINS, FIGURA MESOCRÁTICA DE SU TIEMPO.

Por su condición intelectual, por su pensamiento político, por su propia historia personal hasta que llega a hacerse cargo de las tierras heredadas de su padre, por su voluntad emancipadora, por sus lazos con la esencia del pensamiento independentista americano, O´Higgins encarnará socialmente el espíritu de la clase media colonial.
No es su heredad la que marca su distingo social, sino el sentido de su acción política. No es su éxito de agricultor, en una hacienda que recibe en derecho y filiación, la que lo ubica en un estatus social determinado, sino su voluntad de cambiar el régimen colonial por un régimen republicano, con todas las especificidades que ello significaba.
Si bien en Europa el cambio del sistema feudal fue protagonizado por la burguesía, el casi nulo desarrollo de tipo industrioso de nuestro país, hizo que el movimiento de derrumbe de los basamentos del sistema absolutista fuera desarrollado por quienes estaban bajo la aristocracia terrateniente y sobre la condición servil del inquilinaje, la labranza y el artesanado pobre: la clase media colonial, formada por agricultores sin vinculación aristocrática, comerciantes, pequeños propietarios, sectores ilustrados, abogados, médicos, artesanos pre-industriales, funcionarios de la administración colonial, militares, parte del bajo clero, etc.
O´Higgins desarrolla su vinculación política con esos sectores sociales, y con ellos inicia sus actividades conspirativas, luego de radicarse en su hacienda de Las Canteras. En ese contexto, de acuerdo a las condiciones de su tiempo, el movimiento político independentista debe entenderse socialmente como un movimiento esencialmente mesocrático.
Asume una definición socialmente clara, al repulsar de la aristocracia y sus aspavientos de nobleza, cuestión que considera claramente expresiva del sistema de poder imperante que debe derrumbar. Su definición frente a las clases dominantes es bastante categórica. Eso se pone en clara evidencia en su carta a Juan Florencio Terrada, del 20 de enero de 1812, cuando expresa: “Detesto por naturaleza la aristocracia y la adorada igualdad es mi ídolo”. Un episodio más que relevante es cuando decreta la prohibición de los escudos e insignias de nobleza, en marzo de 1817, y afirma: “Si en toda sociedad debe el individuo distinguirse solamente por su virtud y su mérito, en la República el intolerable uso de aquellos jeroglíficos que anuncian la nobleza de los antepasados; nobleza muchas veces conferidas en retribución de servicios que abaten a la especie humana. El verdadero ciudadano, el patriota que se distinga en el cumplimiento de sus deberes, es el único que merece perpetuarse” .
Los testimonios sobre la sencillez, austeridad y ausencia de aspavientos del general, cuando está en el poder como Director Supremo, por parte de miradas imparciales son expresivas, entre las cuales está la testimonial definición de María Graham, en su diario de residencia en Chile, donde habla de un general “modesto, llamo, de modales sencillos, sin pretensiones de ninguna clase”.
No cabe duda que el sentimiento de las familias tradicionales y terratenientes de la Colonia, que fueron las mismas de la primera parte del Chile independiente, en la valoración social de O´Higgins propendía al desprecio o a la minusvaloración. No le eran proclives, no le expresaban afinidad, ni le tenían simpatía alguna. En una primera etapa, lo desdeñaron por su origen. Ambrosio, su padre, no fue precisamente bien considerado por la aristocracia criolla y española, toda vez que su mérito solo le era reconocido en su condición militar y en los poderes del virreinato del Perú para que ejerciera la Capitanía General. También estaba el soberbio desprecio contra el General por su filiación ilegítima. Luego, O´Higgins no tenía ningún vínculo social patricio. Era absolutamente exógeno a todas las actividades en que se expresa la actividad de la terratenencia aristocrática y sus espacios de convencionalidad e inter-relación habituales.
En una segunda etapa, cuando aquel consolida su liderazgo político y militar, especialmente después de la victoria de Maipú, emergerán las diferencias entre dos miradas diametralmente opuestas sobre lo que había que hacer con el país independiente. Esto se verá reflejado en su distanciamiento con el Congreso Conservador o Consultor, donde se harán fuertes las familias dominantes, hasta el punto de producir su abdicación y destierro.

LA INTERPRETACIÓN HISTORIOGRÁFICA DE O´HIGGINS.

