miércoles, 23 de septiembre de 2015

Clase Magistral en la Inauguración de la Exposición “Masonería” en el Archivo Nacional


Cuando cualquier persona se pregunta qué es la Masonería puede buscar respuesta a través de distintas fuentes. La encontrará en un diccionario común, en un diccionario masónico, también, desde hace tiempo hay mucha información en Internet. Otros tratarán de responder sus inquietudes a través de los libros disponibles en las librerías o en las bibliotecas.
Extraña, misteriosa, inasible muchas veces como conocimiento. No son pocos los que han experimentado inquietud al respecto. No faltan los que asumen muchos mitos urbanos, y otros sentirán la seducción que emerge de afamados libros contemporáneos. Después de los best sellers de Dan Brown, en Chile hemos conocido creaciones novelescas recientes, que muestran en general amablemente la presunta influencia de las logias en eventos chilenos diversos. Menciono dos: “Logia”, de Francisco Ortega, y “Huáscar” de Carlos Tromben.
¿De qué trata la Masonería? ¿Cuál es su poder? ¿Qué persigue?
Las respuestas pueden ser muchas y muy contradictorias, según el nivel cultural de quien se haga esas preguntas. Cuan más amplio sea el bagaje cultural de una persona, más podrá acercarse a una respuesta acertada. Cuan más libre sea su pensamiento menos suspicacias contendrá su comprensión sobre lo masónico. Cuan más prejuicioso sea su criterio, mayores serán sus aprehensiones o errores.
Sin embargo, la respuesta está a mano de todos y cualquiera, desde hace harto tiempo – siglos para ser más concreto -. La Masonería no es sino una organización esencialmente iniciática. Luego, si entendemos lo que es un proceso iniciático, veremos con claridad que su actividad se centra en el ser humano, en lo que son sus miembros, y que no tiene ningún propósito conspirativo de alcance social, como no sea aportar a la sociabilidad humana a través de sus miembros, desde el punto de vista de alcances éticos fundamentales, que son entregados en un proceso gradual y simbólico que definimos como esotérico, o sea, que tiene que ver con el interior de cada cual, con lo de adentro del sentir y el pensar, con la conciencia.
En un sentido general, la masonería es una escuela iniciática, que recoge las tradiciones de la Sabiduría Antigua, para provocar un cambio en el hombre individual, un cambio en su posición frente a la vida o, si es el caso, una reafirmación profunda del sentido de Humanidad en quienes son iniciados en sus prácticas y doctrinas.
De este modo, lamentablemente, nunca se podrá tener una exacta comprensión de la Masonería, sino en la vivencia misma de la Iniciación.
Sin embargo, las comunidades democráticas, las sociedades libres, requieren tener respuestas sobre lo que son las organizaciones de la sociedad civil que son parte de la convivencia civilizada, pacífica y sustentada en un Estado de derecho, que en ella actúan. Y la Masonería debe dar una respuesta limpia y transparente, sin necesidad de vulnerar lo que ocurre en su proceso iniciático que es fundamental de vivir, no de explicar.
Aún hay quienes creen que se trata de una organización secreta. Sin embargo, a la luz de nuestra legalidad democrática, no podría existir bajo ese carácter. Por el contrario, la Masonería siempre ha estado en la evidencia de nuestro existir republicano, y aun cuando alguna dictadura ha establecido condiciones de excepción. A dos cuadras está su organismo rector – la Gran Logia de Chile – cuya identificación está en sus accesos.
Las máximas autoridades del país, expresadas en los tres poderes del Estado, en distintas etapas de nuestra historia como país, se han reunido con las autoridades masónicas, a propósito de distintas necesidades y propósitos.
A través de la cultura chilena, la Masonería se evidencia en todo el proceso histórico del país, aún antes de su emergencia republicana. Es lo que esta significativa exposición del Archivo Nacional trata de mostrar.  Con sinceridad documental e histórica, a propósito del cincuentenario de la primera logia de investigación establecida en Sudamérica.

Del nombre y número de Logia Pentalpha

Hace medio siglo, efectivamente, se constituyó la Logia de Investigación y Estudios Masónicos “Pentalpha”, que recibió el número 119. Esto del número de logia tiene mucha significación, lo que no debiera ser tan relevante sobre todo en actividades públicas, pero el número de filiación en Masonería constituye un elemento casi tan determinante como el nombre mismo.
En Chile, el número es asignado según la cantidad de logias dependientes de la Gran Logia de Chile, lo que significa que la logia que tiene el número más alto es la que señala el número de logias existentes bajo su jurisdicción. De este modo, ocurre que, cuando desaparece una logia, cuestión en estos tiempos no tan frecuente, su número es ocupado por una nueva logia. El caso más reciente que tenemos en mente es el de una logia de Concepción, que ocupó el número 80 que estaba vacante, aun siendo una de las logias más nuevas.  
No ocurre lo mismo en la Masonería europea, por ejemplo, donde la logia que se funda y que desaparece, mantiene su número, de allí que las numeraciones de logias de las Grandes Logias más antiguas tienen número de carta patente de cuatro dígitos. En Chile, en cambio, tenemos y tendremos por mucho tiempo aún, logias con número de carta patente de tres dígitos.
De allí la importancia que se da en la identidad de una logia al número asignado, que no tiene tanta importancia objetiva, como no sea facilitar temas administrativos propios de la organización de la Gran Logia bajo la cual se funda y funciona una logia.
Por ello, en beneficio de la comprensión de los asistentes no masones a esta jornada, pueden ver que acompaña al nombre de esta logia cincuentenaria el número 119, el cual señala el número de matrícula en la Gran Logia de Chile, y no como pudiera creerse que se trataría de la 119 vez, en que una logia de llama “Pentalpha”.
Su nombre fue conferido a petición de los fundadores, pero por sobre todo por el impulso de quien fuera nuestro primer Venerable Maestro o presidente de la Logia, Eduardo Phillips Müller, un entusiasta estudioso de la cultura griega y de sus vertientes iniciáticas, donde el pitagorismo jugó un rol tan relevante.
Lo explica el propio Phillips en uno de sus artículos en nuestro Anuario 4, en 1988: “He querido dar una explicación sobre el nombre que distingue a nuestra Logia: Pentalpha. Literalmente traducido del griego significa cinco letras. La A griega es alfa. Gráficamente referidas a un punto central, cinco letras alfa constituyen lo que conocemos como Estrella. La alfa griega es un ángulo de 360. Cada punta de una estrella inscrita en un círculo tiene un ángulo de esta magnitud.
¿Qué importancia tiene desde el punto de vista masónico esto? –se pregunta Phillips., para responderse: La Pentalpha era el signo de reconocimiento de los pitagóricos. A mí me sorprendió una explicación dada por A­ristóteles en su Metafísica, a propósito de los Pitagóricos. La Pentalpha era para ellos la unión del primer número impar, el tres representación de lo varonil, y el primer número par, el dos, representación de lo femenino. Para los Pitagóricos el uno no era ni siquiera numeral, sino que con el uno expresaban el summun de todos los números, tal como nosotros expresamos la nada con el cero. Los griegos no alcanzaron a concebir el cero, el que pasó a nosotros desde la India a través de los árabes. De modo que prácticamente esta unión del tres y el dos, constituye la Pentalpha y fue el signo de reconoci­miento entre los Pitagóricos”.

