Al pie de esta estatua, reivindicada en su relevancia cívica para la ciudad de Valparaíso y para el corazón vivo del Chile moderno, venimos hoy a hacer celebración del Día del Libre Pensamiento, que masones del cono sur latinoamericano hemos considerado reconocer en la proposición de la Asociación Internacional del Libre Pensamiento, efectuada hace 8 años, como una oportunidad para reponer en la reflexión colectiva de las sociedades, el valor de la libertad del pensar, base de todo proceso de libertad de conciencia en la autodeterminación de cada persona, para entender su posición frente a la vida y a la sociedad en la cual se realiza en su condición humana.
Constituye una segunda reivindicación en este
emplazamiento. La primera fue cuando fue trasladada a este mismo lugar, cuando
Norman Cortés, un ciudadano y masón, promovió gestiones para sacarla de la
plaza Aduana y elevarla en este lugar. El Club Central, que agrupa a buena
parte de las logias masónicas porteñas, patrocinó la idea, construyó la base
con la intervención del arquitecto y masón Oscar Bustos Sierra, quedando a
cargo del traslado físico y su empotramiento por parte del empresario y masón
Guillermo González.
Quedó así en este lugar de mayor
relevancia para la ciudad, para que Bilbao sea dignificado en su memoria y su
legado.
En nuestra gestión en la GLCH, venimos por
segunda vez, ya que la pandemia nos lo impidió el año pasado, y cuando la vida de los chilenos parece
recuperarse lentamente, hemos sentido el deber de hacernos presente en este
lugar, donde se erige el recuerdo de muchos chilenos, por una de las figuras
consulares de América Latina en la reflexión libre pensadora, frente a las
herencias de un pasado que quería seguir pesando en la constitución y
desarrollo de las jóvenes repúblicas americanas, que se habían desprendido
justamente del peso de un poder que sojuzgaba a las sociedades, a partir de un
determinismo político, económico, social, moral y religioso.
Los hacemos hoy nuevamente reivindicando
el legado de Francisco Bilbao Barquín, que abordara no solo el análisis de la
vieja sociedad que la joven república de Chile debía dejar atrás, sino también iluminara
a toda una generación de jóvenes chilenos, que pusieron sus mejores esfuerzos
para repensar la sociedad, para conquistar un país moralmente liberado de los
atavismos y las hegemonías de conciencia, y para establecer las enmiendas que
laicizarán el Estado, a partir de las llamadas leyes laicas, y que permitirán,
después de más de 7 décadas, la separación de la Iglesia y el Estado.
En tiempos donde existen grandes debates,
como también grandes propensiones hacia la uniformización del pensar, donde se
trata de imponer una misma forma de ver los fenómenos, a partir de un
absolutismo moral o ideológico, cuando no con órdenes excluyentes de creencias,
la necesidad de recuperar las fortalezas del libre pensar viene a ser un
refugio, donde se puede imponer la fuerza del espíritu crítico, y la
construcción racional de la argumentación con la cual se enfrentan los
problemas de cualquier sociedad o país.
Algunos pensadores modernos sostienen que
los humanos tendemos a ser vulnerables a las ilusiones y las falacias. Muchas
de ellas esconden un propósito de poder, a partir de la creciente unanimidad en
torno a determinadas afirmaciones, que no se fundan en datos empíricos o en el
conocimiento objetivo que aporta la ciencia o el análisis racional, sino en
supercherías o teorías insostenibles, que no pasan el tamiz del dato
específico, y que posibilitan que la ignorancia conduzca a escenarios irreales cuando
no a decisiones erróneas de consecuencias desastrosas.
Muchos se podrían confundir creyendo que
el librepensamiento consiste solo en el simple tener una opinión singular. La
simple opinión puede esconder, sin embargo, la incapacidad misma de tener una
opinión fundada, y cuando decimos opinión fundada estamos hablando de contar
con el dato que aporta la realidad y la construcción ilustrada del pensamiento.
Cuando vemos muchas y habituales
afirmaciones que circulan por las redes sociales, fácilmente podemos encontrar
opiniones libres que no engranan con la construcción racional de un pensamiento
libre.