La interpretación historiográfica de la figura de O´Higgins ha pasado por circunstancias azarosas y tendenciosas, que han buscado escamotear su rol, cuando no distorsionar su esencial trascendencia y legado. Por cierto, su distancia respecto de las clases dominantes, la ausencia de amigos poderosos, o la carencia de parientes relevantes que defendieran su legado, al decir de Heise y Feliú , contribuyeron a que la presencia histórica del Libertador no tuviera el reconocimiento inmediato de sus compatriotas y debiera permanecer condenado al ostracismo.
Patente fue bajo el régimen pelucón, nada más referencial de las ideas contracíclicas que caracterizaron los autoritarios gobiernos de ese periodo, que abjuró contra todo lo que representó la esencia del legado o´higginiano.
Por lo demás, como afirman los historiadores Heise y Feliú, quienes inician la historiografía nacional republicana no fueron adictos a la figura de O´Higgins, y quienes inician el análisis histórico de su obra fueron próximos a Carrera: Manuel José Gandarillas y Diego José Benavente. Ambos carreristas a ultranza y, el último de ellos, estrechamente vinculado al régimen de Portales.
Sin embargo, cuando se suponía que las ideas liberales pudieran haber impuesto la validación de la figura de O´Higgins, en la lucha contra el peluconismo y lo que ello significaba espiritual y políticamente, un elemento sería determinante en la postergación de esa continuidad histórica entre la inspiración de la independencia y la lucha contra los conservadores, y fue que uno de los protagonistas en esa generación fue José Miguel Carrera y Fontecilla, hijo del general homónimo que terminó confrontado a muerte con O´Higgins, luego del desastre de Rancagua.
Ello postergó por varios años el reconocimiento de la figura del Libertador en el ámbito de la conciencia histórica nacional. Pero, no podrían pasar muchos años. Poco a poco, el reconocimiento al autor de nuestra independencia y fundador de la nacionalidad comenzó a emerger a través de pequeños episodios, que fueron sumándose uno a uno. Y quienes comienzan a manifestarlo serán las expresiones más vitales de la clase media chilena, en el campo de la intelectualidad liberal decimonónica.
Efectivamente, quienes desarrollan el relato o´higginista en Chile, después de la desaparición de quienes fueron sus partidarios, son los intelectuales de la clase media. Es la emergente clase ilustrada, cuando ya ha transcurrido una buena parte del siglo XIX. Es la pequeña burguesía que comparte el drama de cuna de la historia o´higginiana, es decir, no provenir de la aristocracia o de la clase poseedora de raigambre colonial, muchas veces compartiendo la concepción ilegítima o la patriación improvisada.
Es la clase ilustrada que, aún en aquellos que tienen un origen aristocrático, establece una valoración distinta sobre la vinculación social. No nos olvidemos que el paradigma de ese pensamiento se produce en la novela “Martín Rivas” de Blest Gana, literariamente la expresión más notable del pensamiento liberal que fundará el gran relato mesocrático: no importa el origen de cuna, lo relevante es la capacidad del hombre de elevarse por sobre sus limitaciones sociales.
Así, todo el esfuerzo del relato de O´Higgins en nuestra historia nacional, ha descansado en los intelectuales de la clase media ilustrada, de ideas valóricamente liberales, laicistas y que presentan una controversial disposición contra los sectores conservadores y el patriciado nacional. Sus nombres son claramente identificables en el ejercicio de sus actividades de vida o profesionales, en su dedicación laboral: funcionarios del Estado, educadores, historiadores, ejercientes de profesiones liberales, etc.
Cuando las clases medias han tenido un retroceso en su influencia política, ello ha significado que la figura del Libertador comienza a diluirse en su protagonismo central en nuestro panteón republicano.
En ese contexto, hay autores como José Zamudio y Alejandro Witker, que han realizado un prolijo seguimiento de la bibliografía o´higginiana, y que nos permiten comprobar que el esfuerzo por poner a O´Higgins en el podio que la historia conservadora le había escamoteado, empieza a dimensionarse solo con el término del régimen pelucón, y que, después de la guerra civil de 1981, se retoma solo hacia los años 1930, correspondiendo esto último, en gran medida, a autores e intelectuales vinculados al movimiento mesocrático que se incuba con fuerza a partir de la década anterior.

EL PRIMER HITO DEL RELATO MESOCRÁTICO DE O´HIGGINS.

Sin embargo, ese esfuerzo tendrá – como siempre ocurre – un primer hito, anterior al propio proceso a que hacemos mención, y que pone la piedra angular de todo relato histórico y de toda interpretación historiográfica.
En 1819, en Londres, se publicaba un documento impreso por iniciativa del representante del gobierno chileno en esa capital, Antonio José de Irisarri, bajo el título de “Carta al Observador en Londres o Impugnación a las falsedades que se divulgan contra América” . El libro era una respuesta contra la campaña desatada en Inglaterra por la embajada de España, que publicó un periódico con el nombre de El Observador, para contrarrestar la influencia de los americanos y sus simpatizantes ingleses.
La impugnación fue firmada por el guatemalteco Irrisarri, fue elaborada por este mismo con la colaboración del argentino Francisco Rivas y el venezolano Andrés Bello. Sus argumentos y su identificación estaban claramente en la calificación de “americanos”. Uno de sus elementos característicos, es que sus autores están relacionados directamente con la Logia “Caballeros Racionales” N° 7 y con la Logia “Lautaro”, la primera que funcionara en Londres, y la segunda que funcionó en Argentina y Chile. Bello con la primera e Irisarri con la segunda. El guatemalteco incluso colaboró activamente con Camilo Henríquez en la redacción y publicación de “La Aurora de Chile”.
La Logia “Caballeros Racionales” N° 7 había sido fundada durante el paso de Alvear y San Martín, por Londres, en 1811, y había nacido de la “Caballeros Racionales” N° 3. En la N° 7 también había participado Francisco Antonio Pinto, quien tendría luego un lugar destacado como líder pipiolo o liberal en Chile.
La particularidad de este libro de refutación a la campaña anti-americanista de la legación española, que contenía diversos capítulos donde se respondían las afirmaciones sostenidas por El Observador, es que contenía la primera biografía conocida del O´Higgins. El libro contiene dos “Noticias biográficas”, en el mismo orden: la de Bolívar y la de nuestro Padre de la Patria. La segunda abarcaba desde la página 162 a la 189, y tenía por título: “Noticias biográficas del general Don Bernardo O´Higgins”.
Su texto completo está publicado en el libro “Andrés Bello y la primera biografía de O´Higgins”, de Alamiro de Ávila Martel, publicado por la Universidad de Chile, en el bicentenario del natalicio del Libertador. Ese investigador sostiene la tesis de que esta biografía fue obra de Andrés Bello, así como la correspondiente a Bolívar.
El relato biográfico mencionado parte desde su nacimiento y culmina con la promulgación de la Constitución de 1818. Abarca de manera suscita todos los eventos significativos del gobernante chileno, y destaca sus virtudes de líder y patriota ejemplar.
En su lectura hay componentes claramente fundantes del pensamiento mesocrático chileno, que, a su vez, van a ser con el tiempo personificados en O´Higgins de manera determinante. En primer lugar, la obra biográfica tiene un impecable y significativo perfil laico. En segundo lugar, la figura de O´Higgins es resaltada por sus propios méritos y no por su filiación o descendencia. No hay exaltación alguna a su condición social. En otro ámbito de consideraciones, quienes actúan en la elaboración de la biografía, no devienen de una raigambre aristocrática, sino que esencialmente corresponden a la clase media emergente: personas que por sus capacidades intelectuales, por su ilustración, adquieren un rol ascendente en las tareas del emergente Estado chileno.
De tal modo que, este primer hito biográfico del cual se tiene testimonio, puede considerarse no solo el primer abordaje biográfico, sino también el primer antecedente de la construcción del relato mesocrático sobre O´Higgins. Podría competirle probablemente el “Elogio a O´Higgins” del joven patriota José Miguel de la Barra, contemporáneo al trabajo publicado en Londres, sin embargo, como sostiene Alamiro de Ávila, este documento se encuentra extraviado, y no ha sido posible encontrar su texto.