La singularidad de la Logia Pentalpha

Bien, con ese nombre y número, que no ha sido ocupado antes por otra logia, inició sus trabajos, hace 50 años, esta logia singular destinada a la investigación y por lo tanto formada exclusivamente por Maestros Masones.
Es importante precisar para una persona que no conoce a la Masonería, que la calidad de Maestro se obtiene luego de haber pasado dos etapas previas, la del Aprendizaje y la del Compañerazgo. Eso es lo que da, desde el punto de vista formal, la calidad iniciática a la Masonería, es decir, lo que permite que un individuo pueda ser reconocido como masón por sus pares. Nadie puede ser reconocido sino según la etapa en que se encuentra en su proceso iniciático. Se trata de un proceso, precisamente, porque tiene un punto de partida, que llamamos Iniciación, que permite acceder a cierto conocimiento, que llamamos Aprendizaje, el que luego de adquirido permite acceder a otra condición cualitativa que llamamos Compañerazgo. Es una nueva etapa de conocimientos, que permite, luego de sortearla con éxito, acceder a la calidad de Maestro, la cual contiene todas las atribuciones, conocimientos, deberes y derechos, que permiten ser reconocido en una condición de plenitud iniciática. Allí culmina el proceso iniciático formal.
Las tradiciones masónicas han creado etapas de profundización de los contenidos esotéricos e iniciáticos de la Maestría, confiriéndoles grados superiores. Pero ellos son aportes a la profundización del conocimiento magisterial, que no cambian lo sustancial de la triada del proceso iniciático masónico radicado en los tres grados simbólicos: Aprendiz, Compañero y Maestro.
Es función de toda logia, por lo tanto, entregar la Luz de la Iniciación, a través de ese proceso de tres grados. Sin embargo, la logia “Pentalpha”, en sus cincuenta años no ha iniciado a nadie, y no le ha conferido el Segundo Grado a ningún Aprendiz, y no ha dado a ningún Compañero la calidad de Maestro. De una manera singular, solo ingresan a su nómina masones que ya tienen la calidad de Maestros.
¿Por qué ello es posible o debemos pensar que se trata de una anomalía?
Lo explicamos.
La Masonería, desde sus orígenes, ha debido fundar Logias que cumplan algunos objetivos específicos, las que deben ser integradas solo por Maestros, y que están dispensadas de la obligación de entregar la Luz de la Iniciación. Por ejemplo, cuando se unieron en Inglaterra los Antiguos y los Modernos, constituyendo la Gran Logia Unida de Inglaterra, para resolver las diferencias rituales que practicaban unos y otros, debió crearse una Logia de Reconciliación en 1813, que duró tres años, para unificar los distintos ritos. Luego en 1823 se constituiría la "Emulation Lodge of Improvement", bajo el amparo de la Royal York Lodge Hope N° 7, cuyo objetivo hasta hoy es preservar el ritual masónico que fue aceptado formalmente por la entonces recién formada Gran Logia Unida de Inglaterra.
En tanto, las logias de investigación como se las entiende hoy, tuvieron su origen alrededor de 1873, cuando se formó en Inglaterra una Sociedad Masónica para estudiar documentos masónicos fundamentales para la formación iniciática en las logias. Lo propio ocurrió en Leeds cuando se formó una Asociación de Maestros Instalados, ocurriendo lo mismo en Manchester, Bristol y Bradford cuando aún las cuestiones ritualísticas y doctrinarias de la Masonería no estaban tan claras y asentadas como en la actualidad.
Sin embargo, han habido otras necesidades masónicas que han permitido la existencia de logias exclusivas de Maestros (Grado 3°).  Así, antes de 1945, al menos había 19 logias exclusivas de “Maestros Instalados” en Inglaterra y 21 en los otros países de la Gran Bretaña y en territorios de ultramar, según un libro de John T. Lawrence  (Editorial A. Lewis, 1945). Todas ellas sin realizar iniciaciones y dedicadas al estudio de la llamada “Ciencia Masónica”. Estos datos los aporta uno de nuestros miembros ya fallecido, Oscar Ortega, en un trabajo de publicación póstuma.
Varias de esas Logias de Maestros Instalados han sido Logias de Investigación y han editado ocasionalmente volúmenes de sus trabajos. De todas, la más relevante y reputada es la “Lodge Quatuor Coronati” N° 2076, bajo la jurisdicción de la Gran Logia Unida de Inglaterra, que fue autorizada para funcionar el 28 de Noviembre de 1884. En cada reunión se lee una investigación, la cual es sometida a discusión de sus miembros. Tiene un número de miembros restringido a cincuenta y desde 1887 tiene un "Círculo de la Correspondencia" cuyos miembros son masones de todas clases, naciones y lenguas, un considerable número de sociedades de estudio y Logias de todos los tipos de Constituciones, además de diversas Grandes Logias y otros Cuerpos Soberanos.
De esa logia, “Pentalpha” ha tomado el modelo, tanto en los objetivos como en ciertos aspectos reglamentarios y en el rol dentro de la jurisdicción masónica de la cual es parte. Sin embargo, dentro del contexto de la particularidad de la Masonería Chilena.

