Durante
el presente año, se ha conocido el Sexto Informe de Evaluación del Panel Intergubernamental de
Cambio Climático (IPCC) conteniendo los datos, cada vez
más contundentes, que indican el impacto de la actividad humana sobre el
sistema climático global y un urgente llamado a actuar.
Para
la comunidad científica involucrada, el informe no hace más que confirmar con
cada vez más seguridad las implicancias de las emisiones de gases de efecto
invernadero por la quema de combustibles fósiles. Es inequívoco que la
influencia humana sigue calentado la atmósfera, el océano y la tierra y que la
escala de los cambios recientes en el sistema climático no tiene precedentes
durante muchos siglos o miles de años.
Los
modelos con que ha trabajado la comunidad científica, indican que la
temperatura de la superficie global seguirá aumentando y se estima que durante
el siglo XXI superaremos la barrera de
los 2°C a menos que se produzcan reducciones profundas en
las emisiones de CO2 y otros gases de efecto
invernadero en las próximas décadas.
Desde
la perspectiva de las ciencias físicas, limitar el calentamiento global
inducido por el hombre requiere limitar, decididamente, las emisiones gases de
efecto invernadero alcanzando, al menos, cero emisiones netas de CO2. Esto implica una transformación radical del
sistema energético, desde la actual quema de combustibles fósiles hacia
energías limpias.
Sin
embargo, los resultados de estas medidas no serán perceptibles en lo inmediato,
debido a que muchos de los cambios observados en la actualidad, son irreversibles en el corto o mediano plazo.
Mi país, Chile, emite menos del 0,25% del total global de
gases de efecto invernadero, por lo que una reducción de emisiones es deseable
pero no suficiente. Hemos avanzado en una política de Estado menos
carbono-dependiente, y para no pocos países somos un modelo a seguir.
La
Gran Logia de Chile, como institución masónica preocupada de los grandes
desafíos morales de nuestro tiempo, hemos realizado la medición de la huella de
carbono en nuestras casas masónicas, y hemos estado trabajando en la medición
de la huella hídrica. Y nos corresponde comenzar a trabajar con los encargados
de las casas masónicas para convertirse en espacios menos carbono-contribuyentes.
Cambiar
los hábitos que inciden en el calentamiento global, como individuos y
colectivos, es el gran desafío que nos permitirá construir culturas civiles más
amigables con el medio ambiente. Si cada cual acepta que sus hábitos de
consumidor pueden provocar una revolución en lo que producimos y consumimos,
puede ser posible un gran cambio en la economía mundial, que atenúe los efectos
del calentamiento global y abrir la esperanza a que recuperemos el planeta que
tuvieron nuestros abuelos.
Buscar
el sentido colectivo, frenar nuestro individualismo consumidor, comprometerse
con la idea de que todos debemos asumir este desafío, excluir el egoísmo de
nuestras prácticas cotidianas, son la actitud moral que puede salvarnos de la
tragedia de cientos de millones de víctimas, por el hambre, la sequía, la falta
de agua, o epidemias o pandemias. Dentro de esas víctimas podremos estar
nosotros o nuestras familias.
Botar
alimentos que han demandado mucha agua y combustibles fósiles para ser
producidos; consumir más de lo que necesitamos, derrochar iluminación,
intervenir de modo irracional sobre el agua, son parte de nuestras
responsabilidades. Allí hay una cuestión moral.
Dado
que se trata de una cuestión moral, hoy estamos reunidos como masones
latinoamericanos, para adquirir mas conocimientos, para plasmar las
convicciones necesarias para la construcción ética que nos permita aportar a la
conciencia pública, a la conciencia social, de que el futuro de nuestro planeta
depende de cada ser humano.
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