Muchas veces me he preguntado sobre el sentido de sacrificio y servicio que implica la vocación voluntaria que caracteriza a las bomberas y bomberos chilenos. Creo que esa reflexión toma mucha fuerza cuando sabemos que algún bombero dio la vida en el cumplimiento de su deber.
La abnegación de cada día, con pequeños y grandes episodios, sin
declinar, sin renunciar, siendo fieles a una ética que pasa de generación a
generación, de cuartel a cuartel, de ciudad a ciudad.
Busqué una explicación para la abnegación, pero que me permitiera
extrapolar las causas o los orígenes. Encontré una forma de abnegación.
Hace tres años, murió una mujer singular. Era una filosofa y
psicoanalista, hija de padre anglo-suizo y madre francesa. Esa mujer se llamó
Anne Dufourmantelle. Se graduó de la Universidad
Brown, en1994, para luego Doctorarse en
Filosofía en la Universidad de París, en La Sorbona. Enseñaba en la
Escuela Nacional Superior de Arquitectura en La Villette, en el Instituto de Estudios
de Psicoanálisis, en la Universidad de Nueva York y era miembro del
"Círculo Freudien".
En 1998, recibió el Premio Raymond de Boyer de
Sainte-Suzanne de la Academia Francesa, por uno de sus libros.
En su obra “El salvajismo materno”, publicado
en 2001, está interesada en el riesgo que tiene que enfrentar el niño para
deshacerse del vínculo con su madre, un vínculo que desea preservar
inconscientemente.
Sobre esas ideas regresaría en 2011, en “Elogio
del riesgo”, libro en que propone que las pasiones negativas, que se originan
según ella en la primera adicción al salvajismo, sean aceptadas en lugar de
negadas, para superar los temores y acompañarlos. Así, gran parte de su trabajo ahonda en la
naturaleza del miedo humano y la libertad de tomar riesgos.
“La idea de seguridad absoluta — el ‘riesgo cero’ — es una fantasía”,
afirmaba en una entrevista para el periódico francés “Libération” (2015),
cuando se le preguntó sobre las nuevas medidas de seguridad por el incremento
de ataques terroristas en Europa. Alentaba a la gente a aceptar el miedo para vivir de verdad. “Cuando uno
admite sus miedos y que la vida no es eterna, la confianza puede renacer de
esta vulnerabilidad”, decía Dufourmantelle. “Es un riesgo estar vivo, pocos
seres lo están”.
Aquella pensadora, una mujer de la filosofía, se enfrentaría a sus
propios miedos, con un coraje inaudito, en una conducta que tiene que ver con
la ceremonia que hoy realizamos.
Se encontraba ella, un 21 de julio de 2017, en la playa Pampelonne,
cerca de Saint Tropez, cuando hubo un cambio en el clima que volvió peligrosa el área de
nado.
Divisó a dos niños en peligro mortal y se lanzó al mar para ayudarlos. Quedó
atrapada por las fuertes olas. Otros nadadores la sacarían inconsciente del
agua y no pudieron resucitarla. Ambos niños, objeto de la abnegación de Anne Dufourmantelle, sobrevivieron.
Hoy nos reunimos a homenajear la abnegación, en la tangivilización
concreta de un grupo de hombres que, como Anne Dufourmantelle, están dispuestos a rendir elogio al
riesgo. No desde la irracionalidad o la impertinencia de la inconciencia.
El impulso de su conducta viene del ethos del altruismo, para construir
cohesión social, sentido de comunidad, con el deseo cierto de actuar en favor
de los demás, a pesar de que aquellos sean absolutamente diferentes.
La abnegación, ciertamente, es una virtud moral
que consiste en el sacrificio espontáneo en favor de los otros o,
tal vez, en favor de todos los demás. Un ser humano abnegado deja de lado sus
intereses personales para actuar en cuidado y asistencia de los afligidos, de
los enfermos o de los postrados, de los desfallecidos.
Así, se entiende por abnegación la renuncia o el sacrificio por
una causa que tiene un resultado positivo para los demás. La abnegación, para
ser tal, tiene por finalidad el bien común. Es una conducta hecha con
fines humanos y ha sido practicada en todos los tiempos. La vida es una
continua abnegación, pues siempre se sacrifican unos objetivos para alcanzar
otros.
Eckhart de Hochheim, teólogo y filósofo alemán del siglo 14, primer teólogo
de la Universidad de París en ser sometido a un proceso por sospecha de herejía,
afirmaba que “Una abnegación completa y sincera es una virtud preferible a
todas. Ninguna obra de importancia puede llevarse a cabo sin ella”.
La motivación de toda abnegación, parece buscar una satisfacción que da
un sentido de vida, por ello el escritor español Pío Baroja sostenía que “La
vida de abnegación es casi siempre más agradable que la amargura”.
Por lo mismo, relacionamos con abnegación todo acto o idea contrarios al egoísmo;
en este sentido, la filantropía o la caridad, el desinterés, el altruismo,
vienen a ser compatibles con la idea de abnegación.
En la tradición bomberil, la abnegación no viene de una simple
actitud conductual que proviene de la naturaleza individual. La hay, pero, en
la regla general se construye. Y se construye a partir de un modelo ético que
se encuentra en la doctrina, en el logos, es decir, en la
palabra meditada, reflexionada, razonada, en la argumentación, el discurso o la
instrucción sobre el propósito social de lo bomberil.
También en el ethos, en un comportamiento o
conducta que adopta el grupo colectivo, en la compañía, en la vida del cuartel. Y, por último, en
el Pathos, es decir, en la construcción emocional que une a todos en un
propósito de hermandad para el servicio.
Cuando pensamos en personajes modelares,
como Anne Dufourmantelle,
tenemos que pensar en las voluntarias bomberiles que se forman reflexivamente
en la doctrina institucional, pero también en los miles de voluntarios que han
construido una vocación de servicio que ha formado una tradición, sin más
propósito que ayudar a los demás, con la convicción de asumir el riesgo, ya que
al admitir los
miedos y que la vida no es eterna, la confianza puede renacer de esa
vulnerabilidad, para construir el coraje y arrostrar el sufrimiento de los
demás con valor y entereza.
En esta ceremonia, como otras que hemos realizado en semanas recientes,
la Masonería presenta su homenaje a los Bomberos, repartidos en distintas
compañías, en este caso de la Región Metropolitana, que día a día trabajan sin
más retribución que saber que cumplen con su deber, y les brinda su
reconocimiento, por su permanente labor cívica y moral, de acudir en ayuda de
todos aquellos afectados por el fuego, o por eventos que traen dolor o
sufrimiento, y que la presencia bomberil busca menguar con el servicio
oportuno, solidario y abnegado.
Saludamos con cariño, a todos los homenajeados, porque ellos encarnan
ese sentido de abnegación, que hemos querido resaltar en estas palabras.
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