La significación del desarrollo de una masonería chilena

Existe un concepto que los masones en el mundo utilizamos con cierta recurrencia, y que resume de alguna manera un ideal: Masonería Universal. Para muchos podría ser una aspiración, sobre la base de nuestros más sublimes principios que unen a los masones de cualquier parte del mundo. Y ello se expresa muchas e incontables veces en que un masón visita una logia masónica en cualquier parte del mundo, en el contexto de un precepto singularmente masónico: la regularidad.
Si un masón llega a una logia regularmente constituida, según los parámetros en que es reconocida la regularidad de su logia de origen, puede practicar la Masonería Universal, en el contexto de la regularidad de la que es parte. Si la logia que quiere visitar no corresponde a la misma regularidad, le está vedado relacionarse masónicamente con ella.
La regularidad establece el marco de la Tradición. La Masonería es tradicional, en el sentido que reconoce una continuidad doctrinaria, que deviene de eventos históricos que han marcado doctrina respecto al hecho mismo del hacer masonería.
En ese contexto, podemos hablar de dos grandes tradiciones: la inglesa y la francesa. Hay distintos tipos de Ritos, entendidos estos como sistemas de enseñanza de lo masónico, pero todos se relacionan con algunas de las dos vertientes distintas de la tradición.
Y cuando hablamos de estas dos tradiciones, estamos poniendo énfasis, no en los poderes que regulan la tradición, sino en los espacios masónicos en que se crearon dos concepciones equidistantes de la forma de hacer masonería: Inglaterra y Francia. En ambos países existen logias y poderes que las regulan con esas concepciones equidistantes; es decir, las diferencias en la tradición no tienen que ver con el país y la nacionalidad, sino con los espacios culturales que hicieron posible dos tradiciones distintas y contrapuestas: la inglesa, con un marcado acento en la divinidad, y la francesa, con una exaltación libre pensadora. La inglesa con un acendrado respeto a la ritualidad, y la francesa con una franca preocupación por la vinculación secular.
Nuestra cultura nacional, analizada en sus costumbres, tiene una fuerte propensión mesoconductual. Perdonen el neologismo, pero tal vez sirva para explicar lo que quiero decir. Chile, más allá de cualquier afirmación histórica en torno a los personajes, que juegan un rol pero que solo son circunstancias de los procesos históricos, ha sido obra de sus clases medias. En cualquier etapa, y en cualquier eventualidad, han sido sus clases medias las que han hecho girar las ruedas de la historia.
Y la clase media chilena, especialmente cuanto más ilustrada ha sido, ha tenido una enorme capacidad de eclecticismo, de sincretizar, de resolver a través de la integración, de plasmar fusiones. No vamos a hacer un juicio de valor sobre ello. Muchas veces, en la arena política ello se considera un vicio o un anatema. Mi interés intelectual, es esta exposición, es señalar la enorme capacidad del chileno para tomar el camino del medio, cuando todos apuestan a que las cosas deberían irse por una u otra opción. Es decir, cuando existe la posibilidad A y la B, la costumbre mesoconductual chilena propenderá a hacer un camino AB. No se crea que sería una posibilidad C. No. Es una posibilidad AB, que funde las dos existentes, y ciertamente sabemos que no existe una letra entre A y B para expresar ese resultado.
Bueno, cuando nace la Masonería chilena, ya en los tiempos de consolidación de los conceptos de regularidad masónica, es decir, a mediados del siglo XIX, lo hace por el camino del medio, que se traduce sintéticamente en lo siguiente: en su comprensión de lo masónico es esencialmente de influencia francesa, pero su regularidad la ha fundado en la comprensión inglesa. En ese contexto, ha sido un referente para toda América Latina, prescindiendo tal vez de Brasil, y en esa referencia ha compartido roles junto a Uruguay y Argentina. No en vano las tres Grandes Logias de estos países fundaron y dieron contenido a la Confederación Masónica Interamericana (CMI), la organización masónica más antigua del mundo, y que ha sido un campo de inter-relación potente, que ha despertado apetitos voraces en los últimos años, llegando a la contradictoria constatación de que su última conferencia se realizó… fuera del espacio interamericano.
Entonces, en su mesoconductualidad típica, lo que han hecho los masones chilenos, ha sido crear una Masonería esencialmente chilena, con un Rito que tiene todos los elementos para ser considerado en el ámbito simbólico como esencialmente chileno. En Masonería el rito se entiende como un sistema a través del cual se entregan los conocimientos masónicos. Es un cuerpo de ideas y conceptos que modelan la forma como se practica la masonería y los fines que persigue a través de sus miembros en el ámbito societal de su jurisdicción.
El rito está compuesto por rituales, que aportan direccionalidad a los esfuerzos iniciáticos según el grado en que cada masón se encuentre.
Si bien el Rito chileno por esencia tiene una denominación de alcance universal y una apelación tradicional – se denomina Escocés Antiguo y Aceptado -, sus rituales simbólicos tiene una liturgia y unos contenidos esencialmente chilenos. No en vano, quien fuera el fundador de esta Logia que cumple su medio siglo y que se desempeñara como Primer Gran Vigilante de la Gran Logia de Chile, Eduardo Phillips, decía que nuestro rito esencial debía llamarse simplemente Rito Chileno, ya que no reconocía en su denominación de Rito Escocés Antiguo y Aceptado elementos objetivos que su experiencia y conocimiento le permitieran comprobar afinidad ritualista con otras Grandes Logias que practican ese mismo Rito.
Tal vez esa sea una virtud del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, y una posibilidad universalista específica, ya que quienes han tenido la experiencia de vivirlo en distintos países, siempre encuentran diferencias en aspectos rituales que no se salvan con indiferencia. Parece ser que la característica de ese Rito, en los ámbitos simbólicos, son efectivamente una oportunidad que favorece la diversidad y el universalismo a partir de un sano relativismo en aspectos ceremoniales y de énfasis en el hacer masonería.
René García Valenzuela, un referente masónico chileno de alcance universal, que fue Gran Maestro de la Gran Logia de Chile, erudito y puntilloso investigador, que estuvo en el impulso inicial de nuestro proceso fundacional como Logia, ironizaba sanamente al respecto diciendo que el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, no era ni tan Escocés ni tan Antiguo ni tan Aceptado.
Esa flexibilidad del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, potenció en el ámbito simbólico las cualidades chilenas de nuestra Masonería, tremenda y significativamente libre pensadora, cuna del laicismo chileno y cobijo de la espiritualidad libre de nuestra realidad social desde hace más de 150 años.
Tan cerca y tan lejos del espíritu masónico inglés. Cerca, por el reconocimiento de su regularidad, la que acepta con todo empeño, a partir de la presencia ritual esencial de lo que los ingleses llaman “el Volumen de la Ley Sagrada”, es decir la Biblia sobre el Altar en torno al cual trabajan los masones para Gloria del Gran Arquitecto del Universo. Tan lejos, en la concepción doctrinaria que insuflan sus rituales, centrados en el libre pensamiento y en la libertad de conciencia. Tanto así que, muchas veces, altos dignatarios históricos de la Masonería Chilena han reclamado para ella el carácter de una Masonería Andersoniana, en reconocimiento de la Constitución de la Gran Logia de Londres, primer poder regulador de la Masonería moderna o especulativa. Cierto, una Gran Logia inglesa, pero precisamente en las antípodas doctrinarias de la posterior Gran Logia Unida de Inglaterra que nos regulariza.
No en vano, la frase que marca la diferencia fundamental entre ambas instituciones, la Gran Logia de Londres, fundada en 1717, y la Gran Logia Unida de Inglaterra, fundada en 1813, fue redactada por James Anderson, autor de la Constitución de la primeramente mencionada, en cuyo texto especificaría: aunque en los tiempos antiguos los masones de cada país estaban o­bligados a ser de la religión de ese país o nación, cualquiera que ella fuese, ahora se considera más conveniente obli­garlos a la religión en la que todos los hombres están de acuerdo, dejando sus opiniones particulares a ellos mismos, esto es, que sean hombres buenos y leales u hombres de honor y honestidad, cualesquiera que sean las religiones o creen­cias que los distingan; por lo cual la masonería llega a ser el centro de unión y el medio de conciliar la verdadera fra­ternidad entre las personas que, de otra manera, habrían permanecido perpetuamente distanciadas”.
Resalto dos frases que constituyen aspectos revolucionarios para su tiempo: “dejando sus opiniones particulares a ellos mismos”, por un lado, estableciendo una definición trascendental de tolerancia, que muchos consideramos fundante de la tolerancia moderna en la cultura humana, y “cualesquiera que sean las religiones o creen­cias que los distingan”, por otro, dando cabida a la más amplia diversidad, incluso más allá de las religiones, porque da espacio a todas las creencias humanas.
En esa comprensión se funda la práctica masónica chilena, con el agregado de incorporar a las creencias humanas el efecto revelador de la ciencia, la búsqueda de la verdad a través de la incorporación de la evidencia científica, aspecto nítidamente señalado en sus rituales. De allí viene su fundamento esencial, de lo virtuoso que deviene de sus creencias y de la comprobación de los fenómenos de la naturaleza a través de la investigación científica. De este modo, recupera para el iniciado justamente la posibilidad de tener dos libros abiertos ante sus ojos: el libro que revela la divinidad y el libro de la naturaleza, para que opte en cada momento en que busque la verdad y tenga que obrar con virtud.