Ciertamente, pensar es una acción humana
que depende de la capacidad de reflexionar, analizar y conceptualizar aquello
que deviene del conocimiento o de la experiencia. Construir pensamiento libre
requiere necesariamente de información objetiva y de la capacidad de ponderar
variables. Requiere generar razonamientos, es decir, relacionamientos entre
conceptos distintos, que ayuden a formular una inferencia lógica.
La estructura del pensamiento está
determinada por el manejo de conceptos, por la capacidad de discriminar sobre
afirmaciones y datos, el razonamiento reflexivo, y la capacidad de demostrar argumentalmente
el producto de ese proceso.
Asignarle al pensamiento la condición de
libre, implica entonces una capacidad autónoma de generar pensamiento, sin que
para ello deba consensuarse un resultado final, como producto del debate
dialéctico.
Sabemos que no siempre la opinión más
fundada puede ser admitida como valedera, aún ante el respaldo empírico que
pueda sostenerla. Una simple opinión sostenida en una creencia puede tener más
aceptación social, que una idea sostenida en el dato científico. Ignorar
ciertamente es menos complejo.
Superchería, dogmatismo, creencias
urbanas, fake news, son manifestaciones habituales de los espacios en
que la sociedad debate o se informa, y como se construyen afiliaciones a
procesos o acciones sociales, simplemente sostenidas en el empecinamiento y la
manipulación.
Gran parte de esas afirmaciones
tendenciosas, engañosas y funcionales a propósitos de control, tienen efectos
en la cotidianidad de nuestro tiempo, ignorando los datos que podrían cambiar
radicalmente las formas de abordar de manera más asertiva los fenómenos que se
manifiestan en la sociedad o en torno a la condición humana.
Al reflexionar sobre muchas de las cosas
que han ocurrido en nuestra sociedad en tiempos pasados y recientes,
ciertamente la capacidad de analizar con espíritu crítico las distintas
variables de una democracia en crisis, es la mejor forma de discriminar
positivamente sobre la racionalidad e irracionalidad de los distintos
argumentos que confrontan a la sociedad, sometiéndola a tensiones que nacen del
fanatismo, de los dogmas y de las falacias.
Así, concurrir a este lugar, donde se
recuerda al joven tribuno, al emancipador de las conciencias, a quien
representó con su reflexividad el impulso de modernización, a quien fue capaz
de hacer el diagnóstico que Chile requería, para superar el peso de un pasado
que no quería retirarse de los territorios de la naciente República, lo hacemos
poniendo en valor lo que constituyó su más significativo legado: la defensa de
la libertad humana por excelencia, la libertad de pensamiento.
Lo hacemos también con la voluntad firme
del desagravio. Su estatua, al pie de la cual hoy nos congregamos, fue
agraviada por la ignorancia y la obnubilación del fanatismo, destruyendo el
mármol que contenía su limpio nombre. Se agravió con ello la lucha por la
libertad, la lucha por la igualdad, la lucha por la justicia, la lucha por el
feminismo, por la laicidad, todo aquello por lo cual el Chile profundo ha
seguido bregando, en las distintas épocas: la idea de que la felicidad humana
es posible, en la medida que la referencia permanente de todo propósito sea la
dignidad que a toda persona corresponde.
Por ello, cuando la sociedad chilena
comienza a recuperar la capacidad de ejercer su libertad personal, luego de
tanto tiempo de pandemia, que nos obligó por solidaridad social a suspender
muchos de nuestros derechos, acatando las decisiones de la autoridad sanitaria,
y cuando el sol de septiembre nos invita a salir a disfrutar la primavera,
venimos a este sencillo acto, también a recuperar la vida cívica, aquella que
une el pasado y el presente, para construir futuro.
Vida cívica, ejercida por ciudadanas y
ciudadanos, que son capaces de pensar a la sociedad, desde la reflexión, la
racionalidad, desde la argumentación y el análisis crítico, desde la libertad
de pensar, desde la democracia y el Estado de Derecho, desde la voluntad
ilustrada por el conocimiento, la ciencia y la virtud.
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