LA REIVINDICACIÓN MESOCRÁTICA DE O´HIGGINS EN EL SIGLO XIX.

La reivindicación de la figura de O´Higgins, comienza con el esfuerzo por su repatriación, a través de representantes mesocráticos de la clase política del siglo XIX.
Así, uno de los primeros datos a destacar, es el protagonizado por Luis F. Puelma , miembro de una de las familias de profundas convicciones liberales del siglo XIX, que, al producirse la repatriación de los restos del exiliado general, publica una reseña histórica y política que afronta el desafío biográfico, manteniendo las características típicas del fundante relato mesocrático, donde se advierte la clara connotación laica y la nota emancipatoria social, puesta en evidencia por aquel que se eleva desde sus carencias hacia una condición superior por medio del esfuerzo y el trabajo.
Así, la reseña de Puelma, no duda en destacar el esforzado origen de Ambrosio O´Higgins, quien – expresa el autor -, “debía su alta posición únicamente a su talento i a los favores de la fortuna”, y más adelante agrega, refiriéndose a la gestión gubernamental realizada por este, y poniendo en evidencia su crítica hacia la aristocracia criolla: -“los enemigos de su padre no perdonaban a este su elevación”, agregando que el nivel de odiosidad en contra de Don Ambrosio era tal que incluso lo habían encausado ante la Inquisición. Ese rencor “de las principales familias de Santiago”, lo heredará su hijo.
Las consideraciones respecto a su gestión en el gobierno, que Puelma hace sin escatimo de admiración, se ponen en evidencia cuando analiza los eventos después del triunfo de Chacabuco: “La conducta del Director Supremo en estos momentos que se organizaba un nuevo gobierno, es digna de todo elogio. Se rodeó de hombres hábiles i patriotas decididos por la causa de la Independencia (…) O´Higgins supo portarse como era de desear en esta ocasión. Inspirado además por su Logia Lautarina, acabó de afianzar su poder, i en consecuencia se determinó a concluir con los últimos restos del poder español que se había ido a refugiar al sur de la República, bajo las órdenes de Ordoñez”
El retrato del prócer que Puelma nos pinta, está claramente en la misma modalidad que se plantea en la obra de Londres, donde hay una valoración al esfuerzo, a su ubicación social alejada de las rotundas fastuosidades y la gazmoñería de la aristocracia y las grandes familias, a la carencia de reivindicaciones tradicionales de familia, y una definitiva ausencia de un discurso de alcances religiosos que le dieran un sesgo particular en el ámbito de las creencias de su tiempo.
La publicación del libro, es el preámbulo del esfuerzo que la ya consolidada clase media chilena de la segunda mitad del siglo XIX, hace por reconocer la figura y el legado de O´Higgins. Ello implicaba hacer una afirmación histórica que se le había negado al General por ya tres generaciones: sus contemporáneos, los que nacieron tras su exilio, y los que nacieron tras su muerte.
Quienes reciben los despojos del Libertador en honrosas reivindicaciones oratorias, son expresiones de lo más significativo de la mesocracia que ya juega un rol significativo en la estructuración social y el desarrollo de la economía, la política y la sociedad nacional, a saber: Andrés Rojas, procurador de Valparaíso; Mariano Egaña, profesor de liceo; Adolfo Ibañez, juez letrado en lo civil; Jacinto Chacón, licenciado en leyes. Quienes podrían aparecer como figuras mas relevantes, no dejan de pertenecer tampoco a la condición mesosocial en razón a su rol: Juan Williams Rebolledo, comandante de la Escuadra, agnóstico, ligado estrechamente a los sectores liberales, y el vicario foráneo Mariano Casanova, el cura que siendo estudiante fue becado en el Instituto Nacional, desde donde comenzó a vincularse con los liberales librepensadores.
En tanto, quienes asumen la laudatoria reivindicación en Santiago, cuando los restos son depositados en el mausoleo donado por su hijo Demetrio, son también exponentes de esa misma raigambre social: Francisco Echaurren, político liberal y Ministro de Guerra; Álvaro Covarrubias, abogado y político liberal, Presidente del Senado; Francisco Vargas Fontecilla, abogado y político liberal, Presidente de la Cámara de Diputados; Manuel Blanco Encalada, senador y retirado vicealmirante de la Armada; el coronel Víctor Borgoño, liberal; y el decano de la facultad de Humanidades de la Universidad de Chile, Diego Barros Arana.
El discurso de Barros Arana es recogido por Echaurren, posteriormente, y es una pieza que recoge todos los elementos del acervo liberal, laicista y mesocrático, que se incubará por más de un siglo en la sociedad chilena.