La construcción republicana y la aportación masónica.

Quiero partir en esta parte de la exposición con una reivindicación: si el libre pensamiento tuvo su desarrollo en Chile, fue y ha sido siempre una consecuencia de la habitabilidad de sus alcances en las logias masónicas, y en la capacidad de estas de nutrir éticamente la acción. Aún más. En Chile, no podemos hablar de su desarrollo cultural y de la fundación de su concepción republicana como país, sin considerar lo que ha sido, más que el aporte, la influencia de la Masonería.
Y en ese contexto no se puede ignorar lo que ha ocurrido desde la etapa preambular de la emancipación, donde los vestigios de lo masónico se presentan con evidencia, en el protagonismo de aquellos jóvenes del Reino de Chile, que recibieron la influencia filosófica de la Ilustración. Cada uno con su capacidad de comprensión sobre el tiempo que vivían y como concebían el futuro de la tierra de sus orígenes, el Nuevo Mundo, América.
Muchas veces me ha sorprendido la falta de interés de la academia y de los historiadores chilenos, por indagar más en profundidad lo que pudo hacer la influencia masónica en los procesos históricos chilenos. Conversando en una oportunidad con algunos miembros de “Pentalpha”, llegábamos a la conclusión de que a todos ellos les ha faltado la herramienta fundamental para conocer y comprobar esa influencia: la Iniciación. Pero también les ha sobrado un compromiso excesivo con los poderes que han buscado desdeñar la influencia y el aporte de la Masonería y los masones, contra los cuales se han ensayado todos los anatemas.
Un francés, que escribió una maciza obra sobre América Latina, Francois Chevalier, publicada en 1977 (“América Latina, de la Independencia hasta nuestros días”, FCE, México, 2000) al analizar el poder de las ideas en el desarrollo histórico de los países americanos con lengua de raíz latina, señala la importancia “de los clubes (sobre todo las logias masónicas)”.
Desde luego, deja la tarea: “estas logias solo han sido objeto de estudios limitados, parciales o polémicos. Sería muy importante señalar sus orígenes en la América Latina hispánica a partir de la llegada de los militares españoles y del regreso de los diputados americanos de las Cortes de Cádiz, y luego profundizar en su notable proliferación después de la Independencia”.
El caso es que, quienes han tenido la oportunidad de conocer y estudiar a los protagonistas de los movimientos históricos, de las tendencias en desarrollo. de las ideas y de los grupos, y los documentos y las cartas, los conceptos, las formas de expresión y los giros conceptuales, e incluso de la formulación de ciertos contenidos en las correspondencias privadas existentes en los archivos históricos, advierten con nitidez como comienzan a aparecer las influencias masónicas y como ellas van ligando acontecimientos y propensiones que señalan la presencia de las logias como espacios de sociabilidad, provocando que la rueda de la historia gire, y que lo haga en un sentido evolucionista y progresivo. Y es fácil percatarse, cuando esos conceptos y las palabras se distancian de esa influencia, porque, en contrario, comienza a imperar la conservación y las ideas restauradoras de los órdenes del pasado.
Sin lugar a dudas, cuando se hurga en la presencia documental de nuestra historia nacional, no se puede ignorar que hay influencia masónica en aquellos procesos que han determinado la existencia y el transcurrir de Chile, como país y como república. Se advierte en la emancipación política, en la formulación de una idea de país, de la idea republicana, en la emancipación espiritual, en la construcción de un concepto cívico, en la estructuración de un estado de derecho, en una idea de educación nacional, en la idea misma de movilidad social, en la emergencia de la idea de justicia social, en las grandes jornadas de la democracia, en la lucha por la afirmación de la dignidad humana.
Y en este espacio, en este lugar testificante de la memoria y la cultura nacional, puedo reclamar por la conspirativa conducta de la historiografía chilena, por su ignorancia, y hasta su indolencia, por desacoger la importancia masónica, que está en todas sus etapas históricas. A través de sus hombres. A veces con notables aciertos y a veces con notables desaciertos, pero siempre con una sólida inspiratriz humanista, neologismo que me permite graficar la idea emperadora de un pensamiento centrado en el hombre y su rol en la vida y en la naturaleza.
No hay ninguna etapa de la historia de nuestro país en que no se advierta, desde la sutileza hasta la determinancia, la influencia de lo masónico, a través de uno o más de sus miembros, en algunos momentos con destellos testimoniales y en otros momentos con fuerza determinante. Ello con absoluta distancia de un propósito conspirativo, ya que de hecho, muchas veces ello ha sido en la constatación de la más absoluta discrepancia … entre los masones.
Así, podemos decir en este espacio de constatación documental de la historia chilena, que muchos de sus tesoros testimoniales, evidencian o velan lo que ha sido el resultado de una influencia señera de lo masónico en el trascurrir republicano.
Chile no sería Chile, ni nuestra república sería república, ni nuestra cultura sería una realidad cultural evolutiva, si no hubiera sido por la influencia de la Masonería, como referencia espiritual del tiempo en que les ha tocado actuar a los hombres que han protagonizado los hechos que recoge la historia. Y permítanme decirlo con autoridad, ya que si ella no se hubiera dado, tal vez estaríamos mucho más atrás en la rueda de la historia, producto del dogmatismo y las hegemonías de la conservación y la práctica contestaría a la evidencia científica y a los derechos del hombre.

