martes, 20 de abril de 2010

IZURIETAZO.





Dentro de la unilateral agenda noticiosa de nuestro país, marcada por el control pro-piñerista de los periódicos y televisión en Chile, se ha producido un grave hecho político, que en otras circunstancias habría tenido más debate político y ciudadano. Cumpliéndose lo que se presumía, el gobierno de Piñera Echeñique ha pasado a tener como uno de sus integrantes a quien recientemente ejercía como Comandante en Jefe del Ejército, el general Oscar Izurieta, quien fue designado en el cargo político de Subsecretario de Defensa.
Quien, hasta hace algunas semanas era representante y máximo mando de una institución constitucionalmente apolítica, subordinada al poder civil, absolutamente profesional, por decisión presidencial se convierte en un actor político de primera línea. Parafraseando la novela de García Márquez, podemos decir que lo que corresponde escribir en torno a este evento es una crónica de una muerte del pudor castrense anunciado. Todos los dirigentes políticos cercanos al entonces Presidente electo sabían de este nombramiento, y nadie dijo nada en función del pudor militar y de una sana política de Estado.
Se puede especular mucho sobre que puede haber sido el elemento que produjo el acto de confianza presidencial sobre el general Izurieta. Supongo que no será consecuencia de su condición de desempleado. Hago esta alusión acudiendo a la aseveración hecha por el general (R) Emilio Cheyre, quien dijo que era discriminatorio que los generales retirados no pudieran tener empleo en empresas o en el Estado. Suponemos que tampoco será porque asisten a misa a la misma iglesia los domingos. De la misma forma, suponemos que no es en agradecimiento por haber trasladado a los invitados del empresario Piñera en su santuario de la naturaleza chilote, en un helicóptero del Ejército. Suponemos que no es porque comparten las mismas aficiones de fin de semana. Suponemos también que no será por la percepción de la Derecha política y económica de considerar, desde la dictadura de Pinochet, que las FF.AA. son de ellos y pueden hacer lo que les plazca.
Más bien suponemos que el nombramiento se produce porque hay una alta sintonía política entre el nuevo primer mandatario de la Nación y el ex comandante en jefe del Ejército. Una sintonía que se produce después de mucho tiempo de análisis de las contingencias políticas, y de niveles de aproximación que no pasan por arranques repentinos ni por actos simbólicos. Si fuera esto último, en política los actos simbólicos se explican, por lo cual habría que pedirle a quien ejerce la Presidencia de la República que explique cuál es el sentido simbólico de su designación.
Todo indica, sin embargo, que hubo una deliberación encubierta, por parte del entonces Comandante en Jefe del Ejército. Ello porque su nombramiento era ya un dato manejado por la cúpula piñerista, es decir, por quienes estaban diseñando los cargos de gobierno, antes que estos estuvieran ya determinados. Y no se nombra un ministro y un subsecretario, cargos de naturaleza esencialmente política, sin consultarle a quien va a ser nombrado y sin explicarle los objetivos políticos de su gestión. El subsecretario Izurieta podrá dar muchas explicaciones para señalar su buena fe, pero él fue parte de un diseño de gobierno antes de que dejara su cargo castrense, que trascendió cuando aún tenía el mando institucional.
Para ser más preciso. El nombramiento de Oscar Izurieta en un cargo político, no viene del cuoteo siempre negado por los jefes de coaliciones políticas en el gobierno, y actualmente reclamado honestamente por la UDI. Si vinera del cuoteo, el nombramiento del subsecretario Izurieta sería más sincero. Más grave, evidentemente, pero más sincero.
Tampoco su nombramiento viene de las tradiciones del involucramiento de ex militares en los cargos políticos de confianza gubernamental. Es una tradición republicana que, cuando se han nombrado ex militares en cargos políticos, ello se ha debido a situaciones que exigen un mayor canal de comunicación con las FF.AA. de parte del poder político, y/o por situaciones traumáticas que pueden afectar la institucionalidad. Eso lo hicieron varios Presidentes de la República en el pasado.
Se ha producido, entonces, un hecho que ya tenía un precedente negro, cuando el entonces almirante Arancibia deja la Comandancia en Jefe de la Armada, para convertirse en candidato a senador en representación de la UDI.
Es cierto que hasta ahora no hay ningún impedimento legal para que el ciudadano Izurieta ocupe un cargo político apenas deja un cargo que tiene que estar por encima de la política partidista, pero para el punto de vista del espíritu de toda ley y de toda norma constitucional, quienes ejercen liderazgo militar deben tener el pudor de expresar su posición política mucho después de que los acentos de su mando estén debidamente superados por el tiempo y por la acción de quien le sustituyó en el cargo.
En el nombramiento del Subsecretario Izurieta el asunto es más grosero. Deja el mando del Ejército y se le nombra como jefe político-administrativo del nuevo Comandante en Jefe. Eso no se hace. Mal debe sentirse el nuevo Comandante en Jefe, general Fuente Alba, por este artilugio de la impudicia política.
Entonces, a futuro, si no hay pudor, lo que corresponde es que haya una norma legal que considere que un Comandante en Jefe no pueda ejercer cargos políticos hasta cuatro años después de dejado el mando. Eso pondría las cosas en un mejor nivel de formalidad constitucional y en el ámbito de la confianza ciudadana de que las FF.AA. efectivamente son de todos los chilenos.
Uno de los mayores esfuerzos políticos que debió hacerse por más de una década, después del fin de la dictadura, fue alejar a los militares activos de la política contingente, virus que tiene sus recurrencias, al parecer de acuerdo a la estacionalidad política. Sería conveniente que los políticos serios de este país, aquellos que no les gusta las odiosas comparaciones con los actos pseudos-institucionales que ocurren en otras desprestigiadas democracias de América Latina, tomaran recaudos frente a nuevas situaciones impresentables como la señalada.
No se trata de impedir el derecho de un ciudadano a tener posición política, pero el tema es que, si queremos tener FF.AA. apolíticas y esencialmente profesionales, debemos poner a los oficiales que ejercerán los altos mandos en una lógica que potencie su condición no protagónica en el ámbito político partidista.
A modo de colofón, nos queda decir que, dentro de la identificación de los eventos que marcan la agenda política histórica de nuestro país por acción de los militares, le guste o no al subsecretario, su nombramiento quedará identificado como el Izurietazo, es decir, aquel evento en que un comandante en jefe del ejército, mientras estaba entregando sus insignias de mando, ya se había convertido en un protagonista de la política partidista contingente. Como en las películas de superhéroes: entró al ascensor del edificio de la comandancia en jefe con las estrellas de general en los hombros, y mientas bajaba sufrió una extraordinaria mutación que le permitió salir con la estrella multicolor del piñerismo en la solapa. Esto último es presentar el asunto en forma exagerada, desde luego. Pero, más allá de la alegoría, dentro de la expresión de una sana política, el Izurietazo es impresentable.

(Publicado por Tribuna del Biobío, 02 abril 2010)

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