En 1872, se produce uno de los homenajes laudatorios a la figura de O´Higgins, que estaban más allá de la particularidad del retorno de sus restos, y lo realizó Francisco Echaurren, figura laicista de Valparaíso y un típico exponente de las clases medias, quien realizó una recopilación de documentos y antecedentes relativos al Padre de la Patria, en una publicación que se titularía “La corona del héroe” , preámbulo de lo que serán las celebraciones del centenario del natalicio o´higginiano.
El relato de Echaurren, ex Ministro liberal, da cuenta de las discusiones parlamentarias que entraban la posibilidad de repatriación de los restos del Libertador, en 1844 y 1864, como se establece el debate en 1868, y describe con detalles el proceso de traslado de sus restos a Chile. Al producirse el centenario del Natalicio, en 1876, Echaurren hará de Valparaíso uno de los lugares en que se exaltará la figura del Libertador como nunca se había hecho anteriormente.
Sin embargo, en ningún lugar del país, aquel centenario tuvo tanta envergadura como en Copiapó.
De alguna manera, quien desencadena el proceso laudatorio es Diego Barros Arana, quien, en el mes de abril de 1876, propone en “La Revista Chilena” que sea celebrado el centenario, tan solo a cuatro meses del 20 de agosto, en que se cumpliría esa conmemoración. En distintos lugares del país la propuesta fue acogida por personeros del mundo laicista y liberal, pero en ninguna parte como en la entonces capital minera de Chile.
Los preparativos y realización de las celebraciones están recogidas en una publicación llamada precisamente “El Centenario de O´Higgins”, cuyo autor es Valentín Letelier, editado por la Imprenta de Atacama, en Copiapó, en 1876.
Letelier cuenta que el Intendente de la provincia, el destacado y prestigiado masón Guillermo Matta, se puso entusiastamente a la cabeza de las actividades conmemorativas, a través de una comisión municipal, creada para el efecto.
Esta comisión generó las siguientes subcomisiones: de arbitrios, música y canto, arreglo y ornamentación, y oradores. Esta última quedó preliminarmente formada por José M. Grove, Enrique Salazar, Manuel A. Romo, Valentín Letelier y otros que se agregaron posteriormente. Letelier cuenta que, a partir de ese momento, “desde ese día, una gran parte de la juventud copiapina, esto es, aquella que componía las subcomisiones, se consagró si no del todo, a lo menos preferentemente, a dar el mayor esplendor a las fiestas del Natalicio”.
Las actividades comenzaron el 17 de agosto de 1876, con una conferencia sobre el Padre de la Patria, en que intervienen distinguidos exponentes de la intelectualidad de la provincia. Estas culminan el 20 de agosto con una gran celebración presidida por el Intendente Matta, y con la presencia del gobernador de Caldera y las autoridades municipales de Copiapó. Entre los más activos protagonistas se mencionan a la Sociedad de Artesanos, el Club de Obreros, el gremio de comerciantes, las Compañías de Bomberos, los profesores del Liceo, los estudiantes, el Club Atacama (sede masónica) y las logias masónicas.
Se sucedieron una larga lista de oradores, entre los cuales, está la intervención del Intendente Guillermo Matta, quien expresaría que “habían acudido a aquel sitio todos los hombres de progreso, a fin de levantar solemnemente el templo de las ciencias que redime (…) y que aquel edificio (…) quedaría bajo la advocación del Padre de la Patria, don Bernardo O´Higgins, y bajo el patrocinio de todos los hombres de libertad”. No puede obviarse el hecho que sus alcances tienen claramente el tinte del contenido masónico, laicista y liberal característicos del siglo XIX, y del estado espiritual de la mesocracia y el republicanismo.
Ese día se puso la primera piedra de la escuela Bernardo O´Higgins y se inauguró el busto en bronce, segundo monumento recordatorio del país, en el paseo Juan Godoy de la ciudad. El busto provocaría más de algún escozor en sectores conservadores y clericales. Frente a ello, Letelier hace un alcance que no puede dejar de ser relevante desde el punto de vista de la tradición masónica chilena: “Es de notar que durante estas fiestas, la reducidísima fracción clerical ha hecho el papel de espectadora, y en una ocasión en que uno de sus miembros, el presbítero Don Juan G. Carter levantó su voz en el (periódico) Amigo del Pueblo, fue para asegurar que el busto a que se hace referencia (el inaugurado) no pasaba de ser una olla con charreteras encontrada en un gallinero”
Los actos terminaron con varios banquetes organizados por el Batallón Cívico, los bomberos y los comerciantes de la ciudad, luego de haber movilizado a la gran mayoría de la ciudad en torno a los eventos realizados.