Los testimonios de una cultura masónica

La cultura chilena, que bien merece tener ese título, sin embargo, debemos reconocerla en la complejidad que ella expresa. A nuestra cultura como país, ni siquiera podemos darle efectivamente un carácter nacional, ya que la sensatez sociológica y antropológica, debería llevarnos a la conclusión de que Chile no es una sola nación, ni un solo pueblo. Pero, aún más allá de esa comprobación macro-país, está la constatación de que en la realidad chilena existen muchas nutrientes culturales que se expresan en singularidades que, a veces, permanecen en el tiempo como procesos autónomos y aislados del conjunto.
Tal vez tiene que ver ello con la propia complejidad geográfica de múltiples características, pero también tiene que ver con la complejidad social, marcada por profundas y radicales diferencias, y por las condiciones de hegemonía, que siempre han marcado los énfasis históricos a través de conductas represivas y coercitivas.
Esto es un elemento que ha aislado de alguna manera el desarrollo de ciertos testigos culturales, y de procesos que tienen una enorme riqueza en la configuración de los elementos característicos de lo que muchas veces se reconoce como chilenidad.
La realidad represiva de la Iglesia Católica, las visiones excluyentes de sectores dominantes, la excesiva propensión de sus miembros a ocultar su condición, han provocado que la cultura masónica se haya ocultado a gran parte de nuestra comunidad-país. Ello, a pesar de influir de modo tan determinante en los procesos históricos chilenos.
Pese a que ha habido muchos personajes de la historia de nuestro país que han reconocido su condición masónica, otros menos relevantes – en términos relativos – han preferido ocultar su condición. Están en su derecho. La tradición masónica, como fuente de doctrina, indica que nadie puede evidenciar públicamente la condición masónica de otro, sino solo la propia. Así, el temor a tener efectos negativos en la vida laboral o social, ha llevado a muchos a precaverse a través del ocultamiento de su condición. Sigue ocurriendo.
Los años de la más reciente dictadura que tuvo el país, y los posteriores que siguen siendo su consecuencia, han sido muy propicios para el ocultamiento de la calidad masónica de personas laboralmente activas, ya que la hegemonía cultural católica, en ámbitos direccionales de las empresas, es un factor que ejerce coerción sobre las libertades de conciencia. También ocurre en muchas instancias del Estado, a pesar de que este se supone laico.
Así, la cultura masónica siempre ha estado en el borde oscuro del reconocimiento de nuestra sociedad.
Y esa cultura se expresa no solo en un quehacer cotidiano, y en expresiones de sociabilidad que son tremendamente significativas, a todo lo largo del país. Desde Arica a Punta Arenas.
Y la forma en que mejor se expresa la cultura de los grupos humanos es a través del libro, el más sólido testigo de los desarrollos culturales, según lo señala la historia humana desde los rollos de papiro hasta hoy, en que adquiere creciente impacto su manifestación digital. Y gracias a la digitalización cada día es más frecuente que los testimonios históricos estén más al alcance de millones de seres humanos, a largas distancias de donde descansan esos testimonios impresos del transcurrir del hombre por el devenir de su historia.
Desde fines del siglo XIX en adelante, ha habido muchas y múltiples publicaciones en la Masonería Chilena. Obras de autores destacados, fuera de cualquier intento del mercado editorial. Son publicaciones personales, ediciones de logias, ediciones de la Gran Logia de Chile, el órgano directivo nacional de los masones chilenos. Con propiedad, podemos hablar que se han hecho miles de publicaciones de los más diversos contenidos y formatos.
Generalmente cuando las logias cumplen un aniversario significativo, preparan ediciones de libros o cuadernillos, donde no solo queda consignada la historia logial, sino también la forma en que los masones interpretan su tiempo, o se evidencian a aquellos miembros más destacados en su comunidad o en la actividad propiamente logial. Son testimonios preciosos que dan cuenta del palpitar masónico en distintas ciudades del país, a todo el largo territorial.
¿Dónde encontrar esas publicaciones? En las bibliotecas logiales, en las bibliotecas personales, o entre los vendedores de libros viejos, que compran bibliotecas enteras a las familias de masones muertos. Muy pocas de esas publicaciones han cumplido el deber de hacer el depósito legal, ya que se han entendido siempre como publicaciones privadas.
En ese meritorio esfuerzo intelectual, la figura consular de Benjamín Oviedo, con su obra “La Masonería en Chile” nunca dejará de ser una referencia obligada, desde su publicación original en 1929.
También tienen relevancia el trabajo del erudito Gran Maestro René García Valenzuela, que dejó también obras memorables, de la cual debe destacarse “El origen aparente de la Francmasonería en Chile y la Respetable Logia Simbólica Filantropía Chilena”, escrita en 1949.  Quince años antes, su padre, Adeodato García, que también fue Gran Maestro, dio a conocer la obra librepensadora “Jesús ¿Entidad Histórica, Legendaria, Espiritualista o Mitológica?”, editada por la Logia “Unión Fraternal”
La Revista Masónica de Chile avanza hacia su centenario. Previamente, recorrió las logias la revista “La Verdad”, de la cual existen felizmente registros digitalizados, para tener una percepción de las preocupaciones masónicas desde 1897 hasta 1898.
En el trabajo sistemático de carácter historiográfico actual, surge con evidente peso, por ejemplo, la obra de Manuel Romo Sánchez, que hace varios años publica digitalmente la revista digital “Archivo Masónico”, disponible en web, que da cuenta de su labor investigativa sobre las logias y los masones en Chile, complementando o completando las obras que se han publicado a través del tiempo. No está de más mencionar su obra “¿Fue masón el Papa Pío IX?” y su coautoría en un formidable trabajo sobre Copiapó y la Masonería, publicado hace menos de un año.
Imposible sería hacer un resumen de todas las publicaciones de libros masónicos, que fácilmente superan la cincuentena anual, en ediciones restringidas, de distinto formato.


El aporte cultural de la Logia Pentalpha


 La Logia “Pentalpha” nació para la investigación masónica, y esa labor se expresa en papers o monografías que se ha ido imprimiendo desde sus primeros años. Inicialmente a través de informales impresos mimeografiados en formato de cuadernillo. Luego, aparecerá su anuario, en formato de libro de bolsillo, recogiendo el trabajo logial de cada año, y posteriormente aparecerá su serie de libros titulados Temas Masónicos. En ellos se encuentra el esfuerzo de análisis masónico doctrinario, la búsqueda histórica, la reflexión ritualista y el análisis de la justicia masónica. Este año se cumplen 30 años de publicación de sus Anuarios.
Varios de esos textos están en esta muestra que hoy se inaugura.
A través de esas publicaciones se advierte la labor y el interés intelectual de muchos masones dedicados al estudio. Algunos de ellos merecen especial mención, ya que prestigiaron la labor de “Pentalpha”, a través de ediciones de libros específicos fuera del trabajo editorial de la logia. Destaco en ello a Manuel Sepúlveda Chavarría, autor de la célebre obra “Crónicas de la Masonería Chilena”, que en 5 tomos hace una exploración por la historia de la Orden desde 1750 hasta 1944.  Debiera ser una obra que algún organismo de la República debiera re-editar, ya que ello es parte fundamental en la historia de Chile. Lo mismo aplica en la obra de Julio Sepúlveda Rondanelli “Pequeño Diccionario Biográfico Masónico. Fundadores de la Gran Logia de Chile e iniciados hasta 1875”, una edición de bolsillo de 184 páginas que es tremendamente reveladora sobre la identificación de masones entre 1862 y 1875.
No podemos dejar de destacar la obra de Julio Superby, de innumerables aportes al estudio doctrinario e iniciático de la Masonería Chilena, que culmina en su libro “En el Umbral de la Iniciación”. Lo propio con lo que hizo nuestro padre fundacional, Eduardo Phillips Müller, y que culminó con su antología “A las Puertas del Templo”.
Cuando se inició nuestra serie de publicaciones “Temas Masónicos”, se compilaron antologías de investigaciones de destacados exponentes de nuestra Logia. Fueron ediciones exclusivas para la obra de Carlos Gayán, Francisco Sohr, Julio Saa, Oscar Ortega, entre otros.
A partir de 2006, se inician las publicaciones de las ponencias de los simposios de investigación masónica, que se han venido realizando, año a año, desde entonces. Es un evento que evidencia el trabajo de miembros de “Pentalpha”, y que también acoge las motivaciones investigativas de masones de distintas logias del país.
Creemos que lo que hace esta logia, es un trabajo que también debiera ser parte del patrimonio cultural chileno, y esta muestra en una buena y meritoria aproximación en esos objetivos. Nuestra perspectiva, bajo el impulso de la celebración de nuestro cincuentenario, con el tremendo aporte del Archivo Nacional, ha sido poner en evidencia lo que culturalmente es la Masonería y reclamar lo que ha sido su presencia e influencia en la historia de nuestra República. También en lo que representa y ha representado la Respetable Logia de Investigación y Estudios Masónicos “Pentalpha” N° 119 en la tradición iniciática de la Masonería Chilena de la cual somos parte viva.
Volviendo a nuestras palabras iniciales, siempre habrá muchos que seguirán preguntándose ¿Qué es la Masonería? O la Francmasonería, como gustan llamarla en algunas partes de Europa. Para ellos dejo los primeros versos de un poema, obra de uno de nuestros fundadores, un reputado intelectual español republicano, que vivió su exilio en Chile, y parte de la pequeña comunidad de refugiados en la Embajada chilena en Madrid, al caer la II República, el afamado Antonio de Lezama.
Es una joya lírica abandonada por la ignorancia desde 1948. Dice:

“¿Sabéis lo que es la Francmasonería?
Pues os voy a decir nuestro secreto:
es el amor humano, es el respeto,
afán inextinguible de armonía,
es el odio a la guerra,
es querer levantar sobre la tierra
un gran templo de amor,
superación y culto del  honor.
Queremos ser como una fuerte espada
de acero toledano:
en la paz envainada,
desnuda ante el tirano.


Muchas gracias



En el Archivo Nacional, 04 de septiembre de 2015.

jueves, 13 de agosto de 2015

La ética pública. Todos somos lo público




La sociedad chilena se ha visto convulsionada en los meses recientes por eventos que han golpeado la conciencia ética de las personas. Determinadas conductas han salido al debate público y comportamientos privados han adquirido un inevitable alcance público, ante una ciudadanía que, por sobre todo, repudia la incoherencia ética manifestada en las conductas de determinados personeros que no han respetado su propia argumentación pública de legitimación ética.
Procesos judiciales han evidenciado, recientemente o desde hace algún tiempo, que mucho de lo sostenido por algunos importantes personeros públicos, ya sea en el ámbito de la política, los negocios o la religión, es absolutamente incoherente cuando deben actuar y decidir en distintos planos públicos o privados.
Es cierto que los órganos de administración de justicia darán cuenta, en los procesos en curso, de aquello que fue delito, penalizando las trasgresiones a la ley y la buena fe. Sin embargo, libres de responsabilidad legal, habrá otros que quedarán bajo cuestionamiento público debido a su incongruencia ética.
Teniendo en la cercanía la imagen de una edición de un libro de Savater, que muchas enseñanzas puede entregarnos al respecto, hagamos la siguiente reflexión., 

Moral y ética: lo colectivo  y lo individual

La filosofía y las disciplinas del conocimiento que tratan los comportamientos individuales y colectivos en las sociedades humanas, desde los orígenes socráticos, platónicos y aristotélicos, han debatido y analizado ampliamente los alcances de la ética y la moral. Es decir, aquello que permite ordenar la convivencia humana, antes de recurrir a la norma legal y la represión de las conductas nocivas para la vida común.
Así, el tácito consenso social que llamamos moral, es el que permite establecer colectivamente lo que está en el ámbito de lo aceptable para todos, lo que es conveniente y adecuado, lo que es justo, lo correcto, lo razonable, en coherencia con las costumbres observadas por el colectivo social.
Las formas como actuamos y nos conducimos expresan ese consenso tácito que impone la vida social reflexionada y aceptada de consuno en el convivir con los demás, y que evoluciona en la medida que el conocimiento humano permite asimilar el devenir de la experiencia histórica.
Lejos de lo que esperan las miradas conservadoras y la inercia de la costumbre añil, o las expresiones aceleradas de transformación, que desconfían de lo moral al percibirla como una traba a la evolución acelerada de los procesos históricos, esta tiende siempre a ser contemporizadora, producto de los cambios impulsados por la ciencia y la tecnología y, desde hace algo más de dos siglos, por la consolidación de las libertades individuales.
Procesos como la ilustración y la laicización, podemos constatar que generaron vastos cambios en las costumbres, por ejemplo. Lo propio ha provocado la internacionalización de los mercados y la globalización. También, es importante tener presente la consolidación de sociedades democráticas, que son más permeables a enfrentar la evolución moral, considerando que, en sentido inverso, las sociedades autoritarias son más apegadas a las concepciones morales tradicionales.
En un plano conceptual, producto del devenir histórico, la expresión de lo colectivo que contiene lo moral, ha llevado a que la ética sea asumida como una manifestación de lo individual. Ello da coherencia y validez a la perspectiva aristotélica, que ponía a la ética en el ámbito de las virtudes individuales frente a los demás. Así, la ética debemos entenderla como la reflexión sobre la moral que hace cada individuo, que, al tomar conciencia sobre lo convencionalmente aceptado, dispone una argumentación y una actitud frente a ello.
Podrá hacerlo en absoluta aceptación o en discrepancia, pero siempre habrá una argumentación y una actitud que lo exprese. Así, la ética es una toma de posición previa, una convicción o predisposición, una argumentación que guiará la conducta en coherencia o discrepancia con lo moral.
Hay personas que son absolutamente refractarias o contestatarias frente al orden moral, y proponen alternativas o puntos de vista diferentes. Aun así, de una u otra manera, buscarán el consenso parcial o total respecto del cambio de lo vigente. La ética tiene la potencialidad de cambiar las convenciones morales y es su manifestación dialéctica la que provoca la constante evolución de las costumbres y los cambios que la sociedad humana experimenta frente a sus propias convicciones colectivas.
En la búsqueda del consenso social, y para inducir al debate que lo hace posible, las personas tienden a aglutinarse en torno a propuestas éticas. Ello es lo que permite que surjan las organizaciones éticas, o que organizaciones con fines específicos representen una posición ética determinada. De este modo, en el mundo actual hay organizaciones de naturaleza específicamente éticas, cuyo fin apunta precisamente a cambiar los cánones consensuados en la costumbre social. Un claro ejemplo de ello son organizaciones tales como Amnistía Internacional, Transparencia Internacional, etc. Sin embargo, hay instituciones que tienen otros fines, pero que también contienen un poderoso alcance ético: las religiones, las escuelas filosóficas, las organizaciones gremiales o reivindicativas, los partidos políticos, las universidades, en fin. Todas aquellas que proponen un comportamiento social, de acuerdo a determinadas  perspectivas de ordenamiento social.
Ellas son miradas y evaluadas de acuerdo a su coherencia entre la argumentación y la acción, y pueden ganar validación y legitimidad, de acuerdo a la conducta de sus integrantes.
En síntesis, la sociedad moral espera y exige de los individuos una actitud ética. Espera que cada cual tenga una predisposición determinada frente a la ocurrencia social de cada día. El individuo, en tanto, quiere que su argumentación ética valide su conducta en el consenso colectivo. Así, la ética es una exigencia personal, un atributo necesario, que la sociedad reclama para su propio ordenamiento y mejoramiento evolutivo, más cuando se trata de sociedades plurales y democráticas.
La sociedad democrática moderna no espera una absoluta coherencia con lo moralmente consensuado, sino demanda la debida coherencia de cada individuo con la ética que propone desde su argumentación personal. Al reconocer la diversidad de su composición, admite que hay perspectivas diversas también en las disposiciones éticas de los distintos intereses morales.
En atención a lo señalado, no hay una ética uniformadora ni podría haberlo. La sociedad democrática respeta la diversidad, en tanto existan algunos aspectos generales que sean compatibles con diversos planos del consenso moral. Aceptando tal diversidad, lo que la sociedad democrática espera es que la conducta individual sea compatible con la argumentación ética personal reivindicada o propuesta por cada cual.
La crisis que señala la democracia chilena, en la primera parte del año 2015, tiene que ver  precisamente con el asombro ciudadano, tornado en repudio, frente a la incongruencia que ha salido a la luz entre lo argumentado y lo practicado por diversas personas y personeros, más allá o más acá de lo legalmente establecido.