LA MASONERIA Y LA MESOCRACIA. UNA CONVERGENCIA ESPIRITUAL.

Históricamente, la Masonería, desde su expresión andersoniana, ha sido predominantemente expresiva de los sectores medios de la sociedad en que se ha desarrollado. Si consideramos quienes dan vida y forma a la Gran Logia de Londres, que parte en 1717, ellos son expresiones de las clases medias inglesas. Basta tener a la vista el Libro del Aprendiz de Oswald Wirth para tener una primera referencia sobre la extracción social de algunos de los fundadores de la Gran Logia de Londres: “El primer Gran Maestro fue Antonio Sayer, hombre obscuro, de condición muy modesta”. Luego agrega: “Se apresuraron en 1718 a darle como sucesor a Jorge Payne, burgués acomodado”, y más adelante “El próximo elegido fue Juan Téofilo Desagulliers (…) doctor en Filosofía y en Derecho”. No está demás considerar que James Anderson era pastor. Cuando se trata de ver el desarrollo primero de la Masonería en Francia, luego de 1717, Wirth menciona a oficiales de regimientos irlandeses, caballeros, cadetes de regimientos y comerciantes.
Si pensamos, entonces, en los actores que intervienen en la gestación de la Masonería Moderna, en sus principales exponentes, son hombres de las clases intermedias, que desempeñan diversos oficios propios de los estratos emergentes de las ciudades y burgos, que no poseen más que su tenacidad, su genio y su decisión de emanciparse de la dependencia de las clases poseedoras, y distanciarse del bajo pueblo, a través de su trabajo y del ejercicio de sus libertades individuales. Así, podemos constatar que son hombres de oficios artesanales, comerciantes, pastores protestantes, músicos, anticuarios y libreros, educadores, militares, policías, médicos, científicos, abogados, etc. Ello viene a ser la característica común de una masonería que se va expandiendo por Europa y por el Nuevo Mundo, a medida que pasa el siglo XVIII, lo que se hace más evidente en el siglo XIX.
Si miembros de la nobleza fueron llamados a adquirir un rol en las instancias representacionales de la Masonería, ello fue siguiendo las antiguas tradiciones inglesas gremiales, fundadas en la necesidad de un patrocinio cerca de las esferas del poder del Estado para protegerse institucionalmente, en un tiempo en que toda organización no patrocinada estaba sujeta a la sospecha y a la represión del poder.
Sin embargo, como toda gran idea fuerza, pronto la nobleza más progresista también adhirió al ideal masónico, pero ello, como toda moda, con los años fue decreciendo hasta el punto que hoy, salvo en Inglaterra, los nobles y los representantes de las clases más adineradas, solo se presentan en logia para asumir labores representacionales o a condición de patronos, siguiendo las antiguas costumbres medioevales.
En América, carente de esas obligaciones de tener algunos nobles para garantizar el funcionamiento masónico, frente a las sospechas del poder, las logias y Grandes Logias se han caracterizado por ser eminentemente mesocráticas. Es fácil seguir los procesos de desarrollo masónico en los distintos países, que dan cuenta de una indudable presencia de los sectores sociales emergentes, ligados al trabajo y a las instancias socialmente intermediadoras del desarrollo de los procesos sociales, económicos y políticos de las naciones.
Y a pesar que muchos masones han sido hombres de gran poder económico, el elemento característico de la predominancia social ha sido, de acuerdo a su rol en las estructuras nacionales, de tipo esencialmente mesocrático: propietarios de la tierra de la tierra o de la industria, vinculados a quienes ejercen profesiones liberales, pequeños y medianos propietarios, comerciantes, miembros de la policía o de las fuerzas armadas, intelectuales, funcionarios públicos, etc.
Ello ha significado que, entre las clases medias y la Masonería, por procesos históricos que las condicionan, y por la naturaleza de sus propuestas e ideas fuerzas, han creado una convergencia espiritual particular, sobre la base de que, de manera significativa, ambas han debido fundar su accionar y su discurso en la igualdad social, en la pavimentación de condiciones de convergencia social, hacia una práctica donde las diferencias sociales deben superarse para construir un integridad moral, espiritual y una práctica de convivencia entre individuos diversos.

LO MASÓNICO EN O´HIGGINS.