Ética pública: todos somos lo público

Una definición general señala que se entiende como ética pública, a aquella que deben observar quienes cumplen una función pública. Mi apreciación es que es una definición insuficiente.
Cuando hablamos de ética pública debiéramos entender que nos estamos refiriendo a la ética que todos debemos tener con respecto a lo público, es decir a las convicciones que guían nuestras conductas cuando nos relacionamos con los demás y cuando nuestros actos tienen un efecto en la vida en común, cuando tienen un efecto en lo social.
Todos nos desenvolvemos en la vida social, y nuestros actos tienen algún impacto positivo o negativo en el día a día. Cuando estamos en nuestro hogar, cuando nos trasladamos por las calles y parques, cuando concurrimos a abastecernos a los expendios comerciales, cuando estamos en nuestros trabajos o lugares de estudio; en todo lugar en que nos encontremos y actuemos cumpliendo algún rol, aún en el ocio, de alguna manera podemos hacer algo que tenga un efecto público.
Los actos privados tienen un efecto público en gran parte de nuestra cotidianidad. Basta un pequeño evento de lo que consideramos esencialmente privado, que desborde nuestra privacidad, para que provoque un efecto en lo público. Los tribunales de justicia están saturados de situaciones donde lo privado se convierte en una cosa pública. No se trata solo de delitos, sino de muchas controversias o contiendas que deben resolverse en lo público. De esta forma todo acto privado que deba resolverse en lo público, deja de ser privado.
Vista la realidad social de esa manera, comprobamos que lo privado tiene una propensión reduccionista que, muchas veces, termina afectando los derechos individuales. De allí que las legislaciones deben esforzarse activamente en proteger tales derechos.
En ese contexto, donde lo público se expande cotidianamente, las personas deben tener convicciones sobre la forma en que sus conductas deben concretarse en la cotidianidad del convivir. Así, todos desarrollamos una ética pública, que se expresa en el civismo y en las distintas variables de la vida colectiva, donde el respeto a la forma como nos relacionamos y como nuestros actos impactan lo público son determinantes para ser respetado y respetar a los demás.
Por cierto, la percepción de las convicciones personales no puede medirse sino en la conducta que sigamos y en la calidad de nuestros actos. La ética es exigible a todos los que vivimos en sociedad, y ella debe ser perceptible en la coherencia con lo personalmente argumentado. Cada cual espera que los otros tengan una posición ética y un comportamiento coherente. Más aún cuando se trata de personas públicas, es decir, personas que actúan en el ámbito público, por la naturaleza de sus funciones.
Sin embargo, así como yo exijo soy exigido. Esto es fundamental. Muchas veces hemos visto que algunos reclaman falta de ética, cuando sus propias conductas tienen cierto relativismo. Hemos visto personas airadas reclamando falta de ética pública en aquel o en aquellos, pero no observan conductas propias coherentes con una ética pública.
 Por ejemplo, algún pasajero de bus denunciando la falta de ética de un funcionario público, en circunstancias que él mismo no ha pagado el pasaje del transporte público. O aquel que opina sobre alguien que está sometido a la opinión pública por incoherencias éticas, mientras vende expendios vencidos o es incapaz de ceder el asiento en el Metro a una mujer embarazada o a un minusválido.
No debemos pensar por lo tanto, que la ética pública es aquella que debe solo adornar las conductas de quienes ejercen cargos públicos. Todos somos lo público, por lo cual todos debemos tener una ética pública. Todos debemos tener convicciones de convivencia que guíen nuestras conductas y procederes, cuando estamos actuando en el espacio público, o cuando nuestros actos privados tendrían, tienen o tendrán un efecto público.