Uno de los profundos errores historiográficos de determinados e influyentes historiadores o estudiosos de la historia masónica, ha sido el desconocimiento de la condición masónica de las Logias “Lautaro” y, por lo tanto, de que quienes la integraron. En algunos casos se ha dado sobre referencias extra-murales, de historiadores que tendenciosamente han buscado menguar el rol histórico de la masonería en la emancipación del hombre contemporáneo, y en otros casos se ha debido a la precipitada opinión de autores masónicos sin muchos antecedentes y sin mucha profundidad en la investigación historiográfica.
El tema lo traté hace tres años, en una Plancha presentada ante la entonces Logia en Instancias “Camilo Henriquez”, que estaba radicada en esa época en el valle de Lo Barnechea. En ella hice el planteamiento de que el mayor error está en considerar los elementos actuales que determinan la regularidad y el reconocimiento de las Grandes Logias, y, por ende, de las logias de cada obediencia. De la misma forma, manifesté que los errores de apreciación que han tenido eruditos como nuestro Benjamín Oviedo, se deben al desconocimiento de antecedentes y fuentes, que bajo la labor dedicada de la historiografía actual han ido apareciendo y relacionando fuentes, que no se tenían hace treinta o cincuenta y más años.
Sin embargo, lo masónico está definitivamente presente en todo lo relativo a O´Higgins, por diversas vías de aproximación a su pensamiento y acciones. Hay una coincidencia demasiado evidente entre cómo piensa y como actúa, y demasiadas referencias que saltan a la vista en la lectura de su epistolario. Hay expresiones en sus escritos, que dan una clara señal de coincidencia espiritual con quienes representarán la expresión más abierta de masonería en las décadas de la emancipación espiritual europea de fines del siglo XXIII y de la emancipación política de América.
Repasando las cartas del Libertador, se hace presente la Logia “Lautaro”, con todas las referencias masónicas que son del caso evidenciar en las formas y estilos de inicios del siglo XIX: trabajaban en logia, trabajaban a cubierto, los unía un puro sentimiento de fraternidad, estaban sometidos a un código de honor, usaban formas de identificación y reconocimiento y formas abreviación.
Lo único que pone en tela de juicio su condición masónica es el vapuleable antecedente de la regularidad. Sin embargo, si aplicáramos los parámetros actuales de reconocimiento de regularidad, tendríamos que dejar sin reconocimiento masónico a gran parte de la Masonería en el mundo de inicios del siglo XIX. El aplicar el criterio de regularidad de la Gran Logia Unida de Inglaterra como condición de reconocimiento, donde no hay una historia precisamente transparente sobre el tema de la regularidad, como resultado de la contradicción entre Antiguos y Modernos, que sirva como elemento conductor de la filiación regular de las logias en el mundo, presenta demasiadas aristas que no es el caso analizar en este trabajo.
Pero, con las dificultades de la reconstrucción histórica, que surge de los pocos antecedentes existentes, podemos advertir con claridad las prácticas masónicas en la Logia “Lautaro”. Más allá del testimonio del documento que aparece en el cuaderno de O´Higgins que se ha interpretado como el “Reglamento de la logia lautarina”, por muchos, aunque bien pudo haber sido una propuesta de reglamento o un esbozo, lo que realmente manifiesta la condición masónica de aquella logia, es lo que se advierte a través de las cartas a San Martín.
En ese contexto, la abreviación ::: es una manifestación con la cual cierra sus cartas y cuando se refiere a los miembros de la logia. Es obvio que no corresponde a nuestra actualmente reconocida abreviación de los tres puntos en triángulo, pero, antes que esta se universalizara en el siglo XIX, los masones usaban el doble triángulo :::, así como el cuadrado y el rectángulo como formas de abreviación. La expresión ::: también podía entenderse como una forma de expresar el rectángulo.
Repasando el epistolario, encontramos las siguientes referencias en cartas a San Martín desde Concepción: “Nuestra eterna amistad y fraternidad nos da campo para que tratemos nuestros asuntos confidencialmente como más nos convenga y a nuestra justa causa”, para luego terminar indicando: “Expresiones a los ::: y adiós”, y en la posdata agrega: “Acompaño a Ud. lo acordado por los ::: acerca de la Legión al Mérito de Chile” (19/05/1817). “Al amigo Quintana mil expresiones, lo mismo a :::” (31/08/1817). Cinco días después, termina otra carta con los reiterados saludos a: “Quintana, Peña y amigos :::”. La carta del 04/07/1817 termina con una diferencia: “Mil cosas a los amigos :”, es decir ocupa solo dos puntos de abreviación. Luego, en las cartas siguientes (agosto, septiembre y diciembre de 1817) se reitera la abreviación del doble triángulo o rectángulo de 6 puntos. Lo mismo ocurre en las de 1818, donde recurre a esa abreviación al enviar saludos fraternos a los Hermanos de la Logia en Santiago. La de octubre de 1818, termina con la frase: “Dentro de tres días vuelvo a Santiago, donde espera un breve abrazarlo su amigo eterno y :::”.
Las cartas de 1919, concluyen con la expresión “su amigo f.” como costumbre. Esta expresión se repite e 1821. La del 04/08/1821 expresa finalmente: “Constancia, amigo, y firmeza en los trabajos, y mandar a su invariable f.” En tanto, en carta a Tomás Godoy Cruz la termina con “amigo verdadero f.” (28/09/1821) y a Beacheff: “Su invariable ff”.
Respecto al uso de la letra “f” hay dos formas de entenderla: una como derivado de “fraternidad” o bien derivado de “filosofía”, expresión que tiene alta importancia para los miembros de las logias independentistas, que gustaban calificarse como “filósofos”. Invito a hacer un seguimiento de las logias independentistas realizado por Carlos Wise en los simposios de la Respetable Logia de Investigación “Pentalpha”, para completar una visión al respecto.
Pero, es cuando hay conflictos fraternales, cuando se produce la mayor evidencia de uso de prácticas masónicas. Esto se advierte en carta a San Martín, del 03 de abril de 1819, que empieza con la fórmula “U.F. y V.”, y que da cuenta de el sargento mayor don Manuel Borgoño fue escuchado en sus descargos ante la logia “habiéndose oído en 0-0 al sargento mayor…”. Es decir, ante una situación que afecta la relación fraternal, el Hermano era acusado y se oían sus descargos en la logia, la que resolvía en conjunto. Esta es una práctica que aún se mantiene en algunas logias en el mundo, que no tienen la práctica de contar con un tribunal de honor como se usa actualmente en Chile.
Uno de estos conflictos los provoca Manuel Blanco Encalada, cuando abandona el bloqueo del Callao, y que O´Higgins pone en conocimiento de San Martín, y le expresa “Esos males que nuestro h:: Blanco nos está ocasionando…”(03/06/1819). Recordemos que Blanco, posteriormente, protagonizará por lo menos un par de episodios masónicos de mucha importancia: el primero, la fundación de la logia “Filantropía Chilena”, y el segundo la paz firmada con el masón Santa Cruz, en Paucaparta.
Este episodio, sin duda, es suficientemente significativo para demostrar el carácter masónico de la logia “Lautaro”, puesto que hay un reconocimiento de la condición de fraternal de Blanco, de parte de O´Higgins, quien luego fundará, a su vez, una logia masónica con todos los elementos necesarios para reconocer ampliamente los usos y costumbres masónicas que nos son reconocibles, porque hemos encontrado el testimonio irrefutable de su existencia: el acta de fundación o carta constitutiva de la “Filantropía Chilena”. Tal vez, quienes reivindicamos el carácter masónico de las logias “Lautaro”, hasta ahora nos falta un documento similar que sea la prueba final y definitiva para los escépticos. Pero, a mi juicio Blanco Encalada es el hilo conductor que establece la filiación masónica común entre la Logia “Lautaro”, la logia “Filantropía Masónica” y la relación con el Mariscal Santa Cruz, como la ha señalado el historiador Carlos Wise.
Queda la discusión respecto si fueron o no regulares. En lo personal, he sostenido que la regularidad es un antecedente demasiado difuso e impracticable a inicios de los 1800, y que recién empieza a clarificarse en 1813, con la unificación entre Antiguos y Modernos, y que se requirió de gran parte de ese siglo para llegar a asentarse firmemente en las prácticas masónicas.