Alcances sobre las Líneas Guías del Episcopado




       
          En los últimos días de mayo, el Comité Permanente del Episcopado de la Iglesia Católica chilena, dio a conocer el documento “Cuidado y Esperanza. Líneas Guías de la Conferencia Episcopal de Chile para tratar los casos de abusos sexuales a menores de edad”, el cual fue aprobado por la 109ª Asamblea Plenaria de la Conferencia del Episcopado – reunión de los obispos – en abril pasado, y que viene a complementar el ineficaz “Protocolo ante denuncias contra clérigos por abuso a menores de edad”, del 23 de abril de 2003, actualizado en 4 de abril de 2011.
 Se trata de un documento de 75 páginas más Índice, donde se establecen los procedimientos del caso cuando se presenten  denuncias ante la autoridad eclesiástica respecto de abusos a menores de edad, en el ámbito de la actividad pastoral de la iglesia y que involucre a clérigos,
El documento es contextualizado en su presentación con la carta circular del Vaticano, del mes de mayo de 2011, “ dirigida a las Conferencias Episcopales, solicitando que cada uno de estos organismos eclesiales preparara Líneas Guía, con el propósito de ayudar a los Obispos de las Conferencias a seguir procedimientos claros  y coordinados en el manejo de los casos de abuso, tanto para asistir a las víctimas de tales abusos como para la formación de la comunidad eclesial en vista de la protección de los menores”.
Un primer alcance al respecto es que llama la atención el que la reflexión y el aporte de la CECH sobre la instrucción vaticana haya demorado 4 años, en circunstancias que se trata del más grave problema pastoral de la Iglesia Católica, en su agenda internacional de las dos últimas décadas.
Esta normativa debió ser ratificada y promulgada a nivel particular por cada obispo en su diócesis y entra en vigencia el 15 de julio de 2015, por lo cual creemos importante comentarla, previendo el interés público por el tratamiento dentro de la Iglesia Católica de las denuncias de las conductas y acciones de clérigos pedófilos.
No cabe duda para cualquier observador, que este documento no puede sino enmarcarse en los esfuerzos del Vaticano, para mostrar una política creíble, que logre  cambiar la percepción del Comité de los Derechos del Niño de la ONU, que, en febrero de 2014, señaló categóricamente que la llamada Santa Sede había violado la Convención de los Derechos del Niño, por no haber hecho todo lo que debía ante los innumerables casos de pederastia, evidenciados en distintas partes del mundo, donde han estado involucrados religiosos católicos.
El texto del documento “Cuidado y Esperanza” da señales ciertas de que, la forma de enfrentar los delitos de pedofilia, no es un tema consensuado dentro de los obispos chilenos.  De hecho, el Cardenal Ezzati, en su nota preliminar habla de un trabajo complejo y no exento de incomprensiones. Cabe asumir, frente a su contenido, de que la contradicción entre la forma de encarar las denuncias y el tratamiento de las imputaciones a sacerdotes, es un tema que no adquiere la misma ponderación para todos los obispos, y donde el interés por la protección de los sacerdotes sigue siendo un factor que pesa de manera determinante.
Esto se trasluce en que, establecida una eventual denuncia y siendo necesaria la “atención pastoral”, las Líneas Guías establecen procedimientos para el cuidado del denunciado, los que tienen un articulado de 18 puntos, mientras el cuidado de la víctima y su familia tienen un articulado de 16 puntos.
Dicho de otra forma, es un documento que, de su lectura se desprende que no hay ninguna coherencia con las aseveraciones que sustentarían su orientación: a) el discurso del Papa Wojtila ante los cardenales americanos, el 23 de abril de 2002, donde aseveró “no hay espacio en el sacerdocio para aquellos que abusan de los niños y de los jóvenes”, y b) el “Protocolo ante denuncias contra clérigos por abuso de menores” establecido por la CECh, el 26 de abril de 2011, que indica “No hay lugar en el sacerdocio para quienes abusan de menores, y no hay pretexto alguno que pueda justificar este delito”.
Esto está claramente reflejado en el texto de las Líneas Guías de “Cuidado y Esperanza”, donde la preocupación por las víctimas de la pedofilia queda a un mismo nivel que la victimización de un sacerdote acusado, desde el momento en que se ha establecido su responsabilidad, como lo expresa el documento: “Si es que se ha dictado una pena eclesiástica sin conllevar la dimisión del estado clerical, debe decidirse quien será la persona encargada del bienestar del clérigo y cómo podrá llevar en adelante una vida coherente con el ministerio”.
Iniciada una investigación con antecedentes fundados, dice el documento, se enviará el expediente al Vaticano, “indicando los datos personales del clérigo; sus encargos pastorales; las denuncias que pesan sobre él y las medidas adoptadas por la autoridad (eclesiástica) para la evitación de otros casos así como lo relativo a los medios para su manutención y su bienestar espiritual y psicológico; la respuesta o recursos presentados por el clérigo; la existencia de procesos ante el Estado si fuera del caso, así como el voto de la autoridad competente en relación al eventual inicio de un proceso canónico”.
Es más, las Líneas Guías señalan cuales son las medidas canónicas a aplicar a un clérigo considerado culpable de abusos sexuales a menores, pero sin establecer las condiciones de gradualidad de acuerdo al daño provocado, dejando la aplicación de sanciones en un ámbito excesivamente flexible para la resolución vaticana del caso.
De este modo, las sanciones eclesiales (pag.41 del documento) serían “medidas que restrinjan el ejercicio público del ministerio de modo completo o al menos excluyendo el contacto con menores, las que pueden declararse mediante un precepto legal” o “penas eclesiásticas, pudiendo llegar a decretar la dimisión del estado clerical”. A ello debe agregarse que “en algunos casos, cuando lo pide el mismo sacerdote, puede concederse, por el bien de la Iglesia, la dispensa de las obligaciones inherentes al estado clerical, incluido el celibato”.
En la misma perspectiva, en la introducción del documento se manifiesta el interés de la Iglesia en Chile para colaborar con la sociedad y sus autoridades para la investigación de delitos de pedofilia, sin embargo, ello no se manifiesta de forma efectiva. Por el contrario, deslinda la responsabilidad de las denuncias ante las autoridades competentes a los jefes de servicios de salud o de establecimientos educacionales, pero no indica la obligación de un párroco o de un obispo, estando en conocimiento de una eventualidad de ese tipo, que debe ser investigada por los órganos competentes del Estado.
Se especifica que en cada diócesis habrá un responsable de recibir denuncias las que serán puestas en conocimiento de una autoridad eclesiástica. Este responsable orientará a las víctimas (menor de edad y su familia), para que ellas denuncien si lo creen conveniente ante los tribunales civiles. Sin embargo, las Líneas Guías no indican ni dan asomo a la eventualidad de que, conocida la gravedad de un hecho, ese responsable ponga el caso de manera directa ante los tribunales jurisdiccionales del país.
Tampoco fija plazos perentorios para los distintos procedimientos eclesiales y todo parece apuntar que el manejo de las denuncias será de acuerdo al impacto público de los hechos, de la disposición de la familia de la víctima para dar un tratamiento reservado, o del nivel de credibilidad de las denuncias.
La exclusión de responsabilidad de una autoridad religiosa, en conocimiento  de cualquier denuncia fundada, para ponerla a disposición de las autoridades civiles, se hace evidente a través de la ambigüedad, y la autoridad religiosa solo tendría como obligación no obstaculizar la indagación judicial.
Lo fundamental que la comunidad nacional espera  y que elimine la existencia de redes de protección queda ciertamente excluido: poner obligatoriamente y con premura los antecedentes recopilados ante las autoridades judiciales jurisdiccionales; evitar que los responsables salgan del ámbito jurisdiccional de la justicia (caso Cox, v.gr.); y sancionar dentro de la Iglesia a los responsables de manera drástica e igualitaria.
Si se ha señalado que no hay lugar para el sacerdocio para aquellos que abusan de niños, las Líneas Guías no despejan aquello que los fieles de muchas comunidades de base repudian: la permanencia dentro de la Iglesia de clérigos que han cometido delitos repudiables y una vara aplicada a un cura sin poder y una vara para clérigos con poder (basta comparar el caso del cura Tato y el caso Karadima).
Un último aspecto que no deja de ser relevante en una sociedad como la chilena que aspira crecientemente a la igualdad. No considera el documento la eventualidad de abusos sexuales que involucre a religiosas. Deberemos considerar que las religiosas están al margen del tratamiento de denuncias como las que procederían con los clérigos, y que los dejan en un plano de privilegios que no puede pasar por alto quienes creen y aspiran a la justicia. No cabe duda que los obispos han legislado para el sacerdocio.
En atención a lo anterior y a lo obrado de manera general en la Iglesia chilena, respecto de los incontables casos de pedofilia que han conmocionado a la grey católica y a la sociedad civil, las Líneas Guías del Episcopado Chileno no aportan lamentablemente nada nuevo, y solo parecen satisfacer necesidades de tipo interno, que no tocan siquiera a la comunidad de la fe, sino solo a los intereses y preocupaciones del ámbito clerical.

(publicado en la edición de julio 2015 de la revista digital Iniciativa Laicista )

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