HITOS DE LA REIVINDICACION HISTÓRICA DE O´HIGGINS.
UNA OBRA MESOCRÁTICA Y MASÓNICA.

A pocos años de su muerte, comienza la reivindicación histórica de O´Higgins, bajo el acento de tres vertientes que son recurrentes en el tiempo: la del pensamiento liberal, la mesocrática y la masónica. Ambas, en momentos convergen, y en otras circunstancias se expresan de manera individual.
Como expresión de la reivindicación mesocrática, será el intendente Rafael Sotomayor Baeza, que murió siendo Ministro de Guerra en Campaña, durante la Guerra del Pacífico, un típico exponente de la mesocracia decimonónica, quien pondrá el nombre de O´Higgins a la primera calle en Chile, algo que ahora resulta absolutamente recurrente en todas las ciudades y poblados del país. En efecto, siendo Intendente de Concepción, periodo que ejerce entre 1853 y 1859, pone el nombre del Padre de la Patria a una de las calles de esa ciudad, cuya denominación se mantiene hasta hoy.
La reivindicación que une la acción mesocrática y masónica, parte con el rol de quien fuera uno de sus Hermanos, con el cual tuvo una relación no poco conflictuada: Manuel Blanco Encalada. Cuando se constituye la comisión para establecer un monumento del Libertador y Padre de la Patria, en 1869, el año de la repatriación de sus restos, quien la preside es Blanco y actúa como secretario es el también masón Guillermo Matta. Tres años después esta obra sería entregada a la ciudad de Santiago. Recordemos que este reconocimiento llega después que los monumentos al general Ramón Freire (1856), al general José de San Martín (1863), al mercader Diego Portales (1863), y al general José Miguel Carrera (1864).
Durante la repatriación de sus restos, son recibidos en Valparaíso, donde uno de los discursos es realizado por el masón Jacinto Chacón. En Santiago, Blanco Encalada cerrará los episodios de desencuentros con su Hermano, y su voz se alzará para rendirle el último tributo. Pero, de todas las intervenciones, sin duda, será la de uno de los intelectuales más brillantes del siglo XIX, la que establecerá el carácter de la figura de O´Higgins en el ámbito de los debates de su tiempo, y sus consecuencias en las décadas siguientes, transformándose en una pieza oratoria memorable, que se ubica históricamente en el centro del relato mesocrático: fue el discurso de Diego Barros Arana.
En 1876, se inaugura el busto del Libertador en Copiapó, por obra de los representantes de la clase media, que hemos mencionado anteriormente. En 1888, el gobierno liberal de Balmaceda, inaugura el monumento a O´Higgins en Chillán.
En el gobierno de Arturo Alessandri Palma, donde confluyen las grandes tendencias mesocráticas y populares que se enfrentan a la oligarquía tradicional, se pone el nombre de Avenida Bernardo O´Higgins a la tradicional Alameda de las Delicias.
A partir de los años 1930 se inicia una reivindicación de la figura de O´Higgins, a través de distintas disciplinas: la literatura, el teatro y la plástica, además de la historia. Los autores corresponden esencialmente a intelectuales que pertenecen a las clases medias.
En 1941, Pedro Aguirre Cerda, promulga la ley 7.035, sobre la base de un proyecto del diputado Gustavo Vargas Molinares , que dispuso la construcción de un Santuario de la Patria, un lugar donde se guardarían los restos del prócer. El proyecto no pudo ser implementado por otras prioridades nacionales, y sería retomado por el gobierno de Salvador Allende.
En el ciclo de los gobiernos mesocráticos, encabezados por el Partido Radical, se emitirá el primer sello postal con la esfinge del Libertador, en 1943. Diez años después se funda el Instituto O´Higginiano, que ha sido históricamente una expresión asociativa esencialmente mesocrática en su composición.
En 1944 se inician los trabajos de la Respetable Logia “Bernardo O´Higgins” en el valle de Ñuñoa, que actualmente promueve los encuentros de Logias con igual denominación en América.
A inicios de los años 1970, bajo el gobierno de Salvador Allende se retoma la idea de construir un Santuario de la Patria, para los restos del Libertador. Los componentes mesocráticos de ese gobierno, buscan expresar a través de su figura, los sentimientos nacionales que son representados por las políticas de gobierno en torno a las ideas de independencia económica y de nacionalización de los recursos naturales. En ese contexto, se opta por cambiar el nombre al tradicional Parque Cousiño de Santiago, por el de Parque O´Higgins con el cual se le conoce hoy.
Las circunstancias políticas del gobierno de Allende impidieron continuar adelante con la idea del gran panteón para el Padre de la Patria, lo cual será retomado bajo la dictadura del general Pinochet, haciéndolo realidad.

UNA TRANSITORIA CONCLUSIÓN.

Nuestro país celebra el Bicentenario, y las grandes figuras de la historia cobran significación en el sentido de su trascendencia. En virtud de ello, la figura del Padre de la Patria, ha sido revista desde distintas perspectivas, a través de miradas que muchas veces burlan o distorsionan su esencia. Sectores interesados han buscado darle a su pensamiento, desde hace tiempo, una mirada absolutamente distante a lo que está presente en sus escritos.
El contra-o´higginismo aparece como moda de cierto pensamiento ligado a aquellos que históricamente han tratado de distorsionar su legado y su rol histórico. Su relación con la Logia “Lautaro” ha sido llevada incluso al nivel de la caricatura. Cierto progresismo sostenido en el fetiche ideológico, luego de la manipulación de la figura de O´Higgins durante la dictadura del general Pinochet, por lo demás absolutamente incongruente con la simultánea reivindicación portaliana, han llevado a construir una imagen del Padre de la Patria en el relato colectivo que constituye un éxito para quienes han tratado siempre de denostar su memoria.
Mi contribución con esta mirada al O´Higgins verdadero, apunta a reponer su legado y su contribución histórica, - libre de las condescendencias que imponen las lecturas uniformadoras, o de los resabios del pasado expresados en estructuras que terminan siempre levantándose contra el avance del progreso- , cuando se requiere hacer un recuento sobre lo somos, hemos sido y seremos como comunidad nacional.



Bibliografía.

De Ávila Martel, Alamiro “Andrés Bello y la primera biografía de O´Higgins”.. U.de Chile, 1978.

De la Cruz, Ernesto “Epistolario de Don Bernardo O´Higgins”. Editorial América. Madrid, 1920.

Barros Arana, Diego. “Historia general de Chile”. Edit. Universitaria. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2004.

Echaurren, Francisco.“La Corona del Héroe. Recopilación de Datos i Documentos para perpetuar la memoria del General Bernardo O´Higgins”. Mandada a publicar por el ex Ministro de Guerra don Francisco Echaurren. Imprenta Nacional, Chile, 1872.

Eyzaguirre, Jaime “O'Higgins”. Edit. Zig-Zag, 1977
Feliú Cruz, Guillermo. “El pensamiento político de O´Higgins”. Imprenta Universitaria. Chile, 1954.

Heise, Julio. “O´Higgins. Forjador de la tradición democrática” Julio Heise G. Imprenta Talleres R.Neupert. Santiago, Chile, 1975

Ibañez Vergara, Jorge. “O´Higgins, el Libertador”. Instituto O´Higginiano de Chile. 2001.

Letelier, Valentin y otros. “El Centenario de O´Higgins”. Imprenta de Atacama, 1876.

Puelma, Luis F.. “Don Bernardo O´Higgins. Reseña histórico política en la traslación del Perú a Chile de los restos del Ilustre General” Imprenta Chilena. Santiago, Chile, 1869.

Roldán, Alcibíades. “Los desacuerdos entre O´Higgins y el Senado Conservador”. Imprenta Cervantes, 1892.

Sánchez, Luis Alberto. “O´Higgins pintado por si mismo”. Edit.Ercilla, 1941.

Wirth, Oswald. El Libro del Aprendiz. Ediciones de la Gran Logia de Chile. 1979.

Witker, Alejandro. “O'Higgins y el proyecto nacional inconcluso” Casa de Chile en México, 1977.

Witker, Alejandro. “O'Higgins :cultura y nación: repertorio para el Bicentenario de la República” Ediciones Universidad del Bío-Bío, 2006.

Zamudio, José. “Fuentes bibliográficas para el estudio de la vida y época de Bernardo O´Higgins”. Imprenta El Esfuerzo”, 1946.

Bicentenario de la batalla de Ayacucho. La gesta final en Perú.

  Sebastián Jans Pérez - Manuel Romo Sánchez Introducción La batalla de Ayacucho es exaltada por la historia de nuestras naciones por